El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 11 de abril de 2015

El último hombre... vivo



Dirección: Boris Sagal.
Guión: John William Corrington (Novela: Richard Matheson).
Música: Ron Grainer.
Fotografía: Russell Metty.
Reparto: Charlton Heston, Anthony Zerbe, Rosalind Cash, Paul Koslo, Lincoln Kilpatrick, Eric Laneuville.

A raíz de una terrible guerra bateriológica entre Rusia y China, la población mundial muere o enferma gravemente, convirtiéndose en enfermos crónicos de aspecto terrible. El coronel Neville (Charlton Heston), que estudiaba una vacuna contra la epidemia, logra sobrevivir al inyectarse una dosis aún experimental.

El último hombre... vivo (1971) es un film de ciencia-ficción apocalíptico que uno adivina que hubiera podido dar mucho más de sí. Sin embargo, un guión terrible, un director malísimo y un apego a las modas de los años setenta convierten esta película en algo cuando menos risible.

La película se basa en la novela Soy leyenda de Richard Matheson, que ya había dado origen a un par de films anteriormente, como El último hombre en la tierra (Sindey Salkow y Urbaldo Ragona, 1964) y La noche de los muertes vivientes (George A. Romero, 1968). Sin embargo, John William Corrington se toma aquí algunas licencias, la más notable es la de convertir a los vampiros de la novela en una extraña secta de enfermos descoloridos que no soportan la luz del sol.

El último hombre... vivo destaca ya desde el comienzo como un film extraño. Que en una ciudad debastada, poblada de cadáveres y de extrañas criaturas enfermas, como veremos enseguida, el protagonista se dedique a deambular como un idiota con su descapotable soltando frases estúpidas es, al menos, desconcertante. Pero la cosa no va a mejorar con el paso de los minutos, sino que seguirá de mal en peor. ¿La culpa?, básicamente de un guión absurdo y estúpido que arruina las posibilidades de una idea no demasiado mala. Pero entre unos diálogos absurdos, unos personajes que no terminan de convencernos, un desarrollo cutre y torpe, con situaciones casi incomprensibles cuando no absurdas (Neville prefiere jugar al ajedrez mientras los infectados sitian su casa en lugar de hacerles frente), unos villanos que son una especie de secta anti-progreso que causan más pena que miedo y un héroe que no termina de caernos bien... al final tenemos un film surrealista que nos entretiene en parte por risible y en parte por intentar ver en qué desemboca tanta estupidez.

Además, tenemos que añadirle una escasez de recursos alarmante, de manera que más que un holocausto mundial, parece que asistimos a una crisis de barrio cutre y mal montada. Y como guinda, una banda sonora ridícula que no cuadra con las imágines y termina por crear un espectáculo visual bastante pobre.

De parte del reparto, poco que reseñar. Contamos con la presencia de Charlton Heston como principal aliciente. Pero Heston, no nos engañemos, no es un gran actor; sin embargo, tenía su cartel como tipo duro forjado en películas de la talla de Ben-Hur (William Wyler, 1959) o El planeta de los simios (Franklin J. Schaffner, 1968), lo que parecía hacerlo bastante recomendable en cierto tipo de proyectos; pero ni era un gran actor ni sabía elegir bien sus películas, como demuestra el ejemplo que nos ocupa. Su trabajo aquí se reduce a poner poses atormentadas y a lucir físico. El resto de actores no dan la talla mínimamente, con trabajos mecánicos muy poco convincentes.

Film por lo tanto de escaso mérito, tanto argumental como de puesta en escena, que además ha envejecido pésimamente. El supuesto miedo que debía provocarnos se convierte en risas y extrañeza ante un espectáculo bastante pobre e incoherente. Sólo para curiosos en busca de rarezas.

Dos hombres contra el Oeste



Dirección: Blake Edwards.
Guión: Blake Edwards.
Música: Jerry Goldsmith.
Fotografía: Philip Lathrop.
Reparto: William Holden, Ryan O'Neal, Karl Malden, Lynn Carlin, Tom Skerritt, Joe Don Baker, Moses Gunn, Rachel Roberts, James Olson, Leora Dana, Victor French.

Ross Bodine (William Holden) y Frank Post (Ryan O'Neal), cansados de trabajar como vaqueros y seguir viviendo en la miseria, deciden un día atracar el banco del pueblo y huir a México con el botín. No cuentan con que su patrón, Walter Buckman (Karl Malden), decida que dicho robo no puede quedar impune.

Primera y última incursión de Blake Edwards en el mundo del western, donde además escribe también el guión. El resultado es un film irregular, curioso al menos.

Lejos del mundo de la comedia, tenemos la impresión de que el director se mueve en un terreno que no le resulta muy familiar. De hecho, Dos hombres contra el Oeste (1971) recurre en no pocos momentos y con su planteamiento general a un enfoque muy próximo a la comedia, en especial con los personajes principales: vaqueros amables, juerguistas y, en el caso del personaje de O'Neal, un tanto infantíl. En este sentido, la película puede recordarnos a El club social de Cheyenne (1970), curiosamente obra de otro director ajeno al género como era Gene Kelly. Sólo cuando llega la hora de pasar a la acción, Edwards se muestra más dramático, aunque sobrevuela siempre un tono amable en toda la cinta.

Y el caso es que los parecidos con otros westerns no terminan ahí. Si el tono recuerda a la película de Gene Kelly, las formas nos remiten directamente a Sam Peckinpah, con el recurso a la cámara lenta en las escenas de acción y la abundancia de sangre. Por si ello no fuera bastante, el tema de dos fugitivos perseguidos sin descanso nos hará acordarnos inevitablemente de Dos hombres y un destino (George Roy Hill, 1969).

En todas estas comparaciones, Edwards lleva las de peder.

Pero quizá el principal problema de la película sea su tremenda falta de ritmo. Las escenas se alargan interminablemente sin motivo, los diálogos a veces resultan cansinos, algunas secuencias parecen estar ahí casi de relleno y en otras uno espera que terminen ya y, por el contrario, el autor las estira sin que ello aporte nada especial a la historia. Si a ésto le añadimos que la película se alarga hasta los ciento nueve minutos, entenderemos que en algunos pasajes se nos haga cuesta arriba mantener en interés por las aventuras de los protagonistas.

Como pasa en muchas películas de tono parecido, el querer tratar de un modo ligero los acontecimientos, con cierta amabilidad, resta intensidad al drama y hace que veamos la película de un modo excesivamente relajado. Incluso cuando la tensión se hace patente, nos cuesta meternos en el drama y vivirlo con intensidad. Tampoco se logra librar Edwards de ciertos tópicos del género, con lo que muchas secuencias resultan demasiado previsibles y planas, al redundar en clichés algo forzados. El caso más evidente es el del personaje de O'Neal, al que, al ser joven, se le carga con un tono infantíl y que roza la caricatura.

Pero además, Edwards quiere nutrir la trama principal con otras secundarias, en principio para enriquecer a la primera y al film en general, se supone, pero lo único que hace es aumentar el metraje sin que esas tramas secundarias (pienso en la oposición de ganaderos con pastores de ovejas) lleguen a integrarse convenientemente con la principal.

Aún así, algunos instantes merecen la pena, si bien son pequeños detalles en un conjunto que no termina de resultar ni coherente del todo ni apasionante. Lo mejor, el reparto, con un soberbio William Holden acompañado por un Ryan O'Neal en la cima de su carrera. También podemos disfrutar de la presencia del gran Karl Malden, si bien resulta un tanto desaprovechado, limitándose a un rol muy secundario.

Dos hombres contra el Oeste (título castellano bastante ridículo) no deja de ser un film menor que poco aporta al género. Una incursión no muy exitosa en el western del irregular Blake Edwards.

jueves, 9 de abril de 2015

Black Hawk derribado



Dirección: Ridley Scott.
Guión: Ken Nolan (Historia: Mark Bowden).
Música: Hans Zimmer.
Fotografía: Slawomir Idziak.
Reparto: Josh Hartnett, Eric Bana, Ewan McGregor, Tom Sizemore, William Fichtner, Sam Shepard, Brendan Sexton III, Jeremy Piven, Brian Van Holt, Carmine Giovinazzo, Ewen Bremner, Ron Eldard, Kim Coates, Hugh Dancy, Jason Isaacs, Orlando Bloom, Tom Guiry, Tom Hardy, Matthew Marsden, Nikolaj Coster-Waldau, Enrique Murciano.

Somalia, 1993. Con el fin de terminar con la guerra civil que sufre el país, soldados de élite norteamericanos son enviados a Mogadiscio con la misión de capturar al caudillo Aidid.

La historia siempre cambia según el bando del cronista. Y en el caso del cine bélico americano, ya sabemos dónde están los héroes, dónde la razón y dónde la verdad. Hollywood, desde siempre, se ha servido del género de guerra para hacer propaganda de sus tropas, de su ideología y de sus principios, aún a costa de falsear la verdad, mentir y manipular. Lo que pasa es que a veces el resultado era tan bueno que uno tendía a perdonar ciertas "licencias" como parte del espectáculo. Sin embargo, en muchas otras ocasiones, nada parece justificar ciertos ejercicios de glorificación de la labor del ejército americano, como es el caso de Black Hawk derribado (2001), un film impecable técnicamente pero muy criticable ideológicamente.

El film se basa en unos hechos reales ocurridos en Somalia durante las guerras civiles que asolaron el país a principios de los años noventa. Con la excusa de proteger a la población civil (según se nos cuenta en el prólogo de la película), el ejército americano intervino en el conflicto, lo que le sirve a Ridley Scott para montar un festival de cine bélico de nueva generación donde prima el tono documental, una puesta en escena de lo más cuidada y mucha violencia filmada con un virtuosismo que nos recuerda al mejor Spielberg de Salvar al soldado Ryan (1998). Desde el punto de vista visual, la película es casi perfecta, logrando que sintamos la guerra como si estuviéramos en ella.

El problema viene cuando se tiene que dar un sentido a tanta violencia, cuando hay que construir una historia que aguante el despliegue técnico y visual. Y por aquí es por donde Black Hawk derribado hace aguas miserablemente. Toda la modernidad de la puesta en escena se pierde con un planteamiento argumental anclado en los clichés más burdos y trillados del género, con redundancia en el valor más allá del deber, la camaradería entre las tropas (salvando pequeños desencuentros iniciales), el sacrificio, el honor y, lo peor de todo, una justificación de tanta barbarie y tanta matanza en la simple idea de ayudar al compañero. Y, claro está, esas escenas dramáticas, de dolor y valor sin límites se ven edulcoradas con una banda sonora un tanto empalagosa y cursi a cargo de Hans Zimmer. En el fondo, un film propagandístico más, de una torpeza ideológica manifiesta, que se revela en toda su crudeza y vulgaridad en la escena del general limpiando la sangre de un soldado vertida en el suelo. Una imagen, aquí sí, que vale más que mil palabras.

Por cierto, dentro de la tónica habitual en este tipo de películas, el enemigo es simple carne de cañón, cuando no una masa despiadada, sin alma ni conciencia. El dolor, el valor y el honor descansan sólo en un bando.

Pero además de un hilo argumental tan delgado como frágil, otro de los problemas de la película reside en su excesiva duración. Si visualmente la película es impactante en las escenas de acción, el hecho de que ésta se extienda durante la mayor parte de los ciento cuarenta minutos que dura la película termina por resultar un ejercicio agotador. Es verdad que Scott nos ofrece algunas escenas de calma, para que nos repongamos de tanta violencia, pero son a todas luces insuficientes, de manera que hacia la mitad de la película yo sufría ya una sobredosis de disparos y sangre, sintiéndome agotado y desesperado al no vislumbrar el final de tanta sacudida.

Película ambiciosa, con un reparto bien nutrido, Black Hawk derribado consiguió llevarse dos Oscars de sus cuatro nominaciones: mejor montaje y mejor sonido.

Para amantes de la acción pura y dura, muy bien filmada, es cierto, pero un tanto excesiva. Si eres de los que buscan algo más detrás de la acción, esta película te defraudará.