El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 7 de abril de 2019

Espías sin fronteras



Dirección: Nicholas Meyer.
Guión: Nicholas Meyer.
Música: Michael Kamen.
Fotografía: Gerry Fisher.
Reparto: Gene Hackman, Mikhail Baryshnikov, Kurtwood Smith, Terry O'Quinn, Daniel von Bargen, Oleg Rudnik, Géraldine Danon.

Sam Boyd (Gene Hackman), ex agente de la CIA reconvertido en espía industrial, es llamado de nuevo por la agencia para una misión puntual: facilitar el intercambio de un espía soviético por otro norteamericano.

Escritor con cierto éxito, Meyer se pasó al mundo del cine y la televisión escribiendo guiones y, también, dirigiendo alguna película; en concreto es recordado por dos episodios de la serie Star Trek. En Espías sin fronteras (1991) escribió el guión y dirigió la cinta, aunque con tan poco éxito que finalmente supuso su despedida del cine como director, centrándose más desde entonces en su labor de guionista.

El principal problema, sin embargo de Espías sin fronteras no está curiosamente en la faceta de director, sino en un guión realmente flojo. La idea central es interesante, con un juego bien planteado de espías dobles. Pero todo se cae por tierra con un desarrollo de esa idea bastante pobre.

Para empezar, el guión no resulta para nada convincente, con muchos detalles que resultan incongruentes, además de esa moralidad un tanto extraña que hace que los protagonistas deban comportarse siempre con una moralidad intachable, incapaces de cualquier acto innoble, lo que no deja de ser absolutamente increíble.

Dejando de lado esa faceta moralista, la historia no termina de resultar creíble del todo. Quedan demasiadas preguntas por responder y al final, todo se asemeja a un complejo entramado donde las piezas encajan de manera demasiado artificial. Puede que el tono casi de comedia que Meyer le confiere a la historia tampoco sea de gran ayuda, pues muchos personajes parecen casi caricaturas, con lo que la intriga pierde intensidad, sin que en ningún instante se llegue a crear el clima necesario para que nos sintamos preocupados o involucrados en las peripecias de los dos protagonistas.

La relación entre ambos, además, tampoco resulta demasiado convincente. En ningún instante llegamos a comprender realmente qué es lo que motiva la actitud del espía ruso y le hace seguir siendo fiel a Sam Boyd.

En realidad, todo el argumento requiere de una gran muestra de buena voluntad por nuestra parte, lo cuál en muchos momentos resulta casi imposible.

El colmo de todo lo tenemos, por desgracia, en el desenlace. La escena del intercambio en la Torre Eiffel es casi un chiste y la resolución de todos los problemas de Boyd y Grushenko (Mikhail Baryshnikov), mientras beben vodka y sueñan con su retiro dorado, es el colmo de los despropósitos, con una simplificación insultante.

Lo bueno de Espías sin fronteras es la presencia de Gene Hackman en el papel protagonista, pues es por su presencia que la cinta puede atraer a los espectadores. Sin ser su mejor trabajo, hay que reconocer que su presencia es de lo mejor de la película.

Increíblemente, Meyer desaprovecha su mejor faceta, la de escritor, en una película que no pasa de ser un mero pasatiempo cuando, por el tema, uno tiene la impresión de que podría haber dado pie a un film mucho más intenso y apasionante.

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