El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

jueves, 5 de mayo de 2011

Luz que agoniza




Dirección: George Cukor.
Guión: John Van Druten, Walter Reisch y John L. Balderston (Obra: Patrick Hamilton).
Música: Bronislau Kaper.
Fotografía: Joseph Ruttenberg.
Reparto: Charles Boyer, Ingrid bergman, Joseph Cotten, Dame May Whitty, Angela Lansbury, Barbara Everest.

Segunda adaptación del clásico teatral Gaslight de Patrick Hamilton (autor también de La soga, que Hitchcock llevará también al cine posteriormente), pues hay una versión inglesa titulada Luz de gas de 1940 del director Thorold Dickinson (versión que la Metro quiso hacer desaparecer cuando hizo este remake), Luz que agoniza (1944) es ya un clásico del cine de suspense, un thriller psicológico cautivador y apasionante.

Una hermosa joven, Paula Alquist (Ingrid Bergman), se casa con un profesor de piano, Gregory Anton (Charles Boyer), y deciden fijar su residencia en Londres, en la antigua casa de la difunta tía de la joven, una famosa cantante de ópera asesinada hace muchos años y cuyo crimen aún sigue sin esclarecerse, a pesar de los tristes recuerdos que esa residencia despierta en Paula. La felicidad de la pareja, sin embargo, comenzará a esfumarse al poco tiempo de asentarse en la vieja casona al comenzar Paula a tener fallos de memoria que se van agravando poco a poco.

Luz que agoniza no debe valorarse evidentemente por el argumento que, bien mirado, y quizá también por el paso del tiempo, hoy en día resulta un poco flojo. Pero quizá ahí resida en parte el mérito de George Cukor ya que partiendo de una historia no especialmente potente logra construir un film apasionante.

Son varios los puntos fuertes de Luz que agoniza. Por una parte tenemos un reparto soberbio. El Oscar que se llevó Ingrid Bergman como mejor actriz y las nominaciones de Charles Boyer y Angela Lansbury (que debutaba en el cine con este film con 18 años) nos dan ya una pista del nivel de los actores. Y sin embargo, debo confesar que el trabajo de Ingrid Bergman, con ser bastante convincente y de cierta complejidad, además de suponer su consagración en el cine, no es el que más me ha gustado. Prefiero la interpretación de Charles Boyer, llena de matices, siempre sutil, inquietante, misteriosa, bien dosificada y con una mirada que lo expresa absolutamente todo; su contribución a dotar al argumento de intensidad y emoción es incuestionable. Aún sin recibir ninguna nominación, también me ha gustado mucho la actuación de Joseph Cotten, un actor con una gran presencia en la pantalla y que, sin aspavientos, siempre resultaba convincente.

Junto a este meritorio trabajo del reparto, otro de los grandes aciertos de Cukor está en el ambiente inquietante que consigue con los decorados, con esa mansión enorme, recargada y oscura que parece un personaje más del drama. A crear este ambiente también contribuye con fuerza la maravillosa fotografía de Joseph Ruttenberg. El segundo Oscar de la película, con nueve nominaciones, lo ganó precisamente por la dirección artística.

Pero además, está el elegante trabajo de dirección de Cukor, con los encuadres perfectos en cada ocasión, sacando petróleo de una puesta en escena muy sencilla pero realmente eficaz y dándole el punto justo de misterio e intriga a la creciente locura en que parece caer la angustiada protagonista.

Accidentalmente, la película también ofrece un curioso retrato de la sociedad victoriana y de sus hoy curiosas normas sociales, en especial la relación entre marido y esposa, donde la segunda pasaba a ser practicamente una propiedad del marido.

En definitiva, una película que, salvando las limitaciones de un guión previsible, consigue engancharnos a pesar de todo a esta historia de manipulación y mentiras donde domina una atmósfera opresiva perfecta junto a unas interpretaciones realmente fantásticas y que han convertido a esta película en una referencia obligada del género.

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