El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

jueves, 29 de enero de 2015

Marcado a fuego



Dirección: Rudolph Maté.
Guión: Sydney Boehm (Novela: Max Brand).
Música: Roy Webb.
Fotografía: Charles Lang.
Reparto: Alan Ladd, Mona Freeman, Charles Bickford, Robert Keith, Joseph Calleia, Peter Hansen, Tom Tully.

Choya (Alan Ladd), un pistolero sin fortuna, conoce a un forajido que lo convence para que se haga pasar por el hijo de un rico ganadero que fue secuestrado de niño y poder, de esta manera, hacerse con un buen botín.

Marcado por el fuego (1950) es un film típico de la denominada serie B, y con esto ya podría quedar dicho todo. La película, cuyo título ya nos anuncia el melodrama poderoso que encierra en sus entrañas, es de una simplicidad bastante evidente.

El comienzo, sin embargo, promete un poco más de lo que luego nos ofrece el guión de Sydney Boehm, que ya no debió parecer gran cosa en su momento pero al que el paso del tiempo ha afectado demasiado, convirtiendo la historia en un drama un tanto ridículo e infumable. De hecho, el encorsetar  la historia en el género del western queda un tanto forzada, pues el argumento se presta más a otro tipo de géneros.

Como decimos, el comienzo de la película es quizá lo único salvable, mientras Alan Ladd encarna al villano que intenta estafar a una familia que ha visto como secuestraban a su hijo varón con sólo cinco años de edad. Sin embargo, pronto el guión toma un giro moralista y edificante que sumerge la película en una espiral bastante patética. Choya empieza a sentirse mal en su papel de estafador, como no podía ser de otra manera al ser el héroe de la cinta,  y termina por convertirse en una especie ángel benefactor dispuesto a todo para reunir de nuevo al hijo perdido con su familia. Aquí la historia ya pierde el norte definitivamente y asistimos a giros argumentales bastante rebuscados, secuencias del todo increíbles, huídas inverosímiles y conversaciones de una vulgaridad y una torpeza alarmantes.

El final, precipitado y torpe, con los protagonistas a punto de llorar conmovidos por el discurso ramplón y sensiblero del pistolero arrepentido, es para enmarcar como ejemplo de un cine burdo y elemental que se ha quedado del todo desfasado.

Lo único que realmente puede salvarse de la película es su reparto más o menos convincente. Y digo más o menos porque, por nombres, Marcado por el fuego tiene actores de cierto peso, si bien ninguno termina de resultar convincente, marcados todos por un guión tan pobre y una absoluta falta de definición de los personajes, enmarcados en estereotipos un tanto torpes.

Dirige el engendro Rudolph Maté, al que le habría ido mejor si se hubiera quedado en director de fotografía, donde podemos recordarlo en películas como Ser o no ser (Ernst Lubitsch, 1942) o Gilda (Charles Vidor, 1946).

Definitivamente, una película que no hace mucho por el western y de la que es mejor pasar directamente.

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