El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 15 de septiembre de 2018

Safe



Dirección: Boaz Yakin.
Guión: Boaz Yakin.
Música: Mark Mothersbaugh.
Fotografía: Stefan Czapsky.
Reparto: Jason Statham, Catherine Chan, Robert John Burke, James Hong, Anson Mount, Chris Sarandon, Sándor Técsy, Joseph Sikora, Igor Jijikine.

La pequeña Mei (Catherine Chan) es una niña superdotada para las matemáticas, por lo que la mafia china la utilizará como medio para trasmitir información confidencial de manera segura. Un día, su camino se cruza con el de Luke (Jason Statham), un ex agente caído en desgracia que decide proteger a la niña de las mafia rusa que la persigue.

Un film más de acción para lucimiento de la figura emergente de Jason Statham que, si somos sinceros, se mueve como pez en el agua en este tipo de papeles que solo requieren músculo y una mirada implacable. Statham, por méritos propios, ha heredado el primer puesto como duro del barrio.

Por lo demás, pocas novedades argumentales en Safe (2012), que se mueve dentro de los parámetros más manoseados de este tipo de películas. Puestos a enumerar tópicos, empezaremos por el personaje de Statham, un antiguo agente corrupto que, arrepentido, decidió dejar la mala vida. Pero su suerte, negra, lo persigue y, por no dejarse ganar en una pelea, la mafia rusa matará a su mujer, dejándolo, extrañamente, con vida como penitencia. El héroe, pues, ha tocado fondo: vive en la calle, es despreciado por sus antiguos compañeros y piensa seriamente en suicidarse.

Más tópicos: los malos son seres despiadados, de una crueldad aborrecible, que no dudan en matar a cualquier inocente que se ponga a su alcance, sean mujeres o niños. No son retratos realistas, sino simples caricaturas del mal, dibujados para asustarnos al máximo y que luego, en manos de nuestro protagonista, irán cayendo como un castillo de naipes, lo que pone seriamente en duda su tan terrible poder como malvados aterradores.

El director, Boaz Yakin, adorna todos estos elementos con una violencia desatada, a cuyo servicio está construido todo el entramado argumental, incluyendo un extraño y un tanto confuso intercambio de dinero por un disco repleto de datos incriminatorios que implica hasta la alcalde. Y es que en Safe, salvo Luke y Mei, todos los demás implicados son basura, desde los mafiosos sanguinarios a la policía corrupta y los políticos avariciosos e inmorales. El problema es que todas estas derivaciones argumentases se quedan en meras disculpas para el desarrollo de la violencia, no tienen peso real en la película, son como adornos. En realidad, bien mirado, el argumento está repleto de situaciones un tanto extrañas, a veces confusas, a veces sin mucho sentido. Lo único que cuenta aquí son las escenas de violencia, de muerte, de venganza, única meta y objetivo de Safe.

Lo novedoso aquí sería la aparición de la pequeña Mei, una niña super dotada, que ofrece unas posibilidades narrativas originales. Sin embargo, hay que reconocer que su personaje se desaprovecha casi por completo, pues poco a poco se va quedando marginado y termina siendo casi decorativo, con lo que no se le saca todo el potencial que tenía.

En cuanto a la puesta en escena, Yakin recurre a ese estilo nervioso de dirección que llena la pantalla de disparos, ruido, golpes, caos, muertes y confusión. Es una manera de dirigir que se ha convertido ya en un estereotipo y que, por lo tanto, ha perdido su capacidad de sorprender para caer en lo rutinario, dando lugar a films nerviosos y a veces un tanto caóticos que en realidad ocultan bajo esta técnica una ausencia casi total de contenido, supeditado a una acción trepidante que lo domina todo.

Pero quizá lo peor de Safe vuelva a ser esa especie de moral idiota que suele presidir este tipo de películas de acción. Imagino que es una manera de justificar éticamente tanta violencia, a veces gratuita. Y consiste en que el bueno de la película solo puede matar a los realmente malos, teniendo que hacer algún acto noble, redentor, que le diferencie de los verdaderos criminales, seres despiadados que pagarán con sus vidas. Luke, en este caso, redime sus malas acciones pasadas salvando a la niña y, un detalle crucial también, renunciando al botín de treinta millones de dólares, pues un hombre honrado no puede, según esta moral, aprovecharse de un dinero manchado de sangre. En realidad, este tipo de películas son una especie de orgía de violencia que dista mucho de resultar mínimamente edificante o defendible, a pesar de esos estúpidos intentos de justificar esa violencia y al protagonista que tiene que servirse de ella sin poder evitarlo.

Safe, en resumidas cuentas, no aporta nada realmente imaginativo al mundo de los films de acción, repitiendo fórmulas y desarrollos ya muy convencionales en este tipo de películas. Se queda en mero pasatiempo para seguidores de Jason Statham o fanáticos del género.

martes, 11 de septiembre de 2018

Juegos prohibidos



Dirección: René Clément.
Guión: François Boyer, Jean Aurenche, Pierre Bost y René Clément (Novela: François Boyer).
Música: Narciso Yepes.
Fotografía: Robert Juillard.
Reparto: Brigitte Fossey, Georges Poujouly, Lucien Hubert, Suzanne Courtal, Jacques Marin, Louis Saintève, Amédée, Bernard Musson, André Wasley.

Francia, junio 1940: miles de franceses escapan de la invasión alemana hacia el sur. Los padres de la pequeña Paulette (Brigitte Fossey) mueren en la carretera durante un ataque de la aviación alemana. La pequeña vaga por la campiña con su perrito muerto cuando es encontrada por el jovencito Michel (Georges Poujouly), que se la lleva a su casa.

La originalidad de Juegos prohibidos (1952) es que aborda el tema de la guerra a través de los ojos de dos niños de cinco (Paulette) y once años (Michel). Y el mundo de los niños es siempre curioso, extraño, con una mezcla inverosímil de fantasía, inocencia y cierta crueldad. Nada es, a sus ojos, como lo vemos de adultos. Y René Clément ha sabido contarnos su historia con una asombrosa comprensión de ese universo infantil.

Sin ningún preámbulo, Juegos prohibidos arranca con la muerte de los padres de Paulette, en una escena terrible, sin concesiones. La desolación de los espectadores choca con la actitud de la niña, incapaz de comprender qué es la muerte. Parece como si, ante los cuerpos de sus padres muertos, no fuera consciente del drama que ello supone y presta más atención a su perrito muerto. Es complicado saber qué pasa por la mente de un niño de esa edad ante una situación así, porque aún no son conscientes, tal vez, de lo que significa la palabra definitivo.

Paulette encontrará refugio en casa de Michel, un niño que se convertirá en su protector. Sin embargo, la presencia constante de la guerra y de la muerte, que vuelven a estar presentes con los bombardeos nocturnos y el fallecimiento del hermano mayor de Michel, harán mella en Paulette, que sentirá una especie de obsesión con la muerte, sin saber muy bien qué significa ni cómo expresarla o sentirla. Sin embargo, Michel intentará ayudarla desde su propia ignorancia: le construirá un bonito cementerio para que su perrito muerto no se encuentre solo, rodeándolo de otros animales muertos, con sus cruces, y le ensañará a rezar, si bien ninguno de los dos saben concretamente la finalidad y el significado de las plegarias. Simplemente, adaptan las costumbres de los adultos a su propio universo cerrado.

Es, por lo tanto, todo un mundo paralelo el que ambos niños crean de espaldas al mundo de los mayores, tan absurdo como el suyo, con la rivalidad de las familias vecinas que, incluso con una guerra encima, son incapaces de dejar a un lado sus envidias y mezquindades. Estas luchas, incomprensibles y basadas en suposiciones erróneas, vienen a ser, a cierta escala, reflejo de las tensiones entre naciones vecinas que terminan en odiosas guerras. Pero es que la naturaleza humana es así y parece no tener remedio. Y esto es lo que refleja Clément en Juegos prohibidos, sin pretender moralizar sobre ello. Su relato es un reflejo de la vida, de las relaciones humanas, de lo absurdo de muchas situaciones que, bien miradas, son incomprensibles, como el universo de los niños. Y ahí reside la belleza de Juegos prohibidos, en que intenta ser un reflejo de la vida, sin más. No hay mensajes edificantes, ni siquiera un atisbo de esperanza. René Clément nos presenta la miseria diaria, la lucha más prosaica por la subsistencia, lejos de dogmatismos o de falsas ilusiones. Una vida que se escapa de los deseos de las personas, que son arrastradas por la guerra, el hambre, la envidia, el deseo y la fantasía, como si no fueran casi dueños de su provenir. Y es lo que sucede con  Michel y Paulette, que viven su fugaz amistad sin control alguno sobre su futuro, en manos de unos adultos que se mueven ajenos a sus necesidades y afectos.

Pero si este drama tan peculiar funciona tan bien es por el excelente trabajo de Brigitte Fossey y Georges Poujouly, un prodigio de frescura y naturalidad que nos conmueven por su absoluta espontaneidad, haciendo que en muchos instantes de la película nos olvidemos que se trata de una ficción.

La música delicada y de una sencillez absoluta de Narciso Yepes aporta una nota poética al universo tan personal que crean los dos protagonistas en medio de ese mundo devastado por la guerra y la miseria.
 
Un par de curiosidades para terminar: el director había pensado hacer un cortometraje basado en el relato de François Boyer, que formaría parte, con otros, de una película sobre la infancia y la guerra; pero Jacques Tati le animó a hacer un largometraje y, dado el potencial de su obra, el director se decidió finalmente a alargar el relato.

Los que hacen de padres de Paulette en la película son, en realidad, los verdaderos padres de Brigitte Fossey en realidad.

lunes, 10 de septiembre de 2018

Le jour se lève



Dirección: Marcel Carné.
Guión: Jacques Vito y Jacques Prévert.
Música: Maurice Jaubert.
Fotografía: Curt Courant, Philippe Agostini y André Bac.
Reparto: Jean Gabin, Jacqueline Laurent, Arletty, Jules Berry, Arthur Devère, Bernard Blier.

François (Jean Gabin) acaba de matar de un disparo a Valentin (Jules Berry), un manipulador artista de variedades. Encerrado en su habitación, cercado por la policía, François repasa su vida y cómo llegó a esta situación.

Como se explica en el resumen del argumento, Le jour se lève (1939) se construye a base de largos flash backs del protagonista, lo que motivó que los productores de la cinta, temiendo que este inusual recurso pudiera llevar a la confusión de los espectadores (estamos en 1939), insistieran en que se explicara esta circunstancia al comienzo de la película, lo que se hizo recurriendo a un breve texto explicativo.

La asociación de Marcel Carné con el escritor Jacques Prévert dio lugar a memorables títulos del cine francés, como El muelle de las brumas (1938), Les visiteurs du soir (1942) o Los niños del paraíso (1945), que se unen a este thriller intimista que constituye toda una referencia en la obra del director.

La película se inscribe en lo que se dio en llamar, posteriormente, por la Nouvelle Vague, el realismo poético francés. No se trata, por lo tanto, de una visión descarnada de la realidad, sino de aportarle un enfoque poético, aunque sin disimular los aspectos más tristes y desesperantes de la condición humana. La aportación de Jacques Prévert, autor de los notables diálogos del film, es evidente en este sentido, con algunas frases realmente hermosas, cargadas de desesperación o reflejo de la irremediable soledad de los protagonistas, en especial François y Clara (Arletty), cuyo destino hubiera sido estar juntos, haciéndose compañía, como almas casi gemelas, sino hubiera aparecido el amor como un espejismo en la monótona vida de François.

Y es que éste se encapricha de la dulce Françoise (Jacqueline Laurent), huérfana como él y con su mismo nombre, en femenino. Sin embargo, las apariencias lo engañan y Françoise no es la dulce joven que se imagina, pues mantiene una relación con un hombre mucho más mayor y no duda en mentir a François cuando le interesa. Es un amor viciado que llevará al bueno de François a perder la cabeza y sellar su destino.

El film es, pues, pesimista, con unos personajes marcados casi por el destino, incapaces de escapar de su condición. La esperanza de felicidad de François, un tanto idílica, chocará con la gente con la que se encuentra, perdedores en un mundo marginal, mentirosos, desengañados, manipuladores. François no podrá salir indemne de ahí. Y acepta su suerte con cierta resignación: "Se acabó, ya no hay ningún François".

Jean Gabin, el galán francés de la época, tipo duro que anticipa los que le sucederán dentro del cine negro, muestra su natural predisposición para este tipo de personajes, si bien no está libre de cierta teatralidad que se encuentra un poco en la idiosincrasia del cine francés y que se extiende a otros secundarios. Más comedidos se encuentran la maravillosa Arletty, en su papel de mujer desengañada pero aún con cierta esperanza que no logra retener a su caballero, y Jules Berry con un personaje manipulador y mentiroso al que encarna con absoluta convicción. Por último, la perturbadora belleza de Jacqueline Laurent, en el papel de una joven no tan pura como su apariencia puede augurar. Una especie de mujer fatal que casi ignora que lo sea y que nos llega a engañar incluso a los espectadores.

Obra clave del cine clásico francés, de ahí que haya preferido conservar el título original, por el que es sin duda más conocida, la película tuvo un remake estadounidense en 1947, La noche eterna, de Anatole Litvak, con Henry Fonda y Vincent Price.
 

sábado, 8 de septiembre de 2018

Antes de que te vayas



Dirección: Chris Evans.
Guión: Ronald Bass, Chris Shafer, Jen Smolka y Paul Vicknair.
Música: Chris Westlake.
Fotografía: John Guleserian.
Reparto: Chris Evans, Alice Eve, Emma Fitzpatrick, Beth Katehis, Daniel Spink, Mark Kassen.

Mientras está tocando su trompeta en la Estación Central, en Nueva York, Nick Vaughan (Chris Evans) ve como una mujer (Alice Eve) pierde el tren en el último momento. Al comprender que está en apuros, decide intentar ayudarla.

Debut en la dirección de Chris Evans, actor más conocido por sus papeles como Capitán América o Antorcha Humana, que cambia aquí radicalmente de registro para ofrecernos una comedia romántica bastante intimista y original.

En los films románticos parece que ya está todo dicho. La base se este tipo de historias es que el chico y la chica se encuentran, se enamoran, se separan y, al final, suelen reconciliarse para satisfacción general. Es un esquema bastante común.

Lo novedoso de Antes de que te vayas (2014) es que en este caso no es así. Nick no pretende ligar con la joven desconocida de la estación, Brooke (Alice Eve), solo ve que está en problemas e intenta ayudarla. Él está aún enamorado de su antigua novia, a pesar de que hace seis años que no se ven. Pero no pierde la esperanza y, precisamente, esa noche puede volver a verla. Por su parte, Brooke es una mujer casada que, de entrada, desconfía de las intenciones de Nick, por quién no se siente atraída ni interesada. Si finalmente acepta su ayuda es, principalmente, porque no le queda otra alternativa, además de comprobar lo peligroso que puede ser para ella pasearse sola de noche por Nueva York.

Por lo tanto, Antes de que te vayas no plantea la esperada historia de amor entre los protagonistas. Es más, ambos intentan ayudarse a solucionar sus problemas sentimentales. Así, Brooke ayuda a Nick a enfrentarse a su ex novia y no dejar escapar la que puede ser su última oportunidad de intentar volver con ella. Al final, la cosa sale mal, pero al menos no se lo reprochará el resto de sus días. Y Nick, que al principio solo quiere proteger y ayudar a una joven sin dinero y sola en la gran ciudad, acaba por conocer los problemas matrimoniales de Brooke y se esforzará por ayudar a salvar su relación, porque ella, a pesar de las infidelidades de su esposo, aún lo ama y desea pelear por su matrimonio.

Por lo tanto, durante gran parte de la película no asistimos al flirteo de los protagonistas, sino a sus confesiones íntimas, en busca de apoyo o simplemente como desahogo. En medio de sus paseos nocturnos, de sus peripecias para conseguir dinero, vamos conociéndolos mejor, al tiempo que ellos también se van conociendo mútuamente, pasando de cierta frialdad a un sincero acercamiento.

Hay pequeños momentos muy hermosos en esas horas juntos, como cuando se hacen pasar por los miembros de una orquesta o cuando visitan al vidente. A decir verdad, toda la historia está repleta de pequeños momentos muy buenos, apoyados en unos diálogos inteligentes, profundos y llenos de sentimientos, que dejan de lado las obviedades para intentar profundizar en las vidas de los protagonistas, en sus deseos, sus fracasos y sus miedos.

Y es reconfortante y hermoso comprobar cómo se ayudan mútuamente, como se comprenden y se apoyan. No hay enfrentamientos absurdos ni manipulación de los sentimientos o situaciones. La noche de los dos es sincera, cercana y muy reconocible para cualquiera que haya pasado por situaciones similares. Es el punto fuerte de la película: su sinceridad, su claridad y su naturalidad. Sabemos que es cine, pero lo percibimos como una reflexión honesta sobre los sentimientos de las parejas.

Al final, tras muchas horas juntos, escuchándose, ayudándose y consolándose mútuamente, parece surgir al fin algo parecido al amor entre Nick y Brooke. Y de nuevo aquí el guión nos vuelve a dar una muestra de inteligencia y delicadeza. Lo esperado hubiera sido el final con la pareja amándose y emprendiendo una nueva vida juntos. Pero quizá lo esperado no hubiera sido lo lógico. Y, a pesar de que nos duela la separación de los dos, lo comprendemos. Eso sí, queda abierta una puerta a la esperanza, para aquellos que deseen otro desenlace, ilógico, sí, pero mucho más gratificante. Pero el guión se cuida mucho de mostrarse obvio. En otro alarde de buen gusto, deja en el aire un posible reencuentro. Pero será el espectador el que elija qué posibilidad le gustaría más como continuación de la historia.

Chris Evans se muestra muy seguro en su faceta de director. Con muy pocos elementos mantiene el interés, con una historia que avanza siempre con paso firme. En realidad, la clave está en ser natural con la cámara, que se esfuerza en no ser protagonista, sino servir a la historia con naturalidad, apoyándose en primeros planos que saben recoger los estados de ánimo de Nick y Brooke por medio de sus miradas, sus gestos, sus parrafadas y sus silencios. En su papel de actor,  Evans también muestra sencillez y naturalidad, como corresponde a su personaje y a su historia. Y Alice Eve, una mujer muy hermosa, no abusa de su físico, cosa que sería hasta comprensible, sino que demuestra que sabe ponerse en la piel de Brooke y mostrarse frágil, sensible, y fuerte cuando hace falta, con naturalidad y convicción.

En resumen, una película que me sorprendió muy gratamente, por su originalidad, en primer lugar, y por la franqueza con la que afronta temas tan delicados como el amor, la pérdida, el desengaño o la lucha; sin dramatismos, sin efectismos. Una muestra de que aún se puede sorprender al espectador si se parte de un trabajo honesto y cuidado.

jueves, 6 de septiembre de 2018

La sombra de la sospecha



Dirección: Clark Johnson.
Guión: George Nolfi (Novela: Gerald Petievich).
Música: Christophe Beck.
Fotografía: Gabriel Beristain.
Reparto: Michael Douglas, Kiefer Sutherland, Eva Longoria, Kim Basinger, Martin Donovan, Gloria Reuben, David Rasche, Ritchie Coster, Blair Brown.

Pete Garrison (Michael Douglas), un veterano en el servicio secreto de la Casa Blanca, recibe el soplo de que hay un topo entre los miembros de la escolta presidencial que planea matar al presidente. Por una serie de circunstancias, las sospechas recaerán sobre él.

La sombra de la sospecha (2006) quiere jugar a ser un apasionante thriller político aderezado con asuntos personales e íntimos de su protagonista, en un intento de resultar más apasionante y emotivo. Pero, por desgracia, no convence en ninguno de estos capítulos.

Para empezar, las películas que implican la seguridad del presidente de los Estados Unidos suelen ser un tanto inverosímiles, en general por simplistas. Para cualquier espectador resulta siempre dudoso la facilidad como se suelen plantear este tipo de tramas, donde llegar a la alcoba misma del presidente parece casi un juego de aficionados.

Y es exactamente lo que sucede con La sombra de la sospecha, que arranca con cierta emoción e intriga pero que, cuando se va descubriendo la conspiración, va perdiendo fuerza hasta caer en una sucesión de banalidades y un desenlace chapucero. Y es que una buena intriga no se logra con cuatro estereotipos y unos malos de chiste. Da la impresión de que los guionistas no se estrujaron demasiado el cerebro, limitándose a una trama demasiado elemental y nada convincente, más propia de un film de serie B.

Pero tampoco a la hora de mostrarnos los problemas personales de Pete Harrison los guionistas se muestran mucho más inspirados. Su relación amorosa con la esposa del presidente, papel que recae en una inexpresiva Kim Basinger, se despacha también con un par de escenas banales y la declaración de Pete de que la ama expuesta casi de pasada. Ni resulta convincente dicha relación ni tampoco se sabrá nada de quién ha descubierto el romance y le envía fotos acusadoras. Otro aspecto de la historia que se queda en tópicos superficiales.

Y su conflicto con David Breckinridge (Kiefer Sutherland), un colega del servicio secreto, tampoco llega a concretarse demasiado. Se habla de una infidelidad, pero también de pasada, solamente para crear un punto más de tensión dramática, pero que de cualquier manera no parece que se tenga la intención de profundizar en él, como en todo lo anterior.

El resultado de tanta falta de concreción es que la trama, en su dos vertientes, está mal expuesta, superficialmente, y no consigue convencernos y, mucho menos, interesarnos. Es más, el guión ni se molesta en aclarar todos los cabos sueltos, no sé si a propósito o simplemente por dejadez.

Para colmo, las escenas cruciales de la historia se filman de manera confusa, sin imaginación y con total falta de emoción. Da igual que Pete resulte herido, porque es todo tan burdo que no logra implicarnos en absoluto.

En cuanto al reparto, Johnson cuenta con Michael Douglas, un veterano todo terreno que, sin embargo, nunca terminó de convencerme como actor y eso que en esta película no me resulta tan artificial como de costumbre. Kiefer Sutherland creo que tiene potencial, pero su papel no permite gran cosa. Eva Longoria parece que está ahí más como objeto decorativo y Kim Basinger resulta demasiado rígida, como acartonada.

Definitivamente, un film fallido en cuanto a argumento, tensión y emoción. Un cúmulo de simplicidades que resulta confuso, como si el guión no hubiera terminado de concretarse y se quedara a medias.

miércoles, 5 de septiembre de 2018

Bullit



Dirección: Peter Yates.
Guión: Alan R. Trustman y Harry Kleiner.
Música: Lalo Schifrin.
Fotografía: William A. Fraker.
Reparto: Steve McQueen, Jacqueline Bisset, Robert Vaughn, Don Gordon, Robert Duvall, Simon Oakland, Carl Reindel, Norman Fell, Suzanne Sommers.

El senador Walter Chalmers (Robert Vaughn) encarga al teniente Frank Bullit (Steve McQueen) la custodia de un mafioso que va a testificar contra el Sindicato del Crimen de Chicago. Pero durante la vigilancia, el testigo y un policía son gravemente heridos.

El cine de los años sesenta tiene, en general, unas marcadas señas de identidad, para bien o para mal. Va esta advertencia por delante porque en algunos momentos, estas señas pueden resultar un tanto pesadas. A pesar de esa filiación, Bullit (1968) ha pasado a la historia por una magnífica persecución en coche.

El argumento de la película es bastante sencillo, si bien el guión sabe sacarle un notable partido, sobre todo porque consigue crear una cierta tensión e intriga y, lo que es más importante, de una manera inteligente, sin el recurso a trampas vulgares o engaños maliciosos. Y eso que hay un engaño, es cierto, pero del todo lógico y que además no acapara el protagonismo absoluto, sino que es un elemento más de una trama que los guionistas han sabido explotar al máximo, a pesar de no ser para nada original.

Pero quizá lo que caracteriza a Bullit sea su estilo. Estamos en los años sesenta y eso se nota. La película huye de las señas de identidad del cine negro de los años cuarenta y cincuenta en busca de unos personajes mucho más realistas y creíbles. Así, Bullit no nos parece el tipo duro e infalible al estilo Humphrey Bogart. Es un tipo duro, sí, pero lo han hecho así las circunstancias, el vivir rodeado de lo más sucio de la sociedad. No es que le guste ese mundo, pero alguien ha de hacer ese trabajo.

La película destila realismo por los cuatro costados, con una puesta en escena limpia, desprovista de cualquier artificio, incluso con localizaciones sucias, de los bajos fondos. No se esconde la realidad, sino que se expone con toda naturalidad. Y por esos escenarios se mueven policías sin aura de héroes y políticos corruptos, haciendo uso de su influencia sin ningún reparo, con la impunidad que le otorga su puesto y su dinero. Sin embargo, es verdad que la película tampoco llega profundizar demasiado en ninguno de estos aspectos. Su sencilla puesta en escena también se extiende al retrato de los personajes, muy elemental, y a esbozar las críticas sobre la corrupción policial y política, pero sin ahondar en ello.

No es un film dinámico, sino más bien lo contrario. De hecho, una de las pegas que se le pueden hacer a su director, que realiza en general un buen trabajo, preciso y directo, es la parsimonia con que se toma algunas escenas, como las del aeropuerto, con los aviones despegando o volviendo al hangar, filmados sin prisa, sin cortes ni atajos, en claro contraste con los ritmos mucho más vertiginosos del cine actual.

Y el paso del tiempo también es muy notable en cierto gusto por un realismo un tanto forzado que se nota claramente en el ruido ambiental. Es algo que me chocó al comienzo del film, después te vas acostumbrando, pero en muchos momentos se nota una clara intención en que los sonidos de la calle, de las conversaciones, de las sirenas invadan la pantalla, de nuevo para acentuar la sensación de realismo absoluto.

Pero si Bullit es célebre es por la magnífica persecución del protagonista en su Ford Mustang 390 GT a los matones a sueldo, a bordo de un Dodge Charger. La escena, cuando no se utilizaban efectos especiales, es un prodigio de dinamismo y tensión, en el marco impresionante de las calles empinadas de San Francisco. El director alterna planos generales con detalles con la cámara a ras de suelo o dentro de los coches y el resultado es realmente tan asombroso que la secuencia ha quedado como un ejemplo perfecto de cómo se debe filmar una persecución así.

En cuanto al trabajo de los actores, la película es casi exclusiva de Steve McQueen, un actor perfecto para este tipo de personajes, parcos en palabras y gestos, duros y secos, impasibles. El resto del reparto está un peldaño por debajo de McQueen. Por suerte para nosotros, el actor acapara todo el protagonismo.

A pesar de esos pequeños detalles que denotan el paso del tiempo, Bullit es un policíaco sobrio, directo, sin adornos, pero apoyado en una buena dirección que sabe explotar las virtudes del guión. El resultado es un film que engancha y entretiene, sin muchas pretensiones, pero eficaz.

La película ganó el Oscar al mejor montaje.

martes, 4 de septiembre de 2018

Lo que piensan las mujeres



Dirección: Ernst Lubitsch.
Guión: Donald Ogden Stewart.
Música: Werner R. Heymann.
Fotografía: George Barnes.
Reparto: Merle Oberon, Melvyn Douglas, Burgess Meredith, Alan Mowbray, Olive Blakeney, Harry Davenport, Sig Ruman, Eve Arden.

La señora Jill Baker (Merle Oberon), casada con Larry (Melvyn Douglas), un vendedor de seguros, decide acudir a un psicoanalista para consultarle un pequeño problema que tiene: cada vez que está irritada tiene hipo. El médico cree que puede deberse a la monotonía de su vida matrimonial.

Lo que piensan las mujeres (1941) es una comedia ligera sobre el matrimonio y los problemas de la rutina doméstica dirigida por el maestro Ernst Lubitsch, a quién se le deben algunas de las comedias más inspiradas de los años treinta y cuarenta. Sin embargo, hemos de reconocer que en esta ocasión, la obra no está a la altura de títulos como Ninotchka (1939), El bazar de las sorpresas (1940) o Ser o no ser (1942), sus películas más destacables.

Quizá el principal inconveniente de Lo que piensan las mujeres es el tono excesivamente ligero en que está planteada. No se llega a percibir la crisis de la pareja como algo serio, ni los problemas de Jill parecen merecer una mínima preocupación. Hubiera sido de agradecer algo más de profundidad a la hora de afrontar las tribulaciones de la pareja protagonista; incluso el tercero en discordia, Alexander Sebastian (Burgess Meredith), el pianista engreído y excéntrico, resulta un personaje demasiado caricaturesco.

Además, resulta evidente que los problemas matrimoniales de los protagonistas tendrán un final feliz, pues nunca llegamos a dudar de su amor, a pesar de pasar por un pequeño bache, con lo que se pierde un poco el factor sorpresa, que siempre es un punto a favor.

Otro problema que noté es la falta de ritmo evidente en muchos momentos de la película, con secuencias en que las réplicas no son todo lo ágiles que debieran, creando una sensación extraña, con momentos en que parece que la acción se atasca, que falta fluidez.

A pesar de ello, Lo que piensan las mujeres no deja de tener momentos brillantes, con algunos diálogos muy inspirados en los que se juega con la lucha de sexos, los celos y hasta la crítica artística. Los dardos, siempre complacientes y sin verdadera maldad, apuntan tanto al marido acomodado en su vida tranquila como a la mujer ociosa, que se aburre por no tener nada interesante que hacer en su vida y, cómo no, al arte moderno, pretencioso, oscuro y aburrido, junto a los artistas vanidosos, altivos y cobardes. Sebastian, por ejemplo, se considera un genio tocando el piano cuando para el resto del mundo no es más que es un pianista de segunda fila.

Entre los muchos momentos interesantes, quizá destacaría algunas secuencias que nos hablan de la elegancia de Lubitsch como director. Por ejemplo, su recurso a la elipsis, algo muy habitual en él, gracias a la cuál el director no nos muestra lo que sucede en realidad, pero lo adivinamos sin esfuerzo y el resultado es mucho más interesante; como la escena en que Alexander quiere besar a Jill y esta se aparta, negándole el beso. Ambos salen de pantalla y, al volver Alexander, se sienta al piano tocando una arrebatadora melodía, lo que nos aclara que finalmente consiguió su objetivo.

También es muy bonita la manera que tiene el director de mostrarnos los verdaderos sentimientos de los protagonistas de una manera indirecta. Cuando Larry tiene que abofetear a Jill para justificar el divorcio, lo hace después de haberse emborrachado, pues sobrio no tenía valor para hacerlo. Otro momento de los más inspirados es la secuencia de reconciliación en el hotel, un prodigio de puesta en escena en la que Larry juega al engaño con Jill, que termina descubriendo el pastel mientras su marido sigue con su pantomima, hasta que ambos dejan caer sus máscaras con un apasionado beso. Una hermosa y simpática manera de poner punto y final a su desencuentro.

Melvyn Douglas, que ya había trabajado con Lubitsch en Ninotchka, me parece perfecto para su papel. Douglas era un actor elegante y sobrio y no carente de atractivo. Su buena conexión con Merle Oberon es evidente y esa química se nota en sus escenas juntos, donde se dan los mejores momentos de la película. Burgess Meredith, más conocido en su madurez por su papel como entrenador de Rocky, está también más que correcto, si bien su personaje es el más teatral de todos.

Llama la atención el detalle de recurrir a carteles para aclarar algunos momentos del relato, al estilo del cine mudo, en lugar de recurrir a la más moderna voz en off. Y también es curioso que los industriales a los que Larry tiene que vender sus pólizas sean húngaros, país donde transcurría la acción en El bazar de las sorpresas.

Y otra curiosidad más, el director ya había filmado el mismo argumento en su etapa de cine mudo, bajo el título de Divorciémonos (1925).