El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 15 de noviembre de 2021

La pradera sin ley



Dirección: King Vidor.

Guión: Borden Chase y D.D. Beauchamp (Libro: Dee Winford).

Música: Joseph Gershenson.

Fotografía: Russell Metty.

Reparto: Kirk Douglas, Jeanne Crain, Claire Trevor, William Campbell, Richard Boone, Mara Corday, Myrna Hansen, Jay C. Flippen, Sheb Wooley.

Dempsey Rae (Kirk Douglas), un vaquero trotamundos, abandona Kansas City en dirección a Wyoming. En el camino conoce a Jeff (William Campbell), un joven al que tomará bajo su protección. 

Dempsey Rae es un inadaptado. Abandonó su Texas natal escapando de las alambradas que le costaron la vida a su hermano y le dejaron a él cicatrices en el pecho... y más adentro. Las alambradas simbolizan, para él, todo cuanto coarta su modo de vida, su libertad. Por eso no ha parado de vagar, buscando espacios abiertos donde se sienta dueño de su destino; y no podrá dejar de viajar ante el imparable avance de la ley, el orden y la civilización. Dempsey ama la libertad sin restricciones y el mundo empieza a parecerle demasiado pequeño. Como vemos, La pradera sin ley (1955) nos presenta un western diferente de los sencillos argumentos de sus inicios, donde el protagonista era el héroe sin reservas, intachable, justiciero. Pero en los años cincuenta la sociedad era ya diferente, tras varias guerras, crisis económicas y el cine había ido madurando y buscaba temas y personajes diferentes.

Sin embargo, Dempsey tiene también mucho del héroe clásico. Es un hombre noble, que no duda en ayudar al joven Jeff en cuanto lo conoce. Adoptando el papel de hermano mayor, hará lo que no pudo hacer con su verdadero hermano: guiarle por la vida, enseñarle, corregirle y mostrarle el buen camino que harán de él una buena persona. 

Otro detalle interesante es que no hay buenos y malos separados claramente. Tanto la propietaria del rancho El triángulo, Reed (Jeanne Crain), como los pequeños ganaderos presentan rasgos positivos y negativos a la vez, como suele pasar en la vida. Ella desea rentabilizar su inversión y tiene derecho a llevar su ganado a los mejores pastos, que no pertenecen a nadie. Pero también representa al avaricioso adinerado que no duda en explotar al máximo una tierra ajena y, una vez esquilmada, partir en busca de otra fuente de ingresos. Los pequeños ganaderos protegen también sus intereses, pero no tienen derecho a cercar con alambre terrenos que no son suyos. Y en medio de este conflicto, Dempsey, que decidirá ayudar a los pequeños ganaderos, no porque tengan razón con los cercados, que siguen sin gustarle, sino porque Reed ha cruzado una linea peligrosa contratando pistoleros que no dudan en asesinar a sus oponentes. Cuando se imponga de nuevo la paz, Dempsey se negará a asentarse en Wyoming porque sería renunciar a su libertad.

Como podemos ver, La pradera sin ley es un western menos sencillo de lo que aparenta. No se trata de un mero relato de aventuras, aunque posee los elementos típicos del género, sino que encierra una serie de reflexiones sobre la violencia, el progreso y el fin de un mundo de espacios abiertos y libertad, en la que el hombre forjaba su destino y que está abocado a la extinción.

Y un valor añadido más es, sin duda, la presencia de Kirk Douglas, pletórico como siempre, con ese carisma natural que le confería un status de estrella indiscutible. Además, se preocupó en esta ocasión de perfilar personalmente a su personaje, dotándolo de un sentido del humor evidente junto a su maestría con el revólver. Douglas demuestra manejar con absoluta solvencia todos los matices del personaje: su faceta de vividor alegre y despreocupado y también las cicatrices del pasado que lo atormentan y le hacen explotar en brotes de furia peligrosos. El resto del reparto palidece un tanto a su lado, especialmente William Campbell, que no puede mantenerse a la altura de Kirk Douglas. 

También merece destacar el buen trabajo de King Vidor en la dirección. Es un director que va directo a lo esencial, sin alardes innecesarios. Su trabajo es eficaz con una sencillez de medios remarcable y sabe elegir el mejor plano en cada momento, el que mejor cuente el relato o destaque un momento de acción. Las escenas con el ganado me han parecido magnificas.

La pradera sin ley, con ser un western que no suele citarse entre las obras cumbres del género, no deja de ser un film más que interesante. Dinámico, directo y con mucho dónde reflexionar.

miércoles, 3 de noviembre de 2021

Katharine Hepburn



Si tuviera que hacer un listado con las mejores actrices de todos los tiempos, sin duda Katharine Hepburn estaría en los puestos de honor. No era la más guapa, lo cuál tiene más mérito en un Hollywood donde primaba la belleza, pero era inteligente, culta, adelantada a su tiempo y, sobre todo, una actriz excelente.

Katharine nació en 1907, un doce de mayo, en la localidad de Hartford, en el estado de Connecticut. Era la segunda de seis hermanos y se crió en una familia acomodada y culta, lo que marcaría su personalidad. Sus padres eran muy progresistas e inculcaron en sus hijos el gusto por la libertad de opinión y de pensamiento. De su madre heredó sin duda la lucha por la igualdad de las mujeres, pues abogó por el control de natalidad y el derecho al voto femenino. Esta educación marcaría su devenir profesional y personal.

A parte de su educación avanzada, sus padres también fomentaban el desarrollo físico para sus hijos y Katharine destacó desde niña en la práctica de varios deportes, como la natación, atletismo, el golf, el tenis o montar a caballo. Incluso en su vejez, Katharine seguiría practicando deporte.

Sus primeros contactos con el mundo de la actuación tuvieron lugar en la universidad, donde empezó a participar con regularidad en funciones de teatro. Le gustaron tanto estas experiencias que, una vez obtenida la graduación en 1928, se decidió a labrarse un futuro como actriz. Para ello, se dirigió a Baltimore y pidió trabajo en una compañía que dirigía un tal Edwin H. Knopf. En su primer trabajo, un pequeño papel del reparto, tuvo buenas críticas, pero en el siguiente fue criticada su voz chillona. Mientras intentaba perfeccionar su dicción, un golpe de suerte le permitió ocupar el papel protagonista en una obra de teatro una vez que la actriz principal había sido despedida. Sin embargo, su actuación fue todo menos exitosa, con lo que también ella fue despedida tras una sola representación. 

Pero Katharine no se desalentaba fácilmente y logró actuar en Broadway, en octubre de 1928, aunque una vez más no logró el reconocimiento que deseaba, además de que la obra fue un fracaso. Al final, logró un puesto como suplente en la obra Holiday de Philip Barry, pero abandonó el papel para casarse en el mes de diciembre con Ludlow Ogden Smith, un hombre de negocios. Sin embargo, el gusto por las tablas era demasiado fuerte y al poco tiempo volvió a retomar un papel de suplente.

Desde ese momento, Hepburn ya no dejó de actuar y prepararse como actriz. Su vocación estaba encaminada, aunque seguía teniendo problemas para destacar realmente, limitándose a pequeños trabajos, algunos con cierto éxito, otros menos afortunados, como cuando a Leslie Howard no le gustó su actuación durante los ensayos de The Animal Kingdom y la actriz fue despedida. 

Finalmente, en 1932, Katharine fue elegida para la obra de teatro The Warrior's Husband. Interpretaba a una muchacha atlética y ello le iba como anillo al dedo, de manera que su actuación fue impecable. Al fin lograba destacar y la crítica así lo reconoció. Gracias a ello, llamó la atención de un cazatalentos de Hollywood que le ofrecerá un papel en un film nada menos que de George Cukor. Katharine pasará la prueba con éxito, impresionando al director muy favorablemente. La película se titulará Doble sacrificio (1932) y compartirá protagonismo con John Barrymore. Su trabajo de nuevo fue acogido con grandes elogios por parte de la crítica y ello le abrió las puertas para firmar un contrato con la RKO, productora de ese film. 

Por esa época, la actriz comienza una relación sentimental con su representante, Leland Hayward. Ambos estaban casados y cuando Leland le propuso a Katharine que se divorciaran de sus respectivos cónyuges, ella declinó la proposición. Siguieron algún tiempo juntos, pero estaba claro que la relación no tenía futuro. También estaba claro que esta aventura y su traslado a Hollywood, distanciándose de su marido, llevaron su matrimonio a un callejón sin salida. Así, en 1934 se divorció, si bien su relación con su exmarido fue siempre amistosa.

Al año siguiente rodó Christopher Strong (Dorothy Arzner), un film menor por el siguió recibiendo críticas positivas. Hepburn destacaba por su marcada personalidad, lo que la distinguía entre las actrices de su época. Pero con su tercera película le llegaría su consagración al ganar nada menos que un Oscar por su actuación en Gloria de un día (Lowell Sherman, 1933), premio que no acudió a recoger, algo que será una constante en su carrera.

Su siguiente papel, la joven Jo March de Mujercitas (George Cukor, 1933) le sirve para continuar en la senda del éxito. El film triunfó y para Katharine ese papel se quedará como uno de sus preferidos. Sin embargo, su siguiente película, Mística y rebelde (John Cromwell, 1934), fue una de las peores de su carrera. Y tampoco mejoró la situación su deseo de volver a probar suerte en el teatro. Le ofrecieron participar en una obra titulada The Lake y la experiencia fue desastrosa, con malas recaudaciones y críticas negativas sobre su trabajo.

De vuelta la cine, la RKO intentó repetir el éxito de Mujercitas con la película The Little Minister (Richard Wallace, 1934), pero el film fue un fracaso. Tras un drama romántico sin importancia, Break of Hearts (Philip Moeller, 1935), el éxito vuelve con Sueños de juventud (George Stevens, 1935) y una nueva nominación al Oscar, aunque esta vez no se llevó el premio.

En su siguiente película repite con George Cukor, con quien le une una relación de amistad desde su primer film juntos, y se estrena con Cary Grant como compañero en la comedia Sylvia Scarlett (1935), aunque el film no tuvo demasiado éxito. Con su carrera bien asentada, puede trabajar con los mejores y así, en 1936, se pone a las órdenes de John Ford en Mary of Scotland, donde encarna a María Estuardo. En línea con su mentalidad adelantada a su tiempo, en Una mujer se rebela (Mark Sandrich, 1936) interpreta a una mujer que tiene un hijo fuera del matrimonio. Volverá a la comedia en Calle de abolengo (George Stevens, 1937) y una vez más, la película no tiene demasiado éxito. Esta racha de fracasos junto a una actitud poco dócil con la prensa y con los fans le van granjeando una mala reputación de persona arisca.

De nuevo se siente tentada por el teatro y trabaja en una adaptación de Jean Eyre. Será precisamente  durante la gira de esta obra que comienza una relación con Howard Hughes y de nuevo, pese al deseo de Hughes, Katharine rechaza casarse con él. Fue un pequeño descanso del cine, al que regresa intentando conseguir en 1936 el papel de Scarlett O'Hara en Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, 1939), pero el productor David O. Selznick la rechaza al no considerarla lo suficientemente atractiva para ese papel. En cambio, rodará al año siguiente Damas del teatro (Gregory La Cava), con un papel que recuerda su propia experiencia de una joven de buena familia luchando por convertirse en actriz. 

Volverá a trabajar con Cary Grant en La fiera de mi niña (Howard Hawks, 1938), una alocada comedia que se ha convertido en una de las mejores de todos los tiempos y donde se escenifica el derrumbe del universo ordenado y lógico del protagonista masculino bajo la demoledora y surrealista influencia de Susan (Katharine Hepburn). Sin embargo, en el momento de su estreno la película fue un rotundo fracaso, lo que provocó que el director fuera relegado de su siguiente proyecto y que la propia Katharine tuviera que costear parte de su propio salario.

Esta serie de fracasos fueron los que llevaron a pensar que la culpa era de Katharine Hepburn, de ahí que se le aplique la frase "veneno de taquilla". Ante este estado de cosas, la actriz toma una decisión radical: cancela su contrato con la RKO, pagando ella misma la rescisión, con el objetivo de ganar así una independencia que le permitirá ser la dueña absoluta de sus decisiones.

Decide entonces participar en una película para la Columbia, Holiday (1938), donde vuelve a coincidir con George Cukor y Cary Grant en una nueva comedia que tampoco resultó tener mucho éxito en taquilla.

La carrera de la actriz estaba en esos momentos en su punto más bajo. La industria y los espectadores no la tenían en gran estima, pero el carácter luchador de la actriz no iba a permitir que ellos decidieran su destino. Y el camino que tomó fue de nuevo un regreso al teatro, esta vez con la comedia Historias de Filadelfia (1940), que fue, esta vez sí, un gran éxito y provocó los contactos de varias productoras de Hollywood para adaptar la obra al cine. Hepburn, que poseía los derechos de la obra, se decidió por la Metro-Goldwyn-Mayer y pidió para la dirección a su amigo George Cukor. Como compañeros de reparto contará de nuevo con Cary Grant y el tercero en discordia será James Stewart. La película fue un éxito y le sirvió a la actriz además para recomponer su imagen en Hollywood, además de obtener una nueva nominación al Oscar a la mejor actriz, premio que esta vez tampoco se llevó, pero la carrera de Katharine volvía a enderezarse.

Su siguiente película será muy importante a nivel personal. Se trata de la comedia La mujer del año (George Stevens, 1942), que supone su último trabajo a las órdenes de Stevens y el primero con Spencer Tracy, el hombre más importante en su vida. Durante el rodaje, comienza el romance de ambos, que durará toda su vida, si bien nunca formalizaron oficialmente su amor pues Tracy, católico convencido, ya estaba casado y su religión prohibía la posibilidad del divorcio. De nuevo, Katharine encarna a una mujer de éxito, independiente, fuerte. Sin embargo, la modernidad del personaje tendrá que plegarse en cierto modo a las normas de 1942, pero sin dejar de lado el mensaje de equiparación de la mujer con el hombre. Además, la actriz volvió a ser nominada al Oscar aunque de nuevo se quedó sin el premio.

Tras un breve paréntesis teatral con la obra Sin amor, volvió a reunirse con Tracy en la película La llama sagrada (George Cukor, 1942) en un intento de la Metro de repetir el éxito de La mujer del año. La película no funcionó tan bien como la precedente, pero la pareja volvía a estar genial, demostrando la buena sintonía de ambos.

Katharine Hepburn encadenará entonces una serie de films que no logran alcanzar una gran fama, como Stage Door Canteen (Frank Borzage, 1943), un musical donde se interpreta a sí misma en una aparición menor; Dragon Seed (Jack Conway, 1944), en el curioso papel de una campesina china; la versión para el cine de Sin amor (Harold S. Bucquet, 1945), con Spencer Tracy; Undercurrent (Vicente Minnelli, 1946), film negro donde comparte pantalla con Robert Taylor y Robert Mitchum y una nueva película con Spencer Tracy, The Sea of Grass (Elia Kazan, 1947), y encarnará a Clara Schumann en Melodía inmortal (Clarence Brown, 1947).

La actriz empezó a recomponer su carrera gracias a Frank Capra. Fue la protagonista, junto a Spencer Tracy una vez más, en El estado de la Unión (1948), un drama sobre la carrera política de un industrial con el toque idealista del director. La película funciona bien y permite una nueva colaboración de la pareja protagonista en una divertida comedia: La costilla de Adán (George Cukor, 1949), donde asistimos a la lucha del matrimonio de abogados formado por Hepburn y Tracy con el trasfondo de la lucha de la mujer por ser considerada igual al hombre, algo que casaba perfectamente con la mentalidad progresista de la actriz. La película fue un éxito y asentó a la pareja como un duo realmente atractivo para el público.

Tras un breve paso por el teatro, en esta ocasión interpretando a Shakespeare, Katharine Hepburn protagoniza una de sus mejores películas: La reina de África (1951), dirigida por el magnífico John Huston. Se trata de un film romántico de aventuras donde da la réplica a un soberbio Humphrey Bogart apartado de sus papeles más clásicos. La deliciosa historia de amor entre la remilgada hermana de un misionero y el marinero bebedor y vulgar se ha convertido en un clásico por el que no pasa el tiempo. Bogart se llevó el Oscar y Katharine, una vez más, se quedó a las puertas de recibirlo con su quinta nominación.

Al año siguiente repite con George Cukor y Spencer Tracy en La impetuosa, donde se aprovechan sus cualidades atléticas interpretando a una deportista que domina diversos deportes, como el tenis o el golf, pero que se bloquea en presencia de su novio. Se trata de una comedia amable, pero un peldaño por debajo de sus grandes películas.

Tras La impetuosa, Katharine se traslada a Inglaterra e interpretará a Bernard Shaw en The Millionairess, que intentará llevar al cine más adelante, pero sin éxito.

Katharine Hepburn había terminado por entonces su contrato con la Metro y su siguiente film será en 1955, Locuras de verano (David Lean). La actriz encarna a una mujer soltera que vive una apasionada historia de amor y por la que de nuevo recibe trabajo nominación al Oscar a la mejor actriz. Y de nuevo se queda sin el premio. 

En otra de sus habituales incursiones teatrales, Katharine se va a Australia de gira con la compañía del teatro Old Vic, representando El mercader de Venecia, La fierecilla domada y Medida por medida, todas de Shakespeare. La gira fue un éxito y confirmaba de nuevo la versatilidad de la actriz.

Con El farsante (Joseph Anthony, 1956), junto a Burt Lancaster, volverá a ser nominada como mejor actriz por segundo año consecutivo. De nuevo interpreta a una mujer soltera, un rol acorde con su edad y en el que la actriz parecía moverse con eficacia. También en 1956 trabajará en La falda de hierro (Ralph Thomas), una versión de Ninotchka (Ernst Lubitsch, 1939), la gran comedia interpretada por Greta Garbo. Pero el film no está a la altura y es un fracaso. La propia actriz la consideró la peor película de su carrera.

En Cosas de mujeres (Walter Lang, 1957) repite protagonismo con Spencer Tracy, aunque la película no consigue el éxito de las precedentes comedias de ambos. Y de nuevo regresa en el verano de 1957 al teatro y a Shakespeare repitiendo con El mercader de Venecia y Mucho ruido y pocas nueces

Y llegamos a 1959 y a la ambiciosa y extraña De repente, el último verano (Joseph L. Mankievicz), basada en una obra de Tennessee Williams y donde comparte pantalla con Montgomery Clift y Elizabeth Taylor. Un drama rebuscado y particularmente polémico que, sin embargo, tuvo buena acogida y le valió una nueva nominación al Oscar para Katharine, que se volvía a ir de vacío.

Hasta 1962 no vuelve al cine, tras un nuevo período de paso por el teatro, y lo hace bajo la dirección de Sidney Lumet en Larga jornada hacia la noche, precisamente una adaptación al cine de un drama teatral de Eugene O'Neill y por la que la actriz se lleva el premio a la mejor interpretación en el Festival de Cannes de ese año.

Su trabajo se había ido espaciando y ahora no regresará a la pantalla hasta 1967, ocupada en su relación con Spencer Tracy, que pasaba un momento de salud delicado. Y su vuelta será al lado de su compañero sentimental cuando protagonice Adivina quien viene esta noche (Stanley Kramer), una película que denuncia el racismo y que es una hermosa declaración de amor entre Tracy y Hepburn en su novena película juntos. Desgraciadamente, también fue la última, pues Spencer Tracy murió de un ataque al corazón tan solo diecisiete días después de terminar el rodaje. Ello hizo que la actriz no fuera capaz de ver nunca el film entero, por el dolor que le causaba. Katharine Hepburn ganó merecidamente al fin el Oscar por su trabajo. 

En 1968 fue Leonor de Aquitania en el drama histórico El león en invierno (Anthony Harvey) junto a Peter O'Toole y volvió a ganar el Oscar. Tras un largo periplo de nominaciones sin premio, Katharine lograba dos consecutivos, lo que demostraba su gran talento y la reconocía como una de las mejores actrices de la historia.

La loca de Chaillot (Bryan Forbes, 1969) fue, sin embargo, un fracaso de público y crítica, tanto del film como de su trabajo.

En el teatro representará a Coco Chanel en un musical de Broadway, todo un reto para ella, pues no tenía dotes especialmente idóneas para el canto.

Las troyanas (Michael Cacoyannis, 1971), una producción europea basada en una obra de Eurípides, supuso un nuevo experimento en su carrera. Katharine parecía dispuesta a aventurarse en proyectos originales en esos últimos años de su carrera, sin miedo al fracaso, algo muy propio de su fuerte temperamento que la hizo siempre una mujer decidida y valiente.

Tampoco acertó con su siguiente película, A Delicate Balance (Tony Richardson, 1973). En 1975 protagoniza el western El rifle y la Biblia (Stuart Millar), una secuela de Valor de ley (Henry Hathaway, 1969), donde trabajó al lado de John Wayne y en el que interpretaba a una misionera solterona, papel que nos recuerda inevitablemente al de La reina de África.

Y en 1976 volvió al teatro en Broadway trabajando en una pieza de Enid Bagnold, A Matter of Gravity.

La gran aventura en globo (Richard A. Colla, 1978) es otro de esos trabajos que la actriz acepta por cuestiones personales, en este caso porque le ofrecía la posibilidad de montar en globo. La comedia fue un rotundo fracaso.

Por estos años, la actriz había empezado también a participar en películas para la televisión. Se estrenó en 1973 con un drama de Tennessee Williams, El zoo de cristal. En 1975 rodó con Laurence Olivier El amor en ruinas, dirigida por George Cukor. Y fue precisamente con otro telefilm con el que filmó su décima y última colaboración con su amigo George Cukor. Se trata de El trigo está verde, de 1979.

Katharine es ya mayor y empieza a ser muy perceptible un temblor incontrolado de su cabeza. Pero ello no es impedimento para la actriz que, además, sabrá utilizar este problema de salud para dar mayor verosimilitud a sus personajes. Es lo que sucede cuando rueda En el estanque dorado (Mark Rydell, 1981), junto a un también anciano Henry Fonda, sobre un matrimonio mayor, los problemas de la vejez y en la relación con los hijos. El trabajo de ambos protagonistas fue perfecto y ambos recibieron sendos Oscars que, en el caso de la actriz, era el cuarto, un récord absoluto.

Lógicamente, el trabajo de la actriz es cada vez más esporádico. Sigue haciendo algún trabajo en teatro, The West Side Waltz en 1981, y en el cine rueda en 1985 La última solución de Grace Quigley (Anthony Harvey), comedia negra en la que interpreta a una anciana deseosa de morir. No es un film muy exitoso, pero demuestra una vez más el arrojo de la actriz incluso bromeando con un tema tan cercano entonces como la muerte.

Hace también pequeños papeles para la televisión, aunque no se trate de nada memorable. Pero al menos sigue activa. Y en 1991 publica sus memorias, Yo: Historias de mi vida que fue un éxito de ventas inmediato.

En 1992 rodó para la televisión The Man Upstairs, junto a Ryan O'Neil y en 1994, con Anthony Quinn, This Can't Be Love, basada en su propia vida.

Su última película para el cine fue Un asunto de amor (Glenn Gordon Caron, 1994), drama romántico que es un remake de Tú y yo, rodada en 1939 y 1957 en dos versiones por Leo McCarey.

Su salud fue deteriorándose irremediablemente a lo largo de la década de los noventa llegando a padecer demencia senil en el tramo final de su vida, que terminó a los 96 años, víctima de un cáncer de garganta, un 29 de junio de 2003.

Nos quedan para siempre sus películas, especialmente aquellas en que sus personajes parecían ser una extensión de sus creencias personales y de su propia personalidad. Porque Katharine Hepburn era diferente a otras actrices de la época, más acordes con el rol de la mujer aceptado generalmente por la sociedad. Pero ella era una mujer moderna, libre, feliz de su independencia, capaz de retar por igual a hombres o mujeres y dueña de su destino. De ahí que no le atrajera nunca la vida social ni el contacto constante con los admiradores. Defensora de su vida privada, permanecía alejada de locales de moda y entrevistas, lo que no la hacía especialmente popular. Tampoco fue una devota esposa, aunque su amor por Spencer Tracy fue incuestionable y eterno, ni madre, papel para el decía no estar preparada. Ella tomaba siempre sus propias decisiones, con una fortaleza y determinación inquebrantables.

Con nada menos que doce nominaciones y cuatro Oscars finalmente ganados, es evidente que estamos ante una actriz excepcional, historia y leyenda del cine.

martes, 2 de noviembre de 2021

Footloose



Dirección: Herbert Ross.

Guión: Dean Pitchford.

Música: Miles Goodman.

Fotografía: Ric Waite.

Reparto: Kevin Bacon, Lori Singer, John Lithgow, Chris Penn, Sarah Jessica Parker, Dianne Wiest, John Laughlin, Lynne Marta, Elizabeth Gorcey, Frances Lee McCain. 

Beaumont, un pequeño pueblo del medio oeste, vive bajo el recuerdo de un fatídico accidente de tráfico que causó la muerte a varios jóvenes de la localidad y que llevó a sus fuerzas vivas, capitaneadas por el reverendo Moore (John Lithgow), a prohibir el baile, entre otras cosas. Cuando Ren (Kevin Bacon) llega al pueblo, intentará cambiar la situación.

Mis expectativas respecto a Footloose (1984) eran bastante pobres, pues me temía enfrentarme a una banal comedia de adolescentes con el trasfondo del baile como leitmotiv. De hecho, el tema de que un pueblo prohiba bailar a sus habitantes me parecía un argumento lo suficientemente estúpido como para no esperarme nada bueno de la cinta. Sin embargo, al tratarse de un film con cierta reputación, me decidí a darle una oportunidad y he aquí que, finalmente, he de reconocer que, sin ser una gran película, contiene ciertos detalles interesantes.

Para empezar, el argumento evita caer en los tópicos más conocidos en cuanto al tema de los adolescentes, al menos no lo hace sistemáticamente. Es lógico que se trate el tema del sexo, pero sin caer en lo vulgar ni lo forzado, sino como algo más del relato que encaja perfectamente con el resto. Pero donde encuentro que el argumento es más interesante es que aprovecha el asunto del baile para adentrarse con inteligencia en el tema de las relaciones familiares, en especial con el reverendo y su hija Ariel (Lori Singer) y cómo se han ido distanciando tras la muerte en accidente del hermano de la joven. Los personajes, además, son tratados con profundidad y no se cae en lo más sencillo, que sería dibujarlos con trazo grueso. Así, el reverendo no es un fanático descerebrado, sino que en su interior cree sinceramente estar haciendo lo correcto para la comunidad al imponer restricciones a las diversiones de los jóvenes. Lo hace desde el dolor de la pérdida del hijo, pero convencido de ayudar así a otros adolescentes. Cuando su esposa (Dianne Wiest) y su hija le hacen ver que no comparten sus puntos de vista, es capaz de reflexionar sin ofuscarse y rectificar a tiempo. 

También las relaciones entre los jóvenes se abordan de manera lógica. Es verdad que aquí topamos con situaciones más conocidas, pero de nuevo el guión evita entrar de lleno en los tópicos y ofrece una visión de los problemas de los adolescentes menos superficial de lo que a menudo vemos en comedias del género.

Los diálogos están cuidados y en general tenemos la impresión de que la película, más allá de su vertiente comercial evidente, aspiraba a ser algo más que un film resultón, intentando dotarlo de profundidad, que sirviera también como punto de reflexión sobre la intransigencia, los fanatismos (vecinos que quieren quemar libros) o las relaciones generacionales.

El tema de la música está muy presente, como era de esperar en un film que gira en torno a la prohibición del baile en la comunidad y cómo los jóvenes desean esa fruta prohibida. Pero los números están bien integrados en el relato y tampoco se abusa de ellos, siendo filmados con cierta eficacia; además, la elección los temas me parece bastante acertada, en especial el tema principal, muy pegadizo y dinámico.

Herbert Ross cuenta con un grupo de actores muy bueno. Kevin Bacon ya apuntaba maneras y Chris Penn me pareció un actor muy bueno. En cambio, Lori Singer no deja de ser un rostro bonito, mientras que Sara Jessica Parker está mucho mejor, más fresca y natural. 

Footloose fue un éxito sorprendente en su momento y sembró la semilla de otras películas que se adentrarían en el comercial y popular cine de adolescentes. Aún a día de hoy, a pesar del tiempo transcurrido, se puede seguir disfrutando como un film correcto y entretenido.

lunes, 1 de noviembre de 2021

No matarás... al vecino




Dirección: Joe Dante.

Guión: Dana Olsen.

Música: Jerry Goldsmith.

Fotografía: Robert M. Stevens.

Reparto: Tom Hanks, Bruce Dern, Fisher,  Rick Ducommun, Corey Feldman, Wendy Schaal, Henry Gibson, Brother Theodore, Courtney Gains.

A un elegante barrio residencial acaban de llegar los Klopek, cuyo extraño comportamiento llama la atención de sus vecinos: no salen durante el día y todas las noches salen extraños ruidos del sótano.

No matarás... al vecino (1989) es una comedia negra un tanto surrealista que nos puede recordar por momentos a Alfred Hitchcock y su Ventana indiscreta (1954), por el tema de los vecinos que espían a otros vecinos, o, hilando más fino, a Arsénico por compasión (Frank Capra, 1944), por el humor negro, los crímenes y lo disparatado de la historia. Por desgracia, el resultado se queda a años luz de ambos precedentes: ni la tensión está tan bien llevada como la del director inglés, ni la comedia es tan inteligente y sublime como en Capra.

Y es que, aunque la idea inicial del film pueda resultar de cierto interés, lamentablemente el guión resulta del todo fallido. Me dio la impresión de un trabajo un tanto chapucero, carente de verdadero nivel, recurriendo a un humor burdo, ramplón, totalmente básico, elemental, infantil. Nunca me gustó ese humor que se basa exclusivamente en los excesos y eso es exactamente lo que tenemos aquí. Es un humor sin inteligencia, sin chispa, que no me sacó ni una sonrisa a lo largo de toda la película.

Se recurre a la caricatura más básica a la hora de dibujar a los personajes, que resultan artificiosos y toscos: desde el vecino comilón (Rick Ducommun) al veterano de guerra (Bruce Dern), pasando por el joven Ricky (Corey Feldman), un prodigio de sobre excitación y sobre actuación a partes iguales. ¿Y qué decir de los Klopek?: es tan excesiva la caracterización que se parecen más a dibujos animados salidos de una mente trastornada que a personas reales.

El único interés que puede hacernos aguantar hasta el final es descubrir quienes son realmente y que hacen en el sótano los Klopek. En ello asienta Joe Dante la intriga que pueda mantener nuestro interés hasta el desenlace. El problema es que no basta con crear un elemento de tensión si el desarrollo del argumento es poco imaginativo y recurriendo siempre a un humor escasamente inteligente. Incluso los artificios de Dante a la hora de dirigir el film, buscando dinamismo y cierto toque personal, tampoco me resultaron especialmente inspirados, sino más bien irritantes por momentos.

Tal vez se pueda rescatar esa crítica a la sociedad burguesa, que vive en bonitos barrios y aparenta tener cierta clase pero que, en realidad, son personas sin demasiada educación, con una vida rutinaria y ese espíritu cotilla que les lleva a sobrepasar los límites de la buena vecindad. Como reconoce Ray Peterson (Tom Hanks), los raros son ellos, la gente aparentemente normal. Es, desde mi punto de vista, el único detalle que se salvaría del desastre general.

No sé si es fruto del guión tan básico, pero el trabajo de los actores me pareció igualmente desangelado. Tom Hanks es uno de los actores contemporáneos que me resultan más interesantes, pero he de reconocer que me ha defraudado en esta ocasión, puede que por culpa del director, no lo sé, pero parecía como desganado, sin chispa. Y lo mismo me pareció el trabajo de Henry Gibson, que se pasea como un alma en pena. Bruce Dern tampoco parecía a la altura de su reputación y el joven Corey Feldman parecía actuar atacado todo el tiempo por una extraña corriente eléctrica interior; solamente Carrie Fisher me resultó mínimamente acertada.

No sé, parece ser que No matarás... al vecino tiene sus rendidos admiradores, pero me cuesta encontrar algo mínimamente interesante en este cúmulo de majaderías sin pizca de imaginación.