Dirección: Erika Wasserman.
Guión: Christin Magdu y Erika Wasserman.
Música: Matti Bye y Anders af Klintberg.
Fotografía: Niels Buchholzer.
Reparto: Katia Winter, Jesper Zuschlag, Henrik Dorsin, Nour El-Refai, Vera Carlbom, Pablo Leiva Wenger, Hannes Fohlin, Sara Shirpey, Bahar Pars, Albin Grenholm.
Hanna (Katia Winter) decide hacer caso a su novio Morten (Jesper Zuschlag) y renuncia a su trabajo para dedicarle más tiempo a él y a su hijo; pero justo en ese momento, Morten rompe con ella.
Uno de los problemas de muchas comedias es que parecen que no se toman en serio lo que nos cuentan, al menos es lo que me pareció esta película sueca con un título, El año en que empecé a masturbarme (2022), que parece un reclamo para atraer a cierto tipo de espectadores.
La cinta no deja de ser la típica comedia romántica, pero con el tema de la masturbación, un recurso que finalmente libera a la protagonista y la reconcilia consigo misma, intenta ofrecer un enfoque novedoso y, en teoría, algo transgresor. Es evidente que el tema del sexo sigue rodeado de muchos prejuicios, pero no creo que a estas alturas, y para el público al que va dirigida la película y la superficialidad con que trata el tema, un enfoque así pueda aportar nada más que un toque ligeramente picante.
En cuanto al desarrollo, la verdad es qua la cinta no tiene mucho que ofrecernos: un desarrollo bastante típico donde en la primera parte todo empieza a torcerse en la vida de Hanna para, en la parte central, tocar fondo para llegar a un final donde las cosas, casi milagrosamente, terminan por reconducirse para ofrecernos un final feliz en el que la protagonista se reencuentra con sus amigos, organiza su vida y se hace plenamente consciente de lo que quiere de la vida.
En teoría, un argumento así no tendría porqué resultar un inconveniente, pero la clave está en que nada en el desarrollo de la historia es interesante. La supuesta comicidad apenas aparece y siempre vinculada al tema del sexo, algo demasiado básico si encima no se aporta mucha originalidad. Tampoco la parte dramática, que es necesaria siempre, tiene demasiada profundidad. En realidad, todo en la película resulta demasiado superficial como para que nos llegue a importar y tanto el planteamiento inicial como la resolución final son casi infantiles, lo mismo que la mayoría de personajes secundarios que caen en lo absurdo o ridículo mayoritariamente.
En verdad, solamente es reseñable la frescura y el encanto de Katia Winter, lo único realmente salvable de la película.