El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 28 de junio de 2014

Pánico nuclear



Dirección: Phil Alden Robinson.
Guión: Paul Attanasio y Daniel Pyne (Novela: Tom Clancy).
Música: Jerry Goldsmith.
Fotografía: John Lindley.
Reparto: Ben Affleck, Morgan Freeman, James Cromwell, Liev Schreiber, Bridget Moynahan, Alan Bates, Ciaran Hinds.

En el año 2002, un árabe encuentra una bomba enterrada en la arena, sin saber exactamente su naturaleza y su valor. Se trata nada menos que una bomba nuclear procedente de un avión israelí que caerá en manos de un fanático nazi dispuesto a provocar un conflicto militar entre Estados Unidos y Rusia.

El tema de la guerra fría y la posibilidad de un conflicto nuclear entre Estados y Rusia ha dado mucho juego, tanto en literatura como en el cine. Pánico nuclear (2002) es una nueva aproximación a un tema que puede dar mucho juego pero aquí se queda en un planteamiento bastante esquemático, dando como resultado una película entretenida pero sin demasiado interés.

De nuevo tenemos en acción a Jack Ryan, el personaje más reconocible de Tom Clancy, encarnado en anteriores adaptaciones de sus novelas por Harrison Ford y Alec Baldwin. En esta ocasión es el atractivo pero frío Ben Affleck el encargado de encarnar al protagonista, y hay que reconocer que su trabajo está bastante mejor que en otros trabajos de este actor. Morgan Freeman le da la réplica con su habitual acierto, si bien su papel no es todo lo importante que hubiéramos deseado.

Pero no es en el reparto en donde encontramos los principales problemas de Pánico nuclear, que falla principalmente por culpa de su argumento.

Para empezar, la trama no resulta demasiado creíble. La figura del sádico nazi dispuesto a provocar un conflicto mundial se acerca más a los malos de la serie de James Bond que a un villano auténtico y convincente. A pesar del intento de verosimilitud con que es presentado, uno no puede dejar de ver lo aparatoso del planteamiento y su escasa solvencia. Por si ello fuera poco, la escalada que está a punto de provocar una guerra abierta entre Rusia y Estado Unidos tampoco termina de resultar convincente. A uno se le ocurren varias alternativas que un presidente sensato podría tomar antes de decidirse por desencadenar un ataque nuclear masivo.

Si la trama política no termina de funcionar, el resto del entramado tampoco. Ni la relación de Jack Ryan con sus superiores está bien desarrollada ni su relación sentimental tiene la entidad necesaria para tener un peso específico en la historia. Parece más bien un detalle de cara a la galería, imprescindible por cuestiones de taquilla, que algo que encaje y aporte algo a la historia.

Y para rematarlo todo, el desenlace de la trama resulta precipitado y tosco, sin interés, sin tensión, sin emoción y absolutamente previsible. Bueno, salvo la conversación de Ryan con el presidente ruso, un giro del todo increíble y hasta absurdo que es la mala guinda a un pastel bastante pobre.

Da la impresión que la adaptación de la novela de Clancy no se hizo con el acierto necesario, limitándose los guionistas a ofrecernos una mezcolanza de intriga, romance y relaciones personales bastante banales y sin mucha imaginación.

En definitiva, un film para pasar el rato pero que se queda muy lejos de ser un film inteligente y mucho más lejos de la excelencia.

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