El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

jueves, 19 de mayo de 2011

Crimen perfecto



Crimen perfecto (1954) no era más que un film menor para el propio Alfred Hitchcock, una película de la no estaba especialmente satisfecho. Para él era sencillamente un trabajo que había tenido que hacer por motivos de su contrato con la Warner Bross. Sin embargo, Crimen perfecto contiene algunos detalles más que interesantes que hacen que no comparta del todo la opinión de Hitchcock sobre ella.

Tony Wendice (Ray Milland) es un exjugador de tenis arruinado que teme que su adinerada esposa Margot(Grace Kelly) le abandone por un novelista americano (Robert Cummings) con el que sospecha que le ha sido infiel. Así que planea su asesinato chantajeando a un antiguo compañero de estudios en apuros (Anthony Dawson) para que sea él quien cometa lo que presume será un crimen perfecto.

Crimen perfecto está basada en una obra de teatro, una comedia en concreto, que tenía mucho éxito en Broadway, Dial M for murder de Frederick Knott, y de la que la Warner había comprado los derechos. El origen teatral es más que evidente en la película, en parte por decisión propia del director. Hitchcock, de hecho, consideraba un error la manía de algunos cineastas por intentar disimular la procedencia teatral de los proyectos que llevaban al cine. Lo único que conseguían, según Hitchcock, era llenar el argumento de escenas de relleno que rompían la unidad argumental de la historia sin añadir nada de valor. Por eso, en este caso, el director centra la acción casi exclusivamente en un apartamento y el gran mérito de Hitchcock es conseguir que la emoción no decaiga en una película plagada por completo de diálogos. En ésto reside la maestría del director: saber mantener el interés a base de su dominio del tiempo, del ritmo, de los encuadres y todo ello a pesar de una trama un tanto forzada y con el inconveniente de la dilatada explicación final, donde Hitchcock, al basarse en una obra teatral, traiciona en parte su idea de que en el cine hay que mostrar siempre en vez de recurrir a complicadas explicaciones habladas.

Fiel a su estilo, Hitchcock prescinde de todo detalle supérfluo, por lo que no ahonda en exceso en los personajes, sino que limita a presentarlos brevemente para centrarse en el meollo de la cuestión. Y hay que decir que, aunque rebuscada, la intriga está bien expuesta, es ingeniosa, con el giro inesperado del asesinato frustrado, y una resolución (la famosa llave) brillante que termina convenciéndonos. Y en relación con la trama, hay un detalle muy curioso, presente no sólo en esta película del director inglés, y es la manera en que se va desarrollando la escena central en que debe morir Margot. Hitchcock ya nos describió antes al detalle cómo va a actuar el asesino, con lo que al llegar el momento del asesinato los espectadores estamos al corriente de cuanto va a pasar, siendo cómplices involuntarios del crimen. Pero Hitchcock introduce el elemento del reloj que se para y parece que el plan perfecto de Wendice se va a desmoronar y, entonces, de manera casi ilógica, el espectador se siente frustrado al ver que el plan puede fracasar y desea que Wendice llegue a tiempo al teléfono antes que el asesino se vaya del apartamento al no recibir su llamada. Hitchcock ha logrado sutílmente que, por un instante, nos situemos en el lugar del asesino y de ahí que suframos al ver que puede fracasar en su misión. Como decía, no será la única vez que el director juegue con su público de esta manera.

Un detalle interesante en el aspecto técnico es que la película está filmada para verla en relieve, aunque a menudo se proyectó en su momento de manera normal. Es por ello que nos perdemos el efecto de ciertos planos, como el de las tijeras, por ejemplo, filmados para potenciar la impresión de relieve. Junto a ello, el director no renuncia a sus conocidos gustos por la innovación en la puesta en escena, no siempre con resultados óptimos, como es el caso aquí de la escena en que sitúa la cámara en el techo de la sala, lo que me parece que da una sensación extraña, casi irreal, a la secuencia.

A nivel del reparto, creo que Ray Milland y John Williams, el inspector de policía, son los que mejor están en sus papeles, plasmando de manera más que admirable esa supuesta flema inglesa. Grace Kelly, una mujer hermosa como pocas, no resulta, sin embargo, del todo convincente y a Robert Cummings le falta, desde mi punto de vista, presencia y carisma.

Así pues, sin estar en la cima de su producción, Crimen perfecto es un film muy bien construido, con una trama muy interesante, con giros inesperados y muy entretenida. Y para aquellos que piensen que es un film sencillo de hacer, que vean el triste remake de Andrew Davis de 1998, con Michael Douglas y Gwyneth Paltrow, y se darán cuenta del mérito y talento del maestro del suspense.

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