El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 2 de agosto de 2011

A las nueve cada noche



Dirección: Jack Clayton.
Guión: Jeremy Brooks y Haya Harareet (Novela: Julian Gloag).
Música: Georges Delerue.
Fotografía: Dennis C. Lewiston.
Reparto: Dirk Bogarde, Margaret Brooks, Pamela Franklin, Louis Sheldon-Williams, Mark Lester, John Gugolka, Phoebe Nicholls.

A las nueve cada noche (1967) es el título que en España le dieron al film británico Our Mother's House, mucho más preciso y acorde con la historia que se nos cuenta en este extraño y hasta cierto punto fascinante relato, a medio camino entre el terror y el drama infantil.

Cuando muere su madre, tras una larga enfermedad, sus siete hijos deciden enterrarla en el jardín de la casa y ocultar al resto del mundo su fallecimiento, para poder así permanecer unidos y evitar que los lleven a un orfanato. Al principio, las cosas parecen ir bien, pero un día, la llegada de su padre Charlie (Dirk Bogarde) será el comienzo de un cambio radical en sus vidas.

Curiosa película donde unos niños han de continuar sus vidas a la muerte de su madre, solos frente al mundo de los adultos, y donde se refleja con gran acierto su pequeño universo y como la educación, los miedos y la necesidad de sobrevivir les lleva a crear unas normas y unas rutinas, como la que originó el título en castellano, a las que se aferran con terquedad. Quizá el gran acierto resida en el trabajo del director, sobre todo en la primera parte de la película, antes de la aparición de la figura paterna, creando una atmósfera opresiva, a base de planos cortos y una iluminación especial donde predominan las sombras. Esta primera parte resulta especialmente turbadora, en parte también porque la historia se sale de lo conocido y nos desconcierta, al no poder adivinar el camino que puede tomar. Clayton, además, sabe sacar partido perfectamente a la extraña historia y deja constantes elementos turbadores, como algunas miradas de los niños o el primer plano de la difunta madre, especialmente macabro, y va tejiendo un camino a medias entre el drama y el terror que nos deja descolocados.

También se agradece que el director escape del melodrama, riesgo evidente al tratarse de plasmar la vida de unos niños desamparados. Pero Clayton sabe salirse de lo habitual y, si bien no faltan momentos angustiosos, el tono que da a la historia es más de misterio que de drama puro y duro. Acertada también es la imagen que nos brinda del mundo infantíl, bastante real, donde no se puede hablar abiertamente de maldad, pero donde existe cierto grado de crueldad, mucha ignorancia y, sobre todo, el efecto de una educación especialmente rígida, basada en la religión, que les lleva a ese rito extraño y un tanto macabro de acudir cada noche a hablar con el espíritu de su madre. El mundo de los adultos, por su parte, se queda siempre en medio de las sombras, sombras que planean sobre la figura materna, de la que no tendremos una imagen nítida a lo largo de la película.

Con la aparición del padre, sin embargo, la película entra en un terreno mucho más previsible, con lo que se pierden el misterio y la incertidumbre anteriores. Se entra en un terreno mucho más cotidiano y podemos casi adivinar con bastante exactitud lo que va a suceder. La película pierde así gran parte del misterio y la impredecibilidad iniciales. Una lástima, sin duda, pues de haber mantenido el tono de la primera parte a lo largo de toda la historia estaríamos hablando de un film excepcional.

Sobresaliente también el final de la película, abierto a diferentes interpretaciones y que no zanja la historia de un plumazo, muy en la línea de suspense de toda la historia. En este sentido, los films europeos suelen estar un paso por delante de los norteamericanos, más anclados en el final feliz convencional.

El trabajo con niños no es sencillo, pero el resultado en este caso es muy notable, y eso que estamos hablando de actores de muy corta edad. En especial, me gustaría resaltar el gran trabajo de Pamela Franklyn, sobrecogedora cuando habla por boca de su difunta madre y conmovedora en su amor por su padre. Lástima del doblaje en español, pues algunas voces de los niños resultan molestas, sobre toda una especialmente estridente. Dirk Bogarde está colosal y, en parte, con su presencia, mitiga un tanto el menor nivel de la segunda parte de la película. Como curiosidad, recordar que la actriz Yootha Joyce, que encarna a la mujer que limpiaba en la casa de los niños, será la famosa señora Roper de la serie británica Un hombre en casa (1973-1976) y su secuela Los Roper (1976-1979).

En definitiva, A las nueve cada noche es una película muy recomendable, diferente a lo que estamos acostumbrados a ver; difícil de encasillar en un género concreto pero, en muchos momentos, cautivadora, fascinante a veces, turbadora y misteriosa y que nos da a conocer una faceta más personal del director Jack Clayton, conocido sobre todo por su película El Gran Gatsby (1974).

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