El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 21 de junio de 2015

Tiempo de matar



Dirección: Joel Schumacher.
Guión: Akiva Goldsman (Novela: John Grisham).
Música: Elliot Goldenthal.
Fotografía: Peter Menzies Jr.
Reparto: Matthew McConaughey, Sandra Bullock, Samuel L. Jackson, Kevin Spacey, Brenda Fricker, Oliver Platt, Charles S. Dutton, Ashley Judd, Patrick McGoohan, Donald Sutherland, Kiefer Sutherland.

En un pequeño pueblo de Mississippi, dos jóvenes blancos, borrachos, violan a una niña negra de diez años. Los jóvenes son detenidos poco después y, cuando se dirigen a la vista previa del juicio, el padre de la niña, tomándose la justicia por su cuenta, los mata.

John Grisham debutó como novelista con un libro sobre el racismo en el profundo Sur norteamericano que dio pie, años más tarde, a esta película de Joel Schumacher. Tiempo de matar (1996) es un film bastante atractivo sobre el papel, al reunir en un solo argumento temas tan peliculeros como la segregación racial o el subgénero de los juicios. Además, Schumacher se rodea de un atractivo elenco, con nombres tan conocidos como los de Sandra Bullock, Samuel L. Jackson, Kevin Spacey o Donald Sutherland, además del atractivo Matthew McConaughey en la piel del abogado Jake Brigance.

Y la verdad es que Tiempo de matar arranca de una manera brillante, sin rodeos, metiéndonos en el argumento de golpe, de manera que sin apenas tiempo para acomodarnos ya asistimos a la violenta y salvaje violación de la niña (afortunadamente filmada con suma inteligencia por parte del director, que evita todo detalle macabro y cruel innecesarios), la detención de los degenerados que la violaron y su muerte a manos del padre de la niña (Samuel L. Jackson). Una explosión de violencia en apenas unos minutos. El problema es que las buenas expectativas que genera este comienzo pronto comienzan a diluirse lentamente en un desarrollo con muy poco nervio y menos originalidad.

Para empezar, una vez pasado el bombazo inicial, el argumento comienza a perderse en caminos muy vistos y pierde la fuerza inicial para adentrarse en terrenos menos originales. La trama se vuelve bastante previsible, llena de tópicos y situaciones que no aportan demasiado; los diálogos carecen de fuerza y el argumento se recrea en situaciones muy poco originales. Incluso las relaciones entre los personajes principales carecen de un buen planteamiento y se quedan en temas comunes, no demasiado desarrollados y que carecen realmente de fuerza. Así, la relación entre el abogado y la joven Ellen Roark (Sandra Bullock), que prometía cierta tensión sexual, se queda en una especie de tonteo adolescente sin trascendencia alguna para la trama, por lo que llegamos a plantearnos la necesidad de incluir a ese personaje en la historia. Da la sensación de que una especie de código moral ultra conservador velara por que ninguno de los protagonistas cometiese cualquier acto indigno, como una supuesta infidelidad. Tampoco cuaja del todo la relación entre el joven Brigance y su mentor Lucien Wilbanks (Donald Sutherland), dibujada de un modo tan esquemático que no aporta tampoco nada a la historia. Este personaje de Wilbanks me recordó un poco al de Arthur O'Connell en Anatomía de un asesinato (Otto Preminger, 1959) y viendo su consistencia comprendemos lo fallido del personaje del abogado fracasado encarnado por Donald Sutherland en Tiempo de matar. Incluso los villanos de turno, pese a la fiereza radical con son dibujados, terminan por resultar bastante inocentes a la hora de ejecutar sus amenazas, quedando todo en más ruido que nueces, sin duda motivado esto por la obsesión en darle a la película un final feliz.

Y es que, como decimos, ni los personajes ni tampoco la trama están todo lo bien desarrollados que debieran. Y eso que la película aborda temas muy interesantes y con muchas posibilidades, como son la segregación racial en el Sur, la violencia, la falta de justicia para los negros, el Ku Klux Klan, etc. pero los aborda de manera un tanto superficial y efectista, al servicio de dotar a la historia de los necesarios climax emocionales, pero dejando de lado una mayor profundización en los mismos. La película toma el camino más comercial en detrimento de cualquier otra consideración.

Incluso el momento cumbre del film, el juicio, que suele ser un tema que resulta siempre lleno de posibilidades dramáticas en su puesto en escena, cae aquí en una sucesión de secuencias breves y un algo insustanciales que nos dejan un tanto desencantados. Sólo el alegato final de Jake Brigance tiene cierta fuerza y logra cerrar la película con un poco de tensión. Pero, cuando la película hubiera debido acabar en ese instante, el director prefiere alargar el final innecesariamente, rompiendo el encanto del discurso con unas detenciones finales del todo precipitadas y poco creíbles con la única finalidad de servirnos un final casi perfecto. La última secuencia de la fiesta es del todo prescindible.

La conclusión que saco es que tanto empeño en crear ese final feliz, sin duda más gratificante moralmente, no deja de resultar un tanto irreal y menos creíble que un veredicto de culpabilidad para Carl Lee (Samuel L. Jackson), resultando un tanto perjudicial para la película.

Tampoco el trabajo del director terminó de convencerme. Es verdad que mantiene un tono bastante constante y logra hacer que el film transcurra de manera ágil, salvando con nota la larga duración de la cinta, que nunca llega a cansarnos. Pero también es cierto que en algunos momentos Schumacher no consigue filmar algunas secuencias con el talento necesario, en especial las de lucha entre blancos y negros, quedando dichas secuencias un tanto desdibujadas y sin fuerza. En todo momento notaba que estábamos ante unas secuencias orquestadas, sin la dosis de verosimilitud necesarias para tomarlas en serio.

En cuanto al reparto, destacaría a Sandra Bullock, que llena la pantalla cada vez que aparece en escena. Por contra, Matthew McConaughey no terminó de convencerme. Muy bien los Sutherland, padre e hijo, a pesar de que el guión explota poco sus personajes. El resto, con Kevin Spacey al frente, cumplen con solvencia.

En definitiva, una película interesante, bastante entretenida en su conjunto, pero con algunos fallos importantes como para convertirla en un entretenimiento sin más, y al que le debemos achacar que no explotara todo lo bien que hubiésemos querido las múltiples posibilidades del argumento.

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