El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 6 de noviembre de 2016

La puerta del cielo



Dirección: Michael Cimino.
Guión: Michael Cimino.
Música: David Mansfield.
Fotografía: Vilmos Zsigmond.
Reparto: Kris Kristofferson, Isabelle Huppert, Christopher Walken, Jeff Bridges, Sam Waterston, John Hurt, Mickey Rourke, Brad Dourif, Terry O'Quinn, David Mansfield.

James Averill (Kris Kristofferson) es un joven de buena familia que tras su graduación en la universidad, en 1870, decide marchar al Oeste, en plena expansión. Veinte años después ejerce de sheriff en un condado de Wyoming donde la poderosa asociación de ganaderos local ha declarado la guerra a los inmigrantes pobres que malviven esperando un trozo de tierra que trabajar.

Si había una película que hacía bastantes años que tenía muchas ganas de ver era La puerta del cielo (1980), por varias razones. Primero, por la fascinación que me produjo El cazador (1978), sin duda el gran éxito de Cimino y una obra de arte terriblemente conmovedora. En segundo lugar, por tratarse de un western de los años ochenta, y es que el western es el género de mi infancia y cualquier intento de resucitarlo, después de su "muerte" tras su época de esplendor, merece mi atención y mi respeto. Y en tercer lugar, por ser la película maldita que arruinó a la United Artists, por provocar el fin de una época de esplendor de la figura del director (desde finales de los sesenta hasta este film), que perdió poder a partir de entonces, y por acabar en la práctica con la carrera de su director. Como se ve, razones más que suficientes para desear poder valorar personalmente esta película tan especial.

Y el caso es que, lamentablemente, creo que sigo sin poder hacer una valoración justa y exacta de La puerta del cielo (maravilloso título que hace referencia al local en que celebraban sus fiestas y reuniones los inmigrantes en el Condado de Johnson). Y es que la versión de dos horas y media que he visto no es la película que había filmado Cimino, cuyo grandioso y excesivo proyecto iba más allá de las cinco horas y que se ha perdido definitivamente. En su estreno, la productora intentó arreglar lo que se presentaba ya como un descomunal fracaso económico (Cimino pasó de un presupuesto inicial de siete millones y medio a cuarenta y cuatro millones al final del rodaje) a base de tijeretazos, dejando la película con poco más de tres horas y media de metraje y visiblemente mutilada. Michael Cimino fue víctima, como tantos otros, de la industria, que no siempre entendió bien las ambiciones de gente más inclinada hacia el arte que hacia los negocios. Esta ambición del director acabó con toda una época de grandes películas (El padrino, Toro salvaje, Apocalipsis Now, etc) donde se perseguía crear algo grandioso. Y de paso, se cerró las puertas de Hollywood. Su carrera posterior, tras un parón de cinco años, ya no tuvo mucho recorrido.

En cuanto a la versión que nos ha llegado, la verdad es que se constata que era una película ambiciosa donde Cimino quería superarse a sí mismo y su maravillosa El cazador. No solo el metraje delata las intenciones del director, sino el tiempo que se toma en cada escena, aunque sean escenas "menores". Intuimos que todo estaba medido, calculado, todo era necesario en la mente del director para crear un relato intenso y cuidado de una página muy oscura de la historia de los Estado Unidos, como fue la expansión hacia el Oeste y el trato no siempre justo ni compasivo con los miles de inmigrantes que iban a intentar salir adelante en el Nuevo Mundo. Pocas veces hemos visto en el cine expuestos con tanta crudeza y sinceridad los intereses económicos de la clase dominante y su falta de escrúpulos a la hora de imponer sus intereses. Se trata de una visión muy crítica sobre la reciente historia norteamericana, que desmitifica el sueño americano y nos muestra el desprecio por la vida de una oligarquía despiadada.

Pero no solo en el cuidado en el desarrollo de la historia advertimos la magnitud del proyecto del director. Este también se adivina en la meticulosa ambientación, hasta los más pequeños detalles, apoyada en una fotografía espectacular y una asombrosa movilidad de la cámara, sin duda anticipándose a la moda reciente de la cámara en mano, pero aquí con una intencionalidad más allá del mero alarde estético carente de contenido. La cámara se mueve con los personajes, "baila" con ellos para hacernos partícipes e integrantes también del baile; y es que el baile es algo fundamental en esta película. Primero, en la graduación en Harvard, con el Danubio Azul vigoroso e hipnotizador, como un carrusel colorido. Después, con la maravillosa escena del baile con patines de los inmigrantes, precioso espectáculo en el que la cámara es un personaje más. Y finalmente, el baile macabro final, el de los inmigrantes alrededor de los matones a sueldo de los ganaderos, de nuevo filmado con un talento genuino y una violencia extrema. Aprovecho para llamar la atención sobre la maravillosa banda sonora de David Mansfield, que es quien toca el violín en el baile de los patinadores.

En el reparto, el director confió en Christopher Walken, que ya había trabajado con él en El cazador, y que vuelve a realizar un trabajo genial aquí, y en el cantante Kris Kristofferson, que años atrás había empezado a asomarse al mundo del cine. La gran sorpresa es Isabelle Huppert, verdaderamente cautivadora, si bien parece más una dulce joven que una prostituta.

Los recortes en el metraje de la película son evidentes en algunas transiciones un tanto bruscas y en pequeños detalles en los que el argumento parece dar algunos saltos, lo que perjudica lógicamente al conjunto de la historia. Pero también hay otro elemento que no terminó de convencerme y es la excesiva frialdad que recorre toda la película. Incluso la romántica historia de amor de los tres protagonistas carece de la calidez necesaria y la vivimos con cierto distanciamiento, lo que no ayuda mucho para que nos impliquemos más en sus vicisitudes. Incluso el desenlace, aquí no sé si por los cortes de la productora, me parece también un tanto precipitado, sin el peso dramático necesario.

Aún así, La puerta del cielo me parece un western honesto y muy cuidado, donde se adivina un gran trabajo en todos sus apartados. Siendo evidente la desmesura de Cimino en esta película, opino que está muy lejos de las pobres valoraciones de crítica y público que recibió en su estreno. Afortunadamente, en la actualidad empiezan a alzarse algunas voces defendiendo la calidad de La puerta del cielo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario