Dirección: John Ford.
Guión: James Warner Bellah y Willis Goldbeck.
Música: Howard Jackson.
Fotografía: Bert Glennon.
Reparto: Jeffrey Hunter, Constance Towers, Billie Burke, Woody Strode, Juano Hernández, Willis Bouchey, Carleton Young, Judson Pratt.
El sargento Rutledge (Woody Strode), un soldado ejemplar del Noveno de Caballería, se enfrenta a un consejo de guerra en el que se le acusa de violar y estrangular a una joven y matar también a su padre, el mayor Dabney.
En plena lucha de la población negra por los derechos civiles y cuatro años antes de que se apruebe la ley que elimina la segregación racial en escuelas, empresas o cargos públicos, John Ford rueda El sargento negro (1960), un western un tanto atípico en el que defiende sin reservas a los soldados negros del ejército norteamericano del siglo XIX y, por extensión, a todos los negros, poniendo acertadamente el acento en que se ha de valorar a un hombre por sus actos, no por el color de su piel.
En El sargento negro tenemos una vez más las señas de identidad de Ford. La principal, sin duda, es su defensa de unos valores que estima justos. En esta ocasión, como había hecho también con los indios, Ford defiende a una minoría marginada: los negros. El Noveno de Caballería es un regimiento de soldados negros, muchos esclavos liberados, bajo las órdenes de oficiales blancos. Y aunque luchan por un mismo país, las diferencias siguen ahí, como demuestra el hecho de que casi lo peor que le puede pasar a un negro es que se sospeche que pueda tener alguna relación no meramente formal con una mujer blanca.
A pesar de que Rutledge es un soldado ejemplar, es consciente de que siempre estará discriminado por el color de su piel. Y cuando se le acusa de los dos crímenes, sabe que no puede confiar en una justicia impartida por los blancos.
La labor de Ford es ensalzar las virtudes del sargento por encima del color de su piel. Es un hombre íntegro, valiente, esforzado, disciplinado y leal. Y aquí encuentro el primer pero que podría ponerle a esta película: Ford quizá exagera un poco las grandes cualidades de Rutledge, haciendo de él un personaje que a veces roza lo poco creíble o lo exagerado. El mismo porte altivo de Woody Strode es, en la actualidad, un tanto teatral.
Aún así, John Ford sigue demostrando su maestría a la hora de narrar historias, sabiendo dosificar el ritmo, las escenas, los momentos dramáticos con sus reconocibles dosis de humor, en esta ocasión centradas en el matrimonio del juez, con una esposa un tanto simple y caricaturesca, es verdad, pero que cumple con eficacia la misión de aportar pequeñas gotas de humor que aligeran el relato y lo humanizan también.
Y tampoco podía faltar Monument Valley, casi un personaje más en los westerns de Ford y que nos sirve de contraste con la oscuridad y estrechez de la sala donde tiene lugar el consejo de guerra y donde se puede apreciar el racismo en toda su crudeza en la figura del fiscal.
John Ford cuenta la historia a base de flashbacks, como sucede también, por ejemplo, en El hombre que mató a Liberty Valance (1962), y en cuyo guión también participa Willis Goldbeck, como en esta ocasión. Ford consigue un discurso ágil al alternar inteligentemente el uso de este recurso con los intermedios del juicio, de manera que se añade dinamismo a la historia al tiempo que se mantiene una interesante dosis de intriga.
Quizá donde podemos ver otra pequeña debilidad de El sargento negro es en el reparto. Es evidente que Jeffrey Hunter no posee el carisma de John Wayne y Constance Towers tampoco es una primera estrella. Con los secundarios vuelve a estar acertado a la hora de darles el protagonismo en momentos puntuales, pero se echa de menos a algunos habituales del director.
Sin ser una de sus grandes películas, El sargento negro cobra importancia sobre todo por su decidida defensa del ser humano por lo que vale, no por el color de la piel. Y es una defensa planteada desde la lógica más incuestionable, sin prejuicios, abierta y contundente. No la pondría a la altura de sus grandes obras maestras, pero sigue siendo un film del maestro.
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