El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 22 de diciembre de 2017

Los que no perdonan



Dirección: John Huston.
Guión: Ben Maddow (Novela: Alan Le May).
Música: Dimitri Tiomkin.
Fotografía: Franz Planer.
Reparto: Burt Lancaster, Audrey Hepburn, Audie Murphy, Charles Bickford, Lillian Gish, Doug McClure, John Saxon, Albert Salmi, Joseph Wiseman.

Un día, un misterioso anciano se presenta en la propiedad de la familia Zachary afirmando que la hermana menor, Rachel (Audrey Hepburn), es en realidad una india kiowa. Cuando el rumor se extiende y llega a oídos de los indios, éstos reclaman a la joven.

John Huston no fue un director que sintiera predilección por el western, en su larga carrera solo dirigió dos: el que nos ocupa ahora y El juez de la horca (1972). Y en ambas dejó su impronta personal.

Los que no perdonan (1960) podría ser el caso contrario a Centauros del desierto (John Ford, 1956). Si en la película de Ford son los blancos los que buscan a una niña raptada por los indios, aquí son los kiowas los que reclaman a los hombres blancos a una niña de su tribu. En ambos casos se trata de enfrentarse al tema del racismo.

La película de Huston me pareció un tanto excesiva, o teatral, como quiera decirse. En este sentido me recordó a Duelo al sol (King Vidor, 1946), donde el drama parecía reinar absolutamente sobre todo sin medida. En Los que no perdonan es excesivo tanto el drama como la comedia. La película arranca de un modo un tanto bucólico y amable, lo que se ve claramente en la comida de los Zachary con sus vecinos, los Rawlins, y el juego de pretendidos-pretendientes, que visto hoy en día roza lo ridículo.

Y cuando la película entra en materia y deja definitivamente, o casi, el tono ligero, el drama surge en toda su plenitud. Es el tono elegido por Huston para su relato, donde se constata claramente su ambición por ofrecernos un film intenso, que nos deje indiferentes.

Ben Zachary (Burt Lancaster) está dispuesto a matar al viejo Abe (Joseph Wiseman) por perturbar la paz familiar con rumores y sale a darle caza con su hermano Cash (Audie Murphy). La matriarca Mattilda Zachary (Lillian Gish) no duda en ahorcar a Abe para acallar de una vez por todas su verdad, porque la que ha mentido toda la vida es en realidad ella.

Por todo ello, es complicado que nos identifiquemos con los Zachary; produciéndose el caso curioso de que sentimos más afinidad con los indios, que finalmente reclaman, pacíficamente en un principio, a una miembro de su raza que con estos ganaderos un tanto radicales.

Si a este tratamiento tan extraño del tema principal unimos la relación entre Ben y Rachel, con insinuaciones de ella y el compromiso final de ambos en matrimonio, no podemos llegar a otra conclusión que estamos ante un western decididamente atípico y bastante polémico.

Quizá lo más destacable de todo sea finalmente el reparto, sobre todo por la presencia de Audrey Hepburn, con un magnetismo especial, y de Lillian Gish, veterana de los comienzos del cine y que aún era un regalo verla actuar. En el lado masculino, me quedaría con Charles Bickford, un secundario de lujo. Burt Lancaster, sin terminar de convencerme demasiado, en esta ocasión está más contenido que en otros trabajos suyos, lo cuál es de agradecer.

La película también sufrió ciertos problemas que han quedado para la historia. Por un lado, Audrey estaba embarazada cuando rodaba el film y una caída de un caballo le produjo un aborto. Por otra parte, John Huston se las tuvo con los productores y la película sufrió algunos retoques en la sala de montaje, no quedando la copia final como hubiera deseado el director.

En todo caso, estamos ante un film complejo, que va más allá de ser un mero western al uso, y es que en 1960 el western ya no era el western de su época clásica, sino un vehículo para expresar otros muchos problemas.

miércoles, 20 de diciembre de 2017

La ola



Dirección: Dennis Gansel.
Guión: Dennis Gansel y Peter Thorwarth (Novela: Todd Strasser).
Música: Heiko Maile.
Fotografía: Torsten Breuer.
Reparto: Jürgen Vogel, Frederick Lau, Jennifer Ulrich, Max Riemelt, Christiane Paul, Elyas M'Barek, Jacob Matschenz, Cristina Do Rego, Maximilian Maus, Maximilian Vollmar.

En un instituto alemán, durante la semana de proyectos, el profesor Rainer Wenger (Jürgen Vogel) debe impartir una lección sobre la autarquía y se le ocurre poner en práctica un proyecto que explique a sus alumnos el funcionamiento de un régimen dictatorial.

Las películas que invitan a reflexionar son bastante raras, por regla general. En el cine, como industria que es, lo que prima son aquellos productos que buscan el beneficio económico como prioridad fundamental. La ola (2008) viene a ser, pues, una excepción al cine meramente comercial al exponer un tema que nos lleva a reflexionar en profundidad sobre asuntos tan importantes como la educación, la manipulación de los jóvenes, el poder, las dictaduras, el compromiso, la solidaridad, la política...

Basada en una novela de Todd Strasser, que a su vez se basó en hechos reales acaecidos en California en 1967, La ola cuenta cómo un profesor, Rainer Wenger, que tiene que dar un seminario a un grupo de adolescentes sobre la autarquía, decide poner en práctica un experimento que consistirá en poner en práctica el nacimiento de un movimiento autoritario. Para ello, él será el líder e irá explicando e imponiendo a la clase una serie de normas típicas de todo régimen dictatorial. Así, primero adoptarán algunas pautas de comportamiento básicas, como la manera de dirigirse al profesor y hasta de sentarse. Luego, irán creando una disciplina, una vestimenta igual para todos, un saludo y hasta un nombre y un lago para el grupo, que no parará de crecer hasta desbordar incluso los límites de la propia aula.

El problema es que el profesor Rainer no es consciente en ningún momento de la deriva que va tomando su experimento en manos de unos jóvenes a los que la idea de pertenecer a un grupo que los apoye, en el que sientan más fuertes, les va a llevar a creerse como algo real un simple experimento educativo. Los que un par de días antes veían impensable que se reprodujera el régimen nazi de nuevo en Alemania, en poco tiempo empiezan a repetir actitudes, dentro de su escala, dictatoriales.

La película logra explicar de manera bastante sencilla lo fácil que resulta manipular la mente de adolescentes que necesitan cierta disciplina y a los que la pertenencia a un grupo les da la identidad y la seguridad que necesitan. La ola identifica de modo sencillo, pero claro, diferentes tipos de alumnos, con necesidades, carencias y motivaciones propias, y que tienen todas cabida en el grupo uniformador. Grupo que excluirá sin remedio a los diferentes o a los críticos.

En cuanto a la parte meramente técnica, Dennis Gansel consigue crear un film bastante dinámico, sin perderse en detalles innecesarios, con lo que el desarrollo de la historia es siempre ágil. Consigue también representar con bastante acierto el universo adolescente, con sus gustos, sus necesidades, su variedad, sus carencias, inseguridades y necesidades.

Quizá donde no consigue o no se esfuerza lo suficiente es a la hora de mostrar la personalidad del profesor Rainer, que queda algo menos clara. Solamente al final, con los reproches de su pareja, podemos conocerlo algo mejor, pero aún así me parece insuficiente.

A nivel de interpretaciones, he de reconocer que el trabajo de todos los actores de la película, en especial los jóvenes, que suele ser el punto donde más se notan las carencias en general, me pareció excelente, con una naturalidad pasmosa.

La ola es una película sumamente interesante, más allá de sus meros aciertos como obra de ficción, que los tiene, pero cuyo verdadero valor reside en analizar con bastante lucidez los problemas de la educación, los peligros de manipulación de los adolescentes, la fuerza de un líder y, en general, lo sencillo que, en un contexto determinado, puede resultar manipular y adoctrinar a la gente, y cómo puede llegar a perder su identidad dentro de un grupo.

martes, 19 de diciembre de 2017

Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto



Dirección: Gary Fleder.
Guión: Scott Rosenberg.
Música: Michael Convertino.
Fotografía: Elliot Davis.
Reparto: Andy García, Christopher Walken, Christopher Lloyd, Gabrielle Anwar, Steve Buscemi, William Forsythe, Bill Nunn, Treat Williams, Jack Warden.

Jimmy "El Santo" (Andy García) es un antiguo gángster que se ha retirado de la profesión, regentando un negocio que no le va muy bien. Por eso, cuando su antiguo jefe (Christopher Walken) le pide que le haga un pequeño trabajo a cambio de sus deudas, a Jimmy no le queda más remedio que aceptar.

Entiendo que el cine contemporáneo ha de buscar fórmulas para reinvertirse. Contar lo mismo que ya han hechos títulos clásicos de manera perfecta podría ser inútil y hasta contraproducente. De ahí que en los últimos tiempos hayan aflorado directores como Tarantino que le han dado una vuelta de tuerca a géneros como el cine negro, buscando un punto de vista personal.

Dentro de esta tendencia estaría Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto (1995), título que, bien mirado, ya nos da alguna pista sobre qué buscan Gary Fleder y Scott Rosenberg. Se trata de intentar ser originales, hasta en el título, que resulta cuando menos llamativo.

Sin embargo, originalidad y modernidad no garantizan nada. A veces, la originalidad tiende a confundirse con calidad: es original, es moderna, por lo tanto es buena. Pero tras la sorpresa inicial que nos produce el envoltorio de Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto, descubrimos que hay más ruido que nueces, una historia sin demasiada sustancia que se mueve en el terreno de las apariencias, el humor escatológico y la anécdota.

Para empezar, el trabajo que le encarga "El hombre del plan" (Christopher Walken) a Jimmy es una completa estupidez, se mire por donde se mire. El encargo me pareció sencillamente absurdo: intentar que el retrasado hijo de "El hombre del plan" recupere a su novia asustando al novio de la chica; y tener que recurrir para eso a cuatro "ayudantes", me parece del todo desproporcionado. Sinceramente, una cosa es intentar ser original y otra caer en la sin razón directamente.

Y la originalidad no queda ahí. Al estilo de Reservoir Dogs (1992), la película busca otro elemento novedoso con los motes de los protagonistas. A Jimmy "El Santo" y "El hombre del plan" se unen "Mister Shhh", "Viento fácil", "Piezas", etc, etc. Y tampoco debemos olvidarnos al narrador, Joe (Jack Warden), que vendría a cumplir la función de voz en off, si bien en esta ocasión su papel no parece muy necesario, sino más bien otra idea con aires de originalidad. Como colofón, el ritual del saludo con la palma de la mano o la coletilla "Copas de yate". Como se ve, todo un derroche de imaginación a la hora de "amueblar" la historia.

Sin embargo, no todo es malo en esta película. Creo que el reparto es sin duda uno de los grandes aciertos. En una historia donde los personajes tienen tanto protagonismo, no por lo que hacen, sino por cómo lo hacen, por cómo son, es todo un acierto contar con Christopher Walken, William Forsythe o Steve Buscemi, un clásico del cine negro contemporáneo. Fleder, además, sabe sacar todo el encanto de Gabrielle Anwar. En cuanto a Andy García, quizá sea el actor que menos me ha convencido de todos. Y es verdad que resulta elegante, con cierto estilo... pero es un actor que no me resulta creíble; en cuanto se mueve o dice algo se nota la instante que está actuando. No es un actor natural.

Otro punto a favor del film es que es una historia con cierta tensión, sin demasiados tiempos muertos, salvo el inevitable romance de Jimmy con Dagney (Gabrielle Anwar), que no casa demasiado bien con el resto de la historia; y, aunque el desenlace resulte bastante previsible, hay cierta tensión dramática constante, lo que mantiene nuestra atención, en especial es espera del desenlace a tanta sucesión de situaciones surrealistas.

Sin embargo, la parte final de la película resulta un tanto larga y con escenas repetitivas. Hay en esta parte como una pérdida de coherencia, da la sensación de que el guión intenta alargar algo que ya está terminado, sin saber cómo cerrar la historia. Jimmy buscando a sus colegas, ofreciéndoles una vía de escape y con la misma respuesta siempre, Jimmy despidiéndose de Dagney, acudiendo repetidamente a ver a "El hombre con un plan"... resulta todo un tanto forzado, casi innecesario, componiendo la parte más floja de la historia, justo cuando debería ser la que tuviera más fuerza.

En definitiva, dentro de ese aire de originalidad y modernidad que sacudió el cine negro a la sombra del estilo de Tarantino, Cosas que hacer en Denver cuando está muerto es una de esas imitaciones que se quiso sumar al carro y que, con más sombras que luces, no pasa de ser un pequeño divertimiento, una propuesta donde priman las formas sobre el contenido, con una serie de elementos argumentares y visuales que dan forma a una idea demasiado simple, a unos personajes esquemáticos, y a una lógica casi ridícula de los acontecimientos. Es el cine sin sustancia, el cine escaparate que, paradójicamente, parece que es lo que funciona. Vivimos unos tiempos donde el envoltorio es lo que importa, lo que vende.

viernes, 15 de diciembre de 2017

The Salvation



Dirección: Kristian Levring.
Guión: Anders Thomas Jensen y Kristian Levring.
Música: Kasper Winding.
Fotografía: Jens Schlosser.
Reparto: Mads Mikkelsen, Eva Green, Jeffrey Dean Morgan, Michael Raymond-James, Sivan Raphaely, Douglas Henshall, Mikael Persbrandt, Jonathan Pryce, Eric Cantona, Nanna Øland Fabricius.

Jon Jensen (Mads Mikkelsen), un inmigrante danés, tras siete años en Estados Unidos, consigue traer a su lado a su mujer y a su hijo. Pero el mismo día de su llegada, son asesinados por un ex-presidiario, hermano de un matón local.

Que en 2014 vuelva a estrenarse un western es sin duda una gran sorpresa. Pero además, si este western es danés, la sorpresa es mayúscula. Y reuniendo estos dos detalles, más mi pasión por el género que alimentó mi infancia, está claro que había que darle una oportunidad a The Salvation.

Si somos estrictos, hemos de reconocer que The Salvation es una película más efectista que eficaz; una de esas propuestas un tanto manieristas que se centran más en los detalles técnicos y en imprimir cierto estilo visual y rítmico que en aportar un contenido elaborado. Y es que si resumimos el argumento, comprobamos que no hay nada realmente original. Es la típica historia de venganza: un hombre pierde a su mujer y a su hijo primero, y a su hermano después, y decide vengar su muerte. Decía que estaba resumiendo el argumento, pero en realidad esa es toda la historia. No hay más. Lo novedoso, que tampoco en exceso, será el tratamiento, la atmósfera que crea Kristian Levring.

Quizá lo que más llama la atención es la fotografía de Jens Schlosser, que le da un toque especial al film, a veces con apariencia que puede recordar a ciertas adaptaciones de cómics.

En relación al estilo, The Salvation parece beber del spaghetti western en cuanto a la parquedad de los diálogos, la esquemática descripción de los personajes y sus motivaciones (reducidos ambos a un mero esquematismo) e incluso la ambientación, que incide en lo pobre, lo desgastado, lo roto, con cierto gusto por el feísmo. A diferencia, eso sí, de las obras más representativas del spaghetti western, que se recreaban en escenas que parecían no tener fin, aquí el director es más conciso, omitiendo secuencias interminables centradas en un detalle, y tampoco siente una predilección morbosa por los detalles sangrientos; si bien la película no huye de la violencia, Levring tiene el buen gusto de dejar algunos momentos fuera del foco.

The Salvation, a pesar de lo simple de su argumento, además de no ofrecer en su desarrollo ni en su desenlace ninguna sorpresa, transcurriendo todo por caminos muy vistos y previsibles, logra mantener el interés del espectador, al menos de aquel que, como yo, se nutrió del género desde la infancia, gracias a un desarrollo sencillo pero sin desvíos, con lo que siempre está sucediendo algo en la pantalla o a punto de suceder. Es verdad que no aporta nada nuevo al género, sino que más bien repite fórmulas pasadas, pero con cierto estilo y, sobre todo, respetando las reglas del western, algo que agradecerán los más puristas.

Sin duda, un western menor, pero que los seguidores del cine del oeste agradecerán en esta época de sequía en el género.

lunes, 11 de diciembre de 2017

El joven Lincoln



Dirección: John Ford.
Guión: Lamar Trotti.
Música: Alfred Newman.
Fotografía: Bert Glennon.
Reparto: Henry Fonda, Alice Brady, Marjorie Weaver, Arleen Whelan, Eddie Colins, Pauline Moore, Richard Cromwell, Ward Bond.

1832. El joven Abraham Lincoln (Henry Fonda) tiene una pequeña tienda en New Salem, Illinois, aunque comienza ya a dar los primeros pasos en política, además de estar interesado en estudiar leyes. Cuando su novia Ann (Pauline Moore) muere, Abraham se va a Springfield, donde empieza a ejercer de abogado.

El joven Lincoln (1939) es un film un tanto olvidado de John Ford, puede que por coincidir el mismo año que La diligencia, una de sus obras maestras. Y si es evidente que El joven Lincoln no está a la altura de las grandes películas del director, aún así no merece caer en el olvido.

La película intenta hacer un relato de los inicios del futuro presidente en el mundo de la política y de la abogacía y el resultado es un film un tanto descompensado, muy marcado por la evidente admiración del director hacia la figura de Lincoln, quizá en exceso, no pudiendo evitar dar la sensación de que la narración de esos años de juventud está predeterminada por lo que representó el individuo para la historia de su país.

No sé si por cuestiones de duración, problemas del guión, que tal vez no supo condensar mejor el relato, o complicaciones del montaje, el caso es que la historia me pareció un tanto deslavazada. Algunos capítulos de la vida de Lincoln, como la muerte de Ann, no están narrados con la fuerza que merecían; cuenta con una bonita elipsis con la imagen del cauce del río, es cierto, pero pierde emoción y significado, quedando casi como una anécdota. Y, en general, sucede algo similar con el relato de la figura de Lincoln, que no adquiere entidad ni como individuo ni como político. Se queda su retrato un tanto difuminado, casi devorado por la necesidad de avanzar en la historia, pero a base de pequeños momentos un tanto intrascendentes y con una imagen del futuro presidente que me pareció presa de su propia leyenda.

Donde sí que la película gana en fuerza e intensidad es en la parte del juicio, quizá porque ya tenemos algo concreto a qué aferrarnos, sin divagar. Al ser una unidad dramática concreta y cerrada en sí misma, el director puede ceñirse a ella por completo, dando rienda suelta a su talento a la hora de ahondar en los sentimientos, reforzar el dramatismo, en especial con la figura de la medre de los acusados, y también desplegando el sentido del humor tan característico, contrapunto perfecto al drama del juicio, con unos diálogos realmente inspirados, de lo mejor de la película, y unos personajes que al fin parecen volverse reales, cercanos.

Lo que sí que podemos constatar es como los elementos clave de la obra de John Ford ya están plenamente presentes y desarrollados: su gusto por las imágenes cargadas de significado y con un componente muy teatral y poético; la importancia de los elementos de la naturaleza, de la tierra, que constituye las raíz de los hombres; el papel fundamental de las mujeres, la madre en este caso, como núcleo de la familia, el pilar de la civilización, la fuerza y la referencia vital. Y el humor, ya mencionado.

Fue la primera colaboración del director con Henry Fonda, que dudaba aceptar el papel, abrumado por el peso del personaje. Ford insiste en la caracterización de Lincoln, no solo en su vestuario, sino en sus gestos, sus posturas, sus momentos de ensimismamiento. Y Henry Fonda da la talla con su peculiar naturalidad, su actuación sin esfuerzos.

Sin ser una de las mejores películas del gran John Ford, El joven Lincoln es un film interesante, con algunos momentos especialmente hermosos (Abraham en la tumba de Ann es mi preferido) donde se puede disfrutar en pequeñas dosis de ese gran talento del director para contar historias, siempre con el ser humano como eje y justificación de las mismas.

La película recibió una nominación a lo que se llamaba entonces Mejor historia.

jueves, 7 de diciembre de 2017

Big



Dirección: Penny Marshall.
Guión: Gary Ross y Anne Spielberg.
Música: Howard Shore.
Fotografía: Barry Sonnenfeld.
Reparto: Tom Hanks, Elizabeth Perkins, Robert Loggia, John Heard, Jared Rushton, Mercedes Ruehl,  Jon Lovitz, David Moscow.

Josh Baskin (David Moscow) tiene trece años y se siente atraído por una chica del colegio que, sin embargo, prefiere salir con chicos más mayores. Así que, cuando Josh encuentra en una feria una extraña máquina que concede deseos, no duda en pedirle que lo haga mayor.

Big (1988) es una curiosa película fantástica. Aunque quizá sería más correcto decir que es un sencillo cuento fantástico, optimista, sentimental y... gracioso, sobre todo gracioso. Y es que la historia, a pesar de contar con algunas reflexiones y momentos muy tiernos es, ante todo, una alocada comedia donde se fantasea con qué le pasaría a un niño si de repente se viera metido en un cuerpo de un hombre de treinta años y tuviera que vivir en el mundo adulto.

La base de la película es contraponer la mentalidad del chico de trece años a la de los adultos, en concreto en el competitivo mundo laboral de una empresa de juguetes. La mentalidad de Josh, su inocencia y, sobre todo, su cercanía al mundo del juego, algo que no tienen los otros compañeros de trabajo, hacen que progrese rápidamente en la empresa, ante el asombro de todos. Lo que da lugar a las envidias y los celos de algunos compañeros, poniéndose de manifiesto la diferencia entre la inocencia de Josh y la hipocresía del mundo adulto. Pero, por encima de cualquier reflexión, Big es sobre todo una comedia bastante bien construida, gracias a un guión no demasiado novedoso pero que sabe jugar sus cartas con acierto. Algunas bromas, no por obvias, dejan de estar muy bien traídas y algunas escenas, como la del piano de pie, han dejado huella y forman parte ya del la historia del cine reciente.

El humor del guión Big sabe sacar partido de la anómala situación del niño Josh, con una inteligente explotación de las situaciones de confrontación de su inocencia y miedos en el cuerpo de todo un hombre, pero sin caer nunca en la caricatura, la broma fácil o la parodia. Lo que consigue así el guión es un film simpático, ligero, pero no exento de cierta reflexión interesante, al tiempo que aporta una dosis de ternura que convierten a Josh en alguien muy entrañable.

Pero la película también se beneficia con la presencia de Tom Hanks, realmente el alma de Big. Su trabajo es excelente, lo que le valió una de las dos nominaciones de la cinta, junto con el guión co-escrito por la hermana de Steven Spileberg. Hanks derrocha frescura y naturalidad, consolidándose gracias a este film como uno de los jóvenes cómicos más prometedores. Más tarde demostraría su gran talento también en registros dramáticos.

Big nos hará pasar un rato sumamente entretenido, demostrando cómo un film sencillo, sin demasiadas pretensiones, pero hecho con inteligencia, puede resultar un pasatiempo muy gratificante.


domingo, 3 de diciembre de 2017

Pasaje a la India



Dirección: David Lean.
Guión: David Lean (Novela: E. M. Forster).
Música: Maurice Jarre.
Fotografía: Ernest Day.
Reparto: Judy Davis, Victor Banerjee, Peggy Ashcroft, James Fox, Alec Guinness, Nigel Havers, Richard Wilson, Antonia Pemberton, Michael Culver, Art Malik, Saeed Jaffrey, Clive Swift.

La India, años 20. La joven Adele Quested (Judy Davis), en compañía de su futura suegra (Peggy Ashcroft), viaja a la India para encontrarse con su novio (Nigel Havers), que ocupa el cargo de magistrado. Adele, libre de prejuicios raciales, desea conocer la verdadera India y el médico hindú Aziz (Victor Banerjee) será su guía.

Con Pasaje a la India (1984), adaptación de una novela de E. M. Forster, escritor cuya obra dio lugar a varias adaptaciones más, el gran David Lean se despide del cine. Sin duda, se trata de un adiós digno que muchos directores habrían querido para sí mismos. Sin embargo, quizá por la complejidad de la adaptación o por tema de edad, Pasaje a la India no alcanza la belleza y la grandiosidad de otros trabajos anteriores del director.

La película, eso sí, nos vuelve a mostrar el gusto de Lean por la belleza formal, con una recreación minuciosa de la India de principios del siglo XX y, sobre todo, un despliegue de hermosos paisajes apoyados en una fotografía que busca la belleza sin disimulo. Sin duda, una seña de identidad del director, que nos ha dejado algunas de las imágenes más fascinantes de la historia del cine, y estoy pensado por ejemplo en Lawrence de Arabia (1962).

Sin embargo, al contrario que en sus grandes obras maestras, encuentro aquí un montaje menos eficaz, más tosco, con algunos planos intercalados en la narración que no resultan naturales, al tiempo que la legendaria unidad entre grandiosidad y conflictos personales de los personajes pierde fuerza, tal vez porque el tema no termina de concretarse y no tiene un punto dramático fuerte que nos atrape, sino que es como si asistiéramos a la historia como espectadores un tanto distantes; tal vez por una falta de profundización, tanto en el tema, o los temas, como veremos, como en los personajes.

Pasaje a la India tiene dos temas principales, en torno a los que se articula toda la película. Por un lado, el colonialismo británico, con la rígida separación entre británicos y nativos, su aire de superioridad y su desprecio por la cultura local. David Lean critica sin ningún reparo las actitudes de los colonizadores, aunque sin terminar tampoco de ponerse del todo del lado hindú. De hecho, si parece algo exagerado alguno de los comportamientos de los ingleses, aunque del todo creíbles, también carga las tintas en la manera de presentar a los hindúes, que pueden rayar en la caricatura incluso, como es el caso del propio doctor Aziz, al menos al comienzo de la película,  o el profesor Godbole (Alec Guinness), aunque en este caso creo que se trata más bien de una especie de broma del director, que da rienda suelta a su humor británico con este curioso personaje, mezcla de sabio y de pasota. Aunque breve, es de agradecer la presencia de este actor, asiduo en la filmografía de David Lean, para mí entre los mejores de la historia del cine.

El otro eje de la película es el personaje de Adele, una mujer envuelta en cierto aire de indefinición y sin duda atormentada, tanto por sus propias dudas sobre sus sentimientos como desbordada por las circunstancias del viaje. Adele parece comprender, en contacto con la India, sus carencias, lo frustrante de su educación inglesa, sus deseos sexuales reprimidos... estallando al fin todas esas luchas internas en su visita a las cuevas de Marabar.

Aqui, en las cuevas, el relato adquiere un tono más folletinesco, con cierto aire de película de misterio. Sin embargo, dado el retrato hecho del doctor Aziz, nada puede llevarnos a creer que pudiera comportarse indignamente con la señorita Quested. No hay misterio alguno por lo tanto, solo la incertidumbre de si Adele seguirá adelante con su mentira o su locura pasajera o si recuperará el sentido común a tiempo.

Este personaje de Adele, atormentado, frágil, inseguro, con un trabajo notable a cargo de Judy Davis, nos remite a La hija de Ryan (1970), confirmando una especie de fijación del director por los personajes femeninos conflictivos, con el tema de la sexualidad reprimida como eje.

Lean, de todos modos, fiel a su estilo, logra aunar la perspectiva personal de su protagonista con el tema más general de la colonización, el choque de culturas y los conflictos históricos. En este sentido, nos recuerda a Doctor Zhivago (1965), pero sin su grandeza ni su perfección. Y es que estamos al final de la carrera de Lean y supongo que ni sus fuerzas ni su talento estaban ya en su mejor momento. Aún así, Pasaje a la India es una película interesante, imperfecta sí, pero muy sugerente y con algunos momentos de buen cine.

El film obtuvo hasta nueve nominaciones a los Oscar, obteniendo el premio a la mejor música y mejor actriz secundaria para Peggy Ashcroft.