El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 20 de junio de 2025

La isla mínima



Dirección: Alberto Rodríguez.

Guión: Rafael Cobos y Alberto Rodríguez.

Música: Julio de la Rosa.

Fotografía: Alex Catalán.

Reparto: Raúl Arévalo, Javier Gutiérrez, Antonio de la Torre, Nerea Barros, Salva Reina, Jesús Castro, Manolo Solo.  

Dos policías de homicidios de Madrid, Pedro Suárez (Raúl Arévalo) y Juan Robles (Javier Gutiérrez), son enviados a un pequeño pueblo en las marismas del Guadalquivir para investigar la desaparición de dos adolescentes.

Galardonada con hasta diez premios Goya, La isla mínima (2014) es una película policíaca donde prima sobre todo la austeridad, palpable en el guión, el desarrollo, la ambientación y los personajes. En principio, es un planteamiento con el que me identifico: no suelo ser partidario de complicar las cosas innecesariamente. El inconveniente es que la austeridad termina por ser casi tediosa.

Reducirlo todo a lo básico en la película acaba por convertirla en algo casi sin alma. Los personajes se quedan en muy poca cosa y, durante la mayor parte de la película, los dos policías se limitan a estar juntos, sin que entre ellos se establezca una clara interacción, que se limita a un par de diálogos sobre el pasado de Juan en la época de la dictadura. Este detalle al final termina aportando la única nota reseñable de la historia: la oposición entre un policía que viene de la dictadura, con su brutalidad a cuestas, y el otro, Raúl, que pretende ser más justo y respetuoso con la ley y las normas. Pero, al final, la realidad acaba imponiéndose a la moral y Raúl termina asumiendo ciertas cosas sin protestar, tal vez por gratitud, pero también por cierta ambición profesional.

Como digo, estas pinceladas, demasiado superficiales tal vez, sobre los protagonistas son lo mejor de La isla mínima que, en el apartado meramente de la intriga policial, resulta un tanto decepcionante, pues la investigación se desarrolla de manera poco brillante, sin grandes momentos de interés, y penalizada por una lentitud y un minimalismo que le quitan cualquier emoción posible. Incluso en los momentos más dramáticos, uno se queda bastante distante del drama que está contemplando.

Puede que parte del problema, si prescindimos de esa búsqueda de una sencillez extrema, la tenga la elección de uno de los protagonistas pues, si Javier Gutiérrez, sin ser un prodigio, mantiene un tono bastante verosímil, su compañero Raúl Arévalo es un palo y no varía la expresión de su cara en ningún momento, como si estuviera anestesiado. Los secundarios tampoco aportan nada, en parte porque están reducidos a una participación mínima, pero tampoco se les ve especialmente dotados para el drama. Da la impresión de que todos estudiaron el mismo método de interpretación consistente en hablar sin entonación y tener una posa apática. 

Poca cosa positiva saco finalmente de la cinta, salvo quizá la fotografía y el retrato de un sur atrasado, inculto y miserable.

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