El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 29 de marzo de 2015

Templario



Dirección: Jonathan English.
Guión: Jonathan English, Erick Kastel.
Música: Lorne Balfe.
Fotografía: David Eggby.
Reparto: James Purefoy, Brian Cox, Kate Mara, Paul Giamatti, Jason Flemyng, Derek Jacobi, Charles Dance, Aneurin Barnard, Bree Condon, Mackenzie Crook, Jamie Foreman, Rhys Parry Jones, Vladimir Kulich, John Pierce Jones, Daniel O'Meara.

Inglaterra, siglo XIII: El rey Juan I de Inglaterra (Paul Giamatti) es obligado por parte de la nobleza a firmar la Carta Magna, por la que se limitaba su poder. Sin embargo, una vez terminadas las disputas con los nobles, Juan I decide no aceptar el documento y recluta un ejército con el fin de reconquistar su poder absoluto.

Uno de los pecados que más me duele ver es como el cine manipula la historia, convirtiéndola en algo esquemático, cuando no ridículo, que se pliega a los intereses de la película en cuestión. Es lo que sucede en Templario (2011), que toma como telón de fondo las disputas entre la nobleza y Juan sin Tierra para servirnos un film de acción pura y dura en la más estricta ortodoxia.

Sin embargo, la manipulación histórica puede hacerse con cierta inteligencia o desde la más absoluta torpeza, y Jonathan English opta por la segunda de las opciones; puede que por lo limitado del presupuesto, no lo sé, pero el resultado es una guerra que parece de amigos, con un ejército ridículo que se enfrenta a un grupo de mercenarios y parias al mejor estilo de esos films de serie B de venganzas chapuceras. Cuesta, y mucho, creer que estamos ante un conflicto de estado y no ante una riña de dos bandas callejeras.

Una vez salvado este escollo argumental, ¿qué es lo que tenemos? Pues como decía antes, un film de acción, sin más. El género de acción tiene la virtud de poder desarrollarse donde queramos: desde la época de las cavernas hasta el futuro, ambientado en oriente o en el Nueva York del siglo XIX. Y como no, en la Inglaterra medieval, que sirvió de escenario a gloriosos capítulos, como Robin de los Bosques (Michael Curtiz, 1938) o Ivanhoe (Richard Thorpe, 1952), por ejemplo. Pero Templario no va a pasar a la historia del cine de acción (o de aventuras) ni mucho menos. A pesar de la notable ambientación, sin duda lo mejor de la película, Templario se acerca mucho más a un serie B decente que a una buena película.

Por un lado, English se deja llevar por el gusto por la acción pura y dura y deja el argumento reducido a una mínima expresión, recurriendo a la voz en off para explicar y condensar aún más la historia, con lo que le queda más tiempo para desarrollar su espectáculo visual de luchas sin piedad, trufadas de desmembramientos, sangre a raudales y una violencia que podríamos catalogar de terrorífica, al estilo de los más repugnantes films de terror. Para edulcorar algo tanta violencia, English recurre a movimientos nerviosos y mareantes de la cámara, que amortiguan algo el impacto de algunas escenas realmente macabras.

Hemos pasado de la aventura clásica, elegante y épica, al realismo truculento y macabro del cine actual, que busca más golpear al espectador que entretenerlo con inteligencia. Y aún así, uno agradece estas escenas de acción pues, quitando el gusto excesivo por la sangre, el director demuestra un sentido del espectáculo bastante aceptable. Sin embargo, cuando hay que darle una pausa a la historia y llegan los momentos relajados, la película pierde bastante, con escenas que quedan como mero relleno o donde los necesarios acercamientos a la psicología de los personajes demuestran la corta profundidad del guión. Ninguno de los protagonistas adquiere la fuerza y la entidad necesarias para emocionarnos o cautivarnos. Al final, la preferencia descarada por la acción pura y dura termina por comerse cualquier otro aspecto de la película. Y eso que el guión nos regala un par de frases para reflexionar, aunque en general se quedan en algo un tanto forzado, artificial, que no encaja para nada con el tono predominante en la cinta, de mamporros sin tregua y sangre.

Y para colmo, la película se alarga en exceso, sin más justificación que prolongar una incertidumbre poco convincente sobre el futuro de los protagonistas y seguir regalándonos más escenas sangrientas. Dada la escasa originalidad del guión, hubiera sido mejor aligerar un tanto el metraje, con lo que la cinta hubiera gozado de un ritmo mejor.

El reparto tampoco termina de brillar, y eso que contamos con nombres tan reconocibles como el de Paul Giamatti, sin duda el mejor, con una composición del rey Juan de los más lograda, o Brian Cox o Derek Jacobi. El protagonista principal es James Purefoy, un tipo apuesto pero al que le falta carisma y que se ve acosado por la bella Kate Mara, que no termina de encajar en su papel. Pero ésto es por culpa principalmente de un guión demasiado centrado en la parte de las peleas y que deja todo lo demás un tanto de lado.

Templario puede resultar entretenido si lo que pretendemos es pasar un rato sin pensar demasiado, dejándonos llevar por una historia un tanto trillada y que no nos deparará ninguna sorpresa a nivel argumental, pues tanto el planteamiento como el desarrollo se han llevado a la pantalla, con las pertinentes variaciones, en  miles de películas. Pero como seamos sensibles a las escenas sangrientas y macabras o busquemos algo más que un repertorio de peleas y muertes, mejor que pasemos de largo, pues la película nos dejará bastante mal sabor de boca.

sábado, 14 de marzo de 2015

Destino oculto



Dirección: George Nolfi.
Guión: George Nolfi (Historia: Philip K. Dick).
Música: Thomas Newman.
Fotografía: John Toll.
Reparto: Matt Damon, Emily Blunt, Anthony Mackie, John Slattery, Michael Kelly, Terence Stamp, Anthony Ruivivar, Gregory Lay, Jennifer Ehle, Pedro Pascal.

El día de su derrota electoral, David Norris (Matt Damon) conoce a Elise (Emily Blunt), una atractiva mujer de la que se enamora al instante. Sin embargo, algunas personas no ven bien esa relación.

George Nolfi, co-guionista de El ultimatum de Bourne (Paul Greengrass, 2007), debuta como director con esta curiosa y un tanto surrealista película, mezcla de thriller, comedia romántica y film de ciencia ficción. Un coctel que no termina de consolidarse a pesar del esfuerzo y los medios que se adivinan detrás.

El guión del propio Nolfi es una adaptación de un relato corto de Philip K. Dick, cuyo nombre nos dirá algo más si añadimos que otros relatos suyos sirvieron base a películas como Blade Runner (Ridley Scott, 1982), Desafío total (Paul Verhoeven, 1990) o Minority report (Steven Spielberg, 2002). Como se ve, un escritor amante de rizar el rizo dejando volar una imaginación desbordante.

Sin embargo, no todo en este tipo de relatos es bueno o coherente o interesante. En el caso de Destino oculto (2011) lo que falla básicamente es la historia original. Y es que resulta cuando menos chocante todo el montaje del dios director del mundo y su organización secreta de "ángeles" que han de velar por cumplir su plan. El hecho de que éste plan prohiba el amor entre dos personas y que sus ángeles actúen casi como matones no termina de encajar bien con la idea de un director que, en teoría, debería velar por la felicidad de la gente. Esta premisa es ya un punto en contra de la historia, algo que no terminamos de aceptar, por el simple hecho de que carece de toda lógica.

Pero es que, cuando comprendemos que los ángeles no pueden, en el fondo, hacerle daño al protagonista, ni siquiera parecen poder obligare a cambiar sus decisiones, la posible amenaza que podrían suponer, el peligro que temíamos representaban para David se desmorona de raíz. Y si no hay peligro, ¿dónde está el interés?, ya no tememos por David ni por su amor. Es más, sabemos casi desde el principio que, pase lo que pase, David y Elise van a terminar juntos. Porque Destino oculto, en el fondo, sigue a rajatabla el esquema ya conocido de las típicas historias de amor: la pareja se encuentra, se separa (esta vez por la intervención de fuerzas superiores) pero el amor hace que terminen superando los obstáculos, reuniéndose en el esperado final feliz. Sólo la originalidad del guión, la química entre los protagonistas o la gracia de las situaciones establecen diferencias entre las muchas películas que han seguidos estos pasos.

Y de nuevo tenemos que convenir que en Destino oculto el romance carece de verdadera fuerza, lo mismo que las fuerzas que intentan separar a los amantes, que jamás llegamos a percibir como una amenaza creíble. Ni el desarrollo de las distintas etapas del argumento tampoco es especialmente memorable. Hubiera sido mucho mejor dotar a los ángeles de la bondad que se les supone, como demostró el gran Frank Capra con su eterna Qué bello es vivir (1946), donde la presencia de lo sobrenatural encajaba en el argumento con una precisión maravillosa, no como aquí.

Y a pesar de todo, la película se deja ver con cierto interés. Y más que nada es por el buen hacer de Matt Damon y de Emily Blunt, una pareja que funciona de maravilla: él demuestra que tiene tablas de sobra tanto para el thriller o el film romántico, todo lo hace bien; ella porque es creíble, auténtica y muy guapa. Y además están acompañados de unos secundarios perfectos. y como añadido imprescindible, George Nolfi consigue sacar petróleo del guión gracias a una dirección muy sensata, que mantiene el ritmo constante. Lástima que la historia no termine de cuajar y que la intriga no resista ni cinco minutos, de haber tenido una historia mejor el resultado habría sido de nota.

Así que nos tendremos que contentar con un film ameno, con cierto toque original, pero que falla desde la base, con lo que no podemos sacar mucho más que un pasatiempo inocente y sin mucha sustancia.

martes, 10 de marzo de 2015

La profecía



Dirección: Richard Donner.
Guión: David Seltzer.
Música: Jerry Goldsmith.
Fotografía: Gilbert Taylor.
Reparto: Gregory Peck, Lee Remick, David Warner, Billie Whitelaw, Harvey Stephens, Leo McKern, Patrick Troughton, Robert Rietty, Martin Benson.

Kathy Thorn (Lee Remick) da a luz a un bebé que muere al poco de nacer. El padre Spiletto (Martin Benson) convence a su esposo Robert (Gregory Peck) para que adopte a un niño huérfano que reemplace la pérdida, ocultándole la verdad a Kathy. Todo transcurre con normalidad hasta el día en que el pequeño cumple cinco años.

Hay películas que, por alguna curiosa razón, adquieren una relevancia especial, quedando como hitos en la historia del cine. Dentro del cine de terror, hay tres títulos significativos relacionados, los tres, con el subgénero de la religión: La semilla del diablo (Roman Polanski, 1968), El exorcista (William Friedkin, 1973) y La profecía (1976). De las tres, quizá ésta última sea la más floja, pero aún así obtuvo un gran éxito de público en su estreno y ha dado lugar a tres secuelas y un remake, todo un logro.

Nacida como consecuencia del intento de la Fox de repetir el éxito de El exorcistaLa profecía juega con la posibilidad de la llegada de un anticristo, predicho por las Escrituras Sagradas, cuya misión será controlar el mundo sembrando un reinado del mal. Literatura aparte, la base de la película, como lo había sido ya en La semilla del diablo y El exorcista, es crear un relato terrorífico centrado en la figura de un niño, lo cuál resulta mucho más inquietante y terrible. Lo más puro, lo más inocente como fuente del mal. ¿Cómo hacerle daño a tu propio hijo?, ¿cómo admitir que es la encarnación del mal?

Hay que admitir que el guión no es ningún prodigio. Partiendo de la base de que debemos, los no creyentes, hacer un esfuerzo para meternos dentro de la premisa principal del argumento, la historia en sí no resulta del todo coherente y en muchos casos el director va directo a lo que le interesa pasando por algunas escenas un tanto de puntillas.

Aún con las limitaciones y objeciones que podamos ponerle a la historia, Richard Donner juega sus cartas con bastante maestría. Con un ritmo pausado, el film arranca de una manera tranquila, casi bucólica en algunos momentos, no dando ninguna pista de por dónde van a girar los acontecimientos. Y cuando el mal comienza a hacer acto de presencia, será de una manera aparentemente accidental. Poco a poco, Donner va cerrando la trama, encerrando a los padres de Damien (Harvey Stephens), y a nosotros, en un ambiente amenazador, opresivo, peligroso, del que no saben muy bien cómo salir. Donner consigue, a base, eso sí, de algunas escenas un tanto macabras y que no reparan en detalles espeluznantes, ir aumentando la intensidad hasta momentos realmente sobrecogedores. Y todo ello admitiendo que, con el paso de los años, algunos efectos visuales han perdido la fuerza del día del estreno. Imaginemos el impacto de algunas secuencias en el público de 1976.

Pero quizá lo más impactante de todo sea el final, contraviniendo la fórmula del final feliz, algo bastante habitual en el cine de terror, y dejando un desenlace fatídico para los protagonistas que permite que la amenaza de un reino del mal quede suspendida en el aire como algo más que una posibilidad.

Para llevar adelante la película, Donner recurre a un ya maduro Gregory Peck y a Lee Remick como cabezas de cartel. Peck, sin estar brillante, cumple con solvencia en el quizá sea su último trabajo recordable; Lee Remick hace un buen trabajo, al igual que el secundario David Warner. Harvey Stephens, sin diálogos en casi todo el film, aporta su grano de arena con su rostro angelical y su inquietante sonrisa.

Un título clásico del cine de terror que, aunque hoy en día no asuste como antaño, sigue manteniendo una fuerza especial que hará que, salvando algunos detalles, pasemos un buen rato de miedo y sobresaltos.

Ganó el Oscar a la mejor banda sonora original.