El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.
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miércoles, 6 de septiembre de 2023

La estación de la felicidad



Dirección: Clea DuVall.

Guión: Clea DuVall y Mary Holland.

Música: Amie Doherty.

Fotografía: John Guleserian.

Reparto: Kristen Stewart, Mackenzie Davis, Alison Brie, Aubrey Plaza, Daniel Levy, Mary Holland, Victor Garber, Mary Steenburgen, Ana Gasteyer, Jake McDorman, Burl Moseley, Sarayu Blue. 

Abby (Kristen Stewart) y Harper (Mackenzie Davis) son una pareja de lesbianas que disfrutan de una relación perfecta. Pero cuando ambas van a pasar la Navidad a casa de los padres de Harper, todo empieza a torcerse.

Parece realmente complicado hacer una comedia, no sé si es por miedo a parecer muy blandito o por falta de claridad en los conceptos, pero el caso es que La estación de la felicidad (2020) arranca con un tono alegre de comedia navideña y resulta que esa parte es precisamente la más insulsa de la película. Afortunadamente, poco a poco Clea DuVall lleva la historia a un terreno más serio y mucho más profundo y es entonces cuando la cinta cobra realmente vida y nos deslumbra con su claridad de ideas, su honestidad y sus detalles conmovedores.

La historia aborda un tema delicado: que una persona confiese algo que nadie de su familia espera, en este caso que Harper sea lesbiana. Es tal el miedo que le provoca hacer esta confesión a sus padres que a pesar de llevar ya tiempo en una relación con Abby, cuando llegan a casa de sus padres Harper hace pasar a su pareja por una simple compañera de piso. Abby acepta el engaño, pero en el fondo se siente dolida y ese malestar irá en aumento conforme pasan los días en medio de una familia excesivamente preocupada por las apariencias y donde Abby lleva cada vez peor ver a la mujer que ama metida en una estúpida red de mentiras y disimulos. Hasta el punto de que en un momento dado, Abby se da cuenta de que no renace a su Harper en esas circunstancias.

Lo realmente interesante de La estación de la felicidad es cómo logra afrontar la parte decisiva de la historia con un enfoque directo, sensato, honesto y preciso. La conversación que tiene Abby con su amigo John (Dan Levy), donde éste le explica la dificultad por la que está pasando Harper para confesarle a sus padres que es lesbiana, es una maravillosa secuencia llena de sensibilidad e inteligencia, donde se expone un problema crucial en la vida de todos aquellos que son diferentes y no saben cómo o cuando desvelarlo a sus seres queridos. Si hasta ese momento parecía que Harper se comportaba de manera egoísta e insensible en relación a Abby, ahora entendemos su tremendo temor porque una vez que de ese paso ya no habrá marcha atrás. Y de la misma manera, entendemos el dolor de Abby por vivir una mentira, pero también ahora vemos que ella está siendo poco comprensiva con los problemas de Harper.

En realidad, el guión tiene la suficiente inteligencia para no caer en tópicos ni simplificaciones en términos de buenos o malos. La situación que viven Harper y Abby es mucho más compleja y cada una tiene motivos para sufrir, para sentirse perdida, con miedo. Así que no se crean culpables, sino que se muestra la complejidad de las relaciones afectivas, la necesidad de comunicación, paciencia y comprensión.

Y esta delicadeza y profundidad en tratar el problema de esta pareja para integrarse con normalidad en la sociedad, también se mantiene a la hora de retratar a los padres de Harper, que en realidad son víctimas también. DuVall y Mary Holland no se ensañan con ellos, sino que de nuevo demuestran una visión de la realidad realmente profunda y comprensiva. Sin quererlo, los padres de Harper habían coaccionado a sus hijas, condicionado su vida porque ninguna quería defraudarlos. Solo hacía falta ese pequeño cataclismo navideño para poner todo en su sitio y descubrir dónde reside el éxito y la felicidad.

Sin duda, un film sorprendente que tiene la inteligencia de afrontar todos los temas con sensibilidad y sentido común. Una lección de honestidad que funciona maravillosamente bien, incluso cuando el final parece alargarse de más, cuadrando todo hasta el mínimo detalle. Pero no importa, porque tampoco aquí se pierde el buen gusto y el tacto y terminamos disfrutando hasta el último minuto.

Quizá el único pero que le pondría a La estación de la felicidad sería la elección de Kristen Stewart para el papel de Abby. No por ser mala actriz, pero no terminaba de convencerme, parecía encogida, como si sufriera de cólicos estomacales durante toda la película. En fin, cosas mías.

Atención por último al hermoso homenaje a ¡Qué bello es vivir! (Frank Capra, 1946), la comedia navideña más lograda de la historia. Un detalle verdaderamente encantador.