El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 26 de agosto de 2016

El hombre lobo



Dirección: George Waggner.
Guión: Curt Siodmak.
Música: Charles Previn, Hans J. Salter y Frank Skinner.
Fotografía: Joseph A. Valentine.
Reparto: Lon Chaney Jr., Claude Rains, Warren William, Ralph Bellamy, Patric Knowles, Bela Lugosi, Maria Ouspenskaya, Evelyn Ankers, J.M. Kerrigan, Fay Helm.

Larry Talbot (Lon Chaney Jr.) vuelve tras una larga ausencia al castillo familiar, en un pueblo de Gales. Allí conoce a Gwen (Evelyn Ankers), una bella joven de la que se enamora, la cuál le habla de una leyenda relativa a la existencia de hombres lobo. Precisamente, esa noche, un lobo atacará y matará a una amiga de Gwen y herirá al propio Larry, que sin embargo logrará matar al animal.

Tras las primeras películas de terror de los años treinta, donde destacaron las centradas en Drácula o Frankenstein, los cuarenta dieron lugar a otra serie de films de menor empaque, entre ellos este El hombre lobo (1941), que daba vida a un nuevo monstruo para nuestro repertorio de terrores íntimos. En realidad, ya había un primer precedente de esa figura con El lobo humano (Stuart Walker, 1935), si bien será esta película de Waggner la que asentará el mito en el imaginario popular.

El hombro lobo es un film que, visto en la actualidad, resulta más una curiosidad casi arqueológica que otra cosa. Para empezar, es evidente que lo que podía resultar más o menos aterrador en el momento del estreno del film, hoy en día está más que superado. No digo que para bien, pero el terror ha evolucionado de una manera muy notable, a veces sobrepasando ciertas límites para llegar a un todo vale que nos ha dejado películas donde prima más lo explícito, hasta límites muy desagradables, que lo psicológico, con guiones sin profundidad ni el más mínimo interés intelectual. En este sentido, a favor de El hombre lobo podemos decir que, si bien de una manera un tanto superficial, muestra los miedos de Larry, un hombre culto y buena persona, al verse arrastrado a un estado en el que no es dueño de sus actos. Se trata, por tanto, de un cine de terror que no deja de lado el aspecto humano de los personajes, como sucedía ya en la mítica El doctor Frankenstein (James Whale, 1931), con un monstruo atormentado por su propia naturaleza.

Lo que sí que hay que criticar al film de George Waggner es la simpleza del guión, que pasa de puntillas sobre casi todos los elementos, personajes incluidos, dejando la impresión de que, o bien no se terminó de afinar del todo o bien el presupuesto produjo recortes notables en la historia. El caso es que el argumento está simplificado al máximo, con lo que los personajes no terminan de tener profundidad ni el drama se plantea en toda su extensión. Y fruto de un guión tan básico, los diálogos tampoco alcanzan un nivel mínimo, dando lugar a conversaciones un tanto pueriles cuando no ridículas, llegando al colmo con la vieja zíngara y su repetido sermón crepuscular.

A la par con esta sencillez argumental está la muy elemental y esquemática puesta en escena, con la sucesión de pequeños cuadros que nos remiten más al mundo del teatro filmado o al del cine mudo, por su simplicidad y una cierta discontinuidad. Ambos elementos (el guión tan básico y la puesta en escena) hacen que la película se vea hoy en día como una obra demasiado elemental, sin el peso y la profundidad necesarias. Y como el miedo que puede producirnos hoy en día es mínimo, se queda como una mera curiosidad histórica con poco valor intrínseco.

Y tampoco ayuda nada el reparto, no sé si mal dirigidos o no. El caso es que Lon Chaney Jr. resulta demasiado artificial en su interpretación, con unos gestos demasiado exagerados, lo que nos vuelve a recordar a ese estilo tan teatral del cine mudo y que resta credibilidad a su personaje. Y lo mismo sucede con todo el reparto, donde no se explota convenientemente a los actores, que parecen demasiado acartonados, con un trabajo muy poco natural.

Todo ello me lleva a dudar seriamente de la calidad del director, un hombre sin ningún título respetable en una filmografía no muy abundante y que, al menos aquí, realiza un trabajo un tanto tosco, desaprovechando gran parte de las posibilidades dramáticas de la historia.

En definitiva, una curiosidad que hay que observar desde un punto de vista más histórico en cuanto al inicio del género que otra cosa, puesto que a nivel artístico la película me parece un tanto limitada.

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