El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 1 de noviembre de 2020

Ultimátum a la Tierra

 



Dirección: Robert Wise.

Guión: Edmund H. North (Historia: Harry Bates).

Música: Bernard Herrmann.

Fotografía: Leo Tover (B&W).

Reparto: Michael Rennie, Patricia Neal, Hugh Marlowe, Sam Jaffe, Billy Gray, Frances Bavier, Lock Martin.

Un OVNI aterriza en Washington. De la nave un extraterrestre llamado Klaatu (Michael Rennie), que anuncia que trae un mensaje importante para el planeta y pide que se organice una reunión de los líderes mundiales para comunicarles dicho mensaje.  

Cuando la ciencia ficción era aún un género menor, básicamente una especie de sub-género del cine de terror a base de alienígenas beligerantes, algunas películas buscaron nuevas vías dentro del género y Ultimátum a la Tierra (1951) es un perfecto ejemplo.

Lo novedoso del film es cómo, en medio de la Guerra Fría y con el temor de un nuevo conflicto mundial extendiéndose entre la población, aboga por un pacifismo manifiesto como solución a los problemas de la humanidad. Y la novedad también estriba en que la idea la traen los extraterrestres, que ya no son seres destructivos, sino abanderados de la paz y la convivencia. Tendríamos que esperar hasta Encuentros en la tercera fase (Steven Spielberg) en 1977 para volver a disfrutar de una idea similar.

Pero también es cierto que la simplicidad con que se expone esta idea pacifista denota la ingenuidad del género en esos momentos, con unos planteamientos bastante elementales en su concepción y su puesta en escena. Claro ejemplo es el aspecto humano del extraterrestre, que simplifica mucho las cosas pero denota lo sencillo de todo el planteamiento, así como la evidente limitación presupuestaria.

Pero el pacifismo extraterrestre es, en esencia, una advertencia contra la estupidez humana y su nula capacidad para aprender de los errores pasados; así como una prueba de a dónde podría llegar la humanidad si aplicara sus investigaciones hacia fines útiles que beneficiaran a todos. Como ocurría en otros films de la época, como en La humanidad en peligro (Gordon Douglas, 1954), de nuevo el foco de atención se pone en la bomba atómica, de reciente invención y cuya fuerza devastadora era el mejor ejemplo del peligro real de utilizar la ciencia con fines perversos.

La originalidad de estas ideas choca, sin embargo, con los medios utilizados en el film, que ponen en evidencia que estamos ante un serie B. La limitación de medios es evidente en la figura del autómata Gort (Lock Martin), tan rudimentario que provoca risas.

Robert Wise, en su primera incursión en la ciencia ficción, realiza un trabajo sencillo, sin adornos, en beneficio de una narración fluida y el reparto está más o menos en la misma línea, sin grandes trabajos pero tampoco sin desentonar. Michael Rennie era un rostro bastante desconocido pero resultó ser todo un acierto por su hieratismo que, sin embargo, también dejaba ver cierta ternura hacia los humanos, en especial con el niño.

La música merece una mención aparte por el uso del theremin, un instrumento electrónico, con el que Bernard Herrmann reproduce el supuesto sonido producido por el OVNI, quedando ya como todo un clásico del género.

En definitiva, una film interesante, más en su vertiente de precedente de lo que llegó a ser el género y, por lo tanto, con cierto valor histórico evidente.

La humanidad en peligro

 



Dirección: Gordon Douglas.

Guión: Ted Sherdeman.

Música: Bronislau Kaper.

Fotografía: Sidney Hickox (B&W).

Reparto: James Whitmore, Edmund Gwenn, Joan Weldon, James Arness, Onslow Stevens, Chris Drake, Leonard Nimoy.

En Nuevo México, la policía localiza a una niña caminando sola en estado de shock y también una caravana destruida, así como una tienda y a su propietario muerto. Lo que no consiguen averiguar es qué o quién pudo haber causado eso.

La ciencia ficción no dejaba de ser un género menor en los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, propio de películas de serie B. Sin embargo, en la opulenta sociedad estadounidense surgida tras la Segunda Guerra Mundial comenzaron a aparecer algunos films que ponían en duda la aparente tranquilidad y prosperidad del momento. Y eran, sobre todo, películas de ciencia ficción que, de manera metafórica, advertían de los peligros del comunismo, la experimentación científica o el desarrollo militar. Y es en este contexto que debemos situar a La humanidad en peligro (1954) que, con el paso del tiempo, se ha convertido en un clásico que sirvió de modelo a muchas películas posteriores.

El hecho de que la Warner Bros se encargara de la película demuestra la aceptación que empezaba a tener el género y cómo un estudio importante veía la posibilidad de rentabilizar la incursión en el mismo. Así todo, tanto por medios empleados como por reparto, La humanidad en peligro no escapa de la serie B.

La película tiene un comienzo muy interesante, al ocultarse durante la introducción muy hábilmente el origen de las misteriosas destrucciones y muertes sucedidas en Nuevo México. El guión estira lo suficiente la intriga como meternos de lleno en la historia de manera muy astuta. Una vez desvelado el misterio, las hormigas mutantes, el film opta por un desarrollo en el que prima la búsqueda de verosimilitud en detrimento de una orientación más enfocada a la acción pura y dura. Sin duda, una decisión que encuentro acertada, pues hace que la película adquiera cierta entidad y no se pierda en una simple sucesión de efectos especiales y peleas desatadas, además de conferir una dosis de plausibilidad a una premisa a todas luces absurda. Sin embargo, hay que reconocer que ello penaliza un poco la carga dramática de la historia, pues quizá el guión se excede un poco con las explicaciones científicas y las investigaciones sobre la expansión de la plaga. Ello además se hace más evidente en contraste con el eficaz arranque del film. 

Técnicamente, la película iba a ser filmada en color y en 3-D, aunque los responsables del estudio, disconformes con los resultados previos, terminaron optando por el blanco y negro, que resultaba más económico y, quizá, sea más adecuado, en especial a la hora de filmar a las hormigas o, mejor dicho, a la hormiga. Debido a limitaciones de presupuesto, se optó por construir una sola hormiga a tamaño natural y la maqueta de la cabeza otras solamente. Hábilmente, el director supo paliar la economía de medios filmando en lugares oscuros y con marionetas en último plano. A pesar de estas limitaciones económicas y especialmente técnicas, el resultado es más que satisfactorio en este apartado.

El reparto, como es lógico, se confeccionó con actores habitualmente secundarios, aunque brillantes, como James Whitmore, en la piel del sargento de policía Peterson, cuyo papel más destacado había sido en La jungla de asfalto (John Huston, 1950). Edmund Gwenn, el científico Medford, había ganado un Oscar en De ilusión también se vive (George Seaton, 1947) y James Arness se haría muy conocido en España años más tarde por su trabajo en televisión como el shérif Matt Dillon en la serie La ley del revólver. En cuanto a Joan Weldon, como la doctora Pat, hija del doctor Medford, no es un rostro conocido y su papel es casi decorativo y solo para aportar la inevitable dosis de romanticismo a la historia, que está cogida en realidad con alfileres y tampoco tiene un peso específico en el desarrollo del film.

Como viene siendo habitual en las películas de ciencia ficción, las advertencias sobre los peligros de la ambición científica del hombre dejan siempre un final abierto, cargado de amenazas. Es el aviso, con toques bíblicos, de que el ser humano puede acarrear su propia destrucción. En esta ocasión por el desarrollo de un arma tan devastadora como la bomba atómica. 

La humanidad en peligro pertenece a la historia de la ciencia ficción por méritos propios y es por ello que resulta un título que los amantes del género, y del cine, apreciarán en su justa medida, dentro de su modestia, claro, pero sin perder de vista su influencia en la evolución de un género que, poco a poco, se fue ganando el respeto del público y la crítica a partir de estos comienzos modestos.