El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 4 de agosto de 2014

D-Tox: Ojo asesino




Dirección: Jim Gillespie.
Guión: Ron L. Brinkerhoff (Argumento: Ron L. Brinkerhoff).
Música: John Powell.
Fotografía: Dean Semler.
Reparto: Sylvester Stallone, Tom Berenger, Charles Dutton, Kris Kristofferson, Sean Patrick Flanery, Dina Meyer, Robert Patrick, Robert Prosky, Courtney B. Vance, Polly Walker, Jeffrey Wright.

Un asesino en serie se dedica a asesinar policías. Su trabajo es impecable, frío y eficiente. Jack Malloy (Sylvester Stallone), el agente de FBI que lleva el caso, no puede más que esperar a que cometa algún error que le permita dar con él. Pero todo cambia cuando el picópata decide matar a la novia de Malloy.

Vaya por delante que me gusta Sylvester Stallone, lo que puede hacer que mi crítica de esta película no sea del todo imparcial. Lo digo porque puede que muchos de los que vean o hayan visto esta película quizá no estén de acuerdo con mi valoración de la misma. Para mí, Stallone tiene algo de frágil (ya sé que suena algo raro) que hace que me sea simpático. Es como si bajo esa capa de músculos uno adivinara un ser débil, casi tierno. No sé, también el hecho de que su carrera se viniera abajo tras los éxitos de Rocky y Rambo, con secuelas infumables y una elección de roles nada afortunada, hizo que me sintiera más comprensivo hacia él, en contraposición al exitoso y arrollador Arnold Schwarzenegger. Si tuviera que elegir entre ambos, me quedaría con Stallone.

Disgresiones personales al margen, D-Tox: Ojo asesino (2002) tiene un giro argumental curioso que transforma lo que parecía ser el típico film de venganza personal en una historia diferente. Al comienzo, todo parece indicar que el argumento va a discurrir por la conocida senda del poli herido en lo más hondo que se lanza a la caza del criminal desalmado. Hemos visto ya muchas películas cortadas por este patrón. Pero hete aquí que de pronto todo cambia: Malloy se viene abajo con el asesinato de su novia (Dina Meyer), lo cuál además tiene todo el sentido del mundo. Comienza a beber, nada tiene ya sentido en su vida e incluso intenta suicidarse. Para sacarlo de esa situación, su mejor amigo, otro policía, Chuck Hendricks (Charles Dutton), decide llevarlo a un centro de tratamiento de policías con problemas. Y aquí es donde la película da un giro y se convierte en un film de intriga, donde una serie de personajes, aislados del mundo, empiezan a ser cazados por un asesino invisible, uno de ellos.

La situación resulta altamente interesante, aunque sólo sea por conocer quién y por qué se dedica a matar a los pacientes y personal del centro. Es cierto, hay que reconocerlo, que esta parte de la película resulta por momentos un tanto confusa, con proliferación de nombres de personas que es difícil de seguir. El tratamiento no es todo lo brillante que hubiera podido ser, pero la intriga, la buena ambientación, con los personajes aislados por una intensa tormenta, el ambiente de miedo y desconfianza entre los protagonistas y un ritmo ágil hacen que la película resulte lo suficientemente interesante como para que se nos pase en un suspiro y nos mantenga pegados a la pantalla.

Lo que ya no resulta tan original es descubrir quién es realmente el asesino. Aquí, es verdad, los guionistas se fueron por el camino más trillado y, abusando de las trampas que suelen utilizar tan tristemente, jugaron un poco con el espectador, para rizar demasiado el rizo en un desenlace no muy original.

Stallone no es un gran actor, pero creo que hace un trabajo bastante correcto y si además el tipo te cae simpático, pues disfrutas un poco más con su caída y redención final. Y es que, no nos engañemos, el punto débil de la intriga es que desde el comienzo podemos predecir el desenlace sin ningún problema. Ello, lógicamente, resta algo de emoción a la película, pero aún así resulta atractiva y engancha.

Acompañan a Stallone nombres de cierta solvencia, como Tom Berenger o Kris Kristofferson, y otros rostros menos conocidos pero que cumplen también con nota, como Robert Prosky o Robert Patrick.

La película no sirvió para recomponer la carrera de Stallone, pero sería injusto no reconocerle sus méritos, como son ese giro argumental original y el ambiente claustrofóbico y amenazante que nos hacen pasar unos buenos momentos de miedo e intriga.

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