El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 27 de mayo de 2022

Regreso a Howards End



Dirección: James Ivory.

Guión: Ruth Prawer Jhabvala (Novela: E. M. Forster).

Música: Richard Robbins.

Fotografía: Tony Pierce-Roberts.

Reparto: Anthony Hopkins, Vanessa Redgrave, Helena Bonham Carter, Emma Thompson, James Wilby, Samuel West, Jemma Redgrave, Nicola Duffett, Susie Lindeman, Adrian Ross Magenty.

Margaret (Emma Thompson) y su hermana Helen Schlegel (Helena Bonham Carter) conocen a los adinerados Wilcox durante un viaje por Europa. De regreso a Inglaterra, la relación entre ambas familias continúa, llegando a establecerse una profunda amistad entre Ruth Wilcox (Vanessa Redgrave) y Margaret, hasta el punto de que Ruth le deja en herencia su casa de Howards End en su lecho de muerte.

Especializado en films de época, James Ivory afronta esta adaptación de la novela de E. M. Forster con palpable ambición. El derroche de medios se hace patente desde el cuidadoso reparto, con actores de su evidente agrado, hasta la fascinante y meticulosa ambientación. Sin embargo, un film de estas características no solamente debe entrarnos por los ojos, ha de dejarnos también cierta huella en el alma y es por aquí por donde Regreso a Howards End (1992) falla.

El principal problema que encuentro en la historia es que parece desarrollarse de manera un tanto indeterminada, sin un punto de llegada definido que podamos vislumbrar desde el principio y sirva de guía al desarrollo. De este modo, asistimos a diferentes momentos en la vida de los protagonistas sin tener claro hacia dónde se dirigen. Ello creo que resta intensidad al relato, de manera que tenía la impresión, durante más de la mirad de la cinta, de que no pasaba de la introducción, de la presentación de los personajes. Era como si tuviera la sensación de que la historia no avanzaba, un cauce de agua estancado.

A esta falta de intensidad también contribuye el tratamiento que Ivory le da al relato. Busca cierto preciosismo y frialdad en la manera de contar la historia. Incluso, esa manera de interrumpir algunas secuencias, con un fundido que parece señalar el final cuando no lo es, añade cierto punto de artificio que nos descentra, lo que considero que no ayuda a que sigamos el desarrollo de los acontecimientos de un modo más concentrado. A veces, la verdadera maestría a la hora de dirigir es pasar desapercibido, dejando el protagonismo a lo verdaderamente importante.

Por todo esto, Regreso a Howards End iba transcurriendo sin que me sintiera verdaderamente implicado en el relato. Me costaba identificarme con los problemas de los personajes, despistado por los artificios de James Ivory y la falta de concreción de la historia. Además, tanto la profundización en los protagonistas como en los momentos culminantes de la historia brilla por su ausencia, de manera que es difícil comprender y participar de algunos instantes clave del argumento. 

Por ejemplo, la relación de Margaret y Henry Wilcox (Anthony Hopkins) no queda mínimamente explicada. Intuimos las motivaciones de ambos, pero en su convivencia son tan diferentes que cuesta entender que Margaret acepte el matrimonio con un hombre más mayor y autoritario con el que poco o nada tiene en común. Helen, un personaje sin duda original y muy atractivo, tampoco queda del todo definido y se echa en falta un mejor acercamiento. En general, es algo que podemos aplicar a todos los personajes de la película: se adivinan algunas de sus características, pero hay demasiadas sombras.

Del mismo modo, los cambios sociales y peculiaridades de la sociedad inglesa de comienzos del siglo XX tampoco parece que merezcan para el director una atención especial, con lo que seguimos en la superficie de todos los elementos tratados en la película.

Sin embargo, a nivel meramente estético la película es impresionante. La ambientación, los decorados y el guardarropa son impecables, con un esmero realmente palpable. Del mismo modo que el reparto es de lo mejor de la película. James Ivory cuenta con Emma Thompson y Anthony Hopkins para llevar el peso de la historia y ambos demuestran su gran nivel sin género de dudas. Pero Helena Boham Carter o Vanessa Redgrave tampoco desmerecen los más mínimo. Es más, cada vez que aparecía en pantalla Helena Bonham Carter la película parecía cobrar vida repentinamente.

Como se ve, Regreso a Howards End termina siendo un ejercicio estético muy meritorio pero sin la densidad imprescindible. James Ivory demuestra su buen gusto a la hora de elegir sus argumentos y el cuidado de la puesta en escena, pero le falta algo para estar al nivel de los más grandes. 

Con nada menos que nueve nominaciones, Regreso a Howards End ganó finalmente tres Oscars: mejor actriz para Emma Thompson, mejor guión adaptado y mejor dirección artística.

domingo, 22 de mayo de 2022

Malas calles



Dirección: Martin Scorsese.

Guión: Martin Scorsese y Mardik Martin (Historia: Martin Scorsese).

Música: Varios.

Fotografía: Kent L. Wakeford.

Reparto: Robert De Niro, Harvey Keitel, David Proval, Amy Robinson, Richard Romanus, Cesare Danova, Victor Argo, George Memmoli, Lenny Scaletta, Jeannie Bell, Murray Mosten, David Carradine, Robert Carradine.

Charlie (Harvey Keitel) trabaja como cobrador para su tío, Giovanni Cappa (Cesare Danova), un mafioso local, al tiempo que intenta ayudar a su amigo Johnny Boy (Robert De Niro), un tipo irresponsable que debe dinero a medio barrio de Little Italy.

Malas calles (1973) corresponde a los inicios de Martin Scorsese por hacerse un hueco en la industria del cine. Es una obra muy personal, pues se basa en una historia del propio director que nos habla del barrio de Little Italy, donde se crió, y un ambiente que conocía a la perfección.

Gran parte de la crítica alabó la obra en su momento, por fresca, personal y novedosa, pero con Scorsese me pasa algo curioso: reconozco que Taxi Driver (1976) es una obra maestra, pero encuentro que el resto de sus películas no alcanzan el mismo nivel y, en general, es un director que no termina de convencerme, a pesar de reconocer sus méritos. Y, sinceramente, Malas calles me parece una película mediocre. 

No cabe duda de que se trata de una propuesta muy especial y con un marcado sello personal. Esto sin duda alguna ha de valorarse en su justa medida. Siempre es interesante ver a alguien que intenta expresarse de manera personal y que desafía las normas establecidas. Muchos avances, no solo en la industria del cine, tienen su origen en iniciativas arriesgadas que van contra corriente. Sin embargo, el mero hecho de oponerse a las normas, de expresarse con originalidad, no nos exime de valorar el acierto o no de la propuesta con cierto rigor. También hay que tener en cuenta el gusto de cada uno y reconozco que mi punto de vista sobre Malas calles no deja de ser muy personal, pero no podría tener otro, evidentemente.

Para empezar, la estética de la película no me gustó. Es cierto que ofrece una imagen sombría de los bajos fondos, lo que sin duda está en consonancia con lo que se cuenta, pero estéticamente no me convenció. De la misma manera que la constante presencia de canciones populares acompañando la acción me terminó cansando. Cuando se abusa de un recurso, puede suceder que nos sature.

Sin embargo, lo que menos me convenció de Malas calles son otros aspectos mucho más trascendentales.

Por un lado, los diálogos me parecieron de muy poco nivel. Imagino que se pretendía reproducir fielmente el tipo de conversaciones de los ambientes bajos, pero el resultado es algo deficiente. Además, el recurso de repetir una palabra constantemente por los interlocutores durante una conversación no solo no aportaba nada de interés al diálogo, sino que caía en lo absurdo ("¿Qué ese esto?. ¿Esto?. Sí, esto. ¿Esto?"). En un momento concreto puede usarse este recurso, pero, como con la música, la repetición no es la mejor solución.

La intención de Scorsese de mostrar el día a día en Little Italy y en concreto de un grupo de conocidos, pequeños mafiosos y vividores, es un punto de partida interesante, pero hay que dotar a la historia de un punto de interés y cierto peso específico. La constante repetición de situaciones, el prestamista Michael Longo (Richard Romanus) intentando cobrar la deuda de Johnny Boy con la intermediación de Charlie, no hace avanzar consecuentemente la historia, que a veces da risa y a veces provoca extrañeza, en parte porque tampoco los personajes están bien construidos. Solamente Charlie adquiere cierto peso y podemos llegar a comprender sus aspiraciones. Pero incluso con Charlie abundan las situaciones extrañas que dificultan poder comprenderlo del todo, como su relación con Johnny Boy o con Teresa (Amy Robinson).

La guinda llega con el desenlace, que se presenta del todo por sorpresa y nos deja un tanto descolocados. No es del todo coherente con el tono del resto de la historia y, en otro alarde de originalidad extrema, Scorsese corta por lo sano cuando estábamos en lo más interesante que habíamos visto desde el comienzo de la película.

Martin Scorsese también intenta dejar su huella como director apartándose de la rutina habitual. Asistimos a una cámara muy subjetiva, con planos que persiguen trasmitir un sello de autor que refuerce el mensaje y el tono personal de la película. Al igual que con el resto de la estética, este enfoque no terminó de convencerme, si bien reconozco el mérito y el esfuerzo por salirse de los patrones más sencillos para aportar un punto de vista diferente. Sin embargo, el resultado final me resulta algo aparatoso y muy poco natural.

A la hora de buscar lo más positivo de Malas calles, me quedo sin dudarlo con el reparto. Harvey Keitel demuestra su gran talento sin ningún género de duda y Robert De Niro brilla especialmente con la variedad de sus registros: puede resultar absolutamente encantador como aparecer como un completo idiota desquiciante. Cada aparición de de Niro es una fiesta.

Malas calles terminó por hacérseme muy larga. Reconozco que me costó aguantarla hasta el final. Solamente la recomendaría para aquellos entusiastas del director que deseen conocer toda su obra.

martes, 17 de mayo de 2022

Cumbres borrascosas



Dirección: Peter Kosminsky.

Guión: Anne Devlin (Novela Emily Brontë).

Música: Ryuichi Sakamoto.

Fotografía: Mike Southon.

Reparto: Juliette Binoche, Ralph Fiennes, Janet McTeer, Sophie Ward, Simon Shepherd, Jeremy Northam, Jason Riddington, Simon Ward, Robert Demeger, Paul Geoffrey, John Woodvine, Jennifer Daniel, Jon Howard, Jessica Hennell.

Al regresar de un viaje, el señor Earnshaw (John Woodvine) trae a un niño huérfano, Heathcliff (Jon Howard), al que adopta como un hijo más. Pronto, el joven Heathcliff se hará inseparable de Catherine Earnshaw (Jessica Hennell).

Lo primero que me viene a la cabeza tras ver Cumbres borrascosas (1992) es que me parece que se trata de un intento no del todo logrado de adaptar la novela a las convenciones y peculiaridades del cine.

Imagino la dificultad de concentrar una novela como esta, pero la película de Peter Kosminsky parece pasar demasiado de prisa por los acontecimientos clave de la historia. Así, la tormentosa relación entre Heathcliff y Catherine, que es la clave del relato, no queda del todo bien reflejada. Habría sido necesario o bien dedicarle más tiempo, sobre todo en sus comienzos, cuando se sientan las bases de lo que será su relación, o hacer un tratamiento más profundo, pues algunos momentos importantes pasan sin llegar concretarse. De esta manera, nos quedamos con más sombras que luces en cuanto a los lazos que atan a los protagonistas. A veces, Catherine parece caprichosa o insensible hacia los sentimientos de Heathcliff, por ejemplo. Y respecto a Heathcliff, no llegamos a entender del todo esa rabia que se apodera de él hasta el punto de convertirlo en un monstruo sin entrañas. De alguien que parece amar con todo su ser a otra persona nos cuesta entender que pueda llegar a comportamientos de una crueldad inhumana.

Todo ello lo achaco a ese tratamiento superficial que intenta abarcar quizá demasiado en lugar de concentrarse en lo básico. A veces es necesario optar por fidelidad al original o sacrificar parte de ella en busca de una adaptación más coherente con el medio cinematográfico, que suple carencias de un libro pero tiene también sus limitaciones evidentes.

En otros aspectos, sin embargo, Cumbres borrascosas sí que logra su meta. Me pareció muy buena la ambientación, así como la fotografía de Mike Southon. La melodía de Sakamoto, con ser hermosa, creo que es demasiado limitada, por lo que termina haciéndose algo repetitiva.

La dirección de Peter Kosminsky la encuentro acertada en líneas generales. Sabe trasmitir el ambiente opresivo de la mansión Cumbres Borrascosas aunque no termina de dar una continuidad a la historia, lo que achaco a los problemas del guión a la hora de sintetizar el argumento a la duración del film.

Pero donde hay que quitarse el sombrero es con la pareja protagonista, especialmente Ralph Fiennes que, dentro de una sobriedad interpretativa, desnuda de artificios, dota de una fuerza tremenda a su personaje, que llena la pantalla cada vez que aparece y se vuelve temible y odioso con una sola mirada. Juliette Binoche no desentona en absoluto, aunque su personaje no tiene la misma fuerza que la de Heathcliff y queda algo ensombrecida cuando están juntos. Los secundarios, por desgracia, no están a la misma altura, lo cual no deja de ser comprensible.

Única novela publicada de Emily Brontë, Cumbres borrascosas ha tenido diversas adaptaciones al cine. Entre las muchas que ha habido, destacaría unas pocas, por su originalidad algunas, por su fama otras. Quizá la más conocida sea la de William Wyler de 1939, con el mismo título que la novela. Algo que no respetaría Luís Buñuel, que tituló a su versión Abismos de pasión (1954). Arashi ga oka (1988) es el título en japonés de la adaptación de Yoshishige Yoshida de la novela al Japón feudal. Por último, tenemos la original versión de Andrea Arnold, de 2011. 

 Como curiosidad, la cantante Sinéad O'Connor interpreta a Emily Brontë, apareciendo al comienzo y al final del relato, aunque no figura en los créditos del film. 

sábado, 14 de mayo de 2022

Los que no perdonan



Dirección: John Huston.

Guión: Ben Maddow (Novela: Alan LeMay).

Música: Dimitri Tiomkin.

Fotografía: Franz Planer.

Reparto: Burt Lancaster, Audrey Hepburn, Audie Murphy, John Saxon, Charles Bickford, Lillian Gish, Albert Salmi, Joseph Wiseman, June Walker, Doug McClure.

A los Zachary, una familia de ganaderos de Texas, las cosas les van bastante bien y esperan hacer buenos negocios con la venta de ganado. Sin embargo, todo se complica con la llegada de Abe Kelsey (Joseph Wiseman), un viejo vagabundo que afirma que Rachel Zachary (Audrey Hepburn) es de raza india.

Curioso western del curioso John Huston, famoso por la accidentada realización, con el conocido accidente de Audrey Hepburn que le provocó una lesión en la espalda primero y un aborto después. La única aparición de esta hermosa actriz en un western seguro que no le dejó un grato recuerdo.

Pero Los que no perdonan (1960) reúne méritos suficientes para que dejemos de lado los detalles del rodaje para centrarnos en un relato denso donde vemos cómo el western estaba alejándose de su tradición clásica para adentrarse en temas y aspectos polémicos. 

Los que no perdonan se centra en el tema del racismo, en el odio entre los blancos y los indios. Este tema ya lo había abordado John Ford en su legendaria Centauros del desierto (1956). Pero en esta ocasión, al contrario que en el film de Ford, son los blancos los que han adoptado a una niña india y es su familia de sangre la que pretende recuperarla. Pero si en Centauros del desierto los indios aceptaban sin reservas a la joven blanca, integrada plenamente en sus costumbres, aquí los blancos no son capaces de perdonar el origen de Rachel y, a pesar de ser una más en su comunidad desde su infancia, el odio es demasiado fuerte como para que puedan aceptarla una vez que descubren que tiene sangre india. Incluso su hermanastro Cash (Audie Murphy) la repudia por su raza.

La película empieza con un tono ligero que no anuncia para nada lo que sucederá después. Pero con la primera aparición del viejo Kelsey se incluye una nota de intriga que marcará el cambio de rumbo. La película se va volviendo poco a poco más dramática, con una muy inteligente graduación de los acontecimientos: Ben (Burt Lancaster) y Cash salen a "cazar" a Kelsey en medio de una tormenta de arena, los sentimientos racistas de Cash se manifiestan sin reservas con la presencia del indio Portugal (John Saxon), los kiowas se presentan en casa de los Zachary reclamando a Rachel...

Me pareció una muy inteligente graduación de la tensión dramática que mantiene el interés en todo momento, en especial con la duda sobre la verdadera identidad de Rachel, perfectamente llevada hasta la escena del linchamiento de Kelsey, para mi la mejor de toda la película y donde asistimos al estallido de rabia incontrolable por parte de Mattilda Zachary (Lillian Gish) al ver peligrar la paz y estabilidad de su familia. Esto plantea un tremendo interrogante, pues entendemos que Mattilda pretenda proteger a su familia, pero la manera de hacerlo es incuestionablemente repudiable; igualmente que cuando Ben y Cash intentaron acabar con Kelsey la primera vez. Si no podemos justificar el racismo de los vecinos de los Zachary, tampoco en esta familia están libres de culpa. Como se ve, en el nuevo derrotero que está tomando el western, las líneas entre los buenos y los malos se van difuminando a pasos forzados.

Tras esta escena tan intensa, cuando llega el que debía ser el momento culminante de la película, el asedio de los indios a la casa de los Zachary, sentimos que queda algo empequeñecido ante la fuerza de la secuencia del linchamiento. Aún así, es un buen remate para una historia cuya intensidad no ha parado de aumentar hasta este estallido de violencia y muerte.

Y atención a los diálogos, que me sorprendieron por su fuerza y profundidad, lejos de las banalidades o estereotipos con que a veces el guionista sale del paso sin esfuerzo. En esta ocasión, merece la pena prestar atención a lo que se dice y a cómo se dice.

En cuanto al reparto, sorprende ver a Audrey Hepburn en un western y, a pesar de ello, encaja perfectamente en el papel de india. Además, la belleza, naturalidad y encanto de la actriz demuestran que se maneja perfectamente en cualquier circunstancia y género. Burt Lancaster era un habitual en este tipo de películas y además en esta ocasión lo encuentro mucho mejor que en otras actuaciones algo más teatrales, algo que le sucedía a veces. Es gratificante también contar la presencia de Lillian Gish, una veterana actriz y de las pocas del cine mudo que supo mantener el nivel con la llegada del sonoro. El resto del reparto ya no está a la misma altura, salvo Charles Bickford, bajando un par de peldaños los jóvenes, con una sobreactuación excesiva que atribuyo, no obstante, a las exigencias del guión; algo que se repite con mucha frecuencia en el cine de Hollywood, que parecía identificar juventud con atolondramiento.

John Huston no quedó muy satisfecho con el montaje final de la cinta, pues su denuncia del racismo era más explícita, pero el montaje de los productores, entre los que figuraba Burt Lancaster, prefirió aligerar algo ese aspecto y centrarse más en otros detalles, como la relación amorosa de Ben y Rachel, por ejemplo, que no deja de resultarme un tanto forzada, teniendo en cuenta que Ben ejerció de hermano de Rachel toda su vida, con lo que su enamoramiento parece antinatural.

Como se puede ver, Los que no perdonan no deja de ser un western muy peculiar y, en lineas generales, a pesar de no terminar siendo como el director quería, me parece un film con grandes méritos para reivindicarlo como uno de los mejores de la etapa postclásica del género.

jueves, 12 de mayo de 2022

Su juego favorito



Dirección: Howard Hawks.

Guión: John Fenton Murray y Steve McNeil.

Música: Henry Mancini.

Fotografía: Russell Harlan.

Reparto: Rock Hudson, Paula Prentiss, Maria Perschy, John McGiver, Charlene Holt, Roscoe Karns, James Westerfield, Norman Alden, Forrest Lewis, Regis Toomey. 

Roger Willoughby (Rock Hudson) es vendedor de artículos de pesca en unos grandes almacenes y autor de un método de pesca muy reputado. De ahí que le inviten a participar en un concurso de pesca, lo que lo coloca en un gran aprieto ya que ¡nunca ha pescado!

Su juego favorito (1964) nos hace pensar de inmediato en La fiera de mi niña (1938), no solo por estar dirigidas ambas por Howard Hawks, sino por la evidente similitud del planteamiento. Por si nos pudiera quedar alguna duda, Hawks vuelve a incluir escenas muy similares, como la del vestido abierto por la parte de atrás, si bien en esta ocasión con alguna ligera modificación; el encuentro de los protagonistas también tiene lugar en un aparcamiento y el leopardo es reemplazado ahora por un oso.

Es evidente pues que estamos ante una especie de remake, que no le sienta demasiado bien a Su juego favorito. No se trata de compararlas, si bien es inevitable en algunos momentos, pero la frescura de La fiera de mi niña, acrecentada por su originalidad, desaparece por completo en esta ocasión. Cuando una película es redonda, me parece siempre innecesario intentar emularla, sea con el pretexto que sea. Al menos, al tratarse del mismo director, está claro que no podremos hablar de plagio.

La base de Su juego favorito es de nuevo la guerra de sexos con una posición de superioridad de la mujer. Abigail Page (Paula Prentiss), una joven enérgica y decidida, pone en constantes aprietos al desorientado Roger que, en sus manos, es una marioneta sin poder de decisión. En base a esta premisa, asistimos a una serie de situaciones en las que Roger es víctima de toda una serie de accidentes y contratiempos que soporta con cierta resignación. 

El problema es que muchas de estas situaciones son excesivamente infantiles y previsibles, de manera que casi siempre vamos un paso por delante de los acontecimientos. Si la base de la comicidad es la sorpresa, podemos afirmar que en esta ocasión no abunda. Quizá podría destacar los momentos en que Roger participa en el concurso de pesca y, por mera casualidad, logra ir saliendo airoso con unas capturas muy afortunadas. Pero son en realidad muy pocos minutos para un film bastante largo, lo que no habla mucho en su favor.

Pero, a parte del tema de la comicidad, que no deja de responder a cuestiones muy personales, creo que el argumento tampoco resulta del todo coherente. Es como si el guión quisiera ir en una dirección pero ciertas necesidades lo llevaran por caminos un tanto extraños. Por ejemplo, el personaje de Abigail se presenta como fresco e irreverente pero, hacia el desenlace, parece transformarse y algunas de sus reacciones no parecen consecuentes con su manera de ser. Se trata, evidentemente, de crear un pequeño conflicto que parezca entorpecer la relación amorosa de ella y Roger, pero no termina de resultar convincente. De la misma manera que resulta algo forzado el apaño moralista por el que Abigail y Roger han de desvelar el engaño de que este nunca había pescado. De nuevo, parece como una especie de imposición para dejar claro que los protagonistas deben ser absolutamente ejemplares.

Rock Hudson es verdad que tiene la buena presencia necesaria para dar a su personaje un evidente atractivo y un porte digno, por lo que me parece una elección muy acertada para encarnar al protagonista. Y Paula Prentiss posee el suficiente encanto y naturalidad para resultar totalmente creíble en su capacidad de atormentar a Roger primero y enamorarlo después.

La conclusión final a la que llego es que se trata de una versión muy simplificada de La fiera de mi niña y en la simplificación también reside su debilidad, pues los personajes son más superficiales, la comicidad menos natural y la alteración de los roles masculino y femenino se debilita con ese giro moralizador que roba el lado transgresor al argumento para convertir la película en algo demasiado correcto.

Pero intentando evitar la comparación entre ambas películas, Su juego favorito me pareció un film muy previsible, con un humor demasiado elemental como sorprender y divertir y donde falta sin duda ritmo, diálogos más incisivos, personajes secundarios con más carisma... en definitiva, una comedia agradable, pero carente de ingenio.

martes, 10 de mayo de 2022

El juez de la horca



Dirección: John Huston.

Guión: John Milius.

Música: Maurice Jarre.

Fotografía: Richard Moore.

Reparto: Paul Newman, Jacqueline Bissett, Tab Hunter, John Huston, Roddy McDowall, Anthony Perkins, Anthony Zerbe, Ava Gardner, Stacy Keach, Victoria Principal, Roy Jenson, Gary Combs, Fred Brookfield, Ben Dobbins, Dick Farnsworth, LeRoy Johnson, Fred Krone.

A finales del siglo XIX, al oeste del río Pecos no había ley ni orden. Roy Bean (Paul Newman), un foragido, tras vengarse de unos bandidos que quisieron ahorcarlo, impondrá su peculiar ley en el territorio.

El juez de la horca (1972), méritos artísticos aparte, ha merecido mi atención por recrear la vida de un curioso personaje del lejano Oeste: el juez Roy Bean.

Bean es uno de esos legendarios personajes del Oeste americano que han trascendido su propia existencia, llegando a ocupar un lugar casi mítico en la memoria de la conquista del Oeste, al estilo de Billy el Niño o Buffalo Bill. 

Conocí a esta legendaria figura de la mano del cómic "El juez"  de la serie de Lucky Luke y ya entonces me fascinó esa figura autoritaria, arbitraria y ciertamente original. En el cómic, Bean profesaba una devoción casi religiosa por Lillie Langtry, una famosa actriz de la época, y tenía hasta un oso como mascota, detalles que recoge también El juez de la horca. Comprendemos pues que estamos ante un tipo realmente curioso, si bien hemos de aceptar que la ficción seguramente supera en mucho a la realidad. Es lo que suele suceder cuando la leyenda se impone a la historia.

Lo primero que llama la atención es el tratamiento dado a la figura del juez. Estamos en los años setenta del pasado siglo y el western, en esos años, ha evolucionado radicalmente. Ya no se quiere seguir con el discurso del período clásico, donde el héroe era un hombre justo e intachable. Ahora todo se difumina y la separación entre el bien y el mal reside más bien en el punto de vista que se adopte. Aparecen los protagonistas perdedores, casi como el culmen de lo auténtico. No se pretende moralizar ni ejemplarizar, sino que hay una intención transgresora, casi exaltando lo marginal. 

Y John Huston se alinea en esa corriente y nos presenta a un juez violento, egoísta y arbitrario. No es un héroe ejemplar, sino un bandido que utiliza la ley que más le conviene y que no tiene ningún reparo ni cargo de conciencia en ajusticiar a cualquier delincuente que se cruce en su camino.

Tal vez para aligerar ese punto de vista, sin duda reprobable y cruel, Huston adopta un tono de comedia que preside toda la historia. Incluso en los momentos más violentos, el enfoque tiene ese punto de parodia que hace que no se llegue a dramatizar nunca en exceso. Solamente en ciertos momentos puntuales, como la muerte del oso o de María Elena (Victoria Principal) el tono se vuelve serio y el director demuestra cómo es capaz de cambiar de registro en un segundo con total brillantez.

A pesar de todo, creo que El juez de la horca no termina de funcionar del todo. Por un lado, encuentro que le falta tensión dramática, no solamente por el tono de comedia, sino porque no hay un elemento que centre el desarrollo, que aporte interés a la historia. Normalmente, en cualquier película hay un discurso que nos lleva desde el comienzo hacia el desenlace y que justifica el desarrollo y le da cierta unidad. En esta ocasión, la historia es una sucesión de capítulos en la vida de Bean pero sin que aparezca un punto de tensión que nos prevenga sobre lo que puede suceder. 

Además, a ello hay que sumar la excesiva duración de la película, acrecentada esa sensación por el punto anterior: la falta de un discurso continuado que alimente la tensión.

Por ello, he de reconocer que hacia la mitad de la película sentía cierto cansancio y casi deseaba que terminara. Es cierto que el final, donde se concentran los momentos más intensos de la historia, logra incrementar el interés por las vicisitudes de la vida del juez, pero tal vez todo esto llega un poco tarde.

En cuanto al reparto, poco que decir sobre la calidad del trabajo de Paul Newman, sin duda el mejor con diferencia y que, a pesar de romper con la imagen que tenía anteriormente de la figura del juez, encarna con absoluta credibilidad a este curioso personaje, sin que el tono ligero del relato altere la fuerza y cierta brutalidad que sabe aportar a su personaje. La gran cantidad de nombres conocidos en el reparto (John Huston, Ava Gardner, Jacqueline Bissett, Anthony Perkins) pueden funcionar como reclamo, pero su participación es casi anecdótica.

Junto a El juez de la horca, recomiendo El forastero (1940), donde William Wyler también se acerca a la figura de Roy Bean, encarnado por el gran Walter Brennan, y que puede servir como punto de comparación sobre el tratamiento del mismo personaje en diferentes momentos del western.

domingo, 8 de mayo de 2022

Tráfico



Dirección: Jacques Tati.

Guión: Jacques Tati y Jacques Lagrange.

Música: Charles Dumont.

Fotografía: Eduard van der Enden y Marcel Weiss.

Reparto: Jacques Tati, Maria Kimberly, Marcel Fraval, Honoré Bostel, Tony Kneppers, Marco Zuanelli, François Maisongrosse.

Una pequeña compañía francesa de automóviles, Altra, acude a un salón internacional del automóvil en Amsterdam con un original prototipo. Pero el viaje estará repleto de incidentes.

Tráfico (1971) supone la última aparición del Sr. Hulot, el personaje icónico de Jacques Tati, protagonista de sus mejores películas. Aunque en esta ocasión, el Sr. Hulot no nos ofrezca su mejor versión. Además, tampoco es el eje sobre el que gira la historia, sino que el protagonismo está más repartido que en films anteriores.

Lo que permanece inalterable es el humor surrealista y ácido que caracteriza a Tati. En su línea habitual, Tráfico nos ofrece una visión crítica sobre la sociedad, como ya habíamos visto en Playtime (1967). Ahora, Tati centra su peculiar mirada en el desarrollo de la industria automovilística y su imparable auge como medio de transporte. Pero de manera premonitoria, Tati se adelanta a su tiempo, algo que era habitual en sus análisis del mundo y que motivó que sus películas no siempre fueran unánimemente aceptadas en el momento de su estreno, si bien con el tiempo se comprendió mejor su aportación y su certera anticipación al futuro de la sociedad capitalista. Cuando se rodó Tráfico, los automóviles aún no estaban tan extendidos como ahora, pero el cómico francés adivina el imparable desarrollo de esa industria y sus consecuencias para la vida cotidiana. La escena final, con los peatones sorteando una plaga de coches bajo la lluvia ejemplifica maravillosamente el panorama desolador de nuestras ciudades en la actualidad.

Tráfico es una demoledora crítica a esa adoración hacia los coches que iba desarrollándose sin pausa. El accidentado viaje del camión que transporta el camping-car es el compendio de todas las desgracias que podrían suceder de la mano de un coche. Y la exposición de Amsterdam ejemplifica perfectamente tanto la masificación de la sociedad, moviéndose los visitantes como autómatas cegados por un progreso que ni saben cuestionar y al que se rinden con patética devoción, como los excesos de la industria a la hora de vender su producto. Esa visión de las masas sin identidad propia, con comportamientos idénticos y automatizados también se ejemplifica con agudeza con los conductores en medio de un atasco hurgándose despreocupadamente la nariz.

Como guinda del pastel a esa visión tan desalentadora del mundo del automóvil podemos situar al invento de Altra: ese camping-car surrealista, lleno de curiosos artilugios que vendría a ser una versión "familiar" del coche de Batman o del de James Bond, por ejemplo. La desbordante imaginación de Tati nos regala el vehículo "perfecto" para no tener que abandonar ya nunca la vida en la carretera.

No faltan algunos momentos casi poéticos, donde Tati juega con las líneas de las carreteras, los reflejos en las lunas y la repetición de actitudes al volante, con la maravillosa secuencia de los limpiaparabrisas que, como mascotas habituadas a su amo, se comportan como el conductor, en una sincronización hipnótica.

Sin embargo, a pesar de los méritos innegables de Tráfico, es evidente que la película tiene caídas de ritmo evidentes. Lo achaco a la excesiva duración de la cinta. Tal vez, recortando algunos momentos más insustanciales, el conjunto habría ganado, pues hay algunos instantes muy logrados, como el choque en cadena, pero que se diluyen en medio de secuencias sin la misma inspiración.

Tati sigue fiel también a esa peculiaridad de filmar una especie de películas mudas con sonido y diálogos. Y es que los éstos últimos son totalmente prescindibles. A menudo, carecen de sentido o son una mezcla de voces e idiomas incomprensible. Y cuando tienen sentido, la verdad es que tampoco aportan nada especial. Y es que el humor de Tati se asienta en la tradición de las películas cómicas del cine mudo y entra por los ojos. Es un humor basado en las torpezas, tropiezos, caídas... y que en esta película ya no se centran en el hombre, como pudimos ver en Las vacaciones del Sr. Hulot (1953), sino en los coches, con sus averías, choques o atascos.

Definitivamente, no estamos ante la mejor película de Jacques Tati. Aún así, Tráfico es un film con su sello inconfundible y siempre es reconfortante poder ver propuestas tan originales como esta. No cabe duda de que el cómico francés tiene un puesto de honor dentro de la historia del cine cómico.