El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 21 de abril de 2019

El velo pintado



Dirección: John Curran.
Guión: Ron Nyswaner (Novela: William Somerset Maugham).
Música: Alexandre Desplat.
Fotografía: Stuart Dryburgh.
Reparto: Edward Norton, Naomi Watts, Liev Schreiber, Toby Jones, Diana Rigg, Anthony Wong.

Kitty (Naomi Watts), una joven de la alta sociedad inglesa, acepta casarse con el doctor Walter (Edward Norton), a pesar de no amarlo, para escapar de una madre agobiante. En Shanghai, a donde se van a vivir, Kitty conocerá a un hombre casado (Liev Schreiber) del que se enamorará.

Suelo ser bastante precavido con películas como El velo pintado (2006) que, desde el primer minuto, trasmiten la idea de ser obras concebidas desde un prisma preciosista y ambicioso, que buscan por encima de todo, convertirse en obras de arte del cine. En general, este tipo de películas me ponen a la defensiva, pues a menudo he comprobado que suelen caer en un efectismo superficial, basado en un cuidado casi enfermizo de la presentación visual, quedándose muchas veces exclusivamente en eso.

En el caso de El velo pintado hay mucho de ambición estética y también es verdad que, si bien no se limita a eso, tampoco creo que logre la profundidad y brillantez que la conviertan en algo con más entidad que un film impecablemente presentado.

Si empezamos con lo bueno que encierra la película, sin duda no podemos pasar por alto la maravillosa fotografía de Stuart Dryburgh, que cuenta también con unos impresionantes paisajes en los que recrearse. Pero también es verdad que uno tiene la sensación que no son todo lo bien explotados que se hubiera podido, lo que puede interpretarse, según se mire, como un acierto o no, pues indicaría, bien mirado, un interés secundario en cuanto a convertir la película en una colección de postales exóticas y deslumbrantes. Junto a la fotografía, la banda sonora de Alexandre Desplat y una cuidada ambientación ponen la guinda a una producción que desprende calidad, buen gusto y ambición por los cuatro costados.

Pero quizá lo mejor de El velo pintado sea su pareja protagonista. Edward Norton, productor de la cinta, y Naomi Watts, a la que Norton convenció para aceptar el papel, son los protagonistas indiscutibles de este drama y, honestamente, hacen un trabajo impecable. No solo resultan absolutamente convincentes, sino que gracias a ellos la larga duración de la cinta no pesa en ningún momento sobre nuestros hombros y los muchos pasajes íntimos, de silencios y miradas, tienen el necesario peso y entidad que requiere el argumento. Sin duda, su excelente trabajo aporta solidez a la historia.

Pero como decía, El velo pintado juega a ser un film ambicioso y si bien en parte lo consigue, quizá en otros aspectos imprescindibles se queda algo corto. Me refiero a la historia de Kitty y Walter, a su drama personal; es aquí donde se notan las evidentes carencias tanto del argumento como del director, pues ambos se limitan a contarnos lo obvio con elegancia, pero sin fuerza interior.

Cuesta meterse en el drama personal de los protagonistas, sentir el vacío, la rabia, la desesperación y participar con intensidad de las mismas. Y es que el verdadero problema de El velo pintado es que es un film un tanto frío, incapaz de reflejar con pasión el drama del matrimonio y contagiarnos de su dolor. No sé si es un problema de contención buscada expresamente, para evitar caer en lo melodramático, manteniendo el argumento dentro de unos parámetros más sosegados; aunque tengo la impresión de que se trata de algo distinto, de un gusto tan marcado por darle un aire particular a la película, preciosista y pausado, que ello también se extendió al núcleo del drama, dejándolo en algo muy inglés, pero un tanto descafeinado. Además, no es complicado anticiparse a los acontecimientos, con lo que el factor sorpresa también desaparece, con lo que en algunos momentos la película se queda reducida a un hermoso discurrir de escenas muy cuidadas que hemos casi anticipado ya minutos antes.

Con todo, ello no quiere decir que sea una película que no merece la pena. Aunque solo sea por ir contra corriente en esa época de un cine más comercial y encasillado en un par de géneros, El velo pintado, con su arriesgada apuesta por un cine más íntimo y reflexivo, merece nuestro respeto.

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