El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 27 de diciembre de 2020

Sopa de ganso


 

Dirección: Leo McCarey.

Guión: Bert Kalmar y Harry Ruby.

Música: Arthur Johnston.

Fotografía: Henry Sharp (B&W).

Reparto: Groucho Marx, Harpo Marx, Chico Marx, Zeppo Marx, Margaret Dumont, Raquel Torres, Louis Calhern, Edmund Breese, Leonid Kinski, Charles B. Middleton, Edgar Kennedy.

Cuando la República de Libertonia pide dinero a la rica viuda Gloria Teasdale (Margaret Dumont), ella pone como condición que nombren presidente a Rufus T. Firefly (Groucho). Mientras tanto, el embajador Trentino (Louis Calhern), de la vecina Sylvania, conspira contra Libertonia.

Sopa de ganso (1933) cierra la etapa de los Marx en la Paramount donde, por cierto, todas sus películas tienen a algún animal en el título en inglés, y lo hace por todo lo alto, pues está considerada hoy en día como una de sus obras maestras, junto a Una noche en la ópera (1935).

Con un esquema argumental sencillo, los Marx dan rienda suelta a toda su imaginación desbordante a la hora de inventarse situaciones y diálogos hilarantes. El blanco de sus dardos es, esta vez, la política, la guerra y, en general, cualquier cosa que se les ponga por delante. No hay aspecto de la vida que no se tomen a broma o que no exploren en su vertiente más surrealista.

Por ejemplo, una de las primeras medidas de Firefly como presidente será poner en vigor una serie de prohibiciones, cada cuál más estúpida, en el país de la libertad. ¿Les suena a algo conocido?

Sopa de ganso tiene la genialidad de reunir algunos de los momentos más memorables de los hermanos Marx de toda su carrera, lo que es mucho decir, con un ritmo trepidante que no da tregua en ningún momento. 

Groucho nos regala algunas de sus sentencias más célebres mientras intenta seducir a la viuda y millonaria señora Teasdale ("¿Quiere casarse conmigo?, ¿le dejó mucho dinero? Conteste a la segunda pregunta") o se mofa sin escrúpulos del malvado Trentino, que termina casi por darnos pena. Mientras Harpo y Chico llevan sus locuras a un terreno más físico y esta vez nos libran de tener que escuchar sus tradicionales números con el arpa y el piano, lo que personalmente agradezco. Las escenas en vuelven loco al vendedor de limonada son épicas, con el colofón de Harpo metido en su bañera.

Pero para mí la secuencia del espejo entre Harpo, Groucho y Chico se lleva la palma, es sencillamente una obra maestra en sí misma.

Hay un par de números musicales, es cierto, pero realmente divertidos y que encajan correctamente en el ritmo alocado del film, que va subiendo de intensidad hasta la alocada secuencia de la guerra, absurda, irreverente y genial.

Sin duda, estamos ante una de las cumbres de los hermanos Marx y, por extensión, en una de las mejores comedias locas de la historia. Imprescindible.

"-Si los encuentran están perdidos. 

 -¿Cómo vamos a estar perdidos si nos encuentran?"

sábado, 26 de diciembre de 2020

Plumas de caballo



Dirección: Norman Z. McLeod.

Guión: Bert Kalmar, S. J. Perelman, Harry Ruby y Will B. Johnstone. 

Música: Bert Kalmar y Harry Ruby.

Fotografía: Ray June (B&W).

Reparto: Groucho Marx, Harpo Marx, Chico Marx, Zeppo Marx, Thelma Todd, David Landau.

El profesor Quincy Adams Wagstaff (Groucho Marx) acaba de tomar las riendas de la universidad Huxley, donde estudia su hijo (Zeppo Marx), que le insiste en que se debe apoyar al equipo de rugby para que por fin sea un equipo ganador.

Los hermanos Marx eran cómicos de vodevil, curtidos desde su infancia en un mundo de un humor alocado, directo, estrafalario. Su salto al cine, debido a su gran popularidad en el teatro, no supuso ningún cambio en su estilo: siguió siendo el mismo, con argumentos absurdos que, en realidad, eran solamente la excusa para llenar la pantalla de sus gags inconfundibles, sus peleas y sus chistes disparatados. 

Plumas de caballo (1932) es su cuarta película con la Paramount, estudios con los que llegaron a Hollywood y que es la etapa considerada como la más auténtica del grupo, pues desarrollaron su creatividad sin ningún tipo de ataduras a las normas de los largometrajes al uso, algo que queda bien patente en este título, donde el argumento es del todo superficial y ni se intenta justificar en ningún momento; por ejemplo ¿a qué majadero se le pudo ocurrir la idea de nombrar rector de la universidad a un tipo como Wagstaff? No hay respuesta, ni importa nada. De hecho, el argumento en realidad presenta demasiadas incongruencias como para no tener que tomarlo en serio en ningún momento.

Todo gira en la búsqueda de dos buenos jugadores para el equipo de la universidad y los intentos de un mafioso de robar las tácticas de juego a Wagstaff, utilizando para ello las artimañas de Connie (Thelma Todd), una hermosa mujer que traerá de cabeza con sus encantos a Wagstaff, a su hijo y a Baravelli (Chico) y Pinky (Harpo), contratados equivocadamente como jugadores estrella de rugby por el alocado rector.

Con este esquema básico, el film se limita a presentar los diferentes sketches de los Marx, donde no faltan juegos de palabras, diálogos absurdos, peleas y gags visuales. Memorable la fuga de Baravelli y Pinky serrando el suelo de la habitación donde los han encerrado o el paseo en barca de Wagstaff y Connie.   

Y en este sentido tenemos la misma esencia de todas sus películas: no cambia Groucho, con sus chistes irreverentes y descarados; ni Harpo y sus locuras, siempre comiendo de todo y sacando cualquier cosa de su vestimenta o su maleta; ni Chico, el vividor, el pícaro. Nunca variaron su fórmula, no les hacía falta. Podían refinar los argumentos, pero la locura, el caos, la reducción de todo al absurdo, el no dejar títere con cabeza siempre fueron fieles a su cita. Y los números musicales, con Chico y su piano y Harpo con el arpa, creo que prescindibles. Pero además tenemos aquí el número cantado y bailado por Groucho bajo los acordes de "I'm against it", número musical que sí que resulta delicioso y que resume la filosofía de Groucho: sea lo sea, me opongo.

En Plumas de caballo aparece Zeppo, que adopta un personaje serio, sin desarrollar la vena cómica de sus otros hermanos. Tras seis películas, dejaría el cine.

Plumas de caballo no figura a la altura de las grandes obras maestras de los Marx, pero contiene suficientes alicientes para que no permitamos que se quede en el olvido. Personalmente, cualquier película de estos cómicos me proporciona una dosis extra de alegría y me hace ver la vida y el mundo desde un prisma diferente. Ojalá siempre se pudiera tomar todo tan alegremente.

viernes, 25 de diciembre de 2020

Las vacaciones del señor Hulot

 



Dirección: Jacques Tati.

Guión: Jacques Tati y Henri Marquet.

Música: Alain Romans.

Fotografía: Jacques Mercanton y Jean Mousselle.

Reparto: Jacques Tati, Nathalie Pascaud, Michéle Rolla, Valentine Camax, Louis Perrault, André Dubois.

Llega la época de las vacaciones de verano y todo el mundo parte hacia la costa. El señor Hulot viaja en su viejo coche en busca también de la playa.

Las vacaciones del señor Hulot (1953) es el segundo largometraje que dirige Jacques Tati y se ha convertido en un clásico del cine francés y uno de los mejores exponentes del peculiar estilo de este cómico.

Con una innegable vinculación con el cine cómico de la época muda, Tati se muestra como el heredero natural de artistas como Buster Keaton o Charlie Chaplin, lo cuál nos demuestra su originalidad, pues estamos en 1953 y su trabajo aparece como una total anomalía cronológica.

La comicidad de Las vacaciones del señor Hulot es totalmente visual; de hecho, los pocos diálogos presentes son del todo intrascendentes, cuando no deliberadamente incomprensibles, dejando claro que se hubiera podido prescindir directamente de ellos sin ningún problema.

Tati basa su humor en tomar situaciones normales y transformarlas debido al azar o a la propia torpeza del personaje, el señor Hulot (Jacques Tati), un tipo extremadamente amable, muy servicial y educado, pero cuya descoordinación y despistes hacen que provoque el caos por donde quiera que pasa.

Como es de esperar, no todos los gags están igual de conseguidos, pero se aprecia una puesta en escena sumamente cuidada y un gran esmero en la búsqueda de situaciones cómicas. Es de esas películas en las que no deberíamos despistarnos ni un segundo, pues en cada escena, en cada plano, está sucediendo algo.

Hay momentos memorables, llenos de ingenio, siempre desde la simplicidad, sin forzar ninguna situación en exceso. El comienzo, con los pasajeros lleno de un andén a otro por culpa de las indicaciones confusas emitidas por los altavoces es ya toda una declaración de intenciones.

También hay lugar para un tímido romance de Hulot con una bella veraneante (Nathalie Pascaud), pero no deja de ser un episodio menor; lo que más parece interesarle a Tati es analizar el comportamiento de la gente normal en sus vacaciones y en este análisis no está ausente la crítica: desde el hombre de negocios que no puede dejar de lado su trabajo, que lo persigue hasta la misma playa; hasta el matrimonio mayor que caminan separados por un par de metros y no tienen nada que decirse. También está el militar retirado, añorando sus días de gloria y otros veraneantes que, en realidad, parecen comportarse como en cualquier otro día del año. La crítica, eso sí, es amable, pero incisiva en las debilidades y banalidades de la condición humana. Por mucho que viajemos, que cambiemos de ambiente, nunca podremos dejar de ser lo que somos.

Las vacaciones del señor Hulot es un film intemporal, como el buen humor, cuidado, inteligente, sencillo y hasta casi entrañable.

domingo, 20 de diciembre de 2020

Hombres intrépidos

 



Dirección: John Ford.

Guión: Dudley Nichols (Obra: Eugene O'Neill).

Música: Richard Hageman.

Fotografía: Gregg Toland (B&W).

Reparto: John Wayne, Thomas Mitchell, Ian Hunter, Ward Bond, Barry Fitzgerald, Wilfrid Lawson, Mildred Natwick, John Qualen, Arthur Shields.

Durante la Segunda Guerra Mundial, el carguero SS Glencairn deberá transportar explosivos desde Estados Unidos a Inglaterra intentando evitar a los submarinos y aviones alemanes.

Dudley Nichols adapta cuatro relatos breves de Eugene O'Neill en un guión en el que se traslada la acción a la Segunda Guerra Mundial, que estaba teniendo lugar en el momento de la filmación. Como curiosidad, Hombres intrépidos (1940) se aparta de la tendencia general de los films bélicos rodados en esos años, cuya línea principal era la de apoyar el esfuerzo de guerra con historias que ensalzaban el patriotismo y la defensa de los valores democráticos frente al totalitarismo nazi. Pero Ford abandona esta orientación y su relato, aunque con el trasfondo de la guerra siempre presente y condicionando los acontecimientos, se centra más en la vida de los marineros del mercante; gente del último escalafón social que realizan su trabajo a la fuerza, añorando la tierra firme. Pero, como si un destino implacable los acechara, vuelven siempre a enrolarse en el barco una vez que han dilapidado su dinero en bebidas y mujeres.

El tono de Hombres intrépidos es sombrío desde el mismo comienzo, con la secuencia en que, sin palabras, vemos en los rostros de los marineros sus esperanzas rotas, sus sueños de felicidad incumplidos, su destino inevitable que los retiene en su rutina sin futuro. Y Ford vuelve a brillar en esta compleja tarea de mostrar el alma humana con los elementos que tiene a su alcance. Pocos directores han sido capaces de ahondar en el alma humana o de crear poesía en imágenes como John Ford. Quizá ninguno como él.

Hombres intrépidos incide de nuevo en una serie de valores que para Ford eran como su biblia personal y que vemos en todas sus películas, sean westerns, dramas o comedias. Son la camaradería, el valor, el amor a las raíces, especialmente a una idealizada Irlanda, tierra de los antepasados, la lealtad o la familia. Pero estos valores se verán puestos a prueba por culpa de la guerra, levantando sospechas, infundadas, sobre el patriotismo de uno de los compañeros. Y ello nos brinda la secuencia más emotiva de la película, cuando Driscoll (Thomas Mitchell) lee las cartas de Smitty (Ian Hunter) creyendo que son las pruebas de su espionaje. Con el uso de primeros planos de los rostros de los marineros, Ford logra crear un momento de una intensidad y emotividad sublimes. 

No quiero olvidarme de destacar la impresionante fotografía de Gregg Toland, en blanco y negro, sin duda incluida por el expresionismo alemán y que aporta un dramatismo único a la historia. Toland pasaría a la historia del cine al año siguiente al ser el responsable de la fotografía de Ciudadano Kane (Orson Welles).

También habría que destacar las secuencias de la tormenta en las que Ford, con los medios de la época, logra una efectividad y un dramatismo magníficos.

Sin embargo, y a pesar de sus innegables aciertos,  encuentro que Hombres intrépidos está un peldaño por debajo de otras películas del director. Quizá se deba a que en algunos momentos falta un hilo conductor, una situación que cree la emoción y la tensión necesarias; hay momentos muy logrados, pero que surgen de repente, sin que hayamos podido anticiparlos convenientemente. Tal vez sea por tratarse de cuatro relatos independientes unidos en un solo argumento, pero se echa de menos cierta unidad de acción, algo que sí está presente en el episodio de los muelles de Londres, donde el peligro que acecha a Olsen (John Wayne) le da una intensidad a este episodio que nos permite vivirlo mucho más involucrados. 

Pero estamos hablando de John Ford. Y que un film de este director no llegue a la categoría de obra maestra no quiere decir que estemos ante un film menor. 

lunes, 7 de diciembre de 2020

Passengers

 



Dirección: Morten Tyldum.

Guión: Jon Spaihts.

Música: Thomas Newman.

Fotografía: Rodrigo Prieto.

Reparto: Chris Pratt, Jennifer Lawrence, Michael Sheen, Laurence Fishburne, Andy Garcia.

La nave Ávalon viaja desde la Tierra a Homestead II, una colonia a 120 años de distancia, con 5.000 pasajeros en estado de hibernación. Tras recibir el impacto de un asteroide, la computadora despierta por accidente a Jim Preston (Chris Pratt) noventa años antes de tiempo.

Las películas románticas siguen un desarrollo típico, establecido desde los comienzos del cine: encuentro-conflicto-resolución. Pocas variantes han tenido lugar con el paso del tiempo y es que, si una fórmula funciona, mejor no tocarla. En Passengers (2016) tenemos en esencia este mismo esquema. Lo que cambia es el envoltorio: de lo más original y futurista. 

Se nota que Passengers es un film ambicioso. Las cifras hablan de más de cien millones de dólares de presupuesto y eso se nota en cada escena, en la nave, en las imágenes del espacio. Cuando uno creía que ya nada podría sorprenderle en cuanto a efectos especiales se refiere, en este film me visto sorprendido por imágenes espectaculares de una belleza perfecta. Nunca he sido de los que valoran el envoltorio por encima del contenido, pero hay que reconocer que Passengers nos ofrece un espectáculo visual maravilloso que casi justifica por él solo el visionado del film.

Sin ese envoltorio, hemos de reconocer que el argumento no es demasiado novedoso: una curiosa y un tanto atípica historia de amor que en lo fundamental no aporta ninguna sorpresa. Quizá habría que pararse en el comienzo, en la decisión de Jim de despertar a Aurora (Jennifer Lawrence), decisión del todo cuestionable y que sirve, claro está, para desencadenar el conflicto en la historia de amor de ambos. Moral y éticamente, el comportamiento de Jim es imperdonable: se ha tomado la libertad de influir irreversiblemente en la vida de alguien sin su consentimiento; es más, sabiendo que no debería hacerlo. Más tarde, el oficial de cubierta Gus Mancuso (Laurence Fishburne) dará una explicación razonable al comportamiento de Jim que iniciará la esperada e inevitable reconciliación.

Para añadir algo de emoción a la historia, el argumento complica las cosas con un fallo crítico de la nave que amenaza con matar a todos los ocupantes. Sin embargo, y a pesar de que ello otorga unos buenos momentos de espectáculo puro y duro muy bien orquestado, la emoción no llega nunca al máximo nivel porque en este tipo de historias no suele haber lugar para las sorpresas, y menos si son demasiado fuertes. Quiero decir que, a pesar de los intentos del guión por ponernos al borde del abismo en varios momentos, recurriendo a las típicas trampas que ya no sorprenden a nadie, somos conscientes del final feliz de la historia. Es quizá por aquí por donde se le podría criticar con más razón al argumento, pues toda la espectacularidad visual se apaga a la hora de analizar el relato, que es incapaz de ofrecernos la más mínima dosis de originalidad.

Lo que sí funciona bastante bien es la química entre Chris Pratt y Jennifer Lawrence, lo cuál es del todo imprescindible para que la película nos enganche, pues en ellos dos recae todo el peso de Passengers.  Ambos actores realizan una labor impecable, lo que no extraña en absoluto en el caso de Jennifer Lawrence, pues no es solo una mujer muy hermosa, sino que posee talento a raudales. Pero me gustaría llamar la atención sobre el personaje de Michael Sheen: el robot Arthur que, siendo del todo secundario en el argumento, tiene algunos momentos muy interesantes, siendo además un personaje muy logrado, tal vez por no tratarse de un robot super inteligente, sino mucho más acorde con lo que podríamos esperarnos realmente.

Así pues, Passengers no deja de ser una sencilla y algo atípica historia de amor que no dejará huella por su originalidad, pero que luce un envoltorio espectacular que puede hacernos pasar unos momentos bastante sorprendentes.

1989: A Spy Story

 



Dirección: Sven Bohse.

Guión: Michael Dreher y Silke Steiner.

Música: Fabian Römer.

Fotografía: Michael Schreitel.

Reparto: Petra Schmidt-Schaller, Ulrich Thomsen, Harald Schrott, Artjom Gilz, Carsten Hayes, Alexander Beyer, Nina Rausch, Mike Davies.

Saskia Starke (Petra Schmidt-Schaller) es una agente de la Alemania del Este infiltrada desde hace muchos años en la República Federal de Alemania trabajando para la CIA en la embajada norteamericana de Berlín. Cuando empiezan a corres rumores de que hay un topo en la embajada, Saskia verá peligrar su situación.

1989: A Spy Story (2019) es un film, rodado para la televisión, de nacionalidad alemana, lo cual ya nos sirve de pista para saber que el estilo de este film de espionaje va a ser muy diferente a lo que hubiera sido de haberse rodado en Hollywood.

El argumento de 1989: A Spy Story se centra más en el personaje de Saskia y su difícil equilibrio emocional entre su condición de espía y su tapadera familiar. La trama de espionaje quedará relegada a un segundo plano, lo cuál me parece que le otorga a la película un enfoque muy interesante y que raras veces es el eje en este tipo de historias.

El sacrificio de Saskia para cumplir su deber es absoluto, desde su temprana preparación hasta tener que aceptar una vida completamente planificada por el servicio secreto de la República Democrática Alemana y donde hasta su propio padre es capaz de renunciar a conocer a sus nietos para garantizar el éxito de Saskia. Comprendemos así el absurdo fanatismo ideológico que sostiene una vida de engaños a todos los niveles y donde la persona pierde completamente la libertad en defensa de un "bien" superior.

La visión de la vida cotidiana de Saskia, a pesar de su entrega total a su labor de espionaje, no deja de ser bastante desoladora, apoyada en constantes mentiras y que la aisla por completo. A pesar de la convicción absoluta de Saskia, es imposible no sentir lo absurda y cruel de su tarea, y más cuando la RDA se desmorona por el descontento popular. Es la contradicción absoluta de un sistema que se justificaba por el bien a un pueblo que lo odia.

Con una buena ambientación y una puesta en escena sobria, Sven Bohse articula el relato a base de breves flash backs que otorgan agilidad al desarrollo del film, pues entendemos que una narración lineal no hubiera sido lo más conveniente. Aún dentro de la lógica complejidad de la historia, Bohse sabe articular el relato de manera que no perdemos el hilo de lo esencial y logra además un acertado equilibrio entre la parte emocional del argumento y la intriga sobre el devenir de Saskia, que hábilmente va salvando las situaciones que pueden desenmascararla en un buen ejercicio de tensión por parte de un argumento bastante inteligente.

Es cierto que, por desgracia, en el tramo final, este argumento da un giro un tanto rocambolesco que no cuadra demasiado bien con el tono preciso anterior. Además, carece totalmente de originalidad. Es un pequeño traspiés que no cuadra en absoluto con el acertado planteamiento argumental. Una pena.

Hay que mencionar también el buen trabajo del reparto, con rostros completamente desconocidos para el gran público. Todos realizan un trabajo sin fisuras y especialmente Petra Schmidt-Schaller, que sabe dotar de interesantes matices a su complejo personaje.

Basada en hechos reales, la película, con su modestia, merece nuestra atención, cuando menos para comprobar que un cine de espionaje puede tener muchos matices más allá de planteamientos orientados solo al espectáculo.

viernes, 4 de diciembre de 2020

París, Texas

 



Dirección: Win Wenders.

Guión: Sam Shepard.

Música: Ry Cooder.

Fotografía: Robby Müller.

Reparto: Harry Dean Stanton, Nastassja Kinski, Dean Stockwell, Aurore Clément, Hunter Carson, Bernhard Wicki, Socorro Valdez.

Un hombre camina por el desierto de Texas sin rumbo aparente. Al llegar a un bar, se desploma desmayado.

Hay un cine diferente al que suele copar las pantallas de los cines; un cine que escapa de las modas y de los géneros habituales; un cine que es, sobre todo en estos días, una especie en peligro de extinción. Y Paris, Texas (1984) es el ejemplo perfecto de ello.

Como si de una estupenda película de misterio se tratara, el film comienza con un hombre, Travis (Harry Dean Stanton), que vaga solo en medio de la nada, como un autómata. Luego descubrimos que no habla y, cuando su hermano Walt (Dean Stockwell) va a buscarlo, sabremos que lleva cuatro años desaparecido, con un hijo pequeño que abandonó y que ha sido criado por su hermano y su esposa Anne (Aurora Clément). Está claro que a partir de ahí el espectador querrá saber más: por qué Travis acabó así, qué fue de su mujer Jane (Nastassja Kinski). Y aunque Walt le pregunta, Travis aún no está preparado para explicar lo sucedido.

De vuelta en la sociedad, Travis empieza a comportarse como alguien más o menos normal, si bien tiene muchas lagunas en su mente: episodios completos de su pasado que no recuerda, como si algo lo hubiera bloqueado. Aún así, comienza una tierna relación con su hijo de siete años Hunter (Hunter Carson) y parece que va dejando atrás sus fantasmas. Pero no es así. Jane sigue presente y Travis sabe que no podrá seguir adelante sino la encuentra e intenta arreglar lo que se rompió en el pasado.

Win Wenders nos ofrece un film muy especial que nos habla de las relaciones humanas principalmente y lo complicadas que pueden llegar a ser. La historia de Sam Shepard nos adentra en lo más profundo del ser humano con una precisión absoluta y una sensibilidad envidiable. Estamos dentro de un relato muy triste sobre la pasión, sobre la locura de los celos, la fragilidad humana, sobre cómo se puede hacer fracasar algo hermoso casi sin querer, sobre cómo no podemos ser dueños de nuestro destino. Y, finalmente, de lo devastador que puede llegar a ser el dolor de una pérdida. 

Bajo los acordes de la guitarra de Ry Cooder, en una hipnótica banda sonora, y la fotografía maravillosa de Robby Müller, Wenders nos ofrece una historia desgarradora y tierna a la vez; terriblemente triste, donde la persona parece estar a merced de todo: de la sociedad, de la familia, de sus obligaciones, de sus pasiones y de sus debilidades. Un retrato sobre la fragilidad humana original, profundo y tierno. Y el resultado es desolador: hay heridas que nunca cicatrizarán.

Aún así, el personaje de Travis tiene algo de esperanzador. Tal vez sea su renuncia a todo para que Jane y Hunter puedan rehacer su relación. Travis está perdido, ya no puede volver después esos cuatro años de soledad y locura, pero en su sacrificio, en su aceptación de su fracaso entendemos que está parte de su salvación después de todo, a través de la de su mujer y su hijo.

Harry Dean Stanton está en el papel de su vida, en uno de esos trabajos que marcan tu carrera. Nastassja Kinski es simplemente esa belleza perfecta que explica por si misma la locura de Travis, al tiempo que frágil, insegura. Nunca volverá a brillar como en este film.

Casi siento envidia de aquellos que podrán disfrutar por primera vez de Paris, Texas y puedan realizar este viaje apasionante y sensible hacia el corazón de Travis, hacia lo más oscuro y frágil de la naturaleza humana.

martes, 1 de diciembre de 2020

Lost in Translation

 



Dirección: Sofia Coppola.

Guión: Sofia Coppola.

Música: Brian Reitzell y Kevin Shields.

Fotografía: Lance Acord.

Reparto: Bill Murray, Scarlett Johansson, Giovanni Ribisi, Anna Faris, Fumihiro Hayashi, Akiko Takeshita, Catherine Lambert.

Bob Harris (Bill Murray), actor en decadencia, viaja a Tokio para rodar un anuncio de whisky. En el hotel conocerá a Charlotte (Scarlett Johansson), una joven que, al igual que le pasa a él, no puede dormir por las noches.

Lo mejor que se puede decir de Lost in Translation (2003) es que es un film atípico en la industria del cine actual, especialmente si nos referimos a Hollywood. Es reconfortante ver que aún queda gente, Sofia Coppola en este caso, con una visión personal y diferente del cine, de qué puede expresar y transmitir.

Lost in Translation es un film especial que no se puede clasificar con las típicas etiquetas de comedia, drama o romance. Y es que es todo eso y un poco más. La primera impresión que me viene a la cabeza es que se trata de un acercamiento muy directo a la soledad y quizá Tokio, donde tiene lugar la historia, es un buen lugar para hablar de ella, con las personas reducidas a casi nada, a hormigas en medio de rascacielos, anuncios y tráfico. Y en esas personas, además, que son extranjeras, con un desconocimiento total del idioma, la soledad y el aislamiento son aún más evidentes, más acuciantes.

Pero no solo es eso. Es que tanto Bob como Charlotte son dos personas perdidas, que parecen dejarse llevar, sin lucha, sin esperanza, sin metas. Él porque está en una crisis profesional que parece irremediable y personalmente también ha perdido la ilusión. Ella porque no ha encontrado aún su meta en la vida y está unida a un hombre en un matrimonio sin pasión. Unidos además por el insomnio, parece casi imposible que no terminen encontrándose, reconociéndose en medio del ajetreo diario, del humo del bar. Es el reconocimiento mutuo de dos almas gemelas, dos personas cuya única oportunidad es compartir su descontento, su cansancio, por unos pocos días, sin esperanza.

Pero cuidado, Sofia Coppola evita caer en lo que sería lo más evidente: convertir la historia en un romance entre el hombre maduro y la joven. No busca eso y, sin embargo, finalmente termina por dibujar una hermosa historia de amor, triste, sin pasión, pero quizá más auténtica, pues se basa en la identificación mutua, en la complicidad total de dos personas aquejadas del mismo mal y, por lo tanto, verdaderas almas gemelas. Pero es un amor imposible y, por lo tanto, el film roza el drama, porque la visión del futuro de Bob y Charlotte no puede ser más decorazonadora. No se puede atisbar una mínima redención. Al seguir cada uno su camino, es como si se hundieran en una noche muy oscura.

Hay, eso sí, algunas notas de comedia. En el desconcierto de Bob en medio de un país que no entiende y que tampoco intenta entender. En su docilidad al rodar el anuncio, con su sorpresa por la surrealista traducción por parte de la intérprete de las instrucciones dadas por el director del spot. Ironía en la visión del frenesí de la noche de Tokio, llena de personajes curiosos, donde parece que todo tiene cabida dentro de una mezcla surrealista donde diferentes individuos conviven en un ordenado caos.

Lost in Translation tiene un poco de todo, como la vida misma. Y también tiene muchos momentos en que no pasa nada memorable, rutinas, aburrimiento, expectativas..., como la misma vida. Quizá se le puede achacar al guión cierta frialdad, es cierto. A la película le falta quizá tensión, algún momento álgido, pasión entre Bob y Charlotte. Pero entonces, no sería la misma película. Lo fácil hubiera sido sucumbir a esa tentación de aumentar el dramatismo o intensificar el lado romántico de la relación de los protagonistas. Eso sería más del estilo de Hollywood. Pero la intención no era esa. No lo creo. Con lo que nos cuenta Sofia Coppola y con cómo nos lo cuenta es como consigue hacer este film tan personal, tan suyo, diferente y único, original y sorprendente, íntimo, sincero, sencillo y conmovedor. Es casi una porción de realidad, no un film comercial. Y por ahí habría que valorar e intentar entender Lost in Translation.

No puedo dejar de mencionar el excelente trabajo de Bill Murray, un actor que nunca fue de mis predilectos pero que tiene aquí quizá la mejor interpretación que le he visto. Transmite esa apatía existencial como nadie; es un actor desencantado, resignado, igual que en su matrimonio. Al lado de Charlotte encuentra un soplo de aire puro, aunque sabe que será solamente un instante fugaz, irrepetible e imposible de dilatar.

Scarlett Johansson es sencillamente fresca, encantadora, irresistible. Y su frescura da sentido a la relación con Bob. Su sola mirada, su sonrisa, lo explican todo.

Lost in translation no es un film sencillo de digerir. Carece de las fórmulas habituales de las películas comerciales a que estamos acostumbrados. Hemos de verlo sin prejuicios, dejándonos llevar por su ritmo pausado, los silencios, ciertas repeticiones. Si conseguimos empatizar con sus protagonistas, disfrutaremos de una historia muy personal y muy sincera.

Nominada a cuatro Oscars, la película ganó el premio al mejor guión original.