El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 7 de enero de 2020

Network, un mundo implacable



Dirección: Sidney Lumet.
Guión: Paddy Chayefsky.
Música: Elliot Lawrence.
Fotografía: Owen Roizman.
Reparto: Faye Dunaway, William Holden, Peter Finch, Robert Duvall, Beatrice Straight, Wesley Addy, Ned Beatty, Arthur Burghardt, Bill Burrows, John Carpenter.

Howard Beale (Peter Finch), en otro tiempo exitoso presentador de noticias, está en sus horas más bajas, tanto profesional como personalmente, por lo que la empresa decide prescindir de sus servicios, ante lo cuál Beale anuncia en medio de su programa que se suicidará en directo.

Network, un mundo implacable (1976) es una dura crítica del mundo de la televisión y,  por extensión, de la alienación del hombre por parte de un sistema cada vez más materialista y simplista que busca la homogeneización de los individuos y la eliminación del pensamiento único y crítico, estableciendo una sociedad de personas adormecidas y conformistas.

En la película, la propia cadena que va a despedir a Beale, al darse cuenta de que se está convirtiendo en un foco de atención del público, decide utilizarlo para reflotar el negocio. No hay compasión, ni pena, solo ven en él una fuente de ingresos que explotar convenientemente. De la misma manera, una vez que ya no sea rentable, cuando los gustos y las audiencias cambien, deberá dejar su sitio a otro nuevo espectáculo.

La visión del mundo de la televisión como un mero mercantilismo sin alma, que crea y destruye sus propios productos con una frialdad inhumana, es el gran mensaje de la cinta que, a pesar del tiempo transcurrido, conserva toda su verdad y resulta terriblemente cierta aún más hoy en día. Los seres humanos nos hemos convertido en números, en objetos que manipular y controlar en beneficio de grandes compañías que solo buscan la rentabilidad económica. La televisión es sólo una parte de un sistema implacable.

Pero no todo en Network me pareció acertado. Quizá la mayor crítica que se le pueda hacer es que, vista en la actualidad,  resulta demasiado evidente en sus planteamientos, casi pueril; lo mismo que la manera de exponerlos, con algunos momentos y personajes un tanto excesivos, rozando lo surrealista, lo que quizá no resulta del todo beneficioso para el propósito de denuncia de la película.

También la duración del film me resultó excesiva. Creo que hay algunas secuencias prescindibles sin perjudicar en absoluto el mensaje. 

Por contra,  la calidad de los diálogos es notable y más si los comparamos con lo que suele verse en películas más recientes. En este sentido parece claro que hoy en día sería casi imposible hacer un film similar. 

A destacar el tono casi documental que Sidney Lumet le imprime al film, con un estilo muy personal que evita un relato excesivamente detallado favoreciendo un clima de confusión, conversaciones que se solapan, ruidos, llamadas de teléfono... logrando así el director un ambiente que resulta muy cercano a lo que imaginamos sería un negocio como el de la televisión.

Sin embargo, en el dibujo de los personajes vuelvo a percibir cierta exageración, como en el Diana (Faye Dunaway), donde se cargan quizá demasiado las tintas en cuanto a su obsesión con el trabajo, que la lleva a no dejar de hablar de sus proyectos ni en cuando está en la cama con su amante.

Por el contrario, las interpretaciones son uno de los puntos fuertes del film. De hecho, la película fue premiada con cuatro Oscars, de los cuales tres fueron para Faye Dunaway como mejor actriz, Peter Finch, actor, y Beatrice Straight, la esposa del personaje de William Holden en el film, como actriz secundaria. El cuatro premio fue para Paddy Chayefsky por el mejor guión original.

sábado, 4 de enero de 2020

La desaparición de Alice Creed



Dirección: J. Blakeson.
Guión: J. Blakeson.
Música: Marc Canham.
Fotografía: Philipp Blaubach.
Reparto: Gemma Arterton, Martin Compston, Eddie Marsan.

Dos ex-convictos, Vic (Eddie Marsan) y Danny (Martin Compston), planean al detalle el secuestro de Alice (Gemma Arterton), hija de un hombre muy rico, del que esperan sacar dos millones de libras. Sin embargo, pronto se producirá un imprevisto que lo complicará todo.

La desaparición de Alice Creed (2009) ha sido una agradable e inesperada sorpresa. J. Blakeson, director y guionista, nos enseña de manera notable todo lo que se puede lograr con una buena idea y, además, con una economía de medios sorprendente. No todo el cine tiene que ser efectos especiales y presupuestos gigantescos.

La película ya nos sorprende con su eficaz y sencillo comienzo: sin recurrir a la palabra, Blakeson nos  pone en situación de manera brillante, con los secuestradores poniendo a punto el apartamento donde llevarán a Alice. A partir de aquí comienza a desplegar una intriga de lo más elaborada dentro de una simplicidad total. Lo mejor de todo es que los acontecimientos que se van sucediendo son absolutamente convincentes, sin necesidad de trampas o situaciones forzadas, a menudo demasiado frecuentes en los thrillers actuales, lo que hace del relato una historia del todo verosímil. Con un guión sumamente inteligente, Blakeson nos lleva por un camino donde todo fluye con naturalidad y lo imprevisible del desarrollo, del que nunca tenemos pistas, hace que estemos en tensión permanentemente en una historia que nos atrapa sin remedio.

Pero el mérito también reside en que J. Blakeson, con un único escenario y solamente tres personajes, y en su debut como director, consigue mantener en todo momento la tensión y el interés sin tiempos muertos, sin escenas de relleno, centrándose siempre en lo fundamental y sin permitir un momento de respiro. De esta manera, el film fluye con una agilidad pasmosa para lo contenido de los medios utilizados y nunca echamos de menos la ausencia de otros personajes o escenarios.

Además, el retrato que hace de las personalidades de Vic y Danny resulta todo un acierto. Ni el primero es finalmente tan duro como parece ni la supuesta debilidad de Danny es tal llegado el momento; y es que la naturaleza humana es así en realidad, compleja y con recursos sorprendentes en situaciones límite.

Sin embargo, parte del mérito en que todo funcione tan bien hay que atribuirlo al excelente trabajo de los tres actores del film, con unas actuaciones que rozan la perfección y que nos permiten disfrutar del argumento llegando a olvidarnos en todo momento que se trata de una mera ficción.

Por ponerle un pero, si bien es sólo una apreciación personal, el desenlace parece algo más forzado que el resto de la historia, sin que por ello pueda afirmar que no es coherente o plausible, pero quizá un poco menos convincente que el resto del argumento. A pesar de ello, Blakeson logra mantener también aquí una tensión y una elegancia en el final acordes con el tono general de la película.