El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

jueves, 27 de diciembre de 2018

Los tres mosqueteros



Dirección: George Sidney.
Guión: Robert Ardrey (Novela: Alejandro Dumas).
Música: Herbert Stothart.
Fotografía: Robert H. Planck.
Reparto: Gene Kelly, Lana Turner, June Allyson, Frank Morgan, Van Heflin, Robert Coote, Angela Lansbury, Vincent Price, Reginald Owen, Gig Young, Keenan Wynn, John Sutton.

Francia, siglo XVII. El joven gascón D'Artagnan (Gene Kelly) emprende viaje a París con la intención de ingresar en el cuerpo de los mosqueteros reales.

Esta versión cinematográfica de 1948 de la obra Los tres mosqueteros es, seguramente, la más conseguida de todas, por espectáculo, por colorido, por glamour y por reparto. Un ejemplo del cine como lo concebía la Metro en los años dorados del séptimo arte.

Para dirigir la película, la Metro recurrió a uno de los directores de la casa, George Sidney, un especialista en comedias musicales, lo cuál le venía muy bien a la estrella de Los tres mosqueteros, Gene Kelly, el impulsor principal del proyecto. De hecho, las coreografías de las luchas a espada tienen algo de números musicales sin música, donde Kelly demuestra su excelente forma física y su gusto por las acrobacias. Son estas coreografías, sin duda, lo más reseñable de la película, orientada sin complejos al mero espectáculo con fines exclusivamente de entretenimiento.

Es por eso que Los tres mosqueteros se decanta abiertamente por el tono de comedia, en especial en su primera parte, si bien nunca perderá ese elemento, quedando relegado solo en los momentos más intensamente dramáticos, que se centran en el tramo final de la historia.

Y es ese tono de comedia, junto a lo denso del relato, lo que hacen que la película pierda, por un lado, intensidad dramática y, por otra parte, profundidad. George Sidney pone el énfasis en las luchas a espada, brillantemente orquestadas, dejando un tanto de lado el desarrollo de los personajes y de la trama, que se plantea y se resuelve un tanto apresuradamente. De esta manera, los complots de Richelieu, las disputas con Inglaterra o los romances de la reina Ana de Austria (Angela Lansbury) con el duque de Buckingham (John Sutton) se presentan siempre de manera un tanto esquemática, supeditados siempre a las escenas de acción, pues la película busca siempre el mayor dinamismo, el espectáculo y el ritmo frenético.

Otro aspecto sin duda destacable es el excelente reparto, con un ágil y dinámico Gene Kelly que, a pesar de resultar demasiado mayor para su papel, aporta una vitalidad y un encanto a su D'Artagnan envidiables. A su lado, una hermosa y amenazadora Lana Turner, en uno de sus más recordados papeles de su carrera, donde luce una belleza deslumbrante. Destacar también a Van Heflin, como el bebedor y atormentado Athos o al astuto y conspirador Cardenal Richelieu al que da vida un magnífico Vincent Price. Y, claro está, en contraposición a Lana Turner tenemos la dulzura de June Allyson que, sin ser una belleza, sí que está particularmente hermosa gracias al maquillaje, el vestuario y la maravillosa iluminación de Robert H. Plank.

Es este cuidado por los detalles, como la vestimenta, los decorados, la música, con pasajes de Tchaikovsky, y la iluminación, con un papel muy destacado de los colores, un aspecto muy importante de la producción, con ese estilo lujoso y brillante de la Metro, buscando siempre de deslumbrar al espectador.

A pesar del lujo y esmero del estudio, Los tres mosqueteros solo obtuvo una nominación a los Oscars, a la mejor fotografía.

Cine de otra época que visto hoy en día puede parecer algo simple o ingenuo, Los tres mosqueteros es una de esas películas que ejemplifican como ninguna el sentido del cine de aventuras de la época clásica de Hollywood. Puede que no sea la mejor del género, pero sin duda ofrece un espectáculo maravilloso, lleno de agilidad, elegancia, lujo y pasión y que trasmite una vitalidad contagiosa. Un clásico del género indispensable.

sábado, 22 de diciembre de 2018

El cuarteto



Dirección: Dustin Hoffman.
Guión: Ronald Harwood (Obra: Ronald Harwood).
Música: Dario Marianelli.
Fotografía: John de Borman.
Reparto: Maggie Smith, Tom Courtenay, Billy Connolly, Pauline Collins, Michael Gambon, Sheridan Smith, Luke Newberry, Jumayn Hunter.

Reggie Paget (Tom Courtenay), una antigua figura del cante, lleva una vida tranquila en una residencia para músicos jubilados. Sin embargo, todo cambia cuando su gran amor, Jean Horton (Maggie Smith), que le rompió el corazón hace mucho tiempo, se va a vivir a la misma residencia.

Primera película del magnífico actor Dustin Hoffman detrás de la cámara, El cuarteto (2012) es una comedia sencilla y sin demasiadas pretensiones, en apariencia, que reflexiona con delicadeza sobre los problemas de la vejez.

El cuarteto es un film con una doble cara: maravilloso, tierno, simpático y con más en la recámara de lo que en apariencia ofrece y, por otro lado, le falta quizá un poco de fuerza y más profundidad para llegar a ser un film más grande.

Para comenzar, pienso que el enfoque en clave de comedia es todo un acierto. El hablar sobre la vejez, con todo lo que ello implica de declive y drama, es algo tan delicado que un tono dramático podría resultar excesivo y perjudicial. Aún así, la película no elude los temas más acuciantes de esa etapa de la vida, como la soledad, la terrible pérdida de facultades, la enfermedad, el sentimiento de que nos quedamos sin nada, el valorar lo realmente importante, dejar a un lado las apariencias o el preocuparse de lo que opinen los demás y, claro está, esa espera silenciosa y angustiada de una muerte muy próxima. Gracias, sin embargo, a ese enfoque amable, nunca se llega a una visión demasiado sombría y siempre se ofrece un imagen de cierta esperanza, de posibilidades, de aceptación de esos años como una parte más de la existencia y que pueden aprovecharse para vivir sin complejos, presiones o ataduras morales. Por ello, El cuarteto no es un film tan simple como aparenta y cuenta más de lo que parece bajo ese barniz sencillo y ligero.

El gran acierto de El cuarteto en este sentido es no caer en sentimentalismos baratos, dramas y otras formas de flagelación al espectador y a los personajes. Se trata de un tema delicado, pero el enfoque y el tratamiento son respetuosos, elegantes y muy naturales.

Sin embargo, la película me pareció un poco blanda de más. Los  conflictos de los personajes, precisamente a raíz de ese tono de comedia ligero, parecen demasiado livianos; no se profundiza demasiado en ellos y a veces son tratados como de pasada. Ello impide que podamos vivir la historia con más intensidad. Es el peaje que hemos de pagar por no dramatizar en exceso. ¿Compensa esta falta de intensidad? Desde mi punto de vista, sí. Como decía, creo que el enfoque de la película en tono de comedia es un acierto, a pesar de que ello haga que sintamos que a la historia le falta fuerza.

Otro punto de interés, evidentemente, es comprobar qué tal se desenvuelve Dustin Hoffman como director. Sinceramente, su trabajo me pareció impecable. Su dirección es, sobre todo, muy elegante, con un aire británico que además le sienta muy bien a la historia. La cámara se mueve con buen gusto, sabe dónde ha de estar en cada momento y busca ofrecernos planos hermosos dentro de un ritmo pausado, respetuoso con los tiempos y los personajes.

El reparto es otro de los puntos fuertes de El cuarteto, con la maravillosa Maggie Smith al frente. Ninguno de los personajes da lástima o abusa de un trabajo que remarque las limitaciones de la vejez. Todos tienen en la naturalidad el punto fuerte. A veces, al intentar representar situaciones o estados extremos se puede caer, sin querer, en el exceso. Esto no ocurre en ningún momento, ni siquiera con el trabajo de Pauline Collins, para mí la mejor de todos, con un personaje con graves problemas de alzeimer y que resuelve con una frescura y una naturalidad encantadoras.

Por cierto, parte del reparto de secundarios está compuesto por verdaderos músicos y cantantes retirados, lo que aporta un añadido de autenticidad a la historia.

El cuarteto me parece una película muy interesante, a pesar de no ser perfecta. Afrontar un tema tan delicado como la vejez nunca es sencillo, los riesgos de caer en el drama o la caricatura son evidentes, algo que Dustin Hoffman evita con elegancia y sentido del humor.

domingo, 16 de diciembre de 2018

Old Boy



Dirección: Spike Lee.
Guión: Mark Protosevich (Manga: Nobuaki Minegishi y Garon Tsuchiya).
Música: Roque Baños.
Fotografía: Sean Bobbitt.
Reparto: Josh Brolin, Elizabeth Olsen, Sharlto Copley, Samuel L. Jackson, Michael Imperioli, Pom Klementieff, James Ransone, Max Casella, Linda Emond.

Joe Doucett (Josh Brolin) es un publicista cuya vida va a la deriva por culpa de su alcoholismo. Una noche, estando borracho, Joe es secuestrado, permaneciendo encerrado en un habitación veinte años. Al cabo de ese tiempo, es puesto en libertad.

El cine actual está atravesando una preocupante crisis creativa. Ello explica la proliferación de adaptaciones de cómics a la gran pantalla, sobre todo de super héroes, pero también algunas propuestas mucho más arriesgadas, inspiradas en los manga japoneses.

En esta ocasión, Old Boy (2013) tiene su antecedente en un manga homónimo de Nobuaki Minegishi y Garon Tsuchiya. Pero su inspiración más cercana es la película surcoreana Oldboy de Park Chan-wook (2003), ganadora del Premio del Jurado en el Festival de Cannes de 2004.

¿Era necesario hacer un remake solo diez años después? Lo que parece es que ésto vuelve a incidir en la falta de ideas originales y en la impresión de que todo vale con tal de buscar un cebo para la taquilla.

Sin embargo, hay copias bien hechas y otras malas. Y en esta ocasión, los productores recurrieron a dos pilares esenciales para garantizar al menos un nivel decente en su película. Por un lado, Spike Lee, un director reputado que demuestra que no le da miedo nada y hace un ejercicio bastante potente y con unas dosis de intriga importantes que nos mantienen pegados a la pantalla en busca de respuestas, lo mismo que el pobre Joe Doucett. El jugar con el misterio hasta el último momento es, sin duda, la gran baza de Old Boy y lo que la mantiene en pie durante las casi dos horas de duración. Otra cosa es que, descubierto el misterio, uno se plantee si el creador de tal argumento estaba en sus cabales.

El otro pilar en se apoya la película es Josh Brolin, un actor espléndido al que el papel le queda como un guante y que dota a su personaje de una fuerza y un patetismo de una intensidad abrumadora.

El problema principal de Old Boy, como anticipaba unas líneas antes, es que el argumento es de lo más rebuscado que uno puede imaginar. He de confesar que al terminar de ver la película estaba entre incrédulo y alucinado, pues desconocía todo a cerca del film. Una vez enterado de su origen, las piezas empezaron a encajar. Solamente parece posible que una historia así provenga del manga, lo que explica lo surrealista de la historia, sus giros violentos con coreografía de artes marciales y lo truculento de numeroso detalles que te dejan temblando. No sé que traumas pueden tener los escritores de mangas japoneses, pero yo, en su lugar, acudiría a un especialista.

Mientras dura la intriga, la película nos engancha, pues siempre puede más la curiosidad que otra cosa. Pero es necesario que el desenlace no nos defraude; no hay nada tan frustrante como crearse unas expectativas y que todo acabe de manera idiota. No es que sea precisamente el caso de Old Boy, pero se acerca bastante, más que nada por las incongruencias de la historia, las excesivas casualidades y lo retorcido y enfermizo de la explicación final.

Al menos, el desarrollo de la historia tiene el buen pulso que le sabe dar Spike Lee y la fuerza de Josh Brolin, lo que salva en parte la película, más allá de que la resolución pueda convencernos o espantarnos.

Es, en todo caso, un film excesivo en casi todo. Seguramente tendrá su club de admiradores pero, desde mi punto de vista, resulta demasiado forzado, demasiado retorcido y con un grado de simplismo  y efectismo tales que se acerca mucho a una paranoia enfermiza.

martes, 11 de diciembre de 2018

Up in the Air



Dirección: Jason Reitman.
Guión: Jason Reitman y Sheldon Turner (Novela: Walter Kirn).
Música: Rolfe Kent.
Fotografía: Eric Steelberg.
Reparto: George Clooney, Vera Farmiga, Anna Kendrick, Jason Bateman, Amy Morton, Melanie Lynskey, J.K. Simmons, Sam Elliott, Danny McBride, Zach Galifianakis, Chris Lowell.

Ryan Bingham (George Clooney) es un experto en despidos de personal, lo que hace que se pase la vida viajando, lo cuál es lo que más le gusta de su trabajo. Sin embargo, para reducir costes, su empresa planea reemplazar los viajes por despidos a través del ordenador.

Up in the Air (2009) nos muestra el reverso del sueño americano en dos planos: el profesional y el personal a través de Ryan Bingham, un hombre que parece estar fuera del sistema.

Ryan se dedica a despedir empleados de empresas en dificultad o con recortes de personal. Intenta hacerlo de manera lo menos dolorosa posible, pero el drama está ahí: a la persona a la que despides se le cae el mundo encima y Ryan procura suavizar el proceso y no implicarse demasiado, porque entonces no podría hacer su trabajo. Y el despido es todo lo contrario al sueño americano, a la ilusión de bienestar, seguridad, éxito. Las frases estereotipadas que suelta Ryan suenan a simples clichés vacíos frente al dolor del despedido. Para Ryan es casi una rutina: una nueva ciudad, caras nuevas desconocidas, la fórmula establecida y vuelta a empezar.

Pero a Ryan esa vida parece gustarle, porque ha decidido no atarse a nada ni a nadie. Ryan huye de responsabilidades, compromisos, afectos que puedan condicionarle. Incluso imparte conferencias donde insiste en el pesado fardo que todos llevamos a cuestas: objetos personales, muebles, la casa, familia, relaciones .... y su solución es desprenderse de todo lo que suponga una carga, liberarse de todo para ser feliz consigo mismo.

Sin embargo, todo eso irá cambiando poco a poco. Por un lado, se amenaza su modo de vida, de aeropuerto en aeropuerto, con el cambio planeado en su empresa, y la idea de no poder viajar le parece terrible, no solo para su trabajo, sino también por atarle a una ciudad, una vivienda, unos vecinos. Pero es que, además, Ryan conocerá a Alex (Vera Farmiga), una especie de alma gemela cuyo trabajo también hace que esté todo el tiempo viajando. Y lo que parece al principio una relación libre, ocasional, se va convirtiendo para él en algo más, porque de pronto, se da cuenta que los momentos más felices en la vida de una persona siempre son en compañía de alguien.

Up in the Air es un film que nos lleva a reflexionar sobre las prioridades en la vida, sobre el paso del tiempo, la familia, el amor, la soledad y los miedos de toda persona, al despido, al amor, al compromiso, a la muerte. Desde este punto de vista, me parece una película interesante, con el mérito de salirse de la comedia simplona para adentrarse en terrenos más profundos.

El problema es que Jason Reitman no termina de profundizar en los temas que toca. Es más, un film con estos temas debería resultar mucho más conmovedor, implicarnos más, pero la mayor parte de la película el director nos ofrece un discurso un tanto frío, que no nos deja adentrarnos en la persona de Ryan lo suficiente. Solamente en el tramo final, cuando los conflictos han de resolverse, entonces sí que hay algunos momentos en que los que el film nos toca más de cerca, convirtiendo los problemas en muy cercanos. Una lástima que el director no se haya entregado con esa claridad en el resto de la historia.

En cuanto a los actores, la presencia de George Clooney me parece un acierto y está perfecto en su papel. Es un actor que siempre me gustó, encuentro que tiene una gran personalidad y eso lo trasmite al espectador. El resto del reparto, con caras muy poco conocidas, cumple también con nota. Lástima quizá de la presencia solo anecdótica de J.K. Simmons y Sam Elliott.

Up in the Air recibió nada menos que seis nominaciones a los Oscars, entre ellos a mejor película, si bien no logró ninguno.

sábado, 8 de diciembre de 2018

El inocente



Dirección: Brad Furman.
Guión: John Romano (Novela: Michael Connelly).
Música: Cliff Martínez.
Fotografía: Lukas Ettlin.
Reparto: Matthew McConaughey, Marisa Tomei, Ryan Phillippe, William H. Macy, Josh Lucas, Bryan Cranston, Laurence Mason, Frances Fisher, John Leguizamo.

Mickey Haller (Matthew McConaughey) es un astuto abogado que se conoce todos los trucos del oficio, por lo que suele lograr casi siempre la absolución de sus defendidos. Esa reputación hace que un joven millonario le pida que sea su abogado en una acusación de agresión a una prostituta.

El mundo de los abogados y los juicios siempre ha dado mucho juego en el cine, pues es un filón casi inagotable de tramas más o menos apasionantes con el aliciente añadido de los juicios, donde a veces no gana el que tiene la razón. El inocente (2011) es un thriller que explota precisamente el atractivo de este mundo.

El eje principal de la historia es la figura del abogado Mickey que, a grandes brochazos, es presentado como un tipo listo que siempre parece que termina saliéndose con la suya, incluso si para ello ha de bordear lo legal. La principal mancha en su carrera son los reproches que recibe de la policía y de su ex mujer (Marisa Tomei) por sus pocos escrúpulos a la hora de librar de la cárcel a los delincuentes que defiende.

Y precisamente el eje central de la película será ver cómo, a pesar de todo, Mickey sí que tiene conciencia. Y lo ha de demostrar precisamente con el caso más lucrativo que ha tenido la suerte de llevar: un joven adinerado que defiende su inocencia en un caso de agresión a una prostituta.

Mickey, sin embargo, no tarda en descubrir que su cliente no solo le está mintiendo en esta ocasión, sino que es culpable de un caso similar que terminó con la muerte de la prostituta y la condena de un inocente, precisamente defendido por Mickey, y al que no creyó inocente en su día.

Como es de esperar, tras muchas vicisitudes y dramas, el protagonista termina resolviendo el caso de manera más que satisfactoria, al tiempo que demuestra que no es solamente un gran abogado, sino que tiene conciencia y sentido del honor.

Como se ve, el argumento tiene numerosos alicientes, incluso demasiados, que delatan el origen literario del guión. El problema de la película es lo previsible de la trama, despojada además demasiado pronto de las dudas sobre la inocencia o no del acusado, lo que elimina de la ecuación una incógnita que podía haber dado mucho juego.

Por otra parte, quizá debido al formato cinematográfico, el director prefiere centrarse en los hechos más que en los personajes, dejando a éstos en un plano un tanto superficial, en especial el acusado, que demuestra ser un frío asesino, pero quedando sus motivaciones y su personalidad totalmente entre tinieblas.

Pero si el desarrollo es previsible y carece de intriga, lo peor llega en el desenlace, no por ser fácilmente anticipable, que lo es, sino porque el director no logra crear la tensión suficiente para lo que vivamos con cierta intensidad. Además, se complica demasiado, con sorpresas de último minuto un tanto inverosímiles. Y por si todo ello no es suficiente, el director alarga el desenlace con ciertos minutos finales que, en mi opinión, podrían haberse suprimido sin perder gran cosa.

Así pues, me parece que el trabajo de Brad Furman no aprovecha bien las posibilidades de la historia, penalizada también por un guión que se queda más en la superficie y desaprovecha los elementos de intriga y emoción que ofrecía el argumento.

Lo que sí que me parece un acierto es el reparto. Matthew McConaughey da la talla sobradamente, demostrando que este tipo de papeles dramáticos le van como anillo al dedo, algo que había ya probado con Tiempo de matar (Joel Schumacher, 1996), también encarnando a un abogado. Ryan Phillippe, a pesar de que el guión no aprovecha bien las posibilidades de su personaje, es perfecto para su papel, con ese aire mezcla de inocencia y sadismo que desprende. Marisa Tomei y William H. Macy completan un reparto que, sin duda, es lo mejor de la película.

El inocente es, en resumen, un film un tanto desaprovechado que se queda en un aceptable entretenimiento sin más.

domingo, 25 de noviembre de 2018

Su mejor historia



Dirección: Lone Scherfig.
Guión: Gaby Chiappe (Novela: Lissa Evans).
Música: Rachel Portman.
Fotografía: Sebastian Blenkov.
Reparto: Gemma Arterton, Sam Claflin, Jack Huston, Bill Nighy, Jake Lacy, Paul Ritter, Rachael Stirling, Richard E. Grant, Henry Goodman, Jeremy Irons.

Durante la Segunda Guerra Mundial, la joven Catrin Cole (Gemma Arterton) consigue un puesto como guionista para el Ministerio de Información británico, necesitado de ideas brillantes para levantar la moral de la población.

Lo primero que se me ocurre sobre Su mejor historia (2016) es que es un film que intenta abarcar demasiado y, al final, termina por no profundizar en ninguno de los múltiples temas que trata.

La primera queja viene del tono de comedia que impregna la película, al menos en la primera parte. Pienso que, dada la seriedad de los temas que afronta, ese tono no es el más adecuado. De hecho, el último tercio de la historia se convierte en un drama con todas las letras, lo que crea una especie de contradicción entre ambas partes. Esta alternancia en el tinte dramático viene a reflejar lo comentado antes: a la película le falta concretar.

Por ejemplo, la historia aporta pequeños toques feministas, reivindicando la validez de la mujer para cualquier oficio, como demuestra la protagonista al hacerse respetar por sus compañeros de profesión por su talento y su capacidad, más allá de que sea una mujer. Sin embargo, esta defensa del papel de la mujer se queda solamente en pequeños detalles, pero no podríamos decir que se trate de un film abiertamente feminista.

Y tampoco es un film romántico. Hay una especie de historia de amor entre Catrin y Tom (Sam Claflin), otro guionista, pero de nuevo el guión se muestra tan tibio que no llegamos a vivir el romance como tal, sino una especie de amistad y admiración de Tom hacia Catrin que termina con una declaración de amor tan abrupta como sorprendente. Y para rematar el desaguisado, entra en juego una especie de apaño argumental que me dejó muy mal sabor de boca: para justificar y propiciar el romance entre Catrin y Tom se revela, de sopetón, que ella en realidad no está casada y, además, para facilitar aún más las cosas, se recurre a la socorrida infidelidad para dejar vía libre al amor entre ella y Tom, algo que, de otra manera, parece que no sería moralmente del gusto de los productores. En fin, un arreglo incongruente, tosco y moralista que me decepcionó terriblemente. Estamos en el siglo XXI, pero algunos siguen pensando como en el Medievo.

Y si Su mejor historia no termina de funcionar ni como comedia, ni como reivindicación feminista y mucho menos como film romántico, el detalle de cine dentro del cine, que tanto gusta a muchos críticos, tampoco me resulta convincente, pues de nuevo el tono de comedia lo impregna todo y el film que cuyo guión co-escribe Catrin, que termina siendo buenísimo, en las escenas que vemos se parece más a un film de serie B que a una verdadera gran película. De nuevo aquí creo que el tratamiento ligero termina por ser contraproducente.

Incluso la ambientación no me pareció muy lograda. Se notaba el esfuerzo por aportar credibilidad a la historia, pero yo sentía el decorado en cada detalle, por lo que la película tenía un constante aire artificial.

Para colmo, el guión alarga el desarrollo de una manera excesiva, proponiendo además varios momentos álgidos que serían un final correcto, pero no, la película continúa torpemente estirando la historia de un modo que resulta algo forzado.

En cuanto al reparto, un despliegue de actores con oficio, pero la verdad es que sin mucha emoción, tal vez por culpa del guión. Solamente algunos destellos de Gemma Arterton al final, cuando la historia se torna dramática, y ese aire de estrella algo excesiva de Bill Nighy que, sin ser del todo perfecto, sí que aporta algo a su trabajo, siendo quizá el más correcto. El resto, sin defectos, pero tampoco brillantes. Jeremy Irons, por desgracia para nosotros, solamente aparece en una breve escena.

En definitiva, un film entretenido, es cierto, con algunos detalles sueltos interesantes, pero que en conjunto carece de cohesión y de fuerza, quedando un tanto frío, sin garra y sin concretar si debemos tomarlo a la ligera o sentirlo como un drama intenso.

martes, 13 de noviembre de 2018

Magia a la luz de la luna



Dirección: Woody Allen.
Guión: Woody Allen.
Fotografía: Darius Khondji.
Reparto: Emma Stone, Colin Firth, Marcia Gay Harden, Jacki Weaver, Eileen Atkins, Simon McBurney, Hamish Linklater, Erica Leerhsen, Jeremy Shamos, Antonia Clarke, Natasha Andrews.

Stanley Crawford (Colin Firth) es un reputado mago y una persona racional y malhumorada que disfruta desenmascarando a médiums farsantes, pues cree fervientemente que en la vida no hay nada más que lo que vemos. Por eso no duda en aceptar la invitación de un viejo amigo para desacreditar a Sophie (Emma Stone), una joven americana que dice tener poderes sobrenaturales.

El mundo de la magia siempre fascinó a Woody Allen, que la incluyó en algunas películas suyas como un elemento más del relato. Incluso jugó también con el mundo sobrenatural, con lo absurdo, la fantasía, y me viene directamente a la memoria La rosa púrpura de El Cairo (1985). Por eso, no extraña nada que Magia a la luz de la luna (2014) aúne el mundo de la magia con el de los médiums en una divertida comedia romántica ligera.

De nuevo, Woody Allen nos embauca con su facilidad para construir historias aparentemente sencillas que, bajo su elegancia y oficio, funcionan de maravilla. Magia a la luz de la luna nos cuenta una historia de lo más simple, un romance clásico, sin mucha novedad, pero con la maestría de quién se mueve en su elemento y sabe crear el ritmo y la emoción con una naturalidad desconcertante.

En este caso, opone a un frío, racional y muy arrogante mago con una joven alegre, fresca, mundana; y el desconcertante choque de ambos mundos produce la fascinación recíproca que ella acepta con naturalidad mientras que él tiene que vencer la resistencia interior que le levanta su mente racional y lógica. Al final, naturalmente, se impondrá la fuerza irracional del amor, aunque sin aparatosidad, claro está, pues Stanley parece no saber comportarse sin cierto encorsetamiento. Reconforta ver que un Woody Allen muy mayor aún es capaz de disfrutar y hacernos disfrutar también con la frescura del amor romántico.

Lo que se plantea en la película es la necesidad, en un mundo racional, dominado por la ciencia y lo evidente, de no perder del todo la ilusión por lo que no vemos, lo que no se entiende. Conservar una especie de fe que, aunque no tenga fundamento, puede ayudarnos a ser más felices.

Como protagonistas, la verdad es que la elección es perfecta, o casi, y lo explico. Tanto Colin Firth como Emma Stone demuestran que son unos actores descomunales. Del primero no extraña en absoluto su excelente trabajo, pues ha demostrado su talento con creces tanto en comedias como en papeles dramáticos a lo largo de su carrera. La mayor sorpresa viene de la mano de Emma Stone, antes de ganar el Oscar por La ciudad de las estrellas (La La Land) (Damien Chazelle, 2016), con una interpretación llena de matices, fresca y encantadora. Pero el problema viene de la diferencia de edad entre ambos, lo que hace que su idilio me pareciera un tanto forzado después de todo. No sé porqué a veces los directores no se esfuerzan por evitar este tipo de inconvenientes, lo cual es bastante habitual.

Por lo demás, la película me pareció, como me ocurre con frecuencia con estos últimos films del director, como una pequeña diversión, algo ligero, casi no del todo acabado, como quién filma más bien un boceto esperando después darle la forma definitiva, redondearlo, pulirlo. Me dio esa impresión y no es la primera vez que me sucede con alguno de los últimos films de Woody Allen.

Por lo demás, de nuevo me rindo a la gracia natural que parece poseer Woody Allen, que vuelve a crear un film encantador casi de la nada, de una simple idea, de algo casi intrascendente, pero que nos engancha casi al instante y nos transporta a otro mundo, sin esfuerzo, llevados del encanto y la naturalidad de las historias bien contadas.

martes, 6 de noviembre de 2018

Elle



Dirección: Paul Verhoeven.
Guión: David Birke (Novela: Philippe Djian).
Música: Anne Dudley.
Fotografía: Stéphane Fontaine.
Reparto: Isabelle Huppert, Laurent Lafitte, Anne Consigny, Charles Berling, Virginie Efira, Judith Magre, Christian Berkel, Jonas Bloquet, Alice Isaaz.

Michèle (Isabelle Huppert), una empresaria divorciada de mediana edad, sufre un asalto en su domicilio, donde es golpeada y violada. Sin embargo, prefiere no denunciar el suceso a la policía por culpa de un turbio asunto familiar del pasado.

Debería haberlo adivinado: la conjunción de un film francés y el director Paul Verhoeven tenían que dar como resultado algo tan peculiar como Elle (2006).

Quizá lo más positivo que podríamos decir de esta película es que nos lleva por caminos por completo diferentes a lo que solemos ver en el cine actual. De hecho, la historia es tan controvertida que el director no pudo filmarla en Estados Unidos, como era su intención original, porque, entre otras cosas, no encontró a ninguna actriz norteamericana que quisiera encarnar a un personaje tan polémico como Michèle.

Toda la historia gira en torno a ella y, en especial, a su peculiar relación con los hombres. Hay quien quiere ver en esta historia un film marcadamente feminista, pues Michèle tiene un aire de autoridad, de seguridad en sí misma y en lo que desea que no aparece en los personajes masculinos, menos fuertes interiormente.

Michèle está marcada por los atroces crímenes cometidos por su padre cuando ella tenía diez años, algo que dejó una huella que aún no ha podido asimilar. Su odio a su padre, en prisión, y su rencor hacia su madre, que no condena tan abiertamente como ella quisiera a su padre, son sentimientos que Michéle no puede controlar. Y quizá ese pasado está también en el origen de unos deseos sexuales un tanto extraños. Michéle no denuncia su violación, según ella porque no quiere que la policía vuelva sobre su pasado, pero pronto vamos comprendiendo que, en el fondo, ese ataque la ha excitado secretamente y, cuando al fin descubre la identidad de su agresor, no duda en repetir la experiencia, atraída por la violencia y el morbo.

Se dibuja así un personaje complejo, con difíciles relaciones laborales y personales, siempre a la defensiva, siempre segura de sí misma pero con algo que delata cierta angustia y cierta represión que solo parece abandonar mediante el sexo, bien con su amante (el marido de Anna, su mejor amiga y socia), bien intentando seducir al vecino y más adelante con su violador. Incluso en su trabajo, como dueña de una empresa de videojuegos, el sexo tiene un papel preponderante en su nuevo proyecto.

Y, en la línea a menudo provocadora de cierto cine francés, Verhoeven aprovecha la fuerza de Michèle para ofrecernos una visión amoral y no exenta de mucha ironía sobre la sociedad burguesa y las relaciones familiares, llenas de conflictos, renuncias, mentiras y engaños y donde, finalmente, solo la amistad sincera de Michèle y Anna (Anne Consigny) parece ser lo único verdadero entre todas las relaciones que presenciamos.

¿Es una buena película? Aquí sin duda entrarán en juego los gustos y las expectativas de cada persona. Es cierto que el relato está bien llevado por el director, que sabe mantener cierta intriga al tiempo que rodea a Michèle de múltiples sombras, lo que contribuye también a crear cierto misterio sobre su persona. Además, no sabremos nunca la reacción de los personajes, con lo que tanto el desarrollo de la historia como su desenlace serán del todo imprevisibles.

En cuanto al trabajo de Isabelle Huppert, donde reposa toda la carga dramática del film, para mí no pasa de ser correcto. Por momentos me pareció un tanto inexpresiva, a parte que, por su edad, me costaba verla como objeto de deseo de hombres más jóvenes que ella.

Por otro lado, es verdad que la duración del film me pareció excesiva; así como que, tal vez, peque de cierta pedantería, intentando utilizar la polémica sobre el personaje de Michèle y su comportamiento tan peculiar como elemento en que basar la fuerza del relato que, bien mirado, no deja de ser menos interesante, al final, de lo que prometía, con algunos momentos en que se espera algo más y con un desenlace un tanto banal.

Personalmente, valoro la originalidad, el atrevimiento, lo curioso de la historia, pero creo que en general se queda más en lo superficial, en lo morboso o curioso y no termina de trasmitirme nada en profundidad sobre el personaje de Michèle, que al final es un poco víctima de su propio misterio.

sábado, 27 de octubre de 2018

El club de los cinco



Dirección: John Hughes.
Guión: John Hughes.
Música: Keith Forsey.
Fotografía: Thomas Del Ruth.
Reparto: Emilio Estévez, Judd Nelson, Ally Sheedy, Anthony Michael Hall, Molly Ringwald, Paul Gleason, John Kapelos.

Cinco estudiantes, muy diferentes entre sí, tienen que acudir un sábado al instituto para cumplir el castigo que les ha sido impuesto. Pronto comienzan a aflorar los problemas entre ellos.

El club de los cinco (1985) es, sin duda, el film más famoso de John Hughes, un director especializado en comedias juveniles, porque con esta cinta logró crear un modelo después bastante imitado o, al menos, en el que se inspiraron películas posteriores sobre la adolescencia, tanto en el cine como series de televisión.

Quizá la clave de este éxito es que Hughes afronta los problemas de la adolescencia desde un punto de partida realmente serio, sin menospreciarlos, ridiculizarlos ni estereotiparlos. El respeto y la comprensión hacia esa etapa crucial de la vida de cualquier persona es lo que le otorga a El club de los cinco su verdadero valor.

Y es que la película no es que sea una obra maestra, pues hay momentos en que se pierde un poco la unidad narrativa y, también, deja algunas lagunas y momentos sin explorar ni explotar del todo, en especial los relativos al profesor Vernon (Paul Gleason), del que solamente se da una breve pincelada sobre su frustración, cuando sería un aspecto bastante interesante para profundizar en él y en cómo un mal profesor puede ser una pésima influencia en sus alumnos.

El guión, sin embargo, prefiere centrarse en los problemas de los cinco adolescentes castigados y, la verdad, consigue crear un modelo en cada uno de ellos bastante bien desarrollado donde se reflejan diversos problemas bastante comunes, pero no por ello menos importantes, de la adolescencia, como son la difícil relación con la familia, la presión de un padre autoritario, la identidad, el conformismo o la rebeldía como válvulas de escape y el sexo, naturalmente, como gran condicionante y obsesión constante en esos años.

Pero, como decía, lo más destacable de El club de los cinco es la manera en que el director afronta esos temas, desde el respeto y la comprensión. Y el film no da una respuesta a todos los interrogantes de los alumnos, porque no la hay, más que el paso del tiempo y la maduración personal. No es, por lo tanto, un film moralista o que persiga el final feliz que deje a todos contentos. En realidad, no hay un final de la historia, sino el comienzo de algo entre esos cinco estudiantes que terminan sincerándose y creando un vínculo entre ellos como sólo es posible en esas edades, donde la vida parece concentrarse  obstinadamente en el instante presente.

Sin duda, parte del encanto de la película y de que funcione tan bien reside en el grupo de jóvenes actores que dan vida a los estudiantes, si bien ninguno de ellos tuvo después una carrera especialmente brillante.

Como curiosidad, decir que el tema "Don´t You Forget About Me" fue creado expresamente por Simple Minds para esta película.

El club de los cinco, sin ser un film maravilloso, tiene la virtud de ser una de las más serias, respetuosas y acertadas aproximaciones al mundo juvenil.

miércoles, 24 de octubre de 2018

Ahí os quedáis



Dirección: Shawn Levy.
Guión: Jonathan Tropper (Novela: Jonathan Tropper).
Música: Michael Giacchino.
Fotografía: Terry Stacey.
Reparto: Jason Bateman, Tina Fey, Adam Driver, Rose Byrne, Corey Stoll, Kathryn Hahn, Connie Britton, Timothy Olyphant, Dax Shepard, Jane Fonda, Ben Schwartz, Carly Brooke Pearlstein, Debra Monk, Abigail Spencer.

La organizada vida de Judd Altman (Jason Bateman) se desmorona de golpe: descubre que su mujer le es infiel con su jefe y su padre muere, por lo que deberá pasar siete días de duelo con su familia, según la tradición judía.

A pesar de estar catalogada como comedia, Ahí os quedáis (2014) tiene más de drama, por momentos, que de comedia. Algunos dirían que es una comedia dramática, término que explica bien la naturaleza de la película. Yo la calificaría como drama con algunos tintes de comedia, porque lo que se cuenta en Ahí os quedáis es, más allá del tono distendido, un problema muy serio que nos afecta, con las oportunas variantes, a todos.

La historia se centra en el personaje de Judd, al que la vida le da, sin previo aviso, un par de sorpresas gordas: encuentra a su mujer en la cama con su jefe por casualidad, descubriendo que llevan un año engañándolo. Por si eso no bastase, su hermana le comunica que su padre acaba de morir. Así que, cuando Judd acude al entierro, no está precisamente en el mejor momento de su vida.

Y el fallecimiento del padre hará que la familia se reúna de nuevo en la casa materna, donde deberán pasar siete días de duelo, según deseo del padre.

Esta es la inteligente premisa que le permite a Levy desarrollar la historia, analizando los problemas de cada uno de los tres hermanos de Judd y de su madre (Jane Fonda). Los Altman se consideran un tanto peculiares, como bichos raros, llenos de problemas y dramas que parece que se ciernen solamente sobre ellos. ¿A alguien le suena esta queja? En efecto, la película afronta algo que parece que es común al género humano: pretender llevar una vida ajustada a no sé qué modelo de felicidad y equilibrio y descubrir que la realidad, caprichosa, nos lleva por otros caminos.

Un film, por lo tanto, bastante coral, a pesar de centrarse más en el personaje de Judd, pero que analiza los problemas tan habituales en las familias como la relación entre hermanos, la dificultad de desempeñar el rol de adultos, los conflictos de pareja, la vuelta al hogar y a los recuerdos del pasado, el reencuentro con antiguos amores, afrontar la paternidad, madurar... Un sinfín de conflictos que el director afronta con el suficiente sentido común y sensibilidad para no caer ni en el chiste fácil ni en la banalidad.

Y es que el problema de afrontar estos dramas con un enfoque ligero, de ahí lo de comedia, es que se puede llegar a diluir el gran potencial que ofrece este viaje al fondo de la naturaleza humana. Y tanto Tropper como Levy tienen la suficiente mano como para no permitirlo.

Como no quieren hacer del argumento un drama de folletín, aligeran los conflictos con cierta gracia, sin ahondar en las heridas. Pero a la vez, se muestran lo suficientemente respetuosos con los problemas personales que afrontan como para conseguir algunos momentos llenos de emoción y sinceridad, que nos conmueven y nos hacen ver que, bajo la apariencia ligera, los protagonistas son seres humanos complejos, que se buscan, que sufren y que están realmente perdidos.

Y otro de los aciertos de la película es que, en contra de lo que podría esperarse, la historia no parte de graves problemas para terminar con una reconciliación final perfecta. Es verdad que el tono del desenlace es esperanzador, pero no es el final perfecto al que solemos estar acostumbrados. Se quedan en el aire suficientes interrogantes como para dejar una peligrosa sombra en el futuro de los Altman. Y además, como queda maravillosamente reflejado en esas escenas finales, hay heridas del pasado que jamás cicatrizarán por completo.

Con un reparto soberbio, donde brilla especialmente una estupenda Jane Fonda, y una puesta en escena sencilla, pero muy cuidada, Ahí os quedáis me pareció un film muy entrañable, que se disfruta casi por igual en sus dos vertientes, comedia y drama, y donde se demuestra, una vez más, que la comedia es algo definitivamente muy serio.

sábado, 15 de septiembre de 2018

Safe



Dirección: Boaz Yakin.
Guión: Boaz Yakin.
Música: Mark Mothersbaugh.
Fotografía: Stefan Czapsky.
Reparto: Jason Statham, Catherine Chan, Robert John Burke, James Hong, Anson Mount, Chris Sarandon, Sándor Técsy, Joseph Sikora, Igor Jijikine.

La pequeña Mei (Catherine Chan) es una niña superdotada para las matemáticas, por lo que la mafia china la utilizará como medio para trasmitir información confidencial de manera segura. Un día, su camino se cruza con el de Luke (Jason Statham), un ex agente caído en desgracia que decide proteger a la niña de las mafia rusa que la persigue.

Un film más de acción para lucimiento de la figura emergente de Jason Statham que, si somos sinceros, se mueve como pez en el agua en este tipo de papeles que solo requieren músculo y una mirada implacable. Statham, por méritos propios, ha heredado el primer puesto como duro del barrio.

Por lo demás, pocas novedades argumentales en Safe (2012), que se mueve dentro de los parámetros más manoseados de este tipo de películas. Puestos a enumerar tópicos, empezaremos por el personaje de Statham, un antiguo agente corrupto que, arrepentido, decidió dejar la mala vida. Pero su suerte, negra, lo persigue y, por no dejarse ganar en una pelea, la mafia rusa matará a su mujer, dejándolo, extrañamente, con vida como penitencia. El héroe, pues, ha tocado fondo: vive en la calle, es despreciado por sus antiguos compañeros y piensa seriamente en suicidarse.

Más tópicos: los malos son seres despiadados, de una crueldad aborrecible, que no dudan en matar a cualquier inocente que se ponga a su alcance, sean mujeres o niños. No son retratos realistas, sino simples caricaturas del mal, dibujados para asustarnos al máximo y que luego, en manos de nuestro protagonista, irán cayendo como un castillo de naipes, lo que pone seriamente en duda su tan terrible poder como malvados aterradores.

El director, Boaz Yakin, adorna todos estos elementos con una violencia desatada, a cuyo servicio está construido todo el entramado argumental, incluyendo un extraño y un tanto confuso intercambio de dinero por un disco repleto de datos incriminatorios que implica hasta la alcalde. Y es que en Safe, salvo Luke y Mei, todos los demás implicados son basura, desde los mafiosos sanguinarios a la policía corrupta y los políticos avariciosos e inmorales. El problema es que todas estas derivaciones argumentases se quedan en meras disculpas para el desarrollo de la violencia, no tienen peso real en la película, son como adornos. En realidad, bien mirado, el argumento está repleto de situaciones un tanto extrañas, a veces confusas, a veces sin mucho sentido. Lo único que cuenta aquí son las escenas de violencia, de muerte, de venganza, única meta y objetivo de Safe.

Lo novedoso aquí sería la aparición de la pequeña Mei, una niña super dotada, que ofrece unas posibilidades narrativas originales. Sin embargo, hay que reconocer que su personaje se desaprovecha casi por completo, pues poco a poco se va quedando marginado y termina siendo casi decorativo, con lo que no se le saca todo el potencial que tenía.

En cuanto a la puesta en escena, Yakin recurre a ese estilo nervioso de dirección que llena la pantalla de disparos, ruido, golpes, caos, muertes y confusión. Es una manera de dirigir que se ha convertido ya en un estereotipo y que, por lo tanto, ha perdido su capacidad de sorprender para caer en lo rutinario, dando lugar a films nerviosos y a veces un tanto caóticos que en realidad ocultan bajo esta técnica una ausencia casi total de contenido, supeditado a una acción trepidante que lo domina todo.

Pero quizá lo peor de Safe vuelva a ser esa especie de moral idiota que suele presidir este tipo de películas de acción. Imagino que es una manera de justificar éticamente tanta violencia, a veces gratuita. Y consiste en que el bueno de la película solo puede matar a los realmente malos, teniendo que hacer algún acto noble, redentor, que le diferencie de los verdaderos criminales, seres despiadados que pagarán con sus vidas. Luke, en este caso, redime sus malas acciones pasadas salvando a la niña y, un detalle crucial también, renunciando al botín de treinta millones de dólares, pues un hombre honrado no puede, según esta moral, aprovecharse de un dinero manchado de sangre. En realidad, este tipo de películas son una especie de orgía de violencia que dista mucho de resultar mínimamente edificante o defendible, a pesar de esos estúpidos intentos de justificar esa violencia y al protagonista que tiene que servirse de ella sin poder evitarlo.

Safe, en resumidas cuentas, no aporta nada realmente imaginativo al mundo de los films de acción, repitiendo fórmulas y desarrollos ya muy convencionales en este tipo de películas. Se queda en mero pasatiempo para seguidores de Jason Statham o fanáticos del género.

martes, 11 de septiembre de 2018

Juegos prohibidos



Dirección: René Clément.
Guión: François Boyer, Jean Aurenche, Pierre Bost y René Clément (Novela: François Boyer).
Música: Narciso Yepes.
Fotografía: Robert Juillard.
Reparto: Brigitte Fossey, Georges Poujouly, Lucien Hubert, Suzanne Courtal, Jacques Marin, Louis Saintève, Amédée, Bernard Musson, André Wasley.

Francia, junio 1940: miles de franceses escapan de la invasión alemana hacia el sur. Los padres de la pequeña Paulette (Brigitte Fossey) mueren en la carretera durante un ataque de la aviación alemana. La pequeña vaga por la campiña con su perrito muerto cuando es encontrada por el jovencito Michel (Georges Poujouly), que se la lleva a su casa.

La originalidad de Juegos prohibidos (1952) es que aborda el tema de la guerra a través de los ojos de dos niños de cinco (Paulette) y once años (Michel). Y el mundo de los niños es siempre curioso, extraño, con una mezcla inverosímil de fantasía, inocencia y cierta crueldad. Nada es, a sus ojos, como lo vemos de adultos. Y René Clément ha sabido contarnos su historia con una asombrosa comprensión de ese universo infantil.

Sin ningún preámbulo, Juegos prohibidos arranca con la muerte de los padres de Paulette, en una escena terrible, sin concesiones. La desolación de los espectadores choca con la actitud de la niña, incapaz de comprender qué es la muerte. Parece como si, ante los cuerpos de sus padres muertos, no fuera consciente del drama que ello supone y presta más atención a su perrito muerto. Es complicado saber qué pasa por la mente de un niño de esa edad ante una situación así, porque aún no son conscientes, tal vez, de lo que significa la palabra definitivo.

Paulette encontrará refugio en casa de Michel, un niño que se convertirá en su protector. Sin embargo, la presencia constante de la guerra y de la muerte, que vuelven a estar presentes con los bombardeos nocturnos y el fallecimiento del hermano mayor de Michel, harán mella en Paulette, que sentirá una especie de obsesión con la muerte, sin saber muy bien qué significa ni cómo expresarla o sentirla. Sin embargo, Michel intentará ayudarla desde su propia ignorancia: le construirá un bonito cementerio para que su perrito muerto no se encuentre solo, rodeándolo de otros animales muertos, con sus cruces, y le ensañará a rezar, si bien ninguno de los dos saben concretamente la finalidad y el significado de las plegarias. Simplemente, adaptan las costumbres de los adultos a su propio universo cerrado.

Es, por lo tanto, todo un mundo paralelo el que ambos niños crean de espaldas al mundo de los mayores, tan absurdo como el suyo, con la rivalidad de las familias vecinas que, incluso con una guerra encima, son incapaces de dejar a un lado sus envidias y mezquindades. Estas luchas, incomprensibles y basadas en suposiciones erróneas, vienen a ser, a cierta escala, reflejo de las tensiones entre naciones vecinas que terminan en odiosas guerras. Pero es que la naturaleza humana es así y parece no tener remedio. Y esto es lo que refleja Clément en Juegos prohibidos, sin pretender moralizar sobre ello. Su relato es un reflejo de la vida, de las relaciones humanas, de lo absurdo de muchas situaciones que, bien miradas, son incomprensibles, como el universo de los niños. Y ahí reside la belleza de Juegos prohibidos, en que intenta ser un reflejo de la vida, sin más. No hay mensajes edificantes, ni siquiera un atisbo de esperanza. René Clément nos presenta la miseria diaria, la lucha más prosaica por la subsistencia, lejos de dogmatismos o de falsas ilusiones. Una vida que se escapa de los deseos de las personas, que son arrastradas por la guerra, el hambre, la envidia, el deseo y la fantasía, como si no fueran casi dueños de su provenir. Y es lo que sucede con  Michel y Paulette, que viven su fugaz amistad sin control alguno sobre su futuro, en manos de unos adultos que se mueven ajenos a sus necesidades y afectos.

Pero si este drama tan peculiar funciona tan bien es por el excelente trabajo de Brigitte Fossey y Georges Poujouly, un prodigio de frescura y naturalidad que nos conmueven por su absoluta espontaneidad, haciendo que en muchos instantes de la película nos olvidemos que se trata de una ficción.

La música delicada y de una sencillez absoluta de Narciso Yepes aporta una nota poética al universo tan personal que crean los dos protagonistas en medio de ese mundo devastado por la guerra y la miseria.
 
Un par de curiosidades para terminar: el director había pensado hacer un cortometraje basado en el relato de François Boyer, que formaría parte, con otros, de una película sobre la infancia y la guerra; pero Jacques Tati le animó a hacer un largometraje y, dado el potencial de su obra, el director se decidió finalmente a alargar el relato.

Los que hacen de padres de Paulette en la película son, en realidad, los verdaderos padres de Brigitte Fossey en realidad.

lunes, 10 de septiembre de 2018

Le jour se lève



Dirección: Marcel Carné.
Guión: Jacques Vito y Jacques Prévert.
Música: Maurice Jaubert.
Fotografía: Curt Courant, Philippe Agostini y André Bac.
Reparto: Jean Gabin, Jacqueline Laurent, Arletty, Jules Berry, Arthur Devère, Bernard Blier.

François (Jean Gabin) acaba de matar de un disparo a Valentin (Jules Berry), un manipulador artista de variedades. Encerrado en su habitación, cercado por la policía, François repasa su vida y cómo llegó a esta situación.

Como se explica en el resumen del argumento, Le jour se lève (1939) se construye a base de largos flash backs del protagonista, lo que motivó que los productores de la cinta, temiendo que este inusual recurso pudiera llevar a la confusión de los espectadores (estamos en 1939), insistieran en que se explicara esta circunstancia al comienzo de la película, lo que se hizo recurriendo a un breve texto explicativo.

La asociación de Marcel Carné con el escritor Jacques Prévert dio lugar a memorables títulos del cine francés, como El muelle de las brumas (1938), Les visiteurs du soir (1942) o Los niños del paraíso (1945), que se unen a este thriller intimista que constituye toda una referencia en la obra del director.

La película se inscribe en lo que se dio en llamar, posteriormente, por la Nouvelle Vague, el realismo poético francés. No se trata, por lo tanto, de una visión descarnada de la realidad, sino de aportarle un enfoque poético, aunque sin disimular los aspectos más tristes y desesperantes de la condición humana. La aportación de Jacques Prévert, autor de los notables diálogos del film, es evidente en este sentido, con algunas frases realmente hermosas, cargadas de desesperación o reflejo de la irremediable soledad de los protagonistas, en especial François y Clara (Arletty), cuyo destino hubiera sido estar juntos, haciéndose compañía, como almas casi gemelas, sino hubiera aparecido el amor como un espejismo en la monótona vida de François.

Y es que éste se encapricha de la dulce Françoise (Jacqueline Laurent), huérfana como él y con su mismo nombre, en femenino. Sin embargo, las apariencias lo engañan y Françoise no es la dulce joven que se imagina, pues mantiene una relación con un hombre mucho más mayor y no duda en mentir a François cuando le interesa. Es un amor viciado que llevará al bueno de François a perder la cabeza y sellar su destino.

El film es, pues, pesimista, con unos personajes marcados casi por el destino, incapaces de escapar de su condición. La esperanza de felicidad de François, un tanto idílica, chocará con la gente con la que se encuentra, perdedores en un mundo marginal, mentirosos, desengañados, manipuladores. François no podrá salir indemne de ahí. Y acepta su suerte con cierta resignación: "Se acabó, ya no hay ningún François".

Jean Gabin, el galán francés de la época, tipo duro que anticipa los que le sucederán dentro del cine negro, muestra su natural predisposición para este tipo de personajes, si bien no está libre de cierta teatralidad que se encuentra un poco en la idiosincrasia del cine francés y que se extiende a otros secundarios. Más comedidos se encuentran la maravillosa Arletty, en su papel de mujer desengañada pero aún con cierta esperanza que no logra retener a su caballero, y Jules Berry con un personaje manipulador y mentiroso al que encarna con absoluta convicción. Por último, la perturbadora belleza de Jacqueline Laurent, en el papel de una joven no tan pura como su apariencia puede augurar. Una especie de mujer fatal que casi ignora que lo sea y que nos llega a engañar incluso a los espectadores.

Obra clave del cine clásico francés, de ahí que haya preferido conservar el título original, por el que es sin duda más conocida, la película tuvo un remake estadounidense en 1947, La noche eterna, de Anatole Litvak, con Henry Fonda y Vincent Price.
 

sábado, 8 de septiembre de 2018

Antes de que te vayas



Dirección: Chris Evans.
Guión: Ronald Bass, Chris Shafer, Jen Smolka y Paul Vicknair.
Música: Chris Westlake.
Fotografía: John Guleserian.
Reparto: Chris Evans, Alice Eve, Emma Fitzpatrick, Beth Katehis, Daniel Spink, Mark Kassen.

Mientras está tocando su trompeta en la Estación Central, en Nueva York, Nick Vaughan (Chris Evans) ve como una mujer (Alice Eve) pierde el tren en el último momento. Al comprender que está en apuros, decide intentar ayudarla.

Debut en la dirección de Chris Evans, actor más conocido por sus papeles como Capitán América o Antorcha Humana, que cambia aquí radicalmente de registro para ofrecernos una comedia romántica bastante intimista y original.

En los films románticos parece que ya está todo dicho. La base se este tipo de historias es que el chico y la chica se encuentran, se enamoran, se separan y, al final, suelen reconciliarse para satisfacción general. Es un esquema bastante común.

Lo novedoso de Antes de que te vayas (2014) es que en este caso no es así. Nick no pretende ligar con la joven desconocida de la estación, Brooke (Alice Eve), solo ve que está en problemas e intenta ayudarla. Él está aún enamorado de su antigua novia, a pesar de que hace seis años que no se ven. Pero no pierde la esperanza y, precisamente, esa noche puede volver a verla. Por su parte, Brooke es una mujer casada que, de entrada, desconfía de las intenciones de Nick, por quién no se siente atraída ni interesada. Si finalmente acepta su ayuda es, principalmente, porque no le queda otra alternativa, además de comprobar lo peligroso que puede ser para ella pasearse sola de noche por Nueva York.

Por lo tanto, Antes de que te vayas no plantea la esperada historia de amor entre los protagonistas. Es más, ambos intentan ayudarse a solucionar sus problemas sentimentales. Así, Brooke ayuda a Nick a enfrentarse a su ex novia y no dejar escapar la que puede ser su última oportunidad de intentar volver con ella. Al final, la cosa sale mal, pero al menos no se lo reprochará el resto de sus días. Y Nick, que al principio solo quiere proteger y ayudar a una joven sin dinero y sola en la gran ciudad, acaba por conocer los problemas matrimoniales de Brooke y se esforzará por ayudar a salvar su relación, porque ella, a pesar de las infidelidades de su esposo, aún lo ama y desea pelear por su matrimonio.

Por lo tanto, durante gran parte de la película no asistimos al flirteo de los protagonistas, sino a sus confesiones íntimas, en busca de apoyo o simplemente como desahogo. En medio de sus paseos nocturnos, de sus peripecias para conseguir dinero, vamos conociéndolos mejor, al tiempo que ellos también se van conociendo mútuamente, pasando de cierta frialdad a un sincero acercamiento.

Hay pequeños momentos muy hermosos en esas horas juntos, como cuando se hacen pasar por los miembros de una orquesta o cuando visitan al vidente. A decir verdad, toda la historia está repleta de pequeños momentos muy buenos, apoyados en unos diálogos inteligentes, profundos y llenos de sentimientos, que dejan de lado las obviedades para intentar profundizar en las vidas de los protagonistas, en sus deseos, sus fracasos y sus miedos.

Y es reconfortante y hermoso comprobar cómo se ayudan mútuamente, como se comprenden y se apoyan. No hay enfrentamientos absurdos ni manipulación de los sentimientos o situaciones. La noche de los dos es sincera, cercana y muy reconocible para cualquiera que haya pasado por situaciones similares. Es el punto fuerte de la película: su sinceridad, su claridad y su naturalidad. Sabemos que es cine, pero lo percibimos como una reflexión honesta sobre los sentimientos de las parejas.

Al final, tras muchas horas juntos, escuchándose, ayudándose y consolándose mútuamente, parece surgir al fin algo parecido al amor entre Nick y Brooke. Y de nuevo aquí el guión nos vuelve a dar una muestra de inteligencia y delicadeza. Lo esperado hubiera sido el final con la pareja amándose y emprendiendo una nueva vida juntos. Pero quizá lo esperado no hubiera sido lo lógico. Y, a pesar de que nos duela la separación de los dos, lo comprendemos. Eso sí, queda abierta una puerta a la esperanza, para aquellos que deseen otro desenlace, ilógico, sí, pero mucho más gratificante. Pero el guión se cuida mucho de mostrarse obvio. En otro alarde de buen gusto, deja en el aire un posible reencuentro. Pero será el espectador el que elija qué posibilidad le gustaría más como continuación de la historia.

Chris Evans se muestra muy seguro en su faceta de director. Con muy pocos elementos mantiene el interés, con una historia que avanza siempre con paso firme. En realidad, la clave está en ser natural con la cámara, que se esfuerza en no ser protagonista, sino servir a la historia con naturalidad, apoyándose en primeros planos que saben recoger los estados de ánimo de Nick y Brooke por medio de sus miradas, sus gestos, sus parrafadas y sus silencios. En su papel de actor,  Evans también muestra sencillez y naturalidad, como corresponde a su personaje y a su historia. Y Alice Eve, una mujer muy hermosa, no abusa de su físico, cosa que sería hasta comprensible, sino que demuestra que sabe ponerse en la piel de Brooke y mostrarse frágil, sensible, y fuerte cuando hace falta, con naturalidad y convicción.

En resumen, una película que me sorprendió muy gratamente, por su originalidad, en primer lugar, y por la franqueza con la que afronta temas tan delicados como el amor, la pérdida, el desengaño o la lucha; sin dramatismos, sin efectismos. Una muestra de que aún se puede sorprender al espectador si se parte de un trabajo honesto y cuidado.

jueves, 6 de septiembre de 2018

La sombra de la sospecha



Dirección: Clark Johnson.
Guión: George Nolfi (Novela: Gerald Petievich).
Música: Christophe Beck.
Fotografía: Gabriel Beristain.
Reparto: Michael Douglas, Kiefer Sutherland, Eva Longoria, Kim Basinger, Martin Donovan, Gloria Reuben, David Rasche, Ritchie Coster, Blair Brown.

Pete Garrison (Michael Douglas), un veterano en el servicio secreto de la Casa Blanca, recibe el soplo de que hay un topo entre los miembros de la escolta presidencial que planea matar al presidente. Por una serie de circunstancias, las sospechas recaerán sobre él.

La sombra de la sospecha (2006) quiere jugar a ser un apasionante thriller político aderezado con asuntos personales e íntimos de su protagonista, en un intento de resultar más apasionante y emotivo. Pero, por desgracia, no convence en ninguno de estos capítulos.

Para empezar, las películas que implican la seguridad del presidente de los Estados Unidos suelen ser un tanto inverosímiles, en general por simplistas. Para cualquier espectador resulta siempre dudoso la facilidad como se suelen plantear este tipo de tramas, donde llegar a la alcoba misma del presidente parece casi un juego de aficionados.

Y es exactamente lo que sucede con La sombra de la sospecha, que arranca con cierta emoción e intriga pero que, cuando se va descubriendo la conspiración, va perdiendo fuerza hasta caer en una sucesión de banalidades y un desenlace chapucero. Y es que una buena intriga no se logra con cuatro estereotipos y unos malos de chiste. Da la impresión de que los guionistas no se estrujaron demasiado el cerebro, limitándose a una trama demasiado elemental y nada convincente, más propia de un film de serie B.

Pero tampoco a la hora de mostrarnos los problemas personales de Pete Harrison los guionistas se muestran mucho más inspirados. Su relación amorosa con la esposa del presidente, papel que recae en una inexpresiva Kim Basinger, se despacha también con un par de escenas banales y la declaración de Pete de que la ama expuesta casi de pasada. Ni resulta convincente dicha relación ni tampoco se sabrá nada de quién ha descubierto el romance y le envía fotos acusadoras. Otro aspecto de la historia que se queda en tópicos superficiales.

Y su conflicto con David Breckinridge (Kiefer Sutherland), un colega del servicio secreto, tampoco llega a concretarse demasiado. Se habla de una infidelidad, pero también de pasada, solamente para crear un punto más de tensión dramática, pero que de cualquier manera no parece que se tenga la intención de profundizar en él, como en todo lo anterior.

El resultado de tanta falta de concreción es que la trama, en su dos vertientes, está mal expuesta, superficialmente, y no consigue convencernos y, mucho menos, interesarnos. Es más, el guión ni se molesta en aclarar todos los cabos sueltos, no sé si a propósito o simplemente por dejadez.

Para colmo, las escenas cruciales de la historia se filman de manera confusa, sin imaginación y con total falta de emoción. Da igual que Pete resulte herido, porque es todo tan burdo que no logra implicarnos en absoluto.

En cuanto al reparto, Johnson cuenta con Michael Douglas, un veterano todo terreno que, sin embargo, nunca terminó de convencerme como actor y eso que en esta película no me resulta tan artificial como de costumbre. Kiefer Sutherland creo que tiene potencial, pero su papel no permite gran cosa. Eva Longoria parece que está ahí más como objeto decorativo y Kim Basinger resulta demasiado rígida, como acartonada.

Definitivamente, un film fallido en cuanto a argumento, tensión y emoción. Un cúmulo de simplicidades que resulta confuso, como si el guión no hubiera terminado de concretarse y se quedara a medias.

miércoles, 5 de septiembre de 2018

Bullit



Dirección: Peter Yates.
Guión: Alan R. Trustman y Harry Kleiner.
Música: Lalo Schifrin.
Fotografía: William A. Fraker.
Reparto: Steve McQueen, Jacqueline Bisset, Robert Vaughn, Don Gordon, Robert Duvall, Simon Oakland, Carl Reindel, Norman Fell, Suzanne Sommers.

El senador Walter Chalmers (Robert Vaughn) encarga al teniente Frank Bullit (Steve McQueen) la custodia de un mafioso que va a testificar contra el Sindicato del Crimen de Chicago. Pero durante la vigilancia, el testigo y un policía son gravemente heridos.

El cine de los años sesenta tiene, en general, unas marcadas señas de identidad, para bien o para mal. Va esta advertencia por delante porque en algunos momentos, estas señas pueden resultar un tanto pesadas. A pesar de esa filiación, Bullit (1968) ha pasado a la historia por una magnífica persecución en coche.

El argumento de la película es bastante sencillo, si bien el guión sabe sacarle un notable partido, sobre todo porque consigue crear una cierta tensión e intriga y, lo que es más importante, de una manera inteligente, sin el recurso a trampas vulgares o engaños maliciosos. Y eso que hay un engaño, es cierto, pero del todo lógico y que además no acapara el protagonismo absoluto, sino que es un elemento más de una trama que los guionistas han sabido explotar al máximo, a pesar de no ser para nada original.

Pero quizá lo que caracteriza a Bullit sea su estilo. Estamos en los años sesenta y eso se nota. La película huye de las señas de identidad del cine negro de los años cuarenta y cincuenta en busca de unos personajes mucho más realistas y creíbles. Así, Bullit no nos parece el tipo duro e infalible al estilo Humphrey Bogart. Es un tipo duro, sí, pero lo han hecho así las circunstancias, el vivir rodeado de lo más sucio de la sociedad. No es que le guste ese mundo, pero alguien ha de hacer ese trabajo.

La película destila realismo por los cuatro costados, con una puesta en escena limpia, desprovista de cualquier artificio, incluso con localizaciones sucias, de los bajos fondos. No se esconde la realidad, sino que se expone con toda naturalidad. Y por esos escenarios se mueven policías sin aura de héroes y políticos corruptos, haciendo uso de su influencia sin ningún reparo, con la impunidad que le otorga su puesto y su dinero. Sin embargo, es verdad que la película tampoco llega profundizar demasiado en ninguno de estos aspectos. Su sencilla puesta en escena también se extiende al retrato de los personajes, muy elemental, y a esbozar las críticas sobre la corrupción policial y política, pero sin ahondar en ello.

No es un film dinámico, sino más bien lo contrario. De hecho, una de las pegas que se le pueden hacer a su director, que realiza en general un buen trabajo, preciso y directo, es la parsimonia con que se toma algunas escenas, como las del aeropuerto, con los aviones despegando o volviendo al hangar, filmados sin prisa, sin cortes ni atajos, en claro contraste con los ritmos mucho más vertiginosos del cine actual.

Y el paso del tiempo también es muy notable en cierto gusto por un realismo un tanto forzado que se nota claramente en el ruido ambiental. Es algo que me chocó al comienzo del film, después te vas acostumbrando, pero en muchos momentos se nota una clara intención en que los sonidos de la calle, de las conversaciones, de las sirenas invadan la pantalla, de nuevo para acentuar la sensación de realismo absoluto.

Pero si Bullit es célebre es por la magnífica persecución del protagonista en su Ford Mustang 390 GT a los matones a sueldo, a bordo de un Dodge Charger. La escena, cuando no se utilizaban efectos especiales, es un prodigio de dinamismo y tensión, en el marco impresionante de las calles empinadas de San Francisco. El director alterna planos generales con detalles con la cámara a ras de suelo o dentro de los coches y el resultado es realmente tan asombroso que la secuencia ha quedado como un ejemplo perfecto de cómo se debe filmar una persecución así.

En cuanto al trabajo de los actores, la película es casi exclusiva de Steve McQueen, un actor perfecto para este tipo de personajes, parcos en palabras y gestos, duros y secos, impasibles. El resto del reparto está un peldaño por debajo de McQueen. Por suerte para nosotros, el actor acapara todo el protagonismo.

A pesar de esos pequeños detalles que denotan el paso del tiempo, Bullit es un policíaco sobrio, directo, sin adornos, pero apoyado en una buena dirección que sabe explotar las virtudes del guión. El resultado es un film que engancha y entretiene, sin muchas pretensiones, pero eficaz.

La película ganó el Oscar al mejor montaje.

martes, 4 de septiembre de 2018

Lo que piensan las mujeres



Dirección: Ernst Lubitsch.
Guión: Donald Ogden Stewart.
Música: Werner R. Heymann.
Fotografía: George Barnes.
Reparto: Merle Oberon, Melvyn Douglas, Burgess Meredith, Alan Mowbray, Olive Blakeney, Harry Davenport, Sig Ruman, Eve Arden.

La señora Jill Baker (Merle Oberon), casada con Larry (Melvyn Douglas), un vendedor de seguros, decide acudir a un psicoanalista para consultarle un pequeño problema que tiene: cada vez que está irritada tiene hipo. El médico cree que puede deberse a la monotonía de su vida matrimonial.

Lo que piensan las mujeres (1941) es una comedia ligera sobre el matrimonio y los problemas de la rutina doméstica dirigida por el maestro Ernst Lubitsch, a quién se le deben algunas de las comedias más inspiradas de los años treinta y cuarenta. Sin embargo, hemos de reconocer que en esta ocasión, la obra no está a la altura de títulos como Ninotchka (1939), El bazar de las sorpresas (1940) o Ser o no ser (1942), sus películas más destacables.

Quizá el principal inconveniente de Lo que piensan las mujeres es el tono excesivamente ligero en que está planteada. No se llega a percibir la crisis de la pareja como algo serio, ni los problemas de Jill parecen merecer una mínima preocupación. Hubiera sido de agradecer algo más de profundidad a la hora de afrontar las tribulaciones de la pareja protagonista; incluso el tercero en discordia, Alexander Sebastian (Burgess Meredith), el pianista engreído y excéntrico, resulta un personaje demasiado caricaturesco.

Además, resulta evidente que los problemas matrimoniales de los protagonistas tendrán un final feliz, pues nunca llegamos a dudar de su amor, a pesar de pasar por un pequeño bache, con lo que se pierde un poco el factor sorpresa, que siempre es un punto a favor.

Otro problema que noté es la falta de ritmo evidente en muchos momentos de la película, con secuencias en que las réplicas no son todo lo ágiles que debieran, creando una sensación extraña, con momentos en que parece que la acción se atasca, que falta fluidez.

A pesar de ello, Lo que piensan las mujeres no deja de tener momentos brillantes, con algunos diálogos muy inspirados en los que se juega con la lucha de sexos, los celos y hasta la crítica artística. Los dardos, siempre complacientes y sin verdadera maldad, apuntan tanto al marido acomodado en su vida tranquila como a la mujer ociosa, que se aburre por no tener nada interesante que hacer en su vida y, cómo no, al arte moderno, pretencioso, oscuro y aburrido, junto a los artistas vanidosos, altivos y cobardes. Sebastian, por ejemplo, se considera un genio tocando el piano cuando para el resto del mundo no es más que es un pianista de segunda fila.

Entre los muchos momentos interesantes, quizá destacaría algunas secuencias que nos hablan de la elegancia de Lubitsch como director. Por ejemplo, su recurso a la elipsis, algo muy habitual en él, gracias a la cuál el director no nos muestra lo que sucede en realidad, pero lo adivinamos sin esfuerzo y el resultado es mucho más interesante; como la escena en que Alexander quiere besar a Jill y esta se aparta, negándole el beso. Ambos salen de pantalla y, al volver Alexander, se sienta al piano tocando una arrebatadora melodía, lo que nos aclara que finalmente consiguió su objetivo.

También es muy bonita la manera que tiene el director de mostrarnos los verdaderos sentimientos de los protagonistas de una manera indirecta. Cuando Larry tiene que abofetear a Jill para justificar el divorcio, lo hace después de haberse emborrachado, pues sobrio no tenía valor para hacerlo. Otro momento de los más inspirados es la secuencia de reconciliación en el hotel, un prodigio de puesta en escena en la que Larry juega al engaño con Jill, que termina descubriendo el pastel mientras su marido sigue con su pantomima, hasta que ambos dejan caer sus máscaras con un apasionado beso. Una hermosa y simpática manera de poner punto y final a su desencuentro.

Melvyn Douglas, que ya había trabajado con Lubitsch en Ninotchka, me parece perfecto para su papel. Douglas era un actor elegante y sobrio y no carente de atractivo. Su buena conexión con Merle Oberon es evidente y esa química se nota en sus escenas juntos, donde se dan los mejores momentos de la película. Burgess Meredith, más conocido en su madurez por su papel como entrenador de Rocky, está también más que correcto, si bien su personaje es el más teatral de todos.

Llama la atención el detalle de recurrir a carteles para aclarar algunos momentos del relato, al estilo del cine mudo, en lugar de recurrir a la más moderna voz en off. Y también es curioso que los industriales a los que Larry tiene que vender sus pólizas sean húngaros, país donde transcurría la acción en El bazar de las sorpresas.

Y otra curiosidad más, el director ya había filmado el mismo argumento en su etapa de cine mudo, bajo el título de Divorciémonos (1925).

viernes, 31 de agosto de 2018

Gravity



Dirección: Alfonso Cuarón.
Guión: Alfonso Cuarón y Jonás Cuarón.
Música: Steven Price.
Fotografía: Emmanuel Lubezki.
Reparto: Sandra Bullock, George Clooney.

Durante una misión en el transbordador espacial Explorer, y mientras la doctora Ryan Stone (Sandra Bullock) intentaba reparar el telescopio espacial, la destrucción de un satélite ruso provoca una reacción en cadena, provocando una tormenta de desechos que choca contra el Explorer. Solo Ryan y el comandante de la expedición, Matt Kowalski (George Clooney), sobreviven, pero quedan flotando solos en el espacio.

Gravity (2013) es una espectacular odisea en el espacio de Sandra Bullock que nos va a sorprender, específicamente, por las impresionantes imágenes y la asombrosa dirección de Alfonso Cuarón. Un espectáculo visual sorprendente para una aventura muy limitada.

Técnicamente, Gravity nos demuestra el grado de perfección que se puede lograr con la tecnología hoy en día. La película, que transcurre en el espacio, nos ofrece unas imágenes de la tierra bellísimas y el juego con la profundidad de campo, la falta de gravedad y la plasticidad de los movimientos de personas y objetos en ese universo está realmente muy logrado.

Sin embargo, todo ello debe estar al servicio de la historia, no al revés. Y el drama de supervivencia de la doctora Stone y el comandante Kowalski me pareció sin la fuerza suficiente como para arrastrarme con ellos en su lucha por sobrevivir. No quiero decir que las formas se comieron el contenido, pues la puesta en escena es espectacular y se agradece. Pero el fallo de la película es que el guión no supo poner al nivel de los prodigios visuales la parte emocional de la película. La lucha de Stone y Kowalski daba para mucho más que unas frases un tanto estereotipadas y el indispensable drama personal (la muerte de la hija pequeña de Ryan tiempo atrás), que parecen meras muletillas y que no terminan de dar una dimensión poderosa a los protagonistas que sea capaz de meternos en su piel y sufrir su supuesta angustia. Es más, hay un cierto tono como despreocupado en Matt que incluso resta emoción a su situación, como si fuera de lo más habitual quedarse perdidos en el espacio.

Y la prueba de esta falta de intensidad dramática se da cuando Matt decide desengancharse de Ryan. No somos conscientes de la importancia de esa decisión, del dramatismo de ese instante. Podemos creer que Ryan acabará rescatándolo o no. Pero es un momento realmente que importante que transcurre casi como uno más. Y lo mismo se puede decir del regreso de Ryan a la tierra. A parte de parecer del todo inverosímil la manera en que logra entrar en la estación china, con la ayuda de un extintor, un detalle demasiado peliculero y que podría haberse evitado, volvemos a tener la sensación de que no se supo darle toda la intensidad a ese momento. Quizá porque intuimos el final feliz, lo que nos impide vivir la secuencia con más incertidumbre, pero es que volvemos a las reacciones mecánicas, los tópicos y realmente no se siente la angustia por ningún lado, salvo, de nuevo, por las portentosas imágenes.

Capítulo aparte merece la secuencia en que Matt llama a la ventanilla de la cápsula en que viaja Ryan. Si bien finalmente no es más que un pequeño truco narrativo, la secuencia se antoja caprichosa y no ayuda tampoco en mucho a reforzar la carga dramática del relato, casi logra todo lo contrario.

El otro recurso, a parte de la belleza visual de la película, que utiliza Cuarón para intentar insuflar dramatismo a la historia (lo que no dice mucho a su favor) es la machacona banda sonora que acompaña las escenas de peligro. Qué lejos estamos de la elegancia de 2001: Una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968), donde la banda sonora armonizaba con la belleza plástica de las imágenes. Aquí la música es cansina, pesada y molesta y, lejos de añadir dramatismo, resulta agotadoramente ineficaz.

A pesar de todo lo dicho, Gravity recibió nada menos que diez nominaciones a los Oscars, ganando la asombrosa cantidad de siete estatuillas: mejor director, fotografía, montaje, banda sonora, edición de sonido, mezcla de sonido y efectos visuales. Es decir, técnicamente es un film sorprendente. Es la lacra del cine actual: se ha perdido la sensibilidad para contar buenas historias.

jueves, 30 de agosto de 2018

Robin Hood



Dirección: Ridley Scott.
Guión: Brian Helgeland (Historia: Brian Helgeland Ethan Reiff y Cyrus Boris).
Música: Marc Streitenfeld.
Fotografía: John Mathieson.
Reparto: Russell Crowe, Cate Blanchett, Óscar Isaac, Mark Strong, Max von Sydow, William Hurt, Kevin Durand, Danny Huston, Matthew Macfadyen, Léa Seydoux, Eileen Atkins.

Robin Longstride (Russell Crowe) sirve como arquero en las tropas de Ricardo Corazón de León (Danny Huston), que vuelve a Inglaterra tras la cruzada en Tierra Santa. Sin embargo, durante un asedio a un castillo en Francia, el rey muere. Robin y sus amigos deciden abandonar la lucha y volver a Inglaterra.

Parece que han pasado para siempre los mejores años de Ridley Scott, cuando era un artista que nos sorprendía con películas tan poderosas como Alien, el octavo pasajero (1979) o Blade Runner (1982), para mí sus dos obras maestras. Luego, algunas buenas películas, pero lejos del genio de sus comienzos. Eso sí, aún demuestra, como en Robin Hood (2010), que sabe contar historias con pulso firme.

Reconozco que es difícil hacer una versión de Robin Hood que nos sorprenda, pues creo que es imposible superar, o igualar siquiera, el Robin de los bosques (Michael Curtiz y William Keighley), con el inolvidable Errol Flynn, ¡de 1938 nada menos! Por eso se puede entender que Scott decida contarnos la historia de Robin justo antes de convertirse en el proscrito de Sherwood. Si no puedes competir con el mito, intenta hacer algo diferente.

Y la historia del arquero que suplanta la identidad de un caballero, descubre su pasado y encabeza la lucha para salvar a Inglaterra de la invasión francesa tiene la épica necesaria para construir una aventura apasionante. Y hemos de reconocer que el director pone todo de su parte para conseguir un espectáculo visualmente impactante. Scott mueve la cámara con habilidad, mantiene un ritmo intenso, especialmente en las escenas de lucha, y logra una recreación de la época bastante lograda, tanto en decorados, como en vestimentas y localizaciones.

El resultado es un film que muestra su ambición por los cuatro costados, con acción, drama, traiciones, muertes y batallas espectaculares que el director lleva con mano firme logrando, a pesar de su larga duración, que transcurra de manera ágil.

Sin embargo, falla en lo más básico de cualquier película: el alma. Y es que Robin Hood es un film que nos deja fríos. Asistimos, con cierto asombro, a un espectáculo brillante, pero que no logra emocionarnos en ningún momento. Y la causa está en que los personajes centrales no están para nada bien dibujados, se quedan en bocetos, en estereotipos, que actúan según un diseño un tanto mecánico, lleno de tópicos y poco convincente.

Como, por ejemplo, el personaje de Robin que, al principio, es un simple arquero pero, de golpe, el viejo Sir Walter Loxley (Max von Sydow) le cuenta que desciende de un gran hombre, un filósofo, defensor de la libertad, lo que parece ser la causa de su muerte violenta. El problema es que, soltada así, de repente, suena a justificación barata, moralidad de andar por casa. Y, sobre todo, no es creíble, tal vez por la manera precipitada en que está contada. Además de volver a caer en el tópico de la manida libertad: mantra de todas las películas de aventuras modernas, única justificación y estandarte y que siempre va unida a la consabida democracia.

Además, el personaje de Robin no deja de ser un héroe sin profundidad; es arrogante, valiente y de nobles ideales, pero con la apariencia de estar completamente prefabricado; responde a todos los tópicos esperados, sin más. No es un héroe que despierte simpatía ni admiración, y mucho menos que resulte conmovedor. Y Lady Marian (Cate Blanchett) responde también a los ideales y prototipos actuales, en virtud de los cuales la mujer debe ser luchadora, fuerte e independiente, sin tener en cuenta la época histórica en que se desarrolla la acción. Ver a Marian en pleno campo de batalla resulta hasta grotesco. Pero son los peajes que hay que pagar en el cine actual, que busca ser políticamente correcto y no ofender a nadie, aunque por el camino se pierda cualquier viso de verosimilitud.

Pero ahí no se queda la cosa. Hay más. Y es esa moralidad idiota que ha de justificarlo todo. En este caso, que Marian se entregue a su nuevo hombre. Para que todo resulte correcto, moralmente correcto, hay que aclarar que solo estuvo con su marido una semana, tras casarse con el que era un perfecto desconocido, antes de que partiera a las cruzadas. Todo casi, casi casto y puro.

Una de las claves de una buena película de aventuras es contar con un malo de altura. Es esencial para la fuerza dramática del relato. Y de nuevo comprobamos las carencias del guión también en este apartado. Si el héroe no estaba bien definido, el malo de turno tampoco. De nuevo no pasamos de los gestos, las miradas de odio y poco más. Así no se puede insuflar vida a lo que quiere ser una gran aventura.

Conforme avanza la película, el relato de Ridley Scott va perdiendo frescura y fuerza, tras unos comienzos esperanzadores, y se van diluyendo las expectativas en un desarrollo más rutinario, plagado de estas convenciones y moralidad absurdas, y llegando poco a poco a un desenlace demasiado previsible, sin imaginación y donde, quitando el virtuosismo de las peleas, que parece que pretenden emular al desembarco de Salvar al soldado Ryan (Steven Spielberg, 1998), pero con flechas en vez de disparos, no tenemos nada que nos sorprenda y nos emocione.

Russell Crowe cambia sus ropas de romano de Gladiator (2000), también de Ridley Scott, por el arco y la espada y, sinceramente, creo que es el actor ideal para este tipo de papeles. Hace todo lo que está en su mano para ofrecernos un personaje poderoso, atractivo. El problema no radica en su trabajo, sino en su personaje. A su lado, Cate Blanchett me parece demasiado fría, distante. No termina de haber esa química incendiaria entre ellos que habría sido muy agradecida. Lo mejor de todo, sin duda, la presencia de Max von Sydow, un gran actor que borda su papel.

Hay que reconocer que el cine de aventuras, en la actualidad, salvo escasas excepciones, parece dominado por la técnica, por el afán de ser más espectacular que nadie, olvidándose de que lo que conmueve al espectador no son las escenas de lucha o los travellings sorprendentes, sino las historias habitadas por personas creíbles, con algo que contar y que trasmitir. Y este es el defecto principal que le encuentro a Robin Hood y por lo que terminé de verla un tanto decepcionado al ver que, a pesar de los medios con los que cuenta el cine en la actualidad, se ha perdido la magia y el encanto de antaño.