El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 26 de marzo de 2013

El motín del Caine



Dirección: Edward Dmytryk.
Guión: Stanley Roberts, Michael Blankfort (Novela: Herman Wouk).
Música: Max Steiner.
Fotografía: Franz Planer.
Reparto: Humphrey Bogart, Van Johnson, Fred MacMurray, Robert Francis, José Ferrer, May Wynn, Tom Tully, E.G. Marshall, Arthur Franz, Lee Marvin, Warner Anderson, Claude Akins, Katherine Warren, Jerry Paris, Steve Brodie. 

El Caine es un viejo dragaminas de la marina estadounidense donde no se respetan demasiado las ordenanzas y la tripulación está un tanto desmotivada. Sin embargo, todo cambia de repente cuando toma el mando el capitán Phillip Queeg (Humphrey Bogart), un oficial estricto que se impone como meta que todos en su barco cumplan las normas a rajatabla. Su actitud no tarda en provocar recelos entre su propios oficiales.

Tras sufrir las consecuencias de la nefasta caza de brujas, Edward Dmytryk pudo lavar su imagen y congraciarse con la industria cinematográfica merced a este film patriótico en general brillante pero con algunas sombras.

Para empezar,  El motín del Caine (1954) tiene en su base un importante condicionante: la Marina estadounidense aceptó colaborar en el rodaje a cambio de que el nombre y el honor de esa institución quedaran salvaguardados. De ahí la advertencia inicial en la que se aclara que en la Marina de los Estados Unidos jamás tuvo lugar motín alguno. Y también la extraña y forzada escena final donde un Mel Ferrer borracho (hecho éste en el que podemos buscar un justificante a su absurdo discurso) hace una sentida declaración alabando la valentía de marinos como el capitán Queeg, gracias a los cuáles se salvaguardó la libertad y la integridad de la patria. Como broche final, la dedicatoria de la película a dicha Marina.

Es evidente el tufillo rancio de tales detalles. Inevitables tal vez. A cambio de esas concesiones, Edward Dmytrick pudo rodar en auténticos navíos de guerra americanos, lo que es sin duda un plus a favor de la película.

Salvando este escollo, la verdad es que la película es un film notable en líneas generales. Hemos de aclarar que, a pesar de ser una película ambientada en la Segunda Guerra Mundial, el tono bélico se queda casi a nivel de decorado. La película tiene unos momentos de acción muy limitados, para lo que se usan escenas reales empastadas en la trama, pero el argumento se centra en el drama personal de los oficiales del Caine. Lo verdaderamente interesante del film son pues las relaciones entre los oficiales, sus diferencias, sus choques y la manera tan sutíl e inteligente en que el guión va dibujando la personalidad de los protagonistas, desde el joven oficial inexperto y con la cabeza llena de fantasías acerca de su trabajo, encarnado por un apuesto pero un tanto inexpresivo Robert Francis, pasando por el oportunista Lt. Tom Keefer (Fred MacMurray), el responsable Lt. Steve Maryk (Van Johnson), hasta llegar al paranoico capitán Queeg (Humphrey Bogart). Sin duda, este juego de personalidades, que además se alejan de la simplificación y son presentadas con un registro de matices de lo más variado, es lo mejor de la película y lo que la convierte en un film bastante interesante y original.

Quizá el problema resida en que, con vistas a su explotación comercial, esta parte del drama se acortara un tanto, para reducir las tres horas iniciales de duración, perdiéndose quizá más matices interesantes de este análisis psicológico de los protagonistas y, en cambio, se aderezara la trama con una historia de amor un tanto superficial y que no termina de encajar con la trama principal. Otro peaje más que debió pagar el argumento, basado en un best seller de la época.

Aún así, el relato sigue conservando una base sólida y los personajes permanecen claramente dibujados.

Además, Dmytrick consigue mantener un buen tono general que va aumentando poco a poco en intensidad hasta llegar al climax final alcanzado en la secuencia del juicio. Puede que se le hubiera podido sacar algo más de partido al mismo, pero tal vez para ello hubiera hecho falta alargar más el film y quizá romper la línea de sobriedad del relato, en la que reside también gran parte de su eficacia. En todo caso, es una muy buena culminación de la película y en ese juicio asistimos además a un trabajo impecable por parte de Bogart, capaz de convencernos y conmovernos con una interpretación soberbia.

Pero también me gustaría destacar el trabajo de Mel Ferrer que, a pesar de breve, resulta muy convincente y especialmente el de Van Johnson, un actor que nunca me pareció muy bueno pero que aquí hace un gran trabajo, así como Fred MacMurray, perfecto como el oficial cobarde y cínico que sólo busca su seguridad a costa de quién sea.

El motín del Caine fue un gran éxito en el momento de su estreno, llegando incluso a recibir nada menos que siete nominaciones a los Oscar. Aunque finalmente no se llevó ningún premio, se trata de una muy buena película que además trasncurre de un modo ágil y con la sensación que dura menos de lo que realmente lo hace. Requiere un visionado tranquilo, al compás del ritmo de la película, que huye de los excesos y nos brinda una interesante reflexión sobre el mando, el deber y el valor.

domingo, 24 de marzo de 2013

El cartero siempre llama dos veces



Dirección: Tay Garnett.
Guión: Harry Ruskin & Niven Busch (Novela: James Cain).
Música: George Bassman.
Fotografía: Sidney Wagner (B&W).
Reparto: Lana Turner, John Garfield, Cecil Kellaway, Hume Cronyn, Leon Ames, Audrey Totter, Alan Reed.

Frank Chambers (John Garfield) anda sin rumbo de aquí para allá, sin un trabajo ni un destino fijo. Un día llega casualmente a un bar de carretera que ofrece un puesto de trabajo. Frank no desea aceptar la oferta del dueño, Nick Smith (Cecil Kellaway), pero cambia de idea cuando conoce a Cora (Lana Turner), su hermosa esposa.

Una de las cumbres del cine negro y la mejor adaptación realizada de la novela de James Cain, El cartero siempre llama dos veces (1946) de Tay Garnett es una intensa y oscura historia de pasiones que tiene en Lana Turner un irresistible centro de atención. Antes habían visto la luz Le dernier tournant (Pierre Chaval, 1939) y Ossessione (Luchino Visconti, 1942) y en 1981 Bob Rafelson hizo un remake con el mismo título que esta película protagonizado por Jack Nicholson y una bellísima Jessica Lange, mucho más carnal y apasionado, acorde con los nuevos tiempos.

Fiel a las normas del cine negro, El cartero siempre llama dos veces es la historia de un crimen cometido por amor pero donde los protagonistas, como marcados por un destino ineludible, no podrán disfrutar de su premio. Y es que la moral de entonces no podía permitir que Cora y Frank se salieran con la suya. El mérito del guión es que está tan perfectamente elaborado que, a pesar de que podamos desear la felicidad de ambos, comprendemos sus remordimientos, su desconfianza y su amargura, de manera que somos conscientes que no hay esperanza posible para ambos. Y es así como participamos del fatalismo que los envuelve y que también nos llega a atrapar a nosotros. Y siendo coherentes también, la muerte del bueno de Nick justifica el castigo de los culpables, aún a nuestro pesar.

Sin embargo, hay una pequeña diferencia con otros films de cine negro y es que Cora no es mujer fatal al uso. Cora no manipula a Frank fríamente, sino que ella lo ama sinceramente, de la misma manera que Frank también le corresponde. Es drama de ellos es el de dos enamorados que no encuentran el camino para vivir su amor libremente. Incluso, tras el primer intento de asesinato, fallido, ambos deciden renunciar a sus planes, sinceramente asustados y arrepentidos. Pero es de nuevo el destino el que parece no querer dejarlos tranquilos y los empuja de nuevo al crimen como única solución a una separación definitiva. Por ello, porque Cora y Frank no son malas personas en el fondo, sino dos perdedores que luchan por ser felices juntos, es por lo que es inevitable que nos pongamos de su parte. A pesar de que comprendemos su destino, no dejamos de sentir lástima por ellos.

Pero es evidente que El cartero siempre llama dos veces no sería lo mismo sin la deslumbrante presencia de una Lana Turner espectacular. A pesar del tiempo pasado y del cambio de las modas y los cánones de belleza, a pesar de lo recatada que sale a causa de la censura de la época, su atractivo y su poder de seducción son impresionantes. Su primera aparición, con el pantalón corto, es para enmarcar. Al igual que John Garfield nos quedamos boquiabiertos y comprendemos que no puede hacer otra cosa que quedarse. Casi siempre de blanco, salvo en un par de apariciones en que la vemos de negro y también bellísima, Lana Turner acapara las escenas con una presencia rotunda, llena de sensualidad y con una carga erótica impresionante. John Garfield, por su parte, no está mal, pero a su lado se queda un tanto pequeño. Puede que le faltase el carisma de otros galanes, el caso es que lo encuentro un peldaño por debajo de Lana. Cecil Kellaway, por el contrario, está perfecto como marido bonachón y un tanto inocente que, sin embargo, en un par de miradas da a entender que parte de su ignorancia es voluntaria. Y pese a su pequeño papel, el trabajo de Hume Cronyn como astuto y tramposo abogado es genial.

Excelente también me ha parecido la puesta en escena por parte de Tay Garnett, que alcanza con este film la cima de su carrera. Su puesta en escena es sobria pero muy eficaz, apoyándose en una hermosa fotografía y unos planos cerrados que concentran la atención en lo importante. Sin florituras ni adornos, su trabajo está al servicio de la historia y el resultado es notable.

Quizá se le puede achacar a la película una duración un tanto excesiva o ciertos momentos en que los diálogos no son todo lo buenos que esperábamos, pero aún así, la película no ha perdido ni un gramo de fuerza ni de intensidad. Es una hermosa y triste historia perfectamente filmada y que ha quedado como unos de los grandes hitos del cine negro clásico.

domingo, 17 de marzo de 2013

Veredicto final


Dirección: Sidney Lumet.
Guión: David Mamet (Novela: Barry Reed).
Música: Johnny Mandel.
Fotografía: Andrzej Bartkowiak.
Reparto: Paul Newman, James Mason, Charlotte Rampling, Roxanne Hart, Jack Warden, Milo O'Shea, Lindsay Crouse, Edward Binns, Wesley Addy, Julie Bovasso.

Frank Galvin (Paul Newman) es un maduro abogado que atraviesa sus horas más bajas. Alcoholizado, busca casos entre los fallecidos por accidentes sin mucho éxito y sin ninguna convicción. Un día, su colaborador le recuerda que tiene aún que ocuparse de un caso de negligencia médica en un hospital. Galvin está convencido que es un caso que puede ganar y con ello enderezar por fin su carrera. Cuando la parte contraria le ofrece una indemnización para no ir a juicio, Galvin decide rechazarla.

Veredicto final (1982) podría ser un film más de juicios a no ser por el toque personal que le quiso dar Sidney Lumet. Otra cosa es que ese toque personal encaje con este tipo de temática, lo cual parece que no es precisamente el caso con esta película, al menos al cien por cien.

Lumet busca darle un toque personal a Veredicto final y ello queda patente en el tono pausado con que arranca la película, y que se mantiene a lo largo del film, y también en una peculiar manera de finalizar y enlazar las secuencias, que a veces puede resultar un poco brusca. Con este estilo tan definido, Lumet logra salirse del enfoque más trillado que hubiera podido dar lugar a un film del montón sobre juicios. No estamos ante un film efectista o que explote los elementos más comerciales del género de juicios, sino ante un trabajo más profundo, más interesante, que huye un tanto de las fórmulas más tradicionales para, dentro de una trama atractiva, ofrecer una visión más centrada en las personas, en sus angustias, sus luchas, sus demonios.

Veredicto final cuenta con un guión muy inteligente que juega con astucia sus bazas, sin que los giros que va tomando la historia nos resulten tramposos, gracias a una trama muy bien urdida en la que las piezas encajan con toda naturalidad. Es verdad también que a pesar de lo mal que puedan pintar las cosas para el protagonista en muchos momentos, podemos intuir sin muchos problemas en el más que probable final feliz. Pero aquí también vamos a poder disfrutar del toque personal del director, en este caso para bien, que lo que hace es eludir todo triunfalismo, de manera que a pesar de que podemos hablar sin duda de un final feliz, éste no está exento de algunas sombras que mantienen el tono un tanto sombrío y pesimista que domina la película. Porque el interés primordial del director no parece estar en el caso que se juzga; de hecho la culpabilidad de los médicos por negligencia queda clara desde el primer momento. Lo que interesa a Lumet es hacer el retrato del protagonista y ofrecerle la oportunidad de redimirse. Para ser sinceros, la historia de Galvin y el porqué de su descenso a los infiernos no es demasiado original y suena a cliché, es tal vez el punto más flojo de un guión muy bien trabajado. Y es ese interés por los personajes más que por la historia lo que puede explicar que tampoco Lumet saque todo el jugo al juicio, punto álgido de la historia, que transcurre de manera un tanto extraña, sin la intensidad o la emoción que quizá hubiera sido deseable.

Lo que sí que destaca es el trabajo de Paul Newman, mucho más contenido que en otras ocasiones en que abusaba de algunos tics. En esta ocasión su interpretación es más que notable. También hay que destacar la buena compañía con que cuenta. Por un lado, James Mason, otra vez en el papel del malo de la película y otra vez dejando claro su talento innato. Jack Warden tampoco desentona en absoluto y hasta la inexpresiva Charlotte Rampling parece convincente en un papel que le va bastante bien a su manera de trabajar y a su enjuto rostro.

Sin embargo, a pesar de no ser un film redondo, Veredicto final tiene bastantes virtudes como para merecer ser vista. Quizá no estemos ya habituados a tratamientos tan personales, pues lo que domina en este tipo de películas es impactar y emocionar al espectador por encima de todo. Incluso sorprende un guión que no busca jugar al engaño descaradamente. Y es en esta contención y en esta honestidad donde residen los principales méritos de la película.

Veredito final recibió hasta cinco nominaciones a los Oscar: mejor película, director, guión adaptado, actor principal (Paul Newman) y actor secundario (James Mason). No se llevó ninguno en el año de Gandhi (Richard Attenborough) y E.T., el extraterrestre (Steven Spielberg).

domingo, 10 de marzo de 2013

Exam



Dirección: Stuart Hazeldine.
Guión: Stuart Hazeldine (Historia: Simon Garrity).
Música: Stephen Barton, Matthew Cracknell.
Fotografía: Tim Wooster.
Reparto: Luke Mably, Adar Beck, Chris Carey, Gemma Chan, Nathalie Cox, John Lloyd Fillingham, Chukwudi Iwuji, Pollyanna McIntosh, Jimi Mistry, Colin Salmon.

Ocho personas han llegado a la prueba final para acceder a un importante puesto de trabajo. Se trata de un exámen que han de superar encerrados en una sala. Tienen ochenta minutos, una hoja y un lápiz. El único inconveniente es que no saben cuál es la pregunta.

Exam (2009) arranca de un modo extraño, con una presentación de los protagonistas un tanto peculiar, un ritmo pausado y la impresión de estar ante una historia fuera de lo normal. Son estos elementos, precisamente, los que te retienen y te invitan a aceptar el reto. Cuando el examinador expone las normas del exámen ya no hay vuelta atrás: la intriga es tal que apostamos por resolverla. Sólo se plantea una duda: ¿estará Exam a la altura de las expectativas que provoca en su arranque?

Hay que explicar que el film se desarrolla por entero en una sala donde están los ocho candidatos al puesto de trabajo y un guarda jurado vigilando que no se salten las normas. Una unidad de lugar y una unidad de tiempo, los ochenta minutos del exámen. Para mentener en pie la apuesta el guión debe ser sólido y, además, contar con un desenlace que no tire por tierra nuestras espectativas.

En principio, la película cuenta con la gran baza de ese comienzo tan intrigante que nos "obliga" a no perder detalle y a querer resolver el exámen también por nuestra cuenta. Tanto los personajes como el comienzo de sus pesquisas en busca de una lógica y una explicación a su situación logran mantener la tensión inicial, más que nada por lo enrevesado del planteamiento y lo original y novedoso del escenario propuesto. Aunque también es cierto que, bien mirado, se hubiera podido sacar algo más de la situación. Pronto comienzan a ser eliminados algunos candidatos y la película empieza a perder parte de su intriga al volverse algo más predecible, con ese desarrollo al estilo de Los diez negritos de Agatha Christie. Creo que también se podía haber sacado algo más de los personajes porque, en cuanto analizamos la película sin el peso de la intriga comenzamos a descubrir que el guión no es tan sólido como hubiera sido deseable.

Sin embargo, la intriga se mantiene y mantiene también en pie nuestro interés. Los enfrentamientos entre los aspirantes son, sin embargo, cada vez más rebuscados y menos creíbles. El guión comienza a desvelar sus carencias. Pero aún queda esperar que el final esté a la altura y, desgraciadamente, no lo está. Sí que resulta acertada la respuesta a la pregunta que los aspirantes al puesto de trabajo se hacían, pero lo que parecen excesivas son las explicaciones finales intentando dejar todos los cabos bien atados, así como algunos giros argumentales (en especial el relativo al magnate de la empresa contratante) que no resultan nada convincentes. Hubiera sido mejor dejar algunas preguntas en el aire que la torpe manera de contestar algunas. Además, tampoco el interés por forzar un final completamente feliz termina por resultar del todo acertado. No se si por el tipo de película de que se trata o por el desarrollo de la misma, tengo la impresión de que un final menos perfecto, con más incertidumbres, incluso un final donde no triunfara la virtud hubiera sido mucho más eficaz.

En cuanto al reparto, la verdad es que no hay ningún actor que nos llame especialmente la atención. En general, todos realizan un trabajo aceptable, pero tampoco es que vayamos a recordar ni a celebrar el trabajo de ninguno de ellos como especialmente notable.

Exam basa su eficacia en su planteamiento ciertamente original y es gracias a la intriga que plantea que consigue entretenernos. Desde este punto de vista, creo que es una película que cumple con lo que se propone. Pero también es verdad que el guión no es todo lo bueno que sería deseable y el desenlace, como dije, nos deja un pequeño sabor a desilusión. Es lo malo de hacer una apuesta tan alta con unas cartas no tan buenas como parece.

sábado, 9 de marzo de 2013

Mi gran boda griega



Dirección: Joel Zwick.
Guión: Nia Vardalos.
Música: Chris Wilson & Alexander Janko.
Fotografía: Jeffrey Jur.
Reparto: Nia Vardalos, John Corbett, Michael Constantine, Laine Kazan, Andrea Martin, Joey Fatone, Christina Eleusiniotis, Kaylee Vieira, Louis Mandylor, Jayne Eastwood.

Los padres de Toula Portokalos (Nia Vardalos) están preocupados por su hija, que a sus treinta años sigue soltera. Para ellos, la mayor alegría sería casarla con un joven griego para seguir con la tradición familiar, de ahí la sorpresa cuando Toula les confiese que está enamorada de Ian Miller (John Corbett), el cuál no tiene absolutamente nada de griego.

Mi gran boda griega (2002), un film modesto del llamado cine independiente, fue la gran sorpresa en el año de su estreno, con unas críticas bastante buenas y una gran aceptación por parte del público. Contra todo pronóstico, la película se encaramó al primer puesto de las comedias más taquilleras de la historia del cine norteamericano.

Sin embargo, este inesperado éxito no se corresponde, desde mi punto de vista, con lo que la película nos ofrece. Sinceramente, a mitad de la misma estuve a punto de rendirme y dejar de verla. Me cuesta bastante entender los méritos de esta comedia que se va desinflando poco a poco hasta llegar a resultar cansina e insípida.

El arranque de Mi gran boda griega es, sin embargo, un tanto esperanzador. Cuando la protagonista comienza a recordar su infancia asistimos sin duda a los mejores momentos de la película, con un humor fresco y algunos detalles bastante logrados. Por desgracia, este prólogo dura lo justo que debe durar un prólogo y en cuanto volvemos al presente la película empieza a peder gas. Aún así, en la primera parte conservamos la incertidumbre de por dónde va a discurrir la historia, si bien el argumento comienza a definirse y empezamos a adivinar que se trata de una variación de la historia del patito feo, que acabará logrando hacer realidad sus sueños de ser feliz. Pero, como decía, aún reina algo de incertidumbre sobre lo que puede ofrecernos la película y es ésto lo que nos mantiene frente a la pantalla.

Por desgracia, el argumento se va volviendo más previsible a medida que pasan los minutos y vamos comprendiendo con desagrado y con pena que la historia no guarda ya ninguna sorpresa. Lo que nos espera es una historia demasiado vista ya y, además, contada con escaso sentido del humor. Así que en cuanto Toula e Ian se enamoran, lo cuál tampoco resulta medianamente convincente, se puede decir que se terminó lo que se daba. El guión se vuelve rutinario, explotando los tópicos sobre las peculiaridades de la familia griega de la novia, y comienzan a sucederse los chistes sin gracia y las situaciones más clásicas de este tipo de planteamientos donde el novio, en principio, no es bien aceptado por la familia de la novia. Pero incluso este detalle tampoco es explotado convenientemente: no hay conflicto alguno y pronto la oposición inicial se va diluyendo sin hacer el mínimo ruido.

Y lo que es peor aún, el ritmo de la película decae estrepitosamente y las escenas comienzan a hacerse pesadas, sin chispa, sin un desarrollo ágil, con la sensación de que se han quedado a medias, desangeladas. A veces parece como si los actores no supieran realmente como continuar en medio de una escena. La constante repetición por parte de Toula de un gesto de sorpresa parece ser el espejo en que nos podríamos mirar los espectadores.

Quizá lo mejor de todo sea un reparto bastante convincente, con actores de poco nombre pero que dan la talla con nota, especialmente Nia Vardalos, autora de un guión que parece ser que se basa en su propia infancia, y Michael Constantine y Laine Kazan en el papel de sus padres. Pienso que sin hacer un trabajo memorable, bastante mérito tienen intantando dar vida a unos personajes muy esquemáticos y a unos diálogos banales y muy poco originales.

La verdad es que me cuesta entender el porqué esta película tuvo tan buena acogida de crítica y público. Es de esos casos en que uno podría plantearse si el raro puede que sea yo. Pero sin duda no lo creo. Pienso que el éxito de Mi gran boda griega no es más que un gran golpe de suerte, pero no tengo duda de que el paso de los años terminará por poner a esta película en su justo lugar, que no es otro que el de las comedias vulgares.

miércoles, 6 de marzo de 2013

La carga de la brigada ligera



Dirección: Michael Curtiz.
Guión: Michael Jacoby y Rowland Leigh.
Música: Max Steiner.
Fotografía: Sol Polito (B&W).
Reparto: Errol Flynn, Olivia de Havilland, Patric Knowles, Nigel Bruce, David Niven, Donald Crisp, Henry Stephenson.

A mediados de siglo XIX, los ingleses dominan casi toda la India, pero tienen problemas en el noroeste, la región fronteriza con el Suristán, cuyo emir le reprocha al Imperio británico que le retirara la ayuda económica que venía prestando a su difunto padre. En venganza, solivianta a las tribus indígenas realizando una cruel matanza en un destacamento británico. El mayor Geoffrey Vickers (Errol Flynn), de la Brigada Ligera, jurará vengar esa matanza.

La carga de la brigada ligera (1936) tiene ese aire épico y un tanto caduco de las primeras películas de Hollywood, donde primaba ante todo el espectáculo y la grandiosidad del mensaje, por encima de la verdad histórica e incluso cierto sentido común.

La película es deudora de su momento y ello supone parte de su encanto, vista como una especie de reliquia cinematográfica, aunque también ahí están gran parte de sus defectos. El argumento de la película se basa libremente en el poema de The Charge Of The Light Brigada, de Alfred Lord Tennyson, publicado en el diario “Examiner” (9-X-1854). Pero como se explica en los títulos de crédito, el film no pretende reflejar fielmente lo sucedido, aclaración que es muy de agradecer.

Deudora del cine mudo es gran parte de su puesta en escena, así como el recurso a los textos explicativos. Pero no sólo eso. También el film presenta una simplicidad excesiva en cuanto a argumento, lo cuál nos lleva a esos años en que el cine propagaba unos mensajes tan claros y directos como sesgados. Baste recordar la visión que se ofrecía entonces de los indios americanos o, por ejemplo, en este caso, la plácida imagen colonial, sin ningún reproche a la presencia británica en la India, que se presenta como lo más natural del mundo. Fruto de todo ello es que los dos bandos en juego se dibujan claramente diferenciados: del lado británico está el honor, el valor y la civilización; del lado nativo, el enemigo, está la brutalidad y la traición. No hay medias tintas.

Y como lo que se persigue es la glorificación del valor de las tropas británicas, la famosa carga de la Brigada Ligera durante la batalla de Balaclava, que fue un desastre militar y un acto de valor sin mucho sentido, es presentada aquí como un acto heróico sublime cuyo recuerdo pervive en el tiempo.

Aún así, dejando de lado las imprecisiones históricas y las críticas que podamos formular a una visión tan partidista y simple de aquellos hechos, es necesario analizar el film en sí mismo, como una obra artística que, desgraciadamente, es deudora de su momento. Y como película hemos de decir que cumple sobradamente sus pretensiones de ser un film grandioso, épico y con sus notas románticas. Es decir, un film Made in Hollywood con todas las letras.

Sin embargo, entre la parte de acción y la parte romántica, creo que la primera se impone claramente. En parte porque es la más vistosa, dinámica y la que reporta los mejores y más vibrantes momentos de la película. Pero también porque el romance a tres entre los hermanos Vickers y Elsa Campbell (Olivia de Havilland) carece de fuerza y no termina de convencerme. Quizá porque se ve un poco como un añadido que no aporta nada al núcleo argumental, tal vez porque no terminamos de creer que Elsa prefiera a Perry (Patric Knowles) y no a Geoffrey o quizá porque este romance resulta un tanto pasteloso.

El caso es que la película arranca sin mucho brío y un tanto perdida entre presentaciones de situaciones y personajes. Pero en cuanto comienza la acción, especialmente con el ataque al fuerte Chukati, el tono cambia radicalmente y pasamos a un film donde la acción no da apenas tregua, culminando en la espectacular escena final, perfectamente filmada y culmen de todo el discurso previo que nos ha preparado para esa apoteosis de valor.

Errol Flynn sin duda es el actor perfecto para este papel. Pocos ha habido con un aspecto más heróico y atractivo. Fue la viva imagen del héroe por excelencia en los años treinta y cuarenta. Esta es su segunda película al lado de Olivia de Havilland de las siete que harían juntos, y de nuevo a las órdenes de Michael Curtiz, tras El capitán Blood (1935); pareja que tendría su mejor momento en Robín de los bosques (Michael Cutiz, William Keighley, 1938) y Murieron con las botas puestas (Raoul Walsh, 1941), emparentada argumentalmente con esta película.

La carga de la brigada ligera es pues una de esas películas que hay que ver con la mente abierta, libre de prejuicios, para apreciar sus evidentes virtudes sin que las rémoras de una época un tanto lejana logren empañar lo que no deja de ser un simple entretenimiento.

lunes, 4 de marzo de 2013

En lo más crudo del crudo invierno



Dirección: Kenneth Branagh.
Guión: Kenneth Branagh.
Música: Jimmy Yuill.
Fotografía: Roger Lanser (B&W).
Reparto: Michael Maloney, Richard Briers, Hetta Charnley, Joan Collins, Nicholas Farrell, Mark Hadfield, Gerard Horan, Celia Imrie, Julia Sawalha, John Sessions.

Joe Harper (Michael Maloney) es un actor que lleva en paro demasiado tiempo. Para paliar esa situación, y con la ayuda de su agente Margaretta D’Arcy (Joan Collins) y de su hermana Molly (Hetta Charnley), decide montar en su pueblo natal, Hope, una representación de Hamlet, su obra preferida.

De nuevo tenemos a Kenneth Branagh zambulliéndose en el mundo del teatro y, en especial, en el del gran William Shakespeare. Lo curioso es que En lo más crudo del crudo invierno (1995), que versa sobre una pequeña compañía que prepara una representación de Hamlet, precede precisamente al Hamlet que dirigirá Branagh al año siguiente; como si esta película fuese en realidad un ensayo de la otra.

En lo más crudo del crudo invierno aparece clasificada como comedia. Y como tal cosa me preparé para verla y disfrutarla. Sinceramente, la primera media hora del film transcurre estrictamente en el registro en que se anunciaba, lo que estuvo a punto de conseguir que decidiera apagar el televisor. No se en que se basa Branagh para suponer que sus payasadas iniciales resultarán graciosas, pero ese comienzo de la película me resultó casi insoportable. No había ahí ni pizca de originalidad, ni de sorpresa, ni del genuino y reconocido humor inglés. Por contra, se trataba de una especie de imitación del estilo personal de Woody Allen, pero sin imaginación ni gracia. Los actores, meros clichés; el histrionismo desbordado y la sombra de una obra superficial y vacía flotando en el aire.

Afortunadamente, la película tiene mucho más de drama y de homenaje al mundo del teatro que de comedia. Y cuando el director decide ponerse serio y afrontar a los personajes como seres humanos reales, con alma y pasado y sentimientos, la película da un giro inesperado y maravilloso y comienza a calar en nosotros de un modo sorprendente.

En lo más crudo del crudo invierno es, como apuntaba, un pequeño homenaje al mundo del teatro y especialmente a esos actores de segunda fila que luchan contra todo por vivir su sueño de subirse a un escenario. Es cierto que el argumento resulta un tanto previsible y tampoco es que sea de una gran originalidad, pero Kenneth Branagh logra hacer un film sensible, directo y sincero, con el acierto de mostrarnos el lado más vulnerable de unos actores de apariencia algo superficial y, sin caer en el sentimentalismo barato, consigue hacerlos cercanos a nosotros, frágiles, tiernos. A partir de ahí, nos encariñamos con ellos y nos implicamos en sus luchas, en su dolor y sus esperanzas. Y siempre con elegancia, sin dramatismos exagerados o forzados. Aquí reside la grandeza y la belleza de esta película.

Película que, por lo demás, resulta bastante sencilla y modesta en cuanto a medios y puesta en escena. Un film casi intimista con una preciosa fotografía en blanco y negro que es de lo mejorcito de la cinta. Algunos planos, algunos juegos de luces y sombras, algunos desenfoques son realmente hermosos, casi como cuadros. Una verdadera delicia.

En cuanto al trabajo de los actores, en general están todos a un gran nivel, exceptuando las sobreactuaciones del comienzo, de la parte supuestamente cómica y donde Michael Maloney se muestra un tanto excesivo. En realidad, Maloney puede que sea el menos creíble de todo el reparto, siempre un punto más allá de lo recomendable.

Así que finalmente, En lo más crudo del crudo invierno terminó sorprendiéndome gratamente. Es de esos films menores que pasan de puntillas por las taquillas pero que, en su justo momento y en su justa medida, pueden resultar una experiencia muy gratificante. Y de hecho, lo fue para mí.

domingo, 3 de marzo de 2013

Plan de vuelo: desaparecida



Dirección: Robert Schwentke.
Guión: Peter A. Dowling & Billy Ray.
Música: James Horner.
Fotografía:Florian Ballhaus.
Reparto: Jodie Foster, Peter Sarsgaard, Sean Bean, Erika Christensen, Marlene Lawston, Kate Beahan, Michael Irby, Assaf Cohen, Greta Scacchi, Matt Bomer.

Kyle Pratt (Jodie Foster), una ingeniera aeronáutica residente en Berlín, acaba de perder a su marido en trágicas circunstancias, por lo que decide regresar a su país, Estados Unidos, con su hija Julia (Marlene Lawston), de seis años. Pero durante el vuelo, Julia desaparece. Cuando Kyle comienza a buscarla se encuentra con las reservas de la tripulación, pues nadie parece haber visto a Julia subir al avión y ni siquiera aparece en la lista de embarque.

Plan de vuelo: desaparecida (2005) nos hace pensar inevitablemente en Alarma en el expreso (Alfred Hitchcock, 1938), pues comparten ambas una misma base argumental. Por ello no es de extrañar que la película nos enganche desde el principio, pues la misteriosa desaparición reune todos los elementos de un buen truco de magia.

Además, en esta primera parte de la película, el guión es lo bastante bueno como para plantear la posibilidad de que la existencia de la niña no sea más que el fruto de la imaginación de Kyle, posiblemente a causa del dolor por unas pérdidas irreparables. Y si el film hubiera apostado por esta solución estaríamos hablando de una película sin duda muy original y arriesgada, que nos hubiera sorprendido y descolocado gratamente. Por desgracia, el guión de Dowling y Ray no va a buscar la originalidad ni la sorpresa, sino que se vuelca abiertamente en lo previsible para desmontar las buenas impresiones que nos había causado en la primera parte de la historia.

Así que cuando llega la hora de poner las cartas sobre la mesa, la trama se derrumba estrepitosamente. Lo que hubiera podido ser un thriller psicológico muy interesante se transforma en un film de acción muy previsible, sin interés y, lo que es peor, con muy poca credibilidad. Y es que las explicaciones y aclaraciones finales son tan torpes y desvelan un tinglado tan pobre que no conseguimos creernos nada de nada. Todo el entramado resulta demasiado fantástico, requiere de tantas casualidades y de crímenes tan gratuitos que termina decepcionándonos sin remedio.

Y es entonces cuando comprendemos que el extraño comienzo del film (el encuentro de Kyle con su esposo, la charla en el patio, el depósito de cadáveres), dispuesto para mantenernos alerta desde el primer minuto, finalmente es lo que parecía ser: un juego de engaños sin más utilidad que jugar con nosotros. Y es que el malísimo desenlace acaba por desvelar todos los trucos baratos de un guión tramposo que se resuelve de una manera lamentable.

Afortunadamente, contamos con Jodie Foster. Su presencia dignifica notablemente la cinta. Es más, dudo que con otra actriz de menos peso el film pudiera salir medianamente airoso. Y es que su trabajo es admirable y ella sola mantiene el interés, especialmente en la parte central de la historia, cuando se plantean las dudas sobre la existencia o no de Julia. Y es que Jodie Foster pasa de la desesperación a la ira y de aquí al dolor de un modo totalmente verosímil y estremecedor. Sin embargo, el resto del reparto, con cumplir más o menos bien, se queda a años luz de Jodie, resultando incluso algo desangeladas las actuaciones tanto de Peter Sarsgaard como Sean Bean.

No es suficiente tomar una buena idea, como es la de Alarma en el expreso, para hacer una buena película de intriga. Es más, cuanto más inverosímil o extraño es el punto de partida, más importante es contar con una sólida historia bien trabajada hasta el mínimo detalle. El cine actual parece demasiado deudor de la taquilla y los golpes de efecto para poder resultar medianamente convincente. O al menos es la impresión que saco tras ver películas como esta.