El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

jueves, 9 de mayo de 2024

El tesoro de la montaña



Dirección: Jason R. Goode.

Guión: Andre Harden.

Música: Alain Mayrand.

Fotografía: Jan Kiesser.

Reparto: Jamie Bamber, Marie Avgeropoulos, Aleks Paunovic, Stefanie von Pfetten, Colin Cunningham, Gina Chiarelli, John Hainsworth. 

Will (Jamie Bamber) y Dawn (Stefanie von Pfetten) están pasando por serias dificultades económicas cuando en cuentan por casualidad las coordenadas de lo que podría ser el escondite del botín de un robo cometido veinte años atrás. Junto a Cheryl (Marie Avgeropoulos) y Lee (Aleks Paunovic), a los que acaban de conocer, emprenden su búsqueda.

El tesoro de la montaña (2015) es un thriller con un toque novedoso y el atractivo de una propuesta canadiense que parece salirse de los caminos tan vistos en las producciones norteamericanas, aportando sobre todo un final inesperado que nos dejará una sensación de sorpresa por su originalidad pero, sobre todo, por no querer ceñirse a lo que podríamos esperar, que es el arreglo final satisfactorio para los protagonistas. En esta ocasión, el guión de Andre Harden juega la baza de la sorpresa y resulta mucho más potente y consecuente con lo visto, siendo sin duda el mejor elemento a destacar de esta cinta.

Porque en el resto, la verdad es que El tesoro de la montaña, a pesar de empezar de manera interesante, termina por caer en la repetición de la misma situación: los cuatro protagonistas adentrándose en un paraje inhóspito en busca del dinero que los sacará de la miseria y les permitirá empezar de nuevo. Con unos diálogos poco inspirados, la película entra en una dinámica un tanto soporífera que se extiende demasiados minutos, llegando a lograr que casi perdamos el interés por los problemas de los personajes.

Solamente se intenta aderezar algo la historia con la aparición del dueño de una cabaña aislada (Colin Cunningham) donde se refugian los cuatro aventureros, pero es poca cosa para cambiar un rumbo un tanto monótono que enseguida se retoma con la continuación de la búsqueda del tesoro.

Lo que sí que queda claro es hasta dónde es capaz de llegar una persona cuando le puede la avaricia, nublándole el juicio hasta el extremo de despreciar los obstáculos, por serios que sean, como les pasa a los protagonistas. Solamente Will conservará algo de sentido común, frente a la locura de sus compañeros.

Sin embargo, este mensaje pierde fuerza al no estar acompañado de un desarrollo más potente. Falta una mejor definición de los personajes, especialmente Lee, que no termina de definirse con claridad. Falta también un mayor dramatismo, pues ni los diálogos ni las situaciones terminan por acompañar convenientemente a la idea inicial, dejando un desarrollo demasiado simple y con escaso nervio que solo se salva por el novedoso final.

El resultado es un film que sentimos desaprovechado y que no acaba de funcionar como debería. Se parece más a un telefilm rutinario que a un thriller elaborado y complejo. Pasable.

sábado, 4 de mayo de 2024

Con derecho a roce



Dirección: Will Gluck.

Guión: Keith Merryman, David A. Newman y Will Gluck.

Música: Cliff Eidelman.

Fotografía: Michael Grady.

Reparto: Mila Kunis, Justin Timberlake, Patricia Clarkson, Jenna Elfman, Richard Jenkins, Woody Harrelson, Bryan Greenberg, Nolan Gould, Emma Stone. 

Jamie (Mila Kunis), que trabaja como cazatalentos en Nueva York, consigue convencer a Dylan (Justin Timberlake), que dirige una pequeña empresa de internet, para que acepte un trabajo en la revista GQ. Pronto, lo que era una relación profesional da paso a una buena amistad.

El cine se basa en la empatía: conseguir que el espectador se identifique con los protagonistas para participar activa y emocionalmente de lo narrado en la película. Ello es sobre todo muy evidente cuando somos niños, que es cuando de verdad vivimos la ficción de la pantalla como una auténtica realidad. Con los años, esa magia se va diluyendo, pero nunca llega a desaparecer del todo. Por eso seguimos amando el cine, o la literatura; todo aquello que nos haga soñar con un mundo mejor, con una vida con algo de magia.

Las comedias románticas funcionan, a pesar de seguir un patrón repetitivo y ser predecibles y bastante improbables, porque siguen conectando con la parte íntima del espectador, con la necesidad de vivir algo hermoso, idílico. Y Con derecho a roce (2011) funciona porque, al menos en mi caso, consigue que participe de las aventuras y desventuras de Jamie y Dylan. Y lo consigue básicamente porque tanto Mila Kunis como Justin Timberlake derrochan energía, frescura, encanto y atractivo. Bueno, como soy un hombre me ha llegado mucho más Mila Kunis, pues además de atractiva su personaje me parece maravilloso. Es una chica desinhibida, alegre, con detalles inesperados, divertida. Es de esas personas con las que parece imposible aburrirse, que pueden conseguir convertir cualquier momento en algo especial. De esa manera resulta muy fácil enamorarse de su personaje y de eso se trata.

Pero además, Con derecho a roce tiene detalles bastante interesantes fruto de un guión que, si bien es verdad que se mueve dentro de los esquemas típicos del género y no ofrece nada realmente original, sabe encontrar los momentos graciosos de manera natural, sin tener que caer en el chiste fácil o forzar tanto las situaciones que lleguen a parecer artificiales. Solo el personaje de la madre de Jamie (Patricia Clarkson) roza algo lo grotesco, pero se contiene lo suficiente para evitar el ridículo y además, cuando ha de tener el momento importante con su hija, logra tener un tono maduro e inteligente que despeja los miedos por completo y le da una fuerza muy necesaria al personaje.

Pero además del tono divertido, especialmente en una primera parte de la cinta que para mí es la mejor con diferencia, cuando el argumento ha de tomar un nivel más serio, la historia no cae en banalidades ni en lecciones moralizadoras caducas, sino que mantiene un nivel más que aceptable, dando una visión de los problemas de pareja bastante interesante, señalando los miedos, dudas, inseguridades y barreras entre hombres y mujeres con coherencia y seriedad. No es que sea un discurso demasiado profundo, estamos en una comedia, pero al menos parece tomarse en serio lo que cuenta y eso ayuda mucho a que sigamos conectados a Jamie y Dylan y a sus dudas y miedos.

Seguramente el final resulta demasiado peliculero, es cierto, pero creo que se puede perdonar esa caída en algo demasiado artificial teniendo en cuenta lo atinado de todo el desarrollo anterior. Y si nos dejamos de exquisiteces, he de confesar que la escena tiene el toque romántico casi indispensable en este tipo de historias. Es como una concesión a cierto romanticismo de postal, pero a mí no me molestó demasiado.

En definitiva, Con derecho a roce no es una película romántica realmente original, pero creo que funciona gracias a un guión bastante notable y, especialmente, gracias a la pareja protagonista. Al final, no hay mucho más, todo reside en conectar con el público, entretenerlo y seducirlo. 

viernes, 3 de mayo de 2024

Verano en Brooklyn



Dirección: Ira Sachs.

Guión: Mauricio Zacharias e Ira Sachs.

Música: Dickon Hinchliffe.

Fotografía: Óscar Durán.

Reparto: Greg Kinnear, Jennifer Ehle, Paulina García, Michael Barbieri, Theo Taplitz, Talia Balsam, Maliq Johnson, Anthony Angelo Flamminio, Alfred Molina. 

Al morir su padre, Brian Jardine (Greg Kinnear) se traslada con su familia al piso que les dejó en herencia en Brooklyn. Allí, su hijo Jake (Theo Taplitz) conocerá a Tony (Michael Barbieri), el hijo de Leonor (Paulina García), que tiene una tienda de ropa en el bajo del piso de Brian.

En medio de un cine que se ha decantado abiertamente por la vertiente comercial, es de agradecer que de vez en cuando, sobre todo en películas de corte independiente, modestas, surjan historias que se centran en las personas, intentando mostrar el drama cotidiano, las relaciones básicas, la amistad. Todo ello lo tenemos en Verano en Brooklyn (2016), una película sobre personas normales dirigida a personas normales que aún conserven algo de sensibilidad y empatía.

La historia tiene dos vertientes: el mundo de los mayores y el de los adolescentes. La de los padres de Jake y su relación con Leonor está marcada por el cambio. Leonor tiene alquilado el bajo que pertenecía al padre de Brian, con el que más que una relación profesional les unía una gran amistad. En base a ella, Leonor pagaba un alquiler muy bajo y no hacían falta contratos: la palabra y la confianza eran la base de todo. Pero al morir el padre de Jake, éste y su hermana (Talia Balsam) imponen nuevas normas, como subir el alquiler el triple. Ellos lo justifican porque necesitan el dinero y el local es lo bastante bueno como para efectuar el cambio. Pero Leonor no puede afrontar la subida, es su ruina. 

Estamos ante una situación muy habitual, donde siempre acaba imponiéndose la importancia del dinero sobre las personas. El cambio, tras la muerte del padre de Brian, muestra cómo las nuevas generaciones se mueven con otros valores, más prácticos, pero crueles. 

En contraposición al mundo adulto, Verano en Brooklyn nos muestra la sencillez de las relaciones entre adolescentes. Jake y Tony se hacen amigos nada más verse, de manera natural, sin necesidad de presentaciones ni explicaciones. Uno es retraído, el otro abierto, pero lo importante es que comparten juegos, se ayudan, se entienden por encima de cualquier diferencia. Es la amistad pura. Por desgracia, los conflictos de sus padres acabarán erosionado su amistad, no porque ellos se enfrenten, sino porque los padres los separan. En el fondo, así es la vida: todo cambia rápidamente, y más en la adolescencia. Jake y Tony no se librarán.

Ira Sachs demuestra una gran sensibilidad a la hora de afrontar toda esta temática, que no se limita a las grandes líneas, sino que también se ocupa de los detalles, como la situación de Brian, que no ha logrado triunfar como actor y depende económicamente de su mujer (Jennifer Ehle). Tal vez por ello Brian no es capaz de tomar algunas decisiones y se deja llevar por los deseos de su hermana. En todo caso, la visión del mundo adulto es desconsoladora, con el fracaso y los valores trastocados imponiendo una ley del más fuerte que, en el caso de Brian, parece que solo subraya su debilidad.

Si a nivel argumental Verano en Brooklyn es un film denso y estimulante, el tratamiento del director me pareció excesivamente frío. Imagino que la idea es mantenerse neutral, dejar que la historia transcurra sin su influencia o que esta sea mínima. Pero el problema es que no consigue llegar a transmitir casi ningún sentimiento detrás de sus ideas. Estamos ante un relato casi impersonal y, al tratarse de personas y de problemas vitales, se hace imperativo aportar algo de emoción. En lugar de eso, Sachs se recrea en escenas un tanto intrascendentes, alargadas de manera innecesaria, dejando de lado un enfoque menos distante que hubiera sin duda dado el tono esencial que pedía a gritos el relato.

Ira Sachs es elegante, no cabe duda, y como muestra la escena final, tan hermosa y explícita como fría. 

lunes, 29 de abril de 2024

One Shot (Misión de rescate)



Dirección: James Nunn.

Guión: Jamie Russell.

Música: Austin Wintory.

Fotografía: Jonathan Iles.

Reparto: Scott Adkins, Ashley Greene, Ryan Phillippe, Emmanuel Imani, Dino Kelly, Jack Parr, Waleed Elgadi, Terence Maynard, Jess Liaudin, Andrei Maniata. 

Un escuadrón de los Navy SEAL llega a una prisión de la CIA para llevar a un prisionesro, Amin Mansur (Waleed Elgadi), a los Estados Unidos, pues se sospecha que tiene información que puede ayudar a evitar un atentado islamista.

One Shot (2021) es un film de acción pura y dura sin demasiados adornos argumentales que busca diferenciarse de las cientos de propuestas parecidas apoyándose en un truco técnico: toda la acción transcurre en un solo plano secuencia, o eso es lo que se pretende mostrar, pues hay algunos cortes bien disimulados, de manera que la impresión es la de un desarrollo sin trabas ni montajes.

Sinceramente, nunca me impresionaron estos alardes técnicos, de los que era asiduo Alfred Hitchcock. Recordemos que su película La soga (1948) y su planificación como un solo plano secuencia que puede ser el claro precedente de experimentos parecidos recientes. Creo que si una película solo tiene este recurso como atractivo, poco tiene que ofrecernos.

En realidad, One Shot no es solamente un plano secuencia realizado con bastante pericia, y que nos recuerda a un video juego en muchas fases de las escenas de acción, pues hemos de reconocer que los tiroteos están filmados con mucho acierto y el espectáculo, con los protagonistas rodeados por una fuerza muy superior, es lo suficientemente dinámico y violento como para que nos mantenga en tensión durante toda la cinta. Además, en contra de lo que suele suceder, solamente se salva uno de los protagonistas, lo que sin duda es un toque original que poner en el haber del guión.

Pero aquí se acaban las alabanzas, porque la película es ridículamente simple en cuanto a argumento y más aún a la hora de perfilar a los personajes, que no pasan de una superficialidad absoluta. Con ello, lo que se produce es que somos incapaces de empatizar con ellos, pues parecen personajes de cartón piedra. Es el inconveniente de llevar la simplificación del argumento al máximo y solo preocuparse del aspecto visual. El que los disparos suenen como reales y las luchas estén muy bien planificadas no es suficiente y más cuando tenemos un reparto sin grandes figuras. Se echa en falta un protagonista de la talla de Stallone o Tom Cruise, pero es que en el fondo estamos ante una cinta de presupuesto limitado y eso se nota en el detalle del reparto y también en la parquedad de la ambientación. 

Otro de los detalles que delatan la falta de rigor argumental es la excesiva cantidad de malvados que asaltan la prisión, lo que es del todo incongruente (recordemos que los asaltantes desconocían la presencia de los SEAL) y le da un aire casi surrealista a la película, con villanos saliendo de debajo de las piedras para servir simplemente a la coreografía de muertes interminable, mientras nuestro héroe se desliza entre ellos como si fuera invisible. 

Es evidente que el guión no perseguía crear un relato realista ni profundo, sino simplemente un espectáculo al estilo de un video juego. Si ello es suficiente para entregarse a la "fiesta", adelante, pero creo que a una película se le debe exigir algo más.

sábado, 27 de abril de 2024

Siempre hace buen tiempo



Dirección: Gene Kelly y Stanley Donen.

Guión: Betty Comden y Adolph Green.

Música: André Previn.

Fotografía: Robert Bronner.

Reparto: Gene Kelly, Dan Dailey, Cyd Charisse, Dolores Gray, Michael Kidd, David Burns, Jay C. Flippen. 

Al terminar la guerra, los tres inseparables amigos Ted (Gene Kelly), Doug (Dan Dailey) y Angie (Michael Kidd) han de separarse y empezar su nueva vida como civiles. Pero antes de eso, deciden citarse para dentro de diez años.

Stanley Donen y Gene Kelly tuvieron una estrecha amistad y colaboración en los primeros años de sus carreras y juntos revolucionaron el musical, con innovaciones sorprendentes para la época. Ambos dirigieron el que puede ser considerado el mejor musical de la historia, Cantando bajo la lluvia (1952), y tres años después se volvieron a reunir para filmar Siempre hace buen tiempo, una comedia musical menor pero no exenta de encanto que fue la tercera y última colaboración de ambos.

Siempre hace buen tiempo, de un modo alegre y siempre bienintencionado, posee un argumento que no se limita a presentar el típico romance habitual de los musicales, en este caso entre Gene Kelly y la siempre hermosa y sofisticada Cyd Charisse, una bailarina maravillosa. También el libreto de Comden y Green aborda otros temas interesantes, como la amistad, el paso del tiempo, las ilusiones perdidas, el fracaso o la televisión sensacionalista que, como vemos, no es cosa de estos tiempos.

Por eso, a pesar de tratarse de una comedia, la cinta tiene un poso triste, pues vemos como los diez años que pasan desde que se separan han convertido a los tres amigos en tres desconocidos. Al final, lógicamente, las cosas se arreglan, pero yo tenía la impresión de que en el fondo la reconciliación era puramente pasajera, circunstancial. La vida había jugado sus cartas sin remedio.

En dónde sí que había un rayo de esperanza era en que los tres amigos al fin reconocían sus errores, entendían en que habían fallado, traicionando sus sueños, y decidían empezar de cero, volver a darse una oportunidad, en el matrimonio, en el amor y en el trabajo.

Como vemos, estamos ante una pequeña evolución en el género musical, normalmente más ligero y amable, de ahí que para algunos sea el comienzo del fin del musical clásico para dar lugar a obras de corte muy diferente que se irá acentuando con el paso del tiempo.

Lo que no cambia es el afán de innovar por parte de Kelly y Donen, lo que se puede ver en un par de números musicales, como cuando los tres amigos, en distintos sitios de Nueva York, bailan el mismo número con la pantalla dividida en tres. Pero sobre todo la imaginación se desborda en el número de Kelly con los patines, el más original de toda una cinta que, en el tema meramente musical, es donde menos lograda me parece, con los bailarines frente a la cámara interpretando unas coreografías poco elaboradas y canciones sin el gancho de otros musicales famosos.

A pesar de lo cuál, para los amantes del musical clásico, sigue siendo una buena película, con las virtudes, y defectos, de aquel cine sencillo, de mensajes directos y con ese componente optimista que se imponía siempre a cualquier problema.

martes, 23 de abril de 2024

Código fuente



Dirección: Duncan Jones.

Guión: Ben Ripley.

Música: Chris Bacon.

Fotografía: Don Burgess.

Reparto: Jake Gyllenhaal, Michelle Monaghan, Vera Farmiga, Jeffrey Wright, Michael Arden, Cas Anvar, Russell Peters. 

El capitán Stevens (Jake Gyllenhaal) despierta en un tren en el cuerpo de otra persona. Ha sido enviado ahí por un programa experimental para que intente averiguar la identidad de un terrorista y evitar un atentado devastador.

Para algunos una película maravillosa y original, para otros un film pesado, en todo caso Código fuente (2011) es una historia que no te dejaría indiferente. Pienso que la idea es interesante, pero su realización no del todo brillante.

Código fuente parte de una premisa imposible: poder enviar a alguien al pasado en repetidas ocasiones para evitar un atentado. No es algo nuevo, de hecho enseguida pensamos en Atrapado en el tiempo (Harold Ramis, 1993) y ya estamos obligados a un ejercicio de complicidad desde el principio. Lo interesante es ver si el guión y la puesta en escena consiguen hacernos olvidar de alguna manera la imposibilidad de lo que se nos cuenta y que lo vivamos con la intensidad de algo posible.

Y aquí es donde el trabajo de Duncan Jones no logra el éxito. Porque al final en la historia hay dos tramas paralelas: la misión de Stevens de encontrar al terrorista y su intento de comprender qué hace él en ese proyecto. Si lo normal sería esperar que la misión fuera la parte más emocionante, en realidad es la otra historia la que resulta algo más intrigante y con ello se demuestra la debilidad del guión a la hora de intentar implicarnos en la intriga.

Porque los distintos intentos de Stevens de neutralizar la bomba del tren y descubrir al terrorista carecen de la fuerza necesaria para que los vivamos con nervios y con miedo. Son episodios a veces demasiado idiotas, con Stevens tomándola con algún pasajero gratuitamente, sin ningún indicio lógico, de manera que sus actos caen en lo ridículo. Además, sabemos de antemano que logrará su propósito, lo que resta también algo de emoción, pero la manera de resolverse finalmente la misión vuelve a incidir gravemente en los errores anteriores, cayendo de nuevo en la precipitación con un desenlace de baja intensidad.

Más sorpresas depara la otra trama, pues descubrimos que el capitán en realidad ha fallecido y es gracias a un complicado programa, que ni vale la pena intentar comprender, por el que está siendo utilizado su cerebro para enviarlo al tren suplantando la identidad de un pasajero real. Dejando de lado lo inverosímil de la idea, al menos en esta parte del film tenemos algo más de profundidad emocional, pues asistimos al dolor del capitán al conocer su estado y cómo va asumiendo su papel y entabla una bonita relación con Collen Goodwin (Vera Farmiga), que supervisa su misión. No es que la película alcance grandes cotas de profundidad, pero al menos asistimos a ciertos diálogos con sentido, si bien el guión no puede eludir el tono patriótico con la llamada al deber de un militar, el sacrificio y el valor.

Pero es en el final donde el argumento se muestra más convencional, intentando cuadrarlo todo con un final feliz donde todos encuentran su recompensa, por muy extraña que resulte la idea. Aunque, bien mirado, una vez que hemos tragado con todo lo anterior, el final ya no debería sorprendernos demasiado.

Código fuente es una de esas películas en que parece que cabe todo. Su falta de rigor permite un guión lleno de giros que se justifican porque todo es una mera ficción. Pero lo verdaderamente importante es la intensidad, la fuerza de lo que se cuenta y aquí la cinta flojea bastante.

sábado, 20 de abril de 2024

Bodas reales



Dirección: Stanley Donen.

Guión: Alan Jay Lerner.

Música: Burton Lane.

Fotografía: Robert Planck.

Reparto: Fred Astaire, Jane Powell, Peter Lawford, Sarah Churchill, Keenan Wynn, Albert Sharpe, Viola Roche.

Tom Bowen (Fred Astaire) y su hermana Ellen (Jane Powell) son invitados a montar su exitoso espectáculo en Londres con motivo del inminente enlace entre Elizabeth y Phillip Mountbatten.

Dentro de la carrera de Stanley Donen, uno de los directores de musicales por excelencia, a quien debemos obras como Un día en Nueva York (1949), Cantando bajo la lluvia (1952) o Siete novias para siete hermanos (1954), Bodas reales (1951) no deja de ser un film menor, una amable comedia romántica de corte clásico pero lejos de los mejores logros de Donen, que tuvieron lugar al lado de su amigo Gene Kelly.

Normalmente, los musicales suelen asentarse en sus números de cante y baile, lo que es lógico. Por ello, el argumento a veces peca de simplista, como es el caso en Bodas reales, que cuenta cómo los hermanos Bowen, ella amante de conquistas intrascendentes y él entregado a su trabajo y renegando del matrimonio, encuentran a la vez el amor, lo que le obligará a reconsiderar las prioridades de sus vidas.

Nada realmente memorable, por lo que el interés de la película son los números musicales a dúo entre Fred Astaire y Jane Powell, que resultan alegres, frescos, algunos con partituras pegadizas aunque nada realmente sorprendente... salvo el número "You're All the World to Me" donde vemos a Fred Astaire bailando en la habitación de su hotel en el suelo, en las paredes y hasta en el techo. Número prodigioso que encaja con el afán innovador del director, que revolucionó el concepto de los números de baile en el cine, y que se rodó en una habitación que giraba sobre sí misma, lo que le otorga a la escena una continuidad fantástica y elimina la necesidad de trucajes, limitándose Fred Astaire a seguir el giro de las paredes para bailar por toda la estancia como por arte de magia.

Precisamente, es la presencia de Fred Astaire la que le confiere un interés especial a esta película cuyo argumento además se inspira en lo que le sucedió realmente a Fred Astaire, que al principio de su carrera formó pareja con su hermana Adele, la cuál dejó la actuación para casarse con el hijo de un duque.

Un Fred Astaire ya maduro cuando rodó Bodas reales pero conservando esa elegancia y talento únicos, lo que convierte sus números de baile en un espectáculo maravilloso. Nunca me ha gustado este género y su manera de interrumpir el desarrollo de la historia con los números musicales, pero no puedo escapar a la magia que desprende este actor cuando se pone a bailar. Tiene algo que no puedo explicar, pero imagino que es solamente un talento descomunal que te hipnotiza en cuando mueve los pies.

Por los demás, estamos ante la típica comedia clásica positiva, donde todo el mundo encuentra la felicidad, donde no hay malas personas y que, aunque sepamos que es todo simple ficción, te deja al terminar una sensación de bienestar en el cuerpo. Aunque no sea real, te imaginas que la vida podría llegar a ser tan maravillosa... y armoniosa.