El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 27 de noviembre de 2017

El cuarto hombre



Dirección: Phil Karlson.

Guión: Rowland Brown, George Bruce, Harry Essex, Phil Karlson y John Payne (Historia: Harold R. Greene).

Música: Paul Sawtell.

Fotografía: George E. Diskant.

Reparto: John Payne, Preston Foster, Lee Van Cleef, Coleen Gray, Neville Brand, Jack Elam, Dona Drake, Mario Siletti.

Timothy Foster (Preston Foster), un ex-policía, prepara un atraco a un banco. Para evitar que algo salga mal, ninguno de sus cómplices, tres delincuentes perseguidos por la justicia, debe conocerlo a él ni entre sí, por lo que todos llevan máscaras en el atraco. Todo parece salir como lo ha planeado Foster, salvo por la inculpación de un inocente, Joe (John Payne), un ex-convicto.

El cuarto hombre (1952) es una de esas películas que descubrimos por casualidad y que, de alguna manera, nos transporta a una época donde se hacía un cine sencillo, directo, e imperfecto en este caso, pero con cierto encanto. No deja de ser un film típico de serie B, pero quizá por comparación con algunos subproductos actuales, nos reconcilia con una manera de hacer cine que parece perdida para siempre.

Pero no nos confundamos. El cuarto hombre no es una film redondo. Como típico producto de serie B es un film irregular, con evidentes defectos, lejos de lo que podríamos considerar una gran película. Quizá lo que más me llamó la atención en un primer momento es el detalle de las caretas, tal vez por lo casi ridículo que resultaba y, viendo después el desarrollo de la trama, lo innecesario de utilizarlas. Es un detalle que demuestra ciertamente la ingenuidad del planteamiento.

La trama es un tanto enrevesada, con dos historias de venganza paralelas, la de Preston, resentido por su expulsión del cuerpo de policía, y la de Joe, deseoso de limpiar su nombre. Sin embargo, a favor de Karlson, hay que reconocer que la expone con sencillez y claridad, con lo que no cuesta seguir el hilo de los acontecimientos, al contrario que en otras cintas de cine negro donde el argumento a menudo es casi un enigma.

Aún así, confieso que me costaba meterme en la historia, por lo rebuscada sí, pero también por un aire de película algo imperfecta, artificial quizá, a lo que contribuían unos diálogos que me parecían un tanto forzados, cuando no demasiado pueriles. Los diálogos quizá fueron el mayor defecto que he encontrado a la película, junto a esa división en escenarios, como piezas separadas de un puzzle, dando la sensación de que la historia no terminaba de funcionar como un todo, sino como la suma de esas piezas. Tampoco la consabida historia de amor, que suele ser un ingrediente casi obligatorio en cualquier película, terminaba de encajar con el resto de la trama, quedando como un añadido un tanto forzado.

El desenlace también peca de moralista y previsible, incluso con cierta precipitación a la hora de intentar dejar atado hasta el más pequeño detalle. Sin duda, un peaje obligado en los años cincuenta del siglo XX.

Como típica serie B, el reparto no es demasiado espectacular, con actores de segunda fila que, sin desentonar, sí que parecían algo teatrales en su manera de actuar. Si hay películas del género donde no cuesta nada dejarse llevar por el trabajo de los actores, en ésta es todo un poco forzado, artificial.

Como dato curioso, esta película inspiró a Tarantino su Reservoir Dogs.

El cuarto hombre es un film imperfecto, sin duda, pero seguro que los amantes del cine negro clásico, sencillo y directo disfrutarán con un film tan típico del género.

domingo, 26 de noviembre de 2017

En la línea de fuego



Dirección: Wolfgang Petersen.
Guión: Jeff Maguire.
Música: Ennio Morricone.
Fotografía: John Bailey.
Reparto: Clint Eastwood, John Malkovich, René Russo, Dylan McDermott, Gary Cole, Fred Dalton Thompson, John Mahoney.

Frank Horrigan (Clint Eastwood) lleva toda la vida en el servicio secreto. El era uno de los escoltas del presidente Kennedy el día de su asesinato, algo que aún no ha podido superar. Treinta años después, cuando un psicópata amenaza de muerte al actual presidente, Frank solicita que lo asignen a su escolta personal.

Sorprende saber que esta película obtuvo en su día tres nominaciones a los Oscars, en especial al mejor guión (las otras dos fueron para John Malkovich como actor secundario y al mejor montaje). Y es que, vista hoy en día, la cinta es todo menos original y emocionante. No se si es por culpa de una historia bastante previsible, pero la intriga brilla por su ausencia, con lo que la película carece realmente de gancho, a parte de estar repleta de tópicos.

La historia de un buen policía con un lastre del pasado que le ha condicionado la vida, tanto profesional como personalmente, y que puede tener una segunda oportunidad para resarcirse al final de su carrera es todo menos original. Lo mismo que recurrir a un psicópata como malvado de turno; personaje además perverso y despiadado. Y que este psicópata, muy bien interpretado por John Malkovich, aunque no para ganar el Oscar, la tome precisamente con el protagonista, convirtiendo en algo personal su propia paranoia, pues tampoco es demasiado novedoso. Es más, este tipo de personaje se repite en varios títulos más de Clint Eastwood, como Harry el sucio o Deuda de sangre, con lo que parece una especie de fijación hacia estos personajes.

Y si hablamos de la historia de amor... pues más de lo mismo. Y con el agravante de que encima la historia entre Frank y Lilly (René Russo) está metida con calzador, sin resultar nada convincente ni aportar en realidad absolutamente nada a la historia principal, apareciendo intermitentemente sin mucha convicción.

Por si el argumento en sí no fuera suficiente, el director alarga la historia hasta límites increíbles, sin que esa extensión ayude para nada en cuanto a emoción o intensidad, sino más bien al revés: es un lastre que convierte al film en una repetición constante de las mismas situaciones (las llamadas telefónicas del psicópata, los mítines del presidente, ...) y donde se adivinan fácilmente todos los momentos clave, con lo que la película se convierte en algo bastante plano al que un buen recorte de metraje no perjudicaría en absoluto. Porque, además, Petersen tampoco se manifiesta como un director solvente e imaginativo, limitándose a una puesta en escena lineal y poco imaginativa.

En definitiva, En la línea de fuego (1993) es un film hoy en día anticuado, sin nervio, previsible y muy poco atractivo, que abunda en tópicos y que parece filmado casi con cierto distanciamiento. La presencia de Clint Eastwood ayuda un poco a digerirla, pero no la salva de su escasa emoción.

martes, 14 de noviembre de 2017

Situación límite



Dirección: Aaron Harvey.
Guión: Aaron Harvey.
Fotografía: Jeff Cutter.
Reparto: Forest Whitaker, Bruce Willis, Malin Akerman, Nikki Reed, Deborah Ann Woll, Brad Dourif, Jill Stokesberry, Shea Whigham, Jimmy Lee Jr., Nikita Kahn, Ivory Dortch.

Tes (Malin Akerman), Kara (Nikki Reed) y Dawn (Deborah Ann Woll) trabajan para Mel (Bruce Willis), un traficante de drogas que les encarga una misión aparentemente sencilla para que se resarzan de su fracaso anterior.

El principal problema de Situación límite (2011) es que juega a copiar el estilo de Quentin Tarantino y, como toda copia, se expone a la comparación con el modelo. Y quien ama el estilo de Tarantino, imagino que preferirá el original. Es como quien hace una versión de The Beatles; por buena que sea, siempre será una imitación.

Aaron Harvey no disimula en absoluto en su imitación. Al igual que Tarantino, juega con los tiempos, haciendo avanzar y retroceder la historia a su antojo, repitiendo incluso una escena tres veces, cada vez contando un poco más, en lo que busca ser un modo original de presentar la historia. El problema es que ya no es original, con lo que falla el factor sorpresa. Aclarado este punto, queda ver la solidez del argumento, la fuerza de los personajes, el peso de la intriga... en resumen, qué hay detrás de los adornos narrativos.

Y la verdad es que Situación límite, sin ser un mal thriller, resulta demasiado esquemático. Por un lado, los protagonistas están definidos muy sucintamente, reduciéndolos a lo mínimo, incluso algunos ni eso, como es el caso de Kara y Dawn, por ejemplo. Harvey prefiere recrearse en las formas, dejando el contenido en lo más elemental. Y al estilo de Tarantino, se centra en diálogos un tanto intrascendentes, alarga las secuencias al límite, juega con la fotografía y la banda sonora, que adquieren un protagonismo destacado, y recurre también a la violencia, si bien en este caso menos explícita y algo más contenida que la de Tarantino.

El resultado es un film con cierta dosis de intriga, que se deja ver y hasta cierto punto nos atrapa en espera de poder desvelar todas las claves del guión, en espera del final, que en este caso, sin ser demasiado original, al menos concuerda con lo sombrío de la historia. No decepciona, aunque tampoco nos seduce, y ello se debe a la poca consistencia de la trama y a la escasa entidad de los personajes. Con todo ello, Situación límite queda reducido a un ejercicio de estilo, una copia de Tarantino, que puede gustar más o menos, pero que tiene poca sustancia, se mire como se mire.

Donde hay que reconocer que el director acierta es con el reparto, en especial con la presencia de Forest Whitaker, que realiza un buen trabajo, ayudado también por el hecho de que su personaje es el más atractivo e interesante de la historia. Bruce Willis tiene una presencia muy pequeña y creo que su personaje, en contraste con lo que me pareció el de Whitaker, es mucho menos interesante, rozando casi la caricatura. En cuanto a las protagonistas femeninas, parecen estar ahí con una función más bien estética, si bien su trabajo es correcto.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Los crímenes del museo de cera



Dirección: André De Toth.
Guión: Crane Wilbur.
Música: David Buttolph.
Fotografía: Bert Glennon.
Reparto: Vincent Price, Phyllis Kirk, Frank Lovejoy, Carolyn Jones, Paul Cavanagh, Paul Picerni, Roy Robets, Charles Bronson.

El profesor Henry Jarrod (Vicent Price) esculpe figuras de cera que expone en su modesto museo, del que se siente muy orgulloso. Pero no piensa así su socio Matthew Burke (Roy Roberts), cuyo interés principal es ganar dinero y desdeña la vertiente artística de las obras de Jarrod. Por ello, se le ocurre incendiar el museo para poder cobrar el seguro.

Estamos ante todo un clásico del cine de terror, si bien en la actualidad dudo que asuste a casi nadie, pues el cine ha ido superando sus límites hasta llegar a unos niveles en el género, en la actualidad, escalofriantes. Y sin embargo, a pesar de que puede que no nos cause un gran impacto, Los crímenes del museo de cera (1953) es una película más que recomendable.

Es cierto que su trama y su puesta en escena parecen hoy en día bastante elementales, si bien se hizo un esfuerzo remarcable a la hora de crear todo un repertorio de figuras de cera y con la caracterización de Vincent Price, que requería de horas de maquillaje. Pero el misterio de quién es el personaje que mata y roba los cuerpos de sus víctimas no resulta tal, pues en seguida adivinamos de quién se trata. Y de igual manera no es nada complicado anticiparnos al desarrollo y desenlace de la historia. Y, a pesar de todo esto, que podría debilitar la emoción y el interés por el argumento, la película se mantiene viva gracias precisamente a su sencillez y a un desarrollo donde se va a lo fundamental, sin perderse en detalles, ni siquiera a la hora de definir la personalidad de los personajes, reducidos a un esquematismo radical, y aumentando progresivamente la intensidad, apoyándose en una fotografía intensa y una banda sonora clásica que acompaña a la perfección los momentos más álgidos de la historia, hasta llegar al desenlace, no por previsible menos intenso y que culmina de manera brillante la historia.

Y además contamos con Vincent Price, todo un ícono del cine de terror clásico, con su impresionante presencia, elegante y amenazadora.

Como ocurre en algunos de los clásicos del género, Los crímenes del museo de cera se centra en un personaje que originalmente no era una mala persona, pero que, maltratado por el destino, sucumbe a sus obsesiones, convirtiéndose, quizá a su pesar, en un verdadero monstruo. Sin ser quizá su objetivo principal, al igual que otros grandes títulos del género, la película nos deja una pequeña reflexión sobre la naturaleza humana y los límites de la cordura.

Los crímenes del museo de cera además contaba con un atractivo añadido en la época, como era que se trataba de una de las primeras películas rodadas en 3D, lo que sin duda añadiría un punto más de intensidad sobre los espectadores.

La película de André De Toth es un remake del film homónimo de Michael Curtiz de 1933.