El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 16 de agosto de 2020

Desmontando a Harry

 



Dirección: Woody Allen.
Guión: Woody Allen.
Música: Johnny Green, Edward Herman y Antonio Carlos Jobim.
Fotografía: Carlo Di Palma.
Reparto: Woody Allen, Elisabeth Sue, Robin Williams, Demi Moore, Judy Davis, Kristie Alley, Amy Irving, Billy Cristal, Julia Louis-Dreyfus, Tobey Maguire, Mariel Hemingway.

Harry Block (Woody Allen) es un escritor de éxito que utiliza, a menudo, sus propias experiencias vitales como argumento de sus novelas y cuentos, lo que termina pasándole factura en sus relaciones personales.

Desmontando a Harry (1997) es, a parte de un homenaje de Woody Allen a Ingmar Bergman, uno de sus directores preferidos, y su célebre Fresas salvajes (1957), una de las obras del director más personales y también más experimentales, motivo por el cuál quizá no fue muy acogida en su momento.

Ya el comienzo del film, con cortes de una misma escena que se repite durante los títulos de crédito, nos anuncia un aire diferente para esta película donde Allen vuelve a sus temas fetiches (el judaísmo, la familia, el pecado, la religión, el sexo o la muerte), sin que ese volver a unos temas más que tratados a lo largo de su carrera suponga para nada una mera repetición o el agotamiento de sus puntos de vista, siempre sorprendentes, hilarantes y reflexivos. Woody Allen, como un mago, siempre sabe tratar estos temas cruciales para él con un punto de vista diferente, original y sorprendente.

En esta ocasión Allen da vida a un escritor que parece moverse mucho mejor en el universo de sus libros que en la vida real, donde no consigue tener una relación estable y sincera con ninguna mujer y en el que sobrevive a base de pastillas, alcohol y mentiras. Harry Block es un tipo inmaduro, mujeriego, ateo y deprimido que no encuentra la felicidad en la vida cotidiana, llena de obstáculos insalvables. Es en sus relatos donde parece liberarse; aunque su fuente de inspiración, sus relaciones personales, al igual que parece ocurrir con la filmografía de Allen, le acarreen no pocos problemas con alguna de sus ex-mujeres.

Este personaje le da pie a Woody Allen para adentrarse, con su penetrante sentido del humor, en los problemas de una persona que, a pesar de su edad, aún es tremendamente inmadura. Puede que Block sea una especie de alter ego de Allen, pero también, de alguna manera, retrata las inseguridades y miedos de muchos hombres maduros que viven la vida que todo el mundo espera que vivan sin estar seguros de por qué lo hacen. Block está perdido, fracasando como marido, como padre, y ni el alcohol ni las pastillas ni las prostitutas pueden ayudarle. De ahí su evasión en unos relatos en los que busca arreglar su mundo, sin ser consciente que, en muchos aspectos, aún lo empeora más. Pero es todo lo que tiene y renunciar a ello sería su perdición.

La escena final, en que sus personajes le rinden un cálido homenaje es, tal vez, el resumen de todas las frustraciones buscando un instante de realización personal que rediman al perdido Harry.

La experimentación de Woody Allen, muy presente en su obra, como pudimos ver desde Annie Hall (1977) y en títulos como La rosa púrpura de El Cairo (1985) por ejemplo, le lleva aquí a mezclar realidad con ficción, utilizando para ello a diferentes intérpretes según se nos muestre la vida de Block o uno de sus relatos, lo que me parece sin duda muy inteligente, pero que puede resultar confuso en algún momento. Sin embargo, esa desbordante imaginación da pie también a algunos momentos únicos de Desmontando a Harry, como la secuencia del infierno, quizá uno de los momentos más genuinamente divertidos de la película.

De nuevo, Woody Allen juega con maestría con el tiempo, sin seguir un orden lineal, algo en lo que se mueve como pez en el agua y cuyo mejor ejemplo es, de nuevo, Annie Hall. Este tratamiento hace que la historia se enriquezca y que nos movamos de manera ágil por la vida de este escritor neurótico, en aparente desorden, pero sin perder nunca de vista lo fundamental: el desmenuzamiento de la personalidad de Harry.

El reparto es otro de los regalos que nos brinda Desmontando a Harry: Billy Cristal, Elisabeth Sue, Robin Williams, desenfocado (otro más de los recursos interminables de Allen), Demi Moore, Kristie Alley o Mariel Hemingway, con quién había trabajado ya en la maravillosa Manhattan (1979).

Es difícil situar Desmontando a Harry entre lo mejor del director, tarea complicada dadas las grandes películas con las que cuenta en su haber. Puede que sea necesario dejar pasar algún tiempo y que vaya madurando, como un buen vino. Porque Desmontando a Harry es otro ejemplo más del talento de Allen para crear historias sobre las relaciones humanas; en ellas siempre hay mucho de auténtico, de profundo, un acercamiento tremendamente lúcido al drama de la existencia, pero sin perder ese sentido del humor tan personal que realza aún más sus reflexiones. Sin duda, Woody Allen es, para mí, un director imprescindible.

miércoles, 12 de agosto de 2020

Una cara con ángel



Dirección: Stanley Donen.
Guión: Leonard Gershe.
Música: Adolph Deutsch y Roger Edens.
Fotografía: Ray June.
Reparto: Audrey Hepburn, Fred Astaire, Kay Thompson, Michel Auclair, Robert Flemyng, Dovima, Suzy Parker, Sunny Hartnett.

Una conocida revista de moda intenta buscar una nueva modelo que represente a la mujer americana para su próxima publicación. El fotógrafo de la revista, Dick Avery (Fred Astaire), cree haber encontrado a la chica perfecta.

Stanley Donen es un clásico del género musical. En su carrera figuran títulos como Un día en Nueva York (1949), Cantando bajo la lluvia (1952), codirigidas ambas junto a Gene Kelly, o Siete novias para siete hermanos (1954), títulos que se encuentran entre lo mejor del género. Así pues, no extraña en absoluto que fuera el elegido para dirigir Una cara con ángel (1957), primer musical de Audrey Hepburn y donde tiene a sus órdenes al otro gran intérprete del musical clásico, el gran Fred Astaire.

Una cara con ángel representa uno de los últimos musicales clásicos, pues la década de los sesenta del siglo XX fue un punto importante de cambio en cuanto a tendencias y gustos en el cine. De hecho, bien mirado, tanto el estilo como la mentalidad que subyacen en esta película parecen remitirnos a unos años atrás. Como también es verdad que en esos aspectos la película no ha envejecido del todo bien. La culpa sin duda está en el guión, demasiado simplista y cargado de tópicos. Guión que ni afronta bien la parte romántica del film, que se queda en algo sin profundidad ni emotividad, ni logra tampoco brillar en la parte de comedia, demasiado tosca para ser eficaz.

La película intenta contraponer el mundo frívolo del mundo de la moda y el intelectual, representado por Jo Stockton (Audrey Hepburn), una gris dependienta de una librería que se ve de pronto lanzada al mundo de la moda. El guión ridiculiza ambos mundos sin demasiada sutileza, lo que no terminó de convencerme en absoluto. La simplicidad del planteamiento quizá se pueda excusar en que estamos en una comedia ligera, sin más pretensiones que entretener y servir de base a los números musicales del film. Aún así, vista en la actualidad, Una cara con ángel se queda, a nivel argumental, en muy poca cosa y se demuestra así que un musical no solamente debe contar con grandes números, sino que una buena historia en los que se asienten también es parte primordial para el resultado final.

También se nota cierto envejecimiento con algunos números musicales, sobre todo los que transcurren a las afueras de la iglesia rural, pues denotan un tono demasiado antiguo que hacen que rocen lo cursi. A pesar de ello, hay algo casi mágico en ellos que, particularmente, hizo que el tono relamido de esas secuencias se me quedara en un segundo plano.

En cuanto a los números musicales, éstos tampoco están a la altura de los grandes clásicos del género, quedándose en un nivel inferior en lineas generales, especialmente en lo referente a las letras, algunas muy poco inspiradas. Pero aquí es donde entran en juego el director y los actores principales para sacar petróleo de donde no lo había. Stanley Donen da muestras de nuevo de su talento para el musical y logra hacer brillar unos números que, en otras manos, quizá no fueran igual de bonitos. Pero además cuenta con la ayuda inestimable de una radiante Audrey Hepburn, repleta de frescura y encanto, y el maravilloso Fred Astaire que, a pesar de contar ya con 58 años en el momento de rodar esta película, sigue demostrando su agilidad y elegancia con algunos bailes realmente sublimes. 

Precisamente, la diferencia de edad entre Fred Astaire y Audrey Hepburn es unos de los problemas importantes del film, pues el romance entre ambos sin duda podría no resultar demasiado creíble. Sin embargo, el encanto de ambos actores, especialmente en los números musicales, hace que uno llegue a olvidarse casi por completo del detalle de la diferencia de edad.

Una cara con ángel me parece, en resumen, un ejemplo de segunda fila de la época dorada del musical de Hollywood. Tiene serias limitaciones para poder competir con los grandes títulos del género, pero aún así guarda cierto encanto fruto del talento del director y nos hace disfrutar una vez más del genial Fred Astaire, lo cual de por sí ya es maravilloso.