El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 30 de julio de 2011

Marlon Brando




Marlon Brando (Omaha, 3 de abril de 1924; Los Ángeles, 1 de julio de 2004) es quizá el actor que encarnó mejor que nadie el espíritu del Actor's Studio y representa por lo tanto la cima de un estilo de interpretación intensa y profunda. Para muchos, entre los que me incluyo, es el mejor actor de la historia, excesivo como muchos genios y con un carisma y una personalidad arrolladoras.

Hijo de un fabricante de productos químicos de fuerte carácter y de una mujer un tanto inestable, que actuaba en el teatro local y terminó adicta al alcohol, y de la que tanto Marlon como sus dos hermanas Joselyn y Frances heredaron su amor por los escenarios, Marlon Brando fue un joven rebelde que chocaba constantemente con la disciplina de los colegios, de varios de los cuales fue expulsado, y con la de su propio padre.

Expulsado, a los 17 años, de la Academia Militar de Shattuck (Minnesota), Marlon Brando comenzó a trabajar como albañil o conductor de excavadoras hasta que convenció a su padre para que le dejara marcharse a Nueva York, como hiciera antes su hermana Joselyn. Logró ser admitido en el Dramatic Workshop de la escuela de actores New School for Social Research (origen del famoso Actor's Studio), donde recibió clases de Stella Alder, quién debía su gran reputación por haber sido alumna de Konstantin Stanislawski en Moscú, célebre teórico del arte de la interpretación.

Tras su etapa de aprendizaje comienza a trabajar en el teatro y en 1944 da el salto a Broadway. Tras algunas obras con buena acogida de la crítica y donde interpreta a Molière, Bernard Shaw, Shakespeare, etc., Brando se presenta ante Tennessee Williams y le convence para que le de el papel de Stanley Kovalski en Un tranvía llamado deseo que, con la dirección de Elia Kazan, va a estrenarse en Broadway. Con una interpretación sobresaliente, Marlon Brando consigue al fin hacerse con un nombre en el mundo del teatro.

En 1950 debuta en el cine con la película Hombres (Fred Zinnemann), sobre veteranos de guerra y donde, de acuerdo con lo aprendido en su etapa de formación, Brando decidió pasar seis meses en un hospital militar para poder representar con mayor realismo al soldado inválido que interpreta en la cinta.

Pero el momento clave tiene lugar al año siguiente cuando encarna de nuevo a Kovalski en la versión filmada de Un tranvía llamado deseo (Elia Kazan, 1951). Brando no sólo consigue una interpretación soberbia, llena de fuerza y de ese atractivo casi salvaje que le confería un físico sorprendente, sino que crea un ícono, un prototipo imitado y deseado por miles de personas. Brando encarna aquí el sexo salvaje, el deseo primario, la bruta sensualidad de un animal. A la vez, sienta las bases de lo que va a representar su figura en los films que vendrán luego: no exactamente un rebelde, pero sí un hombre enfrentado a la norma, a lo habitual, un ser grosero y tosco, pero terriblemente atractivo y con una personalidad desbordante. Con este film había nacido el mito, apoyado en un torso ceñido por una camiseta que se convirtió en la prenda más demandada. Por este trabajo recibió la nominación al Oscar como mejor actor.

Y volvería a ser nominado en sus siguientes trabajos: ¡Viva Zapata! (Elia Kazan, 1952), en la que encarna al revolucionario mexicano Emiliano Zapata; Julio César (Joseph L. Mankiewicz, 1953), donde interpreta al joven Marco Antonio, y donde asistimos a otro de esos momentos únicos que han pasado a la historia del cine: el prodigioso monólogo de Marco Antonio (Marlon Brando) ante el cadáver de César, donde el actor muestra de nuevo toda la fuerza y todo el talento que atesoraba. Con La ley del silencio (Elia Kazan, 1954), en la que es un joven ex-boxeador al servicio de la mafia que controla el trabajo en los muelles, finalmente ganó el Oscar al mejor actor; su papel de un muchacho algo torpe, despreciado por su jefe, está lleno de ternura, una nueva faceta de Brando en la que se muestra tan convincente como en sus explosiones de furia. En este mismo año de 1954 rodaría dos películas más, Salvaje (Laszlo Benedek), donde se pone en la piel de un motorista con cazadora de cuero, reafirmando su imagen de rebelde e ídolo de su época, y Desireé (Henry Koster), en la que encarna al mismísimo Napoleón.

Al año siguiente se atreve con un musical al lado de Frank Sinatra, Ellas y ellos (Bart Freundlich) y sigue con obras dispares, como la comedia La casa de té de la luna de agosto (Daniel Mann, 1956), donde interpreta a un japonés, o el drama Sayonara (Joshua Logan, 1957), de nuevo ambientado en Japón y por el que recibió una nominación como mejor actor.

Terminará la década con El baile de los malditos (Edward Dmytryk, 1958), en la que es un muy humano oficial nazi, y Piel de serpiente (Sidney Lumet, 1959).

La década de los sesenta comienza con la única película dirigida por el propio actor, El rostro impenetrable (1961), un personal western que cuenta con la presencia de otro gran actor, Karl Malden.

Pero Marlon Brando había entrado en una actitud no muy positiva. Un poco cansado del trabajo de actor, afirmaba que lo más interesante del mismo era el dinero que ganaba. Su presencia seguía siendo poderosa, pero su trabajo no tenía la genialidad de los primeros años. Al tiempo, su fama como actor difícil no le hacía tampoco ningún favor.

Pero siguió trabajando con regularidad, con una película por año. Así, en 1962 rodó una nueva versión del motín de la Bounty en Rebelión a bordo (Lewis Milestone); el rodaje fue un infierno y Brando recibiría numerosas críticas por su actitud. Su contrato le pagaba por día de rodaje y se comentaba que él lo alargaba intencionadamente. A su compañero de reparto, el inglés Trevor Howard, le hizo perder los nervios en alguna ocasión. Sin embargo, no toda la culpa era de Brando, el guión de Rebelión a bordo estaba sin terminar cuando comenzaron a filmar y el actor se quejaba que le entregaban su texto para cada día con ninguna antelación, con lo que no había manera de prepararlo a conciencia. Sea como fuere, esta película encabeza la lista de las que enarbolan los detractores de Brando para criticarlo. Durante el rodaje de la película, Brando conoció y se enamoró de su compañera de rodaje, la tahitiana Tarita, que se convirtió en su tercera y última esposa y con la que tuvo dos hijos. También se enamoró el actor de Tahití y la vida sencilla de sus habitantes, adquiriendo más adelante una isla en el archipiélago. Pero este matrimonio, como los anteriores, no funcionó.

En 1963 trabaja en Su excelencia el embajador (George Englund), en Dos seductores (Ralph Levy) en 1964, comedia junto a Davin Niven, y en Morituri (Bernhard Wicki) al año siguiente.

En 1966, Marlon Brando vuelve con fuerza en La jauría humana (Arthur Penn), y realiza uno de sus trabajos más recordados. También en ese año trabaja en el western Sierra prohibida (Sidney J. Furie). Al año siguiente interviene en dos nuevos films, La condesa de Hong Kong (Charles Chaplin, 1967), comedia no muy brillante que supone la última película dirigida por Chaplin y donde comparte protagonismo con Sofía Loren, y Reflejos en un ojo dorado (John Huston, 1967), donde interpreta a un atormentado militar homosexual casado con Elizabeth Taylor.

Los años siguientes suponen una menor presencia de Brando, con films no muy recordados, como Candy (Christian Marquand, 1968), La noche del día siguiente (Hubert Cornfield, 1969) o Queimada (Gillo Pontecorvo, 1969).

Parecía que la carrera iba a agotarse en trabajos de segunda fila y actuaciones sin brillantez cuando de pronto aparece una obra que va a poner de nuevo a Marlon Brando en la cima y donde demostrará que su gran talento no se había perdido para siempre. Estamos en 1972 y Brando consigue el papel de Vito Corleone en El padrino de Francis Ford Coppola. El propio Brando solicitó el papel y consiguió una prueba para la que él mismo se encargó del maquillaje y la caracterización. La prueba fue un éxito e impresionó tanto a Coppla que éste logró convencer al estudio para que le diera el papel. Su encarnación de un poderoso jefe de la mafia es tan asombrosa que su Don Corleone ha quedado ya como uno de los íconos más importantes de la historia del cine. Brando se hizo con su segundo Oscar, aunque no fue a recogerlo y envió en su lugar a una actriz de origen indio que leyó la protesta que había escrito Brando sobre el trato que daba Hollywood al pueblo indio. Mientras la mujer leía el texto, varios guardaspaldas de la ceremonia tuvieron que retener por la fuerza entre bastidores a John Wayne, que quería entrar en el escenario y llevarse a la india de allí.

Sin embargo, la carrera de Brando no llegó a despegar del todo. Entrado ya en la madurez, el actor iba dejando de lado su trabajo y se limitaba a escasas apariciones cada vez más espaciadas en el tiempo y de menor protagonismo.

A El padrino siguió la excelente El último tango en París (Bernardo Bertolucci, 1972), donde Brando recibió una nominación al Oscar como mejor actor principal, y a partir de ahí, poca cosa. Del mismo año es Los últimos juegos prohibidos (Michael Winner). Hasta cuatro años después, con Missouri  (Arthur Penn, 1976), al lado de Jack Nicholson, no vuelve a la pantalla. En 1978 trabaja en Raoni (Jean-Pierre Dutilleux) y hace una breve aparición en Superman (Richard Donner) por la que recibe nada menos que 14 millones de dólares. Brando deja así claro que lo que le interesa ahora es el dinero más que su carrera y se inicia un período, el último, en que sus apariciones son muy escasas pero bastante bien remuneradas. Y si bien sus interpretaciones a partir de ahora no dejan de estar motivadas por las necesidades económicas, la figura de Brando seguía tan poderosa que añadía siempre un interés especial a aquellos films en los que aparecía. Cierra la década de los setenta con otra breve, pero impactante, aparición en Apocalypse Now de Coppola (1979).

En 1980 trabaja en La fórmula, de John G. Avildsen, y no vuelve a actuar hasta 1989, en Una árida estación blanca (Euzhan Palcy), donde fue nominado como mejor actor de reparto. La década de los noventa no aporta nada nuevo: apariciones escasas y la mayoría sin mucho por lo que ser recordadas: El novato (Andrew Bergman, 1990), Cristóbal Colón: el descubrimiento (John Glen, 1992), donde interpreta a Torquemada, Don Juan DeMarco (Jeremy Leven, 1994), La isla del doctor Moreau (John Frankenheimer, 1996), The Brave (Johnny Depp, 1997) y Free Money (Yves Simoneau, 1998).

La última aparición de Brando fue en 2001 en la película The score (Un golpe maestro) de Frank Oz.

Los últimos años de Brando no fueron fáciles a nivel familiar. En 1990, el novio de Cheyenne, hija de Brando, fue asesinado por el primogénito del actor, Christian, que fue condenado a seis años de cárcel. Como triste colofón a este asunto, Cheyenne terminaría suicidándose cinco años más tarde.

Marlon Brando murió de fibrosis pulmonar a los ochenta años, el primer día de julio del año 2004.

Tal vez se pueda explicar de alguna manera la irregular y, en parte, desaprovechada carrera de Marlon Brando, en relación al tremendo talento del actor, si explicamos que él, según sus propias palabras, detestaba actuar. No deja de ser curioso que lo mejor hacía, y lo que le acarreó la admiración de público y compañeros de profesión, en realidad no le satisfaciera en absoluto. Fuera como fuese, lo que es incuestionable es el gran talento del actor, capaz de hacer escuela y crear íconos en la pantalla que, pasados muchos años, siguen teniendo la fuerza y el impacto del primer día. Este actor enfrentado al sistema, rebelde por naturaleza, fue, paradójicamente, uno de los intérpretes que más contribuyeron a la gloria de Hollywood, asentando y dando un brillo especial a los años dorados del cine norteamericano.

La deuda de la industria del cine y de nosotros, simples espectadores, con este grandísimo actor es eterna. Larga vida al talento. Por suerte, su legado está ahí, para deleite de los amantes del cine, actuales y futuros. Irrepetible Brando.  

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