El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 8 de junio de 2012

Un cadáver a los postres



Dirección: Robert Moore.
Guión: Neil Simon (Teatro: Neil Simon).
Música: Dave Grusin.
Fotografía: David M. Walsh.
Reparto: Alec Guinness, David Niven, Peter Sellers, Peter Falk, Eileen Brennan, Maggie Smith, Truman Capote, James Coco, Elsa Lanchester, Nancy Walker, Estelle Winwood, James Cromwell.

Comedia en la que el dramaturgo Neil Simon, autor del guión del film, se burla de las novelas de detectives, Un cadáver a los postres (Robert Moore, 1976), sin ser especialmente brillante, sí que resulta un pasatiempo entretenido, divertido y con un reparto espectacular.
El excéntrico millonario Lionel Twain (Truman Capote) invita a cenar a su castillo a los cinco detectives más famosos del mundo, el chino Sidney Wang (Peter Sellers), Dick Charleston (David Niven), Jessica Marbles (Elsa Lanchester), Sam Diamond (Peter Falk) y Milo Perrier (James Coco), para desafiarlos a que intenten resolver un misterioso crimen que tendrá lugar exactamente a medianoche.

Un cadáver a los postres no es otra cosa que una gran broma cuya finalidad final es reirse de las novelas de detectives, al estilo de Agatha Christie, y de hecho la historia del film recuerda mucho al planteamiento de Los diez negritos, en las que los escritores escamoteaban información a propósito y, en última instancia, engañaban a los curiosos lectores que jamás llegaban a descubrir la identidad del asesino, fin y aliciente principal de este tipo de novelas. Como se explica al final del film, estos autores son tramposos profesionales y sus personajes, los mejores detectives del mundo, terminan siendo puestos en evidencia en el desenlace de la historia. Este es el fin último de la película, pero la verdad es que tampoco importa demasiado. Si en la base de la historia está la crítica, la verdad es que al final ésta nos parece una disculpa o, al menos, un motivo al que no damos ya demasiada importancia. Lo realmente interesante es la comedia en sí misma, el juego constante, las bromas, el humor negro, la parodia, los diálogos, las relaciones entre los personajes, las exageraciones y el fabuloso reparto.

Porque Un cadáver a los postres nos engancha desde el comienzo con un humor absurdo, a veces algo previsible, a veces tosco, pero que no deja de sorprendernos gratamente y que no da un respiro en ningún instante. Es evidente que mantener el nivel cómico a lo largo de toda la película no es sencillo, pero en general  la comicidad se mantiene a un nivel más que aceptable, con algunos momentos realmente logrados, especialmente al comienzo de la película, con la llegada de los invitados a la mansión, y ese es el primer gran acierto de la película, que se nos pasa volando y donde no paramos de sonreir en ningún instante.

Por otro lado, en seguida el argumento deja de tener importancia y nos dejamos llevar por un planteamiento tan absurdo como interesante. La historia deja de tener sentido muy pronto y nunca sabemos realmente lo que nos espera al segundo siguiente. La película se vuelve caótica, ilógica, ridícula. Pero ese es su encanto, precisamente. Y además, no podemos dejar de sentirnos intrigados y fascinados por ver interactuar a los detectives que tantas veces hemos seguido en novelas o películas y hasta en series de televisión. Recordemos las identidades que están "camufladas" bajo nombres ficticios: Wang no es otro que Charlie Chan, de Biggers; el detective belga Perrier es, claro está, Hercule Poirot y Jessica Marbles es la señorita Marple, los dos personajes más famosos de Agatha Christie. Después tenemos a Dick y Dora Charleston, que no son otros que Dick y Nora Charles de Dashiell Hammett. Sam Diamond es el famoso Sam Spade, también de Hammett. Todos son caricaturas de sí mismos, grotescos, torpes, a veces estúpidos y la verdad es que es un placer verlos haciendo deducciones absurdas, discutiendo entre sí o presumiendo torpemente. Cada detective, además, cuenta con un acompañante que, al final, resulta ser mucho más sensato, cuando no perspicaz, que el mismo detective.

Pero gran parte del éxito de la película y de su comicidad reside en unos diálogos ingeniosos, bastante surrealistas, disparatados y donde lo absurdo, los juegos de palabras y los brochazos gruesos son la característica principal.

Y a todo ello debemos de añadir el reparto, un verdadero acierto a la vez que un lujo. David Niven, Peter Sellers (genial en su caracterización de chino), Peter Falk, un genial Alec Guinness con varios papeles, pero especialmente memorable como mayordomo ciego, y el resto (Eileen Brennan, James Coco, Elsa Lanchester, Maggie Smith, James Cromwell, ...), actores con menos nombre pero que realizan aquí un trabajo impecable. Y como guinda del pastel, Truman Capote. Maravilloso.

Un cadáver a los postres no es un film genial, ni mucho menos, pero sí que es una buena parodia que sabe sacar partido de los tópicos del género, se sabe reir de todo y de todos, incluso de sí misma y no se ruboriza recurriendo a fórmulas y recursos muy vistos, pero sabe ubicarlos adecuadamente en un disparate tan simple como eficaz. Moore aprovecha los recursos de los que dispone y termina componiendo un divertimento que, por su propia simplicidad y su disparate, acabó por convertirse en un film de culto.

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