El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 19 de junio de 2017

The Purge: La noche de las bestias



Dirección: James DeMonaco.
Guión: James DeMonaco.
Música: Nathan Whitehead.
Fotografía: Jacques Jouffret.
Reparto: Ethan Hawke, Lena Headey, Max Burkholder, Adelaide Kane, Rhys Wakefield, Edwin Hodge, Tony Oller, Tom Yi, Tyler Jays, Alicia Vela-Bailey.

Año 2022: Estados Unidos ha superado un período de caos y se ha refundado la nación. Ahora reina la prosperidad, casi no hay paro y la violencia se ha reducido al mínimo. Y todo gracias a una disposición legal que permite que, una vez al año, durante toda una noche, la población pueda cometer cualquier crimen sin tener que responder ante la justicia. Es la conocida como "purga anual".

La ciencia-ficción, sea real o sea una mera conjetura política, como es el caso aquí, da lugar a las más disparatadas hipótesis. Guionistas imaginativos se lanzan febriles a proponer escenarios de lo más apocalípticos. El problema es cuando se los toman en serio y pretenden que nosotros los secundemos en sus elucubraciones. La idea de una sociedad donde se permite una noche de crímenes sin límite ni control es, en esencia, un disparate. Podría haberse planteado algo parecido pero sin tanta radicalidad como medio de advertir de la deriva violenta de la sociedad actual y, seguramente, podría funcionar, al estilo de La naranja mecánica, por ejemplo. Y es que dentro de lo excesivo del planteamiento, la idea daba para algo más que para un thriller violento. Porque es verdad que se podría incidir algo más en el dilema entre caer en la espiral de violencia que las autoridades permiten o mantener los principios éticos que se opongan a ese disparate. Algo que se apunta en la película, pero sin detenerse demasiado en ello, quedando el apunte casi como mera anécdota.

Uno tiene la sospecha de que el argumento de The Purge (2013) no es más que una mera excusa para poder dar rienda suelta a un film cargado de violencia y de muertes sin mucho sentido. Es la contradicción de este tipo de propuestas: pretenden alertar sobre los peligros de la violencia y en realidad solo son un repertorio de muertes y asesinatos gratuitos, en una especie de glorificación o canalización de la violencia extrema.

Pero dejando a un lado lo que podría haber sido y no fue en cuanto a reflexión moral sobre la sociedad actual y futura, The Purge es un mala película en sí misma. Se puede hace buen cine con una mala idea. En este caso, si bien la idea no es ninguna maravilla, creo que podría haber dado pie a un film mucho más decente que el que nos ofrece James DeMonaco. El film, por ejemplo, cuenta con unos personajes que no acabamos de comprender, con reacciones absurdas, como la del novio de Zoey (Adelaide Kane) o la de los vecinos de la familia Sandin, verdaderos majaderos sin mucha explicación, más allá de que la noche en cuestión los convirtiera de pronto en histéricos flipados.

Pero si los personajes resultan un tanto incomprensibles, lo mismo se puede decir con el desarrollo de la trama, donde se desaprovecha claramente la tensión que podría generar el asalto a la casa de los Sandin con una puesta en escena un tanto precipitada, casi cómica por momentos y sin el nervio que debería tener para mantenernos sin aliento. Todo en realidad es bastante chapucero en líneas generales, desde la dirección hasta algunos detalles del argumento un tanto absurdos, salvo lo sucedido con James (Ethan Hawke), único detalle que rompe la absoluta previsibilidad de los acontecimientos, incluida la consabida sorpresa de última hora, de nuevo chapucera, forzada, increíble y absurda.

En cuanto al reparto, la verdad es que ningún actor se salva del desastre general, quizá tan despistados por lo absurdo del planteamiento como nosotros. Quizá Ethan Hawke sea el único que mantiene algo el tipo, dentro de unos trabajos extraños y bastante artificiales de sus compañeros.

En definitiva, un film que busca solamente dar rienda suelta a ese tipo de violencia un tanto gratuita tan habitual en el cine actual, pero lo hace sin talento y sin nervio.

Curiosamente, la película fue un éxito de taquilla, lo que dio lugar, naturalmente, a dos secuelas más, de manera que ya tenemos una trilogía que viene a confirmar que en la actualidad solo el resultado en taquilla parece ser el único juez válido para las productoras.

domingo, 11 de junio de 2017

La ciudad de las estrellas (La La Land)



Dirección: Damien Chazelle.
Guión: Damien Chazelle.
Música: Justin Hurwitz.
Fotografía: Linus Sandgren.
Reparto: Emma Stone, Ryan Gosling, John Legend, Rosemarie DeWitt, J.K. Simmons, Finn Wittrock, Sonoya Mizuno, Jessica Rothe, Jason Fuchs.

Los Angeles: Mia (Emma Stone), una aspirante a actriz que no ha tenido mucha suerte, se tropieza por primera vez con Sebastian (Ryan Gosling), un pianista de jazz, en medio de un atasco. Luego, se vuelven a encontrar por casualidad un par de veces más, surgiendo de pronto una atracción mutua.

La La Land (2016) representa la vuelta gloriosa del musical al primer plano de Hollywood y, por lo tanto, del mundo del cine. El musical no es un género que me guste demasiado. La interrupción de la acción con los consabidos números musicales me resulta, en general, artificial y cansina. Sin embargo, los premios obtenidos por esta película y una recomendación especial me animaron a darle una oportunidad. ¿El veredicto?

Analizar La La Land requiere enfocarla desde diferentes puntos de vista, pues quizá con uno solo no podría abarcar todo su contenido.

Como musical, la verdad es que la película fue de menos a más. Tal vez porque al principio me costaba meterme en los interludios musicales, que me parecían algo artificiosos. Sin embargo, poco a poco te vas dejando llevar, gracias a una banda sonora muy buena que te va ganando y también porque la película es, en esencia, una obra que se asienta fundamentalmente en la música, hasta el punto que la historia de Mia y Sebastian se ciñe, al menos en el 80% de la película, a los detalles más básicos, casi como una mera excusa para desplegar los números musicales. Por cierto, sea como homenaje a los musicales clásicos o por gusto personal del director, el recurso a los colores me resultar un tanto excesivos, quizá porque no resultaba nada sutil. Puede que estéticamente queden bien, pero le dan a la película un toque un tanto artificial y pretencioso.

En cuanto al reparto, aquí la película merece un sobresaliente. Y es que Emma Stone nos gana en seguida merced a su espontaneidad y a una gracia especial, casi hipnótica. Es el alma de la película y además cuenta con Ryan Gosling que, sin resultar tan fascinante como ella, consigue darle la réplica perfectamente. En ellos recae todo el peso de La La Land y el mérito de que su historia de amor nos enganche es gracias a ellos.

Pero sin duda, lo mejor de la historia estaba reservado para el final. Para unos diez o quince minutos maravillosos que justifican ellos solos el ver la película. Es cuando la historia de Mia y Sebastian por fin cobra forma, deja de ser un mero soporte de la parte musical y se convierte en la esencia y la clave de la película. Son quince minutos donde, sin palabras, en la mejor tradición de cine mudo, se muestra lo que fue y lo que pudo ser en la vida de la pareja. Cómo un viaje por trabajo a Francia separa a los amantes sin remedio, cambiando el curso de sus vidas. Pero la magia del cine crea una segunda oportunidad, al menos durante los breves segundos que dura un sueño, el tiempo que dura una canción al piano. Y entonces todo encaja de nuevo y es hermoso, perfecto y conmovedor. Son unos minutos de buen cine, donde por fin hay una cohesión perfecta entre la música y la historia, sin imposturas, sin artificios, con sinceridad. Lástima que no sea así durante todo el metraje, porque estaríamos hablando de una obra maestra.

Aún así, a pesar de sus defectos, La La Land es un film notable, cuidado, ambicioso y por momentos casi mágico.

La película recibió catorce nominaciones a los Oscar (récord absoluto junto a Eva al desnudo y Titanic), ganando finalmente seis: mejor director, actriz (Emma Stone), diseño de producción, fotografía, canción original y banda sonora.

martes, 6 de junio de 2017

De 5 a 7



Dirección: Victor Levin.
Guión: Victor Levin.
Música: Danny Bensi y Saunder Jurriaans.
Fotografía: Arnaud Potier.
Reparto: Anton Yelchin, Bérénice Marlohe, Olivia Thirlby, Lambert Wilson, Frank Langella, Glenn Close, Eric Stoltz, Dov Tiefenbach, Joe D'Onofrio.

Brian (Anton Yelchin) es un joven escritor al que le han rechazado la publicación de cuanto ha escrito. Un día se encuentra en la calle con una hermosa mujer y la atracción es tal que siente el impulso de cruzar la calle para conocerla. Será el comienzo de una increíble historia de amor.

Lo que más choca al principio en De 5 a 7 (2014) es sin duda el argumento. Cuesta entender que el matrimonio de Arielle (Bérénice Marlowe) y Valéry Pierpont (Lambert Wilson) tengan una concepción tan abierta de su relación, donde se acepta con normalidad absoluta que tu cónyuge tenga un amante, hasta el punto de oficializarse incluso la relación. Pero debemos aclarar que la historia se basa en un caso real que conoció el director en Francia, precisamente. Y el argumento de la película incidirá repetidamente en las diferencias culturales de Estados Unidos y Francia, quizá en un deseo de justificar esa peculiar manera de entender el matrimonio y hacerla más aceptable para el público.

En todo caso, es la premisa básica. Pero la película es mucho más. Es una comedia romántica que nos permite seguir el descubrimiento del amor, en mayúsculas, por parte de Brian, un joven que aspira a ser escritor pero que, como vamos descubriendo poco a poco, aún no ha desembarcado plenamente en el río de la vida. Su contacto permanente con su padres, de quienes parece depender económicamente, mantienen a Brian aún en un estado de juventud casi idílica, sin responsabilidades, dedicado a lo que más le gusta. Sin embargo, su encuentro con Arielle, una mujer mayor que él, mucho más madura, le descubrirá un universo nuevo, lo hará madurar y también lo dejará marcado de por vida.

No sé si uno puede tener varios amores perfectos a lo largo de la vida. Puede que así sea. Pero el mensaje de De 5 a 7 es que solo hay un amor auténtico, arrebatador, poderoso como un ejército invencible. Y ese amor nos llega, a menudo, en nuestra juventud, en los años en que despertamos a la vida, en que somos moldeables, dúctiles y ardemos en deseos de conocer, de experimentar y de saber. Esa etapa única marcará nuestra vida sin remedio, como a Brian, enamorado para siempre de una sirena perfecta, tierna y hermosa como un espejismo.

Puede que el amor verdadero tenga que durar poco y romperse sin remedio. Tal vez por eso es eterno. Lo dice Brian, más o menos, y es que así lo siente y así será.

Sin embargo, el mensaje tan poderoso de la película no siempre se ve acompañado por la misma perfección e intensidad en el relato. Creo que la película, en general, se pierde a veces en pequeñas anécdotas, potenciando la parte de comedia de la historia, y se deja quizá en el camino el adentrarse con más decisión y contundencia en la parte romántica de la historia de amor de Arielle y Brian, dos personajes que me hubiera gustado conocer mejor; pues sus muestras de cariño, sus declaraciones de ese amor único e incombustible se resumen en un par de frases susurradas al oído y poco más. Quizá el gusto por la belleza de la puesta en escena, evidente en todo momento, en marcar los tiempos y las atmósferas, se haya comido parte de la intensidad que se le presupone a un amor tan arrollador como el de los protagonistas. Puede que también la cierta pasividad de Anton Yelchin contribuya a ese tono un tanto frío que trasmite el actor, de igual manera que la rotunda belleza de Bérénice Marlowe es tan perfecta como distante.

Aún así, De 5 a 7 es un film que transmite honestidad. La historia que cuenta es tan cierta como que existe la muerte. A pesar del tono de comedia, la historia impone su rotundidad sin paliativos. Y cuando la vida obliga a aceptar su terrible dictado, es imposible no temblar y sentir la oscuridad invadiéndote el cuerpo.

Puede que algunas cosas, siempre las más importantes, las escriba uno para un único lector.

lunes, 5 de junio de 2017

El fraude



Dirección: Nicholas Jarecki.
Guión: Nicholas Jarecki.
Música: Cliff Martinez.
Fotografía: Yorick Le Saux.
Reparto: Richard Gere, Susan Sarandon, Tim Roth, Brit Marling, Laetitia Casta, Nate Parker, Larry Pine, Stuart Margolin, Chris Eigeman, Bruce Altman, Monica Raymund.

Robert Miller (Richard Gere) es un magnate de los negocios que parece estar en la cima de su carrera a sus sesenta años. Pero en realidad, necesita rematar urgentemente la venta de su empresa para evitar la quiebra, ocultando así un enorme fraude contable que ha urdido para tapar unas cuantiosas pérdidas.

Me parece que los que encasillan a El fraude (2012) como un thriller cometen una pequeña injusticia. Al menos si nos atenemos a la idea habitual de thriller. El fraude es mucho más que eso. Es más, me atrevería a definirla como el drama de un hombre de negocios que, además, se ve envuelto en un lamentable accidente. Y esa trama del accidente, si bien es fundamental, desde mi punto de vista personal es un componente más de la historia de Robert Miller, un magnate en serios apuros que lucha como gato panza arriba contra un cúmulo de problemas que parecen insalvables. Aquí reside la esencia de la película: la lucha de Miller por la supervivencia.

Y esto nos lleva a una segunda reflexión: al contrario que en otras películas, el guión parece huir de emitir juicios de valor. No es una película de buenos y malos, ni de triunfadores y fracasados. Nicholas Jarecki, un escritor que debuta aquí como director, nos cuenta una historia con muchos visos de parecer y ser auténtica, como la vida misma. No emite un juicio sobre Miller, sobre si lo que hace es lo correcto o no. Sabemos que ha cometido un fraude contable, pero Miller no aparece como un villano, como alguien que hace el mal porque sí. Su justificación es salvar a su familia y a sus inversores. Sabemos que ha mentido, pero ¿quién no lo ha hecho?. Incluso Jarecki parece disculparlo, en cierta medida, cuando el comprador de la empresa de Miller, al conocer los amaños contables, parece restarles importancia. Y es que reconocerlos, implicaría pérdidas para él y una lacra en su prestigio, por haberse dejado engañar. En ese universo, nada es lo que parece y todos conocen las reglas del juego.

Y los intentos de Miller por no verse implicado en el trágico accidente de coche, ¿son comprensibles?, ¿demuestran que es una mala persona? En el fondo, su comportamiento no es el correcto, pero tampoco es el de un criminal. A su manera, salvaguardando sus intereses, intenta hacer lo correcto. Nada de lo que haga podrá cambiar lo sucedido, ¿verdad? No hace lo correcto, pero lo entendemos. Y es que en El fraude nadie está libre de culpa. Nadie es perfecto. La propia policía, en su afán por apuntarse un tanto, miente y falsifica pruebas.

Y la mujer de Miller lleva años mintiendo y engañándose, fingiendo que las cosas no son como en realidad sabe que son. Y la hija de ambos también tendrá que tomar una decisión difícil cuando conozca el fraude de su padre.

En realidad, todos tienen algo que ocultar o que callar. Nada en El fraude es blanco o negro. Y ahí está el acierto del guión: no simplificar las cosas, no presentarnos una historia con una moraleja clara y diáfana. Seremos cada uno de nosotros los que deberemos hacer nuestros propios juicios de valor, sacar conclusiones y atrevernos a poner etiquetas. Si somos capaces. He ahí la riqueza de El fraude, lo que la diferencia de los thrilles al uso y la convierte en una grata sorpresa, donde destacaría la elegancia de Jarecki en su debut como director, contando la historia con muy buen gusto y una agilidad narrativa encomiable, sin perder tiempo en excesivas explicaciones, dejando que la historia fluya y se vayan acomodando las piezas por sí solas.

En cuanto al reparto, señalar que Richard Gere nunca fue santo de mi devoción. Me parece un mal actor, lleno de tics cargantes. Pero en esta ocasión, sin librarse del todo de sus gestos tan estudiados, resulta algo más natural que otras veces, lo cuál es de agradecer. Susan Sarandon está impecable, como siempre, y la pequeña decepción viene de la mano de Tim Roth, un actor que me gusta pero que aquí quizá exagera en exceso sus poses de pasota.

El fraude me pareció por lo tanto una película muy interesante, de la que se pueden hacer muchas lecturas y donde lo más destacable es que no nos intenta dar lecciones morales de nada, simplemente expone unos hechos y que cada cuál extraiga sus propias conclusiones.

domingo, 4 de junio de 2017

Imparable



Dirección: Tony Scott.
Guión: Mark Bomback.
Música: Harry Gregson-Williams.
Fotografía: Ben Seresin.
Intérpretes: Denzel Washington, Chris Pine, Rosario Dawson, Ethan Suplee, Elizabeth Mathis, Kevin Dunn, Jessy Schram, Meagan Tandy, Kevin Chapman.

Por culpa de un fallo humano, un tren cargado con material inflamable circula a gran velocidad sin control en dirección a zonas densamente pobladas. Tras fallar los intentos de pararlo, será un veterano maquinista junto a un novato jefe de tren quienes intentarán detenerlo.

Imparable (2010) es cine de palomitas, de esos de un sábado por la tarde. Y sé cuando se aplica esta denominación se suele pensar en un cine de mero consumo, quizá incluso de mala calidad. Pero nos equivocaríamos si metemos a esta película en ese cajón sin más. Y es que cualquier género, si se trata con respeto, puede dar lugar a grandes películas. Imparable no es una obra maestra, no nos engañemos, pero es una película muy bien hecha y consigue con creces cumplir con su cometido de entretener.

La historia es de una sencillez meridiana: un tren descontrolado, a gran velocidad, y poniendo en peligro a la población de las ciudades por donde pasa. Para añadir algo más de pimienta a la historia, el tren lleva material altamente inflamable, con lo que un descarrilamiento causaría una catástrofe de dimensiones colosales, como muy hábilmente nos va a recordar el director gracias a la inclusión de constantes boletines de noticias que advierten del drama que se avecina.

Para que no falte nada, el guión se cuida de ir añadiendo todos los ingredientes habituales en este tipo de películas para condimentar el palto al gusto de Hollywood: los protagonistas no empiezan con muy bien pie su relación, añadiendo además dos detalles imprescindibles: uno es un veterano a punto de jubilarse y el otro un novato sin experiencia. Se añaden problemas personales en la vida de los dos; los directivos de la compañía resultan bastante obtusos; la misión de frenar el tren es a todas luces casi imposible y, como guinda del pastel, otro tren cargado de inocentes niños circula en dirección opuesta al terrible convoy descontrolado.

Como se ve, una historia cargada de tópicos y de una simplicidad absoluta. Pero Tony Scott no necesita de nada más para montar un espectáculo alucinante. Con un ritmo frenético, apoyándose precisamente en que la historia se explica por sí misma, sin enfatizar demasiado en los dramas personales, el director puede concentrar todo su esfuerzo en poner en pie un espectáculo visual brillante, donde la tensión va ganando puntos con cada minuto que pasa hasta llegar a la escena clave de la curva en Stanton, una secuencia increíble e imposible que supone el no va más de tensión y de espectáculo puro y duro. Lo curioso es que Scott logra que todo funcione como un reloj suizo y que nos entreguemos sin reproches a su juego.

Y no hace falta mucho más. La película es un mero pasatiempo, una historia para pegarnos al sillón y ponernos los nervios a flor de piel. Y Scott lo consigue con un trabajo impecable. Da justo lo que promete.

Denzel Washington está tan sólido como es habitual en él, lo que no es ninguna sorpresa, y su compañero de aventuras, Chris Pine, da sin problema el tipo de guaperas, que es lo que imagino que se esperaba.

Como dato adicional, señalar que fue la última película dirigida por Tony Scott, que se quitaría la vida dos años después.

viernes, 2 de junio de 2017

Perseguido



Dirección: Paul Michael Glaser.
Guión: Steven E. de Souza (Historia: Stephen King).
Música: Harold Faltermeyer.
Fotografía: Thomas del Ruth.
Reparto: Arnold Schwarzenegger, María Concita Alonso, Yaphet Kotto, Jim Brown, Jesse Ventura, Erland Van Lidth, Marvin J. McIntyre, Richard Dawson, Toru Tanaka.

En el 2017 la sociedad ha entrado en crisis y un estado totalitario lo controla todo. La televisión se ha convertido en un medio para tener a la población bajo control, entretenida y adoctrinada, y el programa de más audiencia es "Perseguido", donde delincuentes escogidos han de intentar escapar de sus perseguidores, en una lucha a muerte.

Estamos ante una película de acción pura y dura para mayor lucimiento de su estrella: Arnold Schwarzenegger, en plena forma física en aquellos años y asentando su carrera, si bien este título es de los más prescindibles de su curriculum. En realidad, Perseguido (1987) no deja de ser un producto de serie B bastante cutre en muchos aspectos y que además ha envejecido bastante mal.

Para empezar, la historia no está muy bien desarrollada, y eso que un futuro donde la televisión sirve productos basura y miente con descaro para manipular y adoctrinar a la gente es algo mucho más cercano hoy en día que un concepto de ciencia-ficción, como se planteaba en la película. Pero si la idea puede tener cierto interés, su desarrollo es bastante patético, con un guión que se limita a lo más elemental, unos diálogos muy poco elaborados y una trama tan burda que no resulta creíble en absoluto, así como la simpleza de los espectadores, que casi parecen discapacitados. Es el problema de no tomarse en serio lo que se tiene entre manos y enfocar la película en el plano meramente de la acción, donde Paul Michael Glaser (famoso por encarnar al detective Starsky en la serie Starsky y Hutch de los años setenta del siglo pasado) no duda en mezclar el humor con una violencia algo excesiva, si bien sin caer, afortunadamente, en el mal gusto por los detalles excesivamente sangrientos.

Junto a esta simplicidad de la historia tenemos un reparto con unos actores muy poco brillantes. Es cierto que de Schwarnegger no se esperaba un trabajo de actor meritorio, más allá del lucimiento físico, pero es que sus compañeros de reparto son también bastante limitados, salvo Yaphet Kotto y, especialmente, un inspirado Richard Dawson en el papel del manipulador presentador del concurso de televisión.

Si la puesta en escena resulta muy pobre y ha envejecido pésimamente, otro tanto podemos decir de la música de Harold Faltermeyer, repetitiva y cansina y que entorpece muchas veces más que resaltar las escenas de acción.

En definitiva, una película bastante floja, totalmente prescindible salvo para los fans del Arnold Schwarzenegger. Su presencia es lo único que ha hecho que esta película no termine en el olvido absoluto.