El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 31 de diciembre de 2022

Dunkerque


Dirección: Christopher Nolan.

Guión: Christopher Nolan.

Música: Hans Zimmer.

Fotografía: Hoyte van Hoytema.

Reparto: Fionn Whitehead, Tom Glynn-Carney, Jack Lowden, Harry Styles, Aneurin Barnard, James D'Arcy, Barry Keoghan, Kenneth Branagh, Cillian MurphyMark Rylance, Tom Hardy.

1940, el avance imparable del ejército alemán aísla en las playas de Dunkerque a miles de soldados británicos y franceses, que esperan angustiados que los rescaten antes de que los aniquile el enemigo.

El cine actual no deja de sorprenderme. El último ejemplo lo tenemos con Dukenque ((2017), que se mueve entre el aburrimiento y algunos destellos sorprendentes con una facilidad pasmosa.

Lo primero que destacaría de esta película es que carece de argumento, de ahí la impresión de que se acerca un poco a la idea de documental, pues Nolan nos introduce en la acción sin presentación previa de los protagonistas, casi como un invitado que llega cuando ya hace un rato que ha comenzado la función. Sin embargo, lo que aleja Dunkerque del documental es la impresión de que lo que se nos ofrece de aquel episodio de la Segunda Guerra Mundial es una especie de maqueta, una versión reducida de los hechos reales. Porque el escenario resulta muy pequeño, demasiado.

Esta falta de argumento, entendiendo por ello un desarrollo de la trama y los personajes basado en la presentación, nudo y desenlace clásicos, provoca una relación bastante fría con los acontecimientos y con las vicisitudes de los personajes, que nos deja indiferentes durante la mayor parte del metraje (salvo al final) y que provoca, durante las tres cuartas partes del film, cierto aburrimiento provocado también por la excesiva duración de algunas secuencias sin demasiado peso dramático. De ahí que a la mitad de la cinta decidiera dejar de verla, aburrido por un planteamiento tan básico y frío que solo me provocaba bostezos.

Cierta curiosidad, sin embargo, motivada por las extrañas alabanzas que había leído de sesudos críticos, me hizo reanudar el visionado y, sinceramente, el último tercio de Dunkerque me pareció que contiene algunas escenas realmente buenas, lo que finalmente la salva del suspenso. aunque la duda está en intentar comprender por qué Christopher Nolan no ha logrado darle la misma intensidad a toda la película. 

Creo que la pedantería de su planteamiento, buscando sin duda una originalidad en la manera de contar esta historia, acaba por pasar factura negativamente a la película. Todo está inventado ya y el cine tiene sus reglas, que se pueden alterar, pero siempre respetando lo fundamental: una película debe comunicar algo a un público muy diverso, de ahí que algunas cuestiones no se puedan obviar. La falta de profundidad en los personajes, la ausencia de un hilo dramático sólido, convierten a Dunkerque en algo frío, sin alma, lo que para una película de guerra resulta desconcertante y fatídico.

Con tres relatos simultáneos, unos centrado en la tierra (la playa de Dunkerque), otro en el mar (los barcos civiles que acuden a rescatar a los soldados) y un tercero en el aire (los Spitfire que intentan proteger a los barcos que escapan de Francia), Nolan intenta dinamizar el relato alternándolos, lo que no es una mala idea en sí misma, solo que penalizada por la frialdad general del tratamiento, que solamente cobra fuerza en algunos breves episodios del desenlace, donde la fuerza intrínseca de algunas secuencias logra por fin contagiar algo de emoción al espectador.

Definitivamente, a pesar de los méritos técnicos de la película, Dunquerke me pareció un experimento frustrado, dejando un film sin emoción y por momentos aburrido.

jueves, 29 de diciembre de 2022

El tiroteo



Dirección: Monte Hellman.

Guión: Adrien Joyce.

Música: Richard Markowitz.

Fotografía: Gregory Sandor.

Reparto: Will Hutchins, Millie Perkins, Jack Nicholson, Warren Oates, Charles Eastman, Guy El Tsosie, Brandon Carroll, B. J. Merholz, Wally Moon, William Mackleprang, James Campbell. 

Una misteriosa mujer (Millie Perkins) le pide dos mineros, Willett Gashade (Warren Oates) y Coley (Will Hutchins), que la ayuden a llegar a su destino cruzando el desierto. Durante el viaje, descubren que persigue a un hombre para matarlo.

El western clásico comenzó a transformarse en algo diferente en la década de los años cincuenta del siglo XX. Y los sesenta representan ya claramente el nuevo estilo del género, menos épico y más proclive a experimentos de todo tipo, cuadrasen o no con la esencia tradicional del cine del Oeste. Y El tiroteo (1966) viene a constituir un buen ejemplo, aunque llevado al extremo, de los experimentos a que fue sometido el western.

Producto de serie B, El tiroteo es un film minimalista: personajes, decorados, diálogos, dirección y argumento están esquematizados hasta las últimas consecuencias. Los protagonistas se reducen básicamente a cuatro, los decorados a un par de tiendas de campaña, un pequeño poblado y el desierto. Los diálogos son escuetos, secos, sorprendentes muchas veces, como si estuvieran cortados con un cuchillo; no tienen una función explicativa, sino más bien decorativa. 

Monte Hellman lleva la austeridad al límite incluso en la dirección, con algunas licencias de estilo, como subir la cámara al caballo, y poco más. Incluso el montaje resulta abrupto, dejando un relato que avanza a golpes para contarnos una persecución por el desierto en la que se nos oculta todo: a quién persigue la mujer y por qué, quién es Billy Spear (Jack Nicholson), el pistolero que se une al grupo, y qué relación le une con la mujer, de la que nunca sabremos ni su nombre. Es ese misterio finalmente el que nos mantiene en vilo, esperando el desenlace para satisfacer nuestra curiosidad. Esta es la gran baza de Hellman. Quizá, de desvelar antes el misterio, descubriríamos la pobreza del mismo o, mejor dicho, su escasa originalidad. Hellman juega el juego de la sorpresa, pero es necesario además un contenido interesante que rellene el espacio que media entre el comienzo de la historia y el final. Y creo es por aquí, por la ausencia de contenido (el argumento se puede resumir en dos líneas), por el carácter repetitivo de las secuencias, la falta de empatía con los protagonistas, el sentirnos perdidos durante todo el metraje, por donde se arruina el proyecto. Y por dejarnos, cuando descubrimos el misterio, con cierta sensación de fastidio, de que para ese final no valía la pena la dura travesía anterior. Incluso la manera de presentar ese final resulta torpe, por precipitada y confusa: ¿quién muere en el tiroteo: el hermano de Willett, también interpretado por Warren Oates, la mujer, Willet y su hermano, solamente Willett?. 

Tampoco el director parece demostrar su talento a la hora de dirigir a los actores. Jack Nicholson es uno de los mejores actores de finales del siglo XX y aquí resulta encorsetado y rígido. Will Hutchins está sobreactuando constantemente, haciendo que su personaje resulte ridículo, mientras que Millie Perkins se mueve como si no tuviera sangre en las venas. Solo Warren Oates resulta más convincente, pero dentro de un tono bastante normalito, acorde con la pobreza de su personaje.

Al final, tenemos la impresión de que estamos ante un ejercicio muy personal por parte del director, centrado en crear un relato que se saliera de los cánones tradicionales, dejando su impronta a base de una puesta en escena centrada sobre todo en la originalidad. Nada que objetar a ello, pero el afán de ser diferente no puede ser excusa para perdonar fallos básicos a la hora de construir a los personajes y el argumento. Y el recurso a la sorpresa, sino está acompañado de nada más, tampoco sirve para elevar el nivel del conjunto.

De manera que El tiroteo se me quedó reducido a muy poca cosa, con un predomino de la monotonía y el desencanto.

miércoles, 28 de diciembre de 2022

El fin del romance



Dirección: Neil Jordan.

Guión: Neil Jordan (Novela: Graham Green).

Música: Michael Nyman.

Fotografía: Roger Pratt.

Reparto: Ralph Fiennes, Julianne Moore, Stephen Rea, Ian Hart, Jason Isaacs, James Bolam, Samuel Bould.

Nada más conocerse, Maurice (Ralph Fiennes) y Sarah (Julianne Moore) se enamoran perdidamente el uno del otro. Ese amor cambiará para siempre sus vidas. 

Aclamada por la crítica, El fin del romance (1999) es de esas películas con las que me siento como un bicho raro, pues no acabo de ver por ningún lado las virtudes que proclaman los entendidos, lo que me lleva a cuestionar si he visto la misma historia o si estaba aletargado en el momento de verla, de manera que se me escapó lo que para otros brillaba con fulgor.

Para comenzar el análisis, he de decir que lo que se espera de una historia de amor tan apasionada como la de El fin del romance es que te emocione hasta la médula, lo que me sucedió con El diario de Noa (Nick Cassavetes, 2004), Los puentes de Madison (Clint Eastwood, 1995) o la más lejana en el tiempo y maravillosa Breve encuentro (David Lean, 1945). Sin querer entrar en comparaciones, creo que la diferencia reside en que en El fin del romance los protagonistas carecen de la dimensión necesaria para que nos identifiquemos con sus problemas. Yo lo achaco en que, si nos fijamos bien, no asistimos al proceso de enamoramiento, no participamos de sus primeros pasos juntos, sus sueños compartidos, sus confidencias; no vemos nunca expuestas sus almas al desnudo, aunque sí sus cuerpos. Lo que me lleva a pensar que el trabajo de Neil Jordan se quedó más en un nivel estético que en otro más profundo.

Por ejemplo, visualmente la película es preciosa, con una fotografía delicada que crea escenas de una belleza formal innegable. La ambientación tampoco desmerece para nada. Las escenas de amor de Maurice y Sarah son hermosas, elegantes y sugerentes. Incluso la manera de contar la historia, con el uso del flash back, que personalmente no me pareció lo más idóneo para crear incertidumbre y emoción en el relato, denota un afán de crear una historia cuidada en cada detalle, en busca de una belleza formal incuestionable. Es decir, técnicamente, El fin del romance denota un trabajo meticuloso y de buen gusto.

Pero donde falla Neil Jordan es a la hora de transmitir emociones, de que nos conmovamos con la tormentosa relación Maurice y Sarah. De su amor apasionado solo participamos de los celos enfermizos de Maurice, que además no tienen justificación alguna, dada la devoción de Sarah, lo que lo convierte en un personaje desagradable, con el que resulta imposible empatizar. Tampoco la decisión de Sarah de abandonarlo por una promesa que suena a broma, sin darle la más mínima explicación a Maurice, me parece demasiado convincente. Y es que toda la relación amorosa de los protagonistas, incluida la extraña participación del marido de Sarah, Henry (Stephen Rea), me pareció forzada, artificialmente construida en busca de algo original, notorio, pero donde el director se olvidó de dotarla de vida.

En definitiva, la historia de amor la conocemos por sus problemas, no por su lado apasionante y tierno, con lo que me costaba empatizar con Maurice y Sarah.

Pero además, el desenlace, que se ve venir con mucha antelación, con lo que pierde emoción, resulta muy poco original y nos remite a los dramas del siglo XIX, de un romanticismo trágico un tanto trasnochado.

Pero la gota que colma el vaso son los diálogos, pomposos, artificiosos y vacíos que, lejos de adentrarnos en el alma de los protagonistas, parecen un intento de buscar una profundidad intelectual que no conduce a nada bueno, más que a cierta pedantería intrascendente.

Como resultado de todo esto, tenemos un film frío, técnicamente impecable, pero que no sabe crear emoción ni complicidad y que me mantuvo impasible ante una historia que supuestamente debería conmovernos hasta las entrañas.

Por cierto, si alguien quiere disfrutar de una excelente película sobre el tema de los celos, le recomiendo encarecidamente París, Texas (1984), de Win Wenders, profunda, sensible y maravillosa.

martes, 27 de diciembre de 2022

El plan de Maggie



Dirección: Rebbeca Miller.

Guión: Rebbeca Miller.

Música: Michael Rohatyn.

Fotografía: Sam Levy.

Reparto: Greta Gerwig, Ethan Hawke, Julianne Moore, Travis Fimmel, Bill Hader, Maya Rudolph, Wallace Shawn, Kathleen Hanna, Mina Sundwall.

Maggie Hardin (Greta Gerwig), convencida de su incapacidad para mantener relaciones sentimentales estables, decide ser madre soltera. Sin embargo, sus planes sufren un vuelco cuando conoce a John Harding (Ethan Hawke) y ambos se enamoran.

Las comedias románticas suelen moverse en unos parámetros bastante repetidos, de ahí que Rebbeca Miller busque caminos nuevos en la vieja fórmula con El plan de Maggie (2015), con un resultado sin embargo discutible.

Uno de los detalles a los que no termino de acostumbrarme en ciertas comedias, sobre todo modernas, es la tendencia a ridiculizar a los protagonistas, en una prueba de un concepto más que dudoso de la comicidad y de una cierta pobreza de recursos. Que se trate de una comedia no implica que los personajes carezcan de un perfil serio, realista y plausible. 

En El plan de Maggie es cierto que no se ahonda demasiado en esta caricaturización, pero el planteamiento inicial es un tanto burdo, de manera que parece que cuesta tomarse en serio los problemas de Maggie. Y ello se hace más evidente en algunas escenas en el que guión se vuelve serio; en esos breves momentos se comprueba que se puede seguir con cierto tono ligero pero ahondando en los dilemas de los protagonistas y logrando, de paso, una mayor emoción y complicidad del espectador con las vicisitudes de Maggie y John.

Esta diferencia entre las secuencias marcadamente cómicas y las más reflexivas, donde se logra un tono mucho mejor, vienen a confirmar lo complicado que resulta el universo de la comedia. Lograr un guión agudo, ingenioso y gracioso parece una tarea hercúlea en los tiempos actuales. Porque El plan de Maggie es un film que funciona, pero gracioso no lo es precisamente. Y de ahí que la valoración no pueda ser demasiado generosa, pues a una comedia hay que pedirle chispa y gracia, que es por donde más flaquea la propuesta de Rebbeca Miller.

Además, hay una elección un tanto discutible: Maggie y John comienzan su relación acostándose y la siguiente escena tiene lugar bastante tiempo después, cuando Maggie comienza a desenamorarse de John, de manera que nos perdemos los instantes iniciales de su relación. El guión prefiere centrarse en el proceso por el que Maggie y la ex mujer de John, Georgette (Julianne Moore), deciden empujar a éste de nuevo en brazos de Georgette. Es una opción tan válida como otra cualquiera, pero privándonos de los detalles del noviazgo de John y Maggie de manera tan abrupta creo que no se le hace ningún favor a la historia, que queda coja de una parte que podría haber resultado interesante para conocer mejor a los personajes.

Detalles al margen, el problema de la cinta es que se desperdicia en gran medida el juego que podía ofrecer este triángulo amoroso, al igual que la aportación de los amigos de Maggie, que ocupan un rol muy secundario y no muy bien hilvanado en el conjunto. Maggie, por ejemplo, ofrece un perfil de ingenua y bonachona que no acabé de entender del todo, pues me ofrecía más sombras que realidades, por lo que me costaba entenderla y sobre todo participar más profundamente de sus problemas. Puede que hubiera sido de gran ayuda conocer algo más de su pasado, del que solamente tenemos constancia de que siempre terminaba cansándose de las relaciones de pareja.

John, por el contrario, se define con una sola palabra: egoísta. Y parece que ya no hay nada más que saber acerca de él, con lo que también se nos queda su figura en un retrato difuminado. Y Georgette, con menos presencia en la historia, aún resulta mucho menos definida. 

Es decir, los protagonistas no resultan del todo cercanos y comprensibles, con lo que sus aventuras y desventuras tampoco cobran gran relieve, quedando sus avatares en algo curioso, pero nunca intenso y con ello todo el film parece perder consistencia.

El reparto es competente, especialmente Julianne Moore, aunque Greta Gerwig, sin deslumbrarme, me pareció muy adecuada para su personaje.

A nivel técnico, lamentar la pobre fotografía a cargo de Sam Levy. No creo que sea un mal técnico, más bien pienso que se trata de una cuestión de elección estética, tal vez buscando un estilo menos clásico o acercarse a una imagen de cine independiente. Sea como fuere, me acabé cansando de la fotografía.

La conclusión es que, partiendo de una idea interesante, Rebbeca Miller no supo desarrollar un guión que sacara todo el potencial de la historia, ni a nivel cómico ni en la construcción de personajes y su historia. Film curioso que puede aportar algún momento interesante pero que se queda un poco a medias en todos sus planteamientos.

sábado, 24 de diciembre de 2022

Los implacables



Dirección: Raoul Walsh.

Guión: Sydney Boehm y Frank Nugent (Novela: Clay Fisher).

Música: Victor Young.

Fotografía: Leo Tover.

Reparto: Clark Gable, Jane Russell, Robert Ryan, Cameron Mitchell, Juan garcía, Harry Shannon, Emile Meyer, Stevan Darrell.

Los hermanos Ben (Clarke Gable) y Clint Allison (Cameron Mitchell), tras finalizar la Guerra de secesión, se marchan a Montana en busca de una nueva vida.

Western clásico, con todos los tópicos reconocibles del género, Los implacables (1955) es un sólido film con grandes luces y alguna que otra sombra.

La película empieza con fuerza: los hermanos Allison encuentran un hombre ahorcado en un árbol y Ben sentencia: "Al fin nos acercamos a la civilización." Es una muestra de lo que nos espera, un film repleto de unos diálogos brillantes, muy por encima de lo que viene siendo habitual en la mayoría de los westerns, salvo los de John Ford. Esta calidad y profundidad de los diálogos es el rasgo que más me impresionó de la película, pues con ellos se da forma a unos personajes que dejan de ser, bajo su apariencia típica, los protagonistas habituales del género y adquieren una dimensión más honda, lo que nos permite comprender sus deseos, sus frustraciones y el conflicto que preside la relación de Ben con Nella (Jane Russell) y que da forma a un intenso, apasionado y enconado romance que deja de lado los estereotipos, en especial el de la mujer sumisa, para crear una historia de amor profunda y auténtica. Las ambiciones de Nella chocan con las modestas aspiraciones de Ben, aunque el amor acabará triunfando, como era de esperar, superando cualquier obstáculo. Y atención al detalle de la manta de Nella, que cobrará un simbólico protagonismo, ejemplificando la meticulosidad y el cuidado con que fue elaborado el guión.

Este cuidado también se advierte en el largo pasaje del traslado del rebaño de Texas a Montana. No se trata solamente de ambientar el viaje, sino que el guión busca fidelidad y realismo, de manera que en muchos momentos sentimos que estamos presenciando algo que muy bien podría haber sucedido tal cual.

Pero también es verdad que no todo en Los implacables tiene el mismo nivel. El arreglo al que llega el señor Stark (Robert Ryan) con los hermanos Allison cuando lo atracan parece un tanto improbable y muy forzado. Y al igual que el film es denso en cuanto al retrato de los protagonistas, también es verdad que en la parte central, la que se ocupa del viaje con el ganado, el ritmo decae con fuerza en muchos momentos, tal vez por un exceso de detalles en la narración del mismo. Hubiera sido de agradecer una mayor simplificación de esta parte, lo que hubiera concentrado la acción y los momentos álgidos evitando ciertos tiempos muertos que acaban por penalizar el conjunto.

En cambio, el reparto me apreció otro acierto, especialmente al contar con Clark Gable, un tipo con un carisma fuera de toda duda y que encarna con maestría a Ben, empujado a la delincuencia por las circunstancias pero de corazón noble y espíritu justo; un vaquero que solo aspira a superar el trance de la guerra y llevar una vida tranquila y familiar. Jane Russell, por su parte, aporta fuerza y autenticidad a Nella, que deja de ser un personaje débil y sometido a los hombres para convertirse en una mujer con carácter y determinación, si bien el final feliz, donde cede a los sueños de Ben, parece contradecir en parte algunas de sus convicciones. Robert Ryan, siempre elegante, y Cameron Mitchell, algo sobre actuado, competan el elenco.

Raoul Walsh, a pesar de los altibajos en el ritmo, demuestra su oficio a la hora de filmar Los implacables, destacando algunas escenas de acción muy bien rodadas y el esmero en el cuidado de todos los detalles. 

Sin ser un western sobresaliente, Los implacables rebosa sentido y profundidad, especialmente a la hora de construir a los personajes principales, convirtiéndose en un film con muchas más virtudes que defectos.

Para terminar, una frase más, de labios del señor Stark refiriéndose a Ben, al final de la película, y que pone un broche de oro a la estimable calidad de los diálogos.

"Es el único hombre que he respetado en mi vida. Es lo que todo niño sueña que va a ser cuando crezca y lo que todo viejo siente no haber sido." 

martes, 20 de diciembre de 2022

Transsiberian



Dirección: Brad Anderson.

Guión: Brad Anderson y Will Conroy.

Música: Alfonso de Vilallonga.

Fotografía: Xavi Giménez.

Reparto: Woody Harrelson, Emily Mortimer, Kate Mara, Eduardo Noriega, Ben Kingsley, Thomas Kretschmann, Etienne Chicot, Mac McDonald.

Roy (Woody Harrelson) y su esposa Jessie (Emily Mortimer) deciden coger el Transiberiano en su viaje de Pekín a Moscú. En el viaje conocen a Carlos (Eduardo Noriega) y Abby (Kate Mara), su novia. 

La base argumental de Transsiberian (2008) no es demasiado original, por no decir que se ha visto en numerosas ocasiones: un encuentro fortuito de los protagonistas con personas que bajo una apariencia amable ocultan una personalidad peligrosa. Sin embargo, la novedad radica en que Jessie, que parece una víctima propicia para Carlos, acaba resultando mucho más peligrosa de lo que podríamos pensar. Sin duda, es el giro más original e interesante de Transsibeiran.

Otro punto a su favor es el clima de tensión e incertidumbre que recorre toda la historia, de manera que Brad Anderson consigue mantener nuestra atención a lo largo de toda la duración del thriller, que se desarrolla con bastante fluidez y no llega a cansar. Sin embargo, hemos de hacer dos pequeñas salvedades a este hecho: el comienzo del film, la parte en que Roy y Jessie conocen a Carlos y Abby se hace un poco insulsa, pues dura quizá demasiado sin alcanzar la tensión necesaria, con algunas conversaciones que en realidad no aportan gran cosa. Y en segundo lugar el desenlace, que vuelve a ser, como en muchas películas de este corte, la parte menos sólida, cuando debería ser el climax que corone la intriga. No es un mal desenlace, que conste, solamente que no tiene la fuerza que me hubiera gustado, en especial con esa tendencia a aclarar cada detalle, con cierta obsesión a no dejar un cabo suelto, y que no me terminó de convencer.

También es verdad que muchos acontecimientos se pueden anticipar con cierta facilidad, como el hecho de que Carlos vaya a ocultar la droga en la maleta de Jessie y es que, como apuntaba antes, la trama está muy vista, con lo que no es capaz de sorprendernos, salvo el detalle de Jessie y Carlos en las ruinas de la Iglesia, que sí que nos pilla por sorpresa, aún resultando un poco increíble.

También me gustó el clima de incertidumbre que se crea apoyándose en la brutalidad de las policías china y rusa, lo que crea una sensación de indefensión para los protagonistas que está presente a lo largo de la historia y suma enteros a la hora de "amueblar" la historia y añadir otro elemento de riesgo al viaje.

En lo que también acertó la producción fue con la elección del reparto. Woody Harrelson es un actor que siempre me gustó mucho y una vez más no defrauda en absoluto. Emily Mortimer también hace un gran trabajo, resultando totalmente convincente en las múltiples emociones a la que se ve sometido su personaje. Y la guinda la pone Ben Kingsley, un actor soberbio que siempre impone su presencia y que en papeles de malvado resulta especialmente aterrador. Eduardo Noriega, un tanto encasillado en un papel que ya le hemos visto, tampoco desentona y encaja perfectamente con su personaje.

En definitiva, un film muy bien elaborado en sus líneas principales que logra mantener nuestro interés a lo largo de casi todo el metraje. No es perfecto, algunos detalles tanto argumentales como de desarrollo podrían mejorarse, pero cumple como thriller y se disfruta fácilmente.

sábado, 17 de diciembre de 2022

El cuarto protocolo



Dirección: John Mackenzie.

Guión: Frederick Forsyth, George Axelrod y Richard Burridge (Novela: Frederick Forsyth).

Música: Lalo Schifrin.

Fotografía: Phil Meheux.

Reparto: Michael Caine, Pierce Brosnan, Ned Beatty, Joanna Cassidy, Julian Glover, Michael Gough, Ray McAnally, Ian Richardson, Anton Rodgers, Caroline Blakiston. 

Un general soviético pone en marcha un plan para destruir la OTAN haciendo estallar una bomba atómica en Inglaterra y que parezca que los Estados Unidos son los culpables.

No he leído la novela homónima en que se basa El cuarto protocolo (1987) pero es evidente que se trata de una obra densa con una trama compleja, por lo que no parece sencilla su adaptación al cine, pues entre nombres extranjeros y giros en el desarrollo uno puede perderse fácilmente. Sin embargo, el guión adaptado, en el colaboró el propio Frederick Forsyth, logra sortear más o menos hábilmente ese escollo; es cierto que algunos nombres a veces se me escapaban, pero el hilo principal queda bastante claro en todo momento, lo que es fundamental para que podamos seguir la intriga sin lagunas importantes.

Sin embargo, en lo que se queda algo coja la película es a la hora de transmitir emoción al espectador. La intriga es muy interesante y está planteada con visos de verosimilitud, a pesar de lo rebuscada que resulta. Pero el enfoque es un tanto frío. Sinceramente, seguí la historia con interés y curiosidad, esperando el desenlace con expectación, lo que es ya muy importante, pero en ningún momento sentí realmente emoción o sensación de peligro; los protagonistas, tanto el bueno como el malo, me resultaban en cierta medida indiferentes y ese es un gran problema, pues resulta imprescindible que nos identifiquemos con el héroe y temamos al villano para lograr que vivamos con intensidad la trama.

Tal vez, el hecho de abordar un argumento complejo motivase que el director se centrase más en los acontecimientos, pero resulta evidente que descuidó la parte más emotiva de la historia. También es verdad que en general el planteamiento se enfoca más hacia las sorpresas, lo que tampoco ayuda a favorecer la complicidad del espectador. Decía Hitchcock que él prefería crear tensión haciendo que el espectador se anticipase a los acontecimientos, de manera que participaba de la tensión en todo momento, en lugar de provocarle sorpresas que durasen solo un segundo. Esto se comprueba perfectamente en El cuarto protocolo, donde algunas muertes nos cogen por sorpresa pero, más allá del impacto del instante, se pierde todo el proceso de ser partícipes de lo que va a suceder, con la tensión correspondiente.

También la falta de empatía con los protagonistas viene motivada por que no se profundiza demasiado en sus personalidades. Valeri Petrofsky (Pierce Brosnan) es presentado casi como un autómata, lo que añade fuerza a su personaje, pero le quita toda profundidad. Brosnan, que venía de la comedia con la serie Remington Steele, demuestra su capacidad para interpretar un papel completamente opuesto y su trabajo es absolutamente convincente. Por su parte, John Preston (Michael Caine) está algo mejor dibujado, pero tampoco me sentí realmente vinculado con sus problemas ni sentí miedo por su suerte. El trabajo de Caine, por descontado, también resulta muy logrado.

Por tanto, si el argumento es intrigante y los actores cumplen con solvencia, achaco el resultado al trabajo de John Mackenzie, que no ha sabido insuflarle emoción a la atractiva intriga. Además, en las escasas escenas de acción, Mackenzie tampoco se muestra muy acertado y las resuelve con confusión y poca brillantez. Tal vez, en manos de otro director el resultado hubiera sido menos frío.

El desenlace también podría haberse resuelto algo mejor; en esencia, el final me ha gustado, a pesar de jugar de nuevo con la sorpresa, pero resultando convincente y ciertamente original. Lo único es que se resuelve de manera un tanto precipitada y con el futuro de Preston en el aire, aunque la última secuencia parece contradecir esa sensación, dejándome con la duda de cuál será realmente su futuro. Incluso podría pensarse, en base al último plano, que se impone un final feliz de manera forzada.

A pesar de todo, en comparación con la serie de James Bond, por ejemplo, estamos ante un film de espionaje con un guión coherente e ingenioso, capaz de mantener la intriga sin desfallecimientos por lo que es un film muy recomendable para los amantes de este tipo de propuestas. Queda la impresión, sin embargo, de que podría haberse resuelto todo mucho mejor con más medios y otro director.

martes, 13 de diciembre de 2022

Espíritu de conquista



Dirección: Fritz Lang. 

Guión: Robert Carson (Novela: Zane Grey).

Música: David Buttolph.

Fotografía: Edward Cronjager y Allen M. Davey.

Reparto: Robert Young, Randolph Scott, Dean Jagger, Virginia Gilmore, John Carradine, Slim Summerville, Chill Wills, Barton MacLane, Russell Hicks, Victor Kilian.

Vance Shaw (Randolph Scott), un forajido que huye de la justicia, ayuda a Edward Creighton (Dean Jagger), ingeniero de la Western Union, al que encuentra herido. Poco después, Edward lo contrata como vaquero en el tendido de la línea telegráfica entre Omaha y Salt Lake City. 

Segundo western de los tres dirigidos por Fritz Lang, Espíritu de conquista (1941) es un más que notable film por desgracia no demasiado conocido.

Con el telón de fondo de un hecho histórico, el tendido del telégrafo por tierras del Oeste americano, Lang construye un sólido drama centrado sobre todo en el personaje de Vance, un hombre de oscuro pasado del que solamente conocemos indicios, que gracias al trabajo que se le ofrece en la Western Union y su enamoramiento de Sue (Virginia Gilmore), la hermana de su jefe, busca la manera de redimirse y dejar atrás su pasado. 

El acierto del guión reside en la perfecta unión entre la parte histórica del tendido del telégrafo, los toques de humor, muy presentes a lo largo de toda la cinta, aunque a veces algo infantiles, y el retrato íntimo de Vance, sumido en un mar de dudas y el peso de su pasado. Vance enfrenta viejas lealtades, lazos muy íntimos, que se desvelan al final, y sus propias convicciones a su deber como empleado de la Western Union, su deseo de regeneración y su amor por Sue. Una lucha en la que parece no encontrar salida digna.

La inteligencia del guión nos oculta hasta el final el importante detalle de que el jefe de esa banda es en realidad Jack (Barton MacLane), el hermano de Vance. La revelación repentina de este hecho confiere de pronto a la historia un punto de dramatismo extra que refuerza todo el discurso anterior sobre el comportamiento de Vance al tiempo que añade un punto más de tensión al impresionante final.

De nuevo comprobamos como el partir de un guión bien trabajado es la clave para construir un film poderoso. Si además añadimos el buen hacer de Fritz Lang, con un uso muy hermoso y expresivo de primeros planos y un acierto evidente en las escenas de acción, con especial atención al incendio en el campamento de la Western Union y el magnífico duelo final, tenemos como resultado un western clásico de gran altura.

Randolph Scott, además, está impresionante en su papel. Con una estimable economía de gestos, Scott sabe transmitir las dudas de su personaje y cómo está atormentado por un pasado, que querría poder borrar para emprender una vida nueva al lado de Sue, al tiempo que ofrece una imagen pétrea de tipo duro perfecta.

Un buen western de su etapa clásica, muy recomendable no solamente para amantes del género, sino para todos aquellos enamorados del cine americano de su etapa dorada, cuando las películas eran como tenían que ser.

jueves, 8 de diciembre de 2022

Criaturas feroces



Dirección: Robert Young y Fred Schepisi. 

Guión: John Cleese, Iain Johnstone y William Goldman.

Música: Jerry Goldsmith.

Fotografía: Adrian Biddle e Ian Baker. 

Reparto: John Cleese, Jamie Lee Curtis, Kevin Kline, Michael Palin, Ronnie Corbett, Carey Lowell, Robert Lindsay, Bille Brown, Derek Griffiths, Cynthia Cleese, Richard Ridings, Maria Aitken.

Un magnate de las finanzas (Kevin Kline) compra un paquete de empresas entre las que se encuentra un zoo. Al frente coloca a Rollo Lee (John Cleese) con la misión de incrementar un 20% sus beneficios.

Gran parte del equipo de Criaturas feroces (1997), entre ellos muchos de los componentes de los míticos Monty Python, había sido responsable de la magnífica Un pez llamado Wanda (Charles Crichton, 1988), sin embargo, esta vez la magia de la antecesora no aparece.

Es evidente que era muy difícil repetir el éxito de Un pez llamado Wanda, una de las mejores comedias de finales del siglo XX gracias a un guión impecable que es precisamente por donde más cojea Criaturas feroces, pues éste carece de chispa y se limita a desarrollar un humor un tanto burdo que no proporciona ningún momento memorable.

Para empezar, los personajes carecen de verdadera entidad, limitándose a brochazos superficiales de manera que no resultan realmente ni entrañables ni cercanos, con lo que la comedia queda reducida a lo básico, pero sin alcanzar la emotividad que tenía en Un pez llamado Wanda cuya clave, además de un guión muy inteligente, era la profundidad de los protagonistas, que nos conmovían y nos divertían por igual.

Una buena comedia no puede ser solamente una sucesión de bromas, pero si además éstas no resultan especialmente inspiradas, el resultado es un montaje simpático pero plano. Y eso que el arranque del film no estaba tan mal, si bien se adivinaba cierta inclinación por un humor poco refinado. Lamentablemente, con el desarrollo de la historia se va ahondando en ese estilo basado en la brocha gorda y las situaciones cómicas comienzan a caer en el exceso sin demasiada gracia.

Además, la sombra de Un pez llamado Wanda parece pesar demasiado en el guión y se vuelve a repetir el romance fracasado entre Kevin Kline y Jamie Lee Curtis que termina enamorándose de John Cleese. Evidentemente, quienes no hayan disfrutado de Un pez llamado Wanda escapan de estas similitudes, pero encuentro que la influencia del film de Charles Crichton se hace evidente, lo que no beneficia a la película.

Criaturas feroces termina siendo un agradable pasatiempo sin demasiada inspiración y la demostración de que un buen guión tiene que ser siempre la base de una buena película.

martes, 6 de diciembre de 2022

The Artist



Dirección: Michel Hazanavicius.

Guión: Michel Hazanavicius.

Música: Ludovic Bource.

Fotografía: Guillaume Schiffman (B&W).

Reparto: Jean Dujardin, Bérénice Bejo, James Cromwell, Penelope Ann Miller, Malcom McDowell, Missi Pyle, Beth Grant, Ed Lauter, Joel Murray, Ken Davitian, John Goodman. 

1927, George Valentin (Jean Dujardin), una estrella del cine mudo, ayudará a la joven Peppy Miller (Bérénice Bejo) en sus comienzos como actriz. Con la llegada del sonoro, Valentin ve como declina su fama mientras Peppy va ascendiendo de manera imparable.

Con cinco Oscars (mejor película, director, actor para Jean Dujardin, banda sonora y vestuario) como carta de presentación y un aluvión de críticas elogiosas, The Artist (2011) parecía una de esas citas casi obligatorias. Una vez vista, me muevo entre la perplejidad y la desilusión.

Lo que provoca perplejidad son varias cosas. En primer lugar, la razón de que sea una película muda. Nada parece justificar dicha elección, más que una especie de esnobismo o un ardiente deseo de llamar la atención. Es más, hasta pienso que la historia hubiera ganado habiéndose filmado con sonido. La referencia de Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen y Gene Kelly, 1952), de argumento parecido, podría haberle dado pistas a Hazanavivius sobre cómo afrontar la idea correctamente. Respetando la elección del director, no termino de entenderla.

Otro aspecto sorprendente es que argumentalmente es una película sin interés. La historia es simplona, predecible y sin garra. Hasta parece que se desperdician algunas de las escasas posibilidades que ofrecía, sin lograr un drama convincente y profundo ni plantear una historia de amor conmovedora. Al final, la relación entre George y Peppy se queda en una simple admiración desde la distancia, hasta el momento del desenlace, que no aporta demasiado al conjunto y la caída de George se vive con cierto distanciamiento, como si la ausencia de sonido y esa música repetitiva le dieran un aire irreal, sin verdadera profundidad.

Además, el ritmo se resiente en numerosas ocasiones, como cuando se repiten las tomas durante un rodaje, por ejemplo, de manera que el film, sin una duración excesiva, termina por hacerse demasiado largo. Tampoco los alardes de Hazanavicius con la cámara ni la omnipresente música, que llega a saturar, alivian la sensación de cansancio una vez alcanzada la mitad de la cinta y hasta el desenlace, que me pareció demasiado previsible y corona una historia sin la más mínima nota original.

Con una puesta en escena muy cuidada, donde destaca la fotografía preciosista y algo pretenciosa de Guillaume Schiffman, The Artist destaca casi exclusivamente por la pareja protagonista. Jean Dujardin me sorprendió por lo bien que encaja en el papel, con un rostro que nos remite sin duda a los actores de la etapa muda del cine y comienzos del sonoro. Pero además, su trabajo es sobrio y eficaz. Sin embargo, la gran sorpresa para mí fue Bérénice Bejo, especialmente al comienzo, con una gracia y una frescura que hipnotizaban. Realmente maravillosa. 

Por eso mi perplejidad ante tantos halagos y premios. La explicación que le encuentro me recuerda el dicho de "En el país de los ciegos el tuerto es el rey". Ante la banalidad del cine actual, plagado de cintas para adolescentes o refritos cuya única justificación es el negocio puro y duro, puede entenderse que una cinta en blanco y negro y muda, que desafía las normas comerciales, se convierta en un punto de interés inmediato; pero de ahí a confundir un film normalito con la última maravilla cinematográfica me resulta aterrador. 

Planteada, según su director, como un homenaje al cine y en concreto a Alfred Hitchcock, Fritz Lang, Ernst Lubitsch, John  Ford, Murnau o Billy Wilder, se queda tan lejos de esos maestros que no llego a entender en qué se basó para pretender construir homenaje alguno con tan poca cosa.

Al final, desilusión.

lunes, 5 de diciembre de 2022

El irlandés



Dirección: John Michael McDonagh.

Guión: John Michael McDonagh.

Música: Calexico.

Fotografía: Larry Smith.

Reparto: Brendan Gleeson, Don Cheadle, Mark Strong, Liam Cunningham, Fionnula Flanagan, David Wilmot, Katarina Cas, Rory Keenan, Dominique McElligott, Sarah Greene, Pat Shortt, Laurence Kinlan, Owen Sharpe, Gary Lydon, Darren Healy, Míchaél Óg Lane. 

Gerry Boyle (Brendan Gleeson), un sargento de policía irlandés muy peculiar, tendrá que colaborar con el agente del FBI Wendell Everett (Don Cheadle), que se desplaza a Irlanda siguiendo la pista de unos narcotraficantes.

Ópera prima del director donde demuestra su originalidad a la hora de escribir un guión irreverente y ácido. Sin duda, un descubrimiento.

El acierto del guión de El irlandés (2011) es saber dar un toque diferente a un esquema muy visto: dos policías totalmente diferentes obligados a entenderse en medio de una operación de drogas. Quizá el problema sea el desequilibrio en el dibujo de los dos protagonistas; mientras el personaje de Boyle es todo un acierto (policía de pueblo putero, bebedor, racista y de vuelta de todo), su compañero Everett se queda en un mero boceto, sin llegar a cobrar verdadera identidad.

Sin embargo, ello no impide que estemos ante una comedia negra muy interesante, donde algunas secuencias y la mayoría de los diálogos alcanzan cotas muy altas. Lógicamente, es muy complicado mantener ese nivel a lo largo de todo el film y algunos momentos, como la parte de Boyle con su madre enferma, no terminan de cuajar al mismo nivel, lo que provoca que el fluir de la historia tenga ligeros bajones.

Brendan Gleeson, eso sí, borda su papel y compone un personaje extraño, excesivo y con un punto desagradable que, sin embargo, nunca cae en lo vulgar o lo grotesco, a pesar de jugar con ciertos límites que nunca sobrepasa. Tal vez un ejemplo de humor irreverente pero sin perder elegancia y mesura, algo de lo que podría tomar nota Santiago Segura y el cine español en general. Culturas distintas, sin duda, pero el mal gusto no tiene porqué convertirse en norma.

Otra virtud de El irlandés es la magnífica coreografía de secundarios que completan este universo tan peculiar en que nos introduce John M. McDonagh, que no solamente arropan la trama principal, sino que aportan también su dosis de comicidad, incluso cuando algunos de estos personajes tan solo aparecen durante muy breves instantes, lo que habla muy bien de un guión que no ha dejado nada al azar.

Sin duda, una grata sorpresa dentro del cine actual. Le faltan algunos detalles para convertirse en una gran película pero, aún con sus límites, El irlandés es una experiencia muy gratificante.

viernes, 2 de diciembre de 2022

Los traductores



Dirección: Régis Roinsard.

Guión: Régis Roinsard, Daniel Presley y Romain Compingt.

Música: Jun Miyake.

Fotografía: Guillaume Schiffman.

Reparto: Lambert Wilson, Olga Kurylenko, Alex Lawther, Riccardo Scamarcio, Sidse Babett Knudsen, Eduardo Noriega, Anna Maria Sturm, Frédéric Chau, Maria Leite, Manolis Mavromatakis, Sara Giraudeau.

Con el fin de publicar el tercer y último libro de un best seller mundial simultáneamente en varios países, el editor (Lambert Wilson) reúne a nueve traductores de diferentes países en un búnker aislados del mundo.

Los traductores (2019) es una prueba más de esa tendencia a crear tramas imposibles, plagadas de giros tramposos donde la verosimilitud y la lógica son aparcadas sin remordimiento alguno en busca del espectáculo, cueste lo que cueste.

Si nos detenemos a analizar con un mínimo de lógica el argumento de Los traductores nos toparemos con un guión rocambolesco construido con pinzas donde la lógica no tiene cabida. La idea de encerrar a los traductores para salvaguardar el secreto del argumento del libro a traducir y lograr que su publicación se convierta en un acontecimiento que reporte millonarios beneficios a la editorial podría resultar aceptable sino fuera porque desde el principio los traductores parecen entrar en un campo de concentración y no en su lugar de trabajo. El comienzo resulta ya, por lo tanto, grotesco. 

Pero si pensábamos que las sorpresas terminaban ahí, el desarrollo de la cinta nos irá sacando de dudas a golpe de giros encadenados, especialmente en el último tercio, donde parece que los guionistas se creyeron autorizados a un más difícil todavía sin respeto ni al espectador ni al sentido común. El problema es que ha habido tantos films que han pecado del mismo defecto, donde el juego del engaño ha alcanzado cotas inusuales, que el espectador un poco avezado en estas lides ya no se sorprende fácilmente con estos juegos. Es más, uno acaba esperando lo inesperado y de este modo lo que debía ser el truco de magia definitivo que nos dejara boquiabiertos es, al menos para mí, una nueva prueba de talento desperdiciado por un afán de espectáculo a toda costa, sacrificando todo lo sacrificable en busca del desenfrenado desenlace.

Los personajes son, en su mayoría, de cartón piedra; no interesa profundizar en ellos, salvo unas pinceladas sobre la traductora danesa, en el único momento de la película con algo de sentimiento, por lo que tampoco nos implicaremos demasiado en sus problemas.

El relato se convierte en una especie de puzzle donde el director juega con el desarrollo, avanzando y retrocediendo en el tiempo a su antojo, creando un nuevo artificio que adorne aún más su juego de engaños, pues tal vez sea consciente de que el relato lineal desvelaría la simplicidad argumental del entramado. En todo caso, Los traductores es un juego donde la meta no es elaborar una trama coherente, sino una sorprendente, de manera que lo que se busca, la clave que los guionistas piensan que dará prestigio a su trabajo, es el despiste, el juego de las pistas falsas para concluir con un final lo más sorprendente posible.

Desde luego, casi lo consiguen, aunque el engaño no tiene en realidad mucho mérito, pues los autores juegan con cartas marcadas.

El reparto es una especie de Torre de Babel: tal vez para intentar dar credibilidad a la historia, se reúnen actores de la misma nacionalidad de los países que representan. Su trabajo resulta correcto, aunque tampoco asistimos a nada espectacular, solo a un trabajo que no pasa de rutinario.

Los traductores, desprovista de un guión profundo y de personajes con los que empatizar, se reduce a un pasatiempo tramposo donde solamente el descubrir quién y por qué es el malo de turno puede justificar su visionado, que aún con ese misterio en el horizonte resulta cansino y pesado.

viernes, 25 de noviembre de 2022

Alice



Dirección: Woody Allen.

Guión: Woody Allen.

Música: Varios.

Fotografía: Carlo Di Palma.

Reparto: Mia Farrow, Joe Mantegna, William Hurt, Blythe Danner, Keye Luke, Judy Davis, Alec Baldwin, Bernadette Peters, Cybill Shepherd, Gwen Verdon, Elle Macpherson. 

Alice Tate (Mia Farrow), casada con Doug (William Hurt), un rico hombre de negocios, lleva una vida de lujo, pero no se siente realizada. Además, sufre dolores de espalda, por lo que acude a la consulta del doctor Yang (Keye Luke), que practica la acupuntura y los tratamientos con extrañas hierbas.

En Alice (1990) nos encontramos una vez más con Woody Allen en estado puro, fiel a su estilo y su temática habitual, aunque esta vez limitándose a la dirección y el guión, pero sin aparecer entre el elenco de actores.

La historia se centra en una mujer que materialmente tiene todo lo que puede desear, con una vida fácil y sin aparentemente ninguna preocupación importante: piso de lujo, sirvientes, un marido rico... Todo va bien en su vida hasta que empieza a sufrir dolores de espalda y, siguiendo la recomendación de algunos conocidos, decide acudir al extraño doctor Yang. Sus tratamientos, a base de curiosas hierbas, llevarán a Alice a descubrir sus frustraciones y comprobar cómo ha traicionado, inconscientemente, sus sueños de infancia, en los que aspiraba a llevar una vida muy diferente a la que se ha convertido la suya, donde se ha alejado de su hermana y lleva una existencia materialista y vacía.

La historia de Alice nos lleva a una profunda reflexión sobre el sentido de la vida, sobre las claves de la felicidad, sobre el vacío en que puede convertirse una existencia sin verdaderas metas, sin ser uno mismo, dejándose llevar por la rutina, el materialismo y unas amistades interesadas y falsas. 

La originalidad viene dada por el recurso, ya habitual en Allen, de recurrir a la magia, a toques irreales y fantásticos donde el director da rienda suelta a sus sueños más extravagantes, como la posibilidad del hombre de ser invisible o el poder reencontrarse con el espíritu de los difuntos. Libertad creativa total al servicio de sus reflexiones sobre el ser humano, el matrimonio, la familia, la realización personal, la religión, la amistad, el sentido de la vida... elementos siempre recurrentes en la obra de Woody Allen y que otorgan su identidad a su filmografía.

Es verdad que en esta ocasión se echa en falta más chispa en los diálogos y algo más de ingenio en la parte cómica. Alice es una película que transcurre de manera fluida, pero donde escasean los grandes momentos, las ocurrencias sorprendentes habituales en las grandes obras del director. Ello se hace más patente al comprobar que lo logra en algunas escenas que rozan la perfección y donde nos sorprende con esos toques tan personales suyos; pero son momentos muy escasos y lo habitual en el film son momentos menos logrados, lo que lleva a Alice a un peldaño inferior dentro de la filmografía de Woody Allen.

En el aspecto visual, el director es fiel a esa manera peculiar de contar la historia, con juegos de cámara ya habituales donde se nota su intención de no resultar banal, jugando con encuadres y movimientos que, aunque con cierto matiz de artificio, no resultan pedantes y son también parte del sello de identidad de Woody Allen, detallista en la estética, que se apoya en la espléndida fotografía de Carlo Di Palma.

En cuanto a los actores, estamos en la etapa de Mia Farrow, actriz sobria y eficaz, tal vez sin el encanto de Diane Keaton, pero que encaja muy bien con el personaje de Alice, dándole un aire inocente muy convincente. Joe Mantegna me pareció perfecto en su papel, interpretando con solidez tanto al Joe seductor como al perplejo, cuando Alice coquetea con él de manera insinuante. Y el resto del reparto, como es habitual en Woody Allen, siempre perfecto en la dirección de actores, resulta plenamente convincente, incluso aquellos secundarios con una muy breve participación.

Film menor en la obra del director, Alice sin embargo conserva las señas de identidad de Woody Allen, con lo que es fácil que le guste a sus incondicionales y, para el resto, es una demostración más del buen nivel que tienen todas sus películas, incluso las que no salen del todo redondas.

martes, 22 de noviembre de 2022

El caballero del Oeste



Dirección: Stuart Heisler.

Guión: Nunnally Johnson (Novela: Alan LeMay).

Música: Arthur Lange.

Fotografía: Milton Krasner (W&B).

Reparto: Gary Cooper, Loretta Young, William Demarest, Dan Duryea, Frank Sully, Don Costello, Walter Sande, Russell Simpson, Arthur Loft, Willard Robertson, Ray Teal.  

Melody Jones (Gary Cooper) y su amigo George Fury (William Demarest) llegan a un pequeño pueblo donde Melody es confundido con un peligroso forajido, Monte Jarrad (Dan Duryea).

El caballero del Oeste (1945) es uno de los westerns más atípicos que he visto. A medio camino entre un film del oeste tradicional y una comedia, el guión tiene puntos surrealistas que no sabes bien como encajar. Resumiendo un poco, el argumento va sobre un vaquero que, al ser confundido con un pistolero, acepta la suplantación para ayudar a la atractiva Cherry (Loretta Young), amiga del forajido, de la que se ha quedado prendado nada más verla. El enredo es ya de por sí un tanto curioso, pero tal y como se desenvuelve la historia, el asunto no para de ganar en extrañeza hasta el punto de que algunas escenas son realmente sorprendentes.

Incluso, a veces tenemos la impresión de que el guión avanza un poco a trompicones, con un desarrollo de la trama entre ilógico y chapucero, con momentos que parece que han quedado incompletos, personajes que desaparecen de la escena sin ninguna explicación lógica, duelos extraños..., en definitiva, un cúmulo de situaciones tan sorprendentes que te dejan boquiabierto.

No es pues por el argumento por donde El caballero del Oeste va a convencernos, simplemente debemos aceptarlo como algo curioso al que no podemos analizar con mucha profundidad, pues nos encontraríamos en un callejón sin salida. Y sin embargo, la película no deja de tener cierto encanto. Tal vez por la presencia de Gary Cooper, con su innegable atractivo, o por su curiosa historia de amor con Loretta Young, una mujer que, sin ser la mayor belleza de Hollywood, poseía algo que te mantenía pendiente de ella, una mezcla de fuerza y atractivo muy peculiares.

Otro punto muy interesante es la maravillosa fotografía de Milton Krasner que explota muy hábilmente los juegos de luces y sombras y nos proporciona algunas escenas de una belleza incontestable.

En definitiva, una película con un argumento extraño, que no termina de funcionar, pero que se deja ver con agrado, pues hay tantos giros curiosos que logran mantenerte en vilo, disfrutando de un film tan original como atípico.

jueves, 17 de noviembre de 2022

Una historia del Bronx



Dirección: Robert De Niro.

Guión: Chazz Palminteri (Obra: Chazz Palminteri).

Música: Butch Barbella.

Fotografia: Reynaldo Villalobos.

Reparto: Robert De Niro, Chazz Palminteri, Lillo Brancato, Francis Capra, Taral Hicks, Kathrine Narducci, Clem Caserta, Joe Pesci. 

1960, Calogero (Francis Capra) es un niño de nueve años del Bronx que siente cierta fascinación por Sonny (Chazz Palminteri), el gángster del barrio. Un día, Calogero ve como Sonny mata a un tipo en plena calle pero cuando la policía le pide que lo identifique, el niño niega que fuera el asesino. A partir de ahí, Sonny empieza a cuidar de Calogero.

Una historia del Bronx (1993) supone el debut de Robert De Niro en la dirección y para ello parece elegir un tema en el que se encuentra cómodo, pues recordamos su paso, por ejemplo, por El padrino II (Francis Ford Coppola, 1974), Érase una vez en América (Sergio Leone, 1984), Los intocables de Eliot Ness (Brian De Palma, 1987) o Uno de los nuestros (Martin Scorsese, 1990), todas ellas relacionadas con el mundo de la mafia.

La historia está narrada desde el punto de vista de Calogero a los nueve años en el comienzo del film, interpretado por un convincente y expresivo Francis Capra, y el mismo muchacho ya adolescente después, encarnado ahora por un Lillo Brancato algo menos convincente aunque adecuado para el papel debido a su gran parecido con De Niro, que interpreta a su padre, un honrado conductor de autobús que ha de luchar por alejar a su hijo de la influencia del gángster local Sonny y todo lo que representa.

Este es el dilema básico de la película: la atracción que siente Calogero por Sonny y su ambiente delictivo en contraposición del mundo menos glamuroso que representa su padre, un modesto trabajador con limitados ingresos y una vida mucho menos apasionante a ojos de su hijo. También entra en juego, cómo no, la lucha generacional, con el deseo de afirmación de Calogero frente a su progenitor.

Lo interesante es que este dilema se plantea sin dramatismos: Lorenzo (Robert De Niro) intenta proteger a su hijo y orientarlo en el buen camino, temiendo que el joven termine en el mundo de la delincuencia bajo la influencia de Sonny quien, por su parte, acaba por cogerle cariño al muchacho y también busca orientarlo de la mejor manera posible, desaconsejándole seguir su ejemplo y buscando apartarlo de su pandilla, unos perdedores a los que augura un futuro muy negro.

En el fondo, tanto Lorenzo como Sonny, enfrentados por culpa del muchacho, buscan lo mejor para Calogero desde posiciones enfrentadas, pero convergentes en lo mejor para él; el primero desde la honradez de su vida y el segundo desde la experiencia nada ejemplar de la suya.

Otro tema abordado, el del racismo, queda muy bien enfocado cuando el protagonista se enamora de una joven negra (Taral Hicks), poniendo en jaque sus prejuicios raciales.

Tono comedido y dirección serena, sin alardes innecesarios, serían las señas de identidad del debut de De Niro tras la cámara. Un enfoque clásico que potencia la fluidez del relato sin descuidar una presentación cuidada y elegante. No se excede en las escenas violentas y, con buen criterio, en determinados momentos prefiere sugerir que mostrar, lo que de nuevo nos remite a un estilo clásico de contar la historia.

Sin embargo, a pesar de los innegables aciertos del relato, creo que a la película le falta algo. Tal vez se trate de cierta indefinición en el arranque, de manera que no sabemos muy bien qué camino va a seguir el relato; tal vez también se trate de ese tono blandito que acaba por restarle fuerza a los acontecimientos, de manera que asistimos un tanto fríos a las andanzas del protagonista. Incluso algunos momentos de la historia son fácilmente predecibles, con lo que nada termina por sorprendernos realmente.

Sin embargo, a pesar de ello, Una historia del Bronx se mantiene como un film interesante, capaz de ofrecernos varias lecturas más allá del conflicto principal, como la importancia de los valores en la formación de los jóvenes, la lealtad, la tolerancia, la inutilidad del odio racial injustificado, la fuerza de las influencias sociales y el entorno... Sin duda, elementos interesantes que le dan una profundidad a la película de la que suelen carecer muy a menudo argumentos de este tipo.

Atención a la banda sonora, repleta de hermosas canciones si bien en algunos momentos saturan un poco la narración.

Una historia del Bronx no es un film redondo, pero demuestra el buen gusto del director a la hora de contar una bonita historia que De Niro dedicó a su padre, italo-americano como el protagonista.

martes, 15 de noviembre de 2022

Slow West



Dirección: John Maclean.

Guión: John Maclean.

Música: Jed Kurzel.

Fotografía: Robbie Ryan.

Reparto: Kodi Smit-McPhee, Michael Fassbender, Ben Mendelsohn, Caren Pistorius, Rory McCann, Andrew Robert, Edwin Wright, Kalani Queypo.

Jay Cavendish (Kodi Smit-McPhee), un joven escocés, viaja a Estados Unidos en busca de su amada Rose Ross (Caren Pistorius). En el camino, se encuentra con Silas (Michael Fassbender), un pistolero que le ofrece ser su guía.

En una época en la que el western es un género residual, el músico John Maclean, debutando como director, nos ofrece una peculiar película que, sin reinventar el género, ofrece un punto de vista original.

Maclean, quizá consciente de que los grandes temas del western ya han sido exprimidos hasta la saciedad, opta por un planteamiento decididamente estético, quedando el argumento, muy sencillo, en segundo plano. Así, la impresión que tenemos viendo Slow West (2015) es que se trata de un ejercicio casi pictórico, con una evidente elección por la belleza formal reflejada en hermosos paisajes, una fotografía preciosa y algunos planos que podrían enmarcarse por la belleza de las luces, los contrastes o los colores. Desde este punto de vista es necesario aplaudir el buen gusto del director en su puesta en escena.

Pero, como decía, el argumento parece el gran sacrificado. No es que el relato carezca de interés, pues el viaje de Jay nos permite apreciar la visión de un recién llegado a un mundo nuevo para él y a la vez vamos conociendo también al inmaduro Jay, movido por una pasión amorosa tan fuerte como idealista, como solo puede prender en los adolescentes. Jay es puro aún, confiado, aunque en el viaje sufrirá experiencias que le irán dejando huella.

Sin embargo, este proceso de maduración, lo mismo que la figura de Rose y el mismo Silas, no terminan de adquirir la nitidez suficiente para que argumento se equipare en belleza e intensidad con la parte plástica de la película. Para que Slow West tuviera un peso específico más contundente hubiera sido necesario que tanto la historia como sus personajes tuvieran más profundidad, de manera que los diálogos, concisos y a menudo inteligentes, no quedaran como juegos intelectuales un tanto extraños, al recitarlos personajes que no resultan tan consistentes como sus discursos.

Hay quién puede reprocharle también a Maclean el ritmo tan pausado con que nos cuenta la historia, aunque creo que por este aspecto no tengo nada que objetar y considero que es del todo coherente con su elección estética. Slow West es una película para disfrutar con calma, casi paladeándola. 

En cuanto a los actores, Kodi Smith-McPhee logra transmitir su ingenuidad y su inmadurez con total naturalidad, de manera que resulta del todo sencillo comprender sus miedos o su necesidad de confiar en el prójimo. Michael Fassbender, por su parte, parece hecho a la justa medida de su personaje: un tipo duro, de pasado oscuro y buen corazón.

Slow West no pasará a la historia del western como una de sus mejores películas, eso es evidente; pero seguramente los amantes del género, como es mi caso, agradecerán que lo mantengan vivo con obras que, si bien son modestas en líneas generales, se acercan al cine del Oeste desde el respeto a sus códigos y ofrecen visiones renovadas y personales que pueden gustar más o menos, pero resultan honestas.

domingo, 13 de noviembre de 2022

Alaska, tierra de oro



Dirección: Henry Hathaway.

Guión: John Lee Mahin, Martin Rackin y Claude Binyon  (Obra: Laszlo Fodor).

Música: Lionel Newman.

Fotografía: Leon Shamroy.

Reparto: John Wayne, Stewart Granger, Ernie Kovacs, Fabian, Capucine, Mickey Shaughnessy, Karl Swenson, Joe Sawyer, Kathleen Freeman, John Qualen, Stanley Adams. 

Año 1900, Sam McCord (John Wayne) y su socio George Pratt (Stewart Granger) encuentran oro en Alaska. Mientras George se queda vigilando su mina, Sam viaja a Seattle para comprar maquinaria y llevarle a George a su novia para que puedan casarse.

La comedia es un género que no creo que case demasiado bien con el western, de ahí que Alaska, tierra de oro (1960) no me resulte de entrada un film demasiado atractivo. Pero ese no es el principal problema de la película, pues reconozco que esta mezcla puede dar buenos resultados dependiendo del material, pero en este caso la parte de comedia, comedia romántica en realidad, no está demasiado lograda, con lo que el conjunto presenta más sombras que luces.

Básicamente, el problema más serio de la cinta es que como comedia su nivel es bastante básico, asentando la supuesta gracia en tópicos y un humor poco elaborado, como peleas multitudinarias, una al principio y otra al final, que nos recuerdan a lo más casposo del género, remitiéndonos a Terence Hill y Bud Spencer, por poner un ejemplo que todos entenderemos. Incluso la amistad entre Sam y George parece expresarse a base de mamporros que ambos aceptan con naturalidad, en un encasillamiento un tanto tosco de las relaciones personales basadas en un concepto de la hombría un tanto primitiva.

Alaska, tierra de oro tiene, en resumidas cuentas, un tipo de humor más apropiado para niños que para adultos, con bromas demasiado burdas que denotan un nivel bastante pobre. 

Y tampoco en la parte romántica la historia consigue remontar el vuelo. Cualquiera puede adivinar desde el primer encuentro entre Sam y Michelle (Capucine) que la cosa va a terminar con el emparejamiento de ambos, con lo que no hay la mínima intriga en el desarrollo accidentado de su relación. Pero para que el romance funcionara realmente haría falta una mayor profundidad en el planteamiento, cosa que no se da, siguiendo el nivel superficial con que se dibujan los personajes y se desarrollan sus relaciones. De ahí que este romance funcione a un nivel demasiado elemental como para emocionarnos e implicarnos en sus problemas.

El tercer elemento que perjudica la historia es su excesiva duración teniendo en cuenta lo poco que llega a contarnos y la falta de emoción en su desarrollo, con lo que hay momentos en que sentimos cierto cansancio ante escenas que no aportan demasiado a la historia.

Quizá el reparto sea lo más destacable de Alaska, tierra de oro. John Wayne, a pesar de tratarse de una comedia, tiene un rol bastante identificable con otros westerns suyos, representado al hombre rudo, varonil, cabezota y noble que tantas veces encarnó; de ahí que se mueva con naturalidad en su papel y nos ofrezca lo que es de esperar de él. Stewart Granger, con un papel más secundario, cumple también con soltura y mantiene el buen nivel de Wayne. Y en cuanto a Capucine, es verdad que su elegancia natural choca un poco con su papel de cabaretera, pero la encuentro lo suficientemente atractiva como para que nos olvidemos de ese detalle y disfrutemos de su belleza.

Con un final lamentablemente precipitado y sin originalidad, Alaska, tierra de oro se nos queda en un entretenimiento sin demasiada chispa, apto sobre todo para públicos poco exigentes que se conformen con pasar un rato sin buscarle demasiadas vueltas a la película. 

viernes, 11 de noviembre de 2022

Los productores



Dirección: Mel Brooks.

Guión: Mel Brooks.

Música: John Morris.

Fotografía: Joseph Coffey.

Reparto: Zero Mostel, Gene Wilder, Estelle Winwood, Christopher Hewett, Kenneth Mars, Lee Meredith, Renee Taylor, Andreas Voutsinas, Bill Hickey, David Patch, Dick Shawn.

Un productor arruinado, Max Bialystock (Zero Mostel), con la ayuda de Leo Bloom (Gene Wilder), un aburrido contable, pone en marcha un plan para hacerse ricos con el fracaso de una obra teatral.

Primer largometraje de Mel Brooks, que firma también el guión, Los productores (1967) es una comedia un tanto chabacana, típico ejemplo de un humor nada refinado.

Hacer una buena comedia es tal vez uno de los retos más complicados del mundo del arte. Se requiere ingenio, buen gusto e imaginación, todo de lo que parece carecer el bueno de Mel Brooks, cuyo sentido del humor es bastante primitivo, como nos muestra esta película con meridiana claridad.

El argumento pasa a un segundo plano y parece cumplir la mera función de servir de base para el despliegue de todo el arsenal de bromas que el director debió considerar desternillantes, pero que provocan más pena que risa.

Los personajes, por ejemplo, son realmente caricaturas groseras, rozando el esperpento. Se comportan como neuróticos y la supuesta comicidad reside en gritos desmedidos, diálogos absurdos y actitudes extravagantes. Y al igual que el argumento, son figuras sin profundidad, elementales, en una concepción muy básica a la que no le importa dotarlos ni de profundidad ni de verosimilitud.

Al tiempo que personajes rocambolescos, el humor de Mel Brooks se asienta en tópicos un tanto infantiles y demasiado vistos como para que sorprendan, como el sexo o la homosexualidad, por ejemplo.

Es un tipo de comedia que ha tenido éxito entre amplios sectores del público, por lo que no dudo que Los productores pueda resultar graciosa para determinado tipo de espectadores pero, sinceramente, a mí me pareció vulgar, aburrida, predecible y llena de tópicos evidentes y poco sutiles.

Lo mejor, sin lugar a dudas, es el trabajo del elenco. Es cierto que sus interpretaciones son aparatosas, muy teatrales, pero se corresponden lógicamente con el estilo de humor de la propuesta de Mel Brooks, por lo que dentro de su artificiosidad resultan consecuentes y funcionan bien, en especial Zero Mostel que logra dar cierta gracia a su explosivo personaje. Gene Wilder, fiel a su estilo menos aparatoso, da el punto de pausa a la pareja protagonista. 

Más adelante, Mel Brooks se fue especializando en realizar parodias de películas de éxito, dejándonos títulos como El jovencito Frankenstein (1974), su mejor película con diferencia,  Soy o no soy (1983), La loca historia de las galaxias (1987) o Las locas, locas aventuras de Robin Hood (1993).

Curiosamente, Los productores se llevó el Oscar al mejor guión original, lo cual no deja de asombrarme.

domingo, 6 de noviembre de 2022

La vida en un hilo



Dirección: Edgar Neville.

Guión: Edgar Neville.

Música: José Muñoz Molleda.

Fotografía: Henri Barreyre (B&W).

Reparto: Conchita Montes, Rafael Durán, Guillermo Marín, Julia Lajos, María Brú, Alicia Romay, Eloísa Muro, Juanita Mansó, Julia Pachelo, Joaquina Maroto, María Saco, Joaquín Roa, Manuel París.

Mercedes (Conchita Montes), una joven viuda, abandona el que fuera su hogar con su marido en el norte y regresa a Madrid. En el viaje, conoce a una vidente (Julia Lajos) que le cuenta cómo habría podido ser su vida si en lugar de casarse con Ramón (Guillermo Marín) lo hubiera hecho con Miguel Ángel (Rafael Durán), su verdadero gran amor.

En unos años oscuros del cine español, La vida en un hilo (1945) se presenta como un film moderno y novedoso. 

La historia plantea cómo puede cambiar la vida de una persona, Mercedes en este caso, simplemente por motivos del azar: tomar un camino u otro, salir de casa en un momento determinado o aceptar la ayuda de un caballero o de otro. Este planteamiento, lo qué habría poder pasado, que veremos al año siguiente en ¡Qué bello es vivir! (Frank Capra, 1946), por ejemplo, da pie a una amable comedia donde Neville sabe jugar con los saltos en el tiempo creando un simpático cuento donde alterna con habilidad el pasado real de Mercedes con el que habría podido vivir al lado de Miguel Ángel.

Este juego, que seguramente todo el mundo se imaginó en algún momento de su vida, le sirve también al director para realizar un agudo repaso de las costumbres y la moralidad de la época, al tiempo que critica sin disimulos a esa burguesía celosa de su estatus, pero ignorante y mezquina, apegada a tradiciones que les dan una fachada de respetabilidad tras la que se oculta cierta crueldad derivada de un mal entendimiento de la decencia y carente del espíritu caritativo de una religión que esgrimen con orgullo pero sin entenderla. Especialmente, Neville se ceba en las personas de bien de provincias, encerradas en un mundo pequeño y falso, de críticas y juicios contra todo lo que resulte diferente, y donde la mentira y los rumores infundados corren como verdades incuestionables sin reparar en daños.

Pero, al tratarse de una comedia, esta visión crítica, con ser bastante certera, se presenta sin demasiada crudeza, aunque la andanada esté servida.

Sin restar méritos a la cinta, es verdad que le falta algo más de dinamismo en algunas secuencias, tal vez alargando demasiado el juego de contrastes entre el pasado real y el posible, con lo que hacia la mitad de la película el ritmo desciende por momentos.

El trío protagonista me pareció bastante acertado, destacado Rafael Durán gracias a su personaje, sin duda el mejor de los tres, con un guión muy atinado que le aporta a Miguel Ángel un punto de surrealismo realmente refrescante. Conchita Montes, a la que se relacionó sentimentalmente con Edgar Neville, tampoco desentona en absoluto, brillando más cuando está en pantalla con Durán, pues es la parte más interesante de la historia.

En cuanto al final, es verdad que resulta un tanto forzado y bastante improbable. Pienso que no era necesario juntar de ese modo a los protagonistas, aunque en defensa del espíritu romántico es un final que supongo que muchos espectadores firmarían para sí mismos si pudieran y que refuerza la idea de cuento amable de la película.

 La vida en un hilo, a pesar del tiempo transcurrido, me ha parecido una comedia que sigue resultando válida en la actualidad y que al lado de algunas actuales, nacionales o extranjeras, defiende sus valores con orgullo.

jueves, 3 de noviembre de 2022

El perro de los Baskerville



Dirección: David Attwood.

Guión: Alan Cubitt (Novela: Arthur Conan Doyle).

Música: Robert Lane.

Fotografía: James Welland.

Reparto: Richard Roxburgh, Ian Hart, John Nettles, Geraldine James, Matt Day, Neve McIntosh, Ron Cook, Liza Tarbuck, Richard E. Grant. 

Desde los tiempos de Hugo Baskerville, muerto por el perro de su esposa, una maldición parece cernirse sobre sus herederos. Por eso, cuando Sir Charles Baskerville muere aterrorizado de un ataque al corazón, Holmes intentará proteger a su heredero, Sir Henry (Matt Day), amenazado también por la leyenda.

Nueva adaptación de una de las novelas más famosas de Sir Arthur Conan Doyle, en esta ocasión en una versión para la televisión.

Fiel a la tradición británica, El perro de los Baskerville (2002) presenta un aspecto cuidado en los detalles que sin embargo no puede ocultar un desarrollo un tanto errático y sin verdadera identidad.

El problema de esta versión es un cúmulo de pequeños detalles que van minando la película casi sin querer. No son fallos notorios, es cierto, pero denotan en general falta de talento y cierto enfoque más pendiente de lo accesorio.

Por ejemplo, el reparto es un tanto flojo. No es que se trate de malos actores, pero tampoco transmiten nada en realidad. Richard Roxburgh físicamente da con la imagen que más o menos nos hemos hecho del detective Sherlock Holmes, pero carece de carisma y en algunos momentos su interpretación no resulta convincente, con lo que el relato cojea ya inevitablemente desde este punto. Y si además le añadimos un Watson bastante inexpresivo a cargo de Ian Hart, al tiempo que su relación con Holmes es cuando menos sorprendente, con algún enfrentamiento con el detective que se contradice con todo lo conocido hasta la fecha, se entiende que estemos ante una de las parejas menos atractivas de las diversas versiones cinematográficas.

Además, la dirección de David Attwood tampoco terminó de convencerme, sobre todo a la hora de hilvanar ciertas transiciones, con saltos demasiado bruscos a veces que no tienen en realidad una explicación lógica y que parecen más fruto de un trabajo poco meticuloso, y en la manera en general de desarrollar el relato, que no termina de presentarse con la claridad y la intensidad necesarias.

Como suele ser habitual en el cine más reciente, los aspectos técnicos están bastante logrados, en especial con el sabueso, que en la escena donde hace su aparición resulta realmente aterrador. Tal vez, este es el mejor momento de El perro de los Barkerville, lo que viene a incidir en mi idea: la película logra un buen desempeño en los aspectos visuales, mientras que en el espíritu del relato es donde flojea.

No estamos, desde luego, ante una versión memorable de la novela de Conan Doyle. Tristemente, este film pasa sin pena ni gloria, desaprovechando buena parte del potencial del relato y dejando como resultado una historia sin nada realmente elogiable, correcta pero plana.

martes, 1 de noviembre de 2022

El cochecito



Dirección: Marco Ferreri.

Guión: Rafael Azcona y Marco Ferreri. 

Música: Miguel Asins Arbó.

Fotografía: Juan Julio Baena (B&W).

Reparto: José Isbert, Pedro Porcel, José Luís López Vázquez, María Luisa Ponte, José A. Lepe, Ángel Álvarez, Antonio Gavilán, Carmen Santonja, Chus Lampreave, María Isbert, Eusebio Moreno, Tiburcio Cámara. 

Al ver a su amigo Lucas (José A. Lepe) con su nuevo cochecito a motor, a don Anselmo (José Isbert) se le antoja también uno.

El cochecito (1960) es uno de esos títulos de referencia del cine español de mediados del siglo XX, dentro de la tradición de comedias dramáticas con una fuerte carga de crítica social.

La historia gira en torno a don Anselmo, un anciano que se ve excluido del grupo de su amigo Lucas al no tener un cochecito con motor. Empeñado en conseguir uno, a pesar de no tener discapacidad física alguna, Anselmo primero intenta convencer a su hijo Carlos (Pedro Porcel) de que le fallan las piernas y, al no conseguir nada, empeña las joyas de su difunta esposa para reunir el dinero con el que comprar el cochecito.

Con un marcado humor negro, la película se inscribe en la corriente del neorrealismo, con una clara predilección por los estratos últimos de la sociedad: ancianos y enfermos, lo que le confiere a la comedia un tono un tanto deprimente y casi surrealista.

La mirada del guión hacia la sociedad de la época es bastante ácida, como se ve en la familia de don Anselmo, hacinados en una vivienda un tanto miserable, que alberga también el despacho del hijo, y que nos muestra una sociedad con escasos recursos, viviendo al día, teniendo que acudir a casas de empeños y donde proliferan los embaucadores y estafadores de medio pelo. 

Otro elemento común en los personajes es su comportamiento egoísta. La mayoría de sus actos se rigen por el propio beneficio de cada uno, como por ejemplo en el caso de Lucas que no duda en dejar tirado a su amigo para irse con el grupo de colegas motorizado, o de don Hilario (Antonio Gavilán), que no duda en engañar a don Anselmo con tal de venderle un cochecito. El culmen de este comportamiento lo encarna el propio don Anselmo, que llega incluso a envenenar a la familia con tal de salirse con la suya. En este punto, he de aclarar que la censura impidió en su momento el amargo final original, donde vemos sacar los cuerpos de los familiares envenenados del piso y, más tarde, asistimos a la detención de don Anselmo. En su lugar, se rodó una escena donde el anciano llamaba por teléfono arrepentido. Yo he visto la versión sin censurar, que lógicamente confiere un tono muy negro a la historia.

Es cierto que el guión, con contener elementos de crítica social y mostrar una imagen de la realidad social y económica de la España de mediados del siglo XX, con tintes un tanto excesivos, no termina de crear una estructura sólida y el ritmo de la historia no está del todo logrado. Por ello, a pesar de los méritos de la cinta, el resultado final es un poco deslavazado, además de esa recurrencia a lo grotesco, a un humor un tanto burdo y muy poco elaborado, como se puede ver en las escenas en que la familia muestra su disgusto ante el capricho del anciano y donde comprobamos esa tendencia tan nuestra a buscar la comicidad en una ridícula exageración de las reacciones que roza el esperpento. 

En el reparto destaca especialmente José Isbert, haciendo uno de esos trabajos tan característicos suyos y que se parecen entre sí enormemente. Aún así, confiere a su personaje una dosis de autenticidad incuestionable.

El cochecito es, por tanto, una auténtica comedia negra que deja el tono ligero en casi una anécdota en medio de un universo un tanto desolador y miserable que confiere a esta película un tono realmente peculiar y sombrío.

sábado, 29 de octubre de 2022

La bella y la bestia



Dirección: Jean Cocteau.

Guión: Jean Cocteau (Cuento: Jeanne-Marie Leprince de Beaumont).

Música: Georges Auric.

Fotografía: Henri Alekan (B&W). 

Reparto: Jean Marais, Josette Day, Marcel André, Mila Parély, Nane Germon, Michel Auclair, Christian Marquand.

De regreso a casa, un comerciante arruinado (Marcel André) se pierde en el bosque y llega a la residencia de la Bestia (Jean Marais), que lo sentencia a muerte por haber cortado una rosa de su jardín para llevársela a su hija Bella (Josette Day). 

Primera adaptación al cine del célebre cuento homónimo de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont, publicado en 1757, La bella y la bestia (1946) es un clásico del cine francés marcado por el sello personal de Jean Cocteau, que volvía al cine tras quince años de silencio. La mala acogida de esta película hará que el director vuelva a estar otros diez años alejado de la pantalla.

La bella y la bestia es sobre todo un espectáculo visual, además del mensaje del cuento de la redención por amor. Cocteau vuelca toda su fantasía y poesía en una puesta en escena aparatosa, barroca, surrealista incluso (los brazos que sostienen los candelabros o sirven la mesa, los rostros del mobiliario que cobran vida, la puerta que habla...). Es un cuento, lo que libera la imaginación del director de cualquier atadura lógica para crear un universo en el castillo de la Bestia que aúna el encanto con el terror, apoyándose en una lujosa y tenebrosa fotografía y con el respaldo, un tanto anticuado en la actualidad, de la banda sonora, algo machacona.

No debemos olvidarnos de la Bestia, un prodigio de maquillaje y unos ropajes suntuosos para dar vida a un monstruo que aún hoy en día provoca repulsa y temor por el realismo, valga la paradoja, de su concepción.

Sin embargo, donde el relato acusa decididamente el paso del tiempo es en la caracterización de los personajes y en los diálogos. Las hermanas de Bella resultan realmente burdas en su simplona maldad y nos recuerdan a las de Cenicienta, pues ambos cuentos tienen ciertos elementos comunes. También Bella aparece como demasiado buena, tanto que a veces se podría pensar que es algo tonta. Se puede argumentar que, como estamos en un cuento, tiene cierta explicación esta simplicidad de los personajes, pero me temo que se debe más a un problema de concepción por parte de Jean Cocteau, que no consiguió equilibrar el aspecto externo del film con el interno.

Ello es muy evidente con los diálogos, que son demasiado simples, dejando el desarrollo del cuento a un nivel demasiado básico. 

Como básico es también el mensaje que encierra: el poder redentor del amor, que salva a la Bestia de la muerte gracias a una mirada llena de amor de Bella. Podríamos interpretar la historia con la conocida idea de que la belleza está en el interior, pues Bella va venciendo la repulsa inicial que le provoca la Bestia al ir descubriendo su bondad. También la película es un canto a la fantasía, al poder de la imaginación contra la banalidad de la realidad: la Bestia le confiesa a Bella que adquirió ese aspecto como un castigo a sus padres por no creer en la hadas. 

Para encarnar a la Bestia, se eligió a Jean Marais, un actor que en el momento del rodaje era considerado uno de los rostros más bellos del mundo. Marais, que también encarna a Avenant, amigo del hermano de Bella y enamorado de ella, y al Príncipe en el que se transforma la Bestia, realiza un trabajo excelente, en especial encarnado al monstruo, con una mirada llena de fuerza bajo un maquillaje que le creó no pocos problemas. Josette Day tiene una presencia lo suficientemente angelical para que encaje sin problemas en su personaje.

Film muy deudor de su tiempo y en especial de la concepción personal de Jean Cocteau, La bella y la bestia es básicamente una fantasía en imágenes que aún tiene la fuerza suficiente para fascinarnos, desgraciadamente pierde toda su fuerza en el plano del contenido, donde Cocteau no logró darle a la historia la profundidad suficiente para construir un relato completo.