El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 6 de julio de 2021

Hoosiers: Más que ídolos



Dirección: David Anspaugh.

Guión: Angelo Pizzo.

Música: Jerry Goldsmith.

Fotografía: Fred Murphy.

Reparto: Gene Hackman, Barbara Hershey, Dennis Hopper, Sheb Wooley, Chelcie Ross, Fern Persons.

Después de más de diez años sin ejercer de entrenador, Norman Dale (Gene Hackman) es contratado por un viejo amigo suyo para entrenar al equipo de baloncesto de un pequeño pueblo de Indiana. Dale no será precisamente muy bien recibido por la comunidad.

Una proeza lograda por el equipo de baloncesto de Milan, una pequeña población rural de Indiana, en 1954 es la base de Hoosiers: Más que ídolos (1986), que recoge el sueño americano aplicado en esta ocasión al mundo del baloncesto. Sin embargo, el que se inspire en algo que realmente sucedió sólo ayuda a hacer creíble la difícil victoria del equipo local, pero no es suficiente para conseguir un film interesante.

Las carencias de Hoosiers: Más que ídolos vienen de varios apartados. Quizá la más importante tenga que ver con el guión. Se trata de un trabajo bastante plano, sin verdadero nervio. Sigue los acontecimientos originales con algún añadido extra para aportar cierto envoltorio dramático, como por ejemplo la figura de Wilbur Flatch (Dennis Hopper), el padre alcohólico de un jugador del equipo. Pero aún así, el guión es muy flojo, sin tensión dramática y, además, demasiado previsible, con todos los elementos que cabría esperar pero sin ningún tipo de originalidad. 

Angelo Pizzo no consigue dar vida a ninguna de las tramas de la historia; ni la progresión del equipo de baloncesto está bien narrada, sino que tampoco los partidos cruciales logran que sintamos auténtico interés por el equipo, quizá también porque es muy fácil predecir su éxito. Tampoco la vida personal del entrenador Dale, con su pasado tormentoso o su romance con la profesora Myra (Barbara Hershey) tienen la intensidad necesaria para que lleguen a emocionarnos lo suficiente. El resto de pequeñas historias secundarias que jalonan el film (el padre borracho, el devoto jugador, el amigo de Dale) se quedan también en meras anécdotas sin desarrollar.

Tampoco los diálogos ayudan en absoluto. Se trata la mayor parte de las veces de frases repetidas, especialmente en los partidos, y que de nuevo aportan muy poco dramatismo a la historia. A menudo me esperaba una frase inteligente o una réplica aguda en alguna escena y me quedaba tristemente con las ganas.

Pero además, tendríamos que añadir el trabajo del director, que se limita a una puesta en escena sin imaginación, lo que nos da como resultado un trabajo rutinario.

Lo único interesante del film está los actores principales, como el siempre eficaz Gene Hackman, bien acompañado por Barbara Hershey. Mención especial merece Dennis Hopper, un actor que no siempre me ha fascinado, pero que en esta ocasión hace un muy buen trabajo, perdonando, es verdad, su conocida tendencia a ciertos excesos, y por el que fue nominado al Oscar como mejor secundario. Pero ahí también acaban las virtudes del reparto, con un elenco de secundarios sin brillo.

Hoosiers: Más que ídolos nos deja una sensación final de película sin pulir, con fallos en todos los terrenos posibles y que desperdicia las posibilidades reales de la historia.

jueves, 1 de julio de 2021

E.T. el extraterrestre



Dirección: Steven Spielberg.

Guión: Melissa Mathison.

Música: John Williams.

Fotografía: Allen Daviau.

Reparto: Henry Thomas, Dee Wallace, Robert MacNaughton, Drew Barrymore, Peter Coyote, C. Thomas Howell, K. C. Martel, Sean Frye, Erika Eleniak.

Un pequeño extraterrestre se queda en la tierra cuando la nave en que viaja debe abandonar el planeta precipitadamente. Asustado, encuentra en el joven Elliott (Henry Thomas) un amigo que lo protegerá.

Hablar de E.T. el extraterrestre (1982) es hablar de una de esas películas que se han ganado un puesto de honor en la historia del cine. Vista por millones de personas, premiada, con algunas escenas mágicas que se han quedado para siempre en nuestras retinas, el film es un ejemplo perfecto del genio de su director para hacer del cine algo mágico y conmovedor.

Steven Spielberg se había inventado un amigo extraterrestre imaginario con el que sobrellevar el divorcio de sus padres. De aquí nació el germen de la película, a la que había ido dando forma con el tiempo hasta decidirse finalmente a realizarla.

La historia de la amistad entre dos almas puras, el niño terrestre y el niño extraterrestre, es tan sencilla como eficaz. Spielberg desmonta de un plumazo el mito de los extraterrestres invasores y sanguinarios y nos ofrece una alternativa mucho más amable y enternecedora. Además, el film se puede ver también como un canto a la tolerancia hacia lo diferente, un invitación a ser generosos y con un espíritu abierto, algo que Spielberg, acertadamente, sitúa en el corazón de los niños, aún puro y sin prejuicios.

De hecho, Elliott percibe en seguida que las personas mayores no deben conocer la existencia de E.T. y lo oculta incluso a su madre. Cuando finalmente las autoridades localizan al extraterrestre, los peores temores de Elliott se concretan y los doctores y científicos no son capaces de comprender los sentimientos del niño y su amigo, que se va apagando sin remedio. Será la amistad, el cariño y la complicidad con Elliott lo que devolverá la vida a E.T., lo que redunda en la romántica idea de que las cosas esenciales son invisibles a los ojos.

Filmada con un ritmo perfecto, apoyándose en una fotografía mágica que hace un uso muy inteligente de las luces y sombras, Spielberg va construyendo un relato soberbio, desde el medido misterio inicial, donde no se nos permite ver con claridad al extraterrestre, manteniéndonos en vilo durante un buen rato, continuando el relato con el perfecto dominio de la narración, con acertados y maravillosos momentos llenos de humor y ternura, con el aprendizaje de E.T. y su complicidad con Elliott, hasta llegar al tramo final, donde Spielberg demuestra de nuevo su absoluto control de las emociones y la tensión, llevándonos en volandas hasta un desenlace épico, lleno de belleza y sentimientos que a más de un espectador le habrá desatado las lágrimas.

En cuanto al reparto, destacar que el film reposa casi por entero en tres actores infantiles, lo que sin duda es también un gran mérito del director a la hora de dirigir a estos jóvenes. Henry Thomas nos emociona siempre desde una actuación sencilla, Robert MacNaughton es su hermano mayor y, aunque carece del encanto de los menores, su trabajo no tiene fallos; y Drew Barrymore, que contaba con siete años, es fascinante, plena de ternura e inocencia y unas tablas sorprendentes para su edad.

Pero el otro gran protagonista es el propio E.T., un muñeco feúcho pero que en seguida se hace entrañable y que, con los recursos de la época, logra emocionarnos y divertirnos a partes iguales desde una simplicidad casi total en cuanto a gestos y lenguaje en la que reside, precisamente, su eficacia a la hora de trasmitir sentimientos y emociones.

No podemos olvidar tampoco la maravillosa música de John Williams, que se ha convertido en un clásico y que acompaña algunas de las escenas más memorables del film de manera que no se entienden las unas sin la otra.

No me resisto a mencionar el homenaje que le rinde Spielberg a su admirado John Ford con la escena en que John Wayne besa apasionadamente a Maureen O'Hara en El hombre tranquilo (1952) y que recrea Elliott con su compañera de clase, una joven Erika Eleniak, famosa años después por su participación en la serie Los vigilantes de la playa

Con nueve nominaciones, la película ganó cuatro Oscars: mejor banda sonora original, mejor sonido, mejores efectos visuales y mejor edición de sonido. Curiosamente, el premio a la mejor película fue para Gandhi, de Richard Attenborough.

Mágica, tierna, divertida y entrañable, E.T. el extraterrestre sigue proporcionando una experiencia única. La película más personal del director es ya un clásico eterno.