Harry Block (Woody Allen) es un escritor de éxito que utiliza, a menudo, sus propias experiencias vitales como argumento de sus novelas y cuentos, lo que termina pasándole factura en sus relaciones personales.
Desmontando a Harry (1997) es, a parte de un homenaje de Woody Allen a Ingmar Bergman, uno de sus directores preferidos, y su célebre Fresas salvajes (1957), una de las obras del director más personales y también más experimentales, motivo por el cuál quizá no fue muy acogida en su momento.
Ya el comienzo del film, con cortes de una misma escena que se repite durante los títulos de crédito, nos anuncia un aire diferente para esta película donde Allen vuelve a sus temas fetiches (el judaísmo, la familia, el pecado, la religión, el sexo o la muerte), sin que ese volver a unos temas más que tratados a lo largo de su carrera suponga para nada una mera repetición o el agotamiento de sus puntos de vista, siempre sorprendentes, hilarantes y reflexivos. Woody Allen, como un mago, siempre sabe tratar estos temas cruciales para él con un punto de vista diferente, original y sorprendente.
En esta ocasión Allen da vida a un escritor que parece moverse mucho mejor en el universo de sus libros que en la vida real, donde no consigue tener una relación estable y sincera con ninguna mujer y en el que sobrevive a base de pastillas, alcohol y mentiras. Harry Block es un tipo inmaduro, mujeriego, ateo y deprimido que no encuentra la felicidad en la vida cotidiana, llena de obstáculos insalvables. Es en sus relatos donde parece liberarse; aunque su fuente de inspiración, sus relaciones personales, al igual que parece ocurrir con la filmografía de Allen, le acarreen no pocos problemas con alguna de sus ex-mujeres.
Este personaje le da pie a Woody Allen para adentrarse, con su penetrante sentido del humor, en los problemas de una persona que, a pesar de su edad, aún es tremendamente inmadura. Puede que Block sea una especie de alter ego de Allen, pero también, de alguna manera, retrata las inseguridades y miedos de muchos hombres maduros que viven la vida que todo el mundo espera que vivan sin estar seguros de por qué lo hacen. Block está perdido, fracasando como marido, como padre, y ni el alcohol ni las pastillas ni las prostitutas pueden ayudarle. De ahí su evasión en unos relatos en los que busca arreglar su mundo, sin ser consciente que, en muchos aspectos, aún lo empeora más. Pero es todo lo que tiene y renunciar a ello sería su perdición.
La escena final, en que sus personajes le rinden un cálido homenaje es, tal vez, el resumen de todas las frustraciones buscando un instante de realización personal que rediman al perdido Harry.
La experimentación de Woody Allen, muy presente en su obra, como pudimos ver desde Annie Hall (1977) y en títulos como La rosa púrpura de El Cairo (1985) por ejemplo, le lleva aquí a mezclar realidad con ficción, utilizando para ello a diferentes intérpretes según se nos muestre la vida de Block o uno de sus relatos, lo que me parece sin duda muy inteligente, pero que puede resultar confuso en algún momento. Sin embargo, esa desbordante imaginación da pie también a algunos momentos únicos de Desmontando a Harry, como la secuencia del infierno, quizá uno de los momentos más genuinamente divertidos de la película.
De nuevo, Woody Allen juega con maestría con el tiempo, sin seguir un orden lineal, algo en lo que se mueve como pez en el agua y cuyo mejor ejemplo es, de nuevo, Annie Hall. Este tratamiento hace que la historia se enriquezca y que nos movamos de manera ágil por la vida de este escritor neurótico, en aparente desorden, pero sin perder nunca de vista lo fundamental: el desmenuzamiento de la personalidad de Harry.
El reparto es otro de los regalos que nos brinda Desmontando a Harry: Billy Cristal, Elisabeth Sue, Robin Williams, desenfocado (otro más de los recursos interminables de Allen), Demi Moore, Kristie Alley o Mariel Hemingway, con quién había trabajado ya en la maravillosa Manhattan (1979).
Es difícil situar Desmontando a Harry entre lo mejor del director, tarea complicada dadas las grandes películas con las que cuenta en su haber. Puede que sea necesario dejar pasar algún tiempo y que vaya madurando, como un buen vino. Porque Desmontando a Harry es otro ejemplo más del talento de Allen para crear historias sobre las relaciones humanas; en ellas siempre hay mucho de auténtico, de profundo, un acercamiento tremendamente lúcido al drama de la existencia, pero sin perder ese sentido del humor tan personal que realza aún más sus reflexiones. Sin duda, Woody Allen es, para mí, un director imprescindible.
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