El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 30 de enero de 2019

Brubaker



Dirección: Stuart Rosenberg.
Guión: W.D. Richter y Arthur A. Ross (Libro: Joe Hyams y Thomas O. Murton).
Música: Lalo Schifrin.
Fotografía: Bruno Nuytten.
Reparto: Robert Redford, Yaphet Kotto, Jane Alexander, Morgan Freeman, David Keith, Murray Hamilton, Wilford Brimley, John Glover, M. Emmet Walsh.

El nuevo alcaide de Wakefield, una prisión del sur de Estados Unidos, Henry Brubaker (Robert Redford), se hace pasar por un recluso más para conocer en persona el trato a los prisioneros, descubriendo una crueldad y arbitrariedad extremas que intentará erradicar.

Basada en la historia de Tom Murton, que en los años sesenta luchó por reformar el sistema penitenciario en Arkansas, destapando los abusos y asesinatos cometidos en la prisión estatal, Brubaker (1980) es un drama carcelario especialmente duro sobre las condiciones de los presos en Estados Unidos. Y ahí reside, sin duda, su principal punto de interés, pues no abundan las películas sobre el tema, y más sabiendo que parte de hechos reales. Sin embargo, en algunos aspectos me pareció una película fallida.

Lo crucial del film es la denuncia de la situación de los presos, mal alimentados, explotados como mano de obra gratuita y viviendo en condiciones insalubres y del todo precarias. Pero también la denuncia se extiende a los políticos locales que preferían mirar hacia otro lado perpetuando un estado de cosas del que también se aprovechaban. La prisión no solo era un centro infame, sino que albergaba negocios ilegales y hasta crímenes, ocultados miserablemente.

Lo más destacado, en este sentido, es el tono casi documental que le director otorga al relato, con la intención, sin duda, de conferirle al la película la mayor dosis de autenticidad. Y quizá por ello venga el principal defecto que le he encontrado a Brubaker: narrando como  hace situaciones extremas en la cárcel, el film carece de suficiente fuerza emotiva, quedando todo un tanto deslucido, sin tensión. Es como si el director no hubiera sido capaz de trasmitir con absoluta convicción los hechos narrados. Y eso que Stuart Rosenberg había dirigido la alabada La leyenda del indomable (1967), también un drama carcelario, en este caso interpretado por Paul Newman. Sin embargo, con Brubaker no logra el mismo nivel que entonces. Es más, vista ahora, La leyenda del indomable me parece un film mucho más actual, mientras que Brubaker creo que no ha envejecido tan bien.

Unido a ello, encuentro que el guión tiene algunos detalles poco convincentes. Por un lado, carece de la unidad narrativa deseada, quedando a veces algunas escenas algo inconexas, lo que sin duda no ayuda en absoluto a la tensión dramática. Por otro lado, algunos detalles resultan un tanto increíbles, como que el alcaide se haga pasar por un preso más o, ya en su cargo, se pasee o coma entre los delincuentes como si tal cosa. Visto ahora, peca, cuando menos, de cierta ingenuidad. Curiosamente, el guión recibió la única nominación a los Oscars de la película.

En cuanto al reparto, la estrella absoluta es Robert Redford, con un buen trabajo, sobrio y convincente. A su lado, secundarios como Yaphet Kotto, un actor que me parece muy válido, o un Morgan Freeman aún en un papel bastante secundario, con apenas unos pocos minutos.

Sin ser una gran película, especialmente por lo mal que ha envejecido, Brubaker tiene el mérito de afrontar temas que en su momento eran demasiado habituales, con cárceles que estaban muy lejos de ser el centro de rehabilitación deseable. Quede pues como un interesante film de denuncia, por encima de sus evidentes carencias.

domingo, 13 de enero de 2019

Lawless (Sin ley)



Dirección: John Hillcoat.
Guión: Nick Cave (Novela: Matt Bondurant).
Música: Warren Ellis.
Fotografía: Benoît Delhomme.
Reparto: Shia LaBeouf, Tom Hardy, Jason Clarke, Jessica Chastain, Guy Pearce, Mia Wasikowska, Gary Oldman, Noah Taylor, Dane DeHaan, Eric Mendenhall.

Cuando se promulga la Ley Seca en los Estados Unidos, los hermanos Bondurant, del condado de Franklin, en Virginia, harán negocio fabricando y vendiendo su propio alcohol. Sin embargo, la llegada de un nuevo fiscal corrupto les complicará la vida.

Basada en el libro de Matt Bondurant, que narra nada más y nada menos que la historia de su abuelo y los dos hermanos de este, Lawless (2012) no tuvo una muy buena acogida por parte de la crítica ni del público, algo que me parece un tanto injusto, pues no estamos ante una mala película ni mucho menos.

En esencia, Lawless es un western ambientado en el siglo XX. Y, como buen western, tenemos el enfrentamiento entre buenos y malos, con duelo de pistolas final incluido. Se cambian los caballos por el automóvil, pero la dinámica sigue las reglas clásicas del cine del oeste, lo que vuelve a refrendar la fuerza de aquella iconografía.

Quizá lo más endeble de la película sea que es un film centrado casi por entero en la acción, descuidando un poco el retrato de los personajes en general y dejando un tanto de lado el trasfondo social, económico y político de los años de la Ley Seca y la Depresión. Algunos personajes, como el caso del gánster Floyd Banner (Gary Oldman), se quedan demasiado imprecisos y su aportación a la historia es casi nula. De hecho, el guión parece algo impreciso, como si se intentara condensar la historia para no excederse demasiado en el metraje, dejando algunos cabos sueltos o situaciones que no dan de sí todo lo que hubiera sido deseable.

Dicho lo cual, Lawless me parece un film notable en muchos otros aspectos, empezando por un reparto sobresaliente encabezado por Shia LaBeouf, cuyo personaje es el hilo conductor del relato, el hermano menor del clan, que intenta superar un carácter menos valiente y decidido que el de sus hermanos. Tom Hardy está perfecto también encarnando a Forrest, el líder de la familia, un hombre fuerte, temido, indestructible. En el lado femenino, dos actrices con mucho talento también: Jessica Chastain y Mia Wasikowska. Y el veterano Guy Pearce es el villano terrible, un papel en el que se mueve como pez en el agua.

Si el reparto brilla por sí solo, también es de reseñar la excelente ambientación, con un realismo más que notable, apoyado en una fotografía perfecta que refleja con igual precisión la belleza de los paisajes como la miseria y la suciedad de algunos ambientes. Quizá el tema del vestuario llame algo más la atención, puede que de modo acertado, pero un tanto llamativo, en especial con el personaje interpretado por Guy Pearce, demasiado remarcado para mi gusto.

Otro elemento destacable es la banda sonora, perfectamente elegida, y en especial la canción White Light/White Heat de The Velvet Underground, que aporta una nota sombría y trágica que va acompañando de manera muy interesante el devenir de los acontecimientos.

Y en cuanto al argumento, Lawless  es un film muy interesante, con un argumento lleno de fuerza, de tensión y mucha violencia, pero no gratuita, sino perfectamente incrustada en el relato. Hillcoat cuenta la historia con soltura y cierta elegancia, con algunos momentos realmente muy buenos y logrando algunas escenas de una fuerza visual indudable. Pero también es verdad que en algunas situaciones el director podría haber jugado mejor sus cartas, creando más tensión en lugar de decantarse por la sorpresa y profundizando algo más en algunos momentos y personajes.

Sin embargo, a pesar de sus pequeños defectos, Lawless me parece una buena película, con un apartado técnico muy cuidado y una historia que, con sus lagunas, nos mantiene pegados a la pantalla.

miércoles, 9 de enero de 2019

El planeta de los simios



Dirección: Franklin J. Schaffner.
Guión: Michael Wilson y Rod Serling (Novela: Pierre Boulle).
Música: Jerry Goldsmith.
Fotografía: Leon Shamroy.
Reparto: Charlton Heston, Kim Hunter, Roddy McDowall, Maurice Evans, James Whitmore, James Daly, Linda Hamilton.

George Taylor (Charlton Heston) es el comandante de una nave espacial enviada desde la tierra a los confines de la galaxia. Cuando la nave aterriza accidentalmente, los tres supervivientes descubren que han llegado a un planeta dominado por los simios y donde los humanos son animales primitivos.

Quizá el principal mérito de El planeta de los simios (1968), junto a 2001: Una odisea del espacio (Stanley Kubrick), curiosamente también del mismo año, fue otorgar por fin cierta categoría a las películas de ciencia-ficción, que hasta entonces eran productos de serie B y no se tomaban realmente en serio. La presencia de una figura como Charlton Heston, impulsor del proyecto, y el gran éxito de taquilla logró que los estudios vieran, a partir de ese momento, el género con otros ojos.

La película es una adaptación libre de la novela de Pierre Boulle, donde se simplifica bastante la trama con el fin de abaratar costes. Incluso se cambia el planeta dónde transcurre la acción y se añade el célebre final que ha quedado como un ícono en la historia del cine.

Vista hoy en día, es evidente que la película acusa el paso del tiempo y delata también la modestia con que fue concebida, con una economía de medios evidente, salvo en la caracterización de los simios que, a pesar de los avances de hoy en día, me sigue pareciendo todo un acierto y no ha perdido credibilidad alguna.

El argumento de El planeta de los simios viene a incidir en los temas fetiche de la ciencia-ficción, como son la lucha entre la ciencia y la religión, los peligros de una guerra mundial, el destino de la humanidad... Lo más curioso sin duda es ver a los simios en lo alto de la pirámide evolutiva y a los humanos convertidos en animales, lo que invita a una reflexión sobre el trato que los seres humanos estamos dando a los animales, al vernos nosotros en su pellejo. Y, a pesar de que es inevitable que nos pongamos de parte de Taylor, también es cierto que, bien mirada, la sociedad de los simios parece más respetuosa y civilizada que la de los hombres. Eso sí, tampoco los simios pueden evitar caer en fundamentalismos religiosos que entorpecen el avance de la ciencia, con zonas del planeta prohibidas, tabúes y censuras que nos recuerdan nuestra Edad Media y su oscurantismo e incluso a países actuales donde en algunos sectores aún se cuestionan las teorías de la evolución. Sin embargo, en el caso de los simios, al menos por parte del doctor Zaius (Maurice Evans), la causa de esos recelos es proteger el futuro de los simios.

En cuanto al reparto, destacar la actuación de Charlton Heston, a menudo un actor un tanto rígido pero que, en esta ocasión, realiza un trabajo muy convincente. Y, claro está, destacar la sobresaliente caracterización de los actores que encarnaban a los simios, como Kim Hunter, Roddy McDowall, Maurice Evans o James Whitmore, todos ellos con un trabajo impecable.

La banda sonora corre a cargo de Jerry Goldsmith y, a pesar de no gustarme demasiado, tuvo el mérito de resultar del todo novedosa, recurriendo a instrumentos de lo más curiosos, como cacerolas, y que mereció ser nominada al Oscar.

En cuanto al trabajo de Franklin J. Schaffner en la dirección, hay que hablar de luces y sombras. Por una parte, y a pesar de lo limitado del presupuesto, son un acierto las localizaciones que le dan un entorno de lo más apropiado al film. Además, sabe desarrollar con habilidad el suspense a lo largo de toda la película, con el broche de oro final. Quizá donde menos me convence es en el estilo tan original que intenta aportar, con movimientos bruscos de la cámara o encuadres forzados, un poco en la línea de la moda de los años sesenta y que, personalmente, me parece que no han envejecido demasiado bien.

Sin embargo, a pesar de la limitaciones o defectos que podamos observar en la película en la actualidad, me sigue pareciendo un film muy interesante, crítica sin paliativos a la ambición y estupidez humanas y con muchos temas que invitan a la reflexión. Todo un hito en la historia del género que, cómo no, ha dado lugar a secuelas, precuelas y series que siguen intentando seguir la estela del original.

martes, 8 de enero de 2019

Lío en Broadway



Dirección: Peter Bogdanovich.
Guión: Peter Bogdanovich y Louise Stratten.
Música: Ed Shearmur.
Fotografía: Yaron Orbach.
Reparto: Owen Wilson, Imogen Poots, Jennifer Aniston, Kathryn Hahn, Rhys Ifans, Will Forte, George Morfogen, Debi Mazar, Jake Hoffman, Joanna Lumley, Illeana Douglas, Austin Pendleton, Cybill Shepherd, Tatum O'Neal, Quentin Tarantino.

Arnold Albertson (Owen Wilson) es un director de teatro felizmente casado pero que tiene una debilidad: le gusta acostarse con prostitutas a las que después les regala una generosa cantidad de dinero para que cambien de vida. Y esto es lo que hace con Izzy (Imogen Poots), que desea ser actriz.

Después un prolongado paréntesis, Peter Bogdanovich regresaba a la dirección con esta disparatada comedia que recuerda un poco a las screwball clásicas e incluso al estilo de Woody Allen, con los diálogos chispeantes, la actriz que cuenta su vida como hilo narrativo, Broadway como escenario o las alusiones a la magia, los psicoanálisis y los judíos.

Pero si todo ello ya delata al director, las referencias al cine clásico no se limitan a eso, sino que incluyen también alusiones constantes a Audrey Hepburn y su célebre Desayuno con diamantes (Blake Edwards, 1961) y frases como la de las ardillas y las nueces, que se refiere a la película El pecado de Cluny Brown (1946) del maestro de la comedia Ernst Lubitsch. Tenemos por lo tanto un film de un cinéfilo donde, como guinda, hace una breve aparición nada menos que Quentin Tarantino.

Centrándonos ya en Lío en Broadway (2014), la historia gira en torno a Arnold y su debilidad por las prostitutas y cómo, de repente, todo empieza a complicarse en el momento de poner en pie una nueva obra teatral que se estrenará en Broadway donde, no solo se reencuentra con Izzy, que gracias a él, que la ayudó a seguir su sueño de ser actriz, que se presenta como postulante a un papel el la pieza, sino que el destino hace que se vaya encontrando a otras antiguas mujeres de compañía que acabarán por descubrirle a su esposa (Kathryn Hahn) sus aventuras.

Pero el guión da para mucho más, pues la historia es un interminable enredo donde se cruzan más clientes de Izzy, una psicoanalista eternamente malhumorada, un detective privado, un actor entrometido, un ingenuo dramaturgo.... todos relacionados entre sí por una acumulación de casualidades, escarceos amorosos, mentiras... En definitiva, una pequeña locura muy divertida y, sobre todo, sorprendente.

Y Peter Bogdanovich se maneja con mucha soltura en medio de este ordenado caos. Sabe mantener la tensión, utiliza con acierto los diálogos y las situaciones de enredo, con gente que se oculta en los baños, citas paralelas, los ensayos de la obra, que curiosamente es un reflejo de la realidad... Y lejos de caer en banalidades o chistes fáciles, sabe construir una historia un tanto absurda que, sin embargo, funciona muy correctamente. No es que vayamos a partirnos de risa, no se trata de una comedia de humor desatado, sino más bien una historia llena de detalles, réplicas inteligentes, personajes curiosos y todo ello bajo una dirección hábil y elegante.

Es cierto que los personajes no están, al menos en general, del todo perfectamente definidos. Es quizá la mayor pega que se le puede poner a la película, pues incluso algunos parecen demasiado estereotipados, a veces rozando lo ridículo (como el juez Pendergast, interpretado por Austin Pendleton), si bien podemos perdonarlo en base al carácter de la película, que no busca ser un minucioso retrato social o humano, sino un mero y despreocupado entretenimiento.

El reparto es otro gran acierto, con Owen Wilson, Kathryn Hahn, Jennifer Aniston y el resto poniendo lo mejor de su talento al servicio de unos personajes histriónicos y enfermizos, pero sobre todo me quedo con Imogen Poots, una actriz que le da una gracia, una vitalidad y una fuerza a su personaje que hace que resulte un placer verla en cada una de sus apariciones en la pantalla.

Valió la pena esperar esos trece años para reencontrarnos con Peter Bogdanovich, el resultado justifica la espera.

Trece días



Dirección: Roger Donaldson.
Guión: David Self.
Música: Trevor Jones.
Fotografía: Andrzej Bartkowiak.
Reparto: Kevin Costner, Bruce Greenwood, Steven Culp, Dylan Baker, Michael Fairman, Henry Strozier, Stephanie Romanov, Kevin Conway, Shawn Driscoll.

En octubre de 1962, unas fotos tomadas por aviones militares estadounidenses revelan que los soviéticos están instalando misiles de largo alcance en Cuba. Será el detonante de una grave crisis en la que el mundo estará al borde de una Tercera Guerra Mundial.

Hoy en día el tema de la Guerra Fría les sonará a mucha gente como algo extraño, pero hubo una época en que la tensión entre los Estados Unidos y la antigua URSS era el pan de cada día, embarcadas ambas potencias en una lucha por la supremacía mundial. Y Trece días (2000) nos cuenta el episodio quizá más dramático y peligroso de esa guerra entre bastidores de esos países, cuando la URSS decidió instalar misiles en Cuba, en una evidente provocación a los Estados Unidos.

El tema es un tanto áspero, quizá no muy atractivo en unos años donde predomina el cine espectáculo y donde los films políticos y sin mucha acción no parecen ser un buen reclamo taquillero. Y, de hecho, el film no fue precisamente un éxito de público. Sin embargo, Roger Donaldson consigue construir un relato muy interesante, a pesar del contenido y de la larga duración de la película, con más de dos horas largas de metraje.

Donaldson demuestra su habilidad como narrador, manteniendo siempre cierta tensión dramática en un film que se basa por entero en diálogos políticos. Tras un comienzo tibio, el director sabe ir aumentando la tensión paulatinamente y, cuando parece que todo se encauza, el guión le da una vuelta de tuerca más al conflicto, con lo que entramos en una dinámica, en el último tramo de la película, en el que no tenemos un respiro. A su vez, tiene el buen tacto de mantener un tono bastante serio y solamente se permite un par de momentos más sensibles, orientados al lado humano del protagonista, Kenneth O'Donnell (Kevin Costner), secretario personal del presidente John F. Kennedy (Bruce Greenwood), pero manteniéndose siempre dentro de unos límites muy convenientes, pues no se trata de un drama personal, sino político, y como tal se trata el argumento, que pretende ser un reflejo bastante fiel de lo realmente sucedido en la Casa Blanca en aquellos interminables días.

Se trata pues de un thriller político que, contra todo pronóstico, resulta un relato apasionante, ágil y tenso, muy bien explicado, donde se observan las tensiones y las artimañas de los defensores de la línea más dura, apoyando una intervención militar inmediata, y la búsqueda por parte del presidente, su hermano Robert y el secretario O'Donnell de una salida diplomática que evitara una guerra nuclear. Aunque no vemos el punto de vista soviético directamente, sí que el guión nos da pistas de que Nikita Kruschev, que no aparece en la película, se vio sometido a las mismas tensiones.

Como conclusión, Trece días insiste en que solamente por la buena voluntad de aquellos políticos se pudo evitar una guerra que parecía inminente. Está claro que esta es la versión de la película y que probablemente nunca se llegará a saber realmente lo que sucedió. Pero es que no se trata de un documental, sino de un film y, dentro de las dudas que podamos tener sobre esta versión de lo sucedido, hemos de reconocer el acierto dramático de lo que cuenta y cómo lo cuenta.

En cuanto al reparto, la verdad es que se nota un gran esfuerzo en lograr el mayor parecido posible de los actores con los personajes históricos que encarnan, lo que es muy notable en el caso de Robert Kennedy, interpretado por Steven Culp, y su hermano John; no solo en el aspecto físico, sino también en los gestos. Costner, sin ser un actor fascinante, sí que tiene una notable interpretación, creíble y muy natural.

En contra de mi primera impresión, he de reconocer que Trece días me resultó un film muy entretenido y apasionante pues, independientemente de las licencias que pueda tener el guión, relata unos hechos de una importancia capital, donde el mundo estuvo al borde de una guerra devastadora, algo que el director logra trasmitir con rigor y eficacia.

sábado, 5 de enero de 2019

Los tres mosqueteros



Dirección: Stephen Herek.
Guión: David Loughery (Novela: Alejandro Dumas).
Música: Michael Kamen.
Fotografía: Dean Semier.
Reparto: Charlie Sheen, Kiefer Sutherland, Chris O'Donnell, Oliver Platt, Rebecca de Mornay, Tim Curry, Julie Delpy, Gabrielle Anwar, Michael Wincott, Paul McGann, Hugh O'Connor.

El joven D'Artagnan (Chris O'Donnell) viaja a París con el fin de convertirse en un mosquetero del rey, como lo fuera su padre. Pero al llegar descubre que los mosqueteros han sido disueltos por orden del Cardenal Richelieu (Tim Curry).

Nueva adaptación de la célebre novela de aventuras de Alejandro Dumas, en esta ocasión producida por Disney, lo que ya nos puede dar una pista de por dónde van los tiros.

La principal novedad de Los tres mosqueros (1993) que nos ocupa es que el guión adapta el original de un modo bastante libre, modificando sustancialmente los acontecimientos de la novela, lo que se traduce en una simplificación radical de la trama, la eliminación de algunos personajes e importantes cambios en el argumento. El resultado es una historia muy esquemática donde la trama queda reducida a lo más elemental, llegando a resultar incluso un tanto forzada y hasta incongruente, en beneficio de la acción pura y dura que es, sin duda, lo más característico de la película. Y si hablamos del final, nos encontramos con un desenlace rocambolesco y que bordea el ridículo sin rubor, con situaciones tan absurdas que solo se justifican suponiendo que están pensadas para un público infantil.

El problema de tal simpleza es que la acción, desprovista de una base creíble que le dé entidad y justificación, se queda en un mero espectáculo visual. Además, se busca principalmente lo espectacular, con lo que las persecuciones y las peleas tienen más de circenses que de verosímiles. Un espectáculo muy en la linea Disney, pero que particularmente me pareció exagerado y muy poco creíble.

Por otra parte, como consecuencia de esta orientación tan marcada por el espectáculo, la película pierde fuerza dramática, en parte por la simplificación del argumento y en parte por el tono de comedia que se le da en líneas generales al desarrollo. Con todo ello nos queda un film sin sustancia, sin ningún dramatismo, además de resultar demasiado previsible, donde los amoríos quedan reducidos a la nada, los personajes son de un esquematismo radical y al final, lo que en su origen era una densa historia de política, espionaje, amor y lealtad, se convierte en algo más bien vacío, convencional y rutinario.

Stephen Herek tiene el acierto de construir un film ágil, lleno de ritmo, siempre al servicio de un pasatiempo para un público poco exigente. Filma con buen gusto las escenas de acción y hay que reconocer que las peleas y las persecuciones están bien orquestadas, aunque tampoco aporta nada que no se haya visto antes o después. Es, simplemente, un trabajo correcto.

Donde se nota un esfuerzo especial es en el apartado visual, con una elegante puesta en escena, ambientación cuidada, gusto por el detalle (las espadas, por ejemplo) y un colorido brillante.

Otro aspecto que merece cierta consideración es el reparto, con nombres como Charlie Sheen o Kiefer Sutherland, pero cuya aportación se queda algo desdibujada por culpa precisamente de la excesiva simplicidad con que están presentados sus personajes. Por otra parte, Chris O'Donnell es un D'Artagnan de aspecto agradable, pero falto de carisma y de talento interpretativo. De hecho, fue nominado a los premios Razzie como peor actor secundario.

Los tres mosqueteros es, en definitiva, un penoso intento de aportar originalidad a un relato de por sí maravilloso, que en manos de David Loughery y de Disney queda convertido en algo sin entidad. A veces, no es bueno intentar ser novedoso, al menos cuando la obra original tiene tanto nivel y cuando el resultado no solo no la respeta en lo más elemental, sino que la convierte en una fea caricatura sin nervio.

Lo mejor es olvidarse de esta adaptación, que parece buscar solo la recompensa de la taquilla.