El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 30 de diciembre de 2016

El gran hotel Budapest



Dirección: Wes Anderson.
Guión: Wes Anderson (Historia: Wes Anderson y Hugo Guinness).
Música: Alexandre Desplat.
Fotografía: Robert D. Yeoman.
Reparto: Ralph Fiennes, Tony Revolori, Saoirse Ronan, Edward Norton, Jeff Goldblum, Jude Law, Willem Dafoe, F. Murray Abraham, Adrien Brody, Tilda Swinton, Harvey Keitel, Bill Murray, Owen Wilson.

Zero Moustafa (F. Murray Abrahams) es el propietario del gran hotel Budapest, un legendario establecimiento venido a menos. Una noche, durante una cena, Moustafa le cuenta a uno de sus huéspedes, un joven escritor (Jude Law), cómo llegó a convertirse en el dueño del establecimiento, tras ser contratado de joven por el legendario conserje Gustave H. (Ralph Fiennes).

El gran hotel Budapest (2014) es una de esas películas que no pasan desapercibidas. Wes Anderson parece querer desmarcarse de la tónica general y nos propone un film muy, muy personal. Puede gustarte a rabiar su propuesta o no convencerte, en todo caso, no te dejará indiferente. Y eso, de alguna manera, ya es algo.

La película, para empezar, es de esas que te enganchan ya desde el principio: es un relato contado a través de un par de flash-backs que nos abren las puertas a una historia con tintes casi legendarios. De alguna manera, es como cuando nos adentrábamos, de niños, en las páginas de un apasionante relato de aventuras. El comienzo de la historia es pues muy prometedor.

Y la verdad es que el desarrollo de la misma no nos defrauda. Se trata de una trama rica en personajes y acontecimientos que nunca discurre por caminos conocidos, con lo que las sorpresas están aseguradas. Además, dentro de un tono de comedia, el guión nos depara no pocas sorpresas, algunas con tintes de un humor muy negro, lo que viene a ser como la pimienta de un relato entre fantástico, sórdido y extravagante.

Precisamente, por las promesas iniciales de un relato intenso, misterioso y apasionante, es por lo que el tratamiento ligero, a veces rozando lo surrealista y lo fantástico, no llegó a convencerme del todo. Es algo muy personal, pero me hubiera gustado una historia más ortodoxa, dramática y seria como vehículo de un argumento muy rico y prometedor. Wes Anderson optó por darle un enfoque más ligero y original y seguramente tendrá a muchos espectadores que aplaudan su elección.

Pero sin duda lo que más sorprende es la puesta en escena de Anderson, a medio camino entre un relato de casa de muñecas y un snobismo chillón. Los decorados son especiales, con un gusto por los colores fuertes y donde la cámara juega con los encuadres, siempre en busca de un efecto casi pictórico, algo afectado y a veces, dentro de la sencillez, cercano a la cursilería. Es una opción estética afectada y forzada, no apta para todos los gustos.

Otro aspecto que sin duda merece destacarse es el reparto inflado de actores colosales, al estilo de las producciones de los años setenta del cine de aventuras, donde solían atraer la atención del público con repartos llenos de grandes nombres. Aquí no se trata solo de nombres, sino de grandes actores, como Jude Law, F. Murray Abraham, un genial Ralph Fiennes y, también, el sorprendente Tony Revolori.

El gran hotel Budapest es un film rico, apasionante en muchos momentos, extraño, sin duda, y capaz de engancharte a su historia de un modo casi magnético. Merece la pena adentrarse en ese universo casi imaginario y que, como decía, no te dejará indiferente.

jueves, 29 de diciembre de 2016

Los descendientes



Dirección: Alexander Payne.
Guión: Alexander Payne, Nat Faxon, Jim Rash (Novela: Kaui Hart Hemmings).
Música: Craig Armstrong.
Fotografía: Phedon Papamichael.
Reparto: George Clooney, Shailene Woodley, Amara Miller, Nick Krause, Patricia Hastie, Matthew Lillard, Judy Greer, Beau Bridges, Robert Forster.

La vida de Matt King (George Clooney) sufre un vuelco repentino cuando su mujer sufre un accidente que la deja en coma. Ahora Matt deberá ocuparse de sus hijas, con las que no estaba muy unido, al tiempo que ultima la venta de unas propiedades heredadas de sus antepasados.

Alexander Payne, un director que enfoca sus films hacia los conflictos personales de sus protagonistas, como pudimos ver en A propósito de Schmidt (2002), vuelve a enfrentarnos a un personaje que, de pronto, ante el accidente de su esposa, se ve empujado a una realidad desconocida: hacerse cargo de sus hijas, a las que había descuidado, volcado como estaba en su trabajo, al tiempo que comienza a darse cuenta de lo poco que conocía a su esposa.

En realidad, el accidente de su mujer supone también un cataclismo en la vida tal y como la había entendido hasta entonces. Ahora ya no hay excusas: sus dos hijas dependen de él y Matt no sabe comunicarse con ellas ni hacerse respetar. Hay un abismo entre él y esas dos desconocidas a las que tiene que cuidar en solitario; y es que el médico le comunica que su esposa nunca despertará del coma. Sin embargo, a pesar del drama que viven los protagonistas, Payne termina por ofrecer una salida positiva a sus vidas. El coma de la esposa finalmente servirá para hacer de Matt un padre responsable y un hombre mejor, al que ese momento crucial servirá para replantearse su vida entera, tanto a nivel personal como a nivel profesional, descubriendo el valor de la familia y la responsabilidad con la herencia recibida, más allá del puro beneficio económico.

El problema de Los descendientes es que Payne quiere jugar con dos géneros que, en apariencia, no casan del todo bien: el drama y la comedia. El resultado es un film que no termina de conquistarnos en ninguno de esos dos registros. Como drama, porque el relato es frío, con momentos que casi resultan incómodos pues el director se recrea en los tiempos muertos y en imágenes filmadas como postales que no terminan de cumplir su función. Además, salvo algunos momentos inspirados, el tono general es un tanto impersonal, distante y con algunos diálogos que no terminan de funcionar correctamente.

Y cuando toca el enfoque de comedia, tampoco el guión llega a convencerme. Algunos personajes son casi ridículos en su excentricidad y la comedia no termina de adquirir peso suficiente, quedando casi como un quiero y no puedo.

Es quizá el peaje que pagamos por ese gusto de Payne por un cine sencillo, directo y libre de artificios. Es una opción loable y sin duda su sello personal. El problema es que puede dar lugar a un cine un tanto distante, a veces extraño, en el que reconocemos los méritos intrínsecos, pero también descubrimos sus carencias.

Sin duda, lo mejor de todo está en la labor de los actores, encabezados por el magnífico George Clooney, un prodigio de naturalidad e intensidad a partes iguales, que con una sencillez asombrosa terminan siendo lo más auténtico y convincente de la historia.

Merecedora de cinco nominaciones al Oscar, la película se hizo al final con el premio al mejor guión adaptado.

martes, 13 de diciembre de 2016

Shutter Island



Dirección: Martin Scorsese.
Guión: Laeta Kalogridis (Novela: Dennis Lehane).
Música: Robbie Robertson.
Fotografía: Robert Richardson.
Reparto: Leonardo DiCaprio, Mark Ruffalo, Ben Kingsley, Emily Mortimer, Michelle Williams, Patricia Clarkson, Max von Sydow, Jackie Earle Haley, Elias Koteas.

En 1954, los agentes judiciales Teddy Daniels (Leonardo DiCaprio) y Chuck Aule (Mark Ruffalo) acuden a una remota isla, sede de un centro psiquiátrico para dementes peligrosos, para investigar la misteriosa desaparición de una paciente.

Es complicado hacer una crítica equilibrada de Shutter Island (2010), pues Martin Scorsese demuestra que es capaz de mantenernos en vilo durante gran parte del film, al tiempo que el desenlace es como un jarro de agua fría que te deja, pues eso, helado.

El film tiene un comienzo prometedor, con una isla alejada del mundo que, más que un centro psiquiátrico, da la impresión de ser más un centro de alta seguridad con unos guardias que dan más miedo que los pacientes. Scorsese maneja con habilidad estos primeros minutos metiéndonos el miedo en el cuerpo con el sombrío lugar y también dejando entrever que el agente Daniels arrastra un pasado que parece que no le va a dejar en paz.

Y con estas dos premisas, la película sigue subiendo en intensidad, con detalles del centro desconcertantes y las más que justificadas dudas de Daniels sobre lo que se oculta allí; al tiempo que los indicios sobre los problemas mentales del agente se van convirtiendo en certezas, con pesadillas cada vez más vívidas y más escalofriantes. Y además, se introduce un nuevo elemento inquietante: ¿está Daniels siendo drogado por el director del centro, Cawley (Ben Kingsley) o en realidad su salud mental empieza a peligrar?

Y todo ello filmado con gran acierto por Scorsese, apoyado en una banda sonora inquietante y unos decorados sombríos, claustrofóbicos y amenazadores. Sin duda, la película camina con firmeza y nos mantiene en alerta máxima y con la cabeza barajando todas las posibilidades que se insinúan.

Pero aparte de la estupenda puesta en escena, Scorsese cuenta con la ayuda inestimable de Leonardo DiCaprio, con una interpretación magistral, llena de matices, angustiada y angustiosa; pero también me gustaría resaltar el trabajo de Ben Kingsley, grandísimo actor cuya sola presencia provoca un mar de dudas y la promesa de no sé que peligros, pues su fisonomía por sí sola ya es suficiente para crear un gran desasosiego e infinidad de dudas sobre su personaje. Su elección para el papel de director del Psiquiátrico me parece de los más acertada.

El problema viene cuando el guión desvela sus cartas y nos descubre la verdad al desnudo. Y sucede entonces que comprendemos las trampas del argumento, la gran mentira en que se ha basado todo lo visto hasta ese momento. Y nos damos cuenta que nada en la historia tiene mucho sentido y no admite un mínimo análisis lógico. Todo ha sido como un juego, un engaño tramado para crear una intriga irreal y muy poco creíble. Es más, el desenlace podría haber sido cualquier otro, cualquier disparate que se les hubiera ocurrido, hasta el sueño de un domador de elefantes de resaca.

¿Es suficiente la más de hora y media de suspense logrado por Scorsese hasta el momento en que descubre su juego para perdonar el despropósito del final? Aquí cada uno valorará la película de diferente manera. Por mi parte, creo que el planteamiento inicial y las dosis de intriga y miedo tan hábilmente planificadas se merecían un desenlace mucho más digno. No vale cualquier cosa. Se podría haber sido mucho más serio. Así que me quedo con una sensación agridulce y cierto enfado por lo que pudo ser y se quedó medias.

domingo, 11 de diciembre de 2016

Sherlock Holmes: juego de sombras



Dirección: Guy Ritchie.
Guión: Kieran Mulroney y Michele Mulroney (Personajes: Arthur Conan Doyle).
Música: Hans Zimmer.
Fotografía: Philippe Rousselot.
Reparto: Robert Downey Jr., Jude Law, Noomi Rapace, Jared Harris, Paul Anderson, Stephen Fry, Kelly Reilly, Rachel McAdams, Geraldine James.

Finales del siglo XIX. El mundo se ve sacudido por una serie de atentados que aumentan la tensión entre las potencias europeas y amenazan con desencadenar una guerra de imprevisibles consecuencias. Mientras parece que toda esa agitación es por causas políticas, para Sherlock Holmes (Robert Downey Jr.) la explicación tiene otro nombre: Moriarty (Jared Harrys).

Por lo general, me gusta tomarme en serio los géneros cinematográficos e incluso una comedia me parece que siempre debe tomarse como algo serio. Sin embargo, la tendencia actual en cuanto al género de aventuras tiende a buscar el espectáculo por encima de todo y muchas películas acaban siendo una parodia de sí mismas. Y algo parecido le sucede a Sherlock Holmes: juego de sombras (2011), segunda película del director sobre el detective tras Sherlock Holmes (2009), o al menos, esa es la impresión que tenemos al comienzo de la película, con algunas escenas de acción que parecen una especie de juego de circo, un más difícil todavía tan increíble como ridículo, ayudado además por los disfraces que adopta el protagonista, llegando al ridículo absoluto con su camuflaje de mujer.

Sin embargo, no sé si por pretendido acierto o por pura casualidad, la cosa no llega a mayores y oportunamente, conforme avanza la historia y va aumentando la carga dramática, la situación se endereza y la intriga y el peligro ganan peso y asistimos a una trama bien construida y una tensión que va ganando enteros hasta llegar al final, con trampa, es verdad,  pero que ni sorprende (ya estamos bastante habituados a estos guiños argumentales) ni molesta, pues es ya algo tan socorrido como el famoso beso final de los films románticos.

Lo que sí que me molesta un poco es cómo se puede llegar a retorcer el personaje de Sherlock Holmes, convertido aquí en un atleta y luchador más cercano a películas de artes marciales que a la imagen clásica que teníamos del detective. Entiendo que las aproximaciones actuales busquen innovar, pero creo que algunas veces se exceden con la supuesta originalidad. Al menos aquí Watson sigue siendo un hombre y Holmes conserva su prodigiosa inteligencia.

A pesar de los peros señalados y de una predisposición no muy favorable a la película, he de reconocer que me resultó bastante entretenida. Puede ser por el hecho de que, esperándome una aproximación más chapucera al personaje de Conan Doyle, y aceptando la premisa de que la historia iba a estar plagada de escenas imposibles y bromas elementales, al final acabé por aceptar todas las licencias del guión con buen humor, dejándome llevar por una aventura muy bien filmada, con algunas escenas brillantes, algunos detalles simpáticos muy oportunos y un desarrollo ágil que hace que la película se haga muy amena. Y esta es la única manera posible para poder disfrutar de un film de estas características.

Otro punto sin duda a favor de la historia es contar con dos protagonistas como Downey Jr., genial y carismático, que compone un Holmes convincente, y Jude Law, un actor de gran talento.

Sin ser el estilo de películas que me gustan especialmente ni la mejor visión de Sherlock Holmes, al menos ésta aproximación al detective resulta un pasatiempo de muy buena factura y bastante entretenido.

sábado, 10 de diciembre de 2016

La caída de la casa Usher



Dirección: Roger Corman.
Guión: Richard Matheson (Relato: Edgard Allan Poe).
Música: Les Baxter.
Fotografía: Floyd Crosby.
Reparto: Vincent Price, Mark Damon, Myrna Fahey, Harry Ellerbe, George Paul, Bill Borzage, Géraldine Paulette.

Philip Winthrop (Mark Damon) viaja desde Boston a la mansión de la familia Usher en busca de su prometida, Madeleine (Myrna Fahey). Sin embargo, al llegar a la casa, se encuentra con que Roderick (Vincent Price), el hermano de Madeleine, le dice que no podrá verla y que abandone la casa.

La caída de la casa Usher (1960) será la primera de las varias adaptaciones de la obra de Poe que realiza Roger Corman, un director de serie B al que el éxito de esta película le facilitaría las posteriores incursiones en la obra del novelista americano.

El género del terror es, tal vez, el que peor soporta el paso del tiempo. Lo que en los años treinta causaba pavor, provoca nuestras sonrisas en la actualidad. Y algo así le sucede al relato de Corman, que tal vez en el momento de su estreno pudiera asustar a más de uno, pero hoy en día dudo que lo haga ni con niños de diez años. Es por eso que este género tiene que ir siempre forzando un poco más las cosas, hasta extremos repugnantes muchas veces, pues en seguida nos acostumbramos a lo más macabro y terminamos por ser casi inmunes.

La caída de la casa Usher es un film de muy bajo presupuesto, rodada en apenas quince días, de ahí que en la actualidad nos deje una impresión de ser una producción muy limitada, con pobres efectos especiales y una contención extrema de medios, como se puede apreciar en los escenarios, reducidos a unos pocos aposentos, con una puesta en escena muy básica, y con solo cuatro actores principales.

También sorprende hoy en día el empleo de los recursos más básicos para intentar asustarnos: nieblas, truenos, ruidos de puertas que se cierran, telas de araña, luz de velas, viento, ratas y hasta cadenas y candados. Todo muy clásico y también muy pasado de moda. Como es de suponer, con todo ello no faltan momentos en que se nos escapa una sonrisa ante lo elemental de estos trucos.

Y aún así, a pesar de toda esta sencillez, la película es un curioso ejercicio de estilo en el que se juega con habilidad con el misterio en torno a la familia Usher y su supuesta enfermedad, al tiempo que se intenta crear una atmósfera opresiva donde la casa también juega un papel crucial. El arranque de la película posee una buena dosis de intriga que nos mantiene atentos a lo que pueda suceder.

Es verdad, sin embargo, que hay momentos en que la intensidad sufre algunos altibajos, en especial en la parte central de la historia, que se vuelve un poco repetitiva. Pero el director logra darle un nuevo impulso en la parte final, donde el desenlace nos proporciona sin duda los mejores momentos de toda la película, hasta la demoledora escena del incendio y el derrumbe de la casa que pone un más que honroso broche a la película.

Si exceptuamos la presencia de Vincent Price, el mejor del breve reparto, los actores de La caída de la casa Usher encajan muy bien con el nivel de serie B de la cinta, con unas interpretaciones bastante limitadas.

La caída de la casa Usher es, hoy en día, un film histórico dentro del género más que otra cosa, con el atractivo de la presencia de Vincent Price y la honesta y directa puesta en escena. Un film más para curiosos y nostálgicos.

Watchmen



Dirección: Zack Snyder.
Guión: Alex Tse, David Hayter (Comic de Alan Moore y Dave Gibbons).
Música: Tyler Bates.
Fotografía: Larry Fong.
Reparto: Jackie Earle Haley, Malin Akerman, Billy Crudup, Matthew Goode, Jeffrey Dean Morgan, Patrick Wilson, Carla Gugino, Matt Frewer, Stephen McHattie.

Mediados de los años ochenta del siglo XX: la tensión entre Estados Unidos y la URRS está llegando a un punto máximo, con el riesgo inminente de una guerra nuclear. Solo un miembro de la denostada liga de superhéroes de antaño, el Doctor Manhattan (Billy Crudup), parece poder garantizar una frágil paz. En medio de esa tensión política, "El Comediante" (Jeffrey Dean Morgan), otro miembro retirado de la liga, es asesinado.

Hija de una serie del mundo del cómic de gran reputación, Watchmen (2009) es la tan esperada adaptación al cine de la misma, dentro de ese filón que parece haber encontrado Hollywood llevando a las pantallas cualquier argumento y personaje de los cómics, con unas rentabilidades que parecen augurar que tendremos cómics filmados para un buen rato.

Sinceramente, no soy un seguidor del mundo del cómic adulto y, por lo tanto, me considero libre de prejuicios y fanatismos que pudieran condicionarme a la hora de valorar esta película. No se si es bueno o malo, pero así es.

Lo primero que llama la atención de Watchmen es que se trata de un film decididamente negro, duro, denso... y pretencioso. No estamos ante un producto más o menos ligero, destinado a todos los públicos, como podrían ser algunas adaptaciones del personaje de Spiderman o Superman. Tanto la trama como, sobre todo, los personajes, nos enfrentan a una historia cargada de violencia, de perdedores, gente amargada y alguna reflexión más o menos sesuda sobre la naturaleza humana, la vida, el futuro de la humanidad o la existencia misma de Dios. De todos modos, tampoco es para echar las campanas al vuelo: se trata de crear un ambiente lúgubre, un mundo casi apocalíptico, cargado de pesimismo y adornado con algunas frases ampulosas y rotundas que quedan bien como discurso peliculero, pero poco más. En todo caso, el guión está muy cuidado, al igual que la puesta en escena y la ambientación, en un trabajo costoso y ambicioso. No se trata del típico producto de aventuras para consumo de masas sin más.

La historia en sí es bastante sencilla: ante la muerte de un superhéroe retirado, uno de sus compañeros  tiene la sospecha de que puede tratarse de una especie de venganza dirigida contra todos ellos y decide prevenir al resto e iniciar las pesquisas para descubrir quién puede estar detrás de ello. A partir de ahí, el guión se extiende en múltiples flash-backs que nos van contando la historia de cada uno de los superhéroes, todos ellos con un pasado complicado y un presente decepcionante, en línea con el pesimismo que empapa la historia.

A nivel visual, la película tiene una cuidada fotografía y una estética que recuerda a veces a Blade  Runner (Ridley Scott, 1982), en especial en los tonos oscuros y la constante lluvia. Algunas escenas, como la de los títulos de crédito, están realmente logradas. También la banda sonora, con temas de los sesenta (Bob Dylan, Simon & Garfunkel) merece especial mención. Punto y aparte son los efectos especiales, algunos espectaculares, aunque hoy en día uno empieza a esperarse cualquier cosa y a valorarlo en su justa medida.

A pesar del cuidado de todos los elementos de la película, no puedo dejar de notar ciertos detalles que no terminan de convencerme. Uno de ellos es que, como a veces pasa con adaptaciones de obras de teatro llevadas al cine, se nota en demasía el origen de la historia en el mundo del cómic, lo que hace que no te tomes la película en serio. Es todo demasiado aparatoso, con golpes imposibles, vehículos que desafían la física, fuerza sobrehumana e incluso detalles absurdos, como algunos superhéroes un tanto ridículos, que siempre tenía la impresión de estar ante algo ficticio, artificial, lo que te mantenía un poco distante, sin poder meterte de lleno en la trama, pues no terminas de creerte nada de lo que estás viendo. Y no es un problema sólo de que se trate de un mundo de fantasía, pues otras películas similares consiguen ser mucho más convincentes.

Otro reproche que se le puede hacer a Watchmen es su excesiva duración. Y no es que la historia que cuenta no dé para tanto metraje, solo que hay momentos en que se hace un tanto pesada, en especial cuando se pone excesivamente seria con discursos sobre la naturaleza humana un tanto cargantes. Y tampoco el final me pareció del todo convincente. Tanto la investigación en busca de la mano negra que estaba detrás de la muerte de "El Comediante" como la escena del enfrentamiento final son demasiado simples y no las considero a la altura del resto de la trama. Lo que resulta un tanto decepcionante como cierre de la historia.

A veces, la mejor valoración que puedes hacer sobre una película es cuando te preguntas si, en el futuro, te apetecería volver a verla. En mi caso, la respuesta a la pregunta es que no.

viernes, 9 de diciembre de 2016

Una cuestión de tiempo



Dirección: Richard Curtis.
Guión: Richard Curtis.
Música: Nick Laird-Clowes.
Fotografía: John Guleserian.
Reparto: Domhnail Gleeson, Rachel McAdams, Bill Nighy, Tom Hollander, Margot Robbie, Rowena Diamond, Vanessa Kirby, Lindsay Duncan, Matt Butcher.

Con 21 años, Tim Lake (Domhnail Gleeson) descubre que, como todos los miembros varones de su familia, puede viajar en el tiempo; y la primera utilidad que le encuentra a ese poder extraordinario es intentar encontrar novia.

El principal problema que le veía, de antemano, a Una cuestión de tiempo (2013) era el asunto del don de viajar al pasado. Ese tema de los viajes en el tiempo nunca me ha resultado especialmente atractivo, sino más bien un truco barato que ha dado lugar a películas donde ese recurso permite cualquier barbaridad argumental, con alguna honrosa excepción. Sin embargo, en este caso concreto, al menos en la primera parte de la historia, hasta más o menos la boda de los protagonistas, el truco de los viajes está bastante bien llevado como un elemento más de la comedia que aporta, más que algo sobrenatural, una especie de guiño simpático sobre qué pasaría si pudiéramos tener una segunda oportunidad para enderezar un momento o solucionar airosamente una metedura de pata. Tomándolo a broma es la única manera de aceptar las incongruencias que genera ese don viajero.

Y mientras la historia se mantiene en ese tono simpático, la verdad es que funciona bastante bien como comedia romántica, ayudada sin duda por el encanto que desprenden tanto Gleeson como Rachel McAdams, dos actores muy naturales, cercanos y que caen simpáticos desde el primer momento.

Es durante esa primera parte donde el guión encuentra sus mejores momentos, sin ser especialmente gracioso, pero manteniendo un tono ligero, ameno y agradable, de manera que pasan los minutos sin que apenas nos demos cuenta. El problema viene con la segunda parte de la película, cuando Richard Curtis decide ponerse dramático y trascendente. De haber optado por poner el punto y final en la boda de Tim y Mary, a Curtis le habría quedado un film redondo y entretenido, con un punto de originalidad y personajes entrañables. Pero al estirar la trama, creo que erróneamente, y empezar a ponerse demasiado serias las cosas, con absurdas precisiones a las limitaciones de los viajes en el tiempo, que dejan de ser un recurso cómico aceptable para convertirse en un problema sin credibilidad alguna, la magia y el encanto de la primera parte se derrumban y caemos de lleno en una historia melodramática de accidentes, cáncer y muerte que me pareció un tanto excesiva, amén de convertir a la película en interminable, con una sucesión de momentos que parecen anunciar el final y que no hacen más que añadir otro momento dramático sin que parezca que vayan a tener fin. Una pena, sin duda, pues no nos deja un buen sabor de boca, a parte de romper un poco la unidad de la película, que se mueve bruscamente de un tono a otro sin que se encuentre una armonía a tal cambio.

Aún así, Una cuestión de tiempo es un film bien realizado, con unos protagonistas muy acertados y carismáticos, una hermosa fotografía y algunos momentos, sobre todo en la primera parte, bastante logrados. Se deja ver con agrado en general.

jueves, 8 de diciembre de 2016

La duda



Dirección: John Patrick Shanley.
Guión: John Patrick Shanley (Obra: John Patrick Shanley).
Música: Howard Shore.
Fotografía: Roger Deakins.
Reparto: Meryl Streep, Philip Seymour Hoffman, Amy Adams, Viola Davis, Lloyd Clay Brown, Joseph Foster, Bridget Megan Clark, Lydia Jordan.

Aloysius Beauvier (Meryl Streep) es la estricta directora de un colegio católico en el Bronx, a cuya parroquia llega el padre Flynn (Philip Seymour Hoffman), un párroco cercano y comprensivo que pronto despierta las sospechas de Beauvier.

En una época dominada por el cine de acción, de super héroes y de terror macabro llama poderosamente la atención un film como La duda (2008) que, lejos de caer en efectismo fáciles, juega la baza de la reflexión, obligando al espectador a pensar y deducir por su cuenta qué es lo que ha visto y de qué lado se inclina.

La historia es sencilla: la directora de un colegio, una religiosa estricta y un tanto anticuada, sospecha de la honestidad del sacerdote de la parroquia, el padre Flynn. No tiene pruebas de sus sospechas, sólo su intuición, que se verá reforzada cuando la hermana James (Amy Adams) le informe del comportamiento extraño de un alumno al que el padre Flynn dedica especial atención. Esta es la excusa que necesitaba para confirmarse en sus sospechas. El único inconveniente es que no posee prueba alguna y el padre Flynn logra dar una explicación comprensible a su comportamiento, que parece del todo natural e inocente. A pesar de lo cuál, Beauvier sigue en sus trece. Y se plantea entonces el tema de la calumnia, de cómo se puede destruir la reputación de cualquiera sin nada que lo demuestre, de lo perversa que puede ser una mente obcecada e intransigente como parece ser la de la hermana Beauvier.

Pero no esperemos que el guión nos resuelva las dudas. Nada está claro en esta historia. El director no nos va a resolver el misterio. La clave está en que seamos nosotros los que decidamos, si podemos, quién tiene razón y quién no. Al final, Flynn solicita el traslado de parroquia, quizá por miedo, quizá para evitar males mayores o ¿es esa huída una especie de confesión de su culpabilidad? Las certezas de Beauvier, ¿son fruto de una mente maliciosa y retorcida o su intuición es correcta? No lo podremos afirmar terminantemente. Intuitivamente, tendemos a mostrarnos a favor del sacerdote, un personaje mucho más amable y caritativo que la estricta directora, que suscita nuestra antipatía en todo momento. Es otro de los aciertos del guión: hacernos dudar entre los sentimientos naturales por los protagonistas o la fría razón de lo que pudo pasar. Y cuando parece que empezamos a decantarnos por un bando, Shanley cierra la obra con más dudas. Y es que el director no quiere certezas, no se trata de algo tan sencillo después de todo. El film solamente plantea una posibilidad y con inteligencia deja indicios a favor de ambos lados. Y es que, en contra de la sencillez con la que en el cine se suelen definir los buenos y los malos, la virtud de esta película es dejarlo todo en el aire, permitir que seamos nosotros los jueces, y siempre teniendo claro que en los dos protagonistas hay tantas sombras como luces, tantas verdades como dudas.

Otro punto a favor del guión es la elegancia como está expuesto un tema tan escabroso como el de los abusos sexuales, posibles, eso sí. Y es que no se trata de hacer un alegato contra ellos, lo que está fuera de toda duda, sino de plantear hasta donde se puede o debe llegar para salvaguardar la integridad de un menor o si es lícito arruinar la reputación de alguien sin pruebas claras.

Destacar la elegancia también del director con una puesta en escena muy cuidada y un relato ágil y preciso, sin estridencias ni salidas de tono, dejando que la historia sea la protagonista. Y además, consiguiendo que un film basado en los diálogos y con un desarrollo pausado transcurra con una fluidez increíble.

Uno de los puntos fuertes de La duda es su reparto. No vamos a descubrir ahora a Meryl Streep, una mujer cuya sola mirada es capaz de decir más que un discurso. La película es sin duda un maravilloso juego de actores, pues a su lado está el fallecido Hoffman, impecable, y también la fantástica Amy Adams, logrando contagiarnos su debilidad y su ternura, y una espléndida Viola Davis, en su breve pero intensa aparición.

Es cierto, eso sí, que cuando llega el final nos quedamos un tanto aturdidos. Tenía la impresión de que faltaba algo. Es como si todo lo visto hasta entonces fuera una especie de prolongada presentación de los hechos y parecía que la película quedaba como inconclusa. Supongo que ello se debe a la costumbre de las películas ofrecer un final cerrado, un desenlace que despeja dudas y sella el relato. Y aquí, como decía anteriormente, eso no sucede. No hay una verdad absoluta, de ahí esa sensación de desconcierto que nos deja el final.

La duda obtuvo cinco nominaciones a los Oscars, sin lograr ningún premio finalmente.

Los mercenarios



Dirección: Sylvester Stallone.
Guión: Dave Callaham y Sylvester Stallone.
Música: Brian Tyler.
Fotografía: Ken Blackwell.
Reparto: Sylvester Stallone, Jason Statham, Jet Li, Randy Couture, Dolph Lundgren, Mickey Rourke, Terry Crews, Giselle Itié, David Zayas, Eric Roberts, Steve Austin, Gary Daniels, Charisma Carpenter, Bruce Willis, Arnold Schwarzenegger.

Barney Ross (Sylvester Satllona) está al frente de un grupo de mercenarios dispuestos a enfrentarse a cualquier misión que les encarguen. por peligrosa que sea. Un día, un misterioso Sr. Iglesia (Bruce Willis) los contrata para que eliminen a un general que ejerce su control tiránico en una pequeña isla sudamericana.

La primera idea que me vino a la cabeza viendo Los mercenarios (2010) fue la conocida frase "los viejos loqueros nunca mueren", y es que la película es como una especie de fiesta de viejos y nuevos tipos duros, una especie de homenaje al cine de acción que fue y sigue siendo la seña de identidad de Stallone, alma y director de esta película. Faltan algunos nombres legendarios, como Van Damme, Chuck Norris o Steven Seagal, por ejemplo, algo que se repararía en parte en la segunda entrega.

Lo que sí que es verdad es que no estamos ante una buena película. El hecho de apelar a la nostalgia o de reunir en una misma película a Stallone, Bruce Willis y Arnold Schwarzenegger, aunque sea brevemente, no es suficiente para convertir a Los mercenarios en algo mínimamente recomendable.

El guión es de un esquematismo extremo y todo lo que se perfila como argumento no es más que un débil entramado para servir de base a lo que realmente busca Stallone: soltar toda la carga de violencia y espectáculo posible, a base de un más madera tan apabullante como exagerado. Los personajes no consiguen llegarnos, los diálogos son infantiles (incluso las emotivas confesiones del personaje protagonizado por Mickey Rourke, con ser las mejores frases de la cinta) y se queda todo en un quiero y no puedo donde falta lo esencial: algo que de sentido y entidad que acompañe a la explosión de efectos especiales y las coreografiadas escenas de violencia, algunas de una crudeza extrema. Y es que hasta un cine tan primitivo como éste necesita un poco de trabajo de composición argumental. Al menos, a mí no me basta con un cúmulo de aparatosas escenas, explosiones casi atómicas, los consabidos chistes fáciles y un puñado tipos de músculos como montañas para engancharme. Es más, en esta película se llega a extremos de simplificación tan burdos que algunos diálogos provocan vergüenza ajena y los personajes, en especial los malos, resultan casi patéticos.

Como director, Stallone parece haber pillado el truco para darle ritmo a la película y es verdad que Los mercenarios transcurre a toda velocidad y con escenas bien filmadas, con el recurso, eso sí, a esa moda de la cámara en movimiento constante, que a veces resulta algo confusa. Me ha parecido mucho más convincente como director que como guionista o actor. Y en cuanto al reparto, pues no es que estemos ante actores de talento precisamente, siendo el ejemplo más evidente Dolph Lundgren, rescatado para sacar músculo una vez más dentro de su inexpresividad legendaria. Solo Jason Statham parece aportar algo de nivel a un elenco bastante limitado artísticamente.

En definitiva, un paso en falso en la carrera de Stallone, al menos desde el punto de vista de la calidad de la cinta, aunque bien es cierto que este tipo de propuestas tienen un público bastante fiel, como se comprueba con las secuelas que han seguido a este regreso de las viejas glorias del cine de acción de finales del siglo pasado. Solo para muy incondicionales de Stallone y del género.

martes, 6 de diciembre de 2016

Jason Bourne



Dirección: Paul Greengrass.
Guión: Paul Greengrass, Christopher Rouse, Matt Damon (Personajes: Robert Ludlum).
Música: David Buckley, John Powell.
Fotografía: Barry Ackroyd.
Reparto: Matt Damon, Alicia Vikander, Julia Stiles, Tommy Lee Jones, Vincent Cassel, Ato Essandoh, Riz Ahmed, Scott Shepherd, Bill Camp.

Jason Bourne (Matt Damon) sobrevive a base de peleas clandestinas, alejado del mundo de la CIA. Ya ha recuperado la memoria, pero sigue atormentado por su pasado, que reaparece de pronto cuando Nicky Parsons (Julia Stiles), la cuál ha dejado también la CIA, contacta con Bourne anunciándole que tiene en su poder datos relevantes sobre su reclutamiento.

Matt Damon, tras protagonizar las tres primeras entregas de la saga Bourne, se había negado a participar en una cuarta si no la dirigía Paul Greengrass, director de El mito de Bourne (2004) y El ultimátum de Bourne (2007), de ahí que El legado de Bourne (Tony Gilroy, 2012) continúe el tema de la saga pero con otro agente como protagonista (y otro actor, claro) y la impresión de ser una hija ilegítima de la misma. Finalmente, cuando Greengrass y Damon coincidieron de nuevo, surgió Jason Bourne (2016) como una auténtica continuación de las películas protagonizadas por Matt Damon.

En cuanto a la película en sí, la idea es conectar con las tres entregas precedentes, lo que se remarca al comienzo con la escena de los recuerdos de Jason Bourne, y dar una vuelta más de tuerca a la idea de un jefe de la CIA empecinado en acabar con Bourne. Eso sí, el argumento comienza a dar muestras de agotamiento. Se repiten ciertas premisas ya vistas con anterioridad, con lo que la trama ya no ofrece sorpresas. Incluso es fácil adivinar algunos giros de la historia, que pierde la frescura de las precedentes. Y es que una virtud que parecen no comprender los productores es saber cuando hay que poner el punto y final a una idea. La saga de Bourne habría quedado perfecta con las tres primeras películas, pero las ganas de explotar el filón parecen no reparar en nada.

Si El caso Bourne (Doug Liman, 2002) nos había sorprendido por su frescura y originalidad, amén de una puesta en escena impecable, aquí se pierde toda sorpresa, con una historia demasiado simple y que no termina de resultar convincente. En lo que el director no ha perdido el pulso es en cuanto al sentido del espectáculo. Aún con un guión no demasiado brillante, Greengrass consigue mantenernos en vilo con un ritmo constante, escenas de acción brillantes y esa cámara nerviosa que, aunque a veces pueda llegar a parecer excesiva, cumple bien el cometido de crear ritmo y tensión dramática. Eso sí, se adivina una clara intención de querer ir un paso más allá que en las entregas precedentes, en especial en la persecución final, con el camión de los SWAT, llegando a momentos del todo inverosímiles. A veces, no hace falta ese afán del más difícil todavía, que puede terminar por resultar poco convincente, aunque espectacular.

Y si el argumento mostraba signos de fatiga, también en Matt Damon comienza a pesar el paso de los años. Aunque sigue siendo un Bourne del todo convincente, convendría no seguir forzando las cosas. Como en el tema del guión, hay que saber cerrar una saga con brillantez en el momento oportuno. El resto de actores me parecen excelentes todos, empezando por el veterano Tommy Lee Jones, que siempre es un placer contar con él, así como Vincent Cassel, uno de los villanos más rotundos y convincentes del cine actual.

Jason Bourne termina siendo un pasatiempo muy vistoso, bien realizado y con calidad en su puesta en escena y reparto, pero ya un peldaño por debajo de sus tres predecesoras. Y aunque el final de la película deja abierta la posibilidad de una nueva entrega, quizá, de no encontrar alguna idea nueva, sería mejor no seguir insistiendo en lo mismo.

domingo, 4 de diciembre de 2016

Un buen año



Dirección: Ridley Scott.
Guión: Marc Klein (Libro: Peter Mayle).
Música: Marc Streitenfeld.
Fotografía: Philippe Le Sourd.
Reparto: Russell Crowe, Marion Cotillard, Albert Finney, Tom Hollander, Freddie Highmore, Valeria Bruni Tedeschi, Didier Bourdon, Abbie Cornish, Rafe Spall.

Max Skinner (Russell Crowe) es un exitoso corredor de bolsa londinense, sin más metas en la vida que su trabajo. Un día recibe la noticia de que su tío Henry (Albert Finney), a quien había estado muy unido en su infancia, ha muerto, dejándole en herencia su château en la Provenza. Max parte hacia Francia con la idea de venderlo lo antes posible.

Creo que ya lo he dicho en alguna ocasión anteriormente: estoy convencido de que la comedia es uno de los géneros más difíciles que hay. En otros es relativamente sencillo atrapar al público a base de disparos, persecuciones o sustos de muerte. Pero una comedia ha de ser divertida, ocurrente, ágil y, esencialmente, ha de tener alma. No vale cualquier cosa, necesita un guión perfecto, un ritmo preciso y unos personajes creíbles. Un buen año (2006) tiene muchos elementos válidos, pero cojea en lo fundamental: el guión.

Para empezar, la historia en sí, la del ejecutivo triunfador pero desalmado que se encontrará consigo mismo a través de un regreso a la infancia, no es que sea muy original. Pero, aún así, el planteamiento podría ser válido con un guión coherente y serio. Y es que ese es el principal fallo de algunas comedias, de muchas en realidad, y es pensar que como son comedias, pueden tomarse el argumento a la ligera. Grave error. Y ese es el principal punto débil de Un buen año: un argumento que parece no tomarse en serio a sí mismo, exagerado y superficial. Por ejemplo, carga tanto las tintas con el personaje del Max adulto, triunfador y egoísta, que no resulta convincente, sino más bien una especie de prototipo simplista. Puede que sea para agilizar la historia, puede que Ridley Scott no quiera alargar en exceso el metraje del film, pero el caso es que la presentación de Max en su entorno de trabajo, llamando esclavos a sus subalternos y manejando la bolsa como si fuera un juego de feria convierte de pronto el arranque de la película en algo forzado, tosco y chapucero.

Y la historia continúa durante mucho tiempo con ese tono un tanto forzado en busca del chiste fácil y mostrando a los personajes con una simplificación escalofriante. Parece que no hay personas de carne y hueso, sino clichés de mercadillo. Solamente en los momentos en que Max evoca su infancia en el château con su tío la película gana entidad y nos brinda pequeños destellos de sensibilidad y no un mero engranaje bien engrasado pero sin vida.

Afortunadamente, conforme nos acercamos al desenlace, que es cuando hay que redimir a Max, Un buen año empieza a parecer más creíble. Es como si cuando la historia se pone seria, cuando el guión deja de pretender ser gracioso, los personajes de pronto recobraran la cordura y empezaran a parecer personas con sentimientos, con necesidades y con entidad propia. Es triste comprobar como el guionista no ha comprendido la esencia de una buena comedia, quedándose con lo mas aparatoso, lo superficial.

El desenlace, marcadamente romántico, aunque muy predecible, sin ser tampoco excesivamente brillante, al menos nos permite disfrutar de algunos diálogos con sentido y, sin duda, de los momentos más sinceros de la película. Lo cuál no está mal, porque al menos nos deja un buena saber de boca al terminar.

En cuanto a Ridley Scott, un director un tanto impredecible, al menos hemos de reconocer que conoce su oficio y mantiene un buen ritmo a la hora de contar la historia. Otra cosa es que el argumento, como decía, no esté a la altura. Y en relación al reparto, hemos de reconocer que el gran trabajo de Russell Crowe consigue mantener en pie a su personaje, que en otras manos podría resultar patético. Lástima de no haber disfrutado más de la presencia de Albert Finney, un actor descomunal pero con muy pocos minutos en pantalla. Freddie Highmore, como Max de niño, está perfecto y Marion Cotillard aporta un punto de glamour indispensable a la parte romántica de la historia.

Un buen año es, en resumen, una comedia sin mucha gracia, un tanto superficial y por momentos un tanto forzada que logra redimirse en el momento en que se toma en serio a sí misma. No es un gran film, sin embargo, más bien un pasatiempo correcto que te entretiene. Pero uno termina con la sensación de que la historia, con otro tratamiento, daba para mucho más.


viernes, 18 de noviembre de 2016

Reglas de compromiso



Dirección: William Friedkin.
Guión: Stephen Gaghan (Historia: James Webb).
Música: Mark Isham.
Fotografía: William A. Fraker, Nicola Pecorini.
Reparto: Tommy Lee Jones, Samuel L. Jackson, Guy Pearce, Ben Kingsley, Bruce Greenwood, Anne Archer, Blair Underwood, Philip Baker Hall, Dale Dye, Amidou.

Durante una misión de rescate en la embajada de Estados Unidos en Yemen, el coronel Terry Childer (Samuel L. Jackson) ordena disparar contra una multitud de manifestantes, matando a mujeres y niños. De regreso a los Estados Unidos, Childer será sometido a un consejo de guerra acusado de romper las reglas de compromiso al disparar sobre civiles.

Reglas de compromiso (2000) es uno de esos productos norteamericanos creados para enaltecer a sus fuerzas armadas. Un vehículo de propaganda bastante previsible y un tanto tosco, pero con la cuidada envoltura que saben dar en Hollywood a este tipo de películas.

Para empezar, lo más destacado de Reglas de compromiso, y lo que explica que esté ahora aquí escribiendo estas líneas, es el reparto de la cinta, sin duda lo mejor que tiene. La presencia de Tommy Lee Jones y Samuel L. Jackson, éste último sobre actuando por momentos, fue suficiente aliciente para enfrentarme a un film cuyo trasfondo era de sobra conocido por mí. Sin embargo, llega un momento en que el desenlace de la película, anticipado ya casi desde los títulos de crédito, resulta anecdótico. En este tipo de propuestas, donde sabemos de antemano la manipulación argumental y el desenlace final, lo único válido es intentar tomarlo como una mera ficción y disfrutar de la buena factura y algunos detalles sueltos. Porque si nos ponemos con la ética en la mano, todo lo que se nos cuenta resulta bastante impresentable.

Y es que la historia, que al final pretenden decir que se basa en hechos reales, está presentada sin disimulo alguno de una manera del todo tendenciosa. Es evidente que el coronel Childer va a ser presentado como un héroe absoluto al que la manipulación y las mentiras del político de turno, que suelen ser los malos absolutos en cuanto se toca el tema de los militares, intentará desprestigiar sin éxito. Asistimos pues a ese esquema tanta veces visto de un cúmulo de pruebas y mentiras hábilmente urdidas y que da la sensación de que son imposibles de esquivar. Contamos además con la presencia del amigo que va a retirarse, con problemas con la bebida y una autoestima por los suelos (Tommy Lee Jones), para hacer aún más complicado salvar el cuello del coronel. Todo tópicos, como se ve. A partir de aquí, es fácil de adivinar que cuanto peor pintan las cosas, cuando todo está perdido... llegará el vuelco de la situación y asistiremos a un final feliz en que los buenos salen aún con un aura mayor de la que ya tenían, mientras el mal y la mentira son desarmados sin remedio. Y todo en favor de unas fuerzas armadas intachables y abnegadas en el cumplimiento de su deber. Vamos, que corres el peligro de salir disparado a alistarte en el ejército. Cualquiera que haya visto Algunos hombres buenos (Rod Reiner, 1992) entenderá de que estoy hablando.

Quizá lo bueno de Reglas de compromiso, además del reparto ya mencionado, es que el director consigue mantener un buen nivel de tensión a lo largo del elevado metraje de la cinta, de manera que no tenemos tiempos muertos y la película se hace en realidad más corta de lo que es. Y eso gracias a que Friedkin consigue un buen equilibrio entre la primera parte, con la agitada escena del asalto a la embajada, y el siempre atractivo juicio que ocupa la parte final.

Sin embargo, en lo que flojea más la película es en el simplismo con el que está expuesta la trama, que desde el comienzo identifica a los buenos y los malos con demasiada contundencia. Es tal la simplificación, para que nadie tenga dudas de quienes son los buenos, que algunos momentos resultan un tanto ridículos, dada la falta total del mínimo sentido del equilibrio a la hora de presentar los dos bandos en juego. Tampoco la película alcanza la excelencia durante el juicio, quedando como un poco pobre a la hora de presentar pruebas o de los enfrentamientos entre acusación, defensa y testigo. En esto, la mencionada Algunos hombres buenos es un claro ejemplo de un argumento mucho mejor elaborado y resuelto. Friedkin, por desgracia, se queda a un nivel muy inferior, con un desarrollo más rutinario y mucho menos convincente.

Así pues, desde un punto de vista meramente artístico, Reglas de compromiso es un film entretenido, pero sin grandeza ni genialidad. Buena factura, recurso al efectismo y la sensiblería y una trama judicial que siempre resulta atractiva, pero desaprovechando una parte de los recursos argumentales y abusando de tópicos sin mucha imaginación.  En cuanto al contenido, tremenda propaganda a favor de las fuerzas armadas norteamericanas con una peligrosa justificación muy simplista y tendenciosa del uso de la fuerza. Se comenzaba a utilizar el argumento del peligro de la Yihad, que al final llegó a superar a la ficción.

domingo, 6 de noviembre de 2016

La puerta del cielo



Dirección: Michael Cimino.
Guión: Michael Cimino.
Música: David Mansfield.
Fotografía: Vilmos Zsigmond.
Reparto: Kris Kristofferson, Isabelle Huppert, Christopher Walken, Jeff Bridges, Sam Waterston, John Hurt, Mickey Rourke, Brad Dourif, Terry O'Quinn, David Mansfield.

James Averill (Kris Kristofferson) es un joven de buena familia que tras su graduación en la universidad, en 1870, decide marchar al Oeste, en plena expansión. Veinte años después ejerce de sheriff en un condado de Wyoming donde la poderosa asociación de ganaderos local ha declarado la guerra a los inmigrantes pobres que malviven esperando un trozo de tierra que trabajar.

Si había una película que hacía bastantes años que tenía muchas ganas de ver era La puerta del cielo (1980), por varias razones. Primero, por la fascinación que me produjo El cazador (1978), sin duda el gran éxito de Cimino y una obra de arte terriblemente conmovedora. En segundo lugar, por tratarse de un western de los años ochenta, y es que el western es el género de mi infancia y cualquier intento de resucitarlo, después de su "muerte" tras su época de esplendor, merece mi atención y mi respeto. Y en tercer lugar, por ser la película maldita que arruinó a la United Artists, por provocar el fin de una época de esplendor de la figura del director (desde finales de los sesenta hasta este film), que perdió poder a partir de entonces, y por acabar en la práctica con la carrera de su director. Como se ve, razones más que suficientes para desear poder valorar personalmente esta película tan especial.

Y el caso es que, lamentablemente, creo que sigo sin poder hacer una valoración justa y exacta de La puerta del cielo (maravilloso título que hace referencia al local en que celebraban sus fiestas y reuniones los inmigrantes en el Condado de Johnson). Y es que la versión de dos horas y media que he visto no es la película que había filmado Cimino, cuyo grandioso y excesivo proyecto iba más allá de las cinco horas y que se ha perdido definitivamente. En su estreno, la productora intentó arreglar lo que se presentaba ya como un descomunal fracaso económico (Cimino pasó de un presupuesto inicial de siete millones y medio a cuarenta y cuatro millones al final del rodaje) a base de tijeretazos, dejando la película con poco más de tres horas y media de metraje y visiblemente mutilada. Michael Cimino fue víctima, como tantos otros, de la industria, que no siempre entendió bien las ambiciones de gente más inclinada hacia el arte que hacia los negocios. Esta ambición del director acabó con toda una época de grandes películas (El padrino, Toro salvaje, Apocalipsis Now, etc) donde se perseguía crear algo grandioso. Y de paso, se cerró las puertas de Hollywood. Su carrera posterior, tras un parón de cinco años, ya no tuvo mucho recorrido.

En cuanto a la versión que nos ha llegado, la verdad es que se constata que era una película ambiciosa donde Cimino quería superarse a sí mismo y su maravillosa El cazador. No solo el metraje delata las intenciones del director, sino el tiempo que se toma en cada escena, aunque sean escenas "menores". Intuimos que todo estaba medido, calculado, todo era necesario en la mente del director para crear un relato intenso y cuidado de una página muy oscura de la historia de los Estado Unidos, como fue la expansión hacia el Oeste y el trato no siempre justo ni compasivo con los miles de inmigrantes que iban a intentar salir adelante en el Nuevo Mundo. Pocas veces hemos visto en el cine expuestos con tanta crudeza y sinceridad los intereses económicos de la clase dominante y su falta de escrúpulos a la hora de imponer sus intereses. Se trata de una visión muy crítica sobre la reciente historia norteamericana, que desmitifica el sueño americano y nos muestra el desprecio por la vida de una oligarquía despiadada.

Pero no solo en el cuidado en el desarrollo de la historia advertimos la magnitud del proyecto del director. Este también se adivina en la meticulosa ambientación, hasta los más pequeños detalles, apoyada en una fotografía espectacular y una asombrosa movilidad de la cámara, sin duda anticipándose a la moda reciente de la cámara en mano, pero aquí con una intencionalidad más allá del mero alarde estético carente de contenido. La cámara se mueve con los personajes, "baila" con ellos para hacernos partícipes e integrantes también del baile; y es que el baile es algo fundamental en esta película. Primero, en la graduación en Harvard, con el Danubio Azul vigoroso e hipnotizador, como un carrusel colorido. Después, con la maravillosa escena del baile con patines de los inmigrantes, precioso espectáculo en el que la cámara es un personaje más. Y finalmente, el baile macabro final, el de los inmigrantes alrededor de los matones a sueldo de los ganaderos, de nuevo filmado con un talento genuino y una violencia extrema. Aprovecho para llamar la atención sobre la maravillosa banda sonora de David Mansfield, que es quien toca el violín en el baile de los patinadores.

En el reparto, el director confió en Christopher Walken, que ya había trabajado con él en El cazador, y que vuelve a realizar un trabajo genial aquí, y en el cantante Kris Kristofferson, que años atrás había empezado a asomarse al mundo del cine. La gran sorpresa es Isabelle Huppert, verdaderamente cautivadora, si bien parece más una dulce joven que una prostituta.

Los recortes en el metraje de la película son evidentes en algunas transiciones un tanto bruscas y en pequeños detalles en los que el argumento parece dar algunos saltos, lo que perjudica lógicamente al conjunto de la historia. Pero también hay otro elemento que no terminó de convencerme y es la excesiva frialdad que recorre toda la película. Incluso la romántica historia de amor de los tres protagonistas carece de la calidez necesaria y la vivimos con cierto distanciamiento, lo que no ayuda mucho para que nos impliquemos más en sus vicisitudes. Incluso el desenlace, aquí no sé si por los cortes de la productora, me parece también un tanto precipitado, sin el peso dramático necesario.

Aún así, La puerta del cielo me parece un western honesto y muy cuidado, donde se adivina un gran trabajo en todos sus apartados. Siendo evidente la desmesura de Cimino en esta película, opino que está muy lejos de las pobres valoraciones de crítica y público que recibió en su estreno. Afortunadamente, en la actualidad empiezan a alzarse algunas voces defendiendo la calidad de La puerta del cielo.


viernes, 4 de noviembre de 2016

Sombras tenebrosas



Dirección: Tim Burton.
Guión: Seth Grahame-Smith.
Música: Danny Elfman.
Fotografía: Bruno Delbonnel.
Reparto: Johnny Depp, Michelle Pfeiffer, Helena Bonham Carter, Eva Green, Jackie Earle Haley, Jonny Lee Miller, Chloë Grace Moretz, Bella Heathcote, Gulliver McGrath, Christopher Lee, Ray Shirley, Alice Cooper.

En 1752, los Collins abandonan Liverpool en busca de una nueva vida en el Nuevo Mundo, logrando crear una próspera empresa familiar. Pero cuando su hijo Barnabas (Johnny Depp) rechaza el amor de su doncella Angelique Bouchard (Eva Green), una bruja, ésta lo maldice, convirtiéndolo en un vampiro.

Sinceramente, mientras que otros espectadores seguramente se han inclinado a ver Sombras tenebrosas (2012) por su director, Tim Burton, ese no ha sido mi caso. No soy fan de este hombre ni he visto, por lo tanto, muchas de sus películas más celebradas. Como tampoco he visto ningún capitulo de la serie televisiva en que está basada la película. Por lo tanto, me considero libre de prejuicios para poder opinar de este film exclusivamente por lo que me ha trasmitido, sin comparaciones odiosas de por medio.

Como tampoco soy un admirador del cine de terror, mucho menos del subgénero de vampiros, el comienzo de Sombras tenebrosas no me resultó demasiado prometedor. Sin embargo, el ambiente de la película, muy logrado, así como la presencia de Johnny Depp, un actor que me encanta, me animaron a darle un voto de confianza a esta historia gótica que tiene, al menos para mí, en su sorprendente humor el ingrediente esencial que convierte un argumento no demasiado original en un espectáculo gratificante y divertido.

Y es que la historia del vampiro que ha perdido al amor de su vida es algo muy visto ya. Por ello, una historia tan poco sorprendente y fantástica sin el acierto de darle un toque especial, no pasaría de ser un film normal y corriente. Pero como Tim Burton no es un director normal y corriente, logra transformar una historia sencilla en un espectáculo maravilloso.

Quizá el mayor acierto resida en haber sabido darle un toque de humor a la historia. A un film tan irreal creo que le sienta de maravilla el no tomárselo demasiado en serio. Y la verdad es que la película me sorprendió por sus continuas bromas, sus excentricidades bien llevadas y unos personajes  verdaderamente bien diseñados. En especial Barnabas, con su cómico aterrizaje en el siglo XX y su continua sorpresa ante un mundo nuevo y desconocido. La elegancia de sus modales, lo refinado de su lenguaje y el choque brutal con la vulgaridad de 1972 resultan deliciosos. Y más aún si se trata de Johnny Depp, un actor lleno de talento, que da vida al por momentos ridículo vampiro con un encanto y un carisma especiales. Pero también los niños Collins como la doctora aportan un punto surrealista nada despreciable a la historia. Y es que nada es normal en esta historia, pero sin caer tampoco en excesos, sin recrearse en lo anómalo. Hay un punto de equilibrio que mantiene la historia, en su irrealidad, dentro de unos límites aceptables.

Si a ello añadimos unos diálogos muy cuidados, una ambientación perfecta y una banda sonora fantástica, el resultado es una película muy entretenida, no por la historia en sí, sino por esa manera tan especial y original de Tim Burton de ponerla en escena.

Aunque no todo es perfecto y en el debe yo pondría una excesiva duración, que penaliza un poco el ritmo, pues en algunos momentos parece que el hilo narrativo pierde fuerza. Y es que la historia tampoco es que sea demasiado original como para sorprendernos y mantenernos en vilo, pues el desenlace es más que evidente, por lo que por ese lado se pierde algo de emoción. Incluso, algunos personajes no terminan de desarrollarse del todo, como si no encajaran del todo bien o faltaran minutos para que se concretaran mejor. Y como decía, minutos no le faltan al film. Más bien parece que el argumento no terminó de afinarse del todo.

Aún así, me pareció una película fabulosa, donde asistimos a un despliegue de buen humor y mucha imaginación al servicio de un divertimento sencillo pero que, realizado con gusto y elegancia, consigue hacernos pasar un muy buen rato. Sin duda, una agradable sorpresa, más apreciada por lo inesperada.

domingo, 16 de octubre de 2016

Frío en julio



Dirección: Jim Mickle.
Guión: Jim Mickle y Nick Damici (Novela: Joe R. Lansdale).
Música: Jeff Grace.
Fotografía: Ryan Samul.
Reparto: Michael C. Hall, Sam Shepard, Don Johnson, Vinessa Shaw, Nick Damici, Wyatt Russell, Bill Sage, Brianda Agramonte, Kristin Griffith, Ken Holmes.

Texas, 1989. Una noche, un ladrón entra a robar en casa de Richard Dane (Michael C. Hall), un padre de familia normal y corriente. Asustado, Richard le dispara sin querer y lo mata. La policía identificará al intruso como un delincuente común, cuyo padre (Sam Shepard), recién salido de prisión, acude al pueblo donde reside Dane para vengar la muerte de su hijo.

Quizá lo mejor que podemos decir de Frío en julio (2014) es que es un thriller en el que resulta muy difícil hacerse una idea de por donde van los tiros (valga el juego de palabras). Y ahí reside su mayor mérito: es un film que nos mantiene en vilo por lo imprevisible del desarrollo y sus giros argumentales, que nos dejan descolocados.

Así, el arranque de la película parece que nos lleva a un film de acoso a una indefensa familia por parte de un delincuente en busca de venganza. ¿Les recuerda a El cabo del miedo? Sin embargo, cuando nos vamos preparando mentalmente para el acoso, quizá demasiado visto ya, el argumento da un giro inesperado en el que los malos ya no parecen serlo, al menos no tanto, y sí los buenos. Y aquí no termina la cosa, porque de nuevo nos veremos empujados a un nuevo giro que nos conduce a un desenlace cargado de violencia donde se va en busca de una justicia tan dura para el verdugo como para la víctima. Dejaremos sin desvelar los detalles para no arruinar la fiesta. Pero de nuevo la incertidumbre, si bien el final es más predecible, nos mantendrá pegados al asiento hasta el final. Y creo que no se puede hacer mayor elogio de un thriller que éste.

Además, por si el guión no fuera suficiente, el trabajo de Jim Mickle en la dirección es sobresaliente. Presenta una película estilizada, despojada de artificios, sencilla en cuanto a la puesta en escena, con un ritmo muy acertado, donde se refleja muy bien la tensión del protagonista, al menos en la primera mitad de la cinta, un hombre corriente superado por los acontecimientos, atenazado por su miedo. Mickle consigue darle un sello personal al film que le aporta carácter sin perder de vista la sencillez.

En el reparto destaca el veterano Sam Shepard, acompañado por un recuperado Don Johnson que, a pesar de la edad no puede evitar seguir yendo de guaperas, y donde resaltaría también la grata sorpresa de un convincente Michael C. Hall, perfecto en su papel de un padre de familia al que de pronto todo lo supera. Consigue trasmitirnos su angustia con un trabajo contenido pero muy expresivo.

Sin embargo, Frío en julio no se libra de algunos defectos, como el hecho de que el cambio en el personaje de Hall no está del todo bien explicado. Comprendemos perfectamente sus miedos al comienzo de la historia, quedando claro que es un hombre normal al que una muerte, aún en defensa propia, lo deja bastante perplejo y descolocado. También nos identificamos con él cuando siente el peligro que amenaza a su familia. Sin embargo, su cambio posterior no deja de parecer un poco sorprendente, más cuando nada en la historia parece detenerse a explicarlo. Aún así, se trata de un detalle menor que, en el fondo, no nos impide disfrutar de un film muy bien realizado y con un argumento que nos garantiza intriga y tensión a lo largo de toda la cinta.

sábado, 15 de octubre de 2016

El expreso de Chicago



Dirección: Arthur Hiller.
Guión: Colin Higgins.
Música: Henry Mancini.
Fotografía: David M. Walsh.
Reparto: Gene Wilder, Jill Clayburgh, Richard Pryor, Patrick McGoohan, Ned Beatty, Ray Walston, Richard Kiel, Scatman Crothers, Clifton James.

Durante un viaje en tren de Los Ángeles a Chicago, el editor de libros George Caldwell (Gene Wilder) entabla amistad con Hilly (Jill Clayburgh), la secretaria de un profesor de arte que es asesinado durante el viaje, siendo George testigo de su muerte.

El expreso de Chicago (1976) es un producto perfecto para el lucimiento de Gene Wilder, un cómico un tanto peculiar que supo hacerse un hueco en el cine cómico durante las décadas de los setenta y ochenta del pasado siglo.

La película se presenta como una mezcla de cine cómico, de acción y de suspense, algo que es necesario dosificar con cuidado para conseguir un resultado convincente.

En este caso el problema es que ninguno de los tres elementos de la historia termina de funcionar bien. Y eso que el comienzo resulta especialmente inspirado en la vertiente cómica, con los mejores momentos de toda la cinta, gracias a unos buenos diálogos donde se juega con el doble significado de las palabras. Sin embargo, conforme avanza la cinta, la inspiración se va difuminando y la supuesta chispa cómica se queda en una colección de momentos no demasiado inspirados y con demasiado ritmo.

Y algo parecido sucede con la parte de suspense del film, que no se explota convenientemente y se queda en muy poca cosa, con el agravante de un final que me resultó un tanto rocambolesco, donde predomina la acción pura y dura pero sin que termine de convencernos tampoco.

La escena final, en la estación, resume a la perfección la falta de inspiración general y esa impresión de que a la película le falta algo, convicción o fuerza, para poder subir un peldaño y salir del tono general un tanto mediocre.

Quizá lo más destacado del todo sea la presencia de Richard Pryor, haciendo pareja por primera vez con Wilder y que, fruto de la química entre ambos, dará lugar a más colaboraciones posteriores. Aún así, la presencia de Pryor se limita a la parte final de la cinta. El caso de Gene Wilder es peculiar: no me parece un gran actor cómico, encuentro que a veces le falta chispa, y sine embargo, al final termina por resultar gracioso, a su manera. Y eso que considero que en esta ocasión el director no sabe explotar todas las posibilidades cómicas de Wilder, que se queda un poco por debajo de sus posibilidades. Ojo al resto del reparto, con algunos secundarios muy conocidos, como Scatman Crothers (El resplandor) o Richard Kiel, el Tiburón de las películas de James Bond.

Con todo, El expreso de Chicago tuvo una buena acogida por parte del público en su momento. Vista hoy en día, hemos de reconocer que se trata de un film sin grandes puntos fuertes. Es una cinta que entretiene, pero dentro de un nivel no demasiado elevado.

sábado, 8 de octubre de 2016

Parker



Dirección: Taylor Hackford.
Guión: John J. McLaughlin (Libros: Donald E. Westlake).
Música: David Buckley.
Fotografía: J. Michael Muro.
Reparto: Jason Statham, Jennifer Lopez, Michale Chiklis, Wendell Pierce, Clifton Collins Jr., Bobby Cannavale, Patti LuPone, Carlos Carrasco, Emma Booth, Nick Nolte.

Parker (Jason Statham), un ladrón profesional, es traicionado por sus socios tras un robo, dándolo por muerto. Una vez recuperado de sus heridas, Parker cambia de identidad y comienza a preparar su venganza.

De nuevo estamos ante una de esas producciones norteamericanas que aplican la violencia extrema como vehículo de entretenimiento. Lo malo es que ni el guionista ni el resto de equipo técnico parece que se han devanado mucho los sesos para ofrecernos un film original, sino todo lo contrario.

En lo único que parece que han puesto cierto interés los responsables de Parker (2013) es en el reparto. De hecho, suele ser, incluso en films de medio pelo como este, el elemento que más se suele cuidar, ya que un buen reparto, o al menos con cierto gancho, suele ser la garantía para conseguir rentabilizar en taquilla la inversión inicial. Y la verdad es que la elección de Jason Statham me parece totalmente justificada. Sin duda, una vez llegados al ocaso de sus carreras Arnold Schwarzenegger y Sylvester Stallone, Statham parece un más que digno sucesor. Es un actor con carisma y aunque se le acabe encasillando en papeles demasiado repetitivos, la verdad es que parecen irle como un guante. Y aunque esta película sea en general muy floja, al menos él mantiene el tipo y da la talla. En cambio, Jennifer Lopez me desconcierta un poco, aunque quizá no sea ella, sino su personaje, a medio camino entre una vendedora sexy y una joven alocada (me recordó a Kim Basinger en algunos papeles de juventud), pero que no termina de funcionar, más bien por defectos en el dibujo de su personaje, que ni resulta demasiado sexy ni tampoco gracioso. Del resto de actores, destacar la presencia de Nick Nolte, si bien bastante envejecido y con un papel más circunstancial que otra cosa.

Señalado lo que considero lo mejor del film, el resto no da para muchos comentarios. Todo es muy mediocre, empezando por un guión plagado de situaciones demasiado forzadas y que en ningún momento termina de resultarnos creíble. Lo aceptamos porque se sobreentiende que el único fin de Parker es crear un cúmulo de escenas de acción que nos entretengan y nada más; con lo que entendemos que el guión es casi una mera disculpa. Una pena, porque cualquier película que se precie debe cuidar todos los apartados y, esencialmente, tener un armazón sólido en donde acomodar todo lo demás. Y como Parker falla especialmente en lo básico, el guión, el resto de elementos se quedan huérfanos, pareciendo todo un pequeño desastre sin pies ni cabeza. Y si la intriga es bastante vulgar y forzada, los intentos de aligerarla a base de momentos de pretendido humor resultan también bastante mediocres. Y es que en la película se ha descuidado casi todo, de manera que al final tenemos una mezcla de escenas de acción con momentos de transición que jamás llegan a formar un conjunto sólido y que funcione.

Hasta el final, muy previsible, resulta muy banal, sin alcanzar el clímax esperado y con un epílogo rutinario y precipitado que busca atar todos los cabos sueltos pero lo hace sin convicción ni demasiado rigor, quitándose de encima al jefe mafioso casi a la fuerza.

En resumen, una película sin imaginación ni talento. Un producto de mero consumo, de usar y tirar, que no aportará nada al género ni al espectador despistado que se deje seducir por la presencia de Statham en el cartel.

miércoles, 5 de octubre de 2016

Chacal



Dirección: Fred Zinnemann.
Guión: Kenneth Ross (Novela : Frederick Forsyth).
Música: Georges Delerue.
Fotografía: Jean Tournier.
Reparto: Edward Fox, Michael Lonsdale, Derek Jacobi, Alan Badel, Cyril Cusack, Eric Porter, Donald Sinden, Delphine Seyrig, Timothy West, Ronald Pickup, Maurice Denham.

Tras fracasar en sus intentos de acabar con la vida del presidente francés Charles De Gaulle, la OAS decide que no tiene ya más alternativa que recurrir a los servicios de un asesino profesional para llevar a cabo sus planes. El elegido es un inglés que adopta el nombre en clave de Chacal (Edward Fox).

Ejemplar adaptación del gran éxito de Frederick Forsyth a cargo de un sobrio Fred Zinnemann, que logra conjugar la tensión del argumento con el rigor histórico, logrando una memorable película que tuvo un desafortunado remake en 1997.

Quizá lo más destacable de Chacal (1973) sea la habilidad del director para conseguir que una película de ciento cuarenta y minutos mantenga el interés del espectador en todo momento, logrando además que la tensión vaya en aumento progresivamente hasta el final, sencillamente ejemplar. Y ello teniendo en cuenta que Zinnemann no se limita a realizar un film de acción pura y dura, que sería el recurso más fácil o más evidente hoy en día.

El proyecto se adivina mucho más ambicioso, intentando ofrecer un relato con todo detalle de la planificación del asesinato de De Gaulle por el frío e implacable Chacal. Por tanto, abundan los detalles sobre los preparativos, a veces no del todo claros en su momento, pero que irán encajando con precisión a lo largo de la película.

Y a pesar de esa meticulosidad, Zinnemann no pierde el sentido del espectáculo, el vigor expositivo y consigue que sigamos con expectación cada movimiento del asesino. Además, a pesar de lo enrevesado de algunos pasajes, con investigaciones en Francia y Gran Bretaña con multitud de detalles, datos y personajes, el guión está tan bien trabajado que no cuesta nada seguir el hilo de la intriga, en sus dos vertientes: la labor de Chacal en la planificación y el rastreo sistemático y contra reloj de los servicios de seguridad.

Es realmente admirable el perfecto equilibrio entre rigor y tensión dramática que consigue el director gracias a una puesta en escena muy inteligente y en el uso admirable de elipsis, omitiendo detalles cuando es necesario agilizar el desarrollo de los acontecimientos o dejando que sean las imágenes las que narren los hechos, como en la escena final en que, sin oír los diálogos, entendemos la charla del inspector Lebel (Michael Lonsdale) con el gendarme que controla el paso del público en la plaza donde De Gaulle impondrá condecoraciones. Todo un ejemplo de inteligencia narrativa y eficacia.

Incluso estéticamente, a la película, deudora de su época, le ha sentado bien el paso del tiempo, que le otorga cierta pátina que aumenta el aire casi documental de algunas secuencias.

En cuanto al reparto, no tenemos grandes estrellas de la época, en lo que me pareció el punto más débil de todos; en especial en relación al protagonista, Edward Fox, un tanto rígido y acartonado en su personaje y quizá sin el carisma necesario. Aún así, ciñéndonos a su trabajo, tampoco podemos achacarle nada en concreto, salvo que nos guste más o menos. Y salvo Michael Lonsdale y Derek Jacobi, con cierto nombre, el resto del reparto resulta poco familiar, pero cumplen con corrección en lineas generales. Aún así, puestos a buscarle un pero a la película, quizá sería el reparto, como decía, el punto más flojo de Chacal.

Sin duda alguna, un film brillante, donde la tensión de una intriga muy inteligente, el rigor histórico y una puesta en escena perfecta logran un espectáculo remarcable. Un ejemplo de trabajo bien hecho.

sábado, 1 de octubre de 2016

Plan de escape



Dirección: Mikael Hafström.
Guión: Jason Keller y Miles Chapman.
Música: Alex Heffes.
Fotografía: Brendan Galvin.
Reparto: Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger, James Caviezel, Vinnie Jones, Amy Ryan, Vincent D'Onofrio, Curtis "50 Cent" Jackson, Faran Tahir, Sam Neill.

Ray Breslin (Sylvester Stallone) es un experto en fugarse de cárceles de máxima seguridad, habilidad que ha convertido en su profesión, en la que es el mayor experto del país. Por ello no duda en aceptar un contrato millonario que supone el reto más arriesgado al que nunca se ha enfrentado.

Los viejos roqueros nunca mueren, o eso se dice. Y últimamente algunas películas norteamericanas parecen querer demostrarlo. Plan de escape (2003) es una de ellas, pero sin duda no de las más recomendables.

Hay géneros que son más defendibles que otros. Y el de mamporros, el cine de acción pura y dura no es un género que me guste demasiado ni que me aporte tampoco nada destacable. Sin embargo, no siempre tenemos ganas de ver películas sesudas o dramas profundos. Hay tardes de otoño en que uno se contenta con un mero pasatiempo, una diversión intrascendente, una película para palomitas y nada más. Pero incluso para un mero pasatiempo es necesario un mínimo de nivel, un mínimo de rigor y calidad. No vale cualquier cosa. Y con Plan de escape tengo la impresión que los responsables de la película se han contentado con reunir a dos viejas glorias de los ochenta y noventa y poco más, confiando en que su presencia fuera suficiente.

Para empezar, uno tiene la sospecha de que, desde el primer minuto, puede anticipar con pocas dudas el desarrollo de la película. Y por desgracia es así. La historia es rutinaria y su desarrollo carece de cualquier apunte original que pueda despertar nuestro interés o sorprendernos mínimamente. Solamente hay un giro argumental que nos sorprende, al final, y lo hace para peor, porque se trata de una de esas trampas rebuscadas y absurdas, innecesarias además, que añade más vulgaridad a un guión ya de por sí muy malo. Y es malo porque la historia resulta desde cualquier punto de vista increíble, los personajes no se sostienen en pie y todo el montaje chirría sin remedio. El mejor ejemplo de lo chapucero del trabajo de Keller y Chapman son unos diálogos estúpidos que nos dejan atónitos en más de una ocasión.

Así que, partiendo de una historia que deja de interesarnos desde el minuto uno, lo único que justifica que no apaguemos el televisor es disfrutar de esos dos pesos pesados del cine acción. Y la verdad es que tampoco el espectáculo resulta demasiado gratificante. La fuerza de Stallone y Schwarzenegger residía en su plenitud física, algo que ahora brilla por su ausencia, especialmente en el caso de Arnold, envejecido y un tanto incongruente en su papel. Como además nunca fueron dos buenos actores, el resultado no es muy brillante. Eso sí, uno los contempla con cierto cariño, más como si acudiera a una despedida, a un film donde los rivales de antaño unen sus escasas fuerzas en un film que tiene más de homenaje que de propuesta realmente seria.

Con todo lo dicho anteriormente, es evidente que poco podemos sacar de esta película. El argumento no se sostiene, la mecánica carece de sorpresas, los personajes son rutinarios, acartonados y meros estereotipos, los ingenios para fugarse de la cárcel no se los cree nadie, jamás sentimos un peligro real sobre los protagonistas, todo es tan irreal como infantil... y hasta las escenas de acción no son más que un puñado de mamporros, más el tiroteo verbenero del final,  de tipos cachas con un desarrollo ya muy visto y un resultado más que predecible.

Así que mejor pasar de esta película, salvo que un ramalazo de nostalgia nos empuje a ver a estos dos colosos de antaño en pleno ocaso.

lunes, 26 de septiembre de 2016

Historias mínimas



Dirección: Carlos Sorin.
Guión: Pablo Solarz.
Música: Nicolás Sorín.
Fotografía: Hugo Colace.
Reparto: Javier Lombardo, Antonio Benedictis, Javiera Bravo, Laura Vagnoni, Mariela Díaz, Julia Solomonoff, Anibal Maldonado, Magín César García, María Rosa Cianferoni, Carlos Monteros.

Por una serie de casualidades, tres personas iniciarán al mismo tiempo un viaje desde la Patagonia profunda a la ciudad de San Julián: un viejo (Antonio Benedictis) en busca de su perro, un viajante (Javier Lombardo) para cortejar a una clienta suya viuda y una joven madre (Javiera Bravo) para participar en un concurso de televisión.

Hay un cine distinto al que llena las salas de las grandes ciudades, al que recauda millonarias cifras en taquillas de todo el mundo y al que es portada de diarios y revistas. Es un cine modesto, cobijado en pequeños festivales, en cines de barrio y cuya propaganda se hace artesanalmente por lo general. Un cine pequeño, del que es perfecto ejemplo esta película: Historias mínimas (2002), una producción argentina modesta y humilde, como anuncia su título, pero que no olvidaremos fácilmente.

La película podría encuadrarse en el sub género de las road movies, si es que resultara necesario ubicarla en algún lugar concreto. En realidad, es una película sobre personas, sobre sus sueños, sobre un perro y dos tortugas también.

El encanto de Historias mínimas reside en su sencillez. Es todo tan básico, tan primitivo, que casi cuesta hablar de ella en términos de ficción. Y es que parece tan real, ¡es tan real!, que nunca llegamos a sentirla como un artificio, como una obra pensada y escrita. Se asemeja a un documental o, más aún, a la labor de alguien que se arma con una cámara y va filmando trozos de vida, historias cotidianas interpretadas por los protagonistas de las mismas, no por actores.

Hay detrás de las historias un guión, cierto, pero no lo parece. Y el guión entreteje el viaje de tres personas en medio de la nada, de un paisaje vacío e inmenso, de una naturaleza tan escasa que apenas existe, salvo por la hierba seca y el viento. Y el frío y un horizonte inalcanzable. Son historias sencillas, carentes en realidad de interés, de lecciones o moralejas. Tres momentos fugaces en la vida de tres personas, con la gente que se van encontrando y que desaparece de repente, tan efímera como casual.

Quizá la más enternecedora sea la historia de don Justo (Antonio Benedictis), que parte en busca de su perro, que lo abandonó hace tres años, caminado torpemente por un paisaje inmenso, con una determinación que nos desconcierta. Creemos que es el amor de un viejo por su compañero perdido, hasta que descubrimos que en realidad es un viaje en busca de la redención, del perdón. Y entonces nos quedamos mudos, mirando al pobre anciano y sintiendo que la vida a veces es demasiado cruel.

La aventura de Roberto (Javier Lombardo) con una tarta en forma de balón de fútbol es más frívola. Se trata de un hombre sin hogar, un viajante de comercio que palía su soledad con pequeñas aventuras a lo largo de sus viajes y que ahora lleva una tarta como una especie de señuelo con el que conquistar a una viuda por la que se siente atraído. Su meticulosidad con la tarta puede llegar a resultar desesperante en la parte del relato más simpática y amable.

El viaje de María (Javiera Bravo) completa la terna. Es una historia secundaria, sin mucho peso en comparación con las anteriores, que se liquida en dos breves pinceladas, al comienzo del film y al final. Y sin embargo, describe con precisión la precariedad de la vida en la Patagonia profunda, la falta de lo más elemental, como la electricidad, y la sencillez de una mujer apegada a un universo pequeño, sencillo y suyo y que en la ciudad, frente a una cámara, parece una niña pequeña, como su hija, deslumbrada por luces de colores y regalos imposibles, con una alegría tan sincera como natural, de niña asombrada por un mundo inimaginable.

Tres pequeños relatos pues que apenas cuentan nada, pero que dejan ver algo tan mínimo y tan importante como es la vida sin artificios, el día a día de tres seres intranscendentes, tres personas sin apellidos, pero iguales a nosotros, con amores perdidos, ilusiones pequeñas, con la necesidad de ser queridos y aceptados, amados y perdonados. Carlos Sorin nos habla de la naturaleza humana, y lo hace con una mirada limpia, sincera y amable. Con cierto optimismo, con mucha ternura y cariño y respeto. Y por eso nos conmueve y nos emociona, desde una naturalidad absoluta, desde la sencillez más desnuda, sin adornos y sin rodeos en un film delicioso y enorme.

domingo, 25 de septiembre de 2016

Al encuentro de Mr. Banks



Dirección: John Lee Hancock.
Guión: Sue Smith y Kelly Marcel.
Música: Thomas Newman.
Fotografía: John Schwartzman.
Reparto: Emma Thompson, Tom Hanks, Colin Farrell, Paul Giamatti, Jason Schwartzman, Bradley Whitford, Ruth Wilson, B. J. Novak, Rachel Griffiths, Kathy Baker, Annie Rose Buckley.

Walt Disney (Tom Hanks) lleva veinte años, desde que le prometió a sus hijas que haría una película sobre el personaje de Mary Poppins, intentando convencer a la novelista Pamela L. Travers (Emma Thompson) para que le ceda los derechos de su novela. Pero por alguna extraña razón, ella se niega una y otra vez.

Al encuentro de Mr. Banks (2013) cuenta, o al menos eso pretende, las dificultades con las que se encontró el gran Walt Disney para convencer a una reticente Pamela Travers a la hora de cederle los derechos de su novela "Mary Poppins" para llevarla al cine. Y digo pretende porque uno intuye que la ficción que nos cuenta John Lee Hancock no es más que una versión convenientemente edulcorada de lo que debió suceder en realidad. Es cierto que muchos detalles están ahí, como la negativa de Travers a que aparecieran dibujos animados o su agrio carácter, pero es evidente que las licencias poéticas son numerosas, empezando por un idealizado a más no poder Walt Disney. Y es legítimo en cierta medida, ya que no se trata de un documental o un film con pretensiones históricas. Cualquier espectador comprende que estamos ante una película para entretener, una ficción, y además made in Hollywood.

Por ello, tenemos un guión muy hábil que juega con maestría con las dos historias que se suceden paralelamente: la infancia de Pamela Travers y su especial relación con su padre, que marcará profundamente su personalidad y su vida; y las negociaciones con Walt Disney a la hora de cederle los derechos de su novela. No es ninguna novedad que Hollywood es especialista a la hora de jugar con este tipo de historias y cómo sabe apoyarse en pequeños detalles para, llegado el momento oportuno, recurrir a ellos y crear el climax y la emoción necesarias para un desenlace intenso. En este sentido, el guión conjuga con habilidad las dos historias y va aumentando progresivamente la intensidad hasta culminar con la escena del estreno de Mary Poppins, el punto álgido en el que estallan las emociones contenidas, al compás con el que resbalan las lágrimas por el rostro de Emma Thompson. Todo funciona de maravilla, como un reloj suizo. Y eso es lo que más me incomodó: descubrir como te van llevando en volandas, como un corderito, hasta donde quieren. Y seguramente para muchos espectadores será imposible reprimir una lágrima en esos momentos. Por una parte, reconozco que el guión es muy inteligente y sabe tocar las fibras con precisión de cirujano. Por otra parte, hay algo forzado, un aroma a engaño que me chilla desde el interior, algo que me avisa de que estoy siendo manipulado. Un equilibrio inestable que me impide valorar objetivamente la película.

Sin embargo, lo que sí que me parece meridiano son otros aciertos de la producción que hacen de la película un producto impecable. Por una parte, la fotografía, en especial en la historia de la infancia de Pamela, que le da a ese relato un aire nostálgico y una belleza formal maravillosas. Y en segundo lugar, el reparto. Emma Thompson está sencillamente genial dando vida a la estirada y amargada escritora, una mujer difícil que ha creado una coraza tan dura como el acero y que ni ella misma parece que ya es capaz de perforar. Y sin embargo, nunca se hace antipática. Consigue que su personaje nos resulte comprensible; no amable, pero casi. Pero es que a su lado está Tom Hanks, un actor especial que considero que es unos de los mayores talentos del cine actual; haga el papel que haga, siempre lo borda y aunque su Walt Disney está dibujado como un dechado de virtudes y con una paciencia infinita, Hanks le da una entidad real y cercana. Pero es que encima tenemos a Paul Giamatti, con un personaje fantástico al que convierte en entrañable, o Colin Farrell, maravilloso en su papel, componiendo un personaje al que cogemos cariño al tiempo que nos conmueve su debilidad fatal. Hasta la pequeña Annie Rose Buckley, que encarga a Pamela de niña, está perfecta, con una mirada cautivadora y tremendamente expresiva. Sin duda, el reparto es todo un acierto y hace que el film adquiera una entidad mayor.

En muchos aspectos, la película me recordó a Descubriendo Nunca Jamás (Marc Forster, 2004), por  las licencias poéticas y la carga emocional en torno también a otra figura mítica del universo infantil, como era Peter Pan. Sin la maravillosa carga poética de esa, Al encuentro de Mr. Banks es un film que derrocha buenos sentimientos, invita a ser felices y a perdonarnos nuestras propias debilidades, espantando viejos fantasmas e intentando aprovechar y disfrutar lo mejor que podamos la vida que nos ha tocado vivir. Sin duda, unos propósitos muy loables. Quedémonos con eso.