El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 14 de noviembre de 2011

La jungla de asfalto



Dirección: John Huston.
Guión: Ben Maddow y John Huston (Novela: W.R. Burnett).
Música: Miklós Rózsa.
Fotografía: Harold Rosson.
Reparto: Steling Hayden, Louis Calhern, Sam Jaffe, Jean Hagen, James Whitmore, John McIntire, Marc Lawrence, Marilyn Monroe, Barry Kelley, Anthony Caruso.

La jungla de asfalto (John Huston, 1950) es una de las mejores obras del director, partícipe también en el guión, basado en la novela de W. R. Burnett, y un clásico del subgénero de atracos que creó un modelo imitado después por otras muchas películas.

Nada más salir de la cárcel, Doc Erwin Riedenschneider (Sam Jaffe) contacta con un rufián de poca monta, Bookie Cobb (Marc Lawrence) en busca de financiación para el que piensa ser su último y exitoso golpe. Éste lo pone en contacto con un abogado corrupto, Alonzo D. Emmerich (Louis Calhern), que acepta financiar la empresa.

Sin duda alguna estamos ante una de las obras maestras del cine negro. La jungla de asfalto ha marcado un antes y un después en el subgénero de atracos gracias a su originalidad, enfocando la historia de una manera novedosa y muy eficaz.

Por un lado, se presenta todo el proceso de puesta a punto del atraco, desde la financiación a la selección del personal. Ello será después imitado hasta la saciedad. Pero el elemento verdaderamente diferenciador e innovador es el acercamiento y descripción de los personajes. Hasta este film, las películas del género presentaban a delincuentes más o menos sanguinarios, desalmados e incluso algo desequilibrados. Pero ahora, Huston nos da una nueva visión de este mundo soterrado, esta jungla que habita en las grandes ciudades.

Y lo maravilloso del film es la manera en que se va individualizando a cada uno de los personajes con breves y precisas pinceladas que, en un instante, nos descubren sus deseos más íntimos, sus anhelos, sus ambiciones y sus debilidades. Y a pesar de tratarse de un retrato crudo, remarcado por una puesta en escena sobria, triste, miserable, de calles vacías y sonidos inquietantes, se trata a la vez de una visión no exenta de lirismo, de ternura y de comprensión. La figura del matón, Dix (Sterling Hayden), resulta conmovedora en su amor por su tierra y por los caballos; lo mismo que el experto en cajas fuertes, Louis Ciavelli (Anthony Caruso), preocupado por su bebé enfermo; o Gus Minissi (James Whitmore), un amante de los gatos solitario a causa de su joroba; o el propio Doc y su enfermiza pasión por las mujeres hermosas y, como no, el abogado Emmerich, tonteando con la hermosa Angela (Marilyn Monroe) sin dejar de atender con resignación y cariño a su mujer enferma. Y no me quiero olvidar del personaje de Doll (Jean Hagen), la novia de Dix, uno de los más hermosos y conmovedores ejemplos de amor incondicional que nos ha dejado el cine.

Hay en el retrato de cada personaje una cierta dulzura, un cariño y mucha humanidad, lo que los convierte en entrañables y tremendamente auténticos y hasta cercanos al espectador. En resumen, Huston consigue dibujarnos con maestría a cada uno de los actores de esta triste historia de manera impecable y hermosa; personajes muy en la línea de la filmografía del director: perdedores, sin futuro y marcados por la fatalidad, ante la que no queda más que resignarse.

Además de la magistral puesta en escena, con una fotografía en blanco y negro soberbia, John Huston cuenta con dos elementos clave para que la película roce la perfección. Por un lado, un guión soberbio que sabe ir a lo fundamental sin perder profundidad y detalle y que se apoya además en unos diálogos brillantes, rotundos, certeros y llenos de frases hermosas. Entre las muchas que pueblan la película me quedo con esta de Emmerich: "El crimen es la consecuencia de un concepto equivocado de la vida".

El segundo as en la manga es el excelente reparto. Sterling Hayden compone uno de los tipos duros más auténticos del cine, alejado de cualquier esquematismo, que anhela ardientemente poder volver a la vida en el campo de su infancia, que se rebela como la única etapa feliz de su existencia. A su lado, la desgraciada Doll (Jean Hagen), conmovedora en su amor no correspondido y que nos descubre sus penas simplemente a través de sus intensas miradas. Louis Calhern está sencillamente perfecto, componiendo un personaje que sólo es fachada, excelente en su refinamiento y sus mentiras. Pero es que ni uno solo del resto del reparto desentona lo más mínimo y consiguen llegarnos con unos trabajos de una calidad notable. Hasta Marilyn Monroe, en uno de sus primeros papeles, está radiante y totalmente convincente en su papel.

Soberbia también la puesta en escena de Huston, con una dirección perfecta que mantiene la tensión y el ritmo en todo momento y que sabe extraer todo el jugo no sólo a los maravillosos diálogos, sino incluso a los silencios, como en la secuencia del robo, donde mantiene la tensión en todo momento con una dirección plena de intensidad y acierto. Y sin olvidarme de los primeros planos, perfectos y expresivos, nunca gratuitos, y unas transiciones de una elegancia maravillosa, de las mejores que he disfrutado y en las que merece la pena recrearse y disfrutarlas plenamente.

Si hemos de ponerle un pero al film, ese sería el discurso del comisario de policía Hardy (John McIntire), parece ser que impuesto por la productora para salvar el honor de la policía, maltrecha por la figura del poli corrupto Ditrich (Barry Kelley); discurso que no encaja muy bien con el resto de la historia y que suena un tanto forzado y no demasiado convincente. Pero es que la moral de Hollywood imponía ciertos peajes. Aún así, apenas deja una mínima huella negativa en de esta maravillosa película. También el final responde a este principio ineludible en aquellos años de que el crimen debía pagarse, de ahí el triste final del plan y sus actores, si bien este final cuadra bastante bien con el tono fatalista del film y con esos personajes perdedores y miserables.

Detrás vendrán otros muchos films, como Atraco perfecto (Stanley Kubrick, 1956), también con Sterling Hayden, rindiendo homenaje e inspirándose en esta obra de arte del cine, para muchos la mejor película de John Huston, y uno de esos títulos imprescindibles y eternos.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Estrella del destino






Dirección: Vincent Sherman.
Guión: Borden Chase (Historia: Howard Estabrook).
Música: David Buttolph.
Fotografía: Harold Rosson.
Reparto: Clark Gable, Ava Gardner, Broderick Crawford, Lionel Barrymore, Beulah Bondi, Ed Begley.

Western de corte histórico que pretende plasmar los acontecimientos que llevaron a Texas a integrarse en los Estados Unidos, la película no fue muy bien acogida por la crítica, a pesar de resultar un entretenimiento bastante aceptable.

Andrew Jackson (Lionel Barrymore) decide recurrir a los servicios de Deveraux Burke (Clarke Gable), un ambicioso ganadero, para que contacte con Sam Houston (Moroni Olsen) y consiga su apoyo a la anexión de Texas a los Estados Unidos, apoyo fundamental para la causa y que parece estar en peligro.

Estrella del destino (Vincent Sherman, 1952) no es un mal western; de hecho, contiene un buen número de elementos para hacer de ella un buen film. Por una lado, y quizá sea su principal atractivo, cuenta con un magnífico reparto, encabezado por la pareja Clark Gable-Ava Gardner, que repetirían un año después en Mogambo (John Ford); a su lado, nombres como el mítico Lionel Barrymore, si bien hay que lamentar que su participación sea demasiado breve, o Broderick Crawford, en la piel de Thomas Garden, el enemigo de Gable. Aparece también, como secundario, William Conrad, famoso en su momento por encarnar al detective Cannon, de la serie del mismo nombre de los años setenta.

Además, la dirección de Sherman es directa y eficaz, buscando en todo momento la agilidad narrativa y potenciando las escenas de acción, que se resuelven acertadamente aún cuando es cierto que resultan un tanto aceleradas, recordándonos en algún momento la época del cine mudo. Los efectos especiales, eso sí, delatan la época en que está rodada la película.

El film cuenta también con unos buenos diálogos, especialmente entre los dos protagonistas, Gable y Ava, pues en cuanto se mete en temas históricos la cosa se enreda un poco más. Pero en general, es otro de los elementos en los que la película se defiende honrosamente.

Entonces, ¿dónde está el problema de Estrella del destino? Para mí el principal incoveniente reside en intentar casar los hechos históricos en que está basado el argumento y la acción principal de la historia, que no es otra que el enfrentamiento de Burke y Thomas Garden, abanderados de las causas enfrentadas. Es evidente que la película pretende ser una crónica histórica, pero también lo es que se toma cualquier licencia que le resulte útil. El intento, al comienzo del film, de ponernos en situación resulta un poco confuso y dificulta el arranque de la aventura en sí; además, a pesar de las explicaciones, seguiremos un tanto perdidos y con la sensación de una simplicación excesiva de los hechos históricos, lo que restará credibilidad a la trama. Al final, pienso que hubiera sido mejor tirar abiertamente por la libertad creativa en beneficio de la historia, pues una película de estas características jamás terminaremos de tomarla en serio.

Por otro lado, el personaje de Clark Gable resulta poco novedoso, recordando terriblemente al cínico Rhett Butler de Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, George Cukor, Sam Wood, 1939), lo que no resulta nada beneficioso al personaje y remite a un cierto encasillamiento y falta de originalidad por parte del guión.

El desenlace también es otro de los puntos flojos de la cinta. En parte predecible, esa explosión de patriotismo que borra afrentas y une a enemigos acérrimos en un segundo no deja de resultar muy poco convincente. Pero es que estos temas de enfrentamientos entre hermanos parece que Hollywood necesita cerrarlos de manera tajante, con la unidad de la nación y la victoria del bien común. Como digo, ejemplarizante y un tanto fantasioso desenlace.

A pesar de ello, Estrella del destino es un film ameno, con ritmo, con una historia de amor entretenida, quizá de lo mejorcito de la cinta. Es verdad que todo resulta bastante predecible, pero a pesar de ello el film entretiene; y hemos de convenir que hay películas a las que no se le puede pedir mucho más que entretenimiento y ésta pertenece a esa categoría.

martes, 8 de noviembre de 2011

La reina Cristina de Suecia



Desde siempre el cine se ha sentido atraido por las historias sobre reyes y cortesanos y La reina Cristina de Suecia (Rouben Mamoulian, 1933) es una prueba más de esta corriente, que tiene en su contra las enormes libertades que se toman los guionistas en relación a la fidelidad histórica, siempre en aras de la creatividad y el espectáculo. Y aquí se repite el escenario.

A la muerte de su padre, el rey Gustavo Adolfo en la batalla de Lutzen, la niña Cristina (Greta Garbo) hereda el trono de Suecia con seis años de edad. Desde entonces, dedica su vida a servir a su país. Pero Cristina también es  una mujer celosa de su independencia y se resiste a aceptar un matrimonio de estado que no le agrada. Un día que escapa de palacio para disfrutar de un poco de tranquilidad conoce por casualidad al embajador de España Don Antonio, conde de Pimentel (John Gilbert) y se enamorará perdidamente de él.

La reina Cristina de Suecia es, primeramente, un monumento erigido a la gloria de Greta Garbo, que por entonces estaba en la cima de su carrera. Hoy en día puede que nos cueste entender la popularidad y el atractivo de la actriz, una de las reinas de Hollywood, no sólo de su época, sino de la historia del cine. El tiempo, los cambios en las modas y los gustos y hasta las nuevas maneras de entender la interpretación hacen de la figura de la Garbo algo extraño y un tanto arcaico a día de hoy. Sin embargo, su interpretación tiene escenas memorables, en especial en aquellos momentos más íntimos, junto a otras algo menos creíbles, en especial cuando hace de reina y sus gestos parecen poco naturales. En todo caso, la película es un cúmulo de planos y primerísimos planos que resaltaban la belleza de esta extraña mujer, que se retiró del cine, y del mundo, con tan solo treinta y seis años. En este sentido, no cabe más que alabar el buen trabajo en la fotografía de William H. Daniels.

En cuanto al argumento, como decía al comienzo, se permite muchas licencias históricas en beneficio de lo que interesa: crear una hermosa y triste historia de amores reales, un drama palaciego que, sin embargo, destaca por la modernidad de los planteamientos: la figura de la reina se dibuja como la de una mujer culta, sensible, celosa de su independencia, decidida, defensora de su libertad para decidir con quién casarse, anteponiendo la felicidad del pueblo llano a las glorias militares de su país... que dignifica a la mujer y la pone a nivel de igualdad, cuando no de superioridad, con los hombres. De hecho, en la película se invierten los papeles en muchos momentos, siendo los hombres los que se enredan en disputas motivadas por los celos, se muestran menos brillantes, etc. Pero además, la película es moderna por otro elemento: la ambigüedad sexual de Cristina, que se viste como un hombre, habla de sí misma en masculino ("Creo que moriré siendo lo que llaman un soltero") y no duda en besar en los labios a su ayudante de cámara Ebba Squarre (Elisabeth Young); ambigüedad que casaba muy bien con la bisexualidad de Greta Garbo y que no deja de admirarnos en un film de 1933.

Fue Greta Garbo además la que impuso a John Gilbert como su pareja en el reparto, en detrimento de Lawrence Olivier, el actor elegido para el papel de Antonio en un primer momento. Gilbert, cuya época gloriosa (el cine mudo) ya había pasado y que no sobrevivió artísticamente a la llegada del cine sonoro, era entonces la pareja sentimental de Garbo en la vida real y componen una de las historias de amor más hermosas de la pantalla grande. Algunas escenas entre ambos han quedado para la historia. Pero yo me quedo con la de la alcoba, cuando ella recorre la habitación, abraza los muebles y mira a su amor embelesada; sobraban las palabras, que incluso parecen romper el encanto de las imágenes. La otra escena famosa de la película es el travelling final sobre el rostro de Cristina en el barco. Ella preguntó al director que expresión debía adoptar y éste le contestó que ninguna, que no pensara en nada; de esta manera, su rostro frío e inexpresivo deja a cada espectador la posibilidad de dotarlo de un sentimiento propio.

Junto a unos esquisitos decorados y a la ya citada excelente fotografía, La reina Cristina de Suecia cuenta además con unos diálogos sobresalientes, con algunas frases para el recuerdo ("Nuestra vida es lo único que tenemos", "Estoy cansada de ser un mito, solo quiero ser una mujer") que demuestran cómo se debe hacer una buena película: con talento y cuidando siempre cada uno de los elementos que componen.

No nos olvidemos de la magnífica dirección de Mamoulian, pausada, elegante, solemne por momentos, resaltando por un lado el lujo de la corte y, por el otro, sabiendo filmar con delicadeza y un aire romántico las escenas más íntimas. Y siempre sin perder el ritmo, sin dejar que la historia se pierda en escenas vacías.

Es verdad que los años pesan, en especial en lo que hoy se ven como torpes efectos especiales. Pero hasta estos defectos encuentran acomodo perfecto en una película cuyo aire antiguo, casi caduco, no es más que otro punto a su favor, un elemento más de su encanto.

La reina Cristina de Suecia es una gran película, una triste historia de amor contada con elegancia y buen gusto, y aquí reside también gran parte de su belleza, lejos de dramatismos forzados, y que nos reconcilia con la mejor tradición del Hollywood inmortal.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Eloisa está debajo de un almendro




Dirección: Rafael Gil
Guión: Rafael Gil (Obra: Enrique Jardiel Poncela)
Música: Juan Quintero
Fotografía: Alfredo Fraile
Reparto: Amparito Rivelles, Rafael Durán, Guadalupe Muñoz Sampedro, Juan Espantaleón, Alberto Romea, Juan Calvo, Joaquín Roa, José Prada

"Eloisa está debajo de un almendro" es el título de una de las piezas teatrales más conocidas de su autor, Enrique Jardiel Poncela. Llevada múltiples veces al teatro, desde su estreno en 1940, y con un par de versiones para la televisión, la película de Rafael Gil es la única adaptación que se hizo para el cine.

Cuando Fernando Ojeda (Rafael Durán) regresa a su casa de Madrid, tras terminar sus estudios en Bruselas, descubre una carta escrita por su padre diez años antes, donde le explica la razón que le ha llevado a suicidarse: el asesinato de una mujer de la que estaba secretamente enamorado. Intentado aclarar lo sucedido, Fernando descubre un retrato de una hermosa mujer que, por casualidades de la vida, es idéntico al rostro de Mariana Briones (Amparito Rivelles), joven vecina de la que se enamora.

Eloisa está debajo de un almendro (1943) es uno de los primeros trabajos en cine de Rafael Gil, que por entonces contaba tan solo con treinta años. Se trata de una comedia de humor negro que recurre al absurdo y al disparate como fuente de humor y, a la vez, de enredo. El mérito del texto hay que atribuirlo, por supuesto, al autor Jardiel Poncela, si bien Rafael Gil elabora un guión que recoge con fidelidad la esencia de la obra de teatro.

Lo primero que habría que reseñar es que se trata de humor novedoso en España, alejado de las obras costumbristas. Es una nueva vía que se adentra en el mundo del absurdo, el surrealismo y el humor negro. La base de la comicidad no reside tanto en la historia, sino en los personajes extraños que la pueblan, las situaciones absurdas y la explotación del lenguaje como fuente de confusión y comicidad. Y Rafael Gil sabe utilizar estos elementos para dotar a la película de un ritmo disparatado desde el comienzo, motivado también por el hecho de tener que condensar las tres horas de la obra teatral en la hora y media de la cinta, apoyándose también en la intriga que está en la base de la historia para mantener el interés y exprimir la curiosidad del espectador, si bien se comprende desde el principio que el argumento no deja de ser una excusa para el desarrollo de la comedia en sí. De hecho, el desenlace se precipita bruscamente en un par de minutos y casi resulta decepcionante por su banalidad dentro del cúmulo de despropósitos de la historia, que parecía prometer un final menos ortodoxo.

Gil no oculta el origen teatral de la obra, que se revela en la secuencia de las escenas y las entradas y salidas de los actores de cada uno de los tres escenarios principales. No es un defecto en sí, más bien un intento de respetar el modelo original y no afecta a lo esencial del film, que se basa sobre todo en los diálogos y el enredo como base de la historia. Hay que destacar especialmente tanto los decorados como la fotografía de la cinta, que no dejan de recordarnos títulos expresionistas y ambientes del cine de terror clásico. Incluso el laboratorio del tío de Fernando nos remite lejanamente al doctor Frankenstein.

Es en el reparto donde quizá se le pueda poner un pero a esta película. En la tradición de la escuela española de interpretación, ciertamente deudora para mal del mundo del teatro, los actores principales resultan demasiado sobreactuados, en especial el protagonista, Rafael Durán, si bien casi todos los actores pecan de teatralidad. Como curiosidad, señalar que en los títulos de crédito ponen Amparito Rivelles, que no Amparo, lo que se explica porque por entonces la actriz contaba con tan sólo dieciocho años.

A pesar de los años transcurridos, y de la época en que fue hecha, Eloisa está debajo de un almendro es una buena película, esclava de su época y de nuestra idiosincrasia particular, pero con cierta frescura y descaro propios de una obra de teatro de un autor imaginativo, atrevido y original, algo sin duda a valorar como se merece.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Estación polar Cebra



Estamos ante uno de esos típicos films ambientado en la Guerra Fría que tanto juego dio en su momento, tanto a nivel literario como cinematográfico. Con el atractivo de una tensa realidad política, se recurre al fascinante mundo del espinonaje como base de la intriga.

Un submarino estadounidense en enviado al Polo Norte para socorrer a los científicos de una estación metereológica británica que han enviado un mensaje de socorro. Pero la verdadera misión es otra y sólo la conoce un agente secreto británico que también embarca en el submarino.

Lo primero que podría decirse de Estación polar Cebra (John Sturges, 1968) es que es una película típica de su época: el cine de los años sesenta tiene ciertas señas de identidad bastante inconfundibles. También es bastante evidente el origen literario de la película, basada en una novela de Alistair MacLean, escritor de títulos de éxito como "Los cañones de Navarone" o "El desafío de las águilas", lo que se refleja en un argumento algo más complejo de lo habitual, con una trama densa pero que el guión no es capaz de plasmar con la eficacia que hubiera sido necesaria. Tenemos la sensación que el film no ha sabido plasmar con acierto la intriga y la emoción que debía contener la novela. Puede que por no alargar en exceso un film de por sí ya largo, el caso es que se percibe que la historia daba mucho más de sí.

Quizá uno de los fallos de la película es que le cuesta arrancar. La primera parte se hace lenta, está contada de manera muy fría y no logra que nos enganchemos realmente a la intriga. Y eso que hasta casi el final no descubrimos la trama por completo. La misión del británico (Patrick McGooham) que embarca en el submarino permanece secreta durante casi toda la cinta. Ello ayuda, en parte, a mantener cierto interés por descubrir los detalles de la intriga hasta el desenlace final, pero ello no basta para hacer que la película nos enganche realmente. Y parte de la culpa también está en que no se ahonda lo suficiente en la descripción y definición de los personajes principales, de los que casi no sabemos nada hasta el mismo momento final. Las vagas sospechas que se van sembrando no son lo suficientemente sólidas como para elevar el nivel general del film.

Es cierto que tampoco ayudan a que nos metamos dentro de la película los efectos especiales, que se revelan hoy en día como muy pobres. Rodada en estudio, este hecho es demasiado evidente en todo momento, con lo que no se consigue una ambientación adecuada. Curiosamente, la película fue nominada en el apartado de efectos especiales, la ganadora fue 2001: una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968), además de por la fotografía.

En cuanto al reparto, la película cuenta con Rock Hudson como principal atractivo, pero yo no termino de verlo en ese papel. Quizá el recuerdo de sus papeles en dramas y comedias, junto con su hieratismo, haga que no termine de convencerme su interpretación. Ernest Borgnine, por el contrario, resulta bastante más creíble. Con Patrick McGooham me pasa algo parecido a lo de Rock Hudson, es un actor bastante inexpresivo y sin demasiado carisma.

En cuanto a la labor de John Sturges no termina de convencerme. Bien por defecto del guión, que no es nada brillante, bien por limitaciones propias, el caso es que se muestra bastante frío y nos presenta una historia con cierto interés pero filmada sin brío. En ningún momento consigue que me sienta inmerso en la trama, salvo en la parte en que el submarino navega bajo las aguas intentando emerger rompiendo el hielo; son los únicos momentos de la película en que he sentido cierta emoción.

Y para colmo de males, el desenlace tampoco está a la altura que sería de desear: es largo en exceso, confuso en algunos momentos, sin garra e incluso predecible. Si habíamos esperado hasta ese momento con alguna ilusión para que la historia terminara con cierta brillantez, comprobamos que se mantiene en la línea de toda la película.

Así pues, Estación polar Cebra no pasa de ser un film entretenido, pero sin garra, al que el paso del tiempo no le ha sentado muy bien ciertamente, y que nos deja con cierto regusto amargo en la boca, pensando en las posibilidades reales de la historia y cómo no se ha podido o sabido darles mejor salida.

martes, 1 de noviembre de 2011

Me enamoré de una bruja




Dirección: Richard Quine

Guión: Daniel Taradash (Obra: John Van Druten)

Música: George Duning

Fotografía: James Wong Howe

Reparto: James Stewart, Kim Novack, Jack Lemmon, Ernie Kovacs, Hermione Gingold, Elsa Lanchester, Janice Rule

Adaptación de una pieza de Broadway, "Bell, Book and Candle" (John Van Druten, 1950), Me enamoré de una bruja (1958) es una comedia romántica un tanto simplona y sin demasiadas sorpresas, a pesar de haber recibido en su momento dos nominaciones a los Oscars, mejor dirección artística y vestuario, y de gozar de cierta buena reputación.

Un editor de libros, Shepherd Henderson (James Stewart), conoce a su vecina Gillian Holroyd (Kim Novak), que regenta una tienda de antigüedades en el bajo del apartamento de Shepherd. Gillian es, en realidad, una bruja que se fija en su vecino cuando busca algo que la distraiga de su vida monótona. 

Reuniendo de nuevo a James Stewart y a Kim Novak, tras el éxito de Vértigo (De entre los muertos) (Alfred Hitchcock, 1958), Quine nos propone un film ligero cuyo argumento gira en torno al amor y a su gran poder, capaz de transformarlo todo, incluso de convertir a una bruja en una dulce mujer enamorada. La verdad es que, visto hoy en día, el argumento resulta un tanto cursi y decididamente anticuado. Puede que el problema resida en un guión sin demasiada chispa que desaprovecha, por ejemplo, las posibilidades que ofrecía ese elemento fantástico de la brujería, reduciéndose su presencia a un par de escenas no muy bien resueltas en cuanto a ritmo e interés. Alguna escena, incluso, llega a rozar el ridículo, como cuando James Stewart tiene que ponerse una manta sobre los hombros y un dedal en el dedo mientras asiste a un hechizo.

Y si a la debilidad del guión, que es una losa de la que la película es incapaz de librarse, le añadimos la presencia de Kim Novak en el papel protagonista, el resultado no puede ser peor. Porque Kim Novak podía ser muy hermosa, si bien atada a los gustos de aquella época, algo artificiosos en exceso, pero como actriz era realmente inexpresiva, lo que supone un lastre terrible para la película, pues en toda la historia es incapaz de trasmitirnos ni pasión, ni tristeza, ni dolor con un mínimo de convicción. Su presencia aquí se puede explicar por el amor que sentía el director hacia ella, amor no correspondido, por cierto.

En cuanto a James Stewart, se limita a cumplir sin más. Da la sensación que contar con un guión tan poco original y brillante pesa también en su interpretación. Un joven Jack Lemmon, algo exagerado en sus gestos, y una espléndida Elsa Lanchester completan el reparto. 

Así las cosas, la película se va arrastrando sin pena gloria, con algunas escenas más logradas que otras, sobre todo cuando vamos acercándonos al desenlace, pero siempre dejándonos la sensación de estar ante un film desangelado, sin ritmo, sin imaginación y, naturalmente, sin gracia. El desarrollo además es del todo previsible (encuentro de la pareja protagonista, su enamoramiento, la ruptura correspondiente y la reconciliación final), con lo que también se añade otro lastre más al argumento. 

Me enamoré de una bruja no es más, finalmente, que un film de muy segunda fila, una curiosidad para los amantes de la comedia romántica, con ese toque sobrenatural que tampoco aporta gran cosa, o para los fans incondicionales de los protagonistas.