El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 13 de octubre de 2019

La herencia del viento



Dirección: Stanley Kramer.
Guión: Harold Jacob Smith y Nedrick Young (Teatro: Jerome Lawrence y Robert E. Lee).
Música: Ernest Gold.
Fotografía: Ernest Laszlo (B&W).
Reparto: Spencer Tracy, Fredric March, Gene Kelly, Dick York, Claude Atkins, Florence Eldridge, Donna Anderson, Noah Berry Jr., Harry Morgan.

En Hillsboro, una pequeña localidad del estado de Tennessee, el profesor de ciencias Bertram Cates (Dirk York) es detenido por enseñar en clase las teorías de la evolución de Darwin, en oposición a las leyes locales que prohibían cualquier otra explicación que no fuera la recogida en la Biblia.

La herencia del viento (1960) es una versión un tanto alterada de un juicio real que tuvo lugar en 1925 contra el profesor John Scopes, en Dayton, en el estado de Tennessee, por enseñar las teorías de Darwin sobre la evolución humana. Se cambiaron las fechas, los nombres y otros detalles para hacer del relato algo más atractivo para la pantalla. Sin embargo, lo importante, que se llegara a juzgar y a culpar a un profesor en el siglo XX porque sus enseñanzas no siguieran los preceptos de la Biblia, sigue siendo el nervio y la justificación de la película.

Como es de imaginar, el film de Stanley Kramer toma partido claramente por la lógica, el desarrollo, la libertad del individuo para pensar libremente y en contra de la intolerancia religiosa, el odio y el miedo. Y la verdad, gracias quizá también a la fotografía en blanco y negro, La herencia del tiempo tiene un aire que la acerca más al cine clásico que al moderno. Un cine que cuidaba las formas y, sobre todo, los diálogos, algo sin duda motivado claramente por su origen teatral. Son unos diálogos ricos, inteligentes y profundos; quizá demasiado densos a veces, pero que otorgan sentido y profundidad a un drama entre dos mundos (el de la fe y el de la ciencia) que no se convierte en mero espectáculo, sino que aporta argumentos, sobre todo del lado de la ciencia, y se toma el problema con la seriedad y el rigor que requiere.

Aunque también es verdad que, al decantarse abiertamente por el lado de la razón, el film es un poco partidista y en el desenlace, o en la figura un tanto excesiva del reverendo Brown (Claude Atkins), se cargan quizá un poco de más las tintas. Es, seguramente, el peaje que hay que pagar por un film que es, ante todo, un producto de entretenimiento. De ahí las licencias con respecto a los hechos reales o que el debate entre la ciencia y la fe no sea quizá todo lo rico que hubiera podido ser. El más claro ejemplo del tributo que se ha de pagar al tratarse de una obra de ficción es la teatral y un tanto exagerada caída en el absurdo y el ridículo del Coronel Matthew Harrison Brady (Fredric March), paladín de los partidarios de la Biblia. Su delirio final es una manera un tanto simplista de compensar la sentencia del juicio dejando claro al espectador la sinrazón de los creacionistas.

Puede que fuera con la intención de dar algo más dinamismo al film, para alejarlo de la versión teatral, pero la dirección de Kramer no terminó de convencerme. El abuso de encuadres algo forzados, con unos primeros planos excesivos desde mi punto de vista, le dan a la película un aire algo forzado, artificial, además de entorpecer a veces el seguimiento de los diálogos, verdadero punto central del film, al desviar nuestra atención hacia lo superficial.

En cuanto al reparto, destacar la figura de Spencer Tracy en uno más de esos papeles en los que tanto brilló. Si bien bastante avejentado ya, Tracy vuelve a ser la imagen perfecta del sentido común, la paciencia, la tolerancia y el amor al prójimo. A su lado, otro ilustre veterano, Fredric March, al que le toca el papel menos grato de ser el defensor de la Biblia como única fuente de la verdad. Cierra el trío un reconvertido Gene Kelly en el papel de un cínico periodista, aportando las notas más ácidas y simpáticas al drama.

Por cierto, el título de la película está tomado de unos versículos de los Proverbios: "Aquel que cree disturbios en su casa heredará el viento..."

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