El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Al rojo vivo




Dirección: Raoul Walsh.

Guión: Ivan Goff y Ben Roberts (Historia: Virginia Kellogg).

Música: Max Steiner.

Fotografía: Sidney Hickox (B&W).

Reparto: James Cagney, Virginia Mayo, Edmond O'Brien, Fred Clark, Margaret Wycherly, Steve Cochran, John Archer, Wally Cassell, Fred Clark.

Al rojo vivo (1949) supone el regreso de un maduro James Cagney al género donde se movía como pez en el agua, el cine de gangsters, si bien no quiso verse encasillado en él, y una vez más demuestra todo su talento dando vida a uno de los gangsters más crueles y enfermos que nos ha dejado el género.

Cody Jarrett (James Cagney) y su banda asaltan un tren y se hacen con un botín de 300.000 dólares. Acosados por la policía, Jarrett decide entregarse para que lo condenen por un delito menor que finge haber cometido y escapar así de la condena mayor por el asalto altren, donde mataron a cuatro personas. Sin embargo, una vez en prisión, los agentes del Tesoro le envían a un policía camuflado (Edmond O'Brien) como compañero de celda con la misión de intentar incriminarlo por el asalto al tren y descubrir quién lo ayuda a dar salida a los botines de sus robos.

Título legendario del cine de gangsters, Al rojo vivo destaca, además de por la poderosa presencia de Cagney, por un ritmo rápido y un desarrollo directo de la historia, sin desvíos ni parones, como era habitual en Raoul Walsh, un director que sabía cómo contar una historia sin andarse por las ramas. Ya el arranque de la película nos pone en guardia: comienza, sin más presentaciones, con el asalto a un tren, donde vemos ya a un Cody nervioso, autoritario y muy violento. Una vez consumado el atraco, Walsh dará paso a la presentación de los personajes, donde destacan especialmente Cody, violento, calculador, arrogante y aquejado de terribles dolores de cabeza, y su madre (Margaret Wycherly), la única persona que de verdad le importa y por la que siente auténtica devoción.

Con guión de Ivan Goff, Ben Roberts y Virginia Kellogg, basado en una historia de ésta última inspirada en hechos reales (Cody Jarrett y su madre se basan en realidad en el delincuente Arthur R. "Doc" Baker y su madre Kate "Ma" Baker), que recibió la nominación al Oscar, Al rojo vivo es un film tremendamente violento, si bien hoy en día estamos ya tan acostumbrados a ver casi de todo en la pantalla que podría no impactarnos especialmente. Pero imagino el efecto que podía llegar a causar tanta violencia en su momento, alguna practicamente gratuita de la mano del desquiciado Jarrett. Y hemos de reconocer que nadie daba puñetazos, golpes con la culata del revolver o disparaba con el estilo de James Cagney. Y es que Al rojo vivo es, definitivamente, una película de Cagney. Puede que estemos ante su mejor trabajo; lo que es evidente es que su encarnación de un gangster perturbado y sanguinario es para enmarcar. Algunas escenas ya se han quedado en la memoria colectiva, como su ataque de ira cuando le anuncian la muerte de su idolatrada madre o la mítica escena final "en la cima del mundo". La fuerza y la autenticidad con que Cagney dota a su personaje son increíbles.

Al lado de Cagney me gustaría destacar el gran trabajo que realiza también Margaret Wycherly como "Ma" Jarrett y, como no, mencionar a Virginia Mayo en su papel de Verna, la esposa de Cody, una mujer fatal de bandera, y es que Virginia Mayo tenía algo que la hacía terriblemente atractiva a mis ojos.

Un detalle que no dejó de sorprenderme fueron los avances tecnológicos de la policía, que el guión se encarga de remarcar convenientemente, imagino que con la intención que fueran debidamente entendidos por el espectador de la época. Hoy en día las explicaciones parecen excesivas y lo rudimentario de la antena circular en el techo de los coches puede hasta resultar graciosa, pero no cabe duda de la importancia que adquieren estos adelantos en la historia y como determinan el desenlace final.

Al rojo vivo es por méritos propios uno de esos títulos imprescindibles del cine de gangsters. Una cinta poderosa, con un ritmo perfecto y que hace uno de los retratos de un delincuente más inquietante que hemos visto. Además, ejemplifica como pocas esa extraña dicotomía tan frecuente en el malhechor: su arrogante seguridad y ambición al lado de algunas debilidades notables, en este caso es la dependencia de Cody casi enfermiza de su madre, lo que hacía del gangster una persona tremendamente frágil en esencia.

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