El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

jueves, 14 de septiembre de 2017

El increíble hombre menguante



Dirección: Jack Arnold.
Guión: Richard Matheson (Novela : Richard Matheson).
Música: Joseph Gershenson.
Fotografía: Ellis W. Carter.
Reparto: Grant Williams, Randy Stuart, April Kent, Paul Langton, Raymond Bailey, William Schallert, Billy Curtis.

Durante unas vacaciones, Scott Carey (Grant Williams) se ve envuelto por una extraña nube. Seis meses después empieza a notar que su cuerpo pierde tamaño progresivamente.

Lo maravilloso del cine es que siempre puede sorprenderte. Se asemeja a un baúl enorme donde nunca llegas a ver todo lo que encierra y, de repente, un día encuentras una pequeña joya, una rareza o algo entrañable. El increíble hombre menguante (1957) entraría en esa categoría de films imperfectos, demasiado simples y anticuados que, sin embargo, tienen un cierto poder de seducción indeterminado.

Es cierto que es un film de serie B que denota su modesto nacimiento y sus limitadas pretensiones desde el primer minuto, pero quizá por su ingenuidad, por el paso del tiempo y por lo limitado de sus recursos, uno tiende a valorar más sus virtudes, dejando de lado sus carencias, que las hay.

Quizá lo que más llama la atención es un guión que se queda un poco en la superficie de las cosas y que no termina de resultar homogéneo. En un primer momento, la película parece que se va a centrar en el matrimonio protagonista y cómo van a tener que hacer frente al drama de Scott. Pero, de pronto, la historia toma un giro inesperado, cuando Carey sale de casa y conoce a gente de su tamaño. Empieza una relación de amistad con una mujer enana y el argumento parece insinuar un giro bastante prometedor. Sin embargo, de nuevo el guión cambia de manera radical para presentarnos en el tramo final un film más de acción, con el protagonista teniendo que hacer frente en solitario a los numerosos y nuevos peligros a los que su tamaño cada vez más diminuto le enfrenta. Son tres historias que se superponen y que no terminan de desarrollarse del todo, sino que se suceden de una manera un tanto extraña, quedando las anteriores con cortadas antes de ofrecer todo su potencial. Esto hace que la película resulte un tanto desigual y que nos quedemos con la sensación de que, de haber tenido una mayor duración, podría habernos ofrecido mucho más.

Aún así, el argumento esboza algunos temas interesantes, como son la importancia de la normalidad en la sociedad, los problemas de adaptación de las personas diferentes, los peligros  de lo cotidiano, cómo nuestra personalidad está muy influida por nuestra condición y circunstancias... Es decir, estamos ante una historia fantástica pero que no se limita a lo evidente, sino que podemos sacar muchas reflexiones sobre la naturaleza humana, además del mero pasatiempo inocente. De todos modos, son unos apuntes muy superficiales, pues la modestia de la producción no da tampoco para mucho más.

Señalar que el director, Jack Arnold, fue uno de esos artesanos que se especializó, en los años cincuenta, en el cine fantástico de serie B y que entre sus películas más destacadas están Llegó del más allá (1953), La mujer y el monstruo (1954) o Tarántula (1955). Su trabajo es sencillo, al servicio de la historia, sin demasiados alardes, pero con cierto oficio, como se demuestra con los efectos especiales de la película que, si bien son modestos y muy evidentes hoy en día, revelan una cierta maestría y aún ahora resultan bastante convenientes.

Choca un poco el final, con el discurso del protagonista sobre Dios y la eternidad. Suena a componenda, a forzado final feliz estilo Hollywood y parece no casar demasiado bien con el resto de la trama. Y, efectivamente, es un añadido al relato original de Richard Matheson. Aún así, no enturbia en exceso.

En definitiva, una película curiosa, simpática, bastante bien hecha para su época y con el encanto de sus carencias. Una pequeña y agradable sorpresa.

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