El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 30 de enero de 2010

¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú



Dirección: Stanley Kubrick
Guión: Stanley Kubrick, Terry Southern y Peter George (Novela: Peter George)
Música: Laurie Johnson
Fotografía: Gilbert Taylor
Reparto: Peter Sellers, George C. Scott, Sterling Hayden, James Earl Jones, Keenan Wynn, Slim Pickens, Peter Bull

La fama le llegó a Stanley Kubrick con sus films más ambiciosos (2001: una osisea del espacio, La naranja mecánica, El resplandor, ...) y, sin embargo, yo prefiero sus películas más modestas (Atraco perfecto, Senderos de gloria o esta misma), alejadas del barroquismo y cierta presunción de su filmografía más elogiada.

¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (1964) está basada en Red Alert de Peter George, centrada en los peligros de la Guerra Fría. Kubrick tuvo la feliz idea de darle al guión un giro radical y ofrecernos una versión humorística y rozando lo absurdo de la trama original, porque pensaba que solo una farsa sería capaz de transmitir con acierto la locura de la situación internacional (recordemos que cuando se rodó la película estaba aún muy reciente la crisis de los misiles de Cuba, que dejó al mundo al borde de una guerra catastrófica).

Cuando el general Jack D. Ripper (Sterling Hayden), obsesionado con las conspiraciones comunistas, se salta las normas de seguridad y decreta el ataque a la URSS desde su puesto de mando en una base de la Fuerza Aérea de USA, se inicia una peligrosa cuanta atrás hacia el fin del mundo. En el Pentágono, el presidente de los Estados Unidos (Peter Sellers) intentará convencer a su colega soviético que todo es un lamentable error mientras ordena detener el ataque. Desgraciadamente, un bombardero americano seguirá adelante con los planes de bombardear territorio soviético, ignorante de las nuevas órdenes de detener la misión.

Si la película merece verse repetidas veces es en parte por la colección genial de personajes absurdos y ridículos que la pueblan, crítica atroz de políticos, militares y científicos en cuyas manos recae el futuro de todo el mundo. Será la locura de un general paranoico la que desencadena un ataque suicida y los supuestos responsables de dirigir los destinos del mundo se presentan como seres idiotas o, aún peor, fanáticos sin pizca de sentido común.

Destaca la triple interpretación de Peter Sellers, que encarna a un asustado militar inglés, al presidente de los EEUU y a un delirante científico de oscuro pasado nazi. A su lado, un genial Sterling Hayden, que trabajara ya con Kubrick en Atraco perfecto (1956), como el general chiflado que desencadena el conflicto o el histriónico George C. Scott, en el papel de un general belicoso y paranoico con un odio visceral hacia los comunistas y de cuya boca salen algunas de las frases más geniales de la película. Como memorables también otras frases: "¡Caballeros, aquí no pueden pelear!¡Están en la Sala de la Guerra!" o la lista de material de supervivencia del bombadero ("Con esto se puede pasar un fin de semana en Las Vegas") o las obsesiones del general de la base aérea (Sterling Hayden) con los fluidos corporales. Tampoco faltan escenas para la historia de iconos del cine, como la del capitán T.J. King Kong (Slim Pickens) cabalgando a lomos de una bomba atómica en una secuencia delirante y grotesca.

La película está repleta de símbolos sexuales, en una especie de denuncia de la extraña excitación que parecen padecer los responsables políticos o militares cuando se trata de una destrucción masiva. El mejor ejemplo lo tenemos en la figura del doctor Strangelove (Peter Sellers), cuyo apellido se podría traducir por extraño amor, y su brazo rebelde, que sufre constantes "erecciones" incontrolables y que culmina, cuando vislumbra el futuro tras la destrucción nuclear, con la milagrosa curación de su parálisis: "¡Mein Führer!.¡Puedo andar!

Kubrick pensó en un final menos dramático, pero finalmente se decidió por el de la destrucción total como un modo de advertirnos, a pesar del tono cómico y absurdo de la historia, que lo que subyace es demasiado terrible como no tomarlo en serio.

Sin duda un film demoledor y al tiempo hilarante, con una puesta en escena soberbia de Kubrick, realzada por la maravillosa fotografía en blanco y negro de Gilbert Taylor.

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