El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 20 de diciembre de 2021

¡Ave, César!


 

Dirección: Joel Coen y Ethan Coen.

Guión: Joel Coen y Ethan Coen.

Música: Carter Burwell.

Fotografía: Roger Deakins.

Reparto: Josh Brolin, George Clooney, Alden Ehrenreich, Tilda Swinton, Scarlett Johansson, Channing Tatum, Ralph Fiennes, Max Baker, Veronica Osorio, Heather Goldenhersh, Frances McDormand.

Hollywood, años 50. En medio de una superproducción, la estrella de la película es secuestrada por un grupo que se hace llamar "El futuro".

¡Ave, César! (2016) lleva el sello de los Coen: una comedia diferente, original, de una factura impecable, algo surrealista por momentos. En resumen, una propuesta diferente a lo que habitualmente nos ofrecen otras comedias.

En esta ocasión, el centro de la acción es un estudio de Hollywood y más en concreto el día a día de su director de producción, Eddie Mannix (Josh Brolin), que deberá lidiar con actores, directores, presupuestos, montajes... en interminables jornadas laborales. Esto le sirve a los Coen para hacer una divertida y excéntrica visita al mundo del cine, al Hollywood de los años 50. Es una visita entre tierna y satírica donde tocan un poco todos los aspectos más destacados de la industria.

Por un lado, el tema de la creación artística y sus pequeños problemas, como no poder contratar al actor deseado o que la estrella del musical esté embarazada y de un humor de perros. O las imposiciones del mandamás de la empresa, aunque sean un sinsentido. Pero quizá lo más interesante sea la mención a la presencia de comunistas en el seno de la industria, en concreto un grupo de guionistas, lo que nos lleva al famoso tema de la Caza de Brujas, si bien aquí todo es abordado desde un punto de vista tan absurdo como ridículo y que depara los momentos más divertidos de la película.

Con una fotografía realmente deslumbrante, los Coen aprovechan las posibilidades del argumento para regalarnos un par de números musicales espectaculares: el de la piscina, claro homenaje a las películas de Esther Williams, y el de los marineros, que nos lleva directamente a Levando anclas (George Sidney, 1945). Es una delicia disfrutar de ellos, a pesar de que pudieran resultar algo forzados o que interrumpen el ritmo de la historia. 

Pero, además del musical, hay también un homenaje al western clásico, encarnado en este film por el personaje interpretado por Alden Ehrenreich y que nos puede recordar a Roy Rogers, cowboy y cantante muy famoso en películas de serie B en los años 50.

Y, claro está, el principal homenaje es al cine histórico, a las películas de romanos con una clara referencia a Quo Vadis? (Mervyn LeRoy, 1951) y a Ben-Hur (William Wyler, 1959).

El argumento en realidad es un puzzle de pequeñas historias entrelazadas por la figura de Mannix. A pesar de que este puzzle está bastante bien hilvanado, se queda uno con la sensación de que se trata de un film sin una clara unidad y, especialmente, sin un punto de interés que nos atrape. Es cierto que el secuestro es el tema principal, pero tanto su desarrollo como su desenlace están tratados de manera ligera, a veces precipitada, y no es suficiente para mantener el pulso durante el largo metraje del film.

La sensación general es que se trata de una diversión de los hermanos Coen con un envoltorio precioso y un reparto magnífico, pero que no tiene la entidad o la genialidad de otros trabajos suyos. A pesar de ello, para los amantes del cine dentro del cine, y del cine a secas, no deja de ser un relato con buenos momentos y ese sello personal que esta pareja de directores-guionistas sabe imprimir a sus creaciones.

sábado, 18 de diciembre de 2021

Recuerdos



Dirección: Woody Allen.

Guión: Woody Allen.

Música: Varios.

Fotografía: Gordon Willis (B&W).

Reparto: Woody Allen, Charlotte Rampling, Jessica Harper, Marie-Christine Barrault, Tony Roberts, Daniel Stern, Amy Wright.

Sandy Bates (Woody Allen), un director de comedias, entra en una crisis profesional cuando decide que quiere hacer películas serias, al tiempo que intenta encontrar un sentido a su vida personal.

Recuerdos (1980) es quizá el film más desconcertante de Woody Allen. Llega tras los éxitos de Annie Hall (1977) y Manhattan (1979), las dos grandes comedias de los primeros años del director y por eso Recuerdos resulta tan anómala.   

La película podría interpretarse como una especie de confesión de Allen acerca de su trabajo y su vida. El protagonista, también director de comedias de éxito, no desea seguir por ese camino, parece necesitar expresar el dolor que percibe a su alrededor, el dolor del mundo, de la vida, del amor. Sin embargo, el propio artista negó que así fuera, a pesar de que resulta difícil no encontrar paralelismos entre Sandy y Woody.

Lo que sí encara la película nuevamente son las preocupaciones constantes en el cine del director. Está el tema del amor como eje básico de la existencia y Sandy se debate entre tres mujeres diferentes; cada una le aporta algo distinto y ninguna le llena por completo. Quizá la solución sería poder transplantar de una a otra lo mejor de cada persona y hacer una mujer completa a su imagen, como se detalla en una secuencia del film, pero aún así terminaría enamorándose de las partes imperfectas. El amor, en el fondo, no se puede racionalizar y no se puede saber lo que nos puede realmente enamorar de otra persona.

También aborda la importancia del arte como un medio de mejorar el mundo. Por ello Sandy está en crisis, porque cree que las comedias son algo intrascendente, que necesita dar un giro a su carrera y expresar temas más importantes, como el dolor, la angustia, el sentido de la vida...

Y llegamos así a otro tema recurrente en Allen: la muerte. Esta obsesión se plasma claramente en la secuencia en que sueña que es asesinado. Al final, la vida parece reducirse a intentar prepararse para la muerte. Todo lo que hagamos estará determinado por ese final implacable. 

En todo caso, lo que sí parece es que Recuerdos es una especie de versión personal, una parodia, de la película 8 1/2 (1963) de Federico Fellini. Ambas tienen una similitud argumental evidente, además de no seguir un desarrollo lineal o el mezclar realidad con sueños en un relato a veces confuso; y eso explica también ciertas secuencias, como las de la playa, y los extraños rostros que pueblan Recuerdos. 

El resultado es un film que estéticamente me resultó desagradable: casi todos los personajes secundarios son feos, gordos, grotescos, casi deformes, y el uso de la cámara, con primeros planos muy cerrados y un exceso de protagonismo de la misma, hacen que la película me pareciera muy poco atractiva y con un aire de decadencia que le daba un intenso tinte trágico. Si a ello le unimos que encontré muy poca gracia en los chistes de Allen, que están en su línea habitual, pero con mucha menos inspiración, el resultado fue una experiencia un tanto deprimente.

Es evidente que Woody Allen ha optado por un enfoque distinto a lo que era habitual en sus películas precedentes pero, desde mi punto de vista, el resultado no es satisfactorio. Recuerdos es desconcertante, pero sin que ello aporte un plus a las intenciones del director, sino más bien lo contrario. Allen consigue que me pierda en los detalles (rostros, encuadres, iluminación, decorados, hilo narrativo) y que el verdadero mensaje se diluya en toda esa parafernalia. Afortunadamente, el experimento se quedó en algo anecdótico y el director volvería a caminos más conocidos y Recuerdos se queda como un curioso experimento sin descendencia.

miércoles, 8 de diciembre de 2021

Oda a Joy


Dirección: Jason Winer.

Guión: Max Werner (Historia: Chris Higgins).

Música: Jeremy Turner.

Fotografía: David Robert Jones.

Reparto: Martin Freeman, Morena Baccarin, Jake Lacy, Melissa Rauch, Shannon Woodward, Jane Curtin, Ellis Rubin, Adam Shapiro, Jackie Seiden.

Charlie (Martin Freeman) sufre cataplexia, una enfermedad que le paraliza los músculos y hace que se duerma si tiene alguna emoción fuerte, especialmente la alegría. Por ello, lleva una vida solitaria y rehuye la posibilidad de enamorarse, algo que podría matarlo.

Partir de una enfermedad como la cataplexia para hacer de ello una comedia es bastante extraño en sí mismo porque parte de un supuesto tremendamente extraño y también porque utilizar una enfermedad como fuente cómica parece un contrasentido. Y por eso resulta tan peculiar Oda a Joy (2019). Es un film que nos desconcierta bastante en su planteamiento. Así todo, la historia de una persona que, asustada, decide renunciar a la felicidad que podría sentir al estar enamorado tiene un cierto potencial humorístico si es tratada de manera inteligente. El problema es que los guionistas de comedias actuales parece que se han olvidado de escribir buenos guiones y a cambio se limitan a variaciones de un mismo tema con escasa originalidad y menos gracia. 

En Oda a Joy la búsqueda de la comicidad parece reducirse a dos elementos: llenar la historia de tipos raros, cuanto más extraños mejor, incluso los aparentemente normales son extraños en su esencia, y recurrir a bromas basadas en el sexo. El primer elemento redunda en lo extraño y rebuscado del planteamiento básico de la película y por momentos es todo tan forzado que no funciona correctamente como fuente de comicidad, sino que incluso puede llegar a provocar el efecto contrario. Así, personajes como Bethany (Melissa Rauch) resultan absurdos al llevar la excentricidad al límite; o el hermano de Charlie, Cooper (Jake Macy), que de ser un tipo amable y simpático pasa a convertirse en un idiota insensible en un segundo para, luego, volverse de nuevo razonable sin más explicaciones, salvo como torpe método de precipitar el final feliz. El segundo elemento tampoco resulta más afortunado, en parte por demasiado obvio como supuesta fuente de comicidad y en parte por estar muy mal traído.

Oda a Joy es una sucesión pequeños errores, diálogos sin emoción, situaciones mal aprovechadas, momentos extraños, como la discusión de Francesca (Morena Baccarin) subida a una mesa de la biblioteca, donde encontrar la gracia resulta complicado. Las escenas realmente interesantes escasean y la historia se queda en lo meramente superficial, dejando unos personajes sin profundidad, lo que aleja el film de un punto que debería ser crucial en un argumento basado en la enfermedad del protagonista: tocar la fibra sensible del espectador acercándonos al sufrimiento de Charlie, de manera que podamos alegrarnos cuando supere sus miedos y se arriesgue a pesar de su problema, algo que no sucede porque nos cuesta empatizar con unos personajes tan planos y artificiales.

Quizá lo que mantiene en pie a Oda a Joy sea la pareja de protagonistas. Martin Freeman consigue dotar a su personaje de naturalidad dentro de su extraña situación y Morena Baccarin resulta especialmente idónea para su papel: es una mujer muy atractiva pero sin excesos y se impone su parte sensible y su risa contagiosa sobre cualquier otro detalle.   

Es una lástima que un film que podía aportar mucho más desde su original propuesta se limite finalmente al chiste fácil y la exageración como únicos argumentos. Se ha optado por el camino más trillado y el resultado es una película que no tiene mucha gracia, es previsible y nos deja con la sensación de que se ha desperdiciado todo su potencial.

miércoles, 1 de diciembre de 2021

Adiós, Mr. Chips



Dirección: Sam Wood.

Guión: Claudine West, Sidney Franklin, R. C. Sheriff, Eric Marschwitz (Novela: James Hilton).

Música: Richard Addinsell.

Fotografía: Freddie Young (B&W).

Reparto: Robert Donat, Greer Garson, John Mills, Terry Kilburn, Paul Henreid, Judith Furse, Lyn Harding, Frederick LeisterMilton Rosmer. 

El anciano Mr. Chipping (Robert Donat), profesor retirado, recuerda sentado ante la chimenea su vida como docente en la escuela Brookfield, donde ha pasado toda su vida.

Sucede a menudo que algunas películas que abarcan demasiado tiempo, en el caso de Adiós, Mr. Chips (1939) son más de sesenta años, se quedan un tanto vagas, imprecisas. El hecho de tener que contar tantas cosas en un tiempo determinado no juega en su favor. En este caso, la sensación es que Sam Wood se ve forzado a pasar demasiado deprisa por los momentos clave en la vida del protagonista y me quedo con las ganas de saber más, de disfrutar mejor de alguno de esos instantes.

Pero, a pesar de lo dicho, el director parece tener en esta ocasión la extraña cualidad de dotar a esos momentos clave, a pesar de la brevedad con que son abordados, de una intensidad superior. Es imposible asistir a algunos pasajes de la vida de este buen profesor sin sentirse profundamente conmovido. El secreto puede ser la naturalidad con que el guión nos cuenta la vida de Mr. Chips, la simplicidad del relato, que en cada momento se centra en lo más importante, en aquello que mejor va a definir al personaje y su relación con sus compañeros, sus alumnos o su esposa. Y de esta manera, una sola imagen o una breve conversación tienen esa intensidad que las hace casi inolvidables y nos permite vivir con una fuerza y una pasión extrañas un relato tan precipitado.

Me ha encantado la elegancia de Wood en la dirección, el concentrarse en lo importante, el lograr emocionarnos con una imagen sencilla y no permitirse caer en lo excesivo, algo que acechaba en cada instante en una historia como esta. Además, eludía inteligentemente ciertos detalles, como cuando Chips infringe un castigo físico a un alumno; o la maravillosa la escena en el barco cuando Chips comenta que solo los enamorados ven azul el Danubio y la cámara se desplaza al piso superior del navío y se detiene en su futura esposa, que confirma que el río es azul. Es una maravillosa manera de confirmar el flechazo entre ambos.

Esta manera elegante de narrar las historias era algo propio de aquellos años pero tristemente se ha perdido con el paso del tiempo. Poco a poco se fue tendiendo a querer ir un paso más allá, de atreverse a cruzar pequeñas líneas rojas sin constatar todo lo que se iba perdiendo en ese proceso.

Al final, nos queda un retrato del profesor con algunas pequeñas lagunas, como sus primeros años de enseñanza, pero en general tenemos lo imprescindible: un dibujo de una buena persona, muy tímida, afectuosa, que hizo de su profesión su vida y que con su bondad innata se hizo respetar y querer por sus compañeros y alumnos, que se convertían en admiradores y amigos.

La película es un canto a la bondad, encarnada en el profesor, y a la importancia de la educación para formar hombres buenos, responsables, con valores como la lealtad, la amistad o la responsabilidad. Y también ensalza esa manera de educar basada en el respeto mutuo entre maestro y alumno y que es opuesta a esa otra, bastante extendida en la época en que transcurre la película y también muchos años después, asentada en la disciplina rígida, el castigo físico y una separación radical entre docentes y alumnos. 

Viendo la primera aparición de Robert Donat, me pareció que resultaba un tanto sobreactuado. Curiosamente, el actor ganó el Oscar al mejor actor por ese trabajo, lo que podría venir a incidir en el hecho de que a veces influye tanto el personaje como el trabajo interpretativo, algo evidente cuando se trata de personajes atormentados, discapacitados o, como en esta ocasión, entrañables. De todos modos, la actuación también debe mucho a la época en que se rodó el film. El cine ha evolucionado mucho desde entonces en todos los aspectos. A pesar de lo dicho, tras esa primera aparición de Donat, uno acaba acostumbrándose al personaje y su carisma termina por hacernos olvidar los matices del trabajo de Donat. Sus compañeros de reparto están también más que acertados, con una especial emoción por los niños, a menudo el eslabón menos sólido, pero que en esta ocasión demuestran bastantes tablas.

Adiós, Mr. Chips, sin tener el renombre de algunos clásicos contemporáneos suyos, es un pequeño y gratificante placer que aún se puede degustar en la actualidad gracias a aquel estilo de comienzos del cine sonoro que aún me sigue pareciendo maravilloso.

En 1969 se realizó una versión musical del libro de James Hilton, también titulada Adiós, Mr. Chips e interpretada por Peter O'Toole.

lunes, 15 de noviembre de 2021

La pradera sin ley



Dirección: King Vidor.

Guión: Borden Chase y D.D. Beauchamp (Libro: Dee Winford).

Música: Joseph Gershenson.

Fotografía: Russell Metty.

Reparto: Kirk Douglas, Jeanne Crain, Claire Trevor, William Campbell, Richard Boone, Mara Corday, Myrna Hansen, Jay C. Flippen, Sheb Wooley.

Dempsey Rae (Kirk Douglas), un vaquero trotamundos, abandona Kansas City en dirección a Wyoming. En el camino conoce a Jeff (William Campbell), un joven al que tomará bajo su protección. 

Dempsey Rae es un inadaptado. Abandonó su Texas natal escapando de las alambradas que le costaron la vida a su hermano y le dejaron a él cicatrices en el pecho... y más adentro. Las alambradas simbolizan, para él, todo cuanto coarta su modo de vida, su libertad. Por eso no ha parado de vagar, buscando espacios abiertos donde se sienta dueño de su destino; y no podrá dejar de viajar ante el imparable avance de la ley, el orden y la civilización. Dempsey ama la libertad sin restricciones y el mundo empieza a parecerle demasiado pequeño. Como vemos, La pradera sin ley (1955) nos presenta un western diferente de los sencillos argumentos de sus inicios, donde el protagonista era el héroe sin reservas, intachable, justiciero. Pero en los años cincuenta la sociedad era ya diferente, tras varias guerras, crisis económicas y el cine había ido madurando y buscaba temas y personajes diferentes.

Sin embargo, Dempsey tiene también mucho del héroe clásico. Es un hombre noble, que no duda en ayudar al joven Jeff en cuanto lo conoce. Adoptando el papel de hermano mayor, hará lo que no pudo hacer con su verdadero hermano: guiarle por la vida, enseñarle, corregirle y mostrarle el buen camino que harán de él una buena persona. 

Otro detalle interesante es que no hay buenos y malos separados claramente. Tanto la propietaria del rancho El triángulo, Reed (Jeanne Crain), como los pequeños ganaderos presentan rasgos positivos y negativos a la vez, como suele pasar en la vida. Ella desea rentabilizar su inversión y tiene derecho a llevar su ganado a los mejores pastos, que no pertenecen a nadie. Pero también representa al avaricioso adinerado que no duda en explotar al máximo una tierra ajena y, una vez esquilmada, partir en busca de otra fuente de ingresos. Los pequeños ganaderos protegen también sus intereses, pero no tienen derecho a cercar con alambre terrenos que no son suyos. Y en medio de este conflicto, Dempsey, que decidirá ayudar a los pequeños ganaderos, no porque tengan razón con los cercados, que siguen sin gustarle, sino porque Reed ha cruzado una linea peligrosa contratando pistoleros que no dudan en asesinar a sus oponentes. Cuando se imponga de nuevo la paz, Dempsey se negará a asentarse en Wyoming porque sería renunciar a su libertad.

Como podemos ver, La pradera sin ley es un western menos sencillo de lo que aparenta. No se trata de un mero relato de aventuras, aunque posee los elementos típicos del género, sino que encierra una serie de reflexiones sobre la violencia, el progreso y el fin de un mundo de espacios abiertos y libertad, en la que el hombre forjaba su destino y que está abocado a la extinción.

Y un valor añadido más es, sin duda, la presencia de Kirk Douglas, pletórico como siempre, con ese carisma natural que le confería un status de estrella indiscutible. Además, se preocupó en esta ocasión de perfilar personalmente a su personaje, dotándolo de un sentido del humor evidente junto a su maestría con el revólver. Douglas demuestra manejar con absoluta solvencia todos los matices del personaje: su faceta de vividor alegre y despreocupado y también las cicatrices del pasado que lo atormentan y le hacen explotar en brotes de furia peligrosos. El resto del reparto palidece un tanto a su lado, especialmente William Campbell, que no puede mantenerse a la altura de Kirk Douglas. 

También merece destacar el buen trabajo de King Vidor en la dirección. Es un director que va directo a lo esencial, sin alardes innecesarios. Su trabajo es eficaz con una sencillez de medios remarcable y sabe elegir el mejor plano en cada momento, el que mejor cuente el relato o destaque un momento de acción. Las escenas con el ganado me han parecido magnificas.

La pradera sin ley, con ser un western que no suele citarse entre las obras cumbres del género, no deja de ser un film más que interesante. Dinámico, directo y con mucho dónde reflexionar.

miércoles, 3 de noviembre de 2021

Katharine Hepburn



Si tuviera que hacer un listado con las mejores actrices de todos los tiempos, sin duda Katharine Hepburn estaría en los puestos de honor. No era la más guapa, lo cuál tiene más mérito en un Hollywood donde primaba la belleza, pero era inteligente, culta, adelantada a su tiempo y, sobre todo, una actriz excelente.

Katharine nació en 1907, un doce de mayo, en la localidad de Hartford, en el estado de Connecticut. Era la segunda de seis hermanos y se crió en una familia acomodada y culta, lo que marcaría su personalidad. Sus padres eran muy progresistas e inculcaron en sus hijos el gusto por la libertad de opinión y de pensamiento. De su madre heredó sin duda la lucha por la igualdad de las mujeres, pues abogó por el control de natalidad y el derecho al voto femenino. Esta educación marcaría su devenir profesional y personal.

A parte de su educación avanzada, sus padres también fomentaban el desarrollo físico para sus hijos y Katharine destacó desde niña en la práctica de varios deportes, como la natación, atletismo, el golf, el tenis o montar a caballo. Incluso en su vejez, Katharine seguiría practicando deporte.

Sus primeros contactos con el mundo de la actuación tuvieron lugar en la universidad, donde empezó a participar con regularidad en funciones de teatro. Le gustaron tanto estas experiencias que, una vez obtenida la graduación en 1928, se decidió a labrarse un futuro como actriz. Para ello, se dirigió a Baltimore y pidió trabajo en una compañía que dirigía un tal Edwin H. Knopf. En su primer trabajo, un pequeño papel del reparto, tuvo buenas críticas, pero en el siguiente fue criticada su voz chillona. Mientras intentaba perfeccionar su dicción, un golpe de suerte le permitió ocupar el papel protagonista en una obra de teatro una vez que la actriz principal había sido despedida. Sin embargo, su actuación fue todo menos exitosa, con lo que también ella fue despedida tras una sola representación. 

Pero Katharine no se desalentaba fácilmente y logró actuar en Broadway, en octubre de 1928, aunque una vez más no logró el reconocimiento que deseaba, además de que la obra fue un fracaso. Al final, logró un puesto como suplente en la obra Holiday de Philip Barry, pero abandonó el papel para casarse en el mes de diciembre con Ludlow Ogden Smith, un hombre de negocios. Sin embargo, el gusto por las tablas era demasiado fuerte y al poco tiempo volvió a retomar un papel de suplente.

Desde ese momento, Hepburn ya no dejó de actuar y prepararse como actriz. Su vocación estaba encaminada, aunque seguía teniendo problemas para destacar realmente, limitándose a pequeños trabajos, algunos con cierto éxito, otros menos afortunados, como cuando a Leslie Howard no le gustó su actuación durante los ensayos de The Animal Kingdom y la actriz fue despedida. 

Finalmente, en 1932, Katharine fue elegida para la obra de teatro The Warrior's Husband. Interpretaba a una muchacha atlética y ello le iba como anillo al dedo, de manera que su actuación fue impecable. Al fin lograba destacar y la crítica así lo reconoció. Gracias a ello, llamó la atención de un cazatalentos de Hollywood que le ofrecerá un papel en un film nada menos que de George Cukor. Katharine pasará la prueba con éxito, impresionando al director muy favorablemente. La película se titulará Doble sacrificio (1932) y compartirá protagonismo con John Barrymore. Su trabajo de nuevo fue acogido con grandes elogios por parte de la crítica y ello le abrió las puertas para firmar un contrato con la RKO, productora de ese film. 

Por esa época, la actriz comienza una relación sentimental con su representante, Leland Hayward. Ambos estaban casados y cuando Leland le propuso a Katharine que se divorciaran de sus respectivos cónyuges, ella declinó la proposición. Siguieron algún tiempo juntos, pero estaba claro que la relación no tenía futuro. También estaba claro que esta aventura y su traslado a Hollywood, distanciándose de su marido, llevaron su matrimonio a un callejón sin salida. Así, en 1934 se divorció, si bien su relación con su exmarido fue siempre amistosa.

Al año siguiente rodó Christopher Strong (Dorothy Arzner), un film menor por el siguió recibiendo críticas positivas. Hepburn destacaba por su marcada personalidad, lo que la distinguía entre las actrices de su época. Pero con su tercera película le llegaría su consagración al ganar nada menos que un Oscar por su actuación en Gloria de un día (Lowell Sherman, 1933), premio que no acudió a recoger, algo que será una constante en su carrera.

Su siguiente papel, la joven Jo March de Mujercitas (George Cukor, 1933) le sirve para continuar en la senda del éxito. El film triunfó y para Katharine ese papel se quedará como uno de sus preferidos. Sin embargo, su siguiente película, Mística y rebelde (John Cromwell, 1934), fue una de las peores de su carrera. Y tampoco mejoró la situación su deseo de volver a probar suerte en el teatro. Le ofrecieron participar en una obra titulada The Lake y la experiencia fue desastrosa, con malas recaudaciones y críticas negativas sobre su trabajo.

De vuelta la cine, la RKO intentó repetir el éxito de Mujercitas con la película The Little Minister (Richard Wallace, 1934), pero el film fue un fracaso. Tras un drama romántico sin importancia, Break of Hearts (Philip Moeller, 1935), el éxito vuelve con Sueños de juventud (George Stevens, 1935) y una nueva nominación al Oscar, aunque esta vez no se llevó el premio.

En su siguiente película repite con George Cukor, con quien le une una relación de amistad desde su primer film juntos, y se estrena con Cary Grant como compañero en la comedia Sylvia Scarlett (1935), aunque el film no tuvo demasiado éxito. Con su carrera bien asentada, puede trabajar con los mejores y así, en 1936, se pone a las órdenes de John Ford en Mary of Scotland, donde encarna a María Estuardo. En línea con su mentalidad adelantada a su tiempo, en Una mujer se rebela (Mark Sandrich, 1936) interpreta a una mujer que tiene un hijo fuera del matrimonio. Volverá a la comedia en Calle de abolengo (George Stevens, 1937) y una vez más, la película no tiene demasiado éxito. Esta racha de fracasos junto a una actitud poco dócil con la prensa y con los fans le van granjeando una mala reputación de persona arisca.

De nuevo se siente tentada por el teatro y trabaja en una adaptación de Jean Eyre. Será precisamente  durante la gira de esta obra que comienza una relación con Howard Hughes y de nuevo, pese al deseo de Hughes, Katharine rechaza casarse con él. Fue un pequeño descanso del cine, al que regresa intentando conseguir en 1936 el papel de Scarlett O'Hara en Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, 1939), pero el productor David O. Selznick la rechaza al no considerarla lo suficientemente atractiva para ese papel. En cambio, rodará al año siguiente Damas del teatro (Gregory La Cava), con un papel que recuerda su propia experiencia de una joven de buena familia luchando por convertirse en actriz. 

Volverá a trabajar con Cary Grant en La fiera de mi niña (Howard Hawks, 1938), una alocada comedia que se ha convertido en una de las mejores de todos los tiempos y donde se escenifica el derrumbe del universo ordenado y lógico del protagonista masculino bajo la demoledora y surrealista influencia de Susan (Katharine Hepburn). Sin embargo, en el momento de su estreno la película fue un rotundo fracaso, lo que provocó que el director fuera relegado de su siguiente proyecto y que la propia Katharine tuviera que costear parte de su propio salario.

Esta serie de fracasos fueron los que llevaron a pensar que la culpa era de Katharine Hepburn, de ahí que se le aplique la frase "veneno de taquilla". Ante este estado de cosas, la actriz toma una decisión radical: cancela su contrato con la RKO, pagando ella misma la rescisión, con el objetivo de ganar así una independencia que le permitirá ser la dueña absoluta de sus decisiones.

Decide entonces participar en una película para la Columbia, Holiday (1938), donde vuelve a coincidir con George Cukor y Cary Grant en una nueva comedia que tampoco resultó tener mucho éxito en taquilla.

La carrera de la actriz estaba en esos momentos en su punto más bajo. La industria y los espectadores no la tenían en gran estima, pero el carácter luchador de la actriz no iba a permitir que ellos decidieran su destino. Y el camino que tomó fue de nuevo un regreso al teatro, esta vez con la comedia Historias de Filadelfia (1940), que fue, esta vez sí, un gran éxito y provocó los contactos de varias productoras de Hollywood para adaptar la obra al cine. Hepburn, que poseía los derechos de la obra, se decidió por la Metro-Goldwyn-Mayer y pidió para la dirección a su amigo George Cukor. Como compañeros de reparto contará de nuevo con Cary Grant y el tercero en discordia será James Stewart. La película fue un éxito y le sirvió a la actriz además para recomponer su imagen en Hollywood, además de obtener una nueva nominación al Oscar a la mejor actriz, premio que esta vez tampoco se llevó, pero la carrera de Katharine volvía a enderezarse.

Su siguiente película será muy importante a nivel personal. Se trata de la comedia La mujer del año (George Stevens, 1942), que supone su último trabajo a las órdenes de Stevens y el primero con Spencer Tracy, el hombre más importante en su vida. Durante el rodaje, comienza el romance de ambos, que durará toda su vida, si bien nunca formalizaron oficialmente su amor pues Tracy, católico convencido, ya estaba casado y su religión prohibía la posibilidad del divorcio. De nuevo, Katharine encarna a una mujer de éxito, independiente, fuerte. Sin embargo, la modernidad del personaje tendrá que plegarse en cierto modo a las normas de 1942, pero sin dejar de lado el mensaje de equiparación de la mujer con el hombre. Además, la actriz volvió a ser nominada al Oscar aunque de nuevo se quedó sin el premio.

Tras un breve paréntesis teatral con la obra Sin amor, volvió a reunirse con Tracy en la película La llama sagrada (George Cukor, 1942) en un intento de la Metro de repetir el éxito de La mujer del año. La película no funcionó tan bien como la precedente, pero la pareja volvía a estar genial, demostrando la buena sintonía de ambos.

Katharine Hepburn encadenará entonces una serie de films que no logran alcanzar una gran fama, como Stage Door Canteen (Frank Borzage, 1943), un musical donde se interpreta a sí misma en una aparición menor; Dragon Seed (Jack Conway, 1944), en el curioso papel de una campesina china; la versión para el cine de Sin amor (Harold S. Bucquet, 1945), con Spencer Tracy; Undercurrent (Vicente Minnelli, 1946), film negro donde comparte pantalla con Robert Taylor y Robert Mitchum y una nueva película con Spencer Tracy, The Sea of Grass (Elia Kazan, 1947), y encarnará a Clara Schumann en Melodía inmortal (Clarence Brown, 1947).

La actriz empezó a recomponer su carrera gracias a Frank Capra. Fue la protagonista, junto a Spencer Tracy una vez más, en El estado de la Unión (1948), un drama sobre la carrera política de un industrial con el toque idealista del director. La película funciona bien y permite una nueva colaboración de la pareja protagonista en una divertida comedia: La costilla de Adán (George Cukor, 1949), donde asistimos a la lucha del matrimonio de abogados formado por Hepburn y Tracy con el trasfondo de la lucha de la mujer por ser considerada igual al hombre, algo que casaba perfectamente con la mentalidad progresista de la actriz. La película fue un éxito y asentó a la pareja como un duo realmente atractivo para el público.

Tras un breve paso por el teatro, en esta ocasión interpretando a Shakespeare, Katharine Hepburn protagoniza una de sus mejores películas: La reina de África (1951), dirigida por el magnífico John Huston. Se trata de un film romántico de aventuras donde da la réplica a un soberbio Humphrey Bogart apartado de sus papeles más clásicos. La deliciosa historia de amor entre la remilgada hermana de un misionero y el marinero bebedor y vulgar se ha convertido en un clásico por el que no pasa el tiempo. Bogart se llevó el Oscar y Katharine, una vez más, se quedó a las puertas de recibirlo con su quinta nominación.

Al año siguiente repite con George Cukor y Spencer Tracy en La impetuosa, donde se aprovechan sus cualidades atléticas interpretando a una deportista que domina diversos deportes, como el tenis o el golf, pero que se bloquea en presencia de su novio. Se trata de una comedia amable, pero un peldaño por debajo de sus grandes películas.

Tras La impetuosa, Katharine se traslada a Inglaterra e interpretará a Bernard Shaw en The Millionairess, que intentará llevar al cine más adelante, pero sin éxito.

Katharine Hepburn había terminado por entonces su contrato con la Metro y su siguiente film será en 1955, Locuras de verano (David Lean). La actriz encarna a una mujer soltera que vive una apasionada historia de amor y por la que de nuevo recibe trabajo nominación al Oscar a la mejor actriz. Y de nuevo se queda sin el premio. 

En otra de sus habituales incursiones teatrales, Katharine se va a Australia de gira con la compañía del teatro Old Vic, representando El mercader de Venecia, La fierecilla domada y Medida por medida, todas de Shakespeare. La gira fue un éxito y confirmaba de nuevo la versatilidad de la actriz.

Con El farsante (Joseph Anthony, 1956), junto a Burt Lancaster, volverá a ser nominada como mejor actriz por segundo año consecutivo. De nuevo interpreta a una mujer soltera, un rol acorde con su edad y en el que la actriz parecía moverse con eficacia. También en 1956 trabajará en La falda de hierro (Ralph Thomas), una versión de Ninotchka (Ernst Lubitsch, 1939), la gran comedia interpretada por Greta Garbo. Pero el film no está a la altura y es un fracaso. La propia actriz la consideró la peor película de su carrera.

En Cosas de mujeres (Walter Lang, 1957) repite protagonismo con Spencer Tracy, aunque la película no consigue el éxito de las precedentes comedias de ambos. Y de nuevo regresa en el verano de 1957 al teatro y a Shakespeare repitiendo con El mercader de Venecia y Mucho ruido y pocas nueces

Y llegamos a 1959 y a la ambiciosa y extraña De repente, el último verano (Joseph L. Mankievicz), basada en una obra de Tennessee Williams y donde comparte pantalla con Montgomery Clift y Elizabeth Taylor. Un drama rebuscado y particularmente polémico que, sin embargo, tuvo buena acogida y le valió una nueva nominación al Oscar para Katharine, que se volvía a ir de vacío.

Hasta 1962 no vuelve al cine, tras un nuevo período de paso por el teatro, y lo hace bajo la dirección de Sidney Lumet en Larga jornada hacia la noche, precisamente una adaptación al cine de un drama teatral de Eugene O'Neill y por la que la actriz se lleva el premio a la mejor interpretación en el Festival de Cannes de ese año.

Su trabajo se había ido espaciando y ahora no regresará a la pantalla hasta 1967, ocupada en su relación con Spencer Tracy, que pasaba un momento de salud delicado. Y su vuelta será al lado de su compañero sentimental cuando protagonice Adivina quien viene esta noche (Stanley Kramer), una película que denuncia el racismo y que es una hermosa declaración de amor entre Tracy y Hepburn en su novena película juntos. Desgraciadamente, también fue la última, pues Spencer Tracy murió de un ataque al corazón tan solo diecisiete días después de terminar el rodaje. Ello hizo que la actriz no fuera capaz de ver nunca el film entero, por el dolor que le causaba. Katharine Hepburn ganó merecidamente al fin el Oscar por su trabajo. 

En 1968 fue Leonor de Aquitania en el drama histórico El león en invierno (Anthony Harvey) junto a Peter O'Toole y volvió a ganar el Oscar. Tras un largo periplo de nominaciones sin premio, Katharine lograba dos consecutivos, lo que demostraba su gran talento y la reconocía como una de las mejores actrices de la historia.

La loca de Chaillot (Bryan Forbes, 1969) fue, sin embargo, un fracaso de público y crítica, tanto del film como de su trabajo.

En el teatro representará a Coco Chanel en un musical de Broadway, todo un reto para ella, pues no tenía dotes especialmente idóneas para el canto.

Las troyanas (Michael Cacoyannis, 1971), una producción europea basada en una obra de Eurípides, supuso un nuevo experimento en su carrera. Katharine parecía dispuesta a aventurarse en proyectos originales en esos últimos años de su carrera, sin miedo al fracaso, algo muy propio de su fuerte temperamento que la hizo siempre una mujer decidida y valiente.

Tampoco acertó con su siguiente película, A Delicate Balance (Tony Richardson, 1973). En 1975 protagoniza el western El rifle y la Biblia (Stuart Millar), una secuela de Valor de ley (Henry Hathaway, 1969), donde trabajó al lado de John Wayne y en el que interpretaba a una misionera solterona, papel que nos recuerda inevitablemente al de La reina de África.

Y en 1976 volvió al teatro en Broadway trabajando en una pieza de Enid Bagnold, A Matter of Gravity.

La gran aventura en globo (Richard A. Colla, 1978) es otro de esos trabajos que la actriz acepta por cuestiones personales, en este caso porque le ofrecía la posibilidad de montar en globo. La comedia fue un rotundo fracaso.

Por estos años, la actriz había empezado también a participar en películas para la televisión. Se estrenó en 1973 con un drama de Tennessee Williams, El zoo de cristal. En 1975 rodó con Laurence Olivier El amor en ruinas, dirigida por George Cukor. Y fue precisamente con otro telefilm con el que filmó su décima y última colaboración con su amigo George Cukor. Se trata de El trigo está verde, de 1979.

Katharine es ya mayor y empieza a ser muy perceptible un temblor incontrolado de su cabeza. Pero ello no es impedimento para la actriz que, además, sabrá utilizar este problema de salud para dar mayor verosimilitud a sus personajes. Es lo que sucede cuando rueda En el estanque dorado (Mark Rydell, 1981), junto a un también anciano Henry Fonda, sobre un matrimonio mayor, los problemas de la vejez y en la relación con los hijos. El trabajo de ambos protagonistas fue perfecto y ambos recibieron sendos Oscars que, en el caso de la actriz, era el cuarto, un récord absoluto.

Lógicamente, el trabajo de la actriz es cada vez más esporádico. Sigue haciendo algún trabajo en teatro, The West Side Waltz en 1981, y en el cine rueda en 1985 La última solución de Grace Quigley (Anthony Harvey), comedia negra en la que interpreta a una anciana deseosa de morir. No es un film muy exitoso, pero demuestra una vez más el arrojo de la actriz incluso bromeando con un tema tan cercano entonces como la muerte.

Hace también pequeños papeles para la televisión, aunque no se trate de nada memorable. Pero al menos sigue activa. Y en 1991 publica sus memorias, Yo: Historias de mi vida que fue un éxito de ventas inmediato.

En 1992 rodó para la televisión The Man Upstairs, junto a Ryan O'Neil y en 1994, con Anthony Quinn, This Can't Be Love, basada en su propia vida.

Su última película para el cine fue Un asunto de amor (Glenn Gordon Caron, 1994), drama romántico que es un remake de Tú y yo, rodada en 1939 y 1957 en dos versiones por Leo McCarey.

Su salud fue deteriorándose irremediablemente a lo largo de la década de los noventa llegando a padecer demencia senil en el tramo final de su vida, que terminó a los 96 años, víctima de un cáncer de garganta, un 29 de junio de 2003.

Nos quedan para siempre sus películas, especialmente aquellas en que sus personajes parecían ser una extensión de sus creencias personales y de su propia personalidad. Porque Katharine Hepburn era diferente a otras actrices de la época, más acordes con el rol de la mujer aceptado generalmente por la sociedad. Pero ella era una mujer moderna, libre, feliz de su independencia, capaz de retar por igual a hombres o mujeres y dueña de su destino. De ahí que no le atrajera nunca la vida social ni el contacto constante con los admiradores. Defensora de su vida privada, permanecía alejada de locales de moda y entrevistas, lo que no la hacía especialmente popular. Tampoco fue una devota esposa, aunque su amor por Spencer Tracy fue incuestionable y eterno, ni madre, papel para el decía no estar preparada. Ella tomaba siempre sus propias decisiones, con una fortaleza y determinación inquebrantables.

Con nada menos que doce nominaciones y cuatro Oscars finalmente ganados, es evidente que estamos ante una actriz excepcional, historia y leyenda del cine.

martes, 2 de noviembre de 2021

Footloose



Dirección: Herbert Ross.

Guión: Dean Pitchford.

Música: Miles Goodman.

Fotografía: Ric Waite.

Reparto: Kevin Bacon, Lori Singer, John Lithgow, Chris Penn, Sarah Jessica Parker, Dianne Wiest, John Laughlin, Lynne Marta, Elizabeth Gorcey, Frances Lee McCain. 

Beaumont, un pequeño pueblo del medio oeste, vive bajo el recuerdo de un fatídico accidente de tráfico que causó la muerte a varios jóvenes de la localidad y que llevó a sus fuerzas vivas, capitaneadas por el reverendo Moore (John Lithgow), a prohibir el baile, entre otras cosas. Cuando Ren (Kevin Bacon) llega al pueblo, intentará cambiar la situación.

Mis expectativas respecto a Footloose (1984) eran bastante pobres, pues me temía enfrentarme a una banal comedia de adolescentes con el trasfondo del baile como leitmotiv. De hecho, el tema de que un pueblo prohiba bailar a sus habitantes me parecía un argumento lo suficientemente estúpido como para no esperarme nada bueno de la cinta. Sin embargo, al tratarse de un film con cierta reputación, me decidí a darle una oportunidad y he aquí que, finalmente, he de reconocer que, sin ser una gran película, contiene ciertos detalles interesantes.

Para empezar, el argumento evita caer en los tópicos más conocidos en cuanto al tema de los adolescentes, al menos no lo hace sistemáticamente. Es lógico que se trate el tema del sexo, pero sin caer en lo vulgar ni lo forzado, sino como algo más del relato que encaja perfectamente con el resto. Pero donde encuentro que el argumento es más interesante es que aprovecha el asunto del baile para adentrarse con inteligencia en el tema de las relaciones familiares, en especial con el reverendo y su hija Ariel (Lori Singer) y cómo se han ido distanciando tras la muerte en accidente del hermano de la joven. Los personajes, además, son tratados con profundidad y no se cae en lo más sencillo, que sería dibujarlos con trazo grueso. Así, el reverendo no es un fanático descerebrado, sino que en su interior cree sinceramente estar haciendo lo correcto para la comunidad al imponer restricciones a las diversiones de los jóvenes. Lo hace desde el dolor de la pérdida del hijo, pero convencido de ayudar así a otros adolescentes. Cuando su esposa (Dianne Wiest) y su hija le hacen ver que no comparten sus puntos de vista, es capaz de reflexionar sin ofuscarse y rectificar a tiempo. 

También las relaciones entre los jóvenes se abordan de manera lógica. Es verdad que aquí topamos con situaciones más conocidas, pero de nuevo el guión evita entrar de lleno en los tópicos y ofrece una visión de los problemas de los adolescentes menos superficial de lo que a menudo vemos en comedias del género.

Los diálogos están cuidados y en general tenemos la impresión de que la película, más allá de su vertiente comercial evidente, aspiraba a ser algo más que un film resultón, intentando dotarlo de profundidad, que sirviera también como punto de reflexión sobre la intransigencia, los fanatismos (vecinos que quieren quemar libros) o las relaciones generacionales.

El tema de la música está muy presente, como era de esperar en un film que gira en torno a la prohibición del baile en la comunidad y cómo los jóvenes desean esa fruta prohibida. Pero los números están bien integrados en el relato y tampoco se abusa de ellos, siendo filmados con cierta eficacia; además, la elección los temas me parece bastante acertada, en especial el tema principal, muy pegadizo y dinámico.

Herbert Ross cuenta con un grupo de actores muy bueno. Kevin Bacon ya apuntaba maneras y Chris Penn me pareció un actor muy bueno. En cambio, Lori Singer no deja de ser un rostro bonito, mientras que Sara Jessica Parker está mucho mejor, más fresca y natural. 

Footloose fue un éxito sorprendente en su momento y sembró la semilla de otras películas que se adentrarían en el comercial y popular cine de adolescentes. Aún a día de hoy, a pesar del tiempo transcurrido, se puede seguir disfrutando como un film correcto y entretenido.

lunes, 1 de noviembre de 2021

No matarás... al vecino




Dirección: Joe Dante.

Guión: Dana Olsen.

Música: Jerry Goldsmith.

Fotografía: Robert M. Stevens.

Reparto: Tom Hanks, Bruce Dern, Fisher,  Rick Ducommun, Corey Feldman, Wendy Schaal, Henry Gibson, Brother Theodore, Courtney Gains.

A un elegante barrio residencial acaban de llegar los Klopek, cuyo extraño comportamiento llama la atención de sus vecinos: no salen durante el día y todas las noches salen extraños ruidos del sótano.

No matarás... al vecino (1989) es una comedia negra un tanto surrealista que nos puede recordar por momentos a Alfred Hitchcock y su Ventana indiscreta (1954), por el tema de los vecinos que espían a otros vecinos, o, hilando más fino, a Arsénico por compasión (Frank Capra, 1944), por el humor negro, los crímenes y lo disparatado de la historia. Por desgracia, el resultado se queda a años luz de ambos precedentes: ni la tensión está tan bien llevada como la del director inglés, ni la comedia es tan inteligente y sublime como en Capra.

Y es que, aunque la idea inicial del film pueda resultar de cierto interés, lamentablemente el guión resulta del todo fallido. Me dio la impresión de un trabajo un tanto chapucero, carente de verdadero nivel, recurriendo a un humor burdo, ramplón, totalmente básico, elemental, infantil. Nunca me gustó ese humor que se basa exclusivamente en los excesos y eso es exactamente lo que tenemos aquí. Es un humor sin inteligencia, sin chispa, que no me sacó ni una sonrisa a lo largo de toda la película.

Se recurre a la caricatura más básica a la hora de dibujar a los personajes, que resultan artificiosos y toscos: desde el vecino comilón (Rick Ducommun) al veterano de guerra (Bruce Dern), pasando por el joven Ricky (Corey Feldman), un prodigio de sobre excitación y sobre actuación a partes iguales. ¿Y qué decir de los Klopek?: es tan excesiva la caracterización que se parecen más a dibujos animados salidos de una mente trastornada que a personas reales.

El único interés que puede hacernos aguantar hasta el final es descubrir quienes son realmente y que hacen en el sótano los Klopek. En ello asienta Joe Dante la intriga que pueda mantener nuestro interés hasta el desenlace. El problema es que no basta con crear un elemento de tensión si el desarrollo del argumento es poco imaginativo y recurriendo siempre a un humor escasamente inteligente. Incluso los artificios de Dante a la hora de dirigir el film, buscando dinamismo y cierto toque personal, tampoco me resultaron especialmente inspirados, sino más bien irritantes por momentos.

Tal vez se pueda rescatar esa crítica a la sociedad burguesa, que vive en bonitos barrios y aparenta tener cierta clase pero que, en realidad, son personas sin demasiada educación, con una vida rutinaria y ese espíritu cotilla que les lleva a sobrepasar los límites de la buena vecindad. Como reconoce Ray Peterson (Tom Hanks), los raros son ellos, la gente aparentemente normal. Es, desde mi punto de vista, el único detalle que se salvaría del desastre general.

No sé si es fruto del guión tan básico, pero el trabajo de los actores me pareció igualmente desangelado. Tom Hanks es uno de los actores contemporáneos que me resultan más interesantes, pero he de reconocer que me ha defraudado en esta ocasión, puede que por culpa del director, no lo sé, pero parecía como desganado, sin chispa. Y lo mismo me pareció el trabajo de Henry Gibson, que se pasea como un alma en pena. Bruce Dern tampoco parecía a la altura de su reputación y el joven Corey Feldman parecía actuar atacado todo el tiempo por una extraña corriente eléctrica interior; solamente Carrie Fisher me resultó mínimamente acertada.

No sé, parece ser que No matarás... al vecino tiene sus rendidos admiradores, pero me cuesta encontrar algo mínimamente interesante en este cúmulo de majaderías sin pizca de imaginación.

lunes, 18 de octubre de 2021

Fuerza bruta



Dirección: Jules Dassin.

Guión: Richard Brooks (Historia: Robert Patterson).

Música: Miklós Rózsa.

Fotografía: William H. Daniels (B&W).

Reparto: Burt Lancaster, Hume Cronyn, Charles Bickford, Yvonne De Carlo, Sam Levene, Howard Duff, Art Smith, Jack Overman, Ella Raines, Roman Bohnen.

Joe Collins (Burt Lancaster) cumple condena en la prisión de Westgate, un lugar donde reina la violencia y el miedo a manos del sádico capitán Munsey (Hume Cronyn). 

Fuerza bruta (1947) toma como base argumental un motín en Alcatraz que duró dos días tras un intento fallido de fuga en 1946 y esto semeja condicionar el film, que desprende un aire de autenticidad notable. Sabemos que se trata de una película, pero tenemos la impresión en muchos momentos de estar presenciando algo verídico, a lo que también contribuye la fotografía en blanco y negro.

El aspecto más reseñable del film es su violencia, pero hemos de poner este hecho en su contexto. El cine, en sus primeros años, trataba la violencia de manera muy controlada. Nunca se mostraba directamente, sino que se recurría a elipsis y era el espectador el que completaba en su cabeza el puzzle. Pero poco a poco, los realizadores empezaron a forzar cada vez más, hasta llegar a la actualidad, donde no solamente las escenas violentas no se evitan, sino que son la razón de ser muchas películas. Cuando decimos que Fuerza bruta es un film violento debemos por lo tanto situarla en su época y, para 1947, lo que mostraba la película, directa e indirectamente, era de un crudeza pocas veces vista.

Estamos, por lo tanto, ante un film negro sin concesiones, donde se denuncia abiertamente la excesiva dureza de algunos elementos del sistema penitenciario frente a posturas más comprensivas que están en clara desventaja. Pero tampoco se suavizan las tintas con los presos, que son presentados también con cierta dureza: no dudan en matar al soplón de manera muy cruel y cuando se amotinan son una jauría descontrolada. Al final, lo que se puede sacar en claro es que un sistema basado en la represión, la crueldad y el abuso de poder no genera sino más violencia, odio y rabia entre los presos.

Otro dato curioso es que al repasar los motivos de algunos de los protagonistas para acabar entre rejas aparece la presencia de la mujer como la causante de ello. De manera indirecta, es cierto, pues es el marido el que desea ofrecerle el abrigo elegante a su esposa y elige para ello la vía del delito y es Joe quien queriendo ayudar a su novia enferma realiza el atraco que lo envía a prisión. Es el tema de la mujer fatal tantas veces visto pero sin que en realidad las mujeres se ajusten al estereotipo del cine negro, sino que se convierten en la excusa perfecta para el delito.

Burt Lancaster, a menudo sobreactuado, en esta ocasión se muestra más auténtico, con un trabajo sin artificios y lleno de fuerza. Cronyn por su parte da vida a un malvado un tanto curioso: no es fuerte, a menudo sus gestos son amables, pero por eso da mucho más miedo; es un hombre terriblemente cruel al que delata su mirada. Y el resto de secundarios, encabezados por el sólido Charles Bickford, componen un grupo humano que destila credibilidad por todas partes.

Fuerza bruta es un film de denuncia del sistema penitenciario basado en la violencia que solo genera más violencia; un film muy crudo para la época, sin concesiones y que aún a día de hoy mantiene vigente su mensaje pues, desgraciadamente, esa filosofía carcelaria y el abuso de poder puede que nunca lleguen a desterrarse de este mundo. 

martes, 12 de octubre de 2021

Tierras lejanas



Dirección: Anthony Mann.

Guión: Borden Chase.

Música: Joseph Gershenson.

Fotografía: William H. Daniels.

Reparto: James Stewart, Ruth Roman, Corinne Calvet, Walter Brennan, John McIntire, Jay C. Flippen, Harry Morgan, Steve Brodie, Connie Gilchrist, Robert J. Wilke, Chubby Johnson, Royal Dano, Jack Elam.

Jeff Webster (James Stewart) y su amigo Ben Tatum (Walter Brennan) se dirigen al Yukon (Canadá) con un rebaño de vacas para vender en Dawson, un pueblo de buscadores de oro. Sin embargo, nada más llegar a Skagway (Alaska), Jeff se topa con el corrupto shérif del pueblo, Gannon (John McIntire), que le confisca el ganado.

James Stewart dejó la comedia de lado y en los años 50 del pasado siglo inició una fecunda relación con Anthony Mann en el terreno del western. Tierras lejanas (1955) es una de las mejores películas que nacieron de esta colaboración con el director.

Con el telón de fondo de unos espectaculares paisajes, el film se centra en la figura de Jeff, un vaquero inquieto que ha recorrido medio país y que siempre encuentra un motivo para no asentarse en ningún lugar, desatendiendo el sueño de su amigo Ben de comprar un rancho en Utah, donde llevar una vida tranquila. Pero Jeff es un tipo extraño, independiente y que, fruto de un desengaño con una mujer en el pasado, ha decidido no depender ni necesitar a nadie. No pide ayuda y tampoco parece dispuesto a prestársela a nadie. 

Sin embargo, cuando se relacione con los buscadores de oro y llegue a formar parte de la comunidad, su determinación de permanecer al margen de todo empezará a resquebrajarse y poco a poco comienza comprender que no se puede vivir de espaldas de la gente.

Se trata, por lo tanto, de un enfoque diferente del western, acorde con los nuevos tiempos, que rompe con la tradición más clásica de los comienzos del género. El protagonista ya no es un héroe ejemplar, sino que se trata de un personaje más complejo, con un pasado que lo persigue, y que ha de redimirse con la ayuda de sus amigos, venciendo sus prejuicios. 

El acierto de Anthony Mann es saber conjugar perfectamente esta lucha interior del protagonista con la épica del western. La historia de superación de Jeff no interfiere con la lucha de los buscadores de oro contra la naturaleza agreste, la avaricia de algunos y la esperanza de llevar la civilización a nuevos territorios. El enfrentamiento de la gente trabajadora y humilde contra la corrupción y la crueldad del que impone la ley del más fuerte es el marco perfecto para la transformación de Jeff.

James Stewart nos brinda de nuevo una magnífica interpretación, demostrando su talla como actor, pues tanto en la comedia como en papeles dramáticos demostraba con solvencia el dominio de todos los registros. Pero además tenemos la oportunidad de disfrutar con aquellos genuinos secundarios de lujo que poblaban las películas en aquellos años dorados. El impagable Walter Brennan, en su maravilloso registro de bonachón fiel, acompaña a un soberbio John McIntire, uno de esos actores que, sin estridencias, creaba personajes sólidos como rocas, en este caso dando vida al cruel, avaricioso y cínico shérif de Skagway, creando uno de los malvados más reconocibles del western.

Sin duda, estamos ante todo un clásico del western. Un relato sencillo pero que encierra muchas lecturas y que no pierde nada de la esencia genuina del género.

domingo, 10 de octubre de 2021

Pena de muerte



Dirección: Tim Robbins.

Guión: Tim Robbins (Libro: Helen Prejean).

Música: David Robbins.

Fotografía: Roger Deakins.

Reparto: Susan Sarandon, Sean Penn, Robert Prosky, Margo Martindale, Celia Weston, Raymond J. Barry, R. Lee Ermey, Scott Wilson, Jack Black.

Condenado a la pena de muerte por el asesinato de dos jóvenes, Matthew Poncelet (Sean Penn) escribe a una religiosa pidiéndole ayuda.

Lo más llamativo de Pena de muerte (1995) es cómo aborda un tema bastante delicado y le da un tratamiento del todo alejado a lo que Hollywood nos tiene acostumbrados. Tim Robbins, que se apoya en un caso real, se aleja de lo fácil, de la sensiblería o la exageración y opta, con acierto, por una exposición sin adornos, pero también sin tomar partido ni por las víctimas ni por los asesinos. No hay una verdad absoluta, ni una maldad absoluta; se trata de seres humanos, con sus debilidades, sus herencias, el peso de su infancia, sus amores y sus frustraciones. Y el director intenta que entendamos todo eso: el dolor de las familias de las víctimas y su deseo de venganza; el dolor también de la hermana Helen (Susan Sarandon), cuya fe le anima a auxiliar a Matthew, aunque le parezca, de entrada, un ser malvado y cruel; y la personalidad de Matthew, un asesino racista y muy egoísta. Robbins no emite un juicio, sino que expone directamente los hechos y cada cuál tendrá que reflexionar sobre ese crimen terrible y sin sentido.

El film es una dura crítica hacia la pena de muerte, sin que ello exonere a Matthew, que no sólo no soluciona nada sino que suma una muerte más a las ya existentes, pero ahora de manera fría, calculada, planificada. Además, como bien dice Matthew, "no hay pobres en el corredor de la muerte", lo que incide en la falta de equidad de la justicia. Aquel que puede costearse una buena defensa no será condenado a muerte. Esta pena se reserva a los miserables, los pobres, los apartados de la sociedad. Es un sistema injusto en sí mismo y la culminación de ello se manifiesta en la pena capital.

Sin embargo, esa neutralidad del director, el evitar caer en dramatizaciones excesivas, lo cuál pienso que es un acierto, termina por crear un film un tanto frío. Incluso en los momentos de mayor intensidad reconozco que no terminaba de emocionarme. Creo que parte del problema puede ser que los personajes principales quedan un tanto difuminados. De la hermana Helen solo se nos aporta su remordimiento por matar a un animal siendo niña y nada más, con lo que entendemos su deseo de ayudar al preso en virtud de su fe, pero sin que lleguemos a adentrarnos plenamente en sus verdaderos miedos y motivaciones. Y lo mismo sucede con Matthew, lo que aún es peor. Habría sido imprescindible conocerlo mejor para poder empatizar más o al menos tener elementos para evaluar sus actos. Pero no es así e incluso desde el principio estamos engañados sobre su grado de participación en los asesinatos, solamente al final sabremos la verdad, pero ya es tarde.

Tampoco la dirección de Tim Robbins me pareció especialmente destacable. Su trabajo es correcto, pero falto de imaginación y no consigue dotar de pasión ni intensidad un relato al que podría haber sacado más partido.

Lo que me gustaría destacar por encima de otras consideraciones es la calidad de los diálogos, lejos de los que estamos acostumbrados a escuchar en el cine actual. Influíos sin duda por ese afán de equidad, de no tomar partido por parte del director, las conversaciones resultan directas, sin adornos, sin necesidad de cargar las tintas y con ello rebosan autenticidad por todas partes. Es algo que me sorprendió gratamente desde el inicio y me parece todo un acierto.

En cambio, en el desenlace creo Tim Robbins cae en lo que quería evitar desde el principio: un exceso de sensiblería. Entiendo que el momento de la ejecución justifica cierta intensidad mayor en el relato, pero ciertos adornos no casan del todo bien con el espíritu y el tono del resto de la película. Es más, creo que sobraban algunos minutos, sobre todo tras la ejecución, pero no es más que una apreciación muy personal. 

El trabajo de Susan Sarandon y de Sean Penn es, sin embargo, excelente. Ella derrocha naturalidad y cuando tiene que trasmitir pena o dolor lo logra sin excesos. Su trabajo fue recompensado con un Oscar. Sean Penn, en su caso, se quedó con la nominación y creo que su trabajo supera incluso al de Sarandon. Penn es frío al principio, desafiante, hasta cambiar cuando le llega la hora de la ejecución para mostrarse débil y asustado. Y en ambos registros está realmente perfecto.

Al final, sin embargo, lo que importa es reflexionar sobre cuanto se expone en esta historia: es imposible no sentir y comprender el dolor de los padres que han perdido a sus hijos de manera cruel e inhumana; comprendemos su deseo de venganza, aunque ninguna muerte redima a otra. Entendemos que existan personas como Matthew y que la sociedad deba protegerse de ellos, pero al final tenemos una justicia que se compra con dinero y una pena capital que no escapa de la barbarie que dice perseguir. Este es el verdadero valor de Pena de muerte, llevarnos a una reflexión muy interesante y compleja con una exposición directa, donde Tim Robbins intenta mantener la neutralidad.

viernes, 1 de octubre de 2021

En un lugar solitario



Dirección: Nicholas Ray. 

Guión: Andrew Solt (Historia: Dorothy B. Hughes).

Música: George Antheil.

Fotografía: Burnett Guffey.

Reparto: Humphrey Bogart, Gloria Grahame, Frank Lovejoy, Carl Benton Reid, Art Smith, Jeff Donnell, Martha Stewart, Robert Warwick, Morris Ankrum.

Dixon Steele (Humphrey Bogart) es un guionista que atraviesa una mala racha. Un día, le proponen que adapte un libro para una película y le pide a una joven que lo ha leído que le haga un resumen esa noche. A la mañana siguiente, la chica aparece asesinada.

En un lugar solitario (1950) nos vuelve a llevar a esa época dorada de Hollywood repleta de grandes películas; una época donde el cine se asentaba en unos guiones excelentes, como es el caso aquí, donde no solo se plantea la intriga básica, en este caso sobre quién asesinó a la joven Mildred (Martha Stewart), sino que esa es en realidad una excusa para adentrarnos en la personalidad violenta del protagonista y también en los entresijos del mundo del cine.

En un lugar solitario es el retrato de Steele, un guionista que no ha escrito nada bueno en mucho tiempo y que tiene una merecida fama de huraño y agresivo. Parece una persona resentida con el mundo y que a la mínima provocación reacciona con una violencia exagerada. Solo parece apreciar a otros perdedores, con los que es extremadamente amable y comprensivo. Vive solo, sin esperanza ni en la vida ni en su trabajo. Su sinceridad despiadada no le ha granjeado muchos amigos en la industria del cine, pero es algo que parece no importarle demasiado.

Pero todo cambia cuando conoce a Laurel Gray (Gloria Grahame), su vecina, por la que se siente inmediatamente atraído. Steele cree haber encontrado en ella a la mujer que siempre había buscado y Laurel termina también enamorándose de él. 

Sin embargo, su encuentro se produce a consecuencia del asesinato de Mildred y la policía sospecha directamente de Steele, la última persona con la que estuvo. Esas sospechas van prendiendo también en Laurel cuando va conociendo mejor a Steele y comprueba su agresividad incontrolada. Irremediablemente, esas sospechas minan los sentimientos de Laurel hacia él y termina decida a abandonarlo, asustada por su carácter y temiendo realmente que sea el asesino.

Todo ello nos brinda un film realmente diferente, muy interesante, en el que la intriga sobre el asesinato de Mildred nos mantiene en vilo, pero donde lo fundamental es el estudio de la personalidad humana, las frustraciones, el papel redentor del amor, el miedo, el fracaso o la soledad. Sin duda todo un universo denso que Nicholas Ray sabe presentar sin fisuras, con un relato directo. 

Para ello cuenta con un excelente Bogart, en uno de sus papeles más curiosos. Dentro de la mejor tradición del cine negro, Steele no es un ganador, no es un hombre sencillo. Al contrario, el personaje está lleno de sombras y el espectador, como Laurel, se siente atraído por él al tiempo que le teme, deseando que se redima, que sea inocente, pero sin poder sentir ninguna seguridad de que así sea. Al contrario que en otras cintas de cine negro, Gloria Grahame no es la mujer fatal que lleva al protagonista a su perdición. Más bien, es su tabla de salvación, su última esperanza. Pero en consonancia con el tono pesimista del género, tanto Steele, por su carácter violento, como Laurel, por sus miedos y falta de fe en él,  terminan por dinamitar la relación. El amor no es suficiente, el miedo termina venciendo y Laurel no puede acallar sus temores. Cuando finalmente todo se aclara, el daño es ya irreparable.

Diálogos bien construidos, narración precisa, interpretaciones llenas de profundidad, en especial Bogart, y sin embargo encuentro que En un lugar solitario no alcanza la cima. Desde mi punto de vista, falla el envoltorio. Lo que suele hacer de un buen film algo excepcional es cuando se vislumbra mucho más alrededor de la historia principal, más caminos que se podrían recorrer, cuando los personajes tienen un pasado. En este caso, todo se concentra en el protagonista y el resultado final parece algo desangelado.

Aún así, se trata de film único que nos demuestra el talento tanto de guionistas como de directores y actores en una época dorada del cine norteamericano, cuando hacer una película no era un mero proceso mecánico, como parece que es el caso de muchas producciones actuales.

sábado, 11 de septiembre de 2021

Operación en Damasco



Dirección: Daniel Zelik Berk.

Guión: Daniel Zelik Berk y Samantha Newton.

Música: Harry Escott.

Fotografía: Chloë Thompson.

Reparto: Jonathan Rhys Meyers, Olivia Thirlby, John Hurt, Jürgen Prochnow, Navid Negahban, Tsahi Halevi, Yigal Naor.

Ari Ben-Sion (Jonathan Rhys Meyers) es un espía israelí que adopta la identidad falsa de un ciudadano alemán. Tras la captura por parte de los servicios de inteligencia sirios de un espía israelí, y ante la posibilidad de que rebelara la identidad de israelíes infiltrados en Siria, el Mosad envía a Ari a Damasco con la misión de repatriar a uno de sus agentes.

Las películas de espionaje suelen dividirse en dos grandes grupos: aquellas en las que prima la acción, estilo la serie de James Bond o las más recientes de Jason Bourne, y otras más sesudas, más apegadas a la realidad del mundo del espionaje, entre las que estarían las adaptaciones de la obra de John le Carré, por ejemplo. De joven, me gustaban las primeras. Ahora, mi predilección es por las del segundo grupo.

Operación en Damasco (2017) es una especie de híbrido de ambos mundos. Tiene su dosis de intriga y pretende ofrecernos un argumento cercano a la realidad y a la vez tiene sus pinceladas de acción. Quizá esa especie de indefinición es lo que termina por penalizarla.

Y es que como película de acción se queda en muy poca cosa. Quien vaya a verla esperando un espectáculo de disparos, peleas y persecuciones se llevará una gran desilusión. Es más, las pocas escenas de acción tampoco es que me hayan gustado especialmente, pues se recurre a esa moda de cámara nerviosa y filmación confusa donde todo queda un tanto enfangado.

Y como película de espías más en serio, tampoco alcanza el nivel de los mejores ejemplos de esta vertiente. Es cierto que mantiene cierta intriga, más que nada por lo impredecible del resultado y los giros argumentales que se van presentado oportunamente. Además, son giros bastante bien construidos, no nos sentimos engañados como pasa a menudo con algunos argumentos poco respetuosos que solo juegan a la trampa descaradamente. 

Pero, así todo, si analizamos detenidamente el guión, descubrimos algunas incongruencias importantes (por ejemplo, que Ari no desconfíe de la chica, cuando es demasiado evidente que tanta coincidencia huele a cien kilómetros) y un tratamiento en general que no se preocupa demasiado de profundizar ni en los personajes ni en las situaciones. El final, especialmente, resulta tan poco convincente como precipitado, dejándonos un sabor de boca un tanto agrio.

La superficialidad general se concreta claramente en la historia de amor, metida un tanto con calzador y que no alcanza en realidad a ser ni historia ni de amor. De nuevo comprobamos cómo se queda en la epidermis, sin llegar a rozar siquiera un mínimo de sentimientos.

Jonathan Rhys Meyers parece un actor conveniente para el personaje, pero termina resultando un tanto acartonado; tanta frialdad acaba por resultar artificiosa y como el film reposa casi por entero en su trabajo, la verdad es que al final nos es un tanto diferente lo que le pase.

Operación en Damasco podría haber sido un film mucho más interesante, como parecía prometer al comienzo, pero da la sensación de que se ha ido decantando poco a poco por lo más sencillo, ocultando sus cartas para mantener la incertidumbre y la intriga, pero dejando de lado tanto el desarrollo de los personajes como el hilvanar una trama verdaderamente convincente y asentada en premisas sólidas. Como pasatiempo, tiene un pase, pero la sensación final es que se desaprovecharon gran parte de sus posibilidades.

lunes, 6 de septiembre de 2021

La delicadeza



Dirección: David Foenkinos y Stéphane Foenkinos.

Guión: David Foenkinos (Novela: David Foenkinos).

Música: Emilie Simon.

Fotografía: Rémy Chevrin.

Reparto: Audrey Tautou, François Damiens, Bruno Todeschini, Mélanie Bernier, Joséphine de Meaux, Pio Marmai, Monique Chaumette, Marc Citti.

Cuando su marido François (Pio Marmai) muere víctima de un atropello, Nathalie (Audrey Tautou) se queda completamente perdida y se refugia en su trabajo para mantenerse ocupada. A pesar del paso del tiempo, Nathalie parece no tener ningún interés en rehacer su vida, hasta que un día, inesperadamente, besa a Markus (Françios Damiens), un compañero de trabajo. 

A menudo cuesta salirse de lo trillado, de los clichés que se adueñan fácilmente de cualquier género. La comedia romántica me parece especialmente susceptible de caer en banalidades. Por ello, la primera impresión que me causa La delicadeza (2011) es de cierto agrado, pues David Foenkinos logra hilvanar un relato diferente, que se sale de lo que tantas veces hemos visto.

La historia de Nathalie está narrada con buen gusto e imaginación, dejando de lado el camino más fácil. David Foenkinos demuestra poseer una sensibilidad especial y nos ofrece algunos momentos muy hermosos, cargados de cierto toque poético (esencialmente recuerdo, pero no es el único, el final de la película, con la voz en off de Markus en un discurso sencillo y muy hermoso que constituye un desenlace perfecto) y otros de una intensidad abrumadora construidos con lo mínimo indispensable. 

Pero también es cierto que a veces puede resultar desconcertante el devenir de los acontecimientos y también he tenido la sensación de que el guión peca a veces de rebuscar las situaciones de manera algo forzada. Por ello, con la constatación de que Foenkinos puede ofrecernos algo mejor, se hace más imperdonable que a veces se pierda en escenas un tanto vulgares, que rompen en cierta manera el climax delicado y sensible que domina los mejores momentos de la película. No sé si es algo hecho a propósito, para no cargar demasiado las tintas y aligerar el discurso, pero a veces sentía casi cierto enfado por romperse el hilo del relato con momentos que La delicadeza parecía no merecerse.

Y son esos momentos un tanto rebuscados los que complican que podamos adentrarnos más en los personajes, pues algunos comportamientos me resultaban desconcertantes. Me daba la impresión de que en ese punto, el guión buscaba más la originalidad, a veces algo forzada, que un acercamiento más sincero hacia los personajes, lo que no deja de penalizar un tanto la intensidad del romance de Nathalie y Markus. Davis Foenkinos parece que optó más por el lado cómico y es algo que creo que no hacía falta en este caso.

Así todo, la sensación final es que asistimos a un film diferente, que no busca contarnos algo de manera rutinaria, sino que el autor ha intentado hacer algo creativo, original, sensible y hemos de agradecer que en una época en que el cine parece orientarse sin complejos hacia lo meramente estereotipado en busca del resultado económico fácil, La delicadeza se salga del guión y se presente como el casi actualmente olvidado cine de autor.

En cuanto al reparto, Audrey Tautou está bien, cumple con su papel y resulta más que creíble, con algunos momentos en que nos contagia su tristeza con una precisión absoluta. Pero también hay cierta reiteración en presentarla como una mujer excepcional, con un imán irresistible con los hombres, lo que me resulta un tanto exagerado, pues la veo como una mujer interesante, pero no especialmente hermosa. En cuanto a François Damiens, hasta ahora totalmente desconocido para mí, he de reconocer que, sin poseer un encanto particular, resulta también absolutamente convincente, con una naturalidad envidiable.

La delicadeza, en rersumen, merece ser tenida en cuenta. Sin lograr la excelencia en todo su metraje, ofrece un relato diferente y sensible que nos reconcilia con la comedia romántica.

jueves, 19 de agosto de 2021

El mejor



Dirección: Barry Levinson.

Guión: Roger Towne y Phil Dusenberry (Novela: Bernad Malamud).

Musica: Randy Newman.

Fotografía: Caleb Deschanel.

Reparto: Robert Redford, Glenn Close, Robert Duvall, Kim Basinger, Wilford Brimley, Alan Fudge, Joe Don Baker, Barbara Hershey, Richard Farnsworth, Robert Prosky.

Roy Hobbs (Robert Redford) ha nacido con un talento natural para el beisbol. Desgraciadamente, no será hasta la treintena cuando logre jugar en primera división, asombrando a todos con su juego.

El mejor (1984) es una película de Robert Redford, hecha para su lucimiento personal. En apariencia, parece que nos propondrá la consabida historia de una estrella del deporte; sin embargo, pronto vemos que parece que esconde algo más.

El comienzo de El mejor es lo más interesante del film y donde reside la clave para que la película me intrigara lo suficiente como darle una oportunidad. Me refiero claramente al momento en que el joven Roy parte para pasar unas pruebas que lo pueden llevar a un equipo profesional de beisbol, su gran sueño, y en el viaje conoce a una enigmática mujer, Harriet Bird (Barbara Hershey), que acabará disparándole en el estómago.

Este detalle es sorprendente y da un giro del todo inesperado a la película. A partir de aquí, quedamos enganchados a ese misterioso incidente, esperando saber más. Entonces, la historia da un salto de dieciséis años en los que nada sabemos de la vida de Hobbs. Parece que, al fin, podemos estar ante un film original y sorprendente.

Desgraciadamente, es entonces cuando El mejor empieza a desinflarse sin remedio y mientras seguimos aguardando una explicación al incidente del comienzo y cómo pasó esos dieciséis años Roy, la película va cayendo en una simplicidad y vulgaridad descorazonadoras. Como si el disparo careciera de importancia, el argumento se orienta decididamente hacia la historia tan vista del deportista que deberá superar obstáculos cada vez más difíciles para lograr su meta, desde apuestas amañadas, a un juez corrupto (Robert Prosky) o una hermosa mujer (Kim Basinger) cuya tarea es descentrarlo para que no juegue a su nivel.

Descubrimos así que El mejor se convierte en una historia sin gancho, predecible y plana. Con un guión que, salvo al comienzo, se va revelando como meramente vulgar. No solamente toda la historia resulta del todo improbable, sino que incluso está muy mal explicada, desperdiciándose momentos interesantes sobre los que el director pasa por encima, sin sacarles todo el jugo posible. Y eso que estamos hablando de un film de larga duración, con lo que no vale como excusa la falta de tiempo. Es como si el film se deshilvanara en momentos intrascendentes sin saber concretar en nada de lo fundamental.      

Por si la historia no tuviera bastante con su poca originalidad y superficialidad, los guionistas aún consiguen estropearlo más con un final absolutamente vulgar, que encima cae en una sensiblería tristísima (los niños animando desesperados a un errático Hobbs en el partido crucial, éste que descubre que tiene un hijo que está viendo el partido) y pone la guinda con esos fuegos artificiales lamentables. Un final tan lleno de tópicos que casi sentimos vergüenza ajena.

El mejor cuenta con un buen reparto, es cierto. Pero al final, lastrado todo por la historia, hasta parece que los actores están un tanto desaprovechados. Ni Robert Redford está en su mejor papel ni el resto parecen tener bastante credibilidad. Quizá podríamos excluir a las dos mujeres fatales de la historia: Barbara Hershey y Kim Basinger, pues cumplen con su rol de hermosas mujeres fatales y su papel es tan breve que, al menos, conserva cierto misterio que resulta muy beneficioso.

Quizá lo mejor venga por la parte técnica, con una dirección artística sumamente cuidada, destacando la fotografía de Caleb Deschanel.

Película pretenciosa pero fallida, la única manera de que podamos asimilarla es si la reducimos a un cuento moralizador, porque si la tomamos de una manera seria, resulta una experiencia decepcionante.

domingo, 15 de agosto de 2021

La bestia humana



Dirección: Jean Renoir.

Guión: Jean Ranoir (Novela: Émile Zola).

Música: Joseph Kosma.

Fotografía: Curt Courant (B&W).

Reparto: Jean Gabin, Simone Simon, Fernand Ledoux, Julien Carette, Blanchette Brunoy, Jean Renoir, Gérard Landry.

Lantier (Jean Gabin) es maquinista de tren en la línea París- Le Havre. Vive atormentado por sus extraños ataques de furia que le nublan la mente y que achaca a los vicios de sus antepasados por los que él tiene que pagar. Por ello, es un tipo que ha renunciado al matrimonio pero que, sin embargo, se enamorará locamente de Sévérine (Simone Simon), una mujer casada, manipuladora y promiscua.

Adaptación de la novela de Zola, tendencia ésta de las adaptaciones muy querida por el cine francés en determinada épocas, Renoir nos ofrece en La bestia humana (1938) una curiosa mezcla de realismo y cine negro donde las pasiones más poderosas parecen escapar al control humano.

La película gira en torno a tres personajes curiosos. Por un lado, Roubaud (Fernand Ledoux), empleado de la compañía de ferrocarriles y casado con la bella Sévérine. Roubaud se debate entre su pasión por su mujer, a la que desea de manera irrefrenable, y unos celos que lo consumen y que es incapaz de controlar, llegando a comportamientos de violencia física. Fruto de esos celos, Roubaud llegará a asesinar a un antiguo amante de Sévérine, buscando en ese crimen venganza y también una manera de retener a Sévérine a su lado como cómplice.

Ella, por su parte, dentro de su apariencia frágil e inocente, esconde una personalidad manipuladora y no duda en usar su atractivo con los hombres para conseguir lo que se proponga. Es la típica mujer fatal del cine negro y el rostro angelical de Simone Simon encaja a la perfección con su papel.

Lantier, por su parte, es otro ser extraño, solitario, atormentado por sus antepasados, borrachos, a los que achaca el que tenga esos momentos de ira ciega en que pierde el control de sus actos. Según él, está expiando las culpas de su familia. A pesar de su miedo a comprometerse con una mujer, precisamente por esos arrebatos violentos, no puede evitar enamorarse de Sévérine, aún sabiendo cómo es ella y dudando de sus intenciones. Lantier sabe que está siendo manipulado, pero su pasión es demasiado fuerte como para vencerla.

Los tres, en cierto modo, parecen marcados por el destino, incapaces de reconducir sus vidas, de controlar sus impulsos, de cambiar la negra sombra que parece cernirse sobre ellos. Sus actos parecen dominar su voluntad: en uno, los celos; en Sévérine la manipulación y en Lantier la violencia ciega. Es una lucha contra su propia condición donde no pueden ganar.

Renoir construye un film sombrío, lleno de miradas inquietantes, de una violencia contenida que estalla cuando menos se espera. Un drama humano que tiende sin remedio a la tragedia.

La pega que se le puede hacer a La bestia humana viene precisamente de esa dualidad que mencionaba antes: esa mezcla de realismo y cine negro. Alternan así los pasajes en que Renoir se detiene en mostrar la vida de los empleados del tren, con sus rutinas, los viajes, las anécdotas diarias, con los momentos centrados en ese triángulo amoroso. Y en esas alternancias el film pierde algo de intensidad, con momentos en los que se rompe el ritmo y la película se estanca.

En cuanto al reparto, nada que objetar. Jean Gabin fue uno de los grandes actores del cine francés de aquella época y es un actor que desprende naturalidad al tiempo que muestra una fuerza interior especial. Simone Simon es una perfecta mujer fatal, con una belleza dulce que explica su poder sobre los hombres y que esconde bajo su dulce mirada sus oscuras intenciones. Quizá Fernand Ledoux me haya parecido un escalón por debajo de sus compañeros, pero sin desentonar para nada.

La bestia humana puede que no esté a la altura de las obras maestras de Renoir, La gran ilusión (1937) y La regla del juego (1939), pero no deja de ser una muy buena película donde podemos disfrutar de un estilo de hacer cine que, por desgracia, parece perdido en la actualidad y que nos invita a reflexionar sobre la naturaleza humana más allá de lo evidente. 

miércoles, 11 de agosto de 2021

La última película



Dirección: Peter Bogdanovich.

Guión: Peter Bogdanovich y Larry McMurtry (Novela: Larry McMurtry).

Música: Phil Harris, Johnny Standley y Hank Thompson.

Fotografía: Robert Surtees (B&W).

Reparto: Timothy Bottoms, Jeff Bridges, Cybill Shepherd, Ben Johnson, Cloris Leachman, Ellen Burstyn, Eileen Brennan, Sam Bottoms, Randy Quaid, Sharon Taggart, John Hillerman, Clu Gulager.

Principios de los años 50. Sonny (Timothy Bottoms) y Duane (Jeff Bridges) están a punto de hacerse mayores, pero aún no han llegado a la madurez y pasan los días con sus novias, en el billar o en el cine de Anarene (Texas), un polvoriento y triste pueblo sin futuro.

Amante del cine clásico, homenajeando en la película explícitamente a Howard Hawks, Peter Bogdanovich nos ofrece un film que debe mucho a esos directores clásicos tan admirados por él, quizá de ahí el espléndido blanco y negro, y compone un retrato sincero, seco y amargo del mundo rural y, especialmente, del período crucial de la vida de las personas en que van perdiendo la inocencia y los sueños de la adolescencia para toparse de lleno con la realidad desnuda de la edad adulta.

Cinéfilo reconocido, el director no se limita a una sola referencia clásica. En la marquesina del cine se puede ver en un momento determinado cómo se anuncia el film Winchester 73 (1950), de Anthony Mann; y vemos también el encuentro en el cine de Sonny y su novia mientras se proyecta El padre de la novia (Vicente Minnelli, 1950), contemporánea del momento en que transcurre La última película y donde se puede comprobar la enorme distancia entre lo que nos cuenta el cine y la realidad de la vida cotidiana de Sonny.

Peter Bogdanovich no cede al optimismo, pero tampoco a la sensiblería. Su visión de la vida cotidiana en Anarene es tan seca como el pueblo. No emite juicios sobre nada, sencillamente ofrece un fresco de la vida que sentimos como verdadero, no solamente por la sinceridad de lo que cuenta, sin adornos, sino también por la estupenda entrega de un reparto lleno de caras nuevas y actores ya consagrados que parecen compartir la franqueza del relato con unos trabajos directos, sin adornos, pero tremendamente convincentes. De ahí los Oscars como mejores secundarios que ganaron Ben Johnson y Cloris Leachman.

Tanto Sonny como Duane viven al día y parecen preocuparse, inocente y torpemente, de los asuntos propios de su edad: el despertar sexual, buscarse un futuro, modesto eso sí, y poco más. Sin embargo, vemos cómo las personas adultas, con la experiencia y el desencanto del que ha probado la derrota, el desamor y la rutina, van advirtiendo a los dos jóvenes y anunciándoles que sus sueños juveniles no siempre encuentran su fruto. 

La visión del mundo adulto que nos presenta el director es bastante negro y parece el destino marcado de antemano para Sonny y Duane. Porque en La última película (1971) no hay falsas esperanzas. Bogdanovich no nos ofrece el final feliz al uso, porque su historia quiere ser más un lienzo social auténtico que una historia edificante. Y aún así, La última película no es un film deprimente en realidad. Más bien, es un relato cargado de nostalgia, triste, que nos invade de melancolía, quizá porque recordamos nuestros mismos sueños de adolescencia, la simplicidad de aquellos años y la bendición de conservar aún cierta inocencia, una esperanza sin mácula, antes de que la realidad fuera imponiendo su implacable lección de dolor y desilusión. Es una etapa en la vida que, aunque no siempre culmine en la materialización de nuestros sueños, es imposible no recordar con cierta ternura, de ahí que la película no provoque en nosotros una profunda amargura después de todo.

La carga de tristeza y ese poso constante de nostalgia que desprende La última película provienen de su autenticidad; lo que vemos se asemeja tanto a la realidad que somos conscientes que no es un relato de ficción, sino algo que nos están contando alguien que lo ha vivido (Larry McMurtry vivió el final de su adolescencia en un pueblo parecido al del film) y sabe de lo que habla. 

Bogdanovich también se muestra bastante valiente para la época con las escenas de desnudos, por ejemplo, que causaron cierto comprensible revuelo en su momento. Actualmente, por suerte, esas escenas se aceptan con menos polémica. Y digo por suerte porque el film es tan especial y contiene momentos tan logrados que sería una pena que esos desnudos eclipsaran los verdaderos logros y méritos de la película.

La última película recibió nada menos que ocho nominaciones a los Oscars, ganando finalmente los dos a los actores secundarios antes mencionados.