El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 24 de octubre de 2011

La lista de Schindler



Estamos ante una de esas películas que entran en la historia del cine por la puerta grande, La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993) es una película amarga, cruda, emotiva y con pretensiones. Una obra con el sello de Spielberg.

Durante la Segunda Guerra Mundial, con los alemanes ocupando Polonia, Oskar Schindler (Liam Neeson), un empresario alemán sin dinero, llega a Cracovia en busca de su oportunidad para hacer dinero aprovechando las ventajas que le brinda la guerra. Gracias a su astucia y a su don de gentes, amén de algunos sobornos, consigue hacerse con una fábrica, operarios judíos y un contrato de proveedor del ejército alemán.

La lista de Schindler está basada en la novela El arca de Schindler de Thomas Keneally y narra unos hechos históricos: como el empresario alemán Oskar Schindler salvó la vida de más de mil cien judíos polacos durante la Segunda Guerra Mundial. Es evidente que el film de Spielberg se toma bastantes licencias y cuenta una historia muy emotiva, remarcando los momentos más intensos y creando un aura de santidad en torno a la figura de Schindler e incluso hacia el pueblo judío, lo que delata un tanto al director, judío también y un tanto obsesionado con el Holocausto, del que le hablaban a menudo sus abuelos. Ello es más patente hacia el final de la historia y aquí es donde se le puede poner el único pero al film. Quizá Spielberg hubiera debido terminar antes el relato, pues el final me parece un poco extenso de más, se cargan las tintas en exceso hacia el lado sensiblero y se rompe un tanto la buena línea general de la historia hasta esos momentos. La escena en que Schindler rompe a llorar, lamentando no haber intentado salvar a más judíos, me resulta un tanto excesiva y no demasiado creíble, por ejemplo.

Pero lo que no cabe duda es del talento del director para contar historias. La lista de Schindler no es un film sencillo y más teniendo en cuenta su gran duración y la temática que abarca. Pero Spielberg logra un equilibrio perfecto entre la denuncia cruda y directa y una narración ágil, amena, no exenta de un inteligente sentido del humor, pero no debemos pensar por ello en comicidad. Pero todo ello viene a remarcar el sentido del espectáculo, el dominio del medio por parte de un director que parece llevar el cine en las venas. La secuencia de la masacre en el gueto es un ejemplo de cine con mayúsculas, de como se debe filmar, de la manera de crear tensión y dramatismo en cada fotograma; y para colofóncon, el broche de oro de la niña con el abrigo rojo, un detalle del que Spielberg saca petróleo y que termina por convertirse en la seña de identidad de la historia, resumida y condensada en ese pequeño detalle.

La película cuenta, es cierto, con un guión excelente, obra de Steven Zaillian, y una fotografía en blanco y negro realmente espectacular, pero lo realmente impactante es el retrato que se hace del Holocausto y la barbarie de la guerra. Esos son los momentos más genuinos de la película, donde se va produciendo la "conversión" de Schindler desde su ambición inicial hasta su apasionada defensa de los judíos a su cargo. Pocas veces en el cine se ha hecho una aproximación más sentida, directa e intensa al drama vivido por los judíos polacos a manos de unos verdugos especialmente sanguinarios y crueles. La figura de Amon Goeth (Ralph Fiennes), el jefe del campo de trabajo, es especialmente repulsiva, el personaje más impactante de la película, encarnación de la locura y el odio, la sinrazón y la barbarie.

Pero La lista de Schindler cuenta además con un grandísimo reparto, encabezado por Liam Neeson, que está sobresaliente, con una interpretación memorable, y secundado por el maravilloso Ben Kingsley, un actor que desde siempre me ha resultado muy convincente, y el mencionado anteriormente Ralph Fiennes, que borda el papel de militar sanguinario y demente. Tanto Neeson como Fiennes darán, gracias a esta película, el salto definitivo en sus carreras. Pero es que todos los actores, y hay innumerables secundarios, muchos con muy breves apariciones, consiguen dar tal aire de autenticidad a la película que a veces casi nos parece estar viendo un documental. Tal es el dominio de Spielberg de cada faceta de la película.

La lista de Schindler fue un éxito inmediato. La película no solo encantó al público en general y dejó a más de uno sin palabras, sino que se hizo con siete Oscar, de doce nominaciones: mejor película, director, guión, montaje, música, dirección artística y fotografía. La película supuso para el Spielberg, además, el dejar de ser considerado un mero director comercial para ganarse el respeto de todos como un director capaz de abarcar cualquier tipo de trabajo.

Puede que sea la obra más personal del director, un proyecto en el que se implicó por entero y del que salió con una obra colosal, emotiva e impactante. Si no fuera por la parte final, como dije antes, creo que podríamos hablar de una maestra indiscutible. Pero es lo que tiene Spielberg, cuando intenta ser demasiado trascendente acaba por pasarse un poco de la raya. En todo caso, una película sobresaliente.

jueves, 20 de octubre de 2011

La naranja mecánica



Controvertida adaptación al cine de la polémica novela de Anthony Burgess, del año 1959, La naranja mecánica (Stanley Kubrick, 1971) sigue impactando hoy en día, a pesar de los años transcurridos desde su estreno y mantiene, en algunos aspectos, una inusitada actualidad.

Alex de Large (Malcom McDowell) es un joven ocioso y consentido por unos padres sin autoridad moral alguna que en su tiempo libre, por las noches preferentemente, ejerce de jefe de una pandilla de drugos que disfruta dando riendo suelta a sus peores instintos: robos, peleas sangrientas, violencia gratuita y violaciones. Una noche, a Alex se le va la mano y asesina brutalmente a una mujer. Sus drugos, que habían cuestionado su autoridad y sufrido la reacción violenta de Alex, aprovechan la ocasión para golpearlo y dejarlo a merced de la policía. Condenado por asesinato, Alex es enviado a prisión.

Es evidente que todos los films futuristas, en mayor o menor medida, sufren el juicio de la realidad una vez llegada la época que auguraban. La naranja mecánica no escapa a este juicio, si bien en líneas generales no sale del todo mal parada. Quizá a nivel estético y visual es donde la cinta se muestra más envejecida, con unos decorados y vestuario que pueden hasta resultar cómicos. El manierismo de Kubrick, su obsesión por la puesta en escena, en este caso le juegan una pequeña mala pasada.

Sin embargo, a nivel más profundo, La naranja mecánica sigue siendo una fábula bastante atinada. En primer lugar, la violencia gratuita, la ociosidad peligrosa de la juventud es, por desgracia, una realidad hoy en día en muchos casos peor que lo que se presenta en la película. La pérdida de principios morales, la degradación y el culto al sexo y la violencia se han ido propagando sin remedio, y lo que parecía una visión un tanto exagerada o deforme de la realidad futura que se dibujaba en la película no es hoy en día algo inusual en nuestra sociedad.

Sigue llamándome la atención, sin embargo, el diferente tratamiento que se da en la película al tema del sexo en comparación a la violencia. Si ésta se muestra de un modo bastante directo, el sexo sigue mostrándose con mucho más pudor. Es verdad que se trata de una película de 1971 y algunas escenas son bastante atrevidas para el momento; pero me sigue pareciendo que el director se muestra más pudoroso con el sexo, como si la violencia en la pantalla fuera algo menos ofensivo o muchoa más aceptado en general por la sociedad.

Pero La naranja mecánica, además del tema de la violencia y el sexo, encierra otras denuncias también muy interesantes. Por un lado, la crítica hacia la clase política es evidente, con su manipulación de las personas, su obsesión por los resultados, su demagogia y sus mentiras. Tampoco se salvan la educación, la familia, el sistema penitenciario, la religión y hasta la psicología. En resumen, en La naranja mecánica se cuestiona por entero la sociedad, pretendidamente la sociedad futura, pero en realidad es todo el sistema: el presente, con sus errores y fallos, y el que está por llegar, fruto inevitable de la semilla actual.

Y centrándose en el individuo, el film es una crítica de alienación, de la manipulación de las personas por el sistema, ejemplificado en la terapia que sufre Alex y que, como afirma el personaje del sacerdote, lo único que hace es destruir a la persona al eliminar su libertad de elección. Parece incluso, llevando el argumento a sus últimas consecuencias, que casi sería mejor un individuo violento, pero libre, que uno dócil pero cercenado en su libertad de opciones.

A nivel visual, como decía antes, la película presentaba una estética muy rompedora, con decorados y vestimentas pretendidamente futuristas que son los que peor han soportado el paso del tiempo. También, en la línea del director, se cuida mucho el tema sonoro recurriendo, como es habitual en Kubrick, a conocidas piezas de música clásica, en este caso con predominio claro de la Novena Sinfonía de Beethoven, junto a piezas de Henry Purcell o Rimsky-Korsakov y otros temas actuales como la canción "Singin' in the rain", del musical Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen, 1952).

Más acertado parece el novedoso lenguaje ideado para la película, con palabras y expresiones que no siempre se comprenden, pero que sí que nos introducen de lleno en un mundo extraño y ciertamente futurista, que es lo que se persigue. Parece ser que este lenguaje es una mezcla de términos basados en el ruso y otros de la jerga Cockney (término que se refiere a los habitantes del East End de Londres y la peculiar manera de hablar de las clases populares de esta zona).

La película lanzó a la fama a su protagonista, un acertado y carismático Malcom McDowell, cuya carrera fue después bastante irregular. Junto a él, un conjunto de actores muy acertados, como Michael Bates, Patrick Magee, Warren Clark o John Clive.

La naranja mecánica fue nominada como mejor película, director, montaje y guión adaptado. A pesar de no haber logrado ningún Oscar, sigue siendo un título fundamental en la filmografía de Kubrick y no ha perdido del todo su carácter perturbador, conservando la validez de sus lúgubres previsiones y atinadas críticas.

domingo, 16 de octubre de 2011

Enemigo público

 

Dirección: Tony Scott.
Guión: David Marconi.
Música: Trevor Rabin & Harry Gregson-Williams.
Fotografía: Dan Mindel.
Reparto: Will Smith, Gene Hackman, Jon Voight, Lisa Bonet, Jason Lee, Ian Hart, Tom Sizemore, Regina King, Loren Dean, Jake Busey, Barry Pepper, Gabriel Byrne, Stuart Wilson, Jason Robards, Philip Baker Hall, Laura Cayouette, Seth Green, Scott Caan, Jack Black, Jamie Kennedy, Grant Heslov, Ivana Milicevic.

Robert Clayton Dean (Will Smith) es un abogado de éxito al que todo en la vida parece salirle bien. Sin embargo, un día se verá implicado accidentalmente en una oscura conspiración política cuando, sin saberlo, llega a su poder una cinta de video que recoge el asesinato de un congresista y que implica a un alto cargo de una agencia gubernamental. A partir de ese momento, el mundo de Dean saltará por los aires, tanto a nivel profesional como familiar, y su vida empezará a estar en peligro.

Enemigo público (Tony Scott, 1998) pretende ser una denuncia del control cada vez mayor de la privacidad por parte de los poderes públicos y los riesgos que ello conlleva. Al mismo tiempo aprovecha para denunciar el excesivo poder de determinandas agencias gubernamentales o, lo que es lo mismo, el problema de controlar a aquellos que tienen la misión de protegernos. Esta es la base, la justificación. Pero en realidad, se trata de un film de acción pura y dura, cuya trama y desarrollo, bien mirados, no resisten un análisis serio y resultan, cuando menos, bastante inverosímiles.

Pero con ello no estamos afirmando que Enemigo público sea una mala película. De hecho, creo que es una cinta sobresaliente al menos si la enfocamos desde el punto de vista para el que fue creada: entretenernos durante los 132 minutos de metraje. Y de verdad que cumple con su cometido de manera perfecta. Tony Scott, hermano del conocido director Ridley Scott, sabe lo que tiene en sus manos y como sacarle partido. A falta de un guión realmente sólido en cuanto a credibilidad se refiere, Scott se centra en la acción desde el primer momento y va dejando que la intriga, las persecuciones y los problemas familiares del inocente protagonista (algo que desde Hitchcock es garantía de éxito y empatía con el público) nos atrapen, de manera que dejemos de lado cualquier crítica o duda seria y nos concentremos en disfrutar de una historia que no nos da respiro. Su sentido del espectáculo, su dominio de los tiempos y su manera de dosificar la intriga, alternando momentos de máxima tensión con otros más relajados e incluso con cierta comicidad, hacen de Enemigo público un film que se pasa volando y nos mantiene pegados a la butaca.

Es verdad que hay situaciones muy vistas ya, que sabemos de antemano que el abogado va a lograr salir airoso, pero no importa, porque la película es vibrante y además, dentro de su alto grado de inverosimilitud, el guión está lo suficientemente bien hilvanado para que nos cuadre a primera vista. Tony Scott demuestra su talento para filmar historias de este tipo y consigue un resultado brillante.

Además, el director cuenta con otro as en la manga: el reparto. Will Smith es un actor que cae bien, quizá porque no parece el típico galán que va mirando por encima del hombro a todo el mundo. Es un tipo con cierto encanto pero sin perder un aire de normalidad que lo hace cercano y creíble. A su lado tenemos a Gene Hackman, un valor seguro interprete lo que interprete. Y, para grata sorpresa, Jon Voight, actor no muy habitual en las pantallas, borda su papel de malo con una presencia poderosa de hombre frío, autoritario y sin escrúpulos. Completan el reparto Jason Robards, aunque con un muy breve papel, o Lisa Bonet, después de un tiempo desaparecida y que tan buena impresión había causado con su trabajo en El corazón del ángel (Alan Parker, 1987).

Con ciertas semejanzas, salvando las distancias, con la magnífica Los tres días del Cóndor (Sydney Pollack, 1975), Enemigo público reivindica con gran acierto el thriller político bien hecho, con una buena intriga y sin renunciar, de paso, a cierto nivel de crítica o de denuncia. Es de esas películas que tienen la virtud de resultar muy entretenidas y que permiten incluso nuevas revisiones, lo cuál es quizá el mayor halago que puede hacérsele.

jueves, 13 de octubre de 2011

La leyenda del indomable



Film para el lucimiento de Paul Newman, en un momento de su vida pletórico, La leyenda del indomable (Stuart Rosenberg, 1967) sigue siendo una de las películas más recordadas del actor.

Luke Jackson (Paul Newman) es condenado a dos años de trabajos forzados por decapitar parquímetros en una noche de borrachera. Con un carácter fuerte, Luke comienza enfrentándose a otros presidiarios, hasta que su testarudez y su valentía terminan por convertirlo en el líder de la cárcel, el modelo y el héroe de sus compañeros de condena.

La leyenda del indomable es un título mítico dentro del género de films carcelarios. Y es cierto que tiene su encanto, principalmente gracias a la poderosa presencia de Newman. Y además, la película cuenta con un par de escenas legendarias: la pelea entre Luke y Dragline (George Kennedy) y la famosísima escena de los huevos duros. También tiene una excelente fotografía, obra de Conrad L. Hall, que consigue captar a la perfección el sofocante calor y el sudor de los presos en plena faena limpiando los arcenes de la carretera.

Otro de los puntos fuerte de la película es el soberbio reparto. Quitando a Newman y al oscarizado George Kennedy, La leyenda del indomable cuenta con muy buenos secundarios, como Dennis Hopper, Harry Dean Stanton, Clifton James o Jo Van Fleet, por ejemplo.

Sin embargo, aquí se terminan los puntos fuertes de la película. Puede que el paso del tiempo no le haya sentado muy bien, pero el caso es que La leyenda del indomable no termina de cuajar. Por un lado, le cuesta arrancar, con un ritmo algo lento al comienzo y cierta repetición de situaciones. Puede que en parte la culpa resida en un guión que parece que no consigue profundizar en los personajes; empezando por el propio Luke, cuya personalidad termina en una mezcla de luces y sombras. Tampoco sus compañeros de prisión acaban por adquirir una personalidad bien definida, salvo el personaje de Dragline. El colmo de esta indefinición lo tendríamos en el jefe Godfrey (Morgan Woodward), que no abre la boca en toda la cinta y cuya personalidad queda más a nuestra libre interpretación que a otra cosa. También puede verse este personaje como un ejemplo de la crueldad sin rostro, siempre oculto por las gafas de sol. En todo caso, en la línea con el resto del film, se trata de un ejemplo más de esa falta de concreción que envuelve a personajes e historia.

La historia tampoco acaba de definirse del todo. En principio, la película puede interpretarse como un film anticarcelario, como una denuncia del autoritarismo y los abusos del sistema penitenciario. Sin embargo, la crítica tampoco es demasiado clara ni contundente y, en todo caso, se limitaría a ese centro de reclusión y a sus carceleros en concreto.

Tampoco se ahonda especialmente en las relaciones y conflictos entre los presos, salvo a esa pelea entre Luke y Dragline que termina por hacer de Luke el líder de los presidiarios. Las relaciones entre los reos, a diferencia de otras películas del género, es bastante civilizada, sin verdaderos conflictos y exenta en todo caso de dureza.

Incluso se puede atisbar cierta inconsistencia en la mentalidad de Luke, pues al principio se nos presenta como un ateo e inconformista y al final le escuchamos hablando con un Dios en el que pensábamos que no creía. Fruto de esta superficialidad del guión o esta indefinición de los personajes, la figura de Luke parece no aclararse del todo. Puede ser un espíritu libre que acaba rebelándose contra el sistema que lo mantiene encerrado, lo cuál no termina de cuadrarme del todo, o puede ser un inadaptado al que todo parece importarle muy poco, hasta que una injusticia manifiesta, su encierro en la caseta de castigos al morir su madre, le empuja a intentar vengarse de sus carceleros; hipótesis que parece convencerme más.

En todo caso, el film se sostiene principalmente gracias a la presencia de Paul Newman y su innegable atractivo. La película obtuvo cuatro nominaciones pero solamente George Kennedy se hizo con uno de los Oscars, al mejor actor secundario.

Para incondicionales de Paul Newman.