El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 31 de agosto de 2018

Gravity



Dirección: Alfonso Cuarón.
Guión: Alfonso Cuarón y Jonás Cuarón.
Música: Steven Price.
Fotografía: Emmanuel Lubezki.
Reparto: Sandra Bullock, George Clooney.

Durante una misión en el transbordador espacial Explorer, y mientras la doctora Ryan Stone (Sandra Bullock) intentaba reparar el telescopio espacial, la destrucción de un satélite ruso provoca una reacción en cadena, provocando una tormenta de desechos que choca contra el Explorer. Solo Ryan y el comandante de la expedición, Matt Kowalski (George Clooney), sobreviven, pero quedan flotando solos en el espacio.

Gravity (2013) es una espectacular odisea en el espacio de Sandra Bullock que nos va a sorprender, específicamente, por las impresionantes imágenes y la asombrosa dirección de Alfonso Cuarón. Un espectáculo visual sorprendente para una aventura muy limitada.

Técnicamente, Gravity nos demuestra el grado de perfección que se puede lograr con la tecnología hoy en día. La película, que transcurre en el espacio, nos ofrece unas imágenes de la tierra bellísimas y el juego con la profundidad de campo, la falta de gravedad y la plasticidad de los movimientos de personas y objetos en ese universo está realmente muy logrado.

Sin embargo, todo ello debe estar al servicio de la historia, no al revés. Y el drama de supervivencia de la doctora Stone y el comandante Kowalski me pareció sin la fuerza suficiente como para arrastrarme con ellos en su lucha por sobrevivir. No quiero decir que las formas se comieron el contenido, pues la puesta en escena es espectacular y se agradece. Pero el fallo de la película es que el guión no supo poner al nivel de los prodigios visuales la parte emocional de la película. La lucha de Stone y Kowalski daba para mucho más que unas frases un tanto estereotipadas y el indispensable drama personal (la muerte de la hija pequeña de Ryan tiempo atrás), que parecen meras muletillas y que no terminan de dar una dimensión poderosa a los protagonistas que sea capaz de meternos en su piel y sufrir su supuesta angustia. Es más, hay un cierto tono como despreocupado en Matt que incluso resta emoción a su situación, como si fuera de lo más habitual quedarse perdidos en el espacio.

Y la prueba de esta falta de intensidad dramática se da cuando Matt decide desengancharse de Ryan. No somos conscientes de la importancia de esa decisión, del dramatismo de ese instante. Podemos creer que Ryan acabará rescatándolo o no. Pero es un momento realmente que importante que transcurre casi como uno más. Y lo mismo se puede decir del regreso de Ryan a la tierra. A parte de parecer del todo inverosímil la manera en que logra entrar en la estación china, con la ayuda de un extintor, un detalle demasiado peliculero y que podría haberse evitado, volvemos a tener la sensación de que no se supo darle toda la intensidad a ese momento. Quizá porque intuimos el final feliz, lo que nos impide vivir la secuencia con más incertidumbre, pero es que volvemos a las reacciones mecánicas, los tópicos y realmente no se siente la angustia por ningún lado, salvo, de nuevo, por las portentosas imágenes.

Capítulo aparte merece la secuencia en que Matt llama a la ventanilla de la cápsula en que viaja Ryan. Si bien finalmente no es más que un pequeño truco narrativo, la secuencia se antoja caprichosa y no ayuda tampoco en mucho a reforzar la carga dramática del relato, casi logra todo lo contrario.

El otro recurso, a parte de la belleza visual de la película, que utiliza Cuarón para intentar insuflar dramatismo a la historia (lo que no dice mucho a su favor) es la machacona banda sonora que acompaña las escenas de peligro. Qué lejos estamos de la elegancia de 2001: Una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968), donde la banda sonora armonizaba con la belleza plástica de las imágenes. Aquí la música es cansina, pesada y molesta y, lejos de añadir dramatismo, resulta agotadoramente ineficaz.

A pesar de todo lo dicho, Gravity recibió nada menos que diez nominaciones a los Oscars, ganando la asombrosa cantidad de siete estatuillas: mejor director, fotografía, montaje, banda sonora, edición de sonido, mezcla de sonido y efectos visuales. Es decir, técnicamente es un film sorprendente. Es la lacra del cine actual: se ha perdido la sensibilidad para contar buenas historias.

jueves, 30 de agosto de 2018

Robin Hood



Dirección: Ridley Scott.
Guión: Brian Helgeland (Historia: Brian Helgeland Ethan Reiff y Cyrus Boris).
Música: Marc Streitenfeld.
Fotografía: John Mathieson.
Reparto: Russell Crowe, Cate Blanchett, Óscar Isaac, Mark Strong, Max von Sydow, William Hurt, Kevin Durand, Danny Huston, Matthew Macfadyen, Léa Seydoux, Eileen Atkins.

Robin Longstride (Russell Crowe) sirve como arquero en las tropas de Ricardo Corazón de León (Danny Huston), que vuelve a Inglaterra tras la cruzada en Tierra Santa. Sin embargo, durante un asedio a un castillo en Francia, el rey muere. Robin y sus amigos deciden abandonar la lucha y volver a Inglaterra.

Parece que han pasado para siempre los mejores años de Ridley Scott, cuando era un artista que nos sorprendía con películas tan poderosas como Alien, el octavo pasajero (1979) o Blade Runner (1982), para mí sus dos obras maestras. Luego, algunas buenas películas, pero lejos del genio de sus comienzos. Eso sí, aún demuestra, como en Robin Hood (2010), que sabe contar historias con pulso firme.

Reconozco que es difícil hacer una versión de Robin Hood que nos sorprenda, pues creo que es imposible superar, o igualar siquiera, el Robin de los bosques (Michael Curtiz y William Keighley), con el inolvidable Errol Flynn, ¡de 1938 nada menos! Por eso se puede entender que Scott decida contarnos la historia de Robin justo antes de convertirse en el proscrito de Sherwood. Si no puedes competir con el mito, intenta hacer algo diferente.

Y la historia del arquero que suplanta la identidad de un caballero, descubre su pasado y encabeza la lucha para salvar a Inglaterra de la invasión francesa tiene la épica necesaria para construir una aventura apasionante. Y hemos de reconocer que el director pone todo de su parte para conseguir un espectáculo visualmente impactante. Scott mueve la cámara con habilidad, mantiene un ritmo intenso, especialmente en las escenas de lucha, y logra una recreación de la época bastante lograda, tanto en decorados, como en vestimentas y localizaciones.

El resultado es un film que muestra su ambición por los cuatro costados, con acción, drama, traiciones, muertes y batallas espectaculares que el director lleva con mano firme logrando, a pesar de su larga duración, que transcurra de manera ágil.

Sin embargo, falla en lo más básico de cualquier película: el alma. Y es que Robin Hood es un film que nos deja fríos. Asistimos, con cierto asombro, a un espectáculo brillante, pero que no logra emocionarnos en ningún momento. Y la causa está en que los personajes centrales no están para nada bien dibujados, se quedan en bocetos, en estereotipos, que actúan según un diseño un tanto mecánico, lleno de tópicos y poco convincente.

Como, por ejemplo, el personaje de Robin que, al principio, es un simple arquero pero, de golpe, el viejo Sir Walter Loxley (Max von Sydow) le cuenta que desciende de un gran hombre, un filósofo, defensor de la libertad, lo que parece ser la causa de su muerte violenta. El problema es que, soltada así, de repente, suena a justificación barata, moralidad de andar por casa. Y, sobre todo, no es creíble, tal vez por la manera precipitada en que está contada. Además de volver a caer en el tópico de la manida libertad: mantra de todas las películas de aventuras modernas, única justificación y estandarte y que siempre va unida a la consabida democracia.

Además, el personaje de Robin no deja de ser un héroe sin profundidad; es arrogante, valiente y de nobles ideales, pero con la apariencia de estar completamente prefabricado; responde a todos los tópicos esperados, sin más. No es un héroe que despierte simpatía ni admiración, y mucho menos que resulte conmovedor. Y Lady Marian (Cate Blanchett) responde también a los ideales y prototipos actuales, en virtud de los cuales la mujer debe ser luchadora, fuerte e independiente, sin tener en cuenta la época histórica en que se desarrolla la acción. Ver a Marian en pleno campo de batalla resulta hasta grotesco. Pero son los peajes que hay que pagar en el cine actual, que busca ser políticamente correcto y no ofender a nadie, aunque por el camino se pierda cualquier viso de verosimilitud.

Pero ahí no se queda la cosa. Hay más. Y es esa moralidad idiota que ha de justificarlo todo. En este caso, que Marian se entregue a su nuevo hombre. Para que todo resulte correcto, moralmente correcto, hay que aclarar que solo estuvo con su marido una semana, tras casarse con el que era un perfecto desconocido, antes de que partiera a las cruzadas. Todo casi, casi casto y puro.

Una de las claves de una buena película de aventuras es contar con un malo de altura. Es esencial para la fuerza dramática del relato. Y de nuevo comprobamos las carencias del guión también en este apartado. Si el héroe no estaba bien definido, el malo de turno tampoco. De nuevo no pasamos de los gestos, las miradas de odio y poco más. Así no se puede insuflar vida a lo que quiere ser una gran aventura.

Conforme avanza la película, el relato de Ridley Scott va perdiendo frescura y fuerza, tras unos comienzos esperanzadores, y se van diluyendo las expectativas en un desarrollo más rutinario, plagado de estas convenciones y moralidad absurdas, y llegando poco a poco a un desenlace demasiado previsible, sin imaginación y donde, quitando el virtuosismo de las peleas, que parece que pretenden emular al desembarco de Salvar al soldado Ryan (Steven Spielberg, 1998), pero con flechas en vez de disparos, no tenemos nada que nos sorprenda y nos emocione.

Russell Crowe cambia sus ropas de romano de Gladiator (2000), también de Ridley Scott, por el arco y la espada y, sinceramente, creo que es el actor ideal para este tipo de papeles. Hace todo lo que está en su mano para ofrecernos un personaje poderoso, atractivo. El problema no radica en su trabajo, sino en su personaje. A su lado, Cate Blanchett me parece demasiado fría, distante. No termina de haber esa química incendiaria entre ellos que habría sido muy agradecida. Lo mejor de todo, sin duda, la presencia de Max von Sydow, un gran actor que borda su papel.

Hay que reconocer que el cine de aventuras, en la actualidad, salvo escasas excepciones, parece dominado por la técnica, por el afán de ser más espectacular que nadie, olvidándose de que lo que conmueve al espectador no son las escenas de lucha o los travellings sorprendentes, sino las historias habitadas por personas creíbles, con algo que contar y que trasmitir. Y este es el defecto principal que le encuentro a Robin Hood y por lo que terminé de verla un tanto decepcionado al ver que, a pesar de los medios con los que cuenta el cine en la actualidad, se ha perdido la magia y el encanto de antaño.

martes, 28 de agosto de 2018

Cold Mountain



Dirección: Anthony Minghella.
Guión: Anthony Minghella (Novela: Charles Frazier).
Música: Gabriel Yared.
Fotografía: John Seale.
Reparto: Jude Law, Nicole Kidman, Renée Zellweger, Brendan Gleeson, Ray Winstone, Donald Sutherland, Natalie Portman, Philip Seymour Hoffman, Giovanni Ribisi, Jena Malone, Eileen Atkins, Kathy Baker.

Ada (Nicole Kidman) y su padre (Donald Sutherland), el reverendo Monroe, se mudan a Cold Mountain en busca de un clima más beneficioso para la salud de él. Allí conocerá a Inman (Jude Law), del que se enamorará casi al instante. Sin embargo, el estallido de la Guerra de Secesión les separará.

No sé como decirlo, pero creo que tengo un sexto sentido que me previene contra films pretenciosos, de manera que, o los esquivo como si fueran veneno (nunca veré, por ejemplo, Leyendas de pasión, si puedo evitarlo), o, si me animo a verlos, lo hago con ciertas reservas y un espíritu un tanto crítico. Y esto me sucedió con Cold Mountain (2003), título que me producía bastante desconfianza.

Lo primero que llama la atención son los paralelismos con el gran éxito anterior de Minghella, El paciente inglés (1996): escenario bélico, enamorados en apuros, final terrible, gran duración y despliegue técnico impecable. Da la sensación que el director buscó repetir la fórmula en post de similar resultado. Pero si El paciente inglés, con sus limitaciones, me pareció un film cargado de sentimientos y cierta sinceridad que compensaba a todas sus luces su pretenciosidad, en Cold Mountain tuve la impresión de que estaba ante una película mucho más vacía de contenido, ampulosa pero fría.

Quizá el principal problema venga ya del principio, de lo mal planteada que está la historia de amor entre Ada e Inman. No solo me parece que esta parte tan importante del relato está tratada de manera precipitada, sino que incluso me parece un tanto superficial. No digo que no pueda existir el amor a primera vista, que es lo que les sucede a los protagonistas, pero está muy mal explicado. En lugar de centrarse en los sentimientos, Minghella se recrea en conversaciones estúpidas y encuentros donde prima más lo anecdótico. El resultado es que nunca me terminé de creer su amor o, al menos, no me trasmitía la impresión de ser tan fuerte que constituyera el eje poderoso de la historia. Mi sensación ante sus ardientes deseos de reencontrarse era bastante fría.

Y ese es quizá el mayor defecto de la película: la frialdad, con momentos en que parece que la historia no avanza, aburridos, y todo por esa manía de algunos directores de cuidar al detalle cualquier aspecto técnico dejando de lado lo más importante, el alma del relato.

Y Cold Mountain, técnicamente, es un film muy bueno. Recrea a la perfección el ambiente de la guerra, la miseria, el hambre, la pobreza. La fotografía es espectacular y el reparto, pues típico de una super producción. La banda sonora demuestra también la ambición del director, si bien me pareció un tanto estridente en las escenas de la batalla inicial. Pero todo esto no vale nada cuando la historia te deja frío, y más estando ante un drama que pretende, precisamente, todo lo contrario, conmovernos. Pero, como decía, creo al relato le falta alma, convicción, originalidad, ternura, centrarse más en los personajes y dejar de lado la ambiciosa puesta en escena.

Y, consecuencia de todo ello, es que la película se hace demasiado larga, con muchos momentos en que me costaba mantenerme frente a la pantalla, porque lo que veía no me emocionaba, más allá de algunos pequeños momentos en que, de alguna manera, el director sabía recrearse en un detalle mínimo y ahí sí que parecía cobrar vida el relato. Pero eran momentos muy escasos, que estaban ahí, se diría, casi por casualidad.

Otro detalle que no me gustó demasiado es esa férrea moralidad que recorre la historia y que lleva a Inman a actuar como un monje, por fidelidad a un amor de un beso y tres conversaciones; y que provoca que, antes de tener relaciones íntimas, Ada e Inman concierten una especie de boda que les permita acostarse por vez primera. No es que esté en contra o a favor de ninguna postura concreta, pero la manera del director de plantear estas escenas me pareció innecesaria y un tanto ridícula.

En cuanto al reparto, destacar a Jude Law, un actor que siempre trasmite algo, casi si esfuerzo. En cambio, Nicole Kidman me parece una actriz fría que no te llega. La ves distante, incluso en las escenas de más tensión dramática. Y en una historia conmovedora en su planteamiento, su elección resulta cuestionable. Renée Zellweger tenía un papel muy atractivo, de esos para lucirse. Y por eso mismo no me gustó. No digo que lo hiciera mal, pero su papel me parecía tan forzado que me costaba tomarla en serio. Pasaba un poco lo mismo con el de P. Seymour Hoffman, con un personaje tan excesivo que no terminas de creértelo.

Quizá lo más auténtico de la película sea el mensaje anti belicista que trasmite, no solo por lo devastador de la guerra en el campo de batalla, sino por las consecuencias para la gente que se queda atrás, y más si te toca el bando perdedor. El hambre, el dolor por las pérdidas de los hijos en la guerra y la maldad de los que se aprovechan de las debilidades ajenas son el mensaje que mejor me llegó de toda la historia.

No dudo que a mucha gente le parezca una gran película, y quizá mi crítica sea demasiado personal, pero Cold Mountain me pareció un film pretencioso y poco convincente. Quizá el director deba pensar mejor que quiere trasmitir con sus películas y perder parte de su ambición en post de propuestas más sinceras.

De siete nominaciones, la película finalmente solamente obtuvo un premio, el Oscar a mejor actriz secundaria para Renée Zellweger.

viernes, 24 de agosto de 2018

Encuéntrame



Dirección: Zack Whedon.
Guión: Zack Whedon.
Música: Nate Walcott.
Fotografía: Sean Stiegemeier.
Reparto: Aaron Paul, Annabelle Wallis, Garret Dillahunt, Valerie Tian, Zachary Knighton, Terry Chen.

David (Aaron Paul) conoce por casualidad a Claire (Annabelle Wallis), su vecina, y termina enamorándose de ella. Un día, tras un tiempo viviendo juntos, Claire desaparece sin dejar rastro.

Debut en la dirección de Zack Whedon, un guionista proveniente de una familia escritores, con un thriller escrito por él mismo y que nos deja un buen sabor de boca, a pesar de sus defectos.

Para empezar, hay que reconocer que la historia te engancha y, a pesar de las casi dos horas de metraje, el film no se hace pesado casi en ningún momento. Mérito pues de un guión bien trabajado y una dirección astuta y eficaz. La clave está en la alternancia del presente con continuos flash-backs por medio de los cuales vamos descubriendo cómo se conoció la pareja protagonista y cómo comenzó su relación, aparentemente tan normal como la de cualquier otra pareja. Este recurso permite agilizar el relato, al romper la linealidad de manera eficaz. El riesgo podría ser romper el ritmo dramático de la búsqueda de David, pero Whedon inserta los recuerdos con precisión, no los hace demasiado largos y siempre nos cuenta en ellos algo interesante, de manera que no llegan a resultar pegotes sin sentido.

A lo largo del film se va alternando, por lo tanto, la historia romántica con el thriller de un modo equilibrado y eficaz. Quizá la historia de amor sea la más agradecida, pues siempre es más bonito ver la felicidad y complicidad de una pareja que historias más sórdidas. Pero lo que nos mantiene en vilo es, por supuesto, la parte de la búsqueda de Claire, donde vamos descubriendo, siguiendo el punto de vista de David, que en realidad está buscando a alguien que no conocía en absoluto.

Poco a poco, se va revelando una identidad oscura de Claire, mezclada en asuntos muy peligrosos, si bien no llegamos a descubrir su naturaleza exacta, en la mejor tradición de Alfred Hitchcock, donde las causas eran meras excusas para servirnos la intriga en bandeja. Y es lo que hace aquí el director y guionista, crear una intriga que va ganando en intensidad porque los peligros no dejan de acechar a David que, como nosotros, avanza sin ver claro en ningún momento.

Quizá donde la historia se desfonda un poco es en el final. Parece un tanto precipitado y no resulta del todo convincente. Hubiera sido mucho mejor resolverlo de otro modo, quizá sin llegar a encontrar nunca a Claire. Sin embargo, el director prefiere ofrecernos el reencuentro de los dos en un último guiño a su amor, si bien no hay futuro para ellos. La última escena tiene algo de poético, un brindis a la vida y la felicidad, escapando del presente. A pesar de ello, creo que el desenlace ensombrece un poco la historia.

Aaron Paul, conocido por su participación en la serie Breaking Bad, sostiene sin problemas el peso de la historia sobre sus hombros. Me pareció un actor bastante convincente, más quizá en la parte del thriller, donde muestra verdadera indefensión, que en la parte romántica, quizá porque me costaba verlo con Annabelle Wallis; había algo descompensado en ellos.

En todo caso, sin ser un film redondo, al menos cumple con una de las cosas que le pedimos a un thriller: que nos mantenga intrigados, expectantes, en tensión, buscando constantemente respuestas, se encuentren o no.

La cena de los acusados



Dirección: W. S. Van Dyke.
Guión: Albert Hackett y Frances Goodrich (Novela: Dashiell Hammett).
Música: William Axt.
Fotografía: James Wong Howe.
Reparto: William Powell, Myrna Loy, Maureen O´Sullivan, Nat Pendleton, Minna Gombell, Porter Hall, Henry Wadsworth, William Henry, Harold Huber, Cesar Romero.

Nick Charles (William Powell) es un detective que ha cambiado su trabajo por un matrimonio con una mujer rica, Nora (Myrna Loy). Sin embargo, su fama le precede allá donde va. Por eso no tarda en verse implicado en la investigación de una serie de asesinatos.

La enorme química entre William Powell y Myrna Loy en la película El enemigo público número 1, del mismo Van Dyke y también de 1934, hizo que el director no dudara en volver a juntarlos para esta comedia detectivesca.

El argumento es un tanto enrevesado, con múltiples personajes que se relacionan entre sí, tres asesinatos y todo girando alrededor de la pareja protagonista, de visita en la ciudad. Más que intentar seguir el hilo de los acontecimientos, La cena de los acusados tiene más de comedia sentimental. No podemos hablar quizá de guerra de sexos, pues Nick y Nora son un matrimonio ejemplar, que se quiere, confían el uno en el otro y además se divierten juntos. Pero sí que es un placer ver como se meten el uno con el otro, lanzándose ingeniosos dardos, y sin perder nunca el buen humor y la elegancia. Y está claro que tanto William Powell como Myrna Loy son la pareja perfecta para ello.

Él es un alcohólico astuto, gracioso y un poco infantíl, pero no ha perdido su olfato de detective, aunque se tome a broma hasta su propia reputación. Nora es una mujer alegre, atractiva y que admira a su marido por encima de todo. Lo mima, lo pasa bien a su lado y le ayuda a no perder el interés por resolver un buen crimen. Juntos forman un matrimonio envidiable.

Sin embargo, a pesar de que parte del encanto de la película es su tono de comedia, donde los protagonistas nunca se toman nada en serio, eso mismo llega a parecer, por momentos, un poco excesivo, provocando escenas en las que Nick parece más un tipo idiota que otra cosa. Este sería quizá el mayor pero que se le puede hacer al film. En este sentido, no es el único personaje dibujado quizá con trazos demasiado gruesos, lo que se explica por la época en que está rodado el film.

Por suerte, el final es lo mejor de todo, aunando la intriga y emoción por descubrir al asesino con una espectacular cena donde se reúnen todos los sospechosos y donde Nick va desplegando su ingenio hasta acorralar al culpable. Sin duda, lo mejor de la película, junto a los diálogos ingeniosos y alocados, en especial del matrimonio protagonista, repletos de frases para enmarcar.

El trabajo de Van Dyke en la dirección es correcto, sin interferir en las secuencias, limitándose a una puesta en escena lo más sencilla posible, sin adornos, al servicio siempre de lo que está contando.

La película se rodó en apenas catorce días y fue tal éxito de taquilla que dio lugar nada menos que a una saga de films protagonizados por esta pareja de actores, encarnando al matrimonio Charles: Ella, él y Asta (W. S. Van Dyke, 1936), Otra reunión de los acusados (W. S. Van Dyke, 1939), La sombra de los acusados (W. S. Van Dyke, 1941), El regreso de aquel hombre (Richard Thorpe, 1945) y La ruleta de la muerte (Edward Buzzell, 1947); además de estar en la base de lo que serían, mucho más tarde, series de televisión donde un matrimonio de detectives resuelven juntos los casos que se les presentan, como McMillan y esposa (1971-77), con Rock Hudson y Susan Saint James o Hart y Hart (1979-84), protagonizada por Robert Wagner y Stefanie Powers.

jueves, 23 de agosto de 2018

La cuadrilla de los once



Dirección: Lewis Milestone.
Guión: Harry Brown y Charles Lederer.
Música: Nelson Riddle.
Fotografía: William H. Daniels.
Reparto: Frank Sinatra, Dean Martin, Sammy Davis Jr., Peter Lawford, Angie Dickinson, Richard Conte, Cesar Romero, Akim Tamiroff, Joey Bishop, Patrice Wymore, Henry Silva, Ilka Chase, George Raft, Shirley MacLaine.

Once amigos, antiguos compañeros de armas en la segunda Guerra Mundial, planifican un golpe muy ambicioso: robar durante la noche de fin de año en cinco de los principales casinos de Las Vegas.

Quizá lo más significativo de La cuadrilla de los once (1960) es que se trata de un film rodado entre amigos. Parte del reparto lo forman los conocidos como Rat Pack (Pandilla de ratas): un grupo de músicos y actores que actuaban frecuentemente en Las Vegas. El grupo original se formó en torno a Humphrey Bogart, con Frank Sinatra entre los miembros. Al morir Bogart, Sinatra quedó al frente. De ese grupo, en la película participan, además de Sinatra, Sammy Davis Jr., Dean Martin, Peter Lawford y Joey Bishop. También se sospecha que tenían contactos con la mafia.

Planteada con un claro tono de comedia, la película cuenta la reunión del grupo de amigos tras años sin verse, la planificación del robo y su ejecución, con una ingeniosa, aunque previsible, sorpresa final. Y quizá sea ese tono ligero lo que más perjudica al argumento, pues se hace complicado tomarse en serio la empresa que, por muy complicada que se diga que es, viendo la facilidad con la que se planifica y se ejecuta, produce casi risa, aunque, sobre todo, incredulidad.

Además, el guión no se tomó demasiado trabajo a la hora de perfilar a los miembros de la banda, que se presentan a base de grandes brochazos y tópicos, como el de tipos guapetones, despreocupados y vividores, que quizá es lo que el fondo eran en la vida real.

Tampoco ayuda mucho la dirección de un Lewis Milestone en horas bajas. Su puesta en escena es demasiado vulgar, sin pizca de emoción u originalidad. Prueba de ello es la absurda manía que tiene de repetir la preparación y la ejecución del robo en los cinco casinos, lo que provoca que tengamos que presenciar la misma escena cinco veces seguidas, a lo que se suma la cansina melodía que acompaña en todo momento estas secuencias. El resultado, como se puede prever, es aburrido a más no poder y alarga sin motivo una película que termina resultando demasiada larga para el interés que despierta.

En cuanto al reparto, no podemos hablar de grandes interpretaciones, pues tampoco estamos ante grandes actores, sino un grupo de amigos, principalmente cantantes, metidos a una comedia sin demasiadas pretensiones.

El resultado es una película a la que cuesta tomarse en serio. No funciona como comedia ni tampoco como film de robos. Parece más una especie de broma cara, un pasatiempo rodado sin mucha convicción. En este sentido, la reacción de la banda cuando pierden el dinero, entre resignación y sorpresa, es similar a la nuestra después de estar más de dos horas viendo esta comedia insustancial.

Lo curioso es como este film dio lugar al remake Ocean's Eleven (Hagan juego) en 2001, y de aquí salió luego Ocean's Twelve en 2004, ambas de Steven Soderbergh.

miércoles, 22 de agosto de 2018

Acción judicial



Dirección: Michael Apted.
Guión: Carolyn Shelby, Christopher Ames y Samantha Shad.
Música: James Horner.
Fotografía: Conrad Hall.
Reparto: Gene Hackman, Mary Elizabeth Mastrantonio, Colin Friels, Joanna Merlin, Laurence Fishburne, Donald Moffat, Jan Rubes, Matt Clark, Fred Dalton Thompson.

Jed Ward (Gene Hackman), un abogado que siempre ha defendido a los más débiles, acepta un caso de un hombre que resultó gravemente herido por culpa de un fallo de construcción de su coche. El problema es que tendrá que enfrentarse a su propia hija Maggie (Mary E. Mastrantonio) en el juicio, pues es la abogada defensora de la compañía automovilística.

Lo más interesante de Acción judicial (1991), y lo que animó a verla, además del atractivo intrínseco de los films judiciales, es la presencia la frente del reparto de Gene Hackman, un actor sólido que siempre dignifica los trabajos en que participa. Y finalmente, hay que reconocer que es lo más interesante de esta película, junto al buen trabajo de Mary Elizabeth Mastrantonio. Ambos llevan el peso de la historia y la salvan de un descalabro seguro.

Porque el problema de Acción judicial es que tiene un argumento de telefilm barato, sensiblero y llorón. Ya el detalle de enfrentar en un juicio a padre e hija chirría un poco de entrada, pero con los detalles que va desplegando el argumento la cosa no mejora en absoluto.

Por un lado, disputa familiar en el juzgado pero, además, enfrentamiento personal: la hija no perdona a su padre sus infidelidades matrimoniales pasadas, con lo que se unen asuntos personales a los meramente profesionales. Y el problema es que el film va a centrarse mucho más en esta vertiente sentimental que en lo meramente judicial. Y por si las disputas y rencores de padre e hija no fueran suficientes, lo cuál ya nos plantea qué demonios hace Maggie aceptando un caso que agravará su relación con su padre, incluso contra los consejos de Estelle (Joanna Merlin), su madre, se añade la muerte repentina de ésta, en la mejor tradición de los dramones televisivos. Se trata, por lo que se ve, de atacar el lado sensible del espectador sin ningún disimulo.

El problema principal es que todo ello relega el caso judicial a una mera comparsa de los problemas familiares, dejando la intriga en un mero acompañamiento. Y cuando llega la hora de la verdad, pues el caso ha de resolverse inevitablemente, la trampa argumental salta a la vista en seguida, con lo que no hay ninguna sorpresa posible. Y encima, el desarrollo del juicio, sin duda una parte a la que podría habérsele sacado bastante jugo, es totalmente desaprovechada con un planteamiento rácano y un desarrollo precipitado y sin nervio.

No ayuda nada la labor de Michael Apted, que realiza un trabajo rutinario, carente de imaginación y que da lugar a un desarrollo sin chispa, falto de emoción y de ritmo. Es cierto no ayuda nada que, a parte de Hackman y Mastrantonio, el resto del reparto resulte bastante flojo, incluido un joven Laurence Fishburne al que se notaba la inexperiencia. Sorprende que el director de Gorilas en la niebla (1988) sea capaz de realizar ahora un film tan pobre como este.

Definitivamente, un guión muy flojo y que el director no supo tampoco poner en valor, dejándose llevar por un desempeño rutinario y desperdiciando la vertiente judicial en favor del retrato de las desavenencias familiares de los protagonistas, que tampoco resultan lo suficientemente originales como para compensar el resto. Una película para olvidar.

domingo, 19 de agosto de 2018

Adiós pequeña, adiós



Dirección: Ben Affleck.
Guión: Ben Affleck y Aaron Stockard (Novela: Dennis Lehane).
Música: Harry Gregson-Williams.
Fotografía: John Toll.
Reparto: Casey Affleck, Michelle Monaghan, Ed Harris, Amy Ryan, Karen Ahern, Carla Antonino, John Ashton, Morgan Freeman.

Una niña de cuatro años es secuestrada en uno de los barrios más pobres de Boston. Los tíos de la pequeña contratan a una pareja de detectives privados para que les ayuden en la búsqueda.

Debut en la dirección del actor Ben Affleck que, además, participa en la elaboración del guión. Quizá por esa sobrecarga de trabajo no extraña que no sea él el protagonista, aunque para ello recurrió a su hermano Casey.

Adiós pequeña, adiós (2007) llama la atención, en primer lugar, por la realista y eficaz puesta en escena, que la aleja de los típicos films preciosistas y estéticamente cuidados para ofrecernos un punto de vista mucho más auténtico. Por momentos, casi olvidamos que estamos ante una obra de ficción. El retrato del barrio marginal en el que transcurre la acción, y especialmente de sus habitantes, transmite autenticidad por los cuatro costados. Hasta llegué a preguntarme si todos los que salen en la película son verdaderos actores o simples personas anónimas reclutadas para pequeñas apariciones.

En cuanto a los actores principales, creo que su trabajo es bastante bueno, especialmente de los veteranos, como Ed Harris, impecable, o Morgan Freeman, con una aparición bastante corta, es cierto, pero siempre convincente. Casey Affleck no está mal, aunque sin llegar a entusiasmarme. Me gustó mucho más Michelle Monaghan o Amy Ryan, la madre drogadicta de la pequeña secuestrada, que borda el papel, hasta el punto de haber sido nominada al Oscar como mejor secundaria.

Pero es que la historia no se merece otra puesta en escena: la sórdida trama, la marginalidad, la miseria en que transcurre la búsqueda de la niña nos llevan a lo peor de la sociedad, a un mundo de perdedores, de miserables, de criminales sin escrúpulos, de gente mala, terriblemente mala. Y todo eso no admite más que esa puesta en escena, donde llegamos a respirar la podredumbre y el asco que nos produce lo que vemos en la pantalla en muchas secuencias. Eso sí, el director, en una muestra de elegancia, evita la recreación en los detalles más sórdidos.

El trabajo de Ben Affleck detrás de la cámara también es impecable. Me gustó la elegancia con la que filma las secuencias, el acertado uso de unos primeros planos muy cerrados, pero certeros, y el ritmo a veces casi ceremonioso que no nos deja escapar del ambiente que describe. Es todo un acierto y demuestra un dominio de su oficio que no parece el de un debutante.

Pero el plato fuerte está en la historia que cuenta o, quizá, en los protagonistas. Porque el retrato de los detectives privados es impecable, así como de los policías o de la familia de la niña y, por descontado, del resto de personajes que pululan por la historia: drogadictos, borrachos, enfermos mentales, degenerados, pordioseros, ... Es el punto fuerte de Adiós pequeña, adiós, el fiel reflejo de un mundo al que no nos gustaría visitar, pero que está ahí y en el que se detiene el director para darle solidez al relato, hasta el punto que en muchos momentos no es la investigación lo que nos ocupa, sino el dónde, el quién. El thriller se convierte en un film social, en un retrato de los desheredados, de los marginales que a nadie importan, ni a ellos mismos. Esa es la fuerza y lo novedoso de esta historia.

Porque la investigación en sí de la desaparición de la niña es, al final, casi lo menos importante. Incluso, es por aquí por donde le podemos poner algún pero al trabajo de Affleck. Y es que la trama pierde fuerza en muchos momentos, eclipsada por el retrato social, y cuando se retoma, lo hace de manera un tanto forzada, no del todo convincente, precipitadamente incluso. Y para rematarlo todo un poco más, el desenlace se alarga de manera un tanto forzada, con comportamientos extraños, deducciones surgidas como de la nada y, finalmente, un descubrimiento sorprendente, que cuesta asimilar, y que parece casi como una especie de truco de magia, de sorpresa inesperada que cuesta asimilar del todo.

Lo mejor de este desenlace, sin embargo, es la reflexión final que nos provoca: ¿qué es lo mejor para un niño que vive en la marginación?, ¿quién tiene moralmente la capacidad de decidir?, ¿es lo más justo lo mejor? Se agradece que un film de este corte sea capaz de sacar a la luz algo más que una trama policíaca y nos lleve a estas y otras reflexiones a las que es difícil responder sin dejarnos muchas dudas pendientes.

Sin ser un film redondo, Adiós pequeña, adiós contiene muchas cosas notables que merecen destacarla por encima de la media. Veremos si Ben Affleck continúa por este camino. De ser así, podemos estar ante el descubrimiento de un director sensible y con mucho oficio.

jueves, 16 de agosto de 2018

Luna nueva



Dirección: Howard Hawks.

Guión: Charles Lederer (Teatro: Ben Hecht y Charles MacArthur).

Música: Morris Stoloff.

Fotografía: Joseph Walker.

Reparto: Cary Grant, Rosalind Russell, Ralph Bellamy, John Qualen, Helen Mack, Gene Lockhart, Porter Hall, Ernest Truex, Cliff Edwards, Clarence Kolb, Roscoe Karns, Frank Jenks.

Hildy Johnson (Rosalind Russell), reportera del Morning Post y ex-mujer de su director, Walter Burns (Cary Grant), hace una última visita al periódico para anunciar que se casa y renuncia a su trabajo. Burns intentará "convencerla" de que cambie de idea.

Luna nueva (1940) es la segunda de las cuatro adaptaciones cinematográficas de la pieza de teatro The Front Page de Ben Hecht y Charles MacArthur. En 1931, Lewis Milestone había realizado la primera adaptación, Un gran reportaje y Billy Wilder rodaría Primera Plana (1974), con Walter Matthau y Jack Lemmon, quizá la más conocida de las cuatro versiones. Por último, hasta la fecha, en 1988 el director Ted Kotcheff hizo una nueva adaptación, Interferencias, con Kathleen Turner y Burt Reynolds.

Quizá lo más característico de Luna nueva es que a Howard Hawks le pareció mucho más prometedor cambiar al personaje del periodista que quiere cambiar de vida, que en la obra de teatro era un hombre, por una mujer. Hawks creyó que el cambio, con el añadido de que la protagonista además sería la ex-mujer del director del periódico, añadiría un toque romántico a la intriga y una pequeña guerra de sexos al argumento. Esta variante se recogería después también en Interferencias.

Por lo demás, el resto del argumento nos mete de lleno una comedia disparatada sobre el mundo de la prensa y la política donde no se deja a nada ni a nadie en pie. De ahí la curiosa advertencia inicial en la que se asegura que lo que se va a contar ocurrió en la época oscura del periodismo, cuando por una noticia un reportero era capaz de todo; algo que, se aclara, ya no sucede en la actualidad. Explicación un tanto absurda e innecesaria, pero justificada por la imagen que se da en el film de esa profesión: mentiras, manipulación de la verdad, vida miserable sin futuro claro, horas de trabajo ingrato y falta total de ética. No queda un solo aspecto de la profesión sin demoler.

Pero el mundo de la política no va a salir tampoco bien librado. El shérif local y el alcalde quieren ahorcar a un pobre hombre, sin importarles lo más mínimo si es inocente o no, sólo para ganar las elecciones, y también están dispuestos a eliminar cualquier obstáculo que pueda impedir su reelección, lo que les lleva a intentar sobornar al funcionario que les quiere entregar el indulto firmado por el gobernador.

Pero en medio de tantas críticas demoledoras, no menos punzantes por tratarse de una comedia, la historia también tiene momentos conmovedores, como es la relación entre el condenado (John Qualen) y la única persona que se apiada de él, Mollie Malloy (Helen Mack), la cuál, desesperada ante las mentiras y la falta de compasión de los periodistas e intentando salvar al reo de la horca, se tira por la ventana en un intento de suicidio redentor. A pesar de estar en medio de una comedia disparatada y de que Mollie no muere, la escena es demoledora.

Debido al origen teatral de la película, la acción transcurre casi por completo en una sala de prensa. La base de la película son, por lo tanto, los diálogos, cuya agilidad, velocidad, confusión y atropello están calculadas al milímetro. Hawks quería que parecieran lo más auténticos posible, de ahí esa cuidada puesta en escena, con los teléfonos sonando a la vez que se habla alocadamente, conversaciones que se solapan, personajes entrando y saliendo... Al final, el director consigue no solo ese aire de autenticidad, sino que también dinamiza la acción de manera que la película, con mínimos escenarios y escasos movimientos de cámara, tiene una agilidad endiablada y se pasa en un suspiro.

Una pieza fundamental para que todo este engranaje funcione de maravilla es la presencia al frente del reparto de Cary Grant, un galán único en la historia del cine y que donde mejor funcionaba era en este tipo de comedias, donde sabía dar el tipo sin perder jamás esa dignidad y ese porte elegante marca de la casa. La sorpresa aquí es el gran trabajo también de Rosalind Russell, que alcanzó la fama con esta película, sin duda la mejor de su carrera.

En dura pugna con Primera plana para llevarse el mérito como la mejor versión cinematográfica de The Front Page, Howard Hawks logró con esta película uno de sus mejores trabajos, quedando para la historia como un magnífico ejemplo de la llamada screwball comedy.

martes, 14 de agosto de 2018

Sólo los ángeles tienen alas



Dirección: Howard Hawks.
Guión: Jules Furthman.
Música: Dimitri Tiomkin.
Fotografía: Joseph Walker.
Reparto: Cary Grant, Jean Arthur, Thomas Mitchell, Richard Barthelmess, Rita Hayworth, Victor Kilian, Allyn Joslyn, Sig Ruman, Noah Beery Jr., John Carroll.

A Barranca, un pueblo de Sudamérica, llega en un barco la joven corista Bonnie (Jean Arthur) camino de Estados Unidos. Durante las horas que debe esperar para proseguir el viaje conocerá a Geoff Carter (Cary Grant), un piloto que dirige una compañía de aviación en el pueblo. Bonnie se enamorará de él.

Parece ser que la historia de la película se le ocurrió a Howard Hawks cuando conoció en México a un grupo de pilotos que se jugaban la vida transportando mercancías. Esta es la base de Sólo los ángeles tiene alas (1939), un film de aventuras muy del gusto del director.

La película nos cuenta las desventuras de un grupo de pilotos que se juegan la vida a diario llevando el correo y otras mercancías a través de la cordillera de Los Andes en viejos aparatos poco fiables. Son un grupo formado por gentes muy diversas, pero unidos todos por el amor a volar y una concepción de la vida donde no tiene cabida el futuro. Es un universo masculino, de bebedores, gente ruda que oculta sus emociones y que, cuando alguien muere, sigue con su vida, como si nada hubiera pasado porque "ni todas las lágrimas del mundo harán que esté memos muerto dentro de veinte años".

Las emociones quedan para las mujeres, como la novia del piloto que muere al comienzo del film o la propia Bonnie, más desconsolada que nadie por alguien a quién había conocido hacía media hora. Y es que en el apartado de las emociones es donde la película se muestra más endeble hoy en día.

Al frente del grupo de pilotos está Geoff, un hombre duro, aparentemente insensible y que, herido por una mujer en el pasado, ha decidido no volver a fiarse de las mujeres. Piensa que no son capaces de vivir al día, sin hacer planes, sin pedirle a uno que no lleve la vida que lleva. Por eso está solo y no quiere atarse a nadie. Por eso, la llegada de Bonnie no le hace demasiada gracia. Pronto comprende que se comportará como todas las mujeres y es mejor que se marche. Pero Bonnie, quizá atraída por lo imposible, se ha enamorado de él y decide intentarlo, a pesar de todas las advertencias.

Y así se va desarrollando este drama que aúna el film de aventuras con el cine romántico, salpicado de algunas notas de comedia. Es una película que tiene en las secuencias de los vuelos quizá lo que mejor ha sobrevivido al paso del tiempo, y ello a pesar de lo superados de sus efectos especiales.

Porque el problema que le encuentro a la película es lo mal que ha envejecido ese universo varonil, aguerrido, bravucón y machista en el que mostrar los sentimientos es síntoma de debilidad y amar a una mujer significa perder la libertad. Es cierto que era la mentalidad de otra época y mi intención no es ejercer de moralista, pero me resulta complicado simpatizar, ya no digo identificarme, con ese grupo de pilotos que debería inspirarme. Es más, en un primer momento, el personaje de Geoff Carter  me resultó hasta antipático, con esa frialdad que roza lo enfermizo.

Además, el argumento resulta un tanto simplista y bastante predecible, con el piloto cobarde que terminará redimiéndose y el protagonista que se irá ablandando poco a poco hasta el momento en que llegará a llorar por la muerte de su mejor amigo. ¡Menos mal!

Otro defecto que le encontré a la película, quizá por esa falta de empatía con los personajes, es su excesiva duración, repitiéndose demasiadas escenas de vuelos peligrosos, con ciertas variaciones pero, en esencia, los mismos. Una menor duración no le habría sentado nada mal.

De todos modos, no me pareció un mal film. Sin duda es una película interesante, y más tratándose del año 1939, pero creo que hoy en día solamente podremos valorarla por su contribución a la filmografía del director, pues los conceptos que se dibujan en ella han quedado bastante obsoletos.

Para muchos, es una obra maestra. Para mí, simplemente un film que es parte de la historia de Hollywood.

Más dura será la caída



Dirección: Mark Robson.
Guión: Philip Yordan (Novela: Budd Schulberg).
Música: Hugo Friedhoffer.
Fotografía: Burnett Guffey.
Reparto: Humphrey Bogart, Rod Steiger, Jan Sterling, Mike Lane, Max Baer, Jersey Joe Walcott, Edward Andrews, Harold J. Stone, Carlos Montalbán, Pat Comiskey.

Eddie Willis (Humphrey Bogart), un periodista deportivo en paro, acepta por motivos económicos ayudar a un dudoso promotor, Nick Benko (Rod Steiger), a lanzar la carrera de un desconocido boxeador sudamericano, Toro Moreno (Mike Lane), a pesar de ser un auténtico paquete.

Más dura será la caída (1956) es una más de las fructíferas incursiones de Hollywood en el mundo del boxeo, que nos ha dejado títulos tan notables como Toro salvaje (Martin Scorsese, 1980) o Million Dollar Baby (Clint Eastwood, 2004). Hay una estética y una épica en el boxeo que Hollywood ha sabido captar convincentemente.

En esta ocasión, la película se adentra en la corrupción existente en el boxeo, un deporte que ha estado históricamente vinculado a la mafia, los arreglos de combates y las apuestas ilegales. De hecho, parece que el best-seller en el que se basa el film estaba inspirado en la carrera de un púgil italiano llamado Primo Carnera, cuya historia estuvo salpicada de sospechas de tongos y compra de combates. Carnera, además, llegó a demandar a la Columbia cuando se estrenó la película.

Para llevar al cine esta oscura historia se eligió a Mark Robson por haber dirigido ya en 1949 otro film ambientado en el mundo del boxeo, El ídolo de barro, protagonizada por Kirk Douglas. De hecho, el propio director había practicado de joven el boxeo, aunque como mero aficionado. Robson, en todo caso, supo darle a la película un tratamiento muy directo y verídico, en especial en las escenas de los combates, apoyándose en una fantástica fotografía en blanco y negro, nominada al Oscar. Así, en algunos momentos, parece que estemos ante un documental. Incluso, para hacer más auténtico el relato, Robson recurrió a boxeadores auténticos, como es el caso de Max Baer, que fue precisamente el púgil que había derrotado en la vida real a Primo Carnera en una pelea por el título, y de Jersey Joe Walcott, como George, el entrenador de Toro Moreno, interpretado por un púgil de lucha libre.

Pero quizá el punto fuerte de Más dura será la caída sea el enfrentamiento entre dos grandes actores: Humphrey Bogart y Rod Steiger. Bogart, sin duda mucho más famoso que Steiger, compone a un periodista ambicioso que, en el paro tras toda una vida dedicado a la profesión periodística, decide aprovechar la oportunidad que le brinda un rufián como Nick Benko de ganar mucho dinero, aún sabiendo lo que implica el trabajo: mentir, sobornar y mirar hacia otro lado. Será el último trabajo de Bogart, enfermo ya de cáncer terminal cuando rodó la película. De hecho, ni llegó a verla estrenada.

A su lado, un colosal Rod Steiger, sin duda uno de los mejores malos que nos ha dejado el cine, especializado en estos papeles de mafioso sin escrúpulos, cínico y ambicioso. No solo está a la altura del mítico Bogart, sino que llena la pantalla en todas sus apariciones.

Más dura será la caída destaca también por la crudeza con la que ventila los trapos sucios del boxeo, donde no se salva casi nadie. Incluso las personas aparentemente honradas, como Art (Harold J. Stone), el periodista amigo de Eddie, que no puede negar haber mentido alguna vez en su carrera. Pero los dardos de Philip Yordan apuntan sobre todo a los promotores y managers, absolutos amos de los boxeadores a los tratan como animales, mera mercancía de la que sacan todo lo que pueden para luego dejarlos tirados cuando ya no les sirven. La visión de este mundo es negra, sincera y directa y sin duda es uno de los más contundentes ataques a la manipulación en el boxeo (y por extensión en el mundo del deporte profesional) que se han visto en el cine.

Al final, quizá un poco contra corriente, y para dejarnos el consabido y obligado final feliz, el personaje de Bogart decide al fin comportarse decentemente: ayuda a Moreno a volver a su casa, le da el dinero que le correspondía a él y se enfrenta al fin a Nick Benko, amenazando con destapar sus trapos sucios. Sin embargo, el mensaje está ahí: la corrupción, la compra de combates, la explotación de los boxeadores, el desprecio por sus vidas y el dinero como única meta son expuestos sin medias tintas por una de las películas más valientes sobre el mundo del deporte que he visto.

lunes, 13 de agosto de 2018

El secreto de una obsesión



Dirección: Billy Ray.
Guión: Billi Ray (Novela: Eduardo Sacheri).
Música: Emilio Kauderer.
Fotografía: Daniel Moder.
Reparto: Chiwetel Ejiofor, Julia Roberts, Nicole Kidman, Dean Norris, Michael Kelly, Lyndon Smith, Zoe Graham, Don Harvey, Joe Cole, Alfred Molina.

Ray (Chiwetel Ejiofor) y Jess (Julia Roberts) son dos compañeros del FBI que investigan una posible célula terrorista. Sin embargo, el asesinato de Carolyn (Zoe Graham), la hija adolescente de Jess, cambiará radicalmente sus vidas.

El secreto de una obsesión (2015) es, en realidad, un remake de la película argentina El secreto de sus ojos (Juan José Campanella, 2009). Llama la atención el breve lapsus de tiempo entre el original y su copia. ¿Qué necesidad había de hacerlo? Sin duda, por un lado, la falta de ideas en un Hollywood orientado últimamente a adaptaciones de cómics y films de acción rutinarios. Y, por otra parte, seguro que el Oscar al mejor film de habla no inglesa cosechado por la película argentina hizo que alguna mente inteligente pensara que una versión norteamericana de la historia podría generar buenos réditos, lo que quizá explique el reparto, con dos pesos pesados como Julia Roberts y Nicole Kidman.

No he tenido el placer de ver El secreto de sus ojos, pero todo parece indicar que una vez más se cumple lo de segundas partes... La ventaja que me otorga este hecho es que evita comparaciones, lo que a veces es interesante.

Lo que más me ha llamado la atención de El secreto de una obsesión es la manera de contarnos la historia por parte de Billy Ray. El director opta por un ritmo tranquilo, quizá porque la película parece darle más importancia al retrato de los protagonistas que a la mera investigación policial, que es el eje motor del relato, cierto, pero se queda como una melodía de fondo, mientras que cobran protagonismo las obsesiones de los protagonistas, especialmente de Ray, atormentado durante trece años con encontrar al que está convencido de que fue el asesino de Carolyn.

Además de la obsesión de Ray con el asesinato, otro eje del relato se centra en su enamoramiento de Claire (Nicole Kidman), abogada por la que siente una atracción inmediata en cuanto la conoce pero a la que nunca llegará a declararle su amor abiertamente. Así pues, Ray es un hombre atormentado por sus dos fracasos más dolorosos. Sin embargo, trece años después de la muerte de Carolyn, cree haber dado de nuevo con su asesino, tras haber perdido su pista poco después del asesinato, lo que le permite volver, casi, al punto de partida: podrá ofrecerle el consuelo de atrapar al asesino al fin a su compañera Jess y podrá entrar de nuevo en la vida de Claire.

Sin embargo, el tono pesimista lo inunda todo y es evidente que nada ni nadie podrá cambiar el pasado. Jess y Ray han sufrido durante todos esos años y eso parece que ya no tiene remedio.

Si este enfoque de la historia me pareció acertado, el problema principal de la película es que no logra sacar el mismo partido en el caso de los otros personajes, especialmente el de Jess, en un segundo plano durante toda la película, cuando la lógica nos haría pensar que debería tener más protagonismo. La explicación a todo esto la encontramos en el desenlace, que como suele pasar es donde se puede salvar un film que navega en la indefinición o arruinarse del todo. Y el desenlace me pareció casi un disparate. Además, la manera en que es presentado, como un truco final para sorprendernos, me parece absurdo: ¿cómo Jess pudo dejar a su amigo Ray insistir en su equivocación sin pestañear? No tiene más sentido que el buscar un efecto rotundo para el final, pero resulta más incongruente que otra cosa y deja la impresión de que pervierte el espíritu de la película, además de condenar a un rol del todo secundario al personaje de Jess, utilizado solamente para esa última sorpresa.

Si hablamos de la dirección, para dinamizar el relato Billy Ray opta por alternar momentos del pasado y del presente constantemente. Es cierto que en algunos momentos funciona bien, evitando un desarrollo lineal que podría resultar pesado; pero también es cierto que a veces tantos saltos me parecieron excesivos, entorpeciendo más que ayudando al buen devenir del relato. A veces es mejor pecar por defecto que por exceso.

En cuanto al reparto, lo mejor de todo es la presencia de Julia Roberts en un papel fantástico, alejado por completo del glamour de una estrella de su calibre. Está desfigurada, avejentada, fea... y resulta del todo convincente, con un trabajo sobrio en el que una sola mirada nos descubre el alma rota de una mujer muerta en vida. Sin embargo, no puedo decir lo mismo de Nicole Kidman, un tanto impersonal, ni de Chiwetel Ejiofor, que no terminó de convencerme, ni en su trabajo ni por la escasa química que destila junto a Nicole. Forman una pareja del todo imposible, con lo que su soterrado romance no termina de cuajar.

El secreto de una obsesión tiene buenos momentos, es cierto, y especialmente un tono pausado que intenta contarnos más cosas que la mera trama criminal, buscando ahondar en los personajes, lo que consigue a medias, y ofrecer un relato más centrado en los problemas de los protagonistas. Lo malo es que no lo consigue plenamente, dejando el trabajo a medias, con cierta sensación de no haber aprovechado del todo las posibilidades que ofrecía el argumento. Pero todos esos defectos quizá hubieran podido llevarse mejor sin el final propuesto, lo más flojo de la película.

domingo, 12 de agosto de 2018

Te puede pasar a ti



Dirección: Andrew Bergman.
Guión: Jane Anderson.
Música: Carter Burwell.
Fotografía: Caleb Deschanel.
Reparto: Nicolas Cage, Bridget Fonda, Rosie Pérez, Isaac Hayes, Wendell Price, Víctor Rojas, Seymour Cassel, Stanley Tucci.

Charlie Lang (Nicolas Cage), policía de Nueva York y muy buena persona, no tiene dinero suficiente para dejarle propina a una camarera (Bridget Fonda), pero le promete que al día siguiente pasará a dejársela y, si tiene la suerte de que le toque la loto, compartirá su premio con ella.

Hacer comedia es mucho más complicado de lo que pueda parecer. De hecho, creo que es el género más difícil de todos. Y, como muestra, tenemos Te puede pasar a ti (1994) que, con unos elementos muy similares a los utilizados por Frank Capra en sus célebres comedias clásicas, se queda a años luz de las obras del maestro.

Es cierto que se podría argumentar que es injusto comparar a Andrew Bergman con Capra. Y creo que así es. Las comparaciones son odiosas. Pero el argumento del film cuenta con tantos puntos en común con el cine de Capra que es casi imposible no establecer comparaciones.

Lo más triste de todo es que la historia del film tiene bastante potencial: es un canto a la bondad del ser humano, el desinterés, el respeto hacia uno mismo y hacia los demás. Sí, parece algo cursi o pasado de moda, pero en el fondo, las comedias bienintencionadas creo que tienen un hueco, aún actualmente, si se hacen bien. Creo que a todo el mundo le reconforta presenciar una bonita historia, donde se ponen en valor los buenos sentimientos hacia el prójimo.

El problema aquí es que Bergman destroza el potencial de la historia con un desarrollo plano, demasiado previsible (y no solo por el final, que creo que es cómo debe ser en este tipo de films) y desprovisto de chispa, de emoción y de magia. No se puede tener una historia sensible, sobre la bondad del corazón humano, romántica y positiva y darle un tratamiento tan plano. Los diálogos no nos emocionan, las situaciones a veces son anodinas, el curioso personaje que cuenta la historia resulta innecesario y aburrido y hasta la pareja protagonista no termina de convencerme en ningún momento. Tomados por separado, ambos parecen adecuados para su papel, pero ninguno de los dos tiene magia, no hay química, cuando se miran a los ojos no nos trasmiten esa pasión que debería desbordarlos. Y conste que Nicolas Cage es un actor que me gusta, a pesar de no tener siempre elecciones correctas, y Bridget Fonda me parece perfecta para el papel, pero están los dos sosos, mecánicos, sin trasmitir ninguna emoción, como contagiados del espíritu plano que trasmite el director al film.

El mejor ejemplo de esta falta de emoción lo tenemos en las secuencias del juicio, que siempre es el punto álgido y donde más se puede exprimir el tono dramático de la historia. Pues en este caso, el juicio es triste, sin nervio, empapado de esa apatía que parece recorrer toda la película.

Y no se trata de que el argumento sea bastante previsible, es la manera de ponerlo en liza, con personajes bastante planos, diálogos sin chispa y desperdiciando constantemente las posibilidades de la historia: la mujer de Charlie resulta demasiado estúpida, el magnífico Stanley Tucci está del todo desaprovechado y su personaje no aporta absolutamente nada a la historia y el final, que es el esperado, como debe ser, me resultó acaramelado y hasta en cierto modo contradictorio: si el mensaje es, como parece, que el dinero es superficial a la hora de ser felices, como lo demuestra el amor de los protagonistas, el hecho de querer arreglarles la vida con los donativos parece contradecir esa filosofía y ese dinero recaudado parece ser la recompensa adecuada, como si la felicidad de encontrar el amor no fuera suficiente en sí misma.

La escena del globo final es mejor olvidarla.

Como decía al comienzo, la comedia es un género muy complicado. A veces, como se ve aquí, no es suficiente ni siquiera con una buena historia. Hace falta algo que es evidente que Andrew Bergman no tiene.

Siete años en el Tíbet



Dirección: Jean-Jacques Annaud.
Guión: Becky johnson (Biografía: Heinrich Harrer).
Música: John Williams.
Fotografía: Robert Fraisse.
Reparto: Brad Pitt, David Thewlis, B.D. Wong, Lhakpa Tsamchoe, Jetsun Pema, Jamtsho Wangchuk, Mako, Ric Young, Danny Denzongpa, Victor Wong, Ingeborga Dapkunaite.

Heinrich Harter (Brad Pitt), un famoso alpinista austriaco, parte en 1939 hacia el Himalaya con la idea de coronar el Nanga Parbat. Sin embargo, el comienzo de la Segunda Guerra Mundial echará por tierra sus planes.

El cine como espectáculo siempre ha tenido un hueco en la industria. Supongo que responde a la ambición del director o los productores de turno de buscar el asombro y el reconocimiento sin reservas. Y, en general, son las películas con tramas históricas las que más han generado este tipo de espectáculos. Basta recordar Lawrence de Arabia (1962) o Doctor Zhivago (1965), ambas de David Lean o, más recientemente, Gandhi (Richard Attenborough, 1982) o El último emperador (Bernardo Bertolucci, 1987), por poner algunos ejemplos.

El principal problema de este tipo de películas es conseguir el equilibrio entre la ambición formal, que suele ir acompañada de una gran duración, y el mensaje. En general, pocas veces se consigue y siempre tenemos la sensación de que la forma termina devorando el contenido. La gran excepción a esta constatación la encuentro en el anteriormente citado David Lean, capaz de darle a sus películas una intensidad dramática y emocional más grande aún que su incuestionable belleza plástica.

Siete años en el Tíbet, por desgracia, no escapa a este fallo en el que la ambición formal no consigue igual equiparación en cuanto al mensaje que se quiere trasmitir. En este caso, la redención del protagonista, un hombre egoísta y egocéntrico, cercano al movimiento nazi, si bien este detalle está tratado con cierto distanciamiento, y al que su experiencia en el Tíbet, que además fue real, pues la película se basa en la biografía escrita por el propio Harrer, le acaba cambiando la vida, en contacto con el budismo y un joven Dalai Lama al que enseña detalles mundanos y del que aprende las esencias de la vida.

El proyecto es ambicioso, como le gusta al director francés, pero cae también en lo que suelen ser sus típicos errores: un cuidado exquisito de las formas, pero un mensaje envarado, un tanto trivial incluso, y que no tiene la entidad suficiente como para elevar el ejercicio técnico en algo más convincente, emocionante, directo. Y eso que el el contraste entre la manera de ver el mundo de occidente y la espiritualidad del budismo era una oportunidad única para ahondar en esas diferencias y ofrecer un relato intenso y hermoso. Pero el director, incomprensiblemente, deja escapar esta oportunidad. Las referencias a la filosofía budista son escasas y casi siempre parecen más decorativas que otra cosa.

Algunos tachan al film de lento. Discrepo. Es un film largo, que es distinto. Pero hemos de reconocer que al menos en cuanto a ritmo, Annaud es un director solvente, que mantiene el pulso de la historia y no deja que en ningún momento caiga en tiempos muertos. Pero una cosa es lograr esa agilidad y otra emocionarnos con las aventuras del protagonista, interpretado por Brad Pitt con buenas maneras, pero sin más. Y es aquí donde el director fracasa, porque al final, si soy sincero, en muy pocos momentos de la película, quizá en ninguno, he sentido verdadera emoción. Puede que por la frialdad con la que está contada la historia, puede que por falta de empatía con el personaje, que comienza resultando un tanto antipático, pero el caso es que la clave de un film de estas características debe ser trasmitirnos algo de emoción, cautivarnos, hacer que nos metamos en los zapatos del protagonista. Y esto el director nunca lo consigue.

Lo que finalmente nos queda entre las manos en un film cuidadoso con la puesta en escena, con algunos paisajes realmente hermosos, con algunos elementos históricos que forman el armazón del relato, aunque sin que se entre de lleno en ellos, con una bonita fotografía y banda sonora... y una ambición por encima de sus posibilidades.

viernes, 10 de agosto de 2018

A quemarropa



Dirección: John Boorman.
Guión: Alexander Jacobs, David Newhouse y Rafe Newhouse (Novela: Donald E. Westlake).
Música: Johnny Mandel.
Fotografía: Philip Lathrop.
Reparto: Lee Marvin, Angie Dickinson, Keenan Wynn, John Vernon, Carroll O´Connor, Lloyd Bochner, Michael Strong, Sharon Acker.

Traicionado por su mejor amigo y su esposa, que le roban su parte del botín y lo dan por muerto, Walker (Lee Marvin), una vez recuperado, no piensa en otra cosa que en vengarse.

Los años sesenta del pasado siglo, si bien los primeros síntomas del cambio tuvieron lugar un poco antes, suponen un giro en la industria del cine norteamericano. El fin del estricto código Hays, que vigilaba e imponía normas sobre la moralidad de las películas, además de los cambios radicales en la sociedad de aquellos años, motivaron una pequeña revolución en la manera de entender el cine, tanto por parte de nuevos directores como del público, al que los viejos moldes clásicos ya no les valían.

Es dentro de esta tendencia renovadora donde debemos encuadrar A quemarropa (1967), que visita de nuevo el thriller pero con una nueva interpretación.

Muy influenciado por la nouvelle vague, John Boorman, en su segundo largometraje, intenta darle un tratamiento original a una vieja historia. Para ello, no duda en recurrir a flashbacks, como en el arranque de la historia, visiones del protagonista en sueños, recuerdos recurrentes, cambios de decorados... que intentan reflejar las tensiones del protagonista y sus obsesiones, con lo que la historia pretende adquirir unos connotaciones distintas a lo que habitualmente eran los films de este corte.

El problema es que todas aquellas innovaciones, especialmente las de los años sesenta, estaban demasiado ligadas a unas modas y unos gustos que no han resistido demasiado bien el paso de los años. Lo que entonces podía pasar por moderno y revolucionario, hoy en día, desprovisto de ese aire innovador, no deja de ser un ejercicio de estilo un tanto desfasado y, por momentos, aburrido.

Así, A quemarropa se queda un poco en tierra de nadie, indefinida. Como film de acción es un tanto aburrido, sin nervio. La supuesta violencia está a día de hoy más que superada, con lo que tampoco esas escenas nos van a sacudir especialmente. Y como estudio de la mente atormentada del protagonista o de su necesidad de venganza, tampoco el film resulta especialmente inspirado, ya que tampoco consigue realizar un retrato preciso de Walker, más allá de su rudeza y su obstinación en recuperar su dinero y vengarse.

Desde mi punto de vista, la película se ha quedado, como muchos otros films de aquellos años, en un experimento que buscaba indagar en nuevas posibilidades expresivas del cine, evitando terrenos considerados ya superados, pero a la que el paso del tiempo desvela sin piedad sus carencias, una vez despojada de sus "deslumbrantes" efectos estilísticos.

Lee Marvin, uno de los duros del cine americano, me parece mucho mejor secundario que protagonista. Su inexpresividad, que puede aportar un plus de dureza a su personaje, no termina de convencerme. Como el resto del reparto, de hecho, atrapado en un experimento que resta espontaneidad a sus interpretaciones.

Tampoco ayuda un guión demasiado esquemático y que hasta puede parecer, en algunos momentos, hasta ridículo, con esas constantes alusiones a la "organización", que terminan por resultar, en su simplicidad, más graciosas que convincentes. Esta sencillez extrema del argumento hace que bastantes escenas de la película parezcan casi más relleno que otra cosa, como si hubiera que cubrir minutos para darle al film cierta duración mínima indispensable. De hecho, sin ser un film especialmente largo, la falta de ritmo y agilidad narrativa en muchos momentos hacen que parezca de mayor duración.

En definitiva, una pequeña decepción para un film ensalzado por parte de la crítica y que es, para muchos, una referencia de un nuevo estilo de thriller, donde la experimentación narrativa es ensalzada por encima, creo yo, de sus verdaderos méritos.

En 1999, Brian Helgeland realizó un remake titulado Payback e interpretado por Mel Gibson.

miércoles, 8 de agosto de 2018

Gilda



Dirección: Charles Vidor.
Guión: Marion Parsonnet (Historia: E.A. Ellington).
Música: Hugo Friedhofer.
Fotografía: Rudolph Maté.
Reparto: Rita Hayworth, Glenn Ford, George Macready, Joseph Calleia, Steven Geray, Rosa Rey, Joseph Sawyer, Gerald Mohr.

Johnny Farrell (Glenn Ford), un jugador tramposo, llega a Buenos Aires donde, por casualidad, conocerá al dueño (George Macready) de un casino clandestino. Farrell consigue que le de un empleo en el casino y poco tiempo después se convertirá en  su mano derecha.

Gilda (1946) es uno de esos títulos que no necesitan mucha presentación. En su momento, en aquella España mojigata y pueblerina, ese nombre quedó en el imaginario colectivo como sinónimo de mujer fatal, ligera de cascos y en la que no se puede confiar. Y si aún hoy en día aún es legendaria la película lo es por la famosa canción de Rita Hayworth Put the Blame on Mame, donde la actriz, plena de belleza y sensualidad, hace el streptease más púdico de la historia, con solo quitarse un guante. Y también es legendaria por la bofetada más famosa del cine, la que un celoso Glenn Ford estampa en el rostro de su amada, cuando pegar a una mujer era toda una infamia.

Sin embargo, Gilda es bastante más que esas pequeñas anécdotas, por las que ha pasado a la historia, pues es más sencillo recordar un detalle y más si ese detalle está vinculado a una de las actrices más bellas que nos dejó el Hollywood clásico.

La película es una sutil mezcla de cine policíaco y romántico que, bien mirado, tiene un argumento no muy convincente, en especial en cuanto a la trama policial, que parece más un telón de fondo para la lucha entre Farrell y Gilda. En este sentido, la película guarda cierto paralelismo con Encadenados (Alfred Hitchcock), curiosamente del mismo año, y también con la presencia de nazis refugiados en Sudamérica. Pero aquí esta parte de la historia está peor tratada.

La historia central de la película es la relación amor-odio entre Johnny y Gilda. Curiosamente, el guión no nos muestra la pasada relación entre ambos, donde se gesta ese odio mutuo. De manera muy inteligente, solo adivinamos que han sido pareja y que su ruptura ha sido traumática, sin que ninguno de los dos haya logrado superarla. Poco a poco, se van desgranando pequeñas pistas, aunque tampoco importa demasiado. Lo fundamental es la lucha de los dos, empeñados en hacerse daño, aunque con ello se lo hagan más a sí mismos, o quizá por eso mismo, como una macabra penitencia. La relación daría sin duda para un buen psicoanálisis y solo recuerdo ahora mismo una película en la que también se muestra un amor tan peligroso que llega a destruir a los amantes, como pasaba en Duelo al sol (King Vidor), de nuevo, curiosamente, también de 1946.

Gilda debería ser también ser recordada por sus diálogos, agudos, incisivos y punzantes. Prácticamente no hay ninguna frase que no tenga veneno o dobles intenciones y, vista hoy en día, donde prima más lo visual, es un placer poder disfrutar de un juego de réplicas tan rico, con algunas frases dignas de pasar a la historia: "Las estadísticas demuestran que hay más mujeres en el mundo que cualquier otra cosa; excepto insectos".

Aún así, hay que reconocer que el paso del tiempo se nota en Gilda. A día de hoy, dudo que nadie se escandalizara con el baile de Gilda y el prototipo de la mujer fatal ha dado un giro tremendo. Y es que, en el fondo, Gilda es una mujer enamorada que, por despecho, intenta darle celos al tonto de su novio, que pica el anzuelo con total ingenuidad, pero que, finalmente, es más fiel que nadie, como le aclara el policía a Johnny al final: todo lo que hizo Gilda no fue más que una comedia. Es esa sencilla aclaración la que termina de un plumazo con los celos enfermizos de Farrell. El problema que se plantea, a pesar del final feliz que nos deja el director, es cómo terminará esa pareja en el futuro, pues una enfermedad tan arraigada en Farrell no parece tan fácil de curar.

En cuanto a los protagonistas, ni Glenn Ford ni Rita Hayworth eran grandes actores, pero en esta historia la verdad es que forman una pareja que funciona de maravilla. Se percibe cierta tensión animal entre ellos que hace creíble su pasión desmedida. Además, para ella supuso la cima de su popularidad, consiguiendo el estrellato inmediato y su puesto, durante unos años, como el mayor objeto de deseo del universo masculino del mundo entero. Objeto que en 1948, su marido, Orson Welles, intentó destruir en La dama de Shanghai, cortándole la melena y tiñéndola de rubia, cuando ya el matrimonio de ambos hacía aguas.

La pena es no poder disfrutar de la belleza de Rita Hayworth a todo color, pues solo podemos adivinar la belleza de esa melena pelirroja que la fotografía en blanco y negro nos ha robado para siempre.

Más grande que su propia entidad como película, Gilda es de esos títulos que forman parte de la historia del cine. Es cierto que hoy en día nadie que la vea sufrirá el impacto que supuso en su momento, es el peaje del paso del tiempo; pero nada ni nadie le puede quitar el revuelo causado en su época y el lugar privilegiado de su intérprete entre las diosas más deseadas de la historia del cine.

lunes, 6 de agosto de 2018

Atraco por duplicado



Dirección: Rob Minkoff.
Guión: Jon Lucas y Scott Moore.
Música: John Swihart.
Fotografía: Steven Poster.
Reparto: Patrick Dempsey, Ashley Judd, Mekhi Phifer, Jeffrey Tambor, Tim Blake Nelson, Curtis Armstrong, John Ventimiglia, Octavia Spencer,  Pruitt Taylor Vince, Rob Huebel.

Por una curiosa coincidencia, dos bandas de atracadores se presentan el mismo día y a la misma hora para atracar el mismo banco, ante el asombro de empleados, clientes y los mismos atracadores.

Que la comedia actualmente parece estar sumida en un oscuro laberinto es algo bastante evidente. En general, echo de menos guiones inteligentes que vayan más allá de las bromas burdas y los chistes evidentes. Atraco por duplicado (2011) no logra salvarse de ser una comedia un tanto básica, pero al menos busca algo de originalidad con un guión que, sin ser bueno, al menos nos entretiene y nos mantiene intrigados, gracias a un truco tan elemental como presentar un misterio que no se resolverá hasta el último minuto.

El guión, en cuya originalidad y misterio se apoya por completo la historia, es obra de los mismos que habían dado la campanada con Resacón en Las Vegas (Todd Phillips, 2009). Y su estilo queda patente con esta historia enrevesada y un tanto surrealista, con un humor no demasiado refinado y que se basa más en lo grotesco y lo burdo que en lo ingenioso.

Aún así, a pesar de las limitaciones de su comicidad, la película entretiene, más que nada por lo absurdo de su propuesta. La clave, pues, reside en sorprender al espectador, en no dejar que se acomode en ningún instante. Y para aumentar el interés, o quizá habría que decir, para que no apaguemos el televisor, Lucas y Moore añaden una ingeniosa dosis de intriga al disparatado atraco, de manera que ya no solo se trata de una comedia del absurdo, sino que se añade una especie de intriga que será la que finalmente nos retenga frente a la pantalla.

Eso sí, no hay por que tomarse la intriga demasiado en serio. La película es un despropósito de principio a fin, así que el misterio habremos de enfocarlo dentro de lo enrevesado de un guión que busca, por encima de todo, lo cómico y lo sorprendente. La solución podría ser cualquiera y no pasaría nada. Así que el final, donde todo se precipita con una moralidad un tanto pueril, ni decepciona ni fascina, es solo una pequeña broma más dentro de esta locura.

Los personajes, por tanto, están en la línea con lo absurdo y disparatado de la película, desde la pareja de atracadores torpes y cercanos al retraso mental, hasta el propio protagonista, encarnado por un Patrick Dempsey entregado a un personaje que bascula entre la genialidad, la estupidez y la locura, sin término medio.

La verdad es que el reparto rinde en general a buen nivel, siendo quizá lo más sincero de todo el film, pues al menos se ve que intentan dar el nivel dentro del surrealismo imperante, asumiendo sus curiosos roles con encomiable seriedad.

En definitiva, una película que no debemos tomarnos para nada en serio y que hay que disfrutar como el disparate que es, dejándonos llevar por un guión absurdo y sin mucho sentido que, sin ser nada especial, al menos consigue descolocarnos y mantenernos interesados por atar los cabos sueltos de una locura singular e intrascendente.

miércoles, 1 de agosto de 2018

Sed de venganza



Dirección: George Tillman Jr.
Guión: Joe Gayton y Tony Gayton.
Música: Clint Mansell.
Fotografía: Michael Grady.
Reparto: Dwayne "The Rock" Johnson, Billy Bob Thornton, Carla Gugino, Maggie Grace, Jan Hoag, Oliver Jackson-Cohen, Tom Berenger, Adewale Akinnuoye-Agbaje, Michael Irby.

Tras salir de la cárcel, Driver (Dwayne Johnson) emprende la búsqueda de los implicados, años atrás, en la muerte de su hermano y casi la suya propia.

Sed de venganza (2010) se resume casi, casi en su mismo título. Un ex-presidiario se lanza a cazar a los implicados en la muerte de su hermano tras un robo cometido por ellos años atrás. En apariencia, un título que no promete más que violencia, justificada, eso sí, por esa moral tan especial de Hollywood, que puede poner reparos a una inocente escena de sexo pero que se recrea sin mucho pudor en muertes extremas.

Sin embargo, Sed de venganza guarda un as en la manga. No se limita a crear un somero retrato de los protagonistas y a desatar tiroteos y persecusiones sin número, en un mero ejercicio vacío de efectos especiales y muertes. El guión busca algo más. No se contenta con lo evidente y es por aquí por donde el film se redime de los meros subproductos de corte similar, ofreciendo un poco más que es muy de agradecer.

Para empezar, este thriller contiene una interesante dosis de intriga que nos acompaña desde el principio: está claro que Driver tiene una lista de objetivos que va a ir ejecutando con implacable determinación, pero hay algo que se le escapa: el verdadero cerebro que los engañó y mató a su hermano. Y es un punto interesante, pues sabemos que el relato no estará completo hasta descubrir ese punto esencial. De ahí que la película no sea un mero ejercicio de venganza programada, sino que encierre un elemento de intriga que nos exige algo más.

A la vez, junto a la policía que investiga el caso e intenta detener a Driver, aparece un asesino a sueldo (Oliver Jackson-Cohen) que también persigue a Driver y de nuevo con una nota de misterio: no sabemos quién lo contrató.

Además, el guión no se limita a crear personajes más o menos estereotipados, con unas motivaciones elementales que los guían casi como a marionetas. Hay un intento de profundizar en cada uno de los protagonistas, ahondando en sus miedos, sus debilidades y sus fracasos. Driver, a parte del amor por su hermano, ha tenido una infancia desgraciada y busca una especie de redención que comprendemos que no encontrará. Pero parece no tener otro camino. Solamente al final, en un acto de piedad, será capaz de encontrar en su interior algo de una bondad que parecía muerta hace años.

La figura del policía Slade (Billy Bob Thornton) también contiene tantos puntos negros que nos ofrece otra trama independiente en sí misma. Con un matrimonio roto, enganchado a las drogas y despreciado por sus compañeros, Slade es un náufrago que intenta redimirse ante su familia y en el trabajo. Su labor no es nada sencilla y sus fuerzas parecen al límite. Quizá lo que está de más es esa manía de poner siempre a un policía al que le faltan días para su jubilación. Es un cliché que no termino de comprender, al menos no siempre encaja del todo bien con la historia.

Y tampoco el personaje del asesino a sueldo está libre de sombras. Un hombre aparentemente con todo lo necesario para ser feliz es, en el fondo, un amargado en tratamiento médico, víctima de sus propios fantasmas, que desea cambiar de vida pero parece que lo hace más siguiendo unos impulsos repentinos que fruto de una determinación más poderosa.

Todo ello va configurando un thriller que se escapa del mero film de acción al uso para abrir múltiples puertas que no ofrecen tampoco claras salidas para los protagonistas. Es como si un pasado implacable, como una maldición bíblica, les impidiera cambiar sus vidas, envueltas en un torbellino que puede con ellos.

Quizá el final sea lo más sorprendente. No está mal traído y, si bien contiene unas dosis de improbabilidad elevada, consigue pasar como un desenlace aceptable, lógico dentro de la historia, con ese plus de sorpresa que, en este caso, no nos toma por idiotas y donde el destino, siguiendo, es verdad, una moral muy acusada, termina por ajustar cuentas. Quizá sea demasiado redondo, intentando que no queden cabos sueltos. Pero en general es un final, dentro de lo sorprendente, bastante aceptable.

El reparto, por otro lado, es bastante bueno. La figura de Johnson como vengador implacable me parece de lo más adecuada: su físico contundente no hace más que reforzar esa sed de venganza incontrolada. Y sin duda, la presencia de Billy Bob Thornton, un actor con un carisma especial, es todo un acierto para dar vida a ese policía al límite de todo. Quizá contrasta con la falta de empaque de Oliver Jackson-Cohen, un actor que solo aporta un físico atractivo, pero sin el magnetismo y la fuerza que desprenden sus compañeros.

El director realiza un trabajo correcto, con escenas de acción bastante logradas, pero sin abusar tampoco de ellas, logrando un buen equilibrio entre intriga, venganza pura y dura y ritmo ágil.

En definitiva, un mero pasatiempo que, a pesar de lo evidente de sus pretensiones, intenta aportar algo más de profundidad a la historia y de empaque a los protagonistas.