El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 29 de enero de 2017

Resacón en Las Vegas



Dirección: Todd Phillips.
Guión: Jon Lucas y Scott Moore.
Música: Christophe Beck.
Fotografía: Lawrence Sher.
Reparto: Bradley Cooper, Ed Helms, Zach Galifianakis, Justin Bartha, Heather Graham, Sasha Barrese, Jeffrey Tambor, Ken Jeong, Rachael Harris, Mike Tyson.

Cuatro amigos se van a Las Vegas para celebrar la despedida de soltero de uno de ellos. A la mañana siguiente, se despiertan en la habitación del hotel con un tigre, un bebé, sin el novio e incapaces de recordar nada de la noche anterior.

El cine actual tiene cosas como Resacón en Las Vegas (2009), que inesperadamente se convierte en la comedia para adultos más taquillera de la historia en los Estados Unidos. Son fenómenos extraños, aquí en España tenemos algún caso reciente parecido, que vienen a explicar el nivel del cine actual, acorde con las expectativas mayoritarias de un público fácil y poco exigente.

Y es que Resacón en Las Vegas no deja de ser una nueva versión de esa comedia golfa, con recurso al humor más básico, algo escatológica, con referencias continuas al sexo, que funciona porque hay una parte del cerebro, muy elemental, que parece disfrutar con bromas de lo más básicas y que, aunque repetidas, siguen teniendo un público más o menos fiel.

Sin embargo, hemos de reconocer algunos méritos que, si bien no explican el tremendo éxito de la película, al menos ayudan a entenderlo en parte. Y es que el guión, por ejemplo, tiene la habilidad de mantener la intriga de lo sucedido en la despedida de soltero de Doug (Justin Bartha), un detalle muy inteligente que despierta de inmediato nuestra curiosidad, consiguiendo nuestro interés hasta no tener la completa explicación de lo acontecido, y más cuando se añaden elementos tan surrealistas como la presencia de un tigre en el baño, un amigo al que le falta un diente o la aparición de un bebé en un armario. Y más detalles curiosos que irán añadiendo confusión e interés a una comedia que toma prestados ciertos elementos de un film de intriga.

Y también la manera en que Todd Phillips va desvelando lo sucedido no está exenta de cierta originalidad, con momentos divertidos, es cierto, y sorpresas constantes, con lo que la película va transcurriendo de manera ágil y amena. Pero también es verdad que algunos momentos parecen un tanto forzados y algunas bromas caen en lo vulgar y no son precisamente muy inteligentes. Es el peaje que hay que pagar en el cine actual, donde a veces se elige el camino más fácil y, por lo que se ve, termina funcionado.

Quizá el problema más serio que le encuentro a la historia es que toda la locura de la fiesta en Las Vegas y lo políticamente incorrecto del guión se disipa de pronto en un final en que todo termina encajando de modo muy civilizado. Las ovejas descarriadas vuelven mansamente al redil y parecen convertirse en ciudadanos sensatos, dispuestos a aceptar sus responsabilidades conyugales y sociales. Para aquellos que creían haber avistado ciertos elementos de crítica social o rebeldía, el final de Resacón en Las Vegas podría resultarles un tanto descorazonador. Y es que en el fondo, es un film sin pretensiones, una comedia para pasar el rato, con algún que otro acierto, pero en general bastante simple, sin verdadero ingenio, y más bien intencionada de lo que podríamos suponer.

Siguiendo la tendencia mercantilista actual, la película dio lugar a un par de secuelas, como no podía ser de otra manera.

domingo, 22 de enero de 2017

Ariane



Dirección: Billy Wilder.
Guión: Billy Wilder e I. A. L. Diamond (Novela: Claude Anet).
Música: Franz Waxman.
Fotografía: William C. Mellor.
Reparto: Gary Cooper, Audrey Hepburn, Maurice Chevalier, John McGiver, Van Doude, Lise Bourdin, Olga Valéry, The Gypsies.

Cuando la joven Ariane (Audrey Hepburn) se entera de que un cliente (John McGiver) de su padre (Maurice Chevalier), detective privado, quiere matar al playboy (Gary Cooper) que ha seducido a su esposa, decide acudir a prevenirlo, pero, sin querer, se enamorará de él.

Ariane (1957) no figura entre las obras maestras de Billy Wilder, director, por ejemplo, de El crepúsculo de los dioses (1050), La tentación vive arriba (1955), Testigo de cargo (1957), Con faldas y a lo loco (1959), El apartamento (1960)... Con títulos así, hay que reconocer que es complicado alcanzar esa cima. Aún así, y a pesar de no ser muy bien tratada por la crítica de la época, creo que es una comedia con un encanto natural nada desdeñable.

Es cierto que este tipo de comedias románticas, hoy en día, parecen un poco pasadas de moda. Y es cierto también que el comienzo de la película es un poco flojo, con un tono un tanto infantil y un enredo no demasiado brillante. También es verdad que Gary Cooper, que en el momento de rodar la película tenía 55 años, podría parecer demasiado mayor como para enamorar a una joven de 19 años, la edad que representa Audrey Hepburn en el film (si bien tenía 27 años realmente), lo cuál fue uno de los reproches más repetidos hacia la credibilidad de la historia.

Sin embargo, estas películas, a pesar de todos sus fallos o imperfecciones y del paso del tiempo, tienen algo que las hace únicas. Tal vez sea esa manera clásica de entender la comedia, esa manera elegante de tratar cualquier tema, sin caer en vulgaridades; incluso ese respeto hacia el espectador, que en muchos casos parece que se ha perdido en el cine reciente. Sea lo que fuere, raras veces termino defraudado al ver una película de los grandes directores clásicos. Puede gustarme más o menos, pero siempre aprendo algo, o al menos, termino con la impresión de haber visto, sino una obra de arte, algo que lo pretendía, que tenía la hechura, la semilla, el buen hacer para intentarlo al menos.

En este caso, si bien el guión no alcanza la excelencia de otras colaboraciones entre Wilder y Diamond (este fue el primero de sus muchos trabajos juntos), hemos de reconocer que está muy bien trabajado, amén de contar con algunos momentos  muy inspirados, en general con los simpáticos zíngaros como co-protagonistas. También es verdad que no alcanza la genialidad de posteriores trabajos de Wilder y Diamond, pero no es en absoluto un mal guión. Y si es verdad que Gary Cooper presenta un porte de hombre mayor, por lo cual Wilder procuraba ocultar un poco su rostro con un hábil juego de sombras, al final, bien sea por su clase o su atractivo innato, uno acaba por admitir que una joven inocente como Ariane pueda terminar seducida por un hombre de mundo, con dinero, que se aloja en el Ritz y contrata a unos músicos en exclusividad.

Mencionaré que la primera opción para el papel de millonario mujeriego era Cary Grant, aunque no estaba disponible, por lo que el director recurrió a Cooper, que considera también idóneo para el papel.

Además, la película va ganando fuerza poco a poco, una vez que dejamos a un lado la ligereza del comienzo y nos adentramos en la historia de amor de los protagonistas: el don Juan que termina fascinado por la joven muchacha y que cae en su juego de celos sin saber bien por qué ni cómo; y ella, sin duda la parte más delicada de la ecuación, intentando mantenerse a flote a pesar de verse arrastrada por la pasión de su primer amor. Y todo narrado con esa elegancia y delicadeza propias de un cine que ya no existe,  pero que nos sigue fascinando aún a día de hoy, como un cuadro antiguo, como algo irrepetible.

El final, quizá un poco forzado, es posible, no deja de ser maravilloso y es el broche perfecto para una historia romántica contada con muy buen gusto.

En definitiva, quizá Ariane no figure nunca entre las obras maestras de su director. Poco importa. Creo que posee alicientes más que sobrados para hacernos pasar unos momentos genuinamente hermosos.

sábado, 21 de enero de 2017

Habana



Dirección: Sydney Pollack.
Guión: Judith Rascoe y David Rayfiel.
Música: Dave Grusin.
Fotografía: Owen Roizman.
Reparto: Robert Redford, Lena Olin, Alan Arkin, Raúl Juliá, Tomas Milian, Daniel Davis, Mark Rydell, Richard Farnsworth, Lise Cutter, Betsy Brantley.

Cuba, 1958: Jack Weil (Robert Redford), un jugador de póker profesional, acude a La Habana con la intención de jugar una importante partida. Sin embargo, en el viaje conoce a una hermosa mujer (Lena Olin), de la que se enamora al instante. Lo que no sabe es la esposa de un revolucionario cubano, y que también ella es fiel defensora de los ideales castristas.

Sydney Pollack es un gran director. Uno de los mejores. Y si no, recuerden Memorias de África (1985), maravillosa, o la más modesta, pero genial, Los tres días del cóndor (1975) y comprenderán que éste director tiene oficio y buen gusto a raudales. Y en las dos películas citadas, como en ésta, trabaja con Robert Redford, en la que será su séptima y última película juntos.

Habana es un film ambicioso, lo que es del todo comprensible si se tiene en cuenta que Pollack venía de triunfar con su anterior película, Memorias de África, una obra maestra en toda regla. Y de nuevo, el director se plantea mostrarnos una historia de amor terriblemente romántica y triste; y para situarla en un contexto también dramático, nos encontramos en plena revolución cubana, en los últimos días de la dictadura de Batista. La idea no es mala, el problema es que el guión no termina de encajar ambas historias de manera armoniosa.

Pero el problema de la película no se ciñe solo a ese detalle. Hay algo que hace que todo en Habana resulte artificial. Puede que sea porque, a mi entender, el guión no se toma demasiado tiempo en profundizar en las personalidades de los dos protagonistas, de los que sabemos bastante poco en general y cuya presentación, en el barco, es demasiado superficial y rápida, de manera que tampoco se entiende del todo que un personaje como Jack, de vuelta de todo, sienta esa tremenda atracción por una perfecta desconocida. Puede ser también que no haya percibido una gran química entre Redford y la fría Lena Olin, que además adopta una actitud muy esquiva hacia Weil como para dejar bien claro que no parece interesada en él. Incluso la manera en que ella cae rendida finalmente a los encantos de Jack, con el cadáver de su esposo aún caliente, tampoco resulta del todo convincente. O tal vez la culpa sea de unos diálogos que no logran adentrarse de verdad en el alma de los personajes, quedando muchas veces como frases grandilocuentes pero distantes. Y es que cuando sientes una pasión como la que intuimos en Jack, que le lleva a arriesgar su vida por Roberta, esperamos que los sentimientos broten desbocados, sin control, en cada palabra y en cada gesto, lo que no sucede en ningún momento. Y es que al final, tanto la imagen  que tenemos de los protagonistas como incluso de la situación en Cuba resulta un tanto "peliculera", demasiado simple.

Y es una pena, porque sin duda la historia de amor entre los dos protagonistas, con el marido por el medio, hubiera podido dar pie a un film realmente apasionante. Y es cierto que el final añade por fin ciertas pequeñas dosis de emoción que habían estado ausentes a lo largo del film, pero es lógico ya que siempre que asistimos a un amor truncado, imposible, aunque deseado, sentimos que la vida es totalmente injusta y desearíamos, contra toda lógica y contra cualquier consideración ética, que los enamorados terminaran disfrutando de su amor. Entiendo el sacrificio de Jack, pero siento una terrible pena al mismo tiempo por él, esperando en vano en una playa de Florida.

Y conste que Habana no es una mala película. Tiene ese empaque de las películas clásicas, con una puesta en escena impecable y una banda sonora perfecta. Sin embargo, esta vez el director no supo construir un argumento con carácter, con personalidad, y se quedó más en la superficie, una superficie cuidada, pero un tanto desangelada.

La película recuerda vagamente a Casablanca (Michael Curtiz, 1942), pues el personaje de Robert Redford, como el Rick de Bogart, a pesar de ser presentados como hombres un tanto egoístas y que no creen en nada, terminan por demostrar una elevada talla moral que les empuja al sacrificio personal por un bien mayor, aunque con ello pierdan lo más precioso de su vida. Quienes hayan visto el film de Michael Curtiz, y sin pretender hacer comparaciones odiosas, entenderán a qué me refiero cuando digo que todo en Habana resulta algo frío y distante, sin nervio ni pasión.

domingo, 15 de enero de 2017

La huida



Dirección: Stefan Ruzowitzky.
Guión: Zach Dean.
Música: Marco Beltrami.
Fotografía: Shane Hurlbut.
Reparto: Eric Bana, Olivia Wilde, Charlie Hunnam, Kate Mara, Treat Williams, Kris Kristofferson, Sissy Spacek, Jason Cavalier, Alain Goulem, Allison Graham.

Tras robar en un casino, los ladrones huyen en dirección a Canadá. Sin embargo, sufren un accidente en el que uno de ellos muere. Los supervivientes, Addison (Eric Bana) y su hermana Liza (Olivia Wilde), deciden separarse para intentar escapar por separado.

A veces un film no necesita de grandes artificios para tener algo, para enganchar. Y esto sucede con La huida (2012), una película con una sencilla trama de un robo y la posterior huida que, sin embargo, consigue salir de los registros típicos y aportar algo interesante al género.

Quizá lo más interesante que se puede decir de esta película es que Stefan Ruzowitzky consigue crear una atmósfera muy peculiar que recorre el film de principio a fin. Es algo entre el misterio, un pasado oscuro, los traumas de la infancia e incluso un aire de incesto que adornan un argumento bastante sencillo para otorgarle una nueva dimensión, más allá de la tensión propia de un thriller. Aquí reside la clave, lo que diferencia un simple film policíaco de algo novedoso, como es el caso. Y es que los ladrones no son simples delincuentes, sino que esconden un pasado tan turbio, una infancia tan especial que es la que está detrás de todos sus actos, como una especie de destino implacable, de marca que no pueden borrar.

Además, el guión es lo suficientemente inteligente para no desvelarlo todo desde el principio, sino que va mostrando pistas, revelando indicios lentamente, de manera que cada conversación, cada escena en que la violencia parece tomarse un respiro, contiene en sí misma otro tipo de violencia, otro rastro de dolor: el de una infancia marcada por el maltrato, la indefensión y los abusos. Y es que el tema de la familia, de como el hogar nos condiciona, nos marca y nos define es algo que está omnipresente a lo largo del film, y no solo en los ladrones, sino también en el resto de personajes: hijos enfrentados a sus padres, madres que abandonaron el hogar, rencores ocultos que no cierran ninguna herida. El pasado, como una maldición, acechando y condicionando los actos de todos.

Sin embargo, no todo es perfecto en esta película, por desgracia. Y La huida peca de un desenlace demasiado facilón y previsible, donde se echa un poco por tierra todo el entramado anterior, complejo, insinuante y oscuro, recurriéndose a un final muy previsible y un tanto forzado, cercano a un telefilm de sobremesa con tintes de drama familiar. Por suerte, se trata tan solo del tramo final de la historia, y aunque el entramado fabricado por el guionista merecía un desenlace mejor, aún así me quedo con ese acierto de una historia que supo aportar un poco de originalidad y profundidad a una historia vista en muchas ocasiones. Con lo que queda demostrado, una vez más, que con un poco de talento y ganas de hacer las cosas bien, siempre se puede conseguir salir de lo banal.

El amor en los tiempos del cólera



Dirección: Mike Newell.
Guión: Ronald Harwood (Novela: Gabriel García Márquez).
Música: Antonio Pinto.
Fotografía: Alfonso Beato.
Reparto: Javier Barden, Giovanna Mezzogiorno, John Leguizamo, Laura Elena Harring, Benjamin Bratt, Catalina Sandino Moreno, Hector Elizondo, Ana Claudia Tarancón, Liev Schreiber, Angie Cepeda, Unax Ugalde.

Siendo aún un muchacho, Florentino Ariza (Javier Barden) conoce a Fermina Daza (Giovanna Mezzogiorno) y se enamora de ella al instante. A través de cartas, le declara su amor y ella llega a corresponderle. Sin embargo, su padre (John Leguizamo), al conocer el romance, decide llevarse lejos a su hija para que se olvide del joven.

Adaptación de la célebre novela de García Márquez, El amor en los tiempos del cólera (2007) parece que ha puesto de acuerdo a la crítica en cuanto a que se trata de una fallida adaptación de la novela. Resulta evidente, sin embargo, que nunca se deben hacer comparaciones entre dos géneros dispares, con sus propias leyes y principios. Si bien siempre es complicado mantener la distancia entre literatura y cine, se hace siempre imprescindible, por lógica y justicia.

Centrándonos por lo tanto en El amor en los tiempos del cólera exclusivamente como un producto cinematográfico, analicemos sus méritos intrínsecos, y sus deméritos, mayores que los primeros me temo.

A favor de esta producción podemos reseñar el esfuerzo puesto en todo lo relativo a ambientación, vestuario y puesta en escena, con una fotografía por momentos preciosista y una banda sonora con buen gusto. Se adivina a las claras que Mike Newell abordaba con cierta ambición este proyecto, tal vez por el peso del modelo, que merecía evidentemente una cuidada y meticulosa adaptación.

Sin embargo, los aciertos de la película prácticamente se quedan reducidos a esto, a la parte técnica, además del buen trabajo de Javier Barden, un actor excelente al que tampoco considero responsable de la poca entidad de su personaje, algo más achacarle al guión que a las dotes interpretativas del actor.

El gran problema de El amor en los timepos del cólera es que, siendo como es un film decididamente romántico, al menos en sus intenciones, Mike Newell no logra captar la esencia de lo que encierra el argumento, contagiar al espectador de la pasión de Florentino, hacer cercanos y vivos a los personajes, conseguir que nos olvidemos de que se trata de una ficción y vivamos la historia como en un suspiro. El fracaso de Newell es que Florentino parece un fantoche, un alma en pena y no un amante fiel. Cuesta entender que las mujeres se sientan atraídas por él e incluso que sea un hombre capaz de guardar esa lealtad incondicional a su primer amor. Por momentos, incluso nos provoca risa, lo cuál es realmente demoledor.

Fermina, por su parte, es presentada como una mujer fría, casi sin sangre en las venas y es difícil entender cómo puede alimentar una pasión de más de cincuenta años. Es más, ese amor juvenil se queda en muy poca cosa, pues no llega a concretarse de manera que podamos vivirlo con Florentino, que compartamos su pasión y su fe en su amada. Tampoco se hace del todo claro el motivo por el que ella, de pronto, cambia su amor por Florentino en desprecio, en un segundo. Ni por supuesto, se ofrece una explicación profunda de los problemas de Fermina en su matrimonio, episodio por el también se pasa de manera superficial y ligera. Hemos de adivinar la pertenencia de los esposos a dos mundos distintos como una de las causas de su distanciamiento, pero también la falta de espíritu de un médico dominado por su madre, que solo valora lo práctico, lo bien visto por la sociedad, el estatus... y la estabilidad de un matrimonio aburrido frente a lo que se intuye que desearía ella.

Y es que en realidad, el guión parece quedarse en la superficie de las cosas, pasa por encima de los sentimientos y los personajes sin lograr captar su esencia, de manera que la historia se nos queda en un mero relato superficial, que a veces parece más una especie de broma o una caricatura de los sentimientos que intenta reflejar. Newell se recrea en lo banal, carga las tintas en lo absurdo o lo grotesco y nunca consigue llegar al corazón o al alma de los personajes.

El resultado es una película plana y repetitiva. Solo en muy contados momentos el guión se detiene en explicar o mostrar lo que se supone que late debajo de los ropajes y los decorados suntuosamente recreados. Tan solo recuerdo un par de frases que llegan en realidad a traspasar lo meramente decorativo y eso es muy poco para un film tan largo y que cuenta tan poco.

Es bastante triste constatar como las formas acaban devorando el contenido. Cómo parece que ni guionista ni director han sabido entender qué tenían entre manos, bien por dejadez o ignorancia, los que nos deja como resultado una película preciosista pero fría, un romance que hace aguas porque no logra conmovernos, contagiarnos de lo que quiere ser un amor incondicional y maravilloso, de esos por los que vale la pena vivir y morir, y que se queda en algo casi mecánico, de costumbre, rutinario y frío. Una idea que se merecía muchísimo más.

jueves, 12 de enero de 2017

El atardecer



Dirección: Lajos Koltai.
Guión: Susan Minot, Michael Cunningham (Novela: Susan Minot).
Música: Jan A. P. Kaczmarek.
Fotografía: Gyula Pados.
Reparto: Claire Danes, Toni Collette, Vanessa Redgrave, Patrick Wilson, Meryl Streep, Glenn Close, Hugh Dancy, Natasha Richardson, Mamie Gummer, Eileen Atkins.

Ante la inminente muerte de su madre, Ann (Vanessa Redgrave), Nina (Tony Collette) y Constance (Natasha Richardson) acuden a su casa para acompañarla en esos últimos momentos. En lo que parecen ser delirios de una mente enferma, Ann confiesa que el gran amor de su vida fue un tal Harris  (Patrick Wilson), de quien sus hijas no habían tenido noticia alguna hasta entonces.

El atardecer (2007) es un film ambicioso, lo que queda patente solo con mirar el reparto, en especial en cuanto a las actrices, con Vanessa Redgrave, Meryl Streep o Glenn Close dando lustre a un elenco que revela a las claras que el protagonismo es esencialmente para las mujeres. Porque la película se centra en el personaje de Ann, que en su lecho de muerte repasa su vida y sus errores, en especial dejar marchar de su lado al que fue su gran amor; pero también la película analiza las vidas de sus hijas, ambas insatisfechas, con miedos y conflictos personales que salen a la luz ante el lecho de muerte de su madre.

Y la ambición de El atardecer también es evidente desde la primera escena, con la joven tendida en la barca. Un instante poético y bucólico, melancólico y triste... que nos anuncia las ambiciones estéticas y dramáticas de Lajos Koltai. El problema, en estos casos, es lograr un equilibrio entre mensaje y presentación, entre apariencia y esencia. Y no caer en lo ampuloso, lo acaramelado y lo artificioso sin contenido, lo cursi incluso. Y la verdad es que El atardecer promete mucho más de lo que finalmente ofrece. No es que sea una película superficial, pero lo ambicioso de las pretensiones del director no se ve realmente plasmado al final de la película, que se queda en un aparatoso despliegue de intenciones que no alcanzan su meta.

Para empezar, quizá el guión quiere abarcar más de lo que debiera y lo que parece una interesante reflexión de una mujer al final de sus días se va perdiendo en detalles y en historias paralelas que despistan al espectador e impiden que se centre en algo concreto. Así, la figura de Harris, que parece ser el eje sobre el que va a girar la película, no alcanza el protagonismo esperado, quedando en una noche de amor y poco más. No sabemos bien porqué Ann y él no siguen juntos, ni tampoco queda clara esa pasión y ese amor tan especial que hace que Ann lo añore en su lecho de muerte. Sin embargo, su relación con Buddy (Hugh Dancy) es más interesante y emocionante, quizá porque el personaje de Buddy es mucho más profundo e intenso que el de Harry, que no llega a definirse y se queda como un ente un tanto indeterminado.

Tampoco el recurso a los flash-backs, necesario pero fallido, ayuda a mantener la emoción del relato, pues los recuerdos de Ann se ven cortados brusca y repetidamente con abruptos regresos al presente, sin que esos saltos continuos aporten nada especial, sino que más bien rompen el hilo de ambos relatos, el presente y el pasado, de manera que no llegamos a meternos de lleno en ninguno de los dos.

Y lo peor de todo es que la base de la película, el reflexionar sobre lo que pudo ser una vida y no fue, sobre las oportunidades perdidas, los errores y los fracasos se queda en una reflexión un tanto superficial, donde al final parece que nada tiene importancia realmente, que hay que conformarse con las decisiones tomadas, aunque sean erróneas, porque, como se dice en el film: no existen los errores. Es como conceder que no vale la pena luchar por los sueños, que lo mejor es el conformismo, la vida de renuncia. Una conclusión realmente pobre y que echa por tierra las posibilidades de un argumento muy interesante que al final opta por el camino más fácil y por brindar un supuesto final feliz que en realidad no resulta para nada convincente.

El trabajo de las actrices es impecable en general, si bien algunas escenas resultan demasiado forzadas, pues se busca ante todo la belleza estética y pueden parecer, como me sucedió a mí, demasiado artificiosas. Y es que lo mejor, desde mi punto de vista, es la naturalidad. Cuando una historia tiene fuerza y consistencia, cuanto menos la decores, mejor. Quizá aquí sucede un poco lo contrario, se pretende envolver de lujo un relato que termina decepcionando.

domingo, 8 de enero de 2017

Caza a la espía



Dirección: Doug Liman.

Guión: Jen Butterworth, John-Henry Butterworth (Biografía: Valerie Plame).

Música: John Powell.

Fotografía: Doug Liman.

Reparto: Naomi Watts, Sean Penn, Sam Shepard, Ty Burrell, Bruce McGill, Michael Kelly, Brooke Smith, David Denman.

Valerie Plame (Naomi Watts) es una agente de la CIA encargada de investigar la existencia o no de armas de destrucción masiva en Irak, un extremo que sus indagaciones parecen desmentir sin lugar a dudas. Sin embargo, desde la Casa Blanca se afirma todo lo contrario, contradiciendo sus informes.

Caza a la espía (2010) se basa en los libros escritos por la verdadera Valerie Plame para denunciar cómo miembros de la Casa Blanca desvelaron su verdadera identidad como espía de la CIA como venganza contra su marido, Joseph Wilson, por denunciar en un artículo en The New York Times las falsedades con las que el mismísimo presidente de Estados Unidos quería justificar su guerra contra Saddam Hussein, encubriendo y falseando los datos que demostraban que no había armas de destrucción masiva en Irak.

Normalmente, este tipo de argumentos puede dar lugar a historias complejas, alejadas de los guiones más o menos sencillos a los que nos suele tener acostumbrados el cine de Hollywood. Y esta película no es una excepción. Hay multitud de personajes, datos, fechas y acontecimientos que en algunos momentos pueden dificultar la completa comprensión de los detalles a que se refiere la película. Sin embargo, la trama principal queda perfectamente explicada en todo momento, con lo que el hecho de que algunos detalles puedan quedar en el aire tampoco afecta para nada al hilo fundamental de la historia que, al tiempo, gracias a la profusión de esos detalles, adquiere la densidad necesaria, lo que contribuye a que nos sintamos en medio de una trama auténtica, como es el caso.

Caza a la espía es una denuncia lúcida y certera de cómo un gobierno puede manipular los datos y engañar a su propia gente aprovechándose de un clima de histeria colectiva fomentado también por ellos mismos. Es la mentira perfectamente orquestada con el fin de llevar a cabo sus planes, sin importar a quién se puedan llevar por delante. La frialdad con la que se decide el futuro de civiles inocentes resulta especialmente alarmante y dolorosa.

Pero además, la película es una advertencia clara y muy creíble, sin caer en patriotismos baratos, de los peligros reales de cualquier democracia cuando el gobierno decide manipular y engañar a sus propios conciudadanos, fomentando la mentira y una especie de caza de brujas encubierta asentada en difamaciones y falsedades. El discurso final de Sean Penn es revelador, conciso y rotundo, y lamentablemente más cercano de lo que será deseable.

Doug Liman consigue además aumentar la sensación de realidad con una dirección sencilla y jugando con la cámara, a veces demasiado nerviosa y a veces con planos algo forzados, es cierto, pero aportando una dosis de espontaneidad y naturalidad que contribuyen a dar esa sensación de improvisación acorde con las intenciones de darle al film un tono cercano que refuerce el hecho de que estamos ante una historia basada en hechos reales.

Fundamental también es el trabajo de Naomi Watts y de Sean Penn, con unas interpretaciones muy realistas e intensas, al tiempo que naturales. Sin duda, ambos contribuyen decisivamente a que sus personajes resulten totalmente creíbles.

Caza a la espía es un film con un mensaje muy actual y muy interesante, especialmente inquietante por cuanto no se trata de una mera ficción más o menos probable, sino de algo que sucedió realmente y que en España también vivimos muy de cerca, con aquella alianza contra el mal de tristísimo recuerdo. Muy recomendable.