Dirección: Gordon Douglas.
Guión: Ted Sherdeman.
Música: Bronislau Kaper.
Fotografía: Sidney Hickox (B&W).
Reparto: James Whitmore, Edmund Gwenn, Joan Weldon, James Arness, Onslow Stevens, Chris Drake, Leonard Nimoy.
En Nuevo México, la policía localiza a una niña caminando sola en estado de shock y también una caravana destruida, así como una tienda y a su propietario muerto. Lo que no consiguen averiguar es qué o quién pudo haber causado eso.
La ciencia ficción no dejaba de ser un género menor en los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, propio de películas de serie B. Sin embargo, en la opulenta sociedad estadounidense surgida tras la Segunda Guerra Mundial comenzaron a aparecer algunos films que ponían en duda la aparente tranquilidad y prosperidad del momento. Y eran, sobre todo, películas de ciencia ficción que, de manera metafórica, advertían de los peligros del comunismo, la experimentación científica o el desarrollo militar. Y es en este contexto que debemos situar a La humanidad en peligro (1954) que, con el paso del tiempo, se ha convertido en un clásico que sirvió de modelo a muchas películas posteriores.
El hecho de que la Warner Bros se encargara de la película demuestra la aceptación que empezaba a tener el género y cómo un estudio importante veía la posibilidad de rentabilizar la incursión en el mismo. Así todo, tanto por medios empleados como por reparto, La humanidad en peligro no escapa de la serie B.
La película tiene un comienzo muy interesante, al ocultarse durante la introducción muy hábilmente el origen de las misteriosas destrucciones y muertes sucedidas en Nuevo México. El guión estira lo suficiente la intriga como meternos de lleno en la historia de manera muy astuta. Una vez desvelado el misterio, las hormigas mutantes, el film opta por un desarrollo en el que prima la búsqueda de verosimilitud en detrimento de una orientación más enfocada a la acción pura y dura. Sin duda, una decisión que encuentro acertada, pues hace que la película adquiera cierta entidad y no se pierda en una simple sucesión de efectos especiales y peleas desatadas, además de conferir una dosis de plausibilidad a una premisa a todas luces absurda. Sin embargo, hay que reconocer que ello penaliza un poco la carga dramática de la historia, pues quizá el guión se excede un poco con las explicaciones científicas y las investigaciones sobre la expansión de la plaga. Ello además se hace más evidente en contraste con el eficaz arranque del film.
Técnicamente, la película iba a ser filmada en color y en 3-D, aunque los responsables del estudio, disconformes con los resultados previos, terminaron optando por el blanco y negro, que resultaba más económico y, quizá, sea más adecuado, en especial a la hora de filmar a las hormigas o, mejor dicho, a la hormiga. Debido a limitaciones de presupuesto, se optó por construir una sola hormiga a tamaño natural y la maqueta de la cabeza otras solamente. Hábilmente, el director supo paliar la economía de medios filmando en lugares oscuros y con marionetas en último plano. A pesar de estas limitaciones económicas y especialmente técnicas, el resultado es más que satisfactorio en este apartado.
El reparto, como es lógico, se confeccionó con actores habitualmente secundarios, aunque brillantes, como James Whitmore, en la piel del sargento de policía Peterson, cuyo papel más destacado había sido en La jungla de asfalto (John Huston, 1950). Edmund Gwenn, el científico Medford, había ganado un Oscar en De ilusión también se vive (George Seaton, 1947) y James Arness se haría muy conocido en España años más tarde por su trabajo en televisión como el shérif Matt Dillon en la serie La ley del revólver. En cuanto a Joan Weldon, como la doctora Pat, hija del doctor Medford, no es un rostro conocido y su papel es casi decorativo y solo para aportar la inevitable dosis de romanticismo a la historia, que está cogida en realidad con alfileres y tampoco tiene un peso específico en el desarrollo del film.
Como viene siendo habitual en las películas de ciencia ficción, las advertencias sobre los peligros de la ambición científica del hombre dejan siempre un final abierto, cargado de amenazas. Es el aviso, con toques bíblicos, de que el ser humano puede acarrear su propia destrucción. En esta ocasión por el desarrollo de un arma tan devastadora como la bomba atómica.
La humanidad en peligro pertenece a la historia de la ciencia ficción por méritos propios y es por ello que resulta un título que los amantes del género, y del cine, apreciarán en su justa medida, dentro de su modestia, claro, pero sin perder de vista su influencia en la evolución de un género que, poco a poco, se fue ganando el respeto del público y la crítica a partir de estos comienzos modestos.
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