El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 18 de mayo de 2021

La tragedia de la Bounty



Dirección: Frank Lloyd.

Guión: Talbot Jennings, Jules Futhman y Carey Wilson (Libro: Charles Nordhoff y James Norman Hall).

Música: Herbert Stothart.

Fotografía: Arthur Edeson.

Reparto: Charles Laughton, Clark Gable, Franchot Tone, Herbert Mundin, Eddie Quillan, Dudley Digges, Donald Crisp, Henry Stephenson, Francis Lister, Spring Byington, Movita, Mamo.

Durante un viaje a Tahití en busca del árbol del pan, la crueldad y tiranía del capitán Bligh (Charles Laughton) va socavando la lealtad de gran parte de la tripulación y del segundo de abordo, Fletcher Christian (Clark Gable), que terminará amotinándose contra su capitán.

La tragedia de la Bounty (1935) es, a pesar del tiempo transcurrido desde su estreno, un clásico del género de aventuras, con toda la épica y el perfecto estilo que regía el género en aquellos años.

Se trata de la primera adaptación al cine del libro de Charles Nordhoff y James Norman Hall y, sin duda, es la mejor versión. Rebelión a bordo (Lewis Milestone, 1962) y Motín a bordo (Roger Donaldson, 1984) son adaptaciones posteriores del mismo libro.

El argumento gira en torno al trato que recibían los marineros en los buques británicos a finales del siglo XVIII. Muchos eran enrolados a la fuerza o como pago de su condena por ciertos delitos, con lo que eran tratados sin ninguna consideración. En el caso del capitán Blight, la crueldad era constante y desmedida. El miedo y el castigo extremo eran las armas de Blight para asegurarse una disciplina fuera de cualquier vacilación.

No deja de sorprender la maestría de la puesta en escena para los limitados medios con que contaba el cine por aquellos años. Las secuencias de tormentas, por ejemplo, siguen siendo hoy perfectamente válidas y, más allá de los detalles técnicos, son un ejemplo de tensión dramática, contención narrativa y eficacia. Considero que en la actualidad, con más y mejores medios, el cine ha perdido el efecto que se lograba entonces; la técnica ha terminado por imponerse a la expresividad, ganando el sitio de honor en detrimento de la finalidad última de su utilización.

Frank Lloyd, para algunos en su mejor película, logra mantener un ritmo constante y una tensión que solo sufre pequeños altibajos en el tramo final, donde quizá no se saca todo el partido a la parte del juicio. Pero es admirable cómo sabe manejar los tiempos y, a pesar de la larga duración del relato, no permite tiempos muertos.

El otro gran soporte de La tragedia de la Bounty es el excelente reparto, con un cuidado elenco de secundarios pero, sobre todo, con la presencia de Charles Laughton, un actor soberbio que dota de absoluta credibilidad a su personaje, convirtiendo al capitán Blight en un ser odioso sin ningún tipo de excesos. A su lado, el maravilloso Clark Gable, con su poderosa presencia; a pesar de ser un fan de Marlon Brando, el Fletcher Christian de Gable me parece mejor que el de Brando.

Ejemplo de buen cine, donde se consigue un perfecto equilibrio entre el mensaje y el espectáculo, La tragedia de la Bounty conserva sin arrugas todas las virtudes de su estreno, convirtiéndose en una referencia del género.

Ganó un solo Oscar, a la mejor película en 1936, de sus ocho nominaciones. 

lunes, 3 de mayo de 2021

Premonición



Dirección: Sam Raimi.

Guión: Billy Bob Thornton y Tom Epperson.

Música: Christopher Young.

Fotografía: Jamie Anderson.

Reparto: Cate Blanchett, Giovanni Ribisi, Keanu Reeves, Katie Holmes, Greg Kinnear, Hilary Swank, Kim Dickens, Michael Jeter, Gary Cole, Rosemary Harris, J. K. Simmons.

Annie Wilson (Cate Blanchett), viuda y madre de tres niños pequeños, se gana la vida gracias a un don que le permite predecir acontecimientos futuros echando las cartas. Cuando la joven Jessica King (Katie Holmes) desaparece, su padre acude a ella en busca de algún indicio que pueda ayudar a encontrarla.

Vaya por delante mi escepticismo en todo lo referente a la videncia o cualquier otra forma de adivinación. No creo en espíritus, ni siquiera en el más allá. Esto viene a cuento porque Premonición (2000) gira en torno a los poderes premonitorios de la protagonista. No se trata de una impostora, sino de una mujer con el don de predecir el futuro. 

Sin embargo, creamos o no en estos dones especiales, el mérito de Premonición es que construye un relato bastante coherente, sin adornos ni florituras, lo que ayuda innegablemente a que podamos sumergirnos en la trama sin problemas, aún siendo escépticos. En realidad, la película no es más que un thriller, pero con ese giro original de la videncia que es, claro, el eje sobre que se construye la historia; pero ésta tiene una entidad propia, gracias al cuidadoso guión, co-firmado por el actor Billy Bob Thornton, que no se limita a lo esencial, sino que sabe arropar el nudo del crimen con una serie de elementos muy bien diseñados.

Por ejemplo, la vida de Annie no se limita a sus dotes de vidente. El guión tiene el sentido común de crear un personaje completo, con su pasado, sus problemas cotidianos, así como conceder tiempo para mostrarnos a algunos de sus clientes, que tendrán un peso específico no solo en la parte de la historia del asesinato, sino que contribuyen a dotar de entidad a todo lo que sucede en pantalla.

Sam Raimi, además, sabe dosificar con inteligencia los momentos cruciales, manteniendo una tensión que va ganando enteros paulatinamente hasta el desenlace final que, lejos de ser original, al menos es consecuente y creíble, sin caer en la tentación de giros demasiado rebuscados que a veces echan por tierra todo lo visto hasta ese instante.

Puede que Raimi alargue algo artificialmente la duración de la película. Soy de los que consideran que la moderación es una gran virtud y que la tendencia actual a hacer películas de dos horas o más no siempre está justificada. Aún así, en general, Premonición mantiene el interés a lo largo de la mayor parte del relato.

Mención especial merece el reparto. Cate Blanchett está sobresaliente. Hacía tiempo que una interpretación no me emocionaba tanto como la de esta mujer. A su lado, el genial Giovanni Ribisi, en un papel que se presta al exceso pero que es sus manos resulta del todo convincente. El resto del elenco tampoco desentona en absoluto, incluido Keanu Reeves, quizá el más flojo, pero mucho más entonado que en otros trabajos.

Premoción resulta al final un film mucho mayor que el simple thriller. Sabe arropar lo esencial de manera más que convincente y, junto al tema del asesinato, nos ofrece una reflexión sobre los celos, la dependencia, la soledad, la intolerancia, las dificultades de vivir en pequeñas poblaciones... Buen trabajo.

El sueño de Casandra



Dirección: Woody Allen.

Guión: Woody Allen.

Música: Philip Glass.

Fotografía: Vilmos Zsigmond.

Reparto: Ewan McGregor, Colin Farrell, Tom Wilkinson, Hayley Atwell, Sally Hawkins, Peter-Hugo Daly, John Benfield, Clare Higgins, Ashley Madekwe, Andrew Howard.

Ian Blaine (Ewan McGregor) y su hermano Terry (Colin Farrell) llevan una vida que no les gusta. Ambos sueñan con tener dinero para poder realizar sus sueños y mientras Ian prefiere las inversiones de riesgo, Terry se decanta por las apuestas y el juego. 

El sueño de Cassandra (2007) nos lleva a un Woody Allen diferente, alejado de su faceta más conocida, y que nos remite directamente a Delitos y faltas (1989) o a Match Point (2005), con una nueva reflexión sobre el crimen, la moral, la ambición, la religión, el castigo, la penitencia, los remordimientos... 

Personalmente, prefiero al Woody Allen cómico, con sus recurrentes dilemas y obsesiones y, además, en esos films no suele faltar en su faceta de actor. Pero en El sueño de Casandra se retira tras la cámara y esta ausencia fue un lastre para mí. Y no por el trabajo de McGregor y Farrell, impecables, lo mismo que el siempre estupendo Tom Wilkinson, toda una garantía. Pero una película de Allen sin él en el reparto no deja de parecerme que le falta algo.

El sueño de Casandra es una historia de ambiciones y culpa y Woody Allen demuestra de nuevo su facilidad para elaborar y contar una historia, sea cómica o dramática. En este sentido, El sueño de Casandra nos atrapa desde el inicio aún cuando el núcleo fuerte del relato no se presente hasta bien entrado en metraje. Pero esa es la demostración del oficio de un director que sabe crear un ritmo que te atrapa y hace que participes de la historia casi como un personaje más.

Y en cuanto llega el conflicto, ya no puedes despegar los ojos de la pantalla. Se intuye ya antes de que se plantee, pero en ningún momento podemos anticiparnos a su desenlace, de manera que el interés nunca decae. Es cierto que el tramo final, con los remordimientos de Terry, podría haberse acortado algo, pero aún así la narración mantiene el listón bien alto y, personalmente, el desenlace me resultó inesperado. Se puede achacar cierta inclinación trágica, como una mano del destino implacable que impone su ley, pero no deja de ser plausible el desenlace que nos propone Allen y, en todo caso, en consonancia con el dilema de los hermanos cuando se plantean el encargo de su tío Howard (Tom Wilkinson).

La idea clave que subyace en El sueño de Casandra es hasta dónde puede llegar una persona llevada por su ambición. El tío Howard, un modelo de éxito para la familia Blaine, es en realidad un tramposo que puede acabar en la cárcel y, fiel a su nula moral, no duda en proponer a sus sobrinos un trato diabólico. Cualquier persona rechazaría la oferta, ¿o no? Para Ian, y en menor medida para Terry, los sueños que espera cumplir con ayuda de tío Howard merecen cruzar la línea. 

Pero en Match Point, el mal no sufría castigo, ni humano ni divino. Sin embargo, ahora, al menos para Terry, la única solución es expiar la culpa entregándose al dictamen de la justicia. El remordimiento es más fuerte. Para Ian, no hay vuelta atrás: lo hecho, hecho está. Pero Allen hará intervenir aquí una especie de justicia divina o el karma, llamémosle como se quiera. No hay inmunidad. Puede ser menos convincente que el desenlace de Match Point, pues está claro que la vida no siempre es justa y el bien no siempre se impone, pero el mensaje que nos deja la historia es que el que la hace, la paga. Todo tiene un precio en esta vida.

En todo caso, El sueño de Casandra nos ofrece a un Woody Allen más moralista y más negro. Nos advierte del peligro de la ambición desmesurada y que el juez más severo está a veces en nosotros mismos. 

Un film, en definitiva, que se sale de lo habitual en el director. Se trata de una historia interesante, bien contada, aunque yo me sigo quedando con el Woody Allen cómico, donde ese genio especial y su universo personal resultan incomparables.

sábado, 1 de mayo de 2021

Playtime



Dirección: Jacques Tati.

Guión: Art Buchwald, Jacques Tati y Jacques Lagrange.

Música: Francis Lemarque.

Fotografía: Jean Badal y Andréas Winding.

Reparto: Jacques Tati, Barbara Dennek, Rita Maiden, France Rumilly, France Delahalle, Valérie Camille, Erika Dentzler, Nicole Ray.

Un grupo de turistas americanos llega a París y se dirigen al hotel donde se hospedarán. Mr. Hulot, mientras tanto, acude a recoger un paquete a un moderno edificio.

Playtime (1967) fue el film más ambicioso y también el más experimental del cómico Jacques Tati, un clásico del cine francés que se movía dentro de unos parámetros que lo acercaban mucho al estilo del humor del cine mudo. De hecho, los diálogos en Playtime no revisten mayor importancia, lo que se pone de relieve en que en muchas ocasiones resultan confusos a propósito y son, en realidad, un ruido más de los que reinan en la ciudad.

Lo más interesante de Playtime es quizá su estética. Tati nos dibuja un escenario ultramoderno invadido por las líneas rectas, la ausencia de decoración, en una simplicidad absoluta de formas, y unos patrones estéticos basados en la repetición y la pulcritud. Para ello, además, se apoya en una fotografía fría. Todo esto nos da como resultado la visión que el cómico tiene de la modernidad, que será el objeto de su fina observación e incisivo humor. Y es que Playtime es una crítica muy oportuna de las supuestas ventajas del progreso. Por ejemplo, lo que nos muestra de París podría aplicarse a cualquier otra parte moderna de cualquier ciudad del primer mundo: impersonal, funcional y desangelada. De hecho, las únicas imágenes que nos muestra de los monumentos de la ciudad es a través de su reflejo en cristales, toda una declaración. Es la uniformidad sin identidad, un mundo global gris, impersonal y repetitivo.

La modernidad no solo unifica los elementos arquitectónicos de las ciudades, sino que arrastra a sus habitantes a un comportamiento mecanizado, donde todo el mundo se mueve a un ritmo impuesto por los horarios y las rutinas, y hasta donde el tiempo libre parece venir impuesto, como por el uso de la televisión, convirtiendo a las familias en espectadores absortos por lo que se les ofrece a través de la pantalla en sus salones idénticos. Y no solo eso, metidos en edificios eficientes, concebidos para optimizar el trabajo, los hombres terminan pareciendo ratones en un laberinto, deshumanizados, atrapados por la tecnología que debería ayudarles, perdidos en una repetición de formas frías e impersonales.

Tampoco se libra de las críticas la alta sociedad, esclava de sus vicios, de sus aires de superioridad, de su supuesta educación y refinamiento, que los convierten en pomposos, vacíos y materialistas, rendidos al progreso sin el más mínimo espíritu crítico. Toso su comportamiento es artificioso e hipócrita.

Otra crítica al progreso se manifiesta claramente en la secuencia del restaurante, culmen del diseño concebido sin ningún sentido práctico y donde todo termina fallando y provocando el caos del que, curiosamente, surgirá un momento de diversión cuando algunas personas se liberen de las normas impuestas por el entorno y la sociedad.

La crítica al progreso tampoco se olvida de unos de sus símbolos más evidentes: el automóvil. Tati, anticipándose a lo que se venía encima, comprende que la masificación de su uso provocará su inutilidad como medio rápido de transporte, al menos en las ciudades, como brillantemente expone en la secuencia de la rotonda: un absurdo movimiento hacia ningún parte que hace que los peatones se muevan más libre y rápidamente que los coches.

Sin embargo, a pesar de las muchas cualidades del film, tremendamente critico y repleto de detalles cómicos muy inteligentes, Playtime peca de una duración excesiva, lo que hace que en algunos momentos se haga un tanto pesado. La reiteración de muchas situaciones similares termina por penalizar el ritmo del film. La frialdad que refleja el director acaba por contagiar al ritmo y Playtime queda como un film muy interesante, pero algo fallido.

La película, aclamada por la crítica, y que le llevó al director tres años de trabajo, fue sin embargo un fracaso comercial que provocó la ruina económica del director.