El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 1 de septiembre de 2019

American Gigolo



Dirección: Paul Schrader.
Guión: Paul Schrader.
Música: Giorgio Moroder.
Fotografía: John Bailey.
Reparto: Richard Gere, Lauren Hutton, Hector Elizondo, Bill Duke, Nina Van Pallandt, Brian Davies, Patricia Carr, Macdonald Carey.

Julian Kay (Ricard Gere) es un elegante y atractivo joven que se gana la vida como gigoló. Todo parece irle sobre ruedas, hasta que un día, una mujer con la que había mantenido relaciones sexuales aparece asesinada.

American Gigolo (1980) es un film extraño. Se adivinan las pretensiones de su director, antiguo crítico primero y guionista después (Taxi Driver, Martin Scorsese, 1976), que un día decidió dar el salto también a la dirección. Schrader le da al film un sello peculiar, muy personal, tanto en la puesta en escena como en las transiciones, los temas abordados y el ritmo. Sin embargo, tanto ensayo termina resultando un tanto superficial y la historia resulta aburrida y predecible.

En la línea del cine de los años ochenta del siglo pasado, Schrader parece sentir la necesidad de aportar algo de morbo a un thriller bastante poco original. Para ello, el protagonista se convierte en un gigoló que vende su cuerpo a mujeres maduras para pagarse su elegante tren de vida. La primera parte del film consiste en la presentación de Julian y, más que nada, se centra en mostrarnos la estupenda buena forma de Richard Gere y su elegante vestuario, firmado por Giorgio Armani, al cuál está película le abrió las puertas de Hollywood y contribuyó a consolidar su fama mundial.

La profesión del protagonista le sirve al director para añadir unas gotas de erotismo suavizado, moralista y muy estudiado, absolutamente impostado y artificial. La osadía de algunas situaciones, con un artístico desnudo de Gere, queda enmarcada en un juego muy calculado donde siempre se insinúa más de lo que se da y que me parece tan superficial como mentiroso. Se adivina de lejos el mero interés recaudatorio, algo que se suele conseguir fácilmente con unas gotas de morbo.

Por cierto, Richard Gere no era la primera elección para el papel de Julian. Se había pensado en Christopher Reeve, que resultaba demasiado caro, o John Travolta, que no aceptó el papel, en una de sus múltiples y cuestionables elecciones. Para Gere, por entonces no muy conocido, supuso un buen espaldarazo para su carrera, que despegó en esa década apoyado, por ejemplo, en Oficial y caballero (Taylor Hackford, 1982), otro papel rechazado también por Travolta.

En cuanto al desarrollo de la trama, sobre todo en la segunda parte de la película, ésta resulta demasiado esquemática como para llegar a interesarnos. Tanto el crimen como las investigaciones o la posible implicación de Kay, sobre la que se siembra la duda de manera un tanto pueril, son meros clichés que no alcanzan en ningún momento una entidad suficiente como para lograr implicarnos realmente en el tema. La sucesión de muchas escenas un tanto vacías unidas a una duración a todas luces excesiva de la película hacen que ésta caiga a menudo en momentos de claro bajón, con el aburrimiento y cierto cansancio campando a sus anchas.

Si la trama del asesinato es muy superficial (y no digamos ya el desenlace, de traca), lo mismo sucede con los personajes, apenas esbozados y reducidos a un esquema de lo más sencillo. Para colmo, los diálogos resultan como mínimo confusos, a veces pretenciosos, y ni acercan a los protagonistas al espectador ni ahondan en su problemática. Se quedan en un juego pretencioso no muy eficaz.

Al final, me da la impresión de que Schrader se dejó llevar por un planteamiento donde primaban las apariencias por encima de todo: un protagonista atractivo, ropas de lujo, coches de alta gama, música de moda, decorados suntuosos, erotismo calculado, un ambiente de alta sociedad tan estudiado como artificioso donde los personajes son un elemento más del ambiente chic y refinado, pero sin que cuenten realmente como personas de carne y hueso, sino como clichés de un enorme montaje más próximo a un video clip de más de dos horas. Todo tan medido y calculado como manipulador y vacío de contenido.