El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

jueves, 3 de marzo de 2022

El hombre vestido de blanco



Dirección: Alexander Mackendrick.

Guión: Roger MacDougall, John Dighton y Alexander Mackendrick.

Música: Benjamin Frankel.

Fotografía: Douglas Slocombe (B&W).

Reparto: Alec Guinness, Joan Greenwood, Cecil Parker, Michael Gough,  Ernest Thesiger, Vida Hope, Howard Marion Crawford, Miles Malleson, Henry Mollison, Patric Doonan, Duncan Lamont.

Sidney Stratton (Alec Guinness) es un químico que está obsesionado con la idea de inventar un nuevo tejido irrompible y que no se manche.

Otra comedia más de la fructífera productora Ealing Studios y que, en la línea de sus películas, esconde más de lo que aparenta bajo su tono ligero.

El hombre vestido de blanco (1951) plantea un interesante problema: un invento en apariencia revolucionario y beneficioso es, en realidad, un peligro para la economía mundial. Sidney logra crear una fibra irrompible, duradera y resistente a las manchas que parece la solución perfecta para todo el mundo: no habrá que gastar dinero constantemente en renovar el vestuario ni habrá que lavar la ropa. Parece que por fin se democratiza el tema de la vestimenta. Pero el invento esconde un reverso terrible: será la ruina de las fábricas, pues su producción se reduciría drásticamente. Por ello, los industriales intentarán sobornar a Sidney para que les venda su invento y puedan destruirlo.

Pero no acaban ahí los problemas del inventor. Creyendo que las clases obreras y humildes apoyarán su invento, no comprende que también será la ruina para ellos: con menos fábricas y menos producción, no habrá trabajo para los obreros textiles; si las nuevas prendas no se manchan, no habrá necesidad de lavanderas. Por lo tanto, los obreros también se opondrán al descubrimiento de Sidney.

¿Y que hace el inventor ante todo esto? Luchar contra todos para salvar su invento. Y es que Sidney no es en realidad el joven idealista e inocente que pudiéramos creer. Más bien es una especie de fanático, cegado por su ambición. No busca el dinero, pero es incapaz de ver las consecuencias negativas de su invento y está dispuesto a enfrentarse a todos con tal de salirse con la suya. Solamente al final parece tener un momento de lucidez y comprender las graves consecuencias de dar a conocer su descubrimiento. Es una imagen que, unida a la de Sidney con su escudo y trozo de madera a modo de espada, nos podría recordar la figura del Quijote, también con la razón nublada por grandes ideales que, en realidad, chocan abiertamente contra el sentido común. 

Se podría también interpretar El hombre vestido de blanco como una advertencia contra los peligros de una ciencia ensimismada en sus logros y ciega a las repercusiones prácticas de sus avances. En este caso, el sistema se alimenta de la necesidad constante de producir, si cortamos la cadena se produciría el colapso. Mientras se dependa de un sistema basado en la producción y el consumo, algunos inventos en apariencia beneficiosos serían devastadores en la práctica. 

Este tema de la ciencia y sus peligros se abordó con frecuencia en la ciencia ficción, pero es más difícil encontrarlo en la comedia, de ahí la novedad y originalidad de esta película.

Alec Guinness, un habitual de las comedias de Ealing Studios, encarna con su habitual maestría al fanático inventor. Con una expresividad única, crea un personaje a la vez tierno y explosivo, inteligente y obsesivo. Todo un regalo disfrutar de su presencia.

Estamos ante una comedia original, aguda e inteligente, otra muestra de la creatividad de Ealing Studios en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, en los que se fraguó la reputación de la productora en el terreno de la comedia.

miércoles, 2 de marzo de 2022

La condesa de Hong Kong



Dirección: Charles Chaplin.

Guión: Charles Chaplin.

Música: Charles Chaplin.

Fotografía: Arthur Ibbetson. 

Reparto: Marlon Brando, Sophia Loren, Sydney Chaplin, Tippi Hedren, Patrick Cargill, Margaret Rutherford, Oliver Johnston, Michael Medwin, John Paul, Geraldine Chaplin, Charles Chaplin.

Natasha (Sophia Loren), una joven que se gana la vida en salones de baile en Hong Kong, ve la oportunidad de cambiar de vida cuando conoce a Ogden Mears (Marlon Brando), un diplomático norteamericano, y se cuela de polizón en su camarote con la idea de emigrar a los Estados Unidos.

El gran Charles Chaplin se despidió de la dirección con La condesa de Hong Kong (1967), una película ciertamente menor en la filmografía de este genio. Sin embargo, Chaplin estaba orgulloso de ella, considerándola la mejor de su última etapa. Tal vez se debiera a que la historia está inspirada en una mujer que conoció el propio Chaplin en Francia y que, como la Natasha del film, no tenía pasaporte. El director pensó en hacer una película en los años treinta, pero el proyecto no salió adelante entonces. Finalmente, Chaplin pudo realizar la película, su despedida como director y también su última aparición en la pantalla.

La condesa de Hong Kong transcurre casi por completo, en su primera parte, en dos habitaciones del camarote de un barco y se apoya en los dos protagonistas principales. Ello, como se puede adivinar, limita demasiado sus posibilidades cómicas. En realidad, esta parte de la historia no depara ningún momento especialmente brillante, ya que la fuente de comicidad se apoya en la repetición de los sobresaltos de Natasha y Ogden ante las visitas de camareros o ayudantes del diplomático y los intentos de que Natasha permanezca oculta.

En el tramo final, afortunadamente aparecen otros personajes, como la esposa de Ogden (Tippi Hedren), y escenarios y es cuando la historia gana en ritmo y en intensidad. Es también cuando se desvela el enamoramiento de Ogden y Natasha y, aunque su relación tampoco está muy bien desarrollada, al menos da lugar a algunos instantes emocionantes ante la posibilidad de la separación  de los amantes.

Siendo una obra de Chaplin, uno sin duda esperaría más, pero hemos de tener en cuenta que cuando se rodó la película el director tenía más de 75 años y se comprende que no pudiera estar en la plenitud de sus capacidades. Pero es evidente que el argumento carece de chispa y se limita a poner en pie un conjunto de situaciones poco divertidas, algunas de las cuales incluso rozan lo ridículo, como la escena en que el mayordomo Hudson (Patrick Cagill) se acuesta al revés y se da la vuelta bajo las sábanas. 

Quizá, además de la autoría de Charles Chaplin, lo más interesante de La condesa de Hong Kong es la pareja protagonista: Marlon Brando y Sophia Loren. Sin embargo, ninguno de los dos está especialmente brillante. Brando parece actuar sin ganas y es una pena, pues lo considero uno de los mejores actores de la historia del cine. Sophia Loren, con un papel menos antipático que el de Brando y con más matices, tiene algunos momentos más logrados. Sin embargo, lo que me chocaba un tanto es su aspecto de señorona, debido a la moda de aquella época y que la hacía mucho menos atractiva, al menos con los gustos actuales, de lo que se pretendía en la película.

Lo que sí me gustó es la banda sonora, compuesta por el propio director y que me resultó exquisita. En este punto Charles Chaplin parece que no había perdido su creatividad.

Pero hemos de reconocer que La condesa de Hong Kong es una película un tanto desangelada: sin chispa, sin momentos brillantes, pecando de repetitiva y ciertamente anticuada. Si se tratara de la obra de otro director, pasaría bastante desapercibida. Al ser de Charles Chaplin, uno se siente más indulgente, pues, queramos o no, es parte de la obra del mayor cómico de la historia del cine.

Como curiosidad, señalar el importante número de miembros de la familia de Chaplin que aparecen en la película. Su hijo Sydney es el único que tiene un papel destacado, pero podemos ver brevemente a Geraldine y a dos hijas más del cineasta: Josephine y Victoria.

martes, 1 de marzo de 2022

King Kong



Dirección: Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack.

Guión: James Ashmore Creelman y Ruth Rose (Idea: Edgar Wallace).

Música: Max Steiner.

Fotografía: Eddie Linde, Vernon L. Walker y J. O. Taylor (B&W).

Reparto: Fay Wray, Robert Armstrong, Bruce Cabot, Noble Johnson, James Flavin, Sam Hardy, Frank Reicher.

Carl Denham (Robert Armstrong), ambicioso director de cine, planea hacer una nueva película grandiosa. Al no encontrar a ninguna actriz que acepte participar en su proyecto, el propio Carl sale a la calle a buscar a su actriz.

King Kong (1933) sigue siendo aún en la actualidad una obra de arte imperecedera, imitada en varias ocasiones y ni siquiera igualada, a pesar de los intentos de superarla a base de efectos especiales modernos. 

Imaginemos que somos espectadores en su estreno, con la cultura cinematográfica del ciudadano de entonces. La impresión que debieron tener en la sala oscura de un cine ante tal espectáculo debió de ser indescriptible. Incluso ahora, cualquiera que la mire con cierta indulgencia y un espíritu abierto, no dejará de vivir una experiencia única, que aúna terror, aventura y ternura en una mezcla irrepetible.

King Kong es, en esencia, la historia de la Bella y la Bestia. Porque el gigantesco simio que aterroriza a la tribu que habita en su isla, y que sacrifica cada cierto tiempo a una mujer para apaciguarlo, no podrá resistirse a la belleza de la joven Ann (Fay Wray). Esa será su perdición. 

Se trata de una visión ciertamente romántica, aunque domina la imagen de un Kong peligroso, ya que se trata de una película de terror y, a pesar que King Kong pueda despertar ciertos sentimientos de compasión, será presentado en todo momento como una bestia temible. Resultan aún terribles las escenas en que mata a los hombres a mordiscos o pisoteándolos. No hay ningún intento de atenuar su fiereza. La película lo presenta como un monstruo capaz de lo peor.

Sin embargo, en el tramo final, Kong adquiere otra dimensión. Víctima de la explotación comercial y también de su fascinación por Ann, el gorila se verá atrapado en el Empire State, sin posibilidad de salvación. Mientras es atacado, King Kong protegerá a su amada de los disparos y se despedirá con dulzura de ella con su último aliento. Es imposible no sentir pena entonces por una bestia vencida por algo mucho más poderoso.

Precisamente, la imagen del gorila en lo alto del Empire State es una de esas imágenes míticas de la historia del cine.

Es evidente que en la actualidad los efectos especiales, obra de Willis O'Brien, no producen gran impresión. Pero de nuevo insisto en la necesidad de ver King Kong con la mirada de los espectadores de la época. Y hemos de admitir que los efectos eran realmente un logro sin precedentes en aquel momento. Aún ahora, siguen funcionando perfectamente y en algunos momentos de gran intensidad dramática es fácil que se nos olvide por completo el artificio de los mismos. 

Mención especial merece también la música, obra de Max Steiner, que realza constantemente la acción de manera muy expresiva y eficaz y que sin duda nos remite a la reciente época del cine mudo, donde la partitura era como un intérprete más.

Pero más allá de la impresión que pudo causar la figura de King Kong, sería injusto valorar solamente la película en base a ella o a los efectos especiales. El argumento de King Kong es en sí mismo apasionante, mostrando a un director ambicioso capaz de cualquier locura con tal de satisfacer sus sueños de gloria y riqueza. También nos plantea el impacto destructor de la civilización en contacto con entornos salvajes, donde los intereses económicos no tendrán en consideración nada que pueda frenarlos. 

Además, el trabajo de los directores es impecable, sabiendo sacar todo el partido al relato, con personajes bien construidos con una economía de recursos admirable, dosificando la tensión con astucia, explotando los efectos especiales en las espectaculares escenas de lucha de Kong con otros animales terribles y, especialmente, con la maestría con que está filmada la escena final del ataque de los aviones, donde percibimos de manera escalofriante la fuerza destructora de las ametralladoras. La imagen de estas apuntando directamente al espectador, como si fuéramos King Kong, tiene un efecto terrible.

King Kong es uno de los monstruos más poderosos de la historia del cine. Además de nuevas versiones de la película, El hijo de Kong (Ernest B. Schoedsack, 1933), King Kong vs. Godzilla (Ishiro Honda, 1962), King Kong (John Guillermin, 1976), King Kong 2 (John Guillermin, 1986), King Kong (Peter Jackson, 2005), Kong: La isla calavera (Jordan Vogt-Roberts, 2017), ha inspirado múltiples películas de aventuras, ha sido imagen de anuncios publicitarios, protagonizado cómics, inspirado videojuegos, espectáculos en parques de atracciones... convirtiéndose en uno de los mitos más reconocidos y universales desde su primera aparición.